12. IVAR FORKBEARD SE PRESENTA A SVEIN DIENTE AZUL

—Nunca en la historia de la asamblea —proclamó Svein— ha habido tan notable ganador en las pruebas como el que ahora nos disponemos a honrar. ¡Que se acerque el que se hace llamar Thorgeir del Glaciar del Hacha, ganador de seis tálmits!

Ivar Forkbeard, que se cubría con una capucha gris, subió afanosamente la escalera del estrado. Todos sus hombres, sin excepción, se pusieron tensos y tocaron sus armas, como para cerciorarse de su disponibilidad. Yo miré en derredor, estudiando las más oportunas vías de escape.

Si a uno lo sumergen en aceite de tharlarión hirviente, muere con rapidez. Por otra parte, si el aceite lo calientan despacio, sobre una minúscula hoguera, el mismo proceso consume varias horas. Examiné el rostro de Svein Diente Azul. No me cupo duda de que era un hombre paciente.

Me estremecí.

Ivar Forkbeard, Thorgeir del Glaciar del Hacha, se hallaba ahora en lo alto del estrado, enfrente de su enemigo.

Yo esperaba que Svein Diente Azul se limitara a entregarle los tálmits y que él pudiera bajar de ahí a toda prisa y escabullirnos todos hacia el navío.

El corazón se me encogió.

Sin duda alguna, a fin de honrar personalmente al ilustre ganador, el propósito de Svein Diente Azul era ceñir los tálmits a su frente con sus propias manos.

Diente Azul hizo ademán de quitarle la capucha. Ivar retiró la cabeza.

Svein Diente Azul se echó a reír.

—No temas, Campeón —dijo—. Nadie cree verdaderamente que tu nombre sea Thorgeir del Glaciar del Hacha.

Ivar Forkbeard encogió los hombros y extendió las manos, como si le hubiera descubierto, como si su ardid hubiera fracasado.

Sentí ganas de golpearle la cabeza con el mango de un hacha.

—¿Cómo te llamas. Campeón? —preguntó Bera, la mujer de Jarl Svein Diente Azul.

Ivar guardó silencio.

—El que te hayas disfrazado nos indica que eres un proscrito —señaló Diente Azul.

Ivar le miró, como alarmado por su perspicacia.

—Pero la paz de la asamblea te ampara —le tranquilizó—. Estás a salvo entre nosotros.

—Ilustre Jarl —dijo Ivar Forkbeard— ¿tendréis a bien jurar sobre el anillo del templo de Thor que me ampara la paz de la asamblea hasta que ésta concluya?

—No es necesario —repuso Diente Azul—, pero si así lo deseas, lo tendré a bien.

Forkbeard inclinó la cabeza en humilde súplica.

Trajeron el glorioso anillo del templo de Thor, tinto con la sangre del buey del sacrificio. El sumo sacerdote rúnico de la asamblea lo sostuvo. Svein Diente Azul lo asió con ambas manos.

—Juro que la paz de la asamblea te ampara —declaró—, y hago mío también este juramento hasta que la asamblea concluya.

Respiré aliviado. Advertí que los hombres de Forkbeard se relajaban visiblemente.

Sólo Forkbeard no parecía satisfecho.

—Juradlo, también —sugirió—, por el costado del buque, por el canto del escudo y por el filo de la espada.

Svein Diente Azul le miró perplejo.

—Lo juro —dijo.

—Y también —rogó Forkbeard—, por los fuegos de vuestro hogar, por la madera de la casa y los pilares de vuestro trono.

—¡Oh, vamos! —exclamó Svein Diente Azul.

—Mi Jarl… —rogó Forkbeard.

—Muy bien —concedió Diente Azul. Y lo juró por todo ello. Tras esto se dispuso a quitarle la capucha, pero Forkbeard retrocedió una vez más.

—¿Queréis jurarlo también por los granos de vuestros campos, los mojones de vuestras propiedades, las cerraduras de vuestra arcas y la sal de vuestra mesa?

—¡Sí, sí! —exclamó Svein Diente Azul, malhumorado—. Lo juro.

Forkbeard parecía absorto en pensamientos. Imaginé que estaría rumiando nuevas formas de reforzar el juramento de Diente Azul. A mi modo de ver, ya era un juramento harto poderoso.

—¡Y también lo juro —tronó Svein Diente Azul—, por el bronce de mis ollas y los fondos de mis mantequeras!

—Esto no será necesario —concedió Forkbeard generosamente.

—¿Cómo te llamas, Campeón?

Ivar Forkbeard se quitó la capucha.

—Mi nombre es Ivar Forkbeard —dijo.