Capítulo    XIV

CORRIMOS hasta que ya no pudimos más. Al menos los caballos nos ayudaron a rodear las montañas de helado. Eso ayudó. Creo que avanzamos mucho, aunque era difícil afirmarlo con seguridad. Sentí que habíamos estado corriendo un interminable trecho.

Un par de hetwanos voladores nos divisaron después de media hora, pero cometieron la estupidez de intentar atraparnos ellos solos, y sólo uno de ellos tenía cerbatana. Los matamos a ambos.

Después de eso tuvimos que derrumbarnos y descansar. Los tres caballos estaban hechos polvo. Igual que los que habíamos ido a pie.

“Creo que hemos conseguido escapar,” anunció Dionisios. “¡Compartamos una copa como celebración!” Y apareció un barril de vino de la nada. Ganímedes se dispuso a abrir el barril.

David dio un par de zancadas, con las piernas rígidas y hecho una furia, levantó la espada y atravesó el barril. La bebida roja comenzó a manar de las grietas abiertas.

“¡No hemos escapado aún, payaso!” gritó David. “¿Crees que los hetwanos van a retirarse pacíficamente para decirle a Ka Anor que han perdido su almuerzo?”

Dionisios parecía conmocionado. Ganímedes frunció su hermoso ceño.

“La bebida no nos hará ningún daño,” protestó Dionisios.

Yo dije, “Ya sabes que yo aprecio el alcohol tanto como cualquiera, pero éste probablemente no sea el momento más adecuado.”

“Estamos en pleno territorio hetwano,” asintió Jalil. “Ellos pueden volar. Ven bien en la oscuridad. Y son un montón. De nuestra parte tenemos cuatro críos, dos dioses, una espada y una navaja.”

“Dos dioses cuyos poderes se limitan a representar una maravillosa fiesta,” murmuré. “No me entendáis mal: en cualquier otro momento, tío, vosotros seríais mis dioses favoritos. Pero ahora mismo un dios de la guerra sería más útil.”

“No os gustaría Ares,” dijo Ganímedes. “Es muy temperamental.”

“Sí, o quizá es sólo que no le gustan los maricas,” dije. Ganímedes puso cara de no entender lo que le estaba diciendo, pero iba a comportarse educadamente y a dejarlo correr.

“Descanso de diez minutos y seguimos adelante,” dijo David. “En ángulo recto desde nuestra posición actual, para despistarlos. Luego nos dirigiremos directamente a…” Calló y miró con severidad a los dioses. “¿A dónde demonios vamos? Christopher dice que podéis sacarnos del país hetwano.”

“Con toda certeza,” dijo Dionisios. “Podemos conduciros al mismísimo Olimpo. Allí todos estaremos a salvo, y ¡oh, qué fiesta vamos a celebrar! Nadie disfruta tanto de mis fiestas como mis compañeros olímpicos.”

“Excepto Ares,” añadió Ganímedes amablemente. “Siempre está demasiado tenso.”

“Sí, bueno,” dijo David, sonando también muy tenso. “¿Hacia dónde queda el Olimpo?”

“Esa es una frase que nunca creías que dirías,” señaló April.

“El Olimpo está…” Dionisios miró a su alrededor, hacia los árboles arrulladores. Entonces señaló un punto. “Por ahí.”

“Hemos venido desde esa dirección,” señaló Jalil, haciendo un esfuerzo por mantener un tono de voz razonable. “Por ahí se va a Ka Anor.”

“Sí, claro. Ganímedes y yo estamos lejos de casa. Estamos en medio de una misión, ¿sabes? Es la época de la cosecha en el país de las hadas. Yo siempre he oficiado la recolecta anual de la uva. Las hadas son muy respetuosas con el Olimpo. Y las hadas hembra…” Puso una mirada lasciva. Aunque la verdad es que casi siempre tenía esa mirada.

“¿Ibais de camino al país de las hadas?” dijo April.

“Y todos sabemos por qué Ganímedes se dirigía hacia allí,” dije con todo mi ingenio.

NdT: La palabra inglesa fairy significa principalmente “hada”, pero también se utiliza despectivamente para referirse a los hombres homosexuales, equivalente al “marica” castellano. De ahí la broma de Christopher.

Ganímedes evidentemente no pilló el chiste o no le importó. “Me separé de Dionisios para visitar a un amigo que hacía mucho que no veía. Los hetwanos me capturaron entonces. Sólo más tarde me reuní con Dionisios, que había sido capturado en la frontera con el país de las hadas. Fue algo inesperado, porque ya habíamos atravesado todo el territorio hetwano, incluyendo la gran ciudad de Ka Anor, sin que nos molestaran.”

“Espera un minuto,” dijo David. “Espera un minuto. ¿Me estás diciendo que el camino hacia el Olimpo atraviesa todo el territorio hetwano?”

“Sí, por supuesto. Así es,” dijo Dionisios. “¿Y ahora, alguien quiere una bebida?”

“Yo. Muchas,” dije.

“Tío, tienes que estar de broma,” dijo Jalil. “¿Para salvar a estos dos, tenemos que pasar por casa de Ka Anor?”

“A través de su palacio, en cierto sentido,” dijo Ganímedes. “Aparentemente los hetwanos han decidido romper su trato con Zeus. Debemos de estar en guerra. De otra forma no nos habrían capturado.”

“Sigamos adelante,” dijo David secamente. “Ya hemos descansado lo suficiente. Los hetwanos deben de suponer que volveremos al país de las hadas. No pueden saber que a nosotros cuatro no nos quieren ni ver por allí. Lo último que se les ocurrirá es que iremos directos hacia Ka Anor.”

“Sí, bueno, eso los sorprenderá,” dijo Jalil con aspereza. “Las tendencias auto-destructivas son siempre inesperadas.”

“¿Cómo demonios vamos a hacernos pasar por insectos?” pregunté. “¿Estáis todos locos? ¿La ciudad de Ka Anor? Estará llena de Ally McBichos y sacos de órganos. ¿Con quién se supone que nos van a confundir? ¿No creéis que destacaremos un poco? Seremos los únicos con los ojos dentro de la cabeza.”

Ganímedes intervino, “Estás equivocado, Christopher. La gran ciudad de Ka Anor está repleta de muchas gentes y nacionalidades distintas. Los mortales acuden allí por negocios de algún tipo. Los hetwanos compran mercancías extranjeras. Y tienen mucho interés en los libros, los artilugios y las máquinas.”

“¿En serio?” se animó Jalil.

“Sí, genial, ahora Jalil quiere ser un hetwano.”

“Puede darnos la ocasión de engañarlos,” dijo. “Tenemos una artilugio: el reproductor de CD.”

“Bien, entonces, hi-ho, hi-friki-ho, hacia Ka Anor, nosotros vamos,” dije. “Me entristece que la pobre y encantadora Senna no esté aquí con nosotros. Pero ella siempre consigue perderse la verdadera diversión, ¿no es cierto?”

Nos dirigimos hacía donde David había sugerido, en ángulo recto desde donde habíamos venido. O al menos lo intentamos, dado que el camino estaba lleno de baches de tamaño monstruoso y bolas de helado gigantes. Por no mencionar a los árboles cantarines.

Después de dos horas, durante las cuales pudimos recorrer una distancia real de entre cinco kilómetros a trescientos metros en línea recta, nos encaminamos hacia el Olimpo.

¿Preocupado? Nah. Me iban a hacer inmortal. Si vivía lo suficiente.