26.

Respiré hondo y escuché el silencio. Trent cambió de postura y puso un tobillo encima de la otra rodilla. Tenía la mirada distante y preocupada y se mordía el labio inferior. No se parecía en nada al capo de las drogas y al asesino que era en realidad. Era gracioso pero no se le notaba a primera vista.

—Ha cerrado la puerta con llave —dije y me sobresalté con el sonido de mi propia voz.

Trent arqueó las cejas.

—No quiere que te pasees por ahí. A mí no me parece mala idea.

Qué gracioso, el elfo, pensé. Me contuve antes de fruncir el ceño y me acerqué al pequeño ojo de buey que se asomaba al río helado. Limpié la condensación del cristal con la palma de la mano y observé el variado horizonte de la ciudad. La torre Carew estaba iluminada con luces festivas, resplandecían con la película dorada, verde y roja con la que cubrían las ventanas de los pisos superiores para que brillaran como bombillas enormes. No había nubes esa noche así que hasta pude ver unas cuantas estrellas a través de la ligera capa de contaminación de la ciudad.

Me di la vuelta y me llevé las manos a la espalda.

—No me fío de tu amigo.

—Yo nunca me he fiado. Así se vive más. —La mandíbula tensa de Trent se relajó y el verde de sus ojos se suavizó un poco—. Lee y yo pasábamos los veranos juntos cuando éramos crios. Cuatro semanas en uno de los campamentos de mi padre y cuatro semanas en la casa de la playa que tenía su familia en una isla artificial que había junto a la costa de California. Se suponía que era para fomentar la buena voluntad entre las dos familias. De hecho, fue él el que instaló el centinela en mi ventanal. —Trent sacudió la cabeza—. Tenía doce años. La verdad es que para la edad que tenía fue toda una hazaña. Sigue siéndolo. Dimos una fiesta y mi madre se cayó en el jacuzzi de lo achispada que estaba. Supongo que debería sustituirlo por cristal ahora que tenemos… dificultades.

Trent sonreía con aquel recuerdo agridulce pero yo había dejado de escuchar. ¿Lee había instalado el centinela? Había adoptado el color de mi aura, igual que el disco del casino. Y nuestras auras resonaban con una frecuencia parecida. Entrecerré los ojos y pensé en la aversión al vino tinto que compartíamos.

—Tiene la misma enfermedad en la sangre que yo, ¿verdad? —dije. No podía ser una coincidencia. No con Trent. Trent levantó la cabeza de golpe.

—Sí —dijo con cautela—. Por eso no lo entiendo. Mi padre le salvó la vida ¿y ahora monta esto por unos cuantos millones al año?

Unos cuantos millones al año. Calderilla para los asquerosamente ricos. Inquieta, le eché un vistazo al escritorio de Lee y decidí que tampoco me iba a enterar de nada nuevo examinando sus cajones.

—Vosotros, bueno, ¿supervisáis los niveles de azufre que producís?

La expresión de Trent se hizo cauta, como si estuviera tomando una decisión, y se pasó la mano por el pelo para aplastarlo.

—Con mucha atención, señorita Morgan. No soy el monstruo que te gustaría que fuera. No me dedico a matar gente, me dedico al negocio de la oferta y la demanda. Si no lo produjera yo, lo haría otro y no sería un producto seguro. Morirían a miles. —Le echó un vistazo a la puerta y descruzó las piernas para poner los dos pies en el suelo—. Te lo garantizo.

Pensé en Erica. La idea de que muriese por ser uno de los miembros débiles de la especie me parecía intolerable. Pero si era ilegal, era ilegal. Tropecé con los pendientes de oro de Trent cuando me metí un mechón de cabello tras la oreja.

—Me da igual lo bonitos que sean los colores que usas para pintar tu cuadro, sigues siendo un asesino. Faris no murió de una picadura de abeja.

Trent frunció el ceño.

—Faris iba a darle sus archivos a la prensa.

—Faris era un hombre asustado que quería mucho a su hija.

Me puse una mano en la cadera y lo vi removerse. Era muy sutil: la tensión de la mandíbula, el modo en que se miraba las uñas bien cuidadas, la falta de expresión.

—Bueno, ¿y por qué no me matas a mí? —pregunté—. ¿Antes de que haga lo mismo? —El corazón me latía muy deprisa y tenía la sensación de que estaba al borde del abismo.

Trent sonrió y se deshizo aquella imagen de capo de las drogas profesional y bien vestido.

—Porque tú no vas a ir a la prensa —dijo en voz baja—. Caerías conmigo y para ti, la supervivencia es más importante que la verdad.

Me puse roja.

—Cállate, anda.

—No es ningún defecto, señorita Morgan.

—¡Que te calles!

—Y sabía que al final terminarías trabajando conmigo.

—No pienso hacerlo.

—Ya lo estás haciendo.

Le di la espalda, tenía el estómago revuelto. Miré el río congelado sin ver nada y de repente fruncí el ceño. Había tanto silencio que podía oír el latido acelerado de mi corazón, ¿por qué estaba todo tan tranquilo?

Me giré en redondo sujetándome los codos con las manos. Trent, que se estaba colocando la raya del pantalón, levantó la cabeza. Su mirada fue de curiosidad al ver mi expresión asustada.

—¿Qué? —dijo con cautela.

Di un paso hacia la puerta con una sensación de irrealidad, como si estuviera desconectada del mundo.

—Escucha.

—No oigo nada.

Estiré la mano y moví el pomo.

—Ese es el problema —dije—. El barco está vacío.

Hubo un instante de silencio. Trent se levantó y su traje emitió un frufrú agradable. Parecía más preocupado que alarmado cuando se bajó las mangas y se adelantó. Me quitó de en medio con un pequeño empujón y probó el pomo.

—¿Qué pasa, crees que va a funcionar contigo cuando no funciona conmigo? —dije, lo cogí por el codo y lo aparté de la puerta. Levanté una pierna sin perder el equilibrio, contuve el aliento y le di una patada a la jamba; menos mal que hasta los barcos de lujo intentaban mantenerlo todo lo más ligero posible. El tacón atravesó directamente la madera ligera y se me enganchó el pie. Las tiras de mi precioso vestido quedaron colgando y se agitaron cuando salté a la pata coja hacia atrás para soltarme, sin mucho garbo, por cierto.

—¡Eh! ¡Espera! —exclamé cuando Trent quitó las astillas del agujero y metió la mano por él para abrir la puerta desde fuera. Hizo caso omiso de mí, abrió la puerta y salió disparado al pasillo.

—¡Maldita sea, Trent! —siseé tras recuperar mi bolsito de mano y seguirlo. Lo alcancé con el tobillo dolorido al pie de las escaleras. Estiré el brazo y lo eché hacia atrás con una sacudida antes de clavarle el hombro en la pared del estrecho pasillo—. ¿Qué estás haciendo? —dije a escasos milímetros de sus ojos coléricos—. ¿Así es como tratas a Quen? ¡No sabes lo que hay ahí fuera y, si mueres, la que paga soy yo, no tú!

No dijo nada, tenía la mandíbula apretada y los ojos verdes llenos de rabia.

—Y ahora mete ese culo flaco detrás del mío y no lo saques —le dije con un empujón.

Lo dejé allí, de mal humor y preocupado. Me apetecía echar mano de la pistola de hechizos pero mientras aquel disco violeta siguiera en marcha, lo único que conseguiría con las pociones que llevaba cargadas sería cabrear a alguien cuando le manchara la bonita ropa de gala con un asqueroso mejunje de acónito y pasajera. Una leve sonrisa me curvó la cara. Tampoco me importaba hacerlo por las malas.

Lo que podía ver de la habitación estaba vacía. Escuché pero no oí nada. Me agaché para poner la cabeza al nivel de las rodillas y me asomé a la esquina. Me había agazapado por dos razones, la primera era que si había alguien esperando para darme un porrazo, tendría que ajustar el golpe y me daría tiempo a quitarme de en medio. La segunda es que si me daban un porrazo, no tardaría tanto en caer al suelo. Pero cuando examiné la elegante sala empezó a revolvérseme el estómago. El suelo estaba cubierto de cuerpos.

—Oh, Dios mío —dije en voz baja al levantarme—. Trent, los ha matado. —¿Y ya estaba? ¿Lee pretendía endilgarnos el asesinato de aquellas personas?

Trent pasó junto a mí con un empujón, no le costó demasiado ponerse fuera de mi alcance. Se agachó junto al primer cuerpo.

—Solo está sin sentido —dijo con tono tajante, su preciosa voz se había hecho de acero.

Mi horror se convirtió en confusión.

—¿Por qué? —Les eché un vistazo y supuse que habían caído redondos. Trent se levantó y miró a la puerta. Yo no podía estar más de acuerdo.

—Salgamos de aquí —dije.

Los pasos que me seguían eran rápidos, nos precipitamos hacia el vestíbulo y nos lo encontramos, como era de esperar, cerrado con llave. A través del cristal esmerilado podía ver los coches del aparcamiento y la limusina de Trent aparcada donde la habíamos dejado.

—Todo esto me da mala espina —murmuré y Trent me apartó para mirar.

Me quedé observando la gruesa madera, eso sí que no sería capaz de atravesarlo de una patada. Tensa, revolví en mi bolsito de mano. Mientras Trent desperdiciaba energía intentando romper una ventana con un taburete, yo apreté el botón de marcación rápida número uno.

—Es cristal blindado —dije mientras sonaba el teléfono.

Bajó el taburete y se pasó una mano por el pelo ralo para que volviera a quedar perfecto. Ni siquiera le costaba respirar.

—¿Cómo lo sabes?

Me encogí de hombros y me volví de lado para tener un poco de intimidad.

—Es lo que habría usado yo. —Volví al casino cuando Ivy cogió el teléfono—. Eh, Ivy —dije y me negué a bajar la voz no fuera a ser que don Elfo tuviera la impresión de que no lo había planeado así—. Saladan nos ha encerrado en su casino flotante y se ha largado. ¿Podrías acercarte un momento y forzar la puerta con una palanqueta?

Trent estaba mirando el aparcamiento.

—Jonathan está ahí. Llámalo a él.

Ivy estaba diciendo algo pero la voz de Trent era más alta. Cubrí el teléfono con una mano y me dirigí a Trent.

—Si siguiera consciente, ¿no crees que sentiría cierta curiosidad por saber por qué se ha ido Lee y ya habría venido a echar un vistazo?

La cara de Trent se puso un poco más pálida.

—¿Qué? —dije cuando me volví a concentrar en Ivy. Estaba casi frenética.

—¡Sal de ahí! —gritaba—. Rachel, Kist hizo que pusieran una bomba en la caldera. ¡Yo no sabía que era ahí adonde ibas! ¡Sal de ahí!

Me quedé helada.

—Esto, tengo que colgar, Ivy. Hablamos luego.

Ivy seguía chillando pero cerré el teléfono y lo guardé. Me giré hacia Trent y sonreí.

—Kisten va a reventar el barco de Lee para darle una lección. Creo que tenemos que irnos.

Me empezó a sonar el teléfono. No le hice caso y la llamada (¿Ivy?) se desvió al buzón de voz. La seguridad en sí mismo de Trent se fundió en la nada y solo quedó un joven atractivo y bien vestido que intentaba no demostrar que tenía miedo.

—Lee jamás dejaría que nadie le quemara el barco —dijo—. No trabaja así.

Yo me rodeé con los brazos y examiné la habitación en busca de algo, de lo que fuera, que me ayudara.

—Pues tu orfanato lo quemó.

—Eso fue para captar mi atención.

Lo miré, cansada.

—Dime, ¿crees que tu «amigo» dejaría que se quemara su barco y tú con él si supiera que la culpa se la iban a echar a Piscary? Como forma de apoderarse de la ciudad, a mí me parece la bomba.

Trent apretó la mandíbula.

—¿La sala de calderas? —preguntó.

Asentí.

—¿Cómo lo sabes?

Él se dirigió a una puerta pequeña que había detrás de la barra.

—Es lo que habría hecho yo.

—Estupendo. —Lo seguí con el pulso acelerado y rodeé a las personas inconscientes—. ¿Adónde vamos?

—Quiero echarle un vistazo.

Me paré en seco, Trent se había dado la vuelta para bajar de espaldas por una escalera de mano.

—¿Sabes desactivar una bomba? —Sería el único modo de salvar a todo el mundo. Debía de haber una docena de personas.

Trent me miró desde el fondo de la escalera, tenía un aspecto extraño, de traje entre tanta suciedad y confusión.

—No. Solo quiero echarle un vistazo.

—¡Estás chiflado! —exclamé—. ¿Quieres verla? ¡Tenemos que salir de aquí!

Trent había levantado la cabeza con expresión plácida.

—Quizá tenga un temporizador. ¿Vienes?

—Claro —dije ahogando una carcajada; estaba bastante segura de que habría sido una risa histérica.

Trent serpenteó por los pasadizos del barco con una inquietante falta de prisa. Se podía oler el metal caliente y el humo. Intenté no engancharme el vestido con nada y miré entre la penumbra.

—¡Allí está! —grité al tiempo que la señalaba. Me temblaba el dedo y bajé la mano para ocultarlo.

Trent se adelantó a grandes zancadas, lo seguí y me escondí tras él cuando se agachó delante de una caja de metal de la que salían unos cables. Estiró la mano para abrirla y a mí me entró el pánico.

—¡Oye! —exclamé y lo cogí por el hombro—. ¿Qué estás haciendo, por todas las Revelaciones? ¡No sabes cómo se apaga!

Recuperó el equilibrio sin levantarse y me miró, molesto, con cada pelo de la cabeza todavía en su sitio.

—Ahí es donde estará el temporizador, Morgan.

Tragué saliva y miré por encima de su hombro cuando abrió la tapa con mucho cuidado.

—¿Cuánto tiempo? —susurré, le agitaba el ralo cabello con el aliento. Trent se levantó y dio un paso atrás.

—Unos tres minutos.

—Oh, no, joder. —Se me secó la boca y me empezó a sonar el teléfono. Hice caso omiso. Me incliné y miré la bomba con más atención, empezaba a sentirme un poco insegura.

Trent tiró de una leontina, sacó un reloj de aspecto antiguo y programó el cronómetro moderno que llevaba.

—Tenemos tres minutos para encontrar una salida.

—¡Tres minutos! ¡No podemos encontrar una salida del barco en tres minutos! ¡El cristal está blindado, las puertas tienen más grosor que tu cabeza y ese gran disco morado absorbe cualquier hechizo que le lancemos!

Los ojos de Trent me mira/on con frialdad.

—Tranquilízate, Morgan. Ponerse histérica no ayuda.

—¡No me digas lo que tengo que hacer! —exclamé, me empezaban a temblar las piernas—. Pienso mejor cuando me pongo histérica. ¡Tú cállate y déjame ponerme histérica! —Me rodeé con los brazos y le eché un vistazo a la bomba. Allí abajo hacía calor y me había puesto a sudar. Tres minutos. ¿Qué coño se podía hacer en tres minutos? Cantar un poco. Bailar contigo. Hacer el amor como un loco. Encontrar un nuevo amor. Oh, Dios. Solo se me ocurría a mí ponerme a hacer poesía.

—¿Quizá tenga una ruta de escape en su despacho? —sugirió Trent.

—¿Y por eso nos encerró allí? —dije—. Venga ya. —Lo cogí por una manga y tiré—. No tenemos tiempo de encontrar una salida. —Pensé en el disco morado del techo. Una vez había influido en él. Quizá pudiera plegarlo a mi voluntad—. ¡Vamos! —repetí, la tela de la manga del traje se me escurrió entre los dedos cuando el elfo se negó a moverse—. A menos que quieras quedarte aquí a ver la cuenta atrás. Quizá pueda anular la zona antihechizos que tiene Lee en su barco.

Trent se puso entonces en movimiento.

—Sigo diciendo que podemos encontrar un punto débil en su sistema de seguridad.

Subí por la escalera a toda velocidad, me daba igual que Trent notara o no que no llevaba bragas.

—No tenemos tiempo para eso. —Maldición, ¿por qué no me había dicho Kisten lo que estaba haciendo? Estaba rodeada de hombres que me ocultaban cosas. Nick, Trent y después Kisten. ¿Sabía elegirlos o qué? Y Kist iba a matar a gente. No quería que me gustara un tipo que mataba a gente. ¿Pero qué me pasaba?

Con el corazón latiéndome como si quisiera ir marcando los segundos que fallaban, regresamos al casino. Seguía tranquilo y en silencio. A la espera. Fruncí la boca ver a la gente dormida. Estaban muertos. No podía salvarlos a ellos y a Trent siquiera sabía cómo iba a salvarme yo.

El disco que tenía encima parecía bastante inofensivo pero supe que seguía funcionando cuando Trent le echó un vistazo y se puso pálido. Me imaginé que estaba usando su percepción extrasensorial.

—Eso no puedes anularlo —dijo—. Pero tampoco hace falta. ¿Puedes hacer un círculo de protección lo bastante grande para los dos?

Abrí mucho los ojos.

—¿Quieres aguantar la explosión dentro de un círculo de protección? ¡Estás como una cabra! ¡En cuanto choque con él, se derrumba!

Trent me miró, enfadado.

—¿Puedes hacerlo lo bastante grande, Morgan?

—¡Pero si hice saltar las alarmas la última vez con solo mirarlo!

—¿Y que? —exclamó, su seguridad en sí mismo comenzaba a agrietarse. Era agradable verlo tan afectado. Pero dadas las circunstancias, no pude disfrutarlo—. ¡Haz saltar las alarmas! Ese disco no te impide invocar una línea y echar un hechizo. Solo t pilla cuando lo haces. ¡Haz el puñetero círculo!

—¡Ah! —Lo miré y por fin lo entendí, pero mi primera y salvaje esperanza nació e inmediatamente murió. No podía invocar una línea para hacer un círculo de protección. No cuando estaba en el agua, como en ese momento.

Hmm. Hazlo tú —dije.

Pareció sobresaltarse.

—¿Yo? A mí me lleva sus buenos cinco minutos con tiza y velas.

Gemí, frustrada.

—¿Pero qué clase de elfo eres tú?

—¿Qué clase de cazarrecompensas eres tú? —me contestó—. No creo que a tu novio le importe mucho que invoques una línea a través de él para salvar la vida. Vamos Morgan ¡Se nos está acabando el tiempo!

—No puedo. —Giré en redondo. A través del cristal irrompible, Cincinnati brillaba.

—¡A la mierda tu puto honor, Rachel! ¡Falta a tu palabra de una vez o estamos muertos!

Deshecha me di la vuelta para mirarlo. ¿Me consideraba una persona honorable?

—No es eso. Ya no puedo invocar una línea a través de Nick. El demonio anuló el vínculo que tenía con él.

El rostro de Trent se puso de un color ceniciento.

—Pero me diste una descarga en el coche. Era mucho más de lo que una bruja puede contener en su chi.

—¡Soy mi propio familiar! ¿Estamos? —dije—. Hice un trato con un demonio accedí a ser su familiar para que él testificara contra Piscary y para eso tuve que aprender a almacenar energía de línea luminosa. Oh, tengo montones de energía, pero un círculo requiere una conexión con una línea y yo no puedo invocarla.

—¿Eres el familiar de un demonio? —Tenía una expresión horrorizada en la cara, estaba asustado, me tenía miedo.

—¡Ya no! —grité, enfadada por tener que admitir que había ocurrido—. Después compré mi libertad, ¿vale? ¡Déjame en paz! ¡El caso es que no tengo familiar y no puedo invocar una línea por encima del agua!

De mi bolso salió el sonido tenue de mi móvil. Trent se me quedó mirando.

—¿Qué le diste a cambio de tu libertad?

—Mi silencio. —Tenía el pulso a mil. ¿Qué más daba si Trent se enteraba? Total, íbamos a morir los dos.

Con una mueca, como si hubiera tomado una decisión, Trent se quitó la americana. Se bajó la manga de la camisa, se desabrochó el gemelo y después se remangó la manga por encima del codo.

—¿No eres el familiar de ningún demonio? —Era un susurro débil, preocupado.

—¡No! —Estaba temblando. Lo miré con los ojos muy abiertos, confundida, pero él me cogió por el brazo, justo debajo del codo—. ¡Eh! —grité mientras intentaba apartarme.

—No te aceleres, anda —dijo con tono hosco. Me sujetó el brazo con más fuerza y utilizó la mano libre para obligarme a cogerle la muñeca con la misma presa que utilizan los acróbatas cuando están en el trapecio—. No hagas que me arrepienta —murmuró y se me quedaron los ojos como platos cuando me penetró una oleada de energía.

—¡Joder! —jadeé y estuve a punto de caerme. Era una magia salvaje que tenía el sabor indescriptible del viento. Trent había unido su voluntad a la mía, había invocado una línea a través de su familiar y me la entregaba como si fuéramos uno solo. La línea que lo atravesaba y entraba en mí había adoptado el matiz de su aura. Era limpia y pura, con el sabor del viento, como la de Ceri.

Trent gruñó y clavé de repente los ojos en él. Tenía el rostro demacrado y había empezado a sudar. Yo tenía el chi lleno y aunque la energía extra estaba regresando a la línea, al parecer lo que yo había almacenado en mi cabeza lo estaba abrasando.

—Oh, Dios —dije, y pensé que ojalá hubiera un modo de poder cambiar las tornas—. Lo siento, Trent.

Su aliento era un jadeo irregular.

—Haz el círculo —resopló.

Con los ojos clavados en el reloj que se mecía en su leontina, recité la invocación. Los dos nos tambaleamos cuando la fuerza que nos atravesaba decayó. No me relajé en absoluto cuando la burbuja de energía de línea luminosa se abrió a nuestro alrededor. Le eché un vistazo al reloj de Trent pero no pude ver cuánto tiempo quedaba.

Trent se apartó el pelo de los ojos con un gesto sin soltarme el brazo. Con los ojos mustios, recorrió con la mirada la burbuja manchada de oro que nos envolvía y miró a las personas que quedaban fuera. Sus ojos se vaciaron de toda expresión. Tragó saliva y me apretó el brazo con más fuerza. Era obvio que ya no le quemaba pero la presión iría aumentando poco a poco hasta alcanzar los niveles previos.

—Es grande de verdad —dijo mirando la luz trémula—. ¿Eres capaz de sostener un círculo tan grande como este aunque no esté dibujado?

—Puedo sostenerlo —dije y evité sus ojos. La piel que presionaba la mía era cálida y me provocaba un cosquilleo. No me hacía gracia tanta intimidad—. Y lo quería grande para tener un poco de margen cuando nos golpee la onda expansiva. En cuanto te sueltes o yo lo toque…

—Se cae —terminó Trent por mí—. Lo sé. Estás farfullando, Morgan.

—¡Cállate! —exclamé, nerviosa como un pixie en una habitación llena de ranas—. ¡Puede que tú estés acostumbrado a que estallen bombas sin parar a tu alrededor pero para mí es la primera vez!

—Si tienes suerte, no será la última —dijo.

—¡Cállate de una vez, anda! —le solté. Esperaba que en mi mirada no hubiera tanto miedo como en la suya. Si sobrevivíamos a la explosión, todavía teníamos que enfrentarnos a las consecuencias. Trozos de barco cayendo del cielo y agua helada. Estupendo—. Esto, ¿cuánto queda? —pregunté, me temblaba la voz. Mi móvil volvía a sonar.

Trent bajó la cabeza.

—Diez segundos. Quizá deberíamos sentarnos antes de caer.

—Claro —dije—. Seguramente es una buena ide…

Un estallido hizo temblar el suelo y yo ahogué un grito. Estiré el brazo hacia Trent, desesperada por evitar que nos soltáramos. El suelo nos empujó y caímos. Trent se aferró a mi hombro y me atrajo hacia él para que no me fuera rodando. Apretada contra su cuerpo, olí el aroma de la seda y el de su loción para después del afeitado.

Se me cayó el estómago a los pies y un destello de fuego estalló a nuestro alrededor. Chillé cuando se me adormecieron los oídos. Con un movimiento irreal, mudo, el barco se partió en dos y nos alzamos en el aire. La noche se convirtió en manchones de cielo negro y fuego rojo. Me bañó el cosquilleo del círculo al romperse. Y entonces caímos.

Se me escapó el brazo de Trent y chillé cuando me envolvió el fuego. Los oídos, entumecidos por la explosión, se me llenaron de agua y por un momento fui incapaz de respirar. No me estaba quemando, me estaba ahogando. Hacía frío, no calor. Aterrada, luché contra el peso del agua que me empujaba.

No podía moverme. No sabía donde estaba la superficie. La oscuridad estaba llena de burbujas y trozos de barco. Me llamó la atención un brillo exiguo que vi a mi izquierda. Me recuperé un poco y me lancé hacia allí mientras le decía a mi cerebro que era la superficie, aunque pareciera estar de lado y no hacia arriba.

Dios, esperaba que fuera la superficie.

Salí del agua de golpe, seguía sin oír nada. Me golpeó un frío que me dejó helada. Ahogué un grito, sentía el aire como un cuchillo en los pulmones. Respiré hondo otra vez, agradecida, pero hacía tanto frío que dolía.

Seguían cayendo trozos de barco y me puse a flotar en posición vertical, menos mal que llevaba un vestido con el que me podía mover. El agua sabía a aceite y lo que había tragado me pesaba en el estómago.

—¡Trent! —grité y lo oí como si fuera a través de un almohadón—. ¡Trent!

—¡Aquí!

Me sacudí el pelo mojado de los ojos y me volví. Me envolvió una oleada de alivio. Estaba oscuro pero entre el hielo y la madera que flotaba vi a Trent. Tenía el pelo pegado a la cabeza pero no parecía herido. Estaba temblando pero me quité de una patada el tacón que me quedaba y empecé a nadar hacia él. De vez en cuando nos salpicaban trocitos de barco. ¿Cómo podía estar cayendo todavía? me pregunté. Había suficientes restos entre los dos como para construir dos barcos enteros.

Trent empezó a avanzar con una brazada profesional. Al parecer había aprendido a nadar. El fulgor del fuego en el agua helada iluminó la noche a nuestro alrededor. Miré hacia arriba y sofoqué un grito. Todavía tenía que caer algo grande y en llamas.

—¡Trent! —grité pero no me oyó—. ¡Trent, cuidado! —chillé al tiempo que señalaba. Pero no me escuchaba. Me agaché para intentar escapar.

Algo me lanzó como si me hubieran dado un golpe. El agua se volvió roja a mi alrededor. Me quedé casi sin aire en los pulmones cuando me golpeó algo y me hizo una magulladura en la espalda. Pero me salvó el agua y con los pulmones doloridos y los ojos irritados, seguí el aliento que exhalaba hasta la superficie.

—¡Trent! —lo llamé al sacar la cabeza del agua helada al frío ardiente de la noche. Lo encontré agarrado a un cojín que se estaba llenando de agua a toda velocidad. Sus ojos se encontraron con los míos sin poder centrarse. La luz del barco en llamas se atenuaba y nadé a por él. El muelle había desaparecido. No sabía cómo íbamos a salir de allí.

—Trent —dije tosiendo cuando lo alcancé. Me zumbaban los oídos pero ya podía oírme. Escupí el pelo que se me había metido por la boca—. ¿Te encuentras bien?

Parpadeó como si intentara centrarse. Sangraba por la línea del pelo y la herida dejaba una veta marrón en su cabello rubio. Tenía los ojos cerrados y observé horrorizada que empezaba a soltar el cojín.

—Ah, no, de eso nada —dije y estiré el brazo antes de que se hundiera.

No podía dejar de temblar pero le rodeé el cuello con un brazo y le levanté la barbilla con el codo. Respiraba. Se me estaban entumeciendo las piernas por el frío y empezaba a tener calambres en los dedos de los pies. Miré a mi alrededor en busca de ayuda. ¿Dónde coño estaba la SI? Alguien tenía que haber visto la explosión.

—Nunca están cuando más los necesitas —murmuré mientras apartaba un trozo de hielo tan grande como una silla—. Seguro que andan por ahí poniéndole una multa a alguien por vender amuletos caducados. —El muelle había desaparecido. Tenía que sacarnos a los dos del agua pero el rompeolas era casi un metro liso de cemento. La única forma de salir era subirnos otra vez al hielo e ir caminando hasta otro muelle.

Se me escapó un sonido desesperado y eché a nadar hacia el borde del agujero que había abierto la explosionen el hielo. Jamás conseguiría llegar, ni siquiera con aquella lenta corriente. El agua estaba empezando a cubrirme cada vez más y mis movimientos se iban ralentizando, y me resultaba más y más difícil hacer cualquier cosa. Tampoco tenía frío ya y eso me hacía cagarme de miedo. Seguramente podría salir… si no estuviera arrastrando a Trent.

—¡Me cago en todo! —grité, necesitaba utilizar la ira para seguir moviéndome. No iba a morir allí intentando salvarle el culo a aquel elfo—. ¿Por qué no me dijiste lo que estabas haciendo, Kisten? —exclamé, sentía que unas lágrimas ardientes como el fuego se me escapaban al nadar—. ¿Por qué no te dije adonde iba? —me contesté a gritos—. Soy gilipollas. ¡Y tu estúpido reloj se adelanta, Trent! ¿Lo sabías? Tu estúpido… —respiré hondo, con un sollozo— …reloj se adelanta.

Me dolía la garganta pero con el movimiento entré un poco en calor. El agua estaba caliente y todo. Jadeé, dejé de nadar y me puse a flotar. Se me empañó la visión cuando me di cuenta de que ya casi había llegado. Pero tenía un gran trozo de hielo en medio y tendría que rodearlo.

Respiré, decidida, cambié el brazo cargado de postura y empecé a mover las piernas. Ya no las sentía pero supuse que se movían porque el saliente de hielo de veinte centímetros de grosor parecía acercarse. Los últimos rayos de luz del barco quemado comenzaban a dejar pequeñas manchas rojas en el hielo, estiré el brazo y toqué el hielo. Me resbaló la mano y solo cogí nieve, después me hundí. Me golpeó una oleada de adrenalina y volví con un par de patadas a la superficie. Trent empezó a escupir y toser.

—Oh, Trent —dije, y se me llenó la boca de agua—. Me olvidé de que estabas ahí. Tú primero. Venga. Sube al hielo.

Utilicé el más que cuestionable apoyo de lo que parecía parte de la barra del casino y subí la mitad del cuerpo de Trent al río helado. Me empezaron a rodar lágrimas por la cara porque al fin podía usar los dos brazos para mantenerme a flote. Me quedé allí, inmóvil, un momento, con las manos insensibles en la nieve y la cabeza apoyada en el hielo. Estaba tan cansada. Trent no se iba a ahogar. Había hecho mi trabajo. Ya podía salvarme.

Estiré los brazos para intentar salir al hielo… y fracasé. Cayó un poco de nieve que hizo charcos en el aguanieve. Cambié de táctica e intenté subir una pierna. No se movió. No podía mover la pierna.

—Está bien —dije, no tan asustada como pensé que debería estar. El frío debía de haberlo dormido todo, hasta mis pensamientos vagaban en una nube. Se suponía que tenía que estar haciendo algo pero no recordaba qué. Parpadeé cuando vi a Trent con las piernas todavía en el agua.

—Ah, sí —susurré. Tenía que salir del agua. El cielo era negro y la noche estaba en silencio salvo por el zumbido que tenía en los oídos y el leve sonido de unas sirenas. La luz de los fuegos era nimia y cada vez se amortiguaba más. No podía mover los dedos y tuve que usar los brazos como si fueran palos para acercar un trozo de barco. Me concentré para no perder el hilo de mis pensamientos y me lo puse debajo para que me ayudara a flotar. Se me escapó un gemido cuando, con su ayuda, conseguí subir una pierna al hielo. Rodé con torpeza y me quede allí jadeando. El viento era como fuego en mi espalda y el hielo estaba calentito. Lo había conseguido.

—¿Dónde está todo el mundo? —dije sin aliento, sentía la piel dura contra el hielo frío—. ¿Dónde está Ivy? ¿Dónde están los bomberos? ¿Dónde tengo el teléfono? —Lancé una risita cuando recordé que estaba en el fondo del río, con mi bolso, y después recuperé la sobriedad al pensar en las personas inconscientes que se iban hundiendo en el agua helada con sus mejores galas para reunirse con él. Joder, sería capaz hasta de besar a Denon, mi antiguo y despreciable jefe de la SI si apareciese.

Cosa que me recordó algo.

—Jonathan —susurré—. Oh, Jooo-ooo-nathan -canturreé—. ¿Dónde estás? Sal, anda, sal de donde quieras que estés, enorme bicho raro.

Levanté la cabeza y me alegré de estar apuntando en la dirección adecuada. Entrecerré los ojos entre el pelo desaliñado y vi una luz donde se encontraba la limusina. Los faros apuntaban al río e iluminaban la destrucción y los trozos de barco que se iban hundiendo. La silueta de Jonathan se recortaba junto al muelle. Sabía que era él porque era la única persona que conocía que era así de alta. Solo que no miraba hacia donde debía. No me iba a ver y yo ya no podía gritar.

Maldición, iba a tener que levantarme.

Lo intenté. De verdad. Pero las piernas no me funcionaban y los brazos se quedaron allí, tirados, sin hacerme ningún caso. Además, el hielo estaba calentito y no me apetecía levantarme. Quizá, si gritaba, me oiría.

Respiré hondo.

—Jonathan —susurré. Mierda, eso no iba a funcionar. Respiré hondo otra vez.

—Jonathan —dije, lo oí entre el zumbido que tenía en los oídos. Levanté la cabeza y vi que no se movía para mirar—. Da igual —dije dejando caer la cabeza otra vez en el hielo. La nieve estaba tibia y me apreté contra ella—. Qué bien —murmuré pero no creo que las palabras llegaran a traspasar mi cabeza y salieran al mundo real.

Tenía la sensación de que el mundo entero estaba dando vueltas y oí el chapoteo del agua. Me acurruqué en el hielo y sonreí. Hacía días que no dormía bien. Exhalé, me dejé llevar por la nada y disfruté del calor de ese sol que de repente brillaba sobre el hielo. Alguien me rodeó con los brazos, sentí que se me caía la cabeza contra un pecho empapado y me levantaron.

—¿Denon? —me oí murmurar—. Ven aquí, Denon. Te debo un beso… muy… grande…

—¿Denon? —repitió alguien.

—Ya la llevo yo, Sa’han.

Intenté abrir los ojos y me deslicé de nuevo en la nada cuando sentí que me movía. Estaba adormilada, no despierta pero tampoco dormida del todo. Después me quedé quieta e intenté sonreír y dormir por fin. Pero no hacía más que sentir un leve pellizco y una palpitación en las mejillas y además me dolían las piernas.

Irritada, empujé el hielo y me encontré con que había desaparecido. Estaba sentada y alguien me estaba dando tortas.

—Ya es suficiente —oí que decía Trent—. Vas a dejarle marcas.

El pellizco se desvaneció y dejó solo la palpitación. ¿Me estaba arreando Jonathan?

—Eh, puñetero cabrón —dije sin aliento—. Como me vuelvas a pegar, me voy a ocupar yo de tu planificación familiar.

Algo olía a cuero. Arrugué la cara, empezaba a recuperar las sensaciones en las piernas y los brazos. Oh, Dios, cómo dolía. Abrí los ojos y me encontré a Trent y Jonathan mirándome. A Trent le chorreaba sangre por el nacimiento del pelo y le caía agua de la nariz. Por encima de sus cabezas vi el interior de la limusina. ¿Estaba viva? ¿Cómo había llegado al coche?

—Ya era hora de que nos encontraras —dije sin aliento, después cerré los ojos.

Oí suspirar a Trent.

—Está bien.

Supongo. Quizá. Comparado con estar muerta, supongo que estaba bien.

—Una pena —dijo Jonathan y lo oí alejarse de mí—. Habría simplificado las cosas si no lo estuviera. Todavía estamos a tiempo de tirarla al agua con los demás.

—¡Jon! —ladró Trent.

En su voz había tanto calor como el que sentía en la piel. Me estaba quemando, coño.

—Me ha salvado la vida —dijo Trent en voz baja—. Me da igual si te cae bien o no, pero se ha ganado tu respeto.

—Trenton… —empezó a decir Jonathan.

—No. —La voz era gélida—. Se ha ganado tu respeto, punto.

Hubo una vacilación y yo me habría dejado llevar por la nada si el dolor en las piernas me hubiera dejado. Además, me ardían los dedos de las manos.

—Sí, Sa’han —dijo Jonathan y yo desperté con una sacudida.

—Llévanos a casa. Llama antes y dile a Quen que le prepare un baño. Tenemos que hacer que entre en calor.

—Sí, Sa’han. —Fue una frase lenta y reticente—. Está aquí la SI. ¿Por qué no la dejamos con ellos?

Sentí un pequeño tirón en el chi cuando Trent invocó una línea.

—No quiero que me vean aquí. No te metas por el medio y pasaremos desapercibidos. Date prisa.

Mis ojos se negaban a obedecerme, pero oí salir a Jonathan y cerrar la puerta. Hubo otro golpe seco cuando se metió por la puerta del conductor y el coche se puso en movimiento con suavidad. Los brazos que me rodeaban se tensaron más y me di cuenta que estaba en el regazo de Trent, el calor de su cuerpo hacía bastante más que el aire por calentarme. Sentí la suavidad de una manta sobre mí. Debían de haberme envuelto en ella por completo porque no podía mover los brazos ni las piernas.

—Lo siento —murmuré, había renunciado a intentar abrir los ojos—. Te estoy mojando todo el traje. —Después lancé una risita al pensar en lo patético que sonaba aquello. Pero si ya estaba empapado—. Tu amuleto celta no vale una mierda —susurré—. Espero que todavía tengas el recibo.

—Cállate, Morgan —dijo Trent con voz distante y preocupada.

El coche aceleró y el sonido pareció arrullarme. Al fin podía relajarme, pensé cuando sentí el cosquilleo de la circulación en los brazos y las piernas. Estaba en el coche de Trent, envuelta en una manta y entre sus brazos. Ese elfo no dejaría que nada me hiciera daño.

Pero no está cantando, cavilé. ¿No debería estar cantando?