Capítulo XXII
EL templo de Atenea, o palacio o lo que fuera, era un poco menos grandioso que el de Zeus. De hecho, nos reunimos con ella en una especie de biblioteca. Había grandes manuscritos enrollados, colocados de pie sobre las estanterías o amontonados en armaritos que se levantaban desde la altura de la cintura hasta el distante techo.
Miles de libros, supongo. Y enormes mesas de piedra colocadas tal y como esperarías en una versión arcaica de una biblioteca pública.
Estábamos nosotros cuatro y Senna. Y el coo-hatch superviviente. Esta vez venía con él su compañero más joven, revoloteando a su alrededor como si hubiera consumido demasiada cafeína.
Atenea estaba sentada en una modesta silla sin plataforma y, por primera vez, desarmada. A sus pies tenía una gran bolsa de tela.
“Mi padre está ocupado,” dijo secamente. “Me concierne a mí oír lo que tiene que decir esta criatura. Y escuchar vuestros informes sobre la gran victoria. Habla, coo-hatch. ¿Por qué habéis vendido vuestra magia a los hetwanos? ¿Por qué habéis luchado contra el Olimpo, que nunca os ha hecho daño?”
El coo-hatch me miró. ¿Era éste el mismo coo-hatch al que le había dado mi libro de química, hace lo que parecían años?
“Nosotros no luchamos contra el Olimpo,” dijo el coo-hatch.
Atenea se inclinó y con un movimiento de sus dedos desgarró la bolsa de tela. Ahí estaba el arma de los coo-hatch.
“Es algún tipo de astuto instrumento para matar a distancia. ¿Niegas que sea tuyo?”
“Nosotros lo hemos fabricado,” dijo el coo-hatch con orgullo. “Podríamos hacer muchos más, y mucho más poderosos. Lo suficientemente poderosos como para echar abajo las mismísimas puertas del Olimpo.”
“¡Mientes!” le cortó Atenea.
“Dice la verdad,” dijo David. “Podrían construir cañones. Podrían usarlos para disparar proyectiles… como, um, como balas. Tan rápidos como los truenos de Zeus. E igual de potentes.”
“Por supuesto,” añadió David, “también podrían situarse alrededor del cráter de Ka Anor, donde volarían en pedazos su ciudad, su morada.”
El coo-hatch no dijo nada.
Atenea asintió. “Ya veo. Un trato con nuestros amigos coo-hatch. Él nos muestra su fuerza y se ofrece a vendernos su lealtad.”
“Los coo-hatch no sirven a Ka Anor,” dijo el extraño alienígena. “Pero tampoco sirven al Olimpo. Los coo-hatch sirven a los coo-hatch.”
“¿Fueron entonces vuestros mugrientos dioses los que os enviaron a atacarnos?” preguntó Atenea.
“El dios del fuego y la diosa del hierro no nos han enviado. Fueron el dios del fuego y la diosa del hierro los que nos trajeron aquí, contra nuestra voluntad, a este universo, lejos de nuestras forjas y nuestras familias. Los coo-hatch reverenciamos al dios del fuego que nos enseñó a trabajar el acero, y a la diosa del hierro, que nos mostró los sagrados metales. Pero ya no les servimos.”
“¿Os rebeláis contra vuestros dioses?” Atenea estaba furiosa. Tan furiosa, me parecía a mí, como si hubieran sido los griegos los que se estaban rebelando contra ella.
“Los coo-hatch son libres,” dijo el coo-hatch. “Queremos volver a casa. En paz, si puede ser. Si no encontramos la forma de volver en paz a nuestras forjas y minas, los coo-hatch atacaran a todos los dioses de Eternia hasta que uno nos deje marchar.”
Vi que Jalil asentía. Observaba al coo-hatch con astuta comprensión.
“El coo-hatch está amenazando a los dioses,” dijo Senna, hablando por primera vez. “Si a los meros mortales se les permitiese abandonar a los dioses, si fueran libres para temer o no temer a sus respectivos dioses, ¿qué ocurriría entonces?”
El argumento caló hondo en Atenea. Estaba claro. Su expresión se endureció. Sus ojos destellaban furia.
“Un traidor a sus dioses hoy, será mañana un traidor a todos los dioses,” la presionó Senna.
“Si el coo-hatch volviera a su propio universo, no sería una amenaza para nadie,” discutió Jalil.
Miré a mi medio hermana. La observé mientras ella observaba a Atenea. El argumento de Jalil no había tenido ningún impacto en la diosa de la sabiduría y la guerra.
Yo sabía lo que decir. Ahora sabía por qué Senna había matado al otro coo-hatch. ¿Pero qué haría Atenea? Puede que matara a Senna. Aquí mismo y ahora. Delante de mí. La pregunta era: ¿era Atenea tan lista y pragmática como parecía? ¿O era sólo otra loca corrompida por el poder?
David tenía razón. Deberíamos haber invertido nuestro tiempo en el mundo real en pensar en ello.
“Puede que Senna diga la verdad,” dije. “Pero ella tiene sus propias razones. Sabia Atenea, esta bruja, mi hermana, mató al otro coo-hatch y habría matado también a éste si hubiera podido.”
Senna no pudo mantener su autocontrol. Me lanzó una mirada de puro odio.
“Senna es una puerta,” continué. “Al menos Loki cree que lo es. Quizá pudiera abrir una vía de escape para los coo-hatch, para que volvieran a su universo. Ella no quiere hacerlo. Pero quizá pueda.”
El coo-hatch se echó a temblar. ¿Era rabia porque Senna hubiera matado a su compañero? ¿O emoción ante la posibilidad de haber encontrado una salida?
“Maté al otro coo-hatch,” dijo Senna fríamente. Había dejado la rabia a un lado, y ya no se le notaba tanto. Pero aún seguía ahí. “Pero no puedo ayudarlos. Si diera mi vida, si me convirtiera en una mera marioneta, sí, podría abrir un portal hacia el viejo mundo. Pero no tengo el poder necesario para abrir un camino hacia un universo en el que nunca he estado.”
“¿Entonces por qué mataste al coo-hatch?”
Y Atenea dijo, “Responde con cuidado, bruja. Tu vida pende de un delicado hilo y yo llevo una espada.”
Senna no le respondió directamente. Se rió con pesar, y agitando la cabeza dijo para sus adentros, “Tenía que pasar. No tiene sentido seguir eludiéndolo. No después de haber llegado tan lejos.”
“¡Habla!” rugió Atenea con una voz que hizo temblar las paredes tan efectivamente como el bramido de su padre.
“Hay otra persona que tiene el poder,” dijo Senna. “Una bruja con poderes más antiguos y más poderosos que los míos. Sirve a Isis. Aquí en Eternia. Ha jurado que jamás utilizará sus poderes con la excepción de… Ha jurado que jamás utilizará sus poderes. Pero es posible que pueda hacer lo que pide el coo-hatch.”
“¿Quién es esa bruja?” dijo Atenea.
“Mi madre,” respondió Senna.