Capítulo VI
ERA bien entrada la tarde. April y yo habíamos desperdiciado gran parte del día encaramados incómodamente al tronco de un árbol.
Los árboles habían suavizado su ‘canción’ a lo largo del día. Ahora casi ni nos dábamos cuenta de que sonaba. Pero aún así manteníamos los oídos bien abiertos porque la última vez que los árboles habían tratado de advertirnos, había pasado algo realmente feo. Eso te convertía en un amante de la naturaleza. Si a los árboles les preocupaba algo más, queríamos saberlo.
“Jalil y yo hicimos un breve reconocimiento del camino por el que vinimos,” anunció David. “Se acerca un buen número de gente desde esa dirección. Quizá unas cien personas en carretas tiradas por caballos. Y los hetwanos van con ellos. Eso es todo lo que pudimos ver.”
“Es suficiente,” asentí. “Vayamos a cualquier otra parte.”
Nos pusimos en marcha, recorriendo penosamente el camino que nos adentraba aún más en territorio hetwano. Hacia el interior del bosque de árboles susurrantes. David decía que los que nos seguían se desplazaban muy lentamente. No hacía falta echar a correr siempre que nos mantuviéramos en movimiento.
El paisaje a nuestro alrededor cambió muy poco, excepto porque quizá los árboles eran más altos y los colores y formas de las hojas un poquito más extremos. Como si en las afueras, este bosque de ‘Lucy in the Sky with Diamonds’ hubiera querido parecer dulce, pero ahora, hacia el interior de sí mismo, pudiera desmelenarse.
“¿Habéis ido alguna vez al sitio ese de las fotocopias?” pregunté a nadie en particular.
“¿A dónde, a Kinko?” preguntó David distraídamente.
“No, al otro. El que no es Kinko. No es una cadena, es independiente, cerca del barrio chino.”
“No,” dijo David. “¿Por qué?”
“Creo que estuve allí buscando trabajo.”
“Eso está bien, tío,” dijo Jalil. “Estás iniciándote en el excitante mundo de la alta tecnología. ¿Crees que te dejarán usar la fotocopiadora?”
“Sí, no se puede comparar con tu excelente carrera de clavar brochetas de acero inoxidable por el culo de los pollos en el Boston Market,” dije.
Jalil se echó a reír. “Hey, a mí no me dejan cocinar los pollos. Yo sólo trabajo en caja y de vez en cuando troceo algún pajarito. Pero necesitas entrenamiento especial para clavar brochetas de acero inoxidable por el culo de un pollo.”
Todos nos reímos. Incluido yo. Se me hacía raro hablar del mundo real mientras nos desplazábamos hacia ninguna parte bajo hojas de color azul brillante y forma afilada que se mecían en la copa de las palmeras.
April empezó a canturrear. Lo hace de vez en cuando. La chica es una especie de actriz o cantante en proyecto. Algún día cuando yo sea un tipo cansado de hombros caídos, vestido con traje y maletín, bajando del metro para ir al encuentro de mi bonito-pero-aburrido coche en el parking de la empresa, April será Celine Dion.
Lo cuál no es un cumplido.
“Oh, tío, Rent no,” gruñí.
April está en el club de teatro. Están ensayando Rent. Y no es que sea ese mi ideal de música, precisamente. Aunque si alguna vez tengo que conducir a alguien a una depresión terminal, le compraré la banda sonora.
“Es una canción muy buena,” dijo April.
“Es sobre una puta con SIDA. El sol aún está alto, y no estamos hambrientos ni muertos. Así que, ¿qué tal algo más alegre que ‘Soy una pobre y penosa prostituta yonqui con SIDA, y voy a morir miserablemente en una alcantarilla pero te amo-o-o-o?”
April me lanzó una falsa sonrisa. “¿Tienes alguna petición? ¿O sólo quieres ser desagradable?”
Lo pensé durante un minuto. “¿Qué tal—?”
“Nada de canciones de series de la tele.”
“Oh. Vale, ¿te sabes algo de Blink?”
“Christopher, eres un idiota. Pero lo digo con cariño. No voy a ponerme a cantar punk mientras ando. Necesitas una banda. Y no estoy hablando de que hagas tú de guitarra.”
“De todas formas, las chicas no cantan rock,” dije, provocándola deliberadamente. “Las cantantes femeninas sólo gimen y lloriquean sobre lo malos que son los hombres.”
“Que raro que ese sea un tema tan popular entre las cantantes,” dijo April secamente. “Quiero decir, ¿cuántas te conocen personalmente?”
Habiéndome sacado unas risas, añadió. “Aquí va, Christopher. Especialmente para ti. Pero tendrás que ocuparte tú de los arreglos sonoros… ‘So no one told you life was gonna be this way’.”
Se puso a cantar el tema de Friends.
Yo la acompañaba haciendo palmas.
Y así atravesamos el bosque de Ka Anor, llevando con nosotros un poco de dulce melodía familiar para consolarnos en ese ambiente extraño.
Desafortunadamente, la parte consoladora terminó en la segunda repetición, cuando los árboles empezaron a aplaudir.
No, no con las hojas. Sólo emitían un sonido como de palmas, en la parte exacta de la canción donde tenían que hacerlo.
Y cuando April se calló de pronto, la melodía, aunque no las palabras, continuaron.
“Los árboles están cantando la canción de Friends,” dijo Jalil.
“Sí.”
“La recuerdan. Como las canciones de los pájaros. Quizá como los loros.”
“No queda tan raro,” dije. “Que la siguiente sea la de Beverly Hillbillies.”
El cielo se estaba oscureciendo. El sol se ponía, arrancando de los árboles largos suspiros. Y ahora, en la creciente penumbra, mientras intentábamos con todas nuestras fuerzas no pensar en dónde nos encontrábamos, algunos de los árboles alienígenas parecían susurrar y murmurar sobre trabajos que son un fraude y vidas estupendas que mueren antes de empezar.
“Debería haberte dejado cantar tu canción yonqui,” murmuré. “Así podríamos haber enviado a Ka Anor de vuelta a su propio universo.”
Ahora que escuchábamos, sin embargo, oíamos otra música. No de los árboles, sino de instrumentos, flautas, a mucha distancia.
Y entonces, más cerca, risas.
“Deben de ser los tipos que vimos detrás de nosotros,” siseó David. “¿Cómo han conseguido alcanzarnos?”
“No veo nada,” dijo April, agachándose instintivamente y fisgoneando a través del amplio espacio entre los troncos de los árboles.
“Hemos estado rodeando los valles y las montañas redondas,” señaló Jalil. “Puede que no sigamos una línea recta.”
“Creo que están en esa dirección,” dijo David, señalando a lo que había sido nuestra izquierda. “Alejémonos de ellos, ángulos rectos desde su línea de avance.”
“¿Línea de avance? ¿Has vuelto a leer a Tom Clancy?”
“Venga, vamos.”
David se dio la vuelta y se quedó congelado. Vi su cara y en seguida me di cuenta, con toda certeza, de que no quería girarme yo también.
De todas formas lo hice. Estaba en lo cierto. No quería ver lo que tenía detrás de mí.
Cuatro hetwanos nos miraban en silencio, con los miembros de su boca moviéndose insaciables.