Capítulo XXI

ESTA vez no fuimos a ver a Zeus. Según nos informaron, Zeus se había pasado el día emborrachándose, había vuelto a su forma de águila y volado al sur en busca de doncellas. Dionisio mantenía la fiesta a un ritmo trepidante. El templo de Zeus era una casa de locos.

Christopher dijo, “Así que su gente está ahí abajo muriendo, luchando todo el día por sus patéticos culos y él está fuera pasándoselo bien. Perfecto.”

Nadie salió en defensa del Padre Zeus.

En lugar de eso nos dirigimos exhaustos al Motel 6 del Olimpo, nos arrastramos a nuestros respectivos dormitorios, y caímos en nuestras camas. Senna fue encerrada en una habitación. David le dejó la espada a uno de los sirvientes y le indicó que la usara contra Senna si ella intentaba escapar.

Esperaba dormirme en un instante. Pero me zumbaba la cabeza. Estaba demasiado cansada para dormir. Preguntas. Nada excepto preguntas.

¿Por qué había matado Senna al coo-hatch? ¿Cómo iba yo a avisar a Merlín? ¿Por qué me importaba?

¿Me había salvado Atenea? ¿Me había salvado Dios? ¿Hacía falta preguntárselo siquiera —no ponía Dios una mano en todo, incluso en las acciones de un… lo que sea que fuera Atenea?

Pero no se trataba de eso, y yo lo sabía. Esa no era la cuestión. La cuestión era, ¿por qué la había llamado? ¿Por qué había pedido ayuda a Atenea?

La respuesta era tajante. Y obvia. Porque la había visto. Porque era real. No era necesaria la fe, Atenea existía.

Me perdí en el sueño. Crucé. E incluso allí, en el mundo real, estaban David y Jalil y Christopher. Los cuatro estábamos acurrucados en una fría esquina fuera de la cafetería. Podía ver a la gente dentro, comiendo. Pero sabía que David me había indicado que me uniera a ellos fuera, así que ahí estaba. Fuera tendríamos intimidad. Y nos congelaríamos.

“Hay que planear qué vamos a decirle a Atenea sobre Senna y el coo-hatch,” dijo David.

Jalil y David ya estaban ahí desde un par de minutos antes que yo. Christopher había aparecido justo después de mí. Yo aún me estaba adaptando, absorbiendo las noticias diarias de Eternia. Las imágenes y emociones, unos recuerdos tan reales, tan vívidos, que me encontré buscando las heridas que me había hecho allí, en un cuerpo diferente pero a la vez el mismo.

“Es posible que Atenea ya lo sepa,” advirtió Jalil. “Si es así, y le mentimos, podría volverse contra nosotros en un instante.”

“Puede que haga daño a Senna,” dijo David, sonando tan neutral como podía pero sin engañar a nadie.

“Todo esto es un poco estúpido, ¿no?” me pregunté. “¿Sabéis? Por lo que sabemos, al otro lado ya nos hemos dormido. Puede que nuestros otros ‘yo’ en Eternia estén otra vez despiertos o puede que ahora estemos aquí completos, en el mundo real, y el otro Jalil y el otro David y mi otra yo puede que ya hayan tomado sus decisiones.”

David seguía inexpresivo, y un poco molesto. Jalil dejó que una pequeña sonrisa asomara a sus labios y desapareciera después.

“¿Qué es tan gracioso?” le pregunté bruscamente.

“Nos hemos convertido en un subconjunto,” dijo.

Yo sabía a lo que se refería. O pensaba que lo sabía.

“¿Qué se supone que significa eso?” preguntó David.

Jalil se encogió de hombros y se subió el cuello del abrigo para refugiarse del viento. “Cuando empezamos, nuestro ‘yo’ de Eternia eran una parte de nuestro ‘yo’ del mundo real. Nosotros éramos los reales, ellos eran… no sé. No tan reales. Nosotros vivíamos la vida real y ellos eran personajes de televisión. Ellos, los del otro lado, pensaban constantemente en cómo regresar aquí. Ahora nosotros, aquí, nos preguntamos constantemente qué es lo está pasando allí. Esperamos las actualizaciones. Cuantas más cosas pasan allí, más pequeñas nos parecen nuestras vidas. Ellos están creciendo, y nosotros encogiendo.”

Sus palabras se me iban clavando en el corazón. Quería negarlo. ¿Pero cómo iba a hacerlo? ¿Qué sentido tiene negar la verdad?

“No tiene mucho sentido que tomemos aquí ninguna decisión, April tiene razón,” dijo Christopher. “Allí jugamos a la guerra, puede que las decisiones ya estén tomadas.”

“¿Y bien, qué es lo que se supone que vamos a hacer?” preguntó David. “¿Volver dentro y comernos esa pésima lasaña de verduras? Estamos en mitad de una guerra.”

Jalil agitó la cabeza. “No. Allí estamos en mitad de una guerra. Aquí no. No hay dioses. Ni siquiera tienes una espada, David. Sólo somos April O’Brien y David Levin y Jalil Sherman. Y Christopher Hitchcock, aunque hoy debe de haberse fugado las clases.”

“Mira, en realidad tú fuiste el primero en darte cuenta, David. El instinto te dijo que Eternia se nos iba a merendar. Así que te pusiste a la faena. Admiro ese tipo de intuición. Ya lo sabías, allá en aquel barco vikingo cuando dijiste aquello de ‘¿Qué hay tan importante en el mundo real? ¿Qué va a hacer nunca por nosotros?’. Abrazaste lo inevitable.”

“Que te jodan, Jalil,” dije. Avancé hacia la puerta. Pero me detuve. “Tu soberbia me pone enferma, gilipollas sabelotodo. Eres demasiado guay, ¿no? Siempre dos pasos por delante, sin involucrarte. Para ti todo es un divertido juego. Haces palmas cuando pasa algo interesante. Pero nunca estás en el escenario cuando ocurre.”

“Yo soy como soy,” dijo. Sólo el tono de voz un poco más bajo de lo normal me confirmó que había dado en el clavo.

“¡Y yo también!” grité. “Yo soy como soy. Y voy a seguir siéndolo. Esta soy yo. Esta persona, con este cerebro, este corazón, estas ideas, mis amigos, mi familia, incluso esta deprimente escuela. Mis esperanzas, mis sueños, que por ahora no incluyen ser Juana de Arco defendiendo a un puñado de chiflados autoproclamados dioses. No voy a dejar que Eternia me cambie.”

Jalil no respondió. Sólo se quedó mirando al suelo. Como si yo hubiera dicho algo vergonzoso. Como si hubiera hecho el idiota y él no quisiera ser testigo de mi ridículo.

Tenía la cara roja. Lo sentía. No me importaba. Yo tenía razón.

David dijo, “Bien, eso ha sido muy interesante, pero aún tenemos que pensar qué vamos a decirle a Atenea.” Levantó una mano para silenciar mi objeción. “Aunque hayamos vuelto ya, quizá aún no haya pasado, y éste es un tema importante. Qué decirles sobre Senna y los coo-hatch.”

A través de la ventana vi a Magda y ´Suela y Alison riéndose y comiendo. Hablando sobre chicos. Sobre actuar. Sobre ropa, películas, música, la tele, los profesores. Me estaban guardando un hueco.

“No podemos mentir,” dijo Jalil. “No cuando es posible que Atenea sepa la verdad.”

Debería volver dentro. Mis amigas me esperaban. Debería volver dentro.

En vez de eso, dije “Jalil tiene razón. Y es algo que Senna no se espera, lo que lo hace aún mejor. Aún tiene en la cabeza que de un modo u otro nosotros somos sus aliados. Que estamos en el mismo equipo. Tenemos que…”

Eso es lo último que recuerdo, las últimas palabras que se quedaron en mi cerebro cuando me desperté y tiré de las sábanas con frustración.

“¿Qué?” le grité al sirviente que me había despertado.

“La diosa Atenea solicita su presencia.”