EL SEGUNDO ALIENTO

(SABINA HOY. PLANES DE FUTURO)

Resumiendo, que tengo un cajón de la firma Pandora,

treinta y siete chansons, c’est a dire, una y media por

   [hora,

sin contar los sonetos, las coplas, los epistolarios,

los tinteros borrachos de tinta que ordeño a diario.

Resumiendo

(Alivio de luto)

J. M. F.: Háblame ahora de esta nueva etapa, post-nube negra, que estás viviendo. Porque estuviste en el dique seco a raíz de una seria depresión que, al parecer, ha sido definitivamente superada.

J. S.: Había perdido la afición. Es decir, lo he comentado con toreros, como Rafael de Paula o Curro Romero, o Silvio Rodríguez, que son los que a mí me interesan, y me han hablado de épocas largas en las que habían perdido por completo la afición.

J. M. F.: Y ¿cómo es esa transición? ¿Cómo se pasa de la nube negra a estar otra vez con «ganas de»?

J. S.: Pues fue por un trabajo nietzscheano de voluntad, porque la verdad es que no me salía de dentro. No me salía, por ejemplo, grabar el disco. Los músicos estuvieron para comérselos porque venían a casa y se pasaban la tarde aquí, buscando escritos en las papeleras. No bromeo, ¿eh? Si encontraban tres versos, exclamaban: «¡Tenemos una canción, tenemos una canción!», y entonces me obligaban a grabar. Y luego, hasta el decimosegundo o decimotercer concierto de esta gira yo no he disfrutado un carajo. Era un ejercicio de voluntad, y lo que yo me decía era: «Vamos a ver. Éste es mi oficio y me ha dado todo lo mejor que tengo: los mejores polvos que he echado, los libros que me he comprado, la casa que tengo, los hoteles, las playas, las angulas. No puedo ser tan infiel a un oficio que me ha dado tanto.» Pero al principio, sí, fue un «por cojones». Quiero decir, por mis santos cojones. Aun así, creí que después de tres o cuatro conciertos iba a recuperar el gusto y eso no ocurrió. Pero ahora sí que estoy exactamente en el punto de cocción que buscaba. Es decir, ahora, un minuto antes de salir al escenario, estoy con ese adrenalinón impresionante y divirtiéndome mucho, y cuando salgo... ¡Ahhhh!

»La televisión, y no sé si opinas como yo, es un aparato genial, puesto que saca la auténtica alma de la gente. Es prácticamente imposible engañar a alguien en la televisión. Al imbécil se le cala con sólo verlo. Y el escenario también tiene eso. Lo que ocurre es que en auditorios muy grandes no se nota, pero sí en los teatritos maravillosos en los que estoy tocando ahora. Por cierto, hay que decir en honor de este país que cuenta con unos teatros maravillosos. En Lima, ciudad que amo, no hay un teatro como el Auditorio Alfredo Kraus, de Las Palmas de Gran Canaria, o el Auditorio de Tenerife, de Santiago Calatrava, en los que acabo de tocar. En estos veinticinco años de democracia o de la puta que nos parió, se ha ido haciendo una estructura de teatros en España que da muchísimo gusto. De hecho, Silvio Rodríguez me ha pedido una lista de los sitios en los que estoy cantando porque quiere venir con su guitarra pelada, y si finalmente viene te juro que no pienso perderme ni uno solo de esos conciertos. Pero me estoy yendo del tema, porque te estaba diciendo que sobre un escenario, como en la televisión, se ve el alma de la gente. Y durante los primeros conciertos —antes te he dicho trece pero puede que fueran veinte— tenía la impresión de estar estafando al público porque estaba completamente crispado, sin soltarme. Yo no tengo una voz sino un modo de hacer las cosas, y ese modo no podía aflorar porque estaba demasiado preocupado con llegar al final del concierto. Es muy posible que ahora esté disfrutando tanto como en el momento en el que más he disfrutado en mi vida sobre un escenario, puede que incluso más. Porque el parón, la seca, la travesía del desierto, el marichalazo, todo eso, o dan una cierta sabiduría o no dan nada. Pero lo poquito que dan está muy bien aprovechado. Por ejemplo, en estos años perdí la afición por la guitarra. Nunca he sido un buen guitarrista pero sí tenía un sello. Sin embargo, como ya hablamos en su momento, he estado unos años en los que no podía ni mirarlas. Eso es algo que no me ha pasado nunca con los lápices y los papeles, esa afición nunca la perdí. Y cuatro años sin coger una guitarra, para alguien a quien le ha dado tanto su oficio como a mí, es más que grave.

J. M. F.: No pretendo ser agorero ni aguafiestas, pero no puedo evitar hacer la siguiente reflexión. Has estado cuatro años confinado voluntariamente en casa y, sin solución de continuidad, has pasado otra vez al subidón de los escenarios, un hábitat que sabes bien no es del todo real. ¿Qué crees que va a suceder cuando acabe esta gira y tengas que abandonar los escenarios y los aplausos y vuelvas al silencio de tu biblioteca? ¿Podría llegar de nuevo la depresión?

J. S.: Antes de nada, mi querido Menéndez Flowers, te diré eso que dicen los entrevistados: «Es una muy buena pregunta.» Dicho esto, que sepas que los escenarios son tan disparatados, tan artificiales y están tan alejados de la realidad como el encierro cartujo en el que he estado estos cuatro años. Para colmo, antes daba un concierto y luego me emborrachaba y me iba de putas y nos metíamos unas rayas y nos tomábamos unos whiskis. Ahora no. Anoche me emborraché por primera vez con mis técnicos porque tenía tres días libres, pero ahora sólo veo cuartos de hotel y escenarios, justo lo que toda mi vida odié. ¿Qué va a pasar después? Ante todo, estoy muy interesado en ver si voy a ser capaz de desarrollar una gira rocanrolera este verano. Creo que sí podré. Lo creo hoy. Y después creo tener claras algunas cosas.

J. M. F.: ¿Por ejemplo?

J. S.: Por ejemplo, mis próximos proyectos tienen más que ver con la escritura que con los escenarios. A mí el disco que más me gusta de los que he hecho nunca es 19 días y 500 noches. No estoy diciendo que sea el mejor de los míos, sino el que más me gusta. Tengo planes de hacer no un disco más, sino el disco. Tomándome, eso sí, todo el tiempo del mundo. Y luego, en una parte importante gracias a ti, que me pusiste la muletita para que escribiera unas coplas en Interviú, y gracias también a Chus Visor y a los sonetos y a los poetas líricos [sus amigos, los poetas y escritores Luis García Montero, Benjamín Prado, Almudena Grandes, Ángel González, Felipe Benítez Reyes, etcétera], tengo unos cajones llenos de sonetos y de coplas que iré publicando espaciadamente. También tengo previsto hacer un libro de memorias. No será un libro de memorias al uso —este que estamos haciendo tiene más de eso— sino un collage. Me gustaría que fuera una especie de monólogo de Joyce (¡claro que no soy Joyce!), como un cuaderno de bitácora. Una voz, un yo, que incorpore todo. Y desde luego anécdota va a haber poca, pero sí que habrá anécdotas [risas].

J. M. F.: Esas memorias serán, o serían, unas memorias asaz caóticas, supongo. Atrabiliarias, sabinianas. Al estilo del Ulises de Joyce.

J. S.: Sí, eso es. Me gustaría mucho, además, que tuvieran mierda y sangre. Eso quisiera. Que lo pueda hacer o no ya es otra historia, puesto que todos los escritores del mundo se han propuesto alguna vez hacer eso y muy pocos lo han hecho, pero yo me lo estoy proponiendo seriamente. Y quiero hacer también ese disco que te he dicho. Es decir, un disco muy bien pensado. No estoy muy seguro de si voy a querer cantar... Por lo pronto sí. De hecho, llevo casi cuarenta conciertos y todavía me quedan ochenta. Suficiente. En el momento en que estamos hablando, más que suficiente. Es más, ¡me aterroriza tanto lo que me queda que si lo pienso me muero! Pero es que estoy empezando a sentirme otra vez en el escenario como en mi propia casa, y eso no hay dinero en el mundo que lo pague. Y te vuelvo a decir que eso me está pasando desde hace veinte conciertos, pero es que ya llevo cuarenta.

J. M. F.: ¿No es un poco contradictorio que digas que después de esta gira te ves más como escritor que como cantante y que, en cambio, estés fantaseando con hacer un disco que sea tu obra maestra?

J. S.: Bueno, pero no estoy hablando de escenarios ni de cantar, sino de hacer un disco con todo el rigor, con todo el disparate y con todo el caos. ¡Carajo! Si uno tiene un límite, quisiera poder rozarlo.

J. M. F.:Y ya que te ves en un futuro más como escritor que como compositor y cantante, ¿tratarías de que ese libro de memorias joyceano del que hablas fuera el equivalente en papel a 19 días y 500 noches?

J. S.: En realidad, cuando sueño con ese libro, sueño con un largo monólogo. Si yo dijera que me he leído el Ulises de Joyce de la primera página a la última, mentiría.

J. M. F.: Muy pocos lo han hecho. Por mucho que sean legión quienes afirman lo contrario.

J. S.: Muy pocos lo han hecho, efectivamente. Pero el sistema, ese monólogo completamente atormentado en el que todo cabe, te juro que me tiene loco.

J. M. F.: No recuerdo ahora quién dijo del Ulises de Joyce algo que comparto plenamente: que le interesaba muchísimo como escritor pero muy poco, o nada, como lector.

J. S.: Exactamente, así es. Pero el sistema, lo que inventó, que es veinticuatro horas en la vida de un tío, y donde cabe, ya digo, todo, es algo que no me deja dormir, y ése es mi plan de trabajo, junto al disco, para después de esta gira. Y si no hablo de planes de escenario es porque hoy, cuando tengo ya cuarenta y diecisiete años, sé que llevo cuarenta conciertos y que me quedan otros ochenta. Luego no me pedirás ahora que hable de conciertos sabiendo que aún tengo lo que tengo por delante y toda Latinoamérica. Y luego Las Ventas y la cancha de Boca. Me parece que una vez que cumpla con esos compromisos, y ojalá que los dioses paganos me ayuden a cumplirlos porque yo no pongo la mano en el fuego por mí ni muerto, podré dedicarme a ese libro y a ese disco.

J. M. F.: ¿Quiere eso decir que esta gira y una más rocanrolera que la sucederá [que finalmente llevó por título Carretera y Top Manta]75 pueden suponer tu canto de cisne como músico, tus últimas apariciones sobre un escenario?

J. S.: Pues es muy probable, sí [medita largamente]. Mira. No soy nada amigo ni nada fon de Lluís Llach, pero el otro día convocó una rueda de prensa para anunciar que se retiraba y a mí me interesó y me inquietó mucho lo que dijo, y me gustó la falta de radicalidad de su mensaje. Porque aseguró que eso no quería decir en absoluto que no vuelva a cantar nunca, quiere decir que se va porque ya ha cumplido una etapa. Yo he estado cuatro años sin tener ni puta gana de cantar, y te aseguro que ahí no había ni trampa ni cartón.

J. M. F.: También sucede, imagino, que La del pirata cojo, Conductores suicidas y Pacto entre caballeros, por citar algunas de tus canciones más movidas, no las podrías seguir cantando con sesenta y tantos años y que sonaran creíbles. ¿O sí?

J. S.: Pero sí las voy a cantar este año. A ver si hay una guitarra por aquí... [Se levanta y sale de la habitación en pos de una guitarra. Aparece al rato con una flamante guitarra española. Comienza a rasguearla y sigue hablando]: Antonio García de Diego lo entiende mejor que Panchito [Varona]. El plan es que yo no puedo subirme a un escenario y ser AC/DC, como tú bien has dicho, ni siquiera, fíjate, ser Sabina. Pero como yo en Londres me corría oyendo al Lou Reed crepuscular... [Entonces comienza a cantar, con las revoluciones cambiadas, ralentizados, como a cámara lenta, los primeros versos de La del pirata cojo, una de las más célebres canciones de su repertorio]: «No-soy-un-fu-la-no-con-la-lá-gri-ma-fá-cil / de-esos-que-se-que-jan-só-lo-por-vi-cio...» Ésa es la cosa. Volver adulto lo que no lo era.

J. M. F.: Me dejas perplejo, Joaquín. Veo que has hecho los deberes en previsión de los achaques de la edad. Planificación, ante todo.

J. S.: Más que nada, son muchas noches sin dormir. Pero te diré que también es hacer de la necesidad virtud. Es decir, yo me he comprometido a dar ochenta conciertos más y lo quiero cumplir. Y el único modo de no vomitar es hacer algo que me guste. ¿Que me puede salir mal? Absolutamente. Pero tengo muy en mente al Lou Reed de Berlin. Ese que en lugar de gritar en un rock and roll fraseaba.

»Ay, biógrafo cabrón. Me estás sacando mucho más de lo que yo quisiera.

J. M. F.: Eso que dices de hacer algo que te guste me sirve para preguntarte sobre un asunto que me ronda desde hace tiempo. ¿Tú te gustas? Es decir, ¿te gustan las canciones que interpreta ese tal Sabina, que a estas alturas sigo sin saber si es exactamente Joaquín?

J. S.: [Largo silencio.] A mí me gusta mucho, ya lo sabes, 19 días y 500 noches, y hay diez o doce canciones de los discos anteriores que también me gustan mucho. En el escenario me gusto un día de cada tres, y dos canciones de cada veinte. En la medida en que estoy recuperando mi oficio, eso va creciendo. Pero insisto en que al principio de esta gira, mi querido Javi, te juro que quería irme a las islas Aleutianas, que no sé exactamente dónde están pero sí que están muy lejos. En el escenario, si no te gustas, estás perdido. Los discos, en cambio, los puedes oír fríamente y decir esto está bien y esto está mal, pero el escenario es la plaza de toros. Hay una verdad ahí insoslayable, que es: si yo no siento lo que estoy haciendo, aunque tenga un público prestado —y yo lo tengo: un público que me aplaude aunque cante como el culo—, cuando me voy a dormir mis músicos y la Jime me escrutan la cara y dicen: «Vamos mal.» Pero como te digo, la estadística es parecida a un concierto de cada tres y dos o tres canciones de cada veinte. Ahora, esas dos o tres canciones compensan de sobra, porque nunca he sido partidario de El Juli ni de Enrique Ponce ni de Espartaco, sino de Curro Romero y Rafael de Paula, que creían que ser sublime un segundo cada seis meses justificaba el resto. Y las carencias, y las decepciones. Te diré, además, que creo que soy el cantante —hablo completamente en serio, y con muchísima vanidad incluso— menos dotado del mundo para mi oficio. Sin embargo, creo que sé muy bien lo que es mi oficio y lo que busco en él. Lástima que en El Corte Inglés no vendan lo que necesito, pero esta voz que tengo, cuando la uso como yo quiero, y te hablo de antes de ayer, en Tenerife, de pronto me da mucho gusto, y muchísimos disgustos muchos otros días, cuando no puedo hacer lo que sueño.

J. M. F.: De todos modos, que digas eso de que eres el cantante menos dotado del mundo es hasta cierto punto comprensible. Ahora bien, ¿eres el letrista más dotado de tu tiempo?

J. S.: ¡Pero es que la literatura y la canción no son la misma cosa...! Cuidadín, Cuidadín.

J. M. F.: ¡Aleluya! Interpreto esa respuesta como un sí.

J. S.: Sí. Creo que tengo un don para la literatura en la canción, pero para la literatura fuera de la canción soy Campoamor, y no Borges ni Juan Gelman. Ahora, para la literatura en la canción... Ahí le echo un pulso a quien se me ponga por delante.

J. M. F.: La literatura en la canción, Joaquín, es un género en verdad dificilísimo. Una cima.

J. S.: Sí, y además es que muchas veces no le conviene. Las canciones que yo más amo, y no hablo de las mías sino de las de otros, no son ni mucho menos las más literarias.

J. M. F.: ¿Dylan en español es tan bueno como tú?

J. S.: Dylan es bueno hasta en sueco. Aun así, a mí quien más me gusta es José Alfredo Jiménez, que no había leído un libro en su puta vida y escribió canciones maravillosas, para morirse. [Comienza entonces a tocar la guitarra, guitarra que no ha soltado desde que la tomara, y a cantar]: «Que te den lo que no pude darte / aunque yo te haya dado de todo...» ¡No se puede escribir mejor!... [Y sigue]: «... Cuántas cosas quedaron prendidas / hasta dentro del fondo de mi alma...» ¡Mira qué versos! ¡Ni Mallarmé los mejora! «Cuántas luces dejaste encendidas, / yo no sé cómo voy a apagarlas.» Es que no se puede escribir mejor...

J. M. F.: ¿Qué explicación tiene eso? ¿Se puede aprender a escribir en las cantinas, caminando por el lado salvaje y de espaldas a los libros?

J. S.: La única explicación posible es que la canción es un género completamente espurio, canalla, alcohólico, borracho, que viene de una tradición oral. Pero Mallarmé, ¿no? «Cuántas luces dejaste encendidas, / yo no sé cómo voy a apagarlas.» Oiga, eso no se puede mejorar. Así era don José Alfredo Jiménez. Chavela Vargas me juró que jamás lo había visto leer un libro. Pero ¿sabes lo que me dijo inmediatamente después? Me dijo: «A usted tampoco» [risas].

J. M. F.: No sé si has leído el epílogo de El Hacedor de Borges, que habla de un hombre que se propone la tarea de dibujar el mundo y que para ello comienza a trazar imágenes de espacios geográficos, de animales, de objetos y de personas y, poco antes de morir, se da cuenta de que todas esas líneas que ha marcado no conforman otra cosa que su propio rostro. Dicen, y no es muy original, que la más certera biografía de un artista está en su obra. Bien. ¿Crees que tú estás nítidamente en tus canciones? ¿Te has contemplado desde fuera y hás visto tu rostro escrito en tu obra?

J. S.: Incluso he llegado a ver mi caricatura. A estas alturas, que llevo ocho años sin ir a los bares y sin irme de putas, cuando voy a Lima y escriben en los diarios «viene el poeta canalla», me entran ganas de vomitar. No eludiré tu pregunta. Como bien has dicho, seas novelista, pintor o cantante, tu biografía está en lo que haces. Incluso, fíjate, a pesar de uno. Y cuando uno es un poco complaciente consigo mismo, como es mi caso, y tiene cincuenta y siete años, de pronto oye discos hechos hace quince y encuentra cosas, como diría Borges, que no le desatisfacen demasiado.

»Vamos a ver, yo no estoy muy conforme con mi vida.

Pero con veinte canciones de las doscientas y pico que he escrito, estoy razonablemente... O mejor, volviendo a Borges: no estoy tan en desacuerdo.

J. M. F.: ¿Crees que Borges sí murió satisfecho de su obra?

J. S.: Es que lo de Borges es un caso muy límite porque él mismo lo dice: «Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca / aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach» [Le regret d’Héraclite. El Hacedor].

J. M. F.: Quiso ser lo que nunca fue.

J. S.: Claro. Borges concebía el paraíso como una biblioteca. Yo no. Pero cada vez más sí. [Y comienza a cantar de nuevo]: «Te vi llegar y sentí la presencia / de un ser desconocido. / Te vi llegar y sentí lo que nunca / jamás había sentido. / Te quise amar y tu amor / no era fuego no era lumbre, / las distancias apartan las ciudades / las ciudades destruyen las costumbres. / [...] Y estuve a punto de cambiar tu mundo / de cambiar tu mundo por el mundo mío.» Es impresionante, de verdad. Eso no es literatura, es magia. Como aquello de Gardel: «Cuando estén secas las pilas / de todos los timbres / que vos apretás.» ¡Hostia! ¿Cómo puede uno escribir eso? ¡Es el verso más moderno del mundo!

J. M. F.: A propósito de bibliotecas. La primera vez que vine a esta casa había muchos libros, pero es que ahora esto parece la mismísima Biblioteca Nacional. Me recuerda a aquella anécdota de Cabrera Infante, cuando una periodista fue a su célebre casa de Londres para hacerle una entrevista y, al ver su descomunal biblioteca (se podría decir que la casa estaba dentro de la biblioteca, y no al revés), le preguntó si se había leído todos esos libros, y él, con ese cinismo tan suyo, le contestó que sí, pero que sólo una vez.

J. S.: [Ríe.] Te diré que una noche vinieron a cenar a mi casa Guti y Alejandro Sanz, y Alejandro dijo una cosa muy graciosa: «Y tanto libro ¿pa’ qué?» [Risas.] A mí los benditos poetas líricos me han vuelto coleccionista y bibliófilo sólo por joderlos.

»Paco Lucena, mi ex manager, puede atestiguar que siempre que íbamos en el coche camino de un concierto yo me pasaba todo el trayecto leyendo un libro. Cuando lo acababa, lo tiraba por la ventana sin más. Eso lo hice mucho. También me dejé una biblioteca entera en Londres. No era muy importante, unos quinientos libros.

J. M. F.: ¿No se la quedaría Sonia?

J. S.: No, tampoco era muy lectora que digamos [risas].

Y cuando retomé la relación con los poetas líricos, me dije: «Pues ahora os vais a joder y voy a empezar a acumular libros para poneros los dientes largos.»

Sabina en carne viva
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044_split_000.xhtml
sec_0044_split_001.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_022.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_023.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_024.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_025.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_026.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_027.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_028.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_029.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_030.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_031.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_032.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_033.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_034.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_035.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_036.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_037.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_038.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_039.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_040.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_041.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_042.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_043.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_044.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_045.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_046.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_047.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_048.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_049.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_050.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_051.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_052.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_053.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_054.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_055.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_056.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_057.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_058.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_059.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_060.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_061.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_062.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_063.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_064.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_065.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_066.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_067.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_068.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_069.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_070.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_071.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_072.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_073.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_074.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_075.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_076.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_077.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_078.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_079.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_080.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_081.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_082.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_083.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_084.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_085.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_086.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_087.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_088.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_089.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_090.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_091.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_092.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_093.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_094.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_095.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_096.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_097.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_098.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_099.xhtml