BUCKINGHAM

El duque de Buckingham estaba desagradado. La excitación que tanto le gustaba había disminuido considerablemente. Ricardo era rey y había sido aceptado por un pueblo dócil. Secretamente Buckingham había esperado dificultades. Adoraba las dificultades. La vida le parecía aburrida sin ellas.

Además, Ricardo lo había enojado. Por el asunto de las propiedades de los Bohun. Estas propiedades habían pasado a la corona por el casamiento de Mary de Bohun y Enrique IV, y ahora que él era Alto Lord Condestable de Inglaterra, que era el antiguo título hereditario de los Bohun, Buckingham supuso que tenía también derecho a las propiedades.

En lugar de acceder con entusiasmo, Ricardo se había demorado: y esto enojaba a Buckingham. Se veía como un Warwick, un Hacedor de Reyes. ¿Quién había sugerido que Ricardo debía reclamar el trono? ¿Quién había hecho el anuncio ante la cruz de San Pablo, y de quién eran los hombres que habían gritado a favor de Ricardo en el Ayuntamiento? La respuesta era: Buckingham, y Ricardo, ahora que había llegado a la meta, se mostraba desagradecido, y le recordaba que era el rey. Ricardo haría mejor en recordar a sus viejos amigos. En un ataque de enfado, Buckingham dejó la corte y decidió ir por un tiempo a su castillo de Brecknock, en el límite con Gales, que le habían dado junto con el cargo de Alto Condestable de Inglaterra. Anhelaba conversar con un invitado muy interesante... bueno; no un invitado, un cautivo a decir verdad.

Pensaba en John Morton, obispo de Ely, a quien habían prendido al mismo tiempo que a Hastings durante el fatídico encuentro en la Torre. Morton, junto con Rotherham, había estado confinado un tiempo en la Torre. Interesado en el hombreporque les gustaba complotar juntos— Buckingham había pedido a Ricardo que se ocupara de Morton. El obispo no podía seguir siempre prisionero en la Torre, y su rango como hombre de Iglesia exigía que se lo tratara con cierto respeto, de manera que Ricardo estuvo de acuerdo en que Buckingham lo tuviera como una especie de cautivo honorable en su castillo de Brecknock.

Buckingham lo hizo y ahora estaba en buenas relaciones con el obispo. Disfrutaba de su conversación. Morton era un hombre inteligente, audaz y hábil y por esto atraía a Buckingham.

El duque sabía que, en el fondo del corazón, el obispo era lancasteriano; también sabía que no le molestaba cambiar de bando cuando era conveniente, pero naturalmente prefería que ganara el bando al que realmente apoyaba, aunque trataba de vivir amistosamente con sus enemigos.

Pese a esto había sido uno de los principales consejeros del difunto rey; había ayudado en el tratado de Picquigny, que había traído buena fortuna a los ingleses a costa de los franceses; había negociado el rescate que el rey de Francia había pagado por Margarita de Anjou. Eduardo tenía una alta opinión de él. Claro que Eduardo tenía la costumbre de creer lo mejor de cualquiera, hasta que la perfidia era demostrada. Morton había ido cobrando fuerza, hasta el encuentro en la Torre.

Buckingham no dudaba de que su cabeza estaba llena de planes y también tenía la certeza de que estos planes no eran buenos para Ricardo III.

Esto le convenía en su presente estado de ánimo y, por eso, anhelaba ver al obispo en Brecknock.

Al llegar fue a verlo en seguida y lo saludó cordialmente, preguntándole si le faltaba alguna cosa para su comodidad.

El cautivo no tiene quejasdijo el obispo.

No debéis consideraros cautivo, señor obispo.

Sois amable, señor duque. Pero, ¿qué otra cosa, soy?

Un amigo, espero.

Dudo que un amigo de Ricardo de Gloucester sea amigo mío.

Buckingham mandó que trajeran vino y bebieron juntos. El vino era bueno, daba calor y Buckingham gustaba de su vino.

El obispo lo examinaba atentamente. Comprendió que algo había pasado entre los que estaban antes tan unidos. Buckingham había sido la mano derecha de Ricardo. ¿Y ahora? se preguntaba Morton. Se sentía exaltado, alegre. Pensó en Buckingham... variable, un hombre en quien no se podía confiar, amigo hoy, mañana enemigo. Le sorprendía que Ricardo hubiera depositado tanta fe en él.

Morton no había estado inactivo durante su cautiverio. Había estado haciendo planes. Iba a crearle dificultades al hombre al que seguía llamando Ricardo de Gloucester, y creía saber cómo hacerlo. No era que quisiera apoyar a los Woodville, aunque tal vez tuviera que fingir hacerlo. Esto no era importante; y él sabía muy bien fingir. Clavaba los ojos en alguien del otro lado del mar, alguien de quien se podía decir que pertenecía a la Casa de Lancaster. A Morton le hubiera gustado ver el triunfo final de La Rosa Roja. Una gran excitación se apoderó de él mientras pensaba cómo aprovechar el disgusto que claramente se había producido entre Buckingham y Gloucester. Gloucester era un hombre fuerte; no iba a ser fácil encontrarlo en falta; pero Buckingham era débil y vanidoso; se excitaba con facilidad, era impulsivo, y no podía ver muy lejos. Era el tonto ideal.

Buckingham se volvió hacia el obispo.

—He sido buen amigo de Gloucester —se alabó Buckingham—. Lo he puesto en el trono.

—Así es —asintió Morton. El duque quería que lo halagaran. Y era fácil hacerlo—. De no ser por vuestros buenos servicios creo que no tendríamos este rey.

—Yo lo puse... también lo puedo sacar.

—Tal vez haya algo en eso, milord.

—Es verdad que tiene derecho al trono.

—Si los hijos de su hermano son bastardos, así es.

Los dos hombres se examinaron mutuamente. ¿Querían volver a poner en el trono a Eduardo V?

Morton comprendió que no era esta la meta del ambicioso duque. Ni la de él.

En cuanto comprendió que Ricardo se había dado cuenta de su infidelidad, había empezado a conspirar. Y estaba en contacto con una dama de muchos recursos, muy inteligente y que tenía metida una idea en la cabeza desde la muerte de Eduardo, cuando se hizo evidente que iban a surgir muchos conflictos si reinaba un niño.

Esta mujer era Margaret Beaufort, condesa de Richmond, cuyo tercer marido era lord Stanley. Pero el primer matrimonio de Margaret había sido con Edmund Tudor y el resultado de ese matrimonio era su hijo, Henry, y era en este hijo que se fijaban las esperanzas de Margaret.

El ambicioso plan de Margaret era que su hijo fuera rey de Inglaterra. Insistía en que tenía digno derecho. Su abuelo era Owen Tudor, que se había casado con Catalina, viuda de Enrique V, y su madre, Margaret Beaufort, era hija del primer duque de Somerset, John Beaufort, que era hijo de otro John Beaufort, que a su vez era hijo de John de Gaunt y Catherine Swynford. Margaret insistía en que su hijo, Henry Tudor, tenía sangre real por ambos lados y, si se cuestionaba su legitimidad por ambos lados, ella descartaba el asunto. Los Beaufort habían sido legitimados por Enrique IV; e insistía en que Catalina de Valois se había casado con Owen Tudor.

Ante los ojos de Margaret, Henry Tudor tenía derecho al trono.

A Morton le interesaba la idea. Si Henry Tudor era rey, volvería la Casa de Lancaster. Sería el triunfo de La Rosa Roja sobre La Rosa Blanca... y probablemente la victoria final.

Ricardo estaba en el camino.

Morton había estado en contacto con Margaret Beaufort. Ella no había perdido el tiempo. Estaba ocupada tanteando y reclutando gente para su causa. De este modo había entrado en contacto con Morton. Estaba casada con lord Stanley que, al parecer, estaba dispuesto a cambiar de bando en el momento crucial. Nunca perdía de vista la posibilidad principal y había tenido la habilidad de hacerse grato a Ricardo, naturalmente hasta aquella fatídica reunión en la Torre, cuando lo habían arrestado. Pero pronto lo habían liberado, ya que había hecho un plausible relato de sus actividades, y ahora había vuelto a formar parte del Consejo.

Bueno, era el marido de Margaret, y probablemente ella sabía que se podía confiar en él cuando llegara el momento. Entretanto era mejor que siguiera apareciendo como amigo de Ricardo.

Este era el complot al que Morton esperaba atraer a Buckingham, pero se dio cuenta de que el noble duque tenía ideas propias. Tenía que andar con cautela, pero no esperaba muchas dificultades de parte del emotivo duque. Su apoyo sería de gran ayuda. Todo el país iba a quedar con la boca abierta si Buckingham, que había hecho tanto para poner a Ricardo en el trono, se volvía ahora abiertamente contra él.

—Parecería —prosiguió Morton— que milord lamenta el curso que han tomado los acontecimientos.

—Creo que el país ha actuado de prisa al ofrecer el trono a Ricardo.

¡El país! Morton sonrió secretamente. ¿Acaso no era Buckingham quien había hecho esto? De no ser por la reunión en el Ayuntamiento y el aplauso de sus hombres bajo órdenes evidentes, ¿acaso hubiera tomado el trono Ricardo?

—Es sólo cuando un hombre llega al poder que se presenta tal cual es.

—Verdad, milord. Pero tuvisteis un presentimiento aquel día en la Torre, ¿eh?

Así es, milord. Cuando Hastings, su amigo, perdió la cabeza... sin ser juzgado...

Fue una vergüenza. Y también lo de Rivers y Grey.

Es un tirano.

Estoy de acuerdo.

Milord, ¿podríais hacer algo?

Los ojos de Buckingham brillaron.

Hay otros que también tienen un derecho igual al trono.

Se pavoneaba. Ya se estaba probando la corona. Hay que andar con cuidado, pensó Morton.

Quería la ayuda de Buckingham para ayudar a Henry Tudor, pero, ¿cómo lograrlo cuando el vanidoso duque ya se veía como contendiente al trono?

¿Conocéis mi ascendencia regia?preguntó el duque:

La conozco, milord.

Los niños Woodville han quedado descalificados por bastardos. Si Ricardo fuera destronado... entonces...

Sonreía y Morton también sonrió.

Dios no lo permita, pensó, pero fingió estar interesado, y dejó que una nueva y sutil deferencia surgiera en sus maneras cuando hablaba y miraba al duque.

Claro que se iba a necesitar cierto tiempo. Seguiría a Buckingham y, cuando creyera que la cosa había madurado, le mostraría cuán imposible era para él llegar al trono.

Tuvieron muchas discusiones. Sutilmente el obispo sembraba la semilla de la duda en la mente de Buckingham.

Si no fuera verdad esa historia de Eleanor Butlerseñalaba el obispoRicardo sería denunciado como usurpador.

Y el pueblo reclamaría al joven Eduardo como a su rey.

Y no aceptarían otroseñalaba el obispo.

Se miraron intensamente. Interiormente decidieron aceptar la bastardía de los hijos del difunto rey, porque de lo contrario habría demasiados candidatos para el trono. “Yo”, pensaba Buckingham. “Henry Tudor”, pensaba Morton.

Ahí está Stillingtondijo el obispo. Confirmará la historia. Debe ser verdadera. Stillington no habría mentido sobre una cosa semejante. Ha corrido un gran peligro al revelarlo. Además, es hombre de Iglesia.

Esto provocó una sonrisa burlona en Buckingham, pero ocultó su cinismo porque quería seguir en buenas relaciones con el obispo.

No cabe duda de que Eduardo IV se casó con Eleanor Butlerdijo.

Hablaron de las posibilidades, pero, miraran donde miraran, Ricardo era el verdadero rey, y la única manera de deponerlo era asesinándolo.

Pasaban los días discutiendo. Buckingham no podía separarse de su fascinante compañero. No cabía duda de que Morton era un hombre de ideas. Supo jugar tan bien con los sentimientos de Buckingham que, en una semana, el odio del duque hacia Ricardo había aumentado tanto que destruirlo era una obsesión mayor que la de conquistar para sí la corona.

—Necesitamos un ejército para oponernos a él —dijo Morton arteramente.

—Puedo reclutar hombres.

—¿Bastantes?

Buckingham meditó.

—Henry Tudor trabaja en Bretaña. Podría hacer mucho. Los galeses lo acompañarán.

Buckingham guardó silencio. Henry Tudor era un pretendiente al trono.

—Es lástima qué estéis casado, milord —dijo el obispo.

—Ay, casado con una Woodville... me obligaron a hacerlo cuando era un niño. Nunca se los he perdonado a los Woodville.

—De acuerdo. Es algo en lo que debemos andar con cautela. No queremos que los Woodville vuelvan al poder. Pensaba que, si no estuvieseis casado y pudierais hacerlo con la hija del difunto rey... eso gustaría a mucha gente. Muchos anhelan los antiguos días y, aunque haya cargado a la nación con sus bastardos, el pueblo sigue admirando a Eduardo IV.

—¿Queréis decir que, si yo fuera soltero y me casara con Isabel de York, eso sería del gusto de los yorkistas?

—Es exactamente lo que he querido decir, milord.

Se produjo un silencio y tras unos minutos, hablando lenta y cuidadosamente, Morton dijo:

—Henry Tudor piensa casarse con Isabel de York.

Buckingham quedó pensativo.

Tras un rato la idea empezó a cobrar forma. Era verdad que su pretensión al trono tenía poca base. En verdad no se veía aceptado. Pero el tal Henry Tudor... si se casaba con Isabel de York, uniría las Casas de York y de Lancaster. Esto era algo que conquistaría el aplauso del pueblo. En el casamiento verían el fin de la Guerra de las Dos Rosas, porque aunque hacía años que no se producían batallas, las facciones rivales seguían en pie. Siempre habría lancasterianos dispuestos a enfrentar a los yorkistas, hasta que las Casas se unieran.

Buckingham empezó a concebir grandes esperanzas con el plan. Sería la ruina de Ricardo, y esto era todo lo que él deseaba.

Quería verlo depuesto y muerto. Y empezaba a ver que la mayor esperanza de lograrlo estaba en apoyar a Tudor.

Pronto se entusiasmó con la idea. De parte de Morton era una soberbia muestra de diplomacia. Podía estar agradecido al cautiverio que lo había llevado a Brecknock. Este era el principio de su poder. Iba a poner en el trono a Henry Tudor y conquistar su gratitud eterna.

Había entrado en la Iglesia por ambición, no por religión, porque la Iglesia ofrecía oportunidades a un hombre que tuviera gran habilidad y algunos parientes influyentes.

Y ahora se le presentaba esta gran oportunidad. Arregló un encuentro entre Buckingham y Margaret Beaufort, que estaba encantada de tener a Buckingham de su lado. Era una gran apertura y la ayuda de Buckingham podía ser decisiva. Se dijo que su hijo iba a esperar hasta que llegara el momento. En el continente llevaba una vida muy precaria. François, duque de Bretaña, había sido su amigo, pero François pensaba ahora en sí mismo y estaba ansioso por mantenerse en buenas relaciones con Ricardo III.

—François hubiera entregado a mi hijo si Ricardo hubiera mandado a sus hombres para prenderlo, pero el buen obispo Morton lo previno a tiempo y Henry escapó con su tío Jasper, que ha sido durante años su compañero constante. Él lo ha educado. No habríamos podido sobrevivir sin Jasper. Pero mi hijo Henry volverá y gobernará este país, os lo prometo. Ya no falta tanto...

—Amén —dijo Buckingham, convertido ahora en uno de los más firmes partidarios de Henry Tudor.

—Tenemos buenos amigos —dijo Margaret— y el obispo Morton es uno de los principales. Es él quien os ha traído a nosotros, milord, y ahora que nos acompañáis, la victoria está muy cerca.

Buckingham quedó halagado y ansioso de servir. Quería entrar en acción. No cabían las demoras.

Tuvo nuevas conversaciones con Morton.

Un día Buckingham dijo:

—Henry Tudor, tras derrotar a Ricardo III en la batalla, se casará con Isabel de York. ¿Es conveniente y apropiado que un rey de Inglaterra se case con una bastarda?

—No —dijo Morton— no lo es.

—Pero, si Isabel no es bastarda, tampoco lo son sus hermanos.

—Decís la verdad —dijo Morton, y vaciló antes de decir al duque el plan que, desde hacía tiempo, se venía formando en su mente.

—Si Henry Tudor se casa con Isabel de York será porque ella es la heredera del trono ante los ojos de quienes no aceptan la historia de Stillington.

—No puede ser heredera estando vivos sus hermanos...

Se produjo otra pausa. Después Morton dijo lentamente:

—Sólo puede serlo después de que sus dos hermanos mueran.

—¡Muertos! El mayor... el rey Eduardo V, creo que es una criatura debilucha. Pero, aunque muriera, ahí está su hermano, el duque de York.

—Cuando Henry tome el trono hay que sacarlos del medio...

—¿Sacarlos?

—No es necesario entrar en detalles. La situación aún no se ha presentado. Las Casas de York y Lancaster deben unirse por medio de Henry Tudor e Isabel de York. Isabel debe ser la única heredera de York, y Henry de Lancaster. Naturalmente si los príncipes están vivos... ellos serán los herederos. Eduardo primero y, si no tiene hijos... y es demasiado joven para eso... ahí está Richard, duque de York. Sólo si son sacados del medio y se demuestra que Isabel es legítima podrá ser proclamada heredera del trono. Henry de un lado, por Lancaster, Isabel del otro, por York. Sería una unión perfecta.

—Pero están los príncipes...

—Milord, a veces es necesario actuar.

—Queréis decir que, si Henry Tudor desembarcara y derrotara a Ricardo, matándolo en el campo de batalla, ese momento habría llegado.

—Veis bien las cosas, milord.

—Las veo. Veo que el rey Henry Tudor no puede casarse con una bastarda y que, por lo tanto, Isabel debe ser legítima. Y veo que ella sólo puede ser heredera del trono si mueren sus hermanos.

—Entonces habéis entendido exactamente mi punto de vista.

—Pero los niños... esos dos chicos que están en la Torre...

—No ha llegado el momento. Todavía no lo consideraremos. Estad tranquilo, se procederá cuando llegue ese momento.

—¿Qué pensará el pueblo de un rey que asesina niños?

—No dirán nada, porque no lo sabrán. Milord Buckingham: hablo de cosas que tal vez nunca van a ocurrir, pero vos y yo sabemos que a veces es necesario realizar acciones que detestamos. Pero, si se hacen para el bien de la mayoría de la gente, son aceptables ante los ojos de Dios. Lo que este país necesita es la unidad de York y Lancaster, y terminar el conflicto que será interminable a menos que esa unidad se haga. La unidad de York y Lancaster se realizará por el matrimonio de Henry Tudor con Isabel de York.

—Eso lo entiendo, pero...

—Os preocupan los niños. Es un asunto menor. Tal vez no sea necesario hacerlo. Y no se hará hasta que Henry Tudor desembarque en esta isla y se proclame rey, con Isabel de York como reina. A Dios gracias ella está en Santuario y no le han encontrado marido. Y no se lo encontrarán hasta que llegue Henry Tudor.

Buckingham quedó pensativo y aquel día el obispo no habló más. Más adelante dijo al duque que, si los príncipes eran sacados del medio, la culpa debía recaer sobre su tío, Ricardo.

—¿Basándose en qué? —pregunto Buckingham.

—En que les tiene miedo.

—¿Por qué les temería? El pueblo ha creído en la bastardía. Por lo tanto no tienen derecho al trono y Ricardo es el legítimo heredero.

—Es verdad. Pero debemos asegurar un reinado pacífico para el futuro rey. Nunca será así si la gente le echa la culpa de haber sacado a los príncipes del medio.

—Decís que... hay que sacarlos...

—Serían una amenaza para Henry Tudor, porque, al casarse con la hermana, aceptaría la legitimidad de los niños.

—Exactamente, pero no son un peligro para Ricardo, que los considera bastardos.

—La gente olvida. Hay maneras de tratar estos asuntos. Si se dice a la gente algo constantemente y con fuerza, terminan por creerlo. Propongo empezar ya. Enviaré algunos de mis criados para que cuchicheen en las tiendas, en las calles, en las tabernas... no sólo aquí sino en todo el país, especialmente en Londres. Les diré que hagan correr el rumor de que los príncipes han sido asesinados en la Torre.

—La gente puede verlos arrojando flechasen los jardines.

—Lo sé. Pero no todos los verán y, los que no los vean, creerán la historia. El rumor puede ser una piedra falsa, pero muy útil.

—No me gusta —dijo Buckingham.

Morton se inquietó. ¿Acaso había ido demasiado lejos?

—No es nada. Los niños están a salvo. Es una teoría que me pasa por la mente. Tal vez la gente acepte la bastardía. Tal vez el casamiento entre Henry Tudor e Isabel de York no se realice. Sólo he contemplado las posibilidades. Lo primero es deponer a Ricardo. Dediquemos a eso nuestras energías.

—Es lo que estoy ansioso por hacer, y creo que ya ha llegado el momento de entrar en acción.

 

 

 

Cuando Ricardo se enteró de que Buckingham se había puesto al frente de una sublevación contra él, quedó profundamente chocado.

Buckingham, su amigo, su Condestable, el hombre que había estado más cerca de él en la lucha. No podía creerlo.

De inmediato se dispuso a reunir un ejército y dio instrucciones de que debían reunirse en Leicester. Estaba tranquilo y en calma, ocultando la profundidad de la herida. Afirmó que Buckingham era el ser más traicionero que existía y todos comprendieron que, si alguna vez, el duque llegaba a caer en manos del rey, iba a ser su fin. Fue declarado rebelde y se puso precio a su cabeza.

Ricardo era apoyado por sus buenos amigos John Howrard, duque de Norfolk. Francis, vizconde Lovell, Sir Richard Ratcliffe y William Catesby… todos hombres en los que podía confiar. Pero también había creído poder confiar en Buckingham. No, Buckingham había subido con demasiada rapidez. Había sido un error de juicio confiar en él hasta tal punto. También estaba Stanley. Pero no confiaba en Stanley. Después de todo era el marido de Margaret Beaufort, madre de Henry Tudor. Vigilaba a Stanley y tenía que asegurarse de no darle oportunidad para que le jugara sucio.

Hubo levantamientos en Kent, Surrey y East Anglia. Fueron prontamente reprimidos y Ricardo marchó hacia Leicester.

Buckingham estaba en dificultades. Había avanzado hacia el este con una fuerza compuesta en su mayoría por tropas galesas, pero, cuando llegó a Herefordshire, encontró que los ríos Wye y Severn habían desbordado y eran impasables. No había más remedio que intentar una retirada, pero esto era imposible, porque descubrió que estaba rodeado por tropas enemigas. Se vio obligado a esperar y los hombres empezaron a inquietarse. La expedición estaba mal organizada, mal planeada. Los soldados desertaban y el duque vio que no le quedaba más remedio que huir.

Habían puesto un alto precio por su cabeza. Si caía en manos de Ricardo, no habría merced. No la esperaba. Por lo tanto debía escapar.

Tal vez fuera posible atravesar el Canal y unirse en Francia a Henry Tudor. Allí podrían conspirar juntos y regresar triunfantes.

Uno de sus asistentes, Ralph Bannister, que tenía una casa cerca de la ciudad de Wem, lo recibió y Buckingham se quedó unos días en la mansión de Lacon Park.

Todos hablaban del desastre y del precio que habían puesto a la cabeza del duque de Buckingham. Era un precio muy elevado, porque Ricardo anhelaba que el traidor cayera en sus manos.

Por uno o dos días Bannister resistió la tentación, pero, después de un tiempo, fue más fuerte que él. Aconsejó a Buckingham que dejara su casa y le mostró una choza donde podía quedarse un tiempo, hasta poder escapar con seguridad. Pero, en cuanto Buckingham estuvo en la choza, fue arrestado y llevado a Salisbury por el aguacil mayor de Shropshire.

Pidió para ver al rey. Quería hablarle. Confesó haber sido un loco traidor. Había dañado al rey, que había sido su amigo. Pero, si podía ver al rey, si le hablaba, si le explicaba...

Fue inútil. Y en verdad no podía esperar que Ricardo lo viera, porque pocas veces un hombre se había manifestado más claramente traidor.

Era el 2 de noviembre, un domingo y un día sombrío cuando llevaron a Buckingham a la plaza del mercado, para que pusiera la cabeza en el tajo.