Sé que no es fácil escribir el elogio que merece la 1virtud y fama de Agesilao, pero sin embargo se ha de intentar, pues no estaría bien que por ser un varón cabal no tuviera, al menos, la suerte de conseguir elogios mucho más modestos.
Realmente, sobre su nobleza, ¿qué elogio mayor y 2más bello se podría decir que el que aún hoy se recuerde que fue el número tal a partir de Heracles, uno de sus ilustres antepasados, y que éstos no fueron simples particulares sino reyes decendientes de reyes[1]? Y ni 3siquiera se le puede reprochar a su nobleza el que realmente sean reyes, pero reyes de una ciudad cualquiera; al contrario, así como su familia es la más estimada de su patria, también su ciudad es la más famosa de la Hélade; de modo que no son primeros entre segundones sino guías de guías.
Por esta fama particular y por la común, su patria 4y su linaje son dignos de elogio. Efectivamente, su ciudad nunca intentó abolir su poder por recelo de los honores presentes que recibían, y ellos, los reyes, nunca tuvieron mayores aspiraciones que aquellas que recibieron con la corona. En verdad, ningún otro régimen democrático ni oligárquico ni tiránico ni monárquico se ha visto perdurar sin división. Únicamente permanece 5incólume esa corona.[2] Existen las siguientes pruebas de que Agesilao era digno del trono antes de acceder al poder. En efecto, tras la muerte del que era rey, Agis, se disputaron la corona Leotíquidas, por ser hijo de Agis, y Agesilao, por serlo de Arquidamo[3], pero la ciudad consideró que Agesilao era preferible, por su linaje y virtud, y lo erigió rey. Y si fue considerado por los mejores digno del cargo más hermoso en la ciudad más poderosa, ¿qué clase de pruebas de su virtud, en el período anterior a la toma del mando, se necesitan aún?
6En consecuencia, voy a explicar ya lo que realizó durante su reinado, pues pienso que a partir de sus obras se hará evidente la nobleza de sus sentimientos. Realmente, Agesilao consiguió la corona cuando aún era joven[4] y, apenas ascendido al cargo, se anunció que el rey de los persas estaba reuniendo una flota y un gran ejército de tierra, al parecer para luchar contra los 7griegos. Cuando los lacedemonios y sus aliados deliberaban sobre estos hechos, Agesilao prometió que, si le daban treinta espartiatas, dos mil neodamodes[5] y un contingente de seis mil aliados aproximadamente, pasaría a Asia (Menor)[6] e intentaría hacer la paz; o bien, si el bárbaro[7] prefería la guerra, le causaría problemas en su expedición contra los helenos. Como el persa 8había invadido antes la Hélade, muchos le admiraron entonces porque deseaba hacer eso mismo, invadir a su vez su país, ya que era mejor combatirlo atacando, que resistiendo, y era preferible gastar en la guerra los recursos de aquella zona antes que los recursos de los griegos; y, especialmente, lo que se consideró más acertado de todo ello fue que se celebrara el combate en Asia (Menor), y no en la Hélade.
Después de hacerse a la mar con la expedición[8], 9¿cómo se podría exponer de un modo más claro la forma en que dirigió la campaña, que contando precisamente lo que hizo? Pues bien, he aquí su primera gestión 10en Asia: Tisafernes juró a Agesilao que, si se hacía una tregua hasta que llegasen los mensajeros que había enviado ante el rey, trataría de conseguirle que se dejaran autónomas las ciudades griegas de Asia; Agesilao juró, a cambio, mantener las treguas sin dolo, fijando para ello un plazo de tres meses. Pero Tisafernes quebrantó 11pronto lo que juró; pues, en lugar de hacer la paz, logró que se le enviara un ejército numeroso de parte del rey, además del que tenía antes. Agesilao, en cambio, aunque se daba cuenta de ello, permaneció fiel a los pactos. En verdad, me parece que ese fue 12el primer gesto noble que realizó, y consiguió que Tisafernes apareciera bien a las claras ante todos como perjuro e infiel, en tanto que él mismo se mostró, primero, como firme cumplidor de los juramentos y consiguió después, por no quebrantar los convenios, que todos, helenos y bárbaros, se pusieran con decisión de su lado cada vez que quería. Y cuando Tisafernes, envalentonado 13con el ejército que había llegado del interior, amenazó a Agesilao con la guerra si no se retiraba de Asia (Menor), los aliados y los lacedemonios presentes manifestaron claramente su descontento, pues pensaban que la fuerza actual de Agesilao era inferior a la dotación del rey. Pero Agesilao, con la sonrisa en el rostro, ordenó a los embajadores que comunicaran a Tisafernes el gran favor que le debía porque con su perjurio, él acababa de ganarse a los dioses como enemigos y los había hecho aliados de los helenos.
14Después de esto, anunció inmediatamente a los soldados que se preparasen para una expedición, y ordenó a las ciudades por las que necesariamente iba a pasar en su marcha contra Caria que abasteciesen su mercado. Mandó también a jonios, eolios y helespuntios que le enviasen a Éfeso los soldados que iban a unirse a su expedición.
15Tisafernes, como Agesilao no tenía caballería, y Caria no era tierra de caballos, y creía, además que estaba enojado con él por haberle engañado, pensando que realmente se lanzaría sobre sus posesiones de Caria, mandó pasar allí a toda su infantería y llevó la caballería a la llanura del Meandro[9], en la idea de que podría aplastar a los griegos con su caballería antes de que 16llegaran a las zonas inaccesibles a ella. Pero Agesilao, en lugar de ir a Caria, dio la vuelta y marchó inmediatamente sobre Frigia. Avanzaba sumando todas las fuerzas que encontraba a su paso; sometía las ciudades y se apoderaba de muchísimas riquezas atacando de improviso. 17Así pues, se consideró que había realizado esta campaña con mucha habilidad militar, porque, una vez que se declaró la guerra y, por ello, el engaño se tornó pío y justo, dejó a Tisafernes como un niño en las artes del engaño y se tuvo entonces como prudente que enriqueciera a los amigos con su astucia, pues como se vendían 18todos los bienes casi regalados por ser muchas las riquezas capturadas, ordenó a los amigos que las compraran diciéndoles que muy pronto vendría con su ejército a la costa. Luego mandó entregar las riquezas a los vendedores del botín[10] anotando el precio de compra. De modo que, sin adelantar nada ni perjudicar el interés público, todos sus amigos recibieron muchísimo dinero. Por otro lado, cada vez que los desertores decidían 19pasar información sobre los tesoros que se enviaban al rey, cuidaba también de que sus amigos los capturaran para que se enriquecieran al mismo tiempo que se hacían famosos. Por eso, pronto logró que muchos desearan su amistad.
Como sabía que una región saqueada y desierta no 20podía sustentar un ejército mucho tiempo, mientras que la habitada proporciona constantemente alimento si se cultiva, no sólo procuraba someter por la fuerza a los contrarios sino también captárselos con su mansedumbre. Muchas veces advertía a los soldados que no los 21castigaran como si fueran malvados, sino que los vigilaran como hombres que eran; y frecuentemente, cuando cambiaba de campamento, si veía abandonados a niños muy pequeños de los mercaderes, que muchos vendían con el pretexto de que no podían llevarlos consigo y mantenerlos, cuidaba de que fueran recogidos en sitios determinados[11]. A su vez, ordenaba cuidar a los prisioneros 22ancianos, que eran abandonados a causa de su vejez, para que no fueran presa de perros y lobos. De modo que no sólo los que conocían ese proceder, sino incluso los mismos prisioneros, lo miraban con simpatía. Excluía de todas las ciudades que ganaba para su bando los servicios que los esclavos deben a sus dueños, pero exigía la obediencia que los libres deben a sus gobernantes. También sometió con su humanidad murallas inexpugnables por la fuerza.
23Por otro lado, después de no conseguir acampar en la llanura por impedírselo la caballería de Farnabazo, decidió dotarse de una propia de modo que no tuviera que huir[12] luchando. Así preparó un catálogo de los hombres más ricos de las ciudades de aquella zona en 24la cría de caballos. Y dispuso que quien presentara caballo, armas y el jinete adecuado se le permitiría no participar en la campaña. De esta manera consiguió que cada uno lo pusiera en práctica con gusto, como si buscase con afán a la persona que fuese a morir en su lugar. También dio órdenes a las ciudades que debían preparar jinetes, con la intención de que con prontitud se formaran criadores de caballos, personas llenas de orgullo obsesionadas con la hípica. En la realidad vio que lo conseguía admirablemente, porque se prepararon contingentes de caballería y pronto se logró un cuerpo fuerte y activo.
25Después que empezó a despuntar la primavera[13], concentró todo el ejército en Éfeso. Como quería ejercitarlo, propuso premios para los escuadrones de caballería que mejor montaran y los hoplitas que tuvieran mejor preparación física. También propuso premios para los peltastas y arqueros que se considerasen los mejores en las actividades correspondientes. Con este entrenamiento se podían ver los gimnasios abarrotados de hombres que se ejercitaban, el hipódromo lleno de jinetes a caballo montando y a los lanzadores de jabalina y a los arqueros, tirando al blanco. Convirtió la ciudad 26entera, en la que estaba, en un espectáculo digno de verse. Efectivamente, la plaza estaba abarrotada de todo tipo de armas y de caballos en venta y todos los caldereros, carpinteros, herreros, zapateros y pintores preparaban armas, de modo que habrías creído que realmente la ciudad era un taller de guerra[14]. Se confortaba 27uno al ver aquel espectáculo, primero a Agesilao, y luego, a los demás soldados coronados que iban, desde los gimnasios a sus lugares, ofrendando las coronas a Ártemis. Pues donde los hombres veneran sinceramente a los dioses, se ejercitan en la guerra y se preocupan de la disciplina ¿cómo no va a ser lógico que allí todo esté lleno de grandes esperanzas?
Como sabía también que el desprecio por los enemigos 28infunde cierta confianza en el combate, ordenó a los heraldos que los bárbaros apresados por los piratas se pusieran en venta desnudos. Y así, los soldados, al verlos descoloridos, porque nunca se desvestían para ejercitarse, y gordos y flojos, porque siempre andaban en vehículos, pensaron que la guerra no era diferente en absoluto de un combate que hubiera que sostener contra mujeres. Asimismo, advirtió a los soldados que los conduciría inmediatamente por el camino más corto contra los lugares más próperos de la comarca, para que allí mismo preparasen su cuerpo y mente para la lucha. Tisafernes, en realidad, pensó que decía eso porque 29quería engañarlo otra vez, pero que ahora atacaría de verdad Caria. En consecuencia, hizo pasar el ejército de tierra a Caria, como antes, y desplegó la caballería en la llanura del Meandro. Pero Agesilao no mintió y, según lo anunciado, avanzó inmediatamente hacia la zona de Sardes y, caminando durante tres días por zonas libres de enemigos, consiguió muchas provisiones para su ejército; pero al cuarto día llegaron los jinetes enemigos. 30El jefe dijo al que mandaba la sección de bagajes que cruzase el río Pactolo y acampase, mas al ver a los acompañantes de los griegos dispersos en busca de saqueo, mataron a muchos de ellos. Al darse cuenta Agesilao, ordenó a su caballería acudir en su ayuda. Los persas, cuando vieron las tropas de socorro, se concentraron y formaron en frente con numerosísimos escuadrones 31de caballería. Entonces, Agesilao, que sabía que la infantería enemiga aún no estaba allí y que, en cambio, a él no le faltaba ninguna de sus efectivos, consideró oportuno trabar combate si era posible.
Así, tras hacer el sacrificio, llevó inmediatamente su formación contra los jinetes que estaban formados en frente, ordenó a las diez clases más jóvenes de los hoplitas avanzar a la carrera contra ellos, mandó a los peltastas marchar delante corriendo, y anunció también a los jinetes que atacaran y que él con todo su ejército 32los apoyaría. Los mejores de los persas resistieron a los jinetes; mas, cuando el conjunto de todas las fuerzas se presentó ante ellos, cedieron pronto y algunos cayeron al río y otros huyeron. Los griegos los persiguen y toman incluso su campamento. Los «peltastas», como es lógico, se entregaron al saqueo. Agesilao colocó todas las fuerzas, amigas y enemigas en círculo y acampó alrededor de ellas.
33Cuando oyó que los enemigos andaban revueltos por las acusaciones mutuas sobre lo sucedido, inmediatamente marchó a Sardes. Y allí, al mismo tiempo que incendiaba y saqueaba los alrededores de la ciudad, pregonaba por medio de sus heraldos que se presentasen ante él como aliados los que reclamaban la libertad; pero que se presentasen con las armas cuantos creían que 34Asia era de su propiedad. Y como nadie salió a enfrentarse, prosiguió ya su campaña sin ningún temor; al contrario, viendo a los griegos, que antes eran obligados a arrodillarse[15], honrados por aquellos por quienes se consideraban oprimidos, y en cuanto a los que se consideraban dignos de recibir honores hasta divinos, haciendo que éstos no pudiesen ni siquiera mirar de frente a los griegos; y dejando, en fin, la zona aliada libre de saqueos, y la de los enemigos, en cambio, tan esquilmada, que en dos años ofreció como diezmo al dios de Delfos más de cien talentos.
Por otra parte, el rey persa, como creyó que Tisafernes 35era el culpable de la mala situación de su territorio, envió a Titraustes y le cortó la cabeza. Después de este hecho, las fuerzas de los bárbaros quedaron más postradas aún y mucho más reforzadas las de Agesilao. Efectivamente, le enviaban embajadas de todos los pueblos buscando alianzas; muchos, incluso, se pasaron a él porque ansiaban la libertad. De modo que Agesilao era ya el jefe no sólo de los griegos sino también de muchos bárbaros.
Asimismo, es digno de admiración sobrehumana desde 36entonces; pues, aunque mandaba en multitud de ciudades del continente, aunque mandaba en algunas islas, desde que su ciudad le añadió la flota, aunque crecía en fama y poder y le era posible emplear muchos y valientes soldados como quisiera, y lo que es más importante que eso: aunque planeaba y esperaba destruir el imperio que había luchado antes contra la Hélade[16], sin embargo, no se dejó dominar por nada de esto, sino que cuando le llegó de las autoridades de su patria la orden de acudir en su ayuda, obedeció a la ciudad no de otra forma a como si estuviera casualmente él sólo ante los cinco éforos en el local de reuniones[17]; dejando muy claro que no aceptaría ni toda la tierra en lugar de su patria, ni los nuevos amigos en lugar de los antiguos, ni ganancias indignas y sin riesgo antes que las honestas y justas aunque vayan acompañadas de peligros.
37Durante todo el tiempo que permaneció en el poder, ¿cómo no iba a demostrar que su conducta era propia de un rey digno de alabanza, quien, cuando se encargó de las ciudades sobre las que iba a mandar —que estaban todas revueltas por cambios en los regímenes políticos después que los atenienses dejaron su imperio—, se embarcó y actuó de modo que sin destierros y muertes, mientras él estuvo presente, permanecieron las ciudades 38gobernadas con harmonía y prosperidad? Por ello, los griegos de Asia (Menor) se apenaron cuando marchó porque lo consideraban no sólo su jefe sino también su padre y compañero. Y, al final, probaron que no ofrecían una amistad fingida, pues algunos vinieron voluntariamente con él en ayuda de Lacedemonia, y eso, sabiendo que sería preciso combatir contra hombres no inferiores a ellos mismos. Ése fue, pues, el fin de sus actividades en Asia.
2Después de atravesar el Helesponto, pasó por los mismos pueblos por los que había pasado el persa con multitud de tropas, y el trayecto que recorrió el bárbaro en un año, ese mismo lo realizó Agesilao en menos de un mes[18], pues estaba totalmente decidido a no llegar 2tarde en socorro de su patria. Cuando dejó Macedonia, llegó a Tesalia, y los lariseos, crannonios, escotuseos y farsalios, que eran aliados de los beocios, y todos los tesalios, en general, salvo aquellos que se encontraban entonces en el destierro, le perseguían y molestaban. Hasta entonces, él llevaba el ejército en cuadro[19] con la mitad de los jinetes a vanguardia y la otra mitad a retaguardia; pero cuando los tesalios le impidieron la marcha acosando a su retaguardia, manda a la cola al cuerpo de caballería que iba en cabeza, excepto los de su guardia personal. Cuando formaron en frente unos 3de otros, los tesalios, pensando que no era un buen lugar para luchar la caballería contra los hoplitas, se volvieron lentamente y los demás los siguieron con cautela. Agesilao se dio cuenta de los fallos de ambos y manda a los valerosos jinetes de su escolta y ordena también comunicar a los demás que los persigan con brío y no les dejen ya dar la vuelta. Los tesalios, cuando los vieron avanzar sin esperarlo, algunos de ellos ni siquiera se volvieron y otros que intentaron dar la vuelta, como tenían la caballería de costado, fueron cogidos prisioneros. Sin embargo, el jefe de la caballería, el farsalio 4Policarmo, se volvió y murió luchando con los de su escolta. Al ocurrir esta muerte, se produjo una fuga precipitada, y, en consecuencia, algunos fueron muertos y otros apresados vivos, pues no se detuvieron hasta que llegaron al monte Nartacio. Y, por fin, entonces 5Agesilao erigió un trofeo entre el Prante y el Nartacio y se quedó allí muy contento con la hazaña, ya que había vencido a enemigos que se jactaban de su caballería con la suya improvisada.
Al día siguiente, después de pasar los montes aqueos de Ftía[20], empleó todo el resto del día en la marcha hasta la frontera de Beocia por tierras amigas. Allí se 6encontró de frente con las formaciones de tebanos, atenienses, argivos, corintios, enianes, eubeos y locros[21] de ambos lados; mas no dudó, sino que formó también en frente, en un lugar bien visible, con una sección y media de lacedemonios, de los aliados de aquella zona con solamente focenses y orcomenios, y con el resto del 7ejército que había traído consigo. Y no voy a decir que, teniendo muchos menos y muy inferiores, a pesar de eso, atacó, pues si lo dijera, presentaría a Agesilao como un insensato y a mí mismo como un tonto por elogiar al que se expone con ligereza a los mayores peligros, sino que admiro mucho más en él lo siguiente: que se preparó un número en nada inferior al de los enemigos y lo equipó de tal manera que parecía todo 8bronce y todo púrpura. Se preocupó de que los soldados estuvieran en disposición de soportar las fatigas; llenó también sus almas de valor para que fueran capaces de luchar contra quienes hiciera falta; infundió, además, emulación en los que le acompañaban para que cada uno se mostrara como el mejor; los llenó también a todos con la esperanza de que obtendrían muchos bienes, si eran valientes, pues pensaba que hombres de tales sentimientos combaten decididamente contra los enemigos. 9Y, en verdad, no se equivocó.
Pero voy a describir la batalla[22]. Realmente fue cual ninguna otra de nuestra época. Se reunieron en la llanura de Coronea, los de Agesilao, del lado del Cefiso, y los de los tebanos, del lado del Helicón. Se veían muy iguales ambas formaciones; la caballería era también casi igual en número. Agesilao ocupaba el ala derecha de su ejército; los orcomenios eran los últimos de su ala izquierda. A su vez, los tebanos estaban a la 10derecha y los argivos ocupaban su ala izquierda. Ambos venían al encuentro en medio de un silencio total. Y cuando distaban entre sí casi un estadio, dando los tebanos el alalá[23], se lanzaron juntos a la carrera. Cuando aún quedaban por medio unos tres pletros[24], salieron a su encuentro, de la formación de Agesilao, los soldados que mandaba Herípidas (eran éstos unos poeos 11de su patria que hicieron la campaña con él y, además, algunos de la expedición de Ciro[25]), y a continuación los jonios, eolios y helespuntios. Todos éstos fueron los que atacaron juntos a la carrera y, al llegar a tiro de lanza, hicieron retroceder a los de su lado. Mas los argivos no resistieron a los de Agesilao, sino que huyeron al Helicón. Entonces, algunos extranjeros iban ya a coronar a Agesilao, cuando uno le anunció que hay tebanos entre los del bagaje y que han dividio en dos grupos a los orcomenios. Inmediatamente, él desplegó la formación y los llevó contra ellos. A su vez, los tebanos, cuando vieron a los aliados que habían huido al Helicón, avanzaron con decisión, pues querían abrirse paso por medio hacia los suyos. Entonces se puede calificar 12sin ambigüedades a Agesilao de valiente, pero, en cambio, no tomó la decisión más segura. En efecto, aunque podía dejarles que se abriesen paso, seguirlos después y someter a la retaguardia, no lo hizo, sino que irrumpió de frente contra los tebanos y, una vez entrechocados los escudos, se acosaban, luchaban, mataban y morían. No había estruendo ni silencio realmente, sino el propio de la saña del combate. Por fin, algunos tebanos escaparon hacia el Helicón, y muchos murieron en la retirada.
13Después que la victoria se inclinó a favor de Agesilao y éste fue llevado herido junto a su formación, se le acercaron algunos jinetes para decirle que había dentro del templo ochenta soldados enemigos armados y le preguntaron qué se debía hacer. Aunque tenía muchas heridas por todo el cuerpo y de toda clase de armas, sin embargo no se olvidó del precepto divino, y ordenó que les dejaran marchar a donde quisieran y no permitió que los molestaran e, incluso, mandó a los jinetes de su escolta que los acompañaran hasta que estuvieran a salvo[26].
14Al término del combate, se podía ver la tierra donde se enfrentaron empapada en sangre, cadáveres de amigos y enemigos que yacían unos junto a otros, escudos destrozados, lanzas rotas, puñales sin sus vainas: unos en el suelo, otros en los cadáveres, otros aún en 15las manos. Entonces (pues ya era muy tarde), tras arrastrar los cadáveres del enemigo al interior de la formación, cenaron y se acostaron. Muy temprano ordenó al polemarco[27] Gilis formar el ejército y erigir un trofeo[28] y a todos los soldados ofrecer coronas al dios[29] y a los 16flautistas tocar la flauta. Ellos hacían esto. Los tebanos, en cambio, enviaron un heraldo para pedir una tregua y enterrar los cadáveres; entonces se pactaron las treguas y Agesilao se retiró a su patria, ya que prefería mandar y ser mandado en ella cumpliendo las leyes de su patria a ser el más importante en Asia (Menor).
Después de este hecho, hizo una expedición contra 17los argivos cuando estaban recogiendo sus frutos porque se habían anexionado Corinto y habían iniciado la guerra muy alegremente; y, saqueada toda la región, al punto pasó desde allí, por un desfiladero, hacia Corinto, derriba la muralla que se extiende sobre el Lequeo y, una vez abiertas las puertas del Peloponeso, regresó a su patria para asistir a las Jacintias[30]. Allí participó en la composición de un peán[31] en honor del dios, que le había encargado el director de un coro.
Más tarde se enteró de que los corintios guardaban 18todo el ganado en el Pireo y que cultivaban y recolectaban toda la zona del puerto y, lo que consideraba más importante, que los beocios, partiendo de Creusis, por esa zona, ayudaban fácilmente a los corintios.
Emprendió, pues, una expedición contra el Pireo; pero, al ver que estaba defendido por muchos y que la ciudad cedería antes trasladó el campamento a la villa después del almuerzo. Informado de que por la noche 19habían acudido en socorro de la ciudad con todas las fuerzas del Pireo, volvió por sorpresa al amanecer y tomó el Pireo que se hallaba sin vigilancia, se apoderó de todo lo que había dentro y, además, de la muralla que se había levantado. Una vez hecho esto, se retiró a su patria.
20Mas como los aqueos estaban ansiosos por concluir una alianza común y exigían que hicieran con ellos una campaña a Acarnania***[32] y atacando los acarnanios en unos desfiladeros, [con las tropas ligeras] tomando previamente las alturas que estaban sobre ellos trabó combate y, después de dar muerte a muchos de ellos, erigió un trofeo y no paró hasta hacer a los acarnanios, 21atolios y argivos amigos y aliados de los aqueos. Cuando los enemigos enviaron embajadores porque deseaban la paz[33], Agesilao se opuso a ella hasta forzar a las ciudades a que acogieran en sus patrias a los corintios y tebanos desterrados por ser partidarios de los lacedemonios. Más tarde consiguió, a su vez, que regresasen los fliasios desterrados por la misma causa, emprendiendo una campaña contra Fliunte. Sin duda habrá razones para criticar estos hechos, pero es evidente que fueron realizados por simpatía con sus partidarios.
22Cuando los contrarios condenaron a muerte a los lacedemonios que se hallaban en Tebas, también emprendió una campaña contra ella para socorrerlos[34]. Encontrando toda la zona protegida con fosos y empalizadas, pasó Cinoscéfalas y saqueó la comarca hasta la capital, dispuesto a luchar contra los tebanos donde quisieran, tanto en la llanura como en el monte. Al año siguiente salió de nuevo con otra expedición contra Tebas y, después de pasar las empalizadas y fosos de Escolo, saqueó el resto de Beocia.
23Tanto él como la ciudad fueron afortunados en los hechos ocurridos hasta este momento. Mas cuantos fracasos sobrevinieron después, nadie puede asegurar que se debieran a que Agesilao detentaba el liderazgo. En cambio, tras el desastre de Leuctra[35], cuando sus rivales junto con los mantineos, unidos ya todos los beodos, arcadios y eleos, dieron muerte a sus amigos de Tegea y a los extranjeros, emprendió una expedición con sólo las fuerzas lacedemonias, precisamente en un momento en que muchos pensaban que los lacedemonios no podrían salir ni siquiera de su país por mucho tiempo. Después de saquear la comarca de los asesinos de sus amigos, entonces se retiró de nuevo a su patria.
Más tarde emprendieron una expedición conjunta[36] 24contra Lacedemón los arcadios, argivos, eleos y beocios, y con ellos, los focenses, los locros, de ambos lados, tesalios, enianes, acarnanios y eubeos; además, habían desertado los esclavos y muchas ciudades vecinas de los alrededores; de los propios espartiatas no eran menos los que habían perecido en Leuctra, que los que quedaban y, sin embargo, defendió la ciudad a pesar de que estaba sin murallas, no llevando a los enemigos a donde tenían mayores ventajas en todo, sino a donde las iban a tener sus ciudadanos: apostándolos con decisión y pensando que serían rodeados por todas partes si salían a zona abierta, pero que dominarían completamente en zonas estrechas y elevadas. Después de la retirada de la expedición, ¿cómo 25no se va a decir que se comportó con gran discreción?; pues, cuando la vejez le impedía servir a pie o a caballo, pero veía que la ciudad necesitaba dinero si pensaba atraerse algún aliado, se impuso a sí mismo la obligación de conseguirlo; y lo que podía, lo realizaba quedándose en su patria, pero lo que era oportuno, no dudaba en buscarlo, ni se avergonzaba de salir como embajador en lugar de estratego, siempre que lo consideraba útil para su ciudad.
No obstante, en sus funciones de embajador realizó 26hazañas propias de un estratego, pues Autofrádates, que sitiaba en Aso a Ariobárzanes, su aliado, emprendió la huida por temor a Agesilao. A su vez, Cotis, que sitiaba Sesto, entonces aún de Ariobárzanes, también dejó el asedio y se alejó. De modo que no le habrían faltado razones para erigir un trofeo sobre sus enemigos por su actuación como embajador. Asimismo, Mausolo[37] que con cien naves sitió por mar esas dos zonas, no ya por temor sino por 27persuasión, se retiró a su patria***. Allí realizó cosas dignas de admiración. En efecto, tanto los que se consideraban bien tratados por él como los que le rehuían le dieron dinero. Y, por cierto, Taco y Mausolo, que también dio dinero a Lacedemón movido por su anterior condición de huésped de Agesilao, le enviaron a su patria con una magnífica escolta.
28Después de esto, cuando ya tenía unos ochenta años, se enteró de que el rey de Egipto deseaba combatir contra el persa con muchos infantes, muchos jinetes y mucho dinero; escuchó muy contento la noticia de que venía 29a buscarle y aceptó la dirección de esa campaña, pues con esa incursión pensaba devolver al egipcio el favor que había hecho a Lacedemón, dejar libres de nuevo a los griegos de Asia Menor e imponer un castigo al persa por los agravios anteriores y por haber ordenado, hacía poco, independizar 30Mesenia cuando se proclamaba aliado. Sin embargo, dado que el que le había mandado llamar no le confiaba el mando, Agesilao, sintiéndose víctima de un gran engaño, meditaba qué debería hacer. A continuación, primero, una parte de los egipcios que se habían alineado en dos bandos se separaron del rey, y luego, lo abandonaron también todos los demás; el rey, aterrorizado, huyó a Sidón de Fenicia, y los egipcios en luchas internas eligieron 31a dos reyes. Agesilao se dio cuenta entonces de que nadie le libraría el sueldo de los griegos, si no tomaba partido por ninguno de los dos bandos; se dio cuenta, asimismo, de que ninguno le aprovisionaría, y de que el que venciera de los dos ése sería su enemigo, si se unía al otro, y si éste tenía éxito, naturalmente sería su amigo. En consecuencia, después de examinar cuál de los dos parecía simpatizar más con los griegos, luchó de parte de éste, sometió el bando hostil a los helenos, derrotándolo en una batalla, y aseguró el poder del primero. Una vez que lo convirtió en aliado de Lacedemón y que consiguió, además, mucho dinero, entonces zarpó para su patria aunque era pleno invierno[38], dándose prisa para que la ciudad no quedara inactiva en el verano siguiente frente a sus enemigos.
Se han relatado ya todos esos hechos realizados por 3él en presencia de muchísimos testigos, por lo que no se necesitan pruebas, sino que sólo basta mencionarlos y al punto se creen. Ahora, en cambio, voy a intentar mostrar la virtud de su alma, gracias a la cual realizó estos hechos, ansiaba todo lo hermoso y se apartaba de todo lo vulgar.
Verdaderamente, Agesilao respetaba tanto lo divino, 2que los enemigos consideraban sus juramentos y sus pactos más fieles, incluso, que la amistad entre ellos mismos*** vacilaban en unirse y, en cambio, se ponían en manos de Agesilao.
Para que nadie tenga dudas, quiero dar los nombres de las personas más conocidas. Así, el persa Espitrídates, 3que sabía que Farnabazo trataba de casarse con la hija del rey y pretendía conseguir a su hija sin matrimonio, se sintió ultrajado y se puso bajo la protección de Agesilao 4con su esposa e hijos y todos sus bienes. El jefe de los paflagonios, Cotis, no obedeció al rey cuando le ofrecía su amistad[39] y, temiendo que, una vez apresado, tuviera que pagar una gran suma de dinero o que fuese muerto, confiado también en los pactos de Agesilao, vino a su campamento, concluyó una alianza y prefirió luchar del lado de Agesilao con sus mil jinetes y sus dos mil peltoforos5[40]. Asimismo, Farnabazo llegó a tratar con Agesilao y convino que se separaría del rey, si no le nombraba general de todo el ejército, «mas si yo llego a ser general, afirmó, lucharé contra ti, Agesilao, con todas las fuerzas que pueda»; y, al decir eso, estaba seguro de que no le ocurriría nada que fuese contra la tregua. ¡Tan grande y hermoso bien es para todos los hombres, e incluso para un general, ser piadoso y fiel y saber que uno lo es! Baste esto sobre su piedad.
4Y acerca de su justicia en cuestiones de dinero, ¿puede haber pruebas meyores que las siguientes? En efecto, nunca jamás confesó nadie haber sido privado de algo por Agesilao; en cambio, muchos reconocieron haber sido favorecidos con muchas cosas. Y a quien le era agradable dar de lo suyo en beneficio de la Humanidad, ¿cómo ése mismo iba a quitar lo ajeno y ser criticado por ello? Realmente, si hubieses ambicionado riquezas, le hubiera resultado mucho más fácil guardar las suyas, que tomar las 2que ocasionan inconvenientes. Y, evidentemente, quien no quiere defraudar en los favores, que no conllevan penas para quien no los devuelve, ¿cómo iba a querer quitar lo que la ley prohíbe? Y Agesilao consideraba injusto no sólo no devolver los favores, sino incluso el no hacerlo en mayor proporción que quien tiene mayores posibilidades. ¿Cómo se le iba a acusar con razón de sustraer los bienes 3públicos a él que entregaba a su patria, incluso, los obsequios que debía guardar para sí? ¿No es también una prueba contundente de su falta de ambición, cuando podía, si quería favorecer a la ciudad o a los amigos, ayudarlos con dinero tomado de otros? Realmente, si hubiera 4vendido los favores o hecho beneficios a sueldo, nadie habría pensado que le debía nada. Mas los que son tratados con gran generosidad siempre sirven con gusto a su bienhechor, tanto por ser tratados con generosidad como por creer que vale la pena que los consideren como un depósito de agradecimiento[41]. A su vez, quien eligió tener 5menos con nobleza, que más con injusticia, ¿cómo no iba éste a huir abiertamente de ganancias reprobables? Por cierto, cuando la ciudad dictó sentencia de que le pertenecían todos los bienes de Agis[42], él repartió la mitad entre sus familiares por línea materna, porque veía que lo necesitaban. De esta verdad es testigo toda la ciudad lacedemonia. Y, cuando Titraustes le ofreció muchísimos 6regalos si se retiraba del país, Agesilao respondió: «Oh Titraustes, entre nosotros se considera que es más hermoso para el que manda enriquecer a su ejército, que a sí mismo, e intentar apoderarse del botín enemigo más que recibir obsequios».
Por otra parte, ¿se sabe que Agesilao haya sido dominado 5por algún placer de cuantos dominan a la mayoría de los hombres? Él creía una obligación apartarse de la embriaguez, igual que de la glotonería, y del exceso de alimentos superfluos, igual que de una falta.
Aunque recibía doble ración en las comidas, no consumía ambas, sino que las distribuía y no dejaba para sí ninguna, porque pensaba que se le daba doble al rey, no para saciarse, sino para poder distinguir, incluso con ello, 2a quien quisiera. En verdad, no se entregaba al sueño como a un déspota, sino obligado por la necesidad, y si no tenía el lecho más humilde de los presentes, no eran secretos sus reparos, pues reconocía que al jefe no le convenía ser superior a los particulares en molicie, sino en 3entereza. Sin embargo, no se avergonzaba de tener más de las cosas siguientes: sol en verano y frío en invierno. Y verdaderamente, si alguna vez el ejército debía aguantar fatigas, él voluntariamente las soportaba con los demás, pues pensaba que todo esto era un consuelo para los soldados. En una palabra, Agesilao presumía de las fatigas y nunca se entregaba a la molicie.
4Por otro lado, sobre su continencia en los placeres amorosos, ¿no es digno de ser recordado con asombro, aunque no fuese más que por ella? Realmente, se puede decir que es muy humano el no querer privarse de ellos. Por cierto, él se enamoró de Megabates, hijo de Espitrídates, como un temperamento muy impulsivo podía amar al joven más bello. Ahora bien, cuando, según costumbre persa de dar un beso a las personas que estiman, Megabates intentó besar a Agesilao, abiertamente luchó con todas sus fuerzas para impedir que le besara. ¿No es éste 5un noble rasgo de máxima moderación? Como Megabates se consideraba ofendido y en adelante no intentó jamás besarle, él habló con uno de los camaradas para que persuadiera a Megabates a seguir estimándolo. Al preguntarle si, en el caso de que Megabates fuese convencido, le daría el beso, entonces Agesilao se quedó un momento callado y después dijo: «¡Por los dos dioses[43], no, aunque ahora mismo yo me convirtiese en la persona más hermosa, fuerte y veloz! ¡Juro solemnemente por todos los dioses que prefiero entablar otra vez la misma lucha a que se me convierta en oro todo cuanto veo!»
No ignoro, por supuesto, ciertas sospechas de algunos, 6pero creo saber que la mayoría puede vencer a sus enemigos mejor que a tales personas; mas si pocos lo saben, puede ser que desconfíen muchos. Lo que todos sabemos es que los actos de los hombres más ilustres pasan menos inadvertidos, pero que Agesilao hubiera hecho tal cosa nadie le notificó por haberlo visto, ni, al parecer, lo habría afirmado basándose en conjeturas dignas de crédito, ya que, en sus viajes, no se hospedó en ninguna casa 7particular, sino siempre en un santuario, donde era imposible que ocurriera algo semejante, o al aire libre, de modo que los ojos de todos los hombres se convertían en testigos de su moderación. Por ello, si yo falseara los hechos contra lo que sabe la Grecia entera, no contribuiría en absoluto a su elogio y, al mismo tiempo, labraría mi propio desprestigio.
A su vez, me parece que dio pruebas nada confusas 6de su valor, ya que siempre se ofreció a su ciudad y a la Grecia entera para la lucha contra los enemigos más poderosos y, en sus enfrentamientos con ellos, formó siempre en primera fila. Realmente, consiguió la victoria donde 2los enemigos quisieron trabar batalla con él no haciéndoles huir por miedo, sino que, imponiéndose en duras batallas, erigió trofeos, después de dejar recuerdos imperecederos de su virtud personal y ofrecer señales claras de su valentía en la lucha; de modo que se podía garantizar la disposición de su ánimo al verlo y no de oídas.
Es justo considerar como trofeos de Agesilao cuantas 3campañas realizó y no sólo cuantos erigió realmente, pues de ningún modo su victoria era menor cuando los enemigos no querían combatir con él, sino que era menos arriesgada y más conveniente para la ciudad y sus aliados. También en los certámenes coronan a los que vencen sin combate, no menos que a los que triunfan luchando.
4Y, en cuanto a su sabiduría, ¿qué actuación suya no la corrobora? Él servía a su patria de tal forma que había adquirido amigos serviciales sobre todo con la obediencia*** y el entusiamo con los camaradas, y consiguió que los soldados le fueran al mismo tiempo sumisos y afectos. ¿Es que puede existir realmente una formación más sólida que la bien disciplinada por la obediencia y fiel en su amor al jefe?
5Tenía enemigos que no podían despreciarlo, pero que se veían obligados a odiarlo. En efecto, siempre se preocupaba de que sus aliados fuesen más fuertes que ellos, engañándolos cuando convenía, anticipándose cuando era preciso, pasando inadvertido cuando era oportuno y haciendo a sus enemigos todo lo contrario de lo que hacía 6a sus amigos. En verdad empleaba la noche como día y el día como noche[44]; no se sabía muchas veces dónde estaba, adónde iba ni qué hacía; de modo que hasta los lugares seguros para sus enemigos se los volvía inseguros dándoles de lado unas veces, asaltándolos otras y, otras, 7cogiéndolos por sorpresa. A su vez, cuando hacía una marcha, a sabiendas de que era posible que se luchase con los enemigos si querían, llevaba el ejército en orden cerrado, para que pudiera defenderse, y avanzaba tranquilo, como la más sensata doncella, pensando que, en tal proceder, se hallaba la calma y el medio más eficaz contra el pánico, la confusión, el error y el ataque por sorpresa. 8Actuando, pues, así, era terrible para sus enemigos e infundía fuerza y audacia a sus amigos. En consecuencia, pasó su vida sin sufrir el desprecio de sus enemigos, la condena de sus conciudadanos, la crítica de sus amigos, y fue muy querido y alabado por todos los hombres.
A su vez, sería largo de escribir en detalle cada testimonio 7de su amor por la patria. Verdaderamente creo que no hay ningún hecho de los realizados por él que no esté empapado de ese amor.
En una palabra, todos sabemos que, cuando creía que iba a reportarle alguna utilidad a su patria, Agesilao no rehuía esfuerzos ni se apartaba de los peligros ni escatimaba dinero ni alegaba como pretexto su debilidad o su vejez, sino que consideraba obra propia de un buen rey hacer el mayor bien posible a sus súbditos. Entre los mejores 2servicios a su patria, yo cuento el siguiente: por encima de todo se mostraba esclavo de las leyes a pesar de ser el más poderoso de la ciudad. Y así, ¿quién iba a desobedecer viendo al rey obedeciendo? ¿Quién, que reconociese tener menos de lo que debía, iba a intentar cualquier revolución, si sabía que el rey también soportaba la tiranía de la ley? En la ciudad trataba también a sus 3adversarios como un padre trata a sus hijos, pues aunque los reprendía por sus errores, los premiaba si realizaban algún acto bueno y les ayudaba si les ocurría alguna desgracia; no considerando a ningún ciudadano como enemigo, sino afanándose por alabarlos a todos, juzgando una ventaja el salvarlos a todos y teniendo por una pérdida incluso la muerte del más insignificante. Estaba claro que, en su opinión, la patria siempre sería próspera y dichosa, si permanecían firmes en las leyes, y fuerte, siempre que los griegos fueran moderados.
Por otra parte, si es hermoso que un griego sea amante 4de lo griego, ¿se sabe de algún otro estratego que no quisiera tomar una ciudad si creía que iba a ser saqueada, o que considerase una desgracia la victoria en una guerra contra griegos? Así, cuando le llegó la noticia de que 5en la batalla de Corinto habían muerto ocho lacedemonios y cerca de diez mil enemigos, claramente se vio que él no se alegraba; al contrario, dijo con toda razón: «¡Ay de ti, oh Grecia, porque los que ahora están muertos, si estuviesen vivos, serían suficientes para vencer en combate 6a todos los bárbaros». A su vez, cuando le dijeron los desterrados corintios que la ciudad se rendiría y le enseñaron las máquinas con las que pensaban derribar la muralla entera, no quiso atacar alegando que no se debía esclavizar a las ciudades griegas, sino volverlas sensatas, y añadió: «Si aniquilamos a aquellos de nosotros mismos que cometen algún error, es evidente que no contaremos con hombres suficientes para someter a los bárbaros».
7Por otro lado, si es noble también odiar al persa, porque en otro tiempo emprendió una campaña para esclavizar la Hélade y ahora se aliaba con éstos siempre que creía que iba a causarles más daño, obsequiaba a aquellos con los que pensaba que acarrearía mayores perjuicios a los griegos y negociaba la paz si estaba convencido de que así nos pelearíamos aún más entre nosotros, entonces, eso todos lo saben. Pero ¿quién se preocupó jamás, salvo Agesilao, de que se separara algún pueblo del persa, o de salvar al que se había separado, o de dañar al rey todo lo posible para impedirle causar dificultades a los griegos? Incluso cuando su patria luchaba contra otros griegos, él no abandonó el bien general de Grecia y zarpó para infligir al bárbaro el mayor daño posible.
8Por otra parte, es justo no silenciar su amabilidad. Por lo menos, aunque gozaba de honores, y tenía poder y, además, la corona —una corona no cuestionada, sino mirada con simpatía[45]—, nadie hubiera visto su arrogancia, sino que habría reconocido su amor entrañable y servicial 2para con los amigos, aun sin buscarlo. Por cierto, tomaba parte con gran placer en las conversaciones sobre temas amorosos, aunque ayudaba con prontitud a los amigos en todo lo que necesitaban. Por su carácter optimista, bondadoso y siempre bromista conseguía que muchos se acercasen a él, no sólo para gestionar sus asuntos, sino también para pasar un rato muy agradable; y aunque era incapaz de hablar con jactancia, sin embargo escuchaba sin molestarse a los que hablaban bien de sí mismos, pues reconocía que no causaban ningún daño y que, en el fondo, tenían la idea de ser buenos.
A su vez, tampoco se ha de dejar a un lado la dignidad 3que mostró en momentos oportunos. Así, cuando le llegó una carta del rey por medio del persa que acompañaba al lacedemonio Calías[46], con el ofrecimiento de su hospitalidad y amistad, no la aceptó y le dijo al portador que comunicase al rey que, en privado, no debía jamás enviarle cartas, pues si se mostraba amigo de Lacedemón y simpatizante de Grecia, también él por fuerza sería su amigo. Ahora bien, dijo, si se le sorprende conspirando, no piense que me va a tener como amigo por más cartas que yo reciba. En verdad, admiro este gesto de Agesilao: que 4mirase con indiferencia la hospitalidad del rey con tal de agradar a los griegos. Alabo también este otro: que no admitía que se tuviese por más importante a quien tenía más riquezas y mayor mando, sino a quien era mejor y dirigía a los mejores. Asimismo, alabo especialmente aquel ejemplo 5suyo de previsión: que, considerando bueno para Grecia separar del rey el mayor número posible de sátrapas, no fuese inducido ni por sus regalos ni por su poder a aceptar su hospitalidad, sino que evitó que desconfiaran de él quienes querían separarse.
Y ¿quién no admiraría su proceder en lo siguiente?: 6el rey persa, pensando que, si tenía muchísimas riquezas, conseguiría poner a todo el mundo bajo su mando, intentaba por eso acaparar todo el oro, toda la plata y todas las cosas de más valor de la tierra. Él, en cambio, dispuso su casa de tal forma que no necesitaba ninguna de esas 7cosas. Y si alguien duda de ello, vea con qué vivienda se contentaba y contemple, en particular, sus puertas. Se podría conjeturar que eran las mismas que colocó Aristodemo, descendiente de Heracles, a su regreso[47]; entre y contemple también su mobiliario; observe cómo se comportaba en las comidas que seguían a los sacrificios, y entérese de cómo iba <su hija> a Amiclas[48] en un carruaje 8público. En resumen, ajustaba sus gastos a sus ingresos para no verse nunca forzado a actuar injustamente por causa del dinero. Y si bien parece magnífico tener murallas inexpugnables frente a los enemigos, en verdad, a mi juicio, es mucho más hermoso prepararse un alma inaccesible al dinero, los placeres y el miedo.
9Por otra parte, diré la conducta que observó en contraste con la altanería del rey persa. En primer lugar, aquél se creía respetado dejándose ver muy rara vez; Agesilao, en cambio, presumía de estar siempre en público, pues pensaba que el encubrimiento era propio de un proceder reprobable, mientras que la luz embellece aúm más 2una vida dedicada a nobles ideales. En segundo lugar, aquél se creía respetado dificultando el acercamiento a él; éste disfrutaba con ser fácilmente accesible a todos; aquél se vanagloriaba de atender a las personas con lentitud; y éste se ponía contento, sobre todo, cuando las despachaba con prontitud y conseguían lo que pedían.
3Vale la pena observar también cuánto más simples y asequibles eran los gustos de Agesilao. Pues para el persa miles de personas recorren la tierra entera buscando la bebida que pudiera gustarle; emplean su ingenio en hallar la comida que le apetecería, y no se pueden contar los que se desvelan para que él duerma. Agesilao, en cambio, como era hombre activo, bebía con gusto cualquier bebida; comía con apetito cualquier plato que le presentaran, y cualquier lugar era bueno para dormir tranquilo. Y, al obrar así, no sólo era feliz, sino que además estaba 4orgulloso, porque, personalmente, él se arreglaba con las comodidades corrientes, mientras que comprobaba que al bárbaro había que traerle desde los confines de la tierra las cosas que le agradaban, si quería vivir sin molestias. También disfrutaba sabiendo que podía adaptarse 5sin molestias a las disposiciones divinas, y en cambio veía al otro huir del calor ardiente y de los rigores del frío, imitando, por debilidad de carácter, no el método de vida de los hombres valientes, sino el de los animales más débiles.
A su vez, ¿no es hermoso y de nobles sentimientos que 6adornase su propia casa con las obras y bienes propios de un varón, criando muchos perros de caza y caballos de guerra y que persuadiera a su hermana Cinisca a criar caballos de carreras y demostrara, con su victoria, que esa cría no es prueba de virtud varonil sino de riqueza?[49].
Además, ¡con qué gran señal de su nobleza comprendió 7que no sería más famoso si vencía con un carro a personas particulares, sino que si tenía una ciudad querida por todos, si adquiría numerosos amigos y los mejores de toda la tierra, y si vencía haciendo bien a su patria y a sus camaradas y castigando a sus rivales, entonces realmente sería el vencedor de las competiciones más hermosas e importantes y se haría muy famoso, tanto en vida como después de muerto!
Yo, pues, por tales cualidades hago el encomio de 10Agesilao. Éstas no son como si uno se encontrara un tesoro, que realmente se volvería más rico, pero en absoluto mejor administrador; ni como si por haberse apoderado una enfermedad de los enemigos los venciera, que en verdad sería más afortunado, pero nunca mejor estratego; sino que el que es el primero en fortaleza cuando llega el momento de pasar fatigas, en fuerza cuando el certamen exige valor y en sabiduría cuando es asunto de consejo, ése, a mi juicio, debe ser tenido con razón 2por un varón dechado de virtud. Si es un hermoso invento humano la cinta y la vara de medir[50] para proceder con rectitud, creo que la virtud de Agesilao también podría ser un bello ejemplo para los que desean ejercitarse en las virtudes humanas; pues, ¿quién se haría impío imitando a un hombre piadoso; o injusto, imitando a un hombre justo; o imprudente, imitando a un hombre prudente; o desenfrenado, imitando a un hombre moderado? En verdad, presumía no tanto de reinar sobre otros como de gobernarse a sí mismo; no tanto de dirigir a sus conciudadanos contra el enemigo, como de guiarlos hacia todo tipo de virtud.
3Por otra parte, que nadie, por el hecho de alabar a un hombre que está muerto, tome este discurso por un treno[51] en vez de un encomio; pues, en primer lugar, lo que ahora se dice de él aquí, es lo mismo que él oyó en vida; en segundo lugar, ¿qué está más lejos de un treno que una vida famosa y una muerte tardía?, ¿qué es más digno de encomios que las victorias más gloriosas 4y las obras de más valor? Con toda justicia puede considerarse feliz a quien, desde su infancia, anduvo ansioso de gloria y la alcanzó por encima de los de su edad; a quien, siendo por naturaleza el más ambicioso de honores, nunca fue derrotado en su vida desde que se convirtió en rey, y a quien, habiéndole llegado la edad más extrema de la vida humana, murió sin conocer el fracaso, tanto en sus relaciones con los que él mandaba como ante aquellos con los que combatía.
Quiero ahora hacer un resumen de su virtud para 11que sea más fácil de recordar su elogio.
Agesilao reverenciaba los lugares sagrados, incluso los del enemigo, por su convicción de que a los dioses convenía hacérselos aliados, no menos en la tierra enemiga que en la amiga.
No maltrataba a los suplicantes de los dioses, aunque fueran sus enemigos, pues pensaba que era absurdo llamar saqueadores de templos a los que roban en los santuarios, y considerar, en cambio, piadosos a los hombres que arrancan de los altares a los suplicantes.
Él, realmente, nunca dejó de proclamar su creencia 2de que los dioses no se contentan menos con actos piadosos, que con víctimas puras.
A su vez, incluso cuando tenía éxito, no miraba con altanería a los demás, sino que agradecía a los dioses el favor; y celebraba más sacrificios cuando estaba seguro, que súplicas cuando se encontraba indeciso.
Tenía por costumbre mostrarse alegre cuando estaba preocupado y ser modesto en los éxitos.
No era más afectuoso con los amigos más poderosos, 3sino con los más dispuestos. No odiaba al que se defendía si era maltratado, sino a quien en los favores se mostraba desagradecido.
Se alegraba de ver a los codiciosos arruinados, y enriquecidos a los justos, pues quería que la justicia quedase siempre con más ventajas que la injusticia.
Tenía por costumbre tratarse con toda clase de personas, 4pero intimar sólo con los buenos.
Siempre que oía criticar o alabar a alguien, creía informarse no menos del carácter de los que hablaban que del de aquellos sobre quienes hablaban.
No censuraba a los que eran engañados por sus amigos, sino que despreciaba abiertamente a los que lo eran por sus enemigos, y juzgaba cosa sabia engañar a los desconfiados y cosa impía hacerlo con los crédulos.
5Se alegraba si era alabado por personas que están dispuestas a criticar lo que no les agrada, y no se molestaba con nadie que hablase con excesiva libertad[52]; en cambio, de los hipócritas se guardaba como de las emboscadas. Aborrecía más a los calumniadores que a los ladrones, pues consideraba mayor daño ser privado de amigos que de dinero.
6Soportaba tranquilamente los errores de los particulares, pero consideraba graves los errores de los gobernantes, pues opinaba que aquéllos acarrean pocos males, y éstos, muchos.
Pensaba que a la realeza no le convenía la indolencia, sino la perfección de cuerpo y alma.
7No permitió que le erigieran una estatua, aunque muchos querían dedicársela; pero se esforzaba constantemente por dejar recuerdos de su alma, convencido de que aquello era obra de escultores, y esto, obra de uno mismo; y aquello, propio de los ricos, y esto, de los buenos.
8No sólo utilizaba el dinero con justicia, sino también con generosidad, por creer que al justo le basta con respetar lo ajeno, y el generoso, en cambio, tiene que ayudar a los demás, incluso con lo suyo propio.
Era siempre temeroso de los dioses, considerando que los que viven bien no son felices todavía, y en cambio, aquellos que han muerto gloriosamente son ya bienaventurados
9Consideraba mayor desgracia descuidar el bien conociéndolo que ignorándolo.
Nunca ansió fama que no se ganase a pulso.
En mi opinión, era de las pocas personas que no juzgaban la virtud como un duro esfuerzo, sino como un cómodo placer; por eso, disfrutaba más con las alabanzas que ganando dinero.
A su vez, daba pruebas de un valor acompañado de prudencia, más que de riesgos, y practicaba la sabiduría con obras, más que con palabras.
Aunque era realmente muy afable con sus amigos, 10para sus enemigos era muy terrible; y, aunque resistía firmemente las fatigas, cedía muy gustoso ante los camaradas, pues prefería las obra bellas a los cuerpos hermosos.
En verdad, aunque sabía ser moderado en el éxito, podía ser muy decidido en el peligro.
No cifraba la práctica de la amabilidad en las bromas, 11sino en el modo de comportarse. Y acompañaba la magnanimidad no de insolencia, sino de reflexión; por eso, cuando despreciaba a los soberbios, era más humilde que el término medio de los hombres, pues se pavoneaba de la insignificancia de su cuerpo y del espléndido atavío de su ejército; de reducir al mínimo sus necesidades y, en cambio, de ayudar al máximo a sus amigos. Además de eso, fue un rival muy pesado, pero 12el más ligero en la victoria; con sus enemigos muy cauto, pero muy condescendiente con sus amigos.
Siempre ponía a salvo las cosas de sus amigos y tenía como tarea diaria aniquilar las de sus enemigos.
Sus familiares le llamaban «enamorado de los suyos»; 13los amigos íntimos, «el que no falla nunca»; sus sirvientes, «el inolvidable»; los agraviados, «protector»; sus compañeros de aventuras, «el salvador después de los dioses».
Al menos a mí también me parece que fue el único 14hombre que dio pruebas de lo siguiente: de que la fuerza corporal envejece, pero que no decae el vigor del alma de los hombres buenos, pues él nunca se cansó de buscar la grandeza de una gloria espléndida mientras 15el cuerpo pudo soportar el vigor de su alma. Pues, realmente, ¿no fue su vejez mejor que la juventud de cualquier otra persona? En verdad, ¿quién, en pleno vigor, fue tan terrible para sus enemigos como Agesilao cuando era de edad muy avanzada? ¿De qué pérdida se alegraron más sus enemigos que de la de Agesilao, aunque fuese ya un anciano? ¿Quién infundió a sus aliados tanto valor como Agesilao, aunque iba ya a abandonar la vida? ¿A quién, joven, añoraron más los amigos que a Agesilao, viejo, a su muerte?
16Pasó su vida este varón sirviendo tan perfectamente a su patria, que incluso ya muerto, en un extraordinario servicio a su ciudad[53], fue llevado a la morada eterna, tras dejar por todo el mundo monumentos de su virtud y alcanzar en su patria la tumba propia[54] de los reyes.