15.

TELEBASURA VERSUS CENSURA

(JESÚS HERMIDA Y ADOSADAS.

JAVIER SARDÁ MANDA UN SOS A SU VERDUGO.

SALARIO MÍNIMO CULTURAL)

Las hogueras a primera vista, cuché

de revista,.se apagan bien pronto.

No permita la Virgen

(Dímelo en la calle)

«El opio del pueblo es ahora mismo la televisión tal y como se está dando, con los modelos que propone. Yo amo a las putas y a los maricones, pero las putas y los maricones decentemente en sus casas, en sus oficios, en la calle. Amigos míos, novias mías, lo que usted quiera. Pero propuestos como modelos y no como los trabajos que desempeñan, no como lo que escriben ni como lo que hacen ni como lo que cantan sino como putas y maricones de la peor calaña, me parece un escándalo.» «¿Javier Sardá? No se puede ser tan vil, tan amarillo, tan sapo, tan repugnante, tan cínico, tan basura.»

Desde hace unos años, y a pesar de reconocer que la consume en elevadas dosis, Joaquín le ha declarado la guerra sin cuartel a la llamada telebasura.

De hecho protagonizó estruendosos enfrentamientos dialécticos con Javier Sardá, quien durante cerca de una década fue el gran hechicero de la tribu.

El periodista catalán le lanzaba dardos con curare al cantante andaluz desde su exitoso, y al mismo tiempo vilipendiado, Crónicas Marcianas, ya difunto, y Sabina se los devolvía con idéntica carga de ántrax desde su tribuna de Interviú o en sus ocasionales intervenciones televisivas en programas como La Noche Abierta, de Pedro Ruiz; Ratones Coloraos, de Jesús Quintero, alias El Loco de la Colina, o Negro sobre Blanco, de Fernando Sánchez Dragó.

¿Nos hallamos de nuevo ante una crasa contradicción como la de ser más republicano que Azaña e invitar a cenar a su casa al futuro Rey de España y su abrileña consorte?

Bueno, lo cierto es que Joaquín ya lo dejó ferozmente claro en el primer capítulo de este libro: «Algunas veces he recurrido a la Constitución y al Código del Derecho Civil para recabar para mí, reivindicar para mí, el derecho a contradecirme todo lo que me dé la gana.»

El que avisa, por tanto, no es felón.

Pues eso.

J. M. F.: Sonados han sido tus constantes ataques a la llamada telebasura en general y a Javier Sardá y su Crónicas Marcianas50 en particular. Ahora tienes ocasión de explayarte sobre éste y sobre aquélla.

J. S.: Éste es un tema casi tan complicado como el de Fidel pero, venga, metámosle mano. Vamos a ver. Ahora mismo hay un debate en este país que ya ha pasado al Gobierno y empieza a pasar a los ejecutivos de Tele 5 y otras cadenas de televisión. El debate se llama telebasura. Hasta el defensor del Pueblo, Enrique Múgica, ha tomado cartas en el asunto. ¿Qué opino yo de eso? Opino que no sé qué opinar. Opino que tienen razón los que dicen que si el Gobierno se ocupa de esas cosas y empieza a legislar, eso lleva directamente a la censura. También opino que no puede ser que sigamos educando a nuestros hijos con eso, que es algo que se ve, y que debería haber algún modo de legislar que no incurriese en la censura. Porque dicen que la televisión pública es una cosa y la privada, otra. Pues no, mire usted. Porque las privadas son licencias que también concede el Gobierno, y éste debería saber que ya no hay primero, segundo, tercero, cuarto ni quinto poder. Porque en el siglo xix el cuarto poder era la prensa, pero en este momento el primer poder es la televisión. Lo que no sale en la tele, directamente no existe. Ahora, insisto en que si me piden que vote por un código, creo que, como opina la derecha, eso lleva a la censura. Resumiendo: lo que quiero decir es que no tengo ninguna respuesta milagrosa para esta cuestión.

»No obstante, aprovecho la ocasión que me brindas para decirte que me están haciendo unas ofertas de la televisión pública en horario de prime time y que no me emocionan nada. Voy a hacer un piloto que me han ofrecido con Almudena Grandes, que me parece la pareja perfecta. Entre otras cosas, porque Almudena no me va a dar la menor oportunidad para que yo cuele una frase [risas]. Aunque a lo mejor podré lucirme de pronto con una frase como: “No me gusta que me hables mientras te interrumpo.” ¿Adónde me lleva este discurso? Pues a que he vomitado, he echado sapos y culebras por la boca hablando de la telebasura y he puesto la cara para que me la partan, porque los de la telebasura tienen un espléndido argumento que aún no he encontrado el modo de rebatir: “Mucho peor que la telebasura es la censura.” Porque si el Gobierno se entromete en eso, ¿quién es el que dice hasta aquí es telebasura y hasta aquí no? Yo entiendo todo eso y no sólo lo entiendo, sino que no tengo nada que objetar al respecto, y mira que me gustaría poder hacerlo. Sólo sé, y no me cansaré de repetirlo, que el grado de abyección al que se ha llegado no debería seguir, porque creo que los niños se están educando en un clima pantanoso, maloliente y fétido.

»The New York Times sabe que España está en Europa, pero lo sabe sólo relativamente, porque cuando Zapatero ganó las elecciones generales y cuando nos echamos masivamente a la calle en protesta por la guerra de Irak, ese diario no dedicó ningún editorial al respecto. Lo ha hecho ahora —y lo sabemos por Elvira Lindo— hablando sobre nuestra telebasura, diciendo que el nivel de agresividad de nuestros paparazzi es tremendo y que casi las veinticuatro horas Tele 5 y Antena 3 están dale que te pego con lo mismo. Eso es rigurosamente cierto, pero aun así me parece que es una noticia muy macabra, porque que The New York Times no hiciera un editorial sobre el 11 -M y sobre lo que pasó después, o hablando de que el noventa por ciento de los españoles se declararon contrarios a la guerra de Irak y, como ya hemos dicho, lo expresaron en la calle, y lo haga por la telebasura es muy injusto. No saca nuestras virtudes, sino tan sólo nuestros defectos. No obstante, no deja de resultar interesante que lo que les asombra de nuestro país a los de The New York Times —que es un icono— sea ese estado absolutamente infame de la televisión. Pero ¿quién tiene una fórmula en verdad mágica para atajar eso? ¿Carmen Caffarel? No. ¿Yo? No. ¿Zapatero? Tampoco.

»Esta mañana he estado un ratito viendo y oyendo opinar sobre este tema a los que opinan en el programa de María Teresa Campos, y nadie tiene una fórmula infalible al respecto. Las mujeres, en esos debates, están muy enfadadas y parece ser que les gustaría que existiera algo que remediara el problema. Sin embargo, los hombres se muestran muy escépticos. Hablo de Raúl del Pozo, de Pepe Oneto y de Arturo González. Dicen que el Gobierno no tiene nada que opinar sobre este tema. Francamente, mi opinión es un mar de dudas. Pero a pesar de mi militancia absoluta contra la telebasura, vuelvo a decir que no-debe-haber-una-ley. ¿Sabes qué es lo que creo? Creo que los jueces tienen que empezar a funcionar, porque no puede ser que sigamos sufriendo por más tiempo el espectáculo deplorable que ofrecen todas esas putas —y cuando digo putas estoy diciendo putas como insulto, no como las putas a las que yo amo— que dicen que echaron un polvo con el primo del sobrino de la novia de Tarzán y su puta madre. Entiendo muy bien que no hay juzgados ni jueces para juzgar a toda esa gente, pero creo que el Estado español va a perder menos dinero de nuestros sagrados impuestos poniendo tres juzgados sólo para hablar de cubanos que le comen el clítoris a Marujita Díaz que creando nuevas leyes. Creo sinceramente que tres o cuatro juzgados en toda España perjudicarían menos el bolsillo del contribuyente que la cruzada que está haciendo el Gobierno. Más por decir lo que queremos oír que porque crea que pueden encontrar una solución para atajar ese problema. Zapatero no es tonto y sabe que es muy difícil hacer una ley sobre eso, pues esa ley conculcaría la libertad de expresión. Resumiendo: cuatro juzgados especializados en el derecho a la intimidad y a la no blasfemia y a la no injuria y a la no calumnia. El derecho a que los que digan eso en un aparato público, tan público que acaba con el honor de alguien para toda la vida porque lo ven unos cuantos millones de personas, sean condenados a una pena que sea comparable a la ofensa que producen. ¿Qué pasa, que yo me siento un genio? Francamente, sí [risas]. Porque no he leído en ningún periódico que se esté contemplando eso. Y abundo una vez más en que la cruzada zapateril contra eso, a) si Zapatero no nos explica cómo puede regular esas leyes, es demagogia pura y dura, y b) si nos explica cómo puede regularlas, nos vamos a asustar mucho. Porque tenemos, este país tiene, y te lo digo después de viajar por un par de continentes, la libertad de expresión más alta del mundo. Por eso tenemos los excesos, como decía el The New York Times, más altos del mundo. Pero quizá sea ése el precio que haya que pagar a cambio de esa libertad de expresión sin parangón en todo el planeta.

J. M. F.: ¿Alguna vez has sufrido el oprobio de la censura en tus carnes?

J. S.: Sí, una vez, y te lo voy a contar. Como sabes, hice muchos programas con Tola y he hecho mil y un programas con todo el mundo. Con Hermida podía ir todas las semanas o dos días al año. Si hubiese tenido alguna afición por el dinero, porque pagaba muy bien, habría ido todas las semanas, pero sólo fui un par de días al año. El segundo día pasó una cosa muy fea, y lo que más me molesta es que me quedé sin argumentos. Porque en pleno felipismo y en pleno aznarismo yo he dicho siempre lo que me ha dado la gana. Por ejemplo, como ya hemos dicho antes, ponerle el nombre a la X de Garzón sin que me fusilaran al amanecer, o al menos sin que me silenciaran. De hecho, fue en el programa de Hermida donde dije lo de la X y donde reté a Míster X a que me denunciara y se querellara como había prometido. Bien. Yo sabía que no me iban a fusilar al amanecer, pero sí pensaba que me iban a silenciar. Hasta ahora estoy hablando a favor de Hermida. Hasta el punto de que Hermida no sólo no me silenció, sino que me volvió a invitar a su programa al día siguiente. Lástima que ese segundo día pasara lo que pasó. Estábamos Pilar Miró, Isabel San Sebastián y yo. Pilar sentada a mi derecha e Isabel a mi izquierda [ríe por la aparente contradicción].

Y luego había alumnos de institutos porque el coloquio versaba sobre alcoholismo y drogadicción, y yo sostuve lo que sostengo siempre, lo que ya he sostenido en este libro, que las drogas no son ni buenas ni malas. Isabel San Sebastián estaba en franco desacuerdo conmigo y Pilar Miró estaba bastante de acuerdo. Lo que no estaba previsto para nada es que los estudiantes que se encontraban en el plato también estuvieran de acuerdo. Es decir, que a mitad de programa, en uno de esos parones que se hacen para mear y poner anuncios, o al revés, estaba muy claro que lo que iba a decir el público era que le encantaba tomarse una copa y fumarse un canuto. Entonces yo salí a mear y vino una señorita detrás de mí, una señorita que creo que ahora es la mujer de Hermida, aunque eso no puedo jurarlo. El caso es que era su factótum y yo la conocía. Me dijo: «Joaquín, no puedes hacer esto», y yo contesté: «¿Qué?» «Estás haciendo apología de la droga», me acusó, y yo le dije: «No, vamos a ver —todo esto meando—. A mí me habéis llamado para opinar, no he sido yo quien ha dicho que quería venir. Luego ¿qué me estás contando?», y me contestó, literal: «No puede ser. Hemos hecho este programa para que la juventud sepa...» No le dejé acabar. Zanjé el asunto diciéndole algo así como «anda a cagar» y entré en el plato justo cuando estaban dando el último anuncio. Me acerqué a Jesús Hermida sin cámaras delante y le conté lo que me había pasado. «¿Quién te lo ha dicho?», me preguntó él, se lo dije y se quedó muy serio. Y después de unos segundos dijo: «Joaquín, ¿te fías de mí?» Asentí. Y añadió: «Te pido un favor. No digas en público lo que te acaba de pasar», y yo le aseguré que no lo haría. El estrambote viene ahora, y quiero aprovecharlo para hacerle un homenaje postumo y muy corazonado a Pilar Miró. Según me senté se lo conté a Pilar y me dijo: «Y ¿te extraña?» No te olvides que fue directora general de Televisión Española y la arrastraron por la calle por un traje, con la que cayó después51 [el «con la que cayó después» tradúzcase por Roldán, los chanchullos del hermanísimo de Alfonso Guerra, Mariano Rubio, etcétera, etcétera, etcétera].

»Por cierto, mi querido biógrafo. Antes hemos hablado de Zapatero, pero te recuerdo que Aznar también bramó lo suyo contra la telebasura.

J. M. F.: Sí, y ya que lo dices ¿no te parece contradictorio que en los ocho años de Gobierno de la derecha la telebasura alcanzase sus cotas más altas y, sin embargo, cuando está gobernando un partido de «talante liberal», un partido de izquierdas, se ponga tanto empeño en terminar con ella?

J. S.: Te diré que algo tengo que ver con eso. Zapatero, en los últimos cuatro meses, ha hablado con quinientas personas y yo fui una de ellas. Decidí ser monotemático y hablarle sólo de la telebasura. Desde entonces estoy loco por ver de nuevo a Zapatero para contarle que, después de darle muchas vueltas a esta cuestión, estoy de acuerdo con la derecha, como he dicho y repetiré hasta la saciedad, en que esas posibles leyes acabarían siendo censura. Juzgados con el Código Civil en la mano. Es decir, yo no creo que haya que reformar el Código Civil, pero en los últimos tres años se ha hecho una cosa que se llama juicios rápidos. Bien. Pues algo parecido. No me parece un despropósito.

J. M. F.: ¿Y no será que cuando Aznar bramaba contra la telebasura lo hacía de mentirijillas, ya que en el fondo lo que al Partido Popular le interesaba era darle al pueblo pan y circo?

J. S.: Eso es lo que sostenía Sardá, pero no es lo que opino yo. Aunque la verdad es que Sardá tenía un poco de razón, sí. Porque los telediarios de Tele 5, post mórtem de Couso,52 fueron incendiarios, y Aznar se vio ahí muy achuchado. Hablaron mal de él no sólo los telediarios, sino también Sardá. Es decir, héroes mediáticos. Aprovecho para contarte algo que pasó hace un año y que te va a gustar mucho. Sonó el teléfono de casa y me dijo Lena, mi secretaria y sin embargo amiga: «Oye, Joaquín, es Sardá.» El caso es que estuvimos hablando por lo menos veinte minutos. No, estuvimos no, estuvo. Porque lo cierto es que yo apenas dije nada. Su discurso fue, más o menos, el siguiente: «Hola, Joaquín, soy Javier. Sé que te extrañará mucho que te llame, pero lo primero que quiero que sepas es que no te llamo para que cambies tu opinión sobre nosotros porque, entre otras cosas, tú eres un clásico de Crónicas Marcianas y estamos muy orgullosos de tener un enemigo como tú.» Ése era el tono de su discurso. «Lo que quiero es darte cierta información —prosiguió Sardá—. Que sepas que hay un gran clima de terror en los pasillos de Tele 5: padres de familia, cámaras y obreros que creen que van a perder su trabajo porque hay una ofensiva del Gobierno contra Crónicas.» Que conste que estamos hablando del Gobierno de Aznar, ojo. Y era verdad que, como antes he dicho, los telediarios de Tele 5, desde que mataron a Couso, fueron realmente maravillosos. Bueno, pues la tesis de Sardá —una tesis, en mi opinión, absolutamente torticera— era la de que no me querían callar la boca pero sí que tuviera en cuenta los datos que me estaba dando. Esos datos eran que los del Gobierno no estaban contra la telebasura, entre otras cosas porque la telebasura da muchísimo dinero, sino contra los informativos, y que yo, con mi actitud, les estaba haciendo el juego. Fue lo mismo que me dijeron Felipe González y García Márquez sobre la pinza con Anguita de la que ya hemos hablado. Yo le pregunté a Sardá: «Y ¿qué esperas de mí?» Él me respondió que no esperaba nada, que simplemente quería que tuviese en cuenta lo que me había contado. La verdad es que algo en cuenta lo he tenido porque desde entonces, que debe de hacer más de un año, hasta ahora, no lo he contado. Pero ahora que se entere la gente. ¿Y sabes qué fue lo que pensé yo? Pensé: «Dios mío. Este tipo, que lleva siete años haciendo un programa diario, que tiene miles y miles de millones,53 al que yo no necesito insultar, sino que simplemente le enseño la lista de sus colaboradores habituales y si no vomita es que no tiene sangre en las venas, ha estado esta mañana en una reunión con ejecutivos de alto copete, de muy alto copete, y alguien ha dicho: “Llama a Sabina.”» Entonces, en lugar de sentirme muy importante, pensé en vomitar. Pensé que están para un roto y para un descosido, que quieren cubrir todos los flancos y amedrentar al enemigo, o al menos neutralizarlo. Son chantajistas. Ah...

J. M. F.: La historia pone, sí, los pelos de punta, pero de todos modos parece que hayas olvidado a Urdaci. Porque me estás hablando de Sardá como si fuese el malo más malo del mundo. Todos sabemos lo que representa Sardá, claro que sí. Pero ¿y Urdaci?

J. S.: ¿Sabes qué es lo fantástico de Urdaci? Pues que tu pregunta incluye dos respuestas: es verdad que me he olvidado de Urdaci, ¡pero es que todo el mundo se ha olvidado de él! Nadie se acuerda ya de que existió. Sí, a mí me llegó a cabrear mucho Urdaci, como a ti, como a todos, pero no vamos a hablar de Urdaci en este libro, ¿no te parece? Por cierto, como todos los de la televisión pública, está cobrando un pastón por no ir.54

»Y hablando de la televisión pública, habría que decir, así de entrada, que no basta con reconocer que se tienen cuarenta mil millones de deuda y que quieren emular a la BBC. No, no basta con eso. Hay que tener un proyecto y hacerlo bien porque los cuarenta mil millones de deuda los pagamos tú y yo. Me parece que el proyecto tendría que ser intentar demostrar que con contenidos educativos enriquecedores para el espíritu, con la suficiente dosis de frivolidad y con otra dosis más que suficiente de sabiduría, talento e inquietud, se pueden hacer programas que atraigan a la audiencia en general y no sólo a la de los lectores de poesía. A la audiencia de televisión. Me parece que si no se busca por ahí, estamos tirando balones fuera. Y sobre esto que estoy diciendo no he visto jamás un solo artículo en un periódico. ¡Ni uno! Y es que si en lugar del terrible complejo que tenemos los Rioyo55 y compañía de que la cultura es una cosa profunda y absolutamente minoritaria, y si tenemos un dos por ciento de audiencia nos damos con un canto en los dientes, se dijera que la cultura hecha como Dios manda es la cosa más divertida del mundo, la cosa, estoy convencido, cambiaría mucho. Esto que te digo me interesa muchísimo porque nunca he conseguido formularlo así. ¿No será ya el momento de plantearlo? Si les hubiesen dicho a los niños que el Quijote es un libro de chistes de Lepe, en lugar de lo que les han dicho, ¿no crees que se leería más? Igual que si le hubiesen explicado a la gente que la mayor inversión que puede hacer para su vejez, cuando tienen catorce años, es interesarse por los libros. Yo me he pasado muchas veces tres días y tres noches en un aeropuerto, cuando hay unos rayos o cuando hay una guerra, con muchos músicos y managers alrededor. Mis músicos y mis managers, no todos, pero sí en general, al segundo día ya estaban muy nerviosos; yo no porque tenía un libro. Lo que quiero decir es que si de verdad se quiere enseñar a la gente, no a educarla o a que sea más culta, sino a que sea más feliz, lo que hay que inculcarle es eso. Los viejos que leen son infinitamente más felices que los que no leen. La gente que lee es infinitamente más rica que los ricos que no leen.

Estamos hablando de la única revolución de la que espero algo y la única que queda después de un siglo xx con tantas hermosas y siniestras revoluciones, con tantos Stalin. Estoy hablando de la única revolución que yo espero con todo mi corazón: la educación. Lo que no empieza en las escuelas, no será. Pero más importante que las escuelas es la televisión, por eso estamos soñando estas cosas.

J. M. F.: Joaquín, ¿qué es la cultura?

J. S.: [Largo silencio.] Se me ocurren dos o tres respuestas. Primero, es el grado más alto de la evolución de esos animales carnívoros que eran nuestros antepasados de hace millones de años. Segundo, es un modo de hablar con gente de otros siglos. Es decir, yo soy amigo de Dylan, pero también de Quevedo. Ellos no lo saben, pero lo soy. Es el grado más alto de la evolución del primate. Me quedo con estas dos respuestas. Por cierto, querido Javier: no seas tan petulante porque nadie ha contestado bien a esa pregunta y yo no voy a ser una excepción. Aunque tengo una tercera respuesta: mientras no haya un salario mínimo cultural por abajo, es decir, mientras no haya alfabetización global y cuatro libros en la casa del más pobre, este planeta será el infierno de Dante.

»Cuatro libros en la casa del más pobre, salario cultural mínimo. No creo que sea mucho pedir. Por cierto, de esos cuatro libros, uno debería ser de Homero, la Odisea. Otro debería ser cualquiera de Shakespeare. Otro debería ser el Quijote y el cuarto, perdonen la colombianez, debería ser Cien años de soledad. ¡Dos españoles! Para mí, ése sería el salario mínimo cultural. Ah. No los cuatro libros, sino gente educada para poder leerlos. Los niños, los padres y los abuelos de esa casa tienen que tener el salario mínimo educacional para poder leerlos y entenderlos. Llevamos dos mil años de historia del cristianismo y muchos más de historia, y en ese sentido estamos aún en el Paleolítico inferior. Si esto no se ha conseguido en España, en Estados Unidos o en Suecia es que estamos en el Paleolítico inferior. Somos los “hombres de las cavernas” de Platón. Por cierto, cabronazo, me estás obligando a verbalizar cosas que nunca, nadie, me obligó a verbalizar.

J. M. F.: Cuando a Umbral, en 1996, le concedieron el premio Príncipe de Asturias, dijo que la cultura es lo único que nos queda.

J. S.: Bueno. Yo añadiré una cosa de alguien políticamente muy incorrecto, que es Borges. Mucho antes de estar ciego, mucho antes de ser un eunuco, como fue espiritualmente toda su vida, dijo que él concebía el paraíso como una biblioteca.

J. M. F.: Sí, y tú lo has interpretado al pie de la letra y te estás construyendo ese paraíso en casa [posee una biblioteca de más de diez mil títulos].

J. S.: Así es. Me gustaría, no obstante, que este capítulo se cerrara por abajo. Vuelvo a decir: salario mínimo cultural es, para mí, cuatro libros y tres generaciones, abuelos, padres e hijos, que tengan el andamiaje, las armas mínimas para poder disfrutarlos.

J. M. F.: Y algo también muy importante: las suficientes calorías diarias para mantener el cociente intelectual necesario para entenderlos, no la mísera hoja de coca peruana.

J. S.: Exactamente, sí. Pero sin menospreciarla, ¿eh? [Risas.] Te diré una cosa terrible que me gustaría que estuviera en nuestro libro. Ni tú, que tienes veinte años menos que yo, ni yo, que tengo veinte años más que tú, ninguno de los dos veremos ni una lejana aproximación a lo que estamos diciendo. Lo cual es una tragedia tal, que sólo deberíamos hablar de eso. ¿Me explico?

J. M. F.: Te explicas. Pero desgraciadamente mi papel aquí es el que es, y eso me exige tener que bajar ahora mismo del cielo de los ojalás, las utopías y la sabiduría al suelo de la realidad, los enemigos y la ignorancia extrema. Entonces vuelvo a llevar la conversación por aguas procelosas, esas que tanto le gustan al lector —y a ti y a mí— y te digo sin más Javier Sardá.

J. S.: Voy a decir algo que a todo el mundo le va a parecer muy antiguo, muy rancio y lleno de ladillas: Javier Sardá es un corruptor de la juventud. Sócrates dixit. No, Sócrates fue acusado de eso...

J. M. F.: De corruptor de menores, sí. Sólo que Sócrates injustamente.

J. S.: Y Javier Sardá muy justamente.

J. M. F.: ¿Comete estupro televisivo?

J. S.: Sí. Para meter en el infierno de Dante y llenar de mierda y basura a Sardá no hay que filosofar ni hacer grandes frases, sólo hay que hacer una lista de sus invitados: Malena Gracia, Antonio David Flores, Aída... Es una lista de cincuenta invitados, y ahí queda perfectamente definido. No hay que decir nada más. Y eso que dicen ellos de que no tenemos humor, de que somos unos talibanes, de que somos unos puritanos, de que la telebasura en realidad son los telediarios... ¿Que no tenemos humor? ¡Me voy a cagar en la puta madre que te parió, Javier Sardá! ¡Pero si tú eres un fraile benedictino que te haces pajas con condón porque hay mucho sida, querido imbécil!

J. M. F.: Sin embargo, a pesar de decir todo lo que estás diciendo, siempre has reconocido que pierdes muchas de las maravillosas horas que nos brinda la existencia viendo ese tipo de programas; que le quitas tiempo a César Vallejo y a jugar a los médicos con tu novia para consumir ese guiso que no tienes reparos en definir como inmundo, vil y abyecto. Quienes diseñan esos programas ¿juegan con ventaja, en el sentido de que saben que el caca-culo-pedo-pis y la bazofia a granel son un espectáculo que, instintivamente, nos atrae, que atrae, incluso, hasta a los más ilustrados?

J. S.: Claro, desde luego que sí. Yo no he dicho, como bien señalas, que no vea la telebasura, muy al contrario. Siempre he dicho que soy adicto a ella.

J. M. F.: Sí, pero después de ese alegato contra ese tipo de televisión y contra Sardá, no deja de sorprender que sigas consumiendo algo que te produce unas enormes ganas de vomitar.

J. S.: Tengo una anécdota que creo ilustrará el callejón sin salida en el que nos estamos metiendo, querido Menéndez. La anécdota es de mi maestro Krahe. Él dice que claro que puede ir a una sala de fiestas a ver a Andrés Pajares o a Fernando Esteso o a quien sea, y claro que en algún momento se va a reír de sus chistes. Lo que pasa es que luego va a salir a la calle avergonzándose de haberse reído de sus chistes. Sin embargo, si va a ver a Woody Alien o a Lenny Bruce,56 no sólo se ríe sino que se mete en la cama orgulloso de que le hayan tratado como a un tipo inteligente. Y Sardá, en cambio, se dirige a la chusma, a la plebe, en el peor sentido de la palabra, y no se tiene respeto a sí mismo.

»Y esto me lleva a lo de antes, al salario mínimo cultural. Estamos partiendo de la utopía, claro. Porque la utopía en estos tiempos está a ras del suelo. En 1968 la utopía era: “Sé realista, pide lo imposible.” O: “Debajo de los adoquines está el mar.” Eso en el 68. En 2004, casi cuarenta años más tarde, la utopía está absolutamente underground, completamente bajo suelo. Si alguien nos hubiese dicho a Lenin, al Che, a Cohn-Bendit57 o a mí mismo en 1969 que la utopía en 2004 iba a ser el salario mínimo cultural, cuatro libros por casa y conocimientos mínimos para leerlos, no nos lo habríamos creído. ¿A ti eso te parece una utopía? A mí me parece una puta mierda. A ese nivel estamos. ¿Por qué? Pues porque las grandes utopías del siglo xx —siempre me río cuando digo “el siglo pasado”— fueron el comunismo y el fascismo, y las dos se saldaron con millones de muertos. Así que ahora no queremos saber de utopías, pero yo sí quiero ese salario mínimo cultural.

J. M. F.: ¿Cómo le explicarías al malpensado que hacer apología de la cultura, que no es otra cosa que amar la sabiduría, no es despreciar al analfabeto?

J. S.: Noooo, ni muchísimo menos. Siento desprecio por Bush y por los analfabetos que se han graduado en la Universidad de Yale, y un enorme amor por los sabios analfabetos que saben, poniendo un dedo así, por dónde viene el viento. Aunque la verdad es que ya no quedan muchos de ésos.

J. M. F.: Por los que han querido ir a la universidad y no han podido.

J. S.: Exactamente. Mi abuelo, mi abuelito Ramón, que era carpintero y que se ponía... Ay, carajo. Me acabo de meter en un tema espinoso.

J. M. F.: Nunca habíamos hablado de tu familia. Desde luego, no de tu abuelo, de ese abuelo Ramón.

J. S.: Pues ahora sí que me vas a dejar hablar media hora solo. Porque es ahora o nunca.

Sabina en carne viva
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