9.
¿SABINA INFRAVALORADO?
(SUS CANTAUTORES «DE CABECERA».
PONGAMOS QUE HABLO DE MADRID.
SUS MEJORES CANCIONES Y DISCOS)
Ya quisiera yo, en lugar de este reggae,
haber escrito Rapsodia en blue,
Chelsea Hotel, Guantanamera,
Tatuaje o She loves you,
Pedro Navaja, Like a rolling stone,
Dos gardenias para ti,
Mira que eres canalla, No hago
otra cosa que pensar en ti,
Marieta, La estatua del jardín botánico,
Moon over Bourbon Street.
Rap del optimista
(El hombre del traje gris)
«Me pregunto si mi público sabe qué dosis de ternura y de cinismo hay en mis canciones.»
Siempre he pensado que pese a su condición de best seller de calidad, de ser uno de los cantantes españoles de enjundia de mayor éxito y proyección fuera de nuestras fronteras (en países de habla española, claro), la obra de Joaquín Sabina no ha sido valorada como en realidad merece.
Esta afirmación que a simple vista puede parecer una contradicción e incluso un dislate, no lo es en absoluto. Puesto que casi más que su talento, lo que ha influido de veras en su ascenso al estrellato y en su extraordinaria aceptación social en un lapso de tiempo relativamente corto ha sido su atractiva figura. O más acertado sería decir la mezcla irresistible de ambas facetas.
Pero ¿qué ocurriría si se analizaran sus canciones por sí solas, dejando a un lado su equipaje canallesco y su personalidad beligerante y siempre presta a los excesos verbales y a las salidas de tono?
Tomemos como ejemplo a Serrat. He ahí un poeta puro y emocionante; un músico brillante y honesto ante el cual público y crítica se rindieron definitivamente hace ya siglos, y cuya obra ha sido elevada a los altares per se. Hasta el punto de que cuando alguien escucha Mediterráneo o Cantares o Lucía no necesariamente piensa en su creador, sino que se deja llevar por la carga poética y sentimental de esas canciones ya universales y las hace suyas.
¿Por qué razón Sabina, que goza del mismo potencial creativo que Serrat si no mayor, no ha recibido una lectura de su obra tan respetuosa y aun ponderada como la del catalán?
Mi teoría es que Serrat, al margen de los méritos arriba descritos y de su incontestable condición de catalizador de la memoria sentimental de tres generaciones de españoles, siempre, desde sus inicios, se ha tomado a sí mismo muy en serio, y se ha cuidado mucho, en todas sus intervenciones públicas, de no salirse del tiesto. Al menos, hasta que ha conseguido situarse por encima del bien y el mal y ha podido decir lo que le viniera en gana.
Joaquín, en cambio, desde sus pinitos en La Mandrágora ha rehuido la solemnidad como si apestara. De hecho, en aquel lugar la lírica contenida en los versos de Calle Melancolía o Pongamos que hablo de Madrid quedaba eclipsada sin remedio por la desvergüenza y el cachondeo padre reinantes. Y esa vandálica puesta en escena llega hasta hoy.
En fin. Delicada cuestión esta. Tan delicada que, como a continuación podrán comprobar, al propio interesado le parece que yerro sobremanera en mis apreciaciones al respecto. Claro que ¿acaso podría adoptar otra actitud sin que de forma automática se le tachara de narcisista y megalómano? Que sea el lector, como siempre, quien decida por sí mismo cuál de los dos anda en lo cierto. O mejor aún: si hay o no debate.
J. M. F.: Declaraste: «Me pregunto si mi público sabe qué dosis de ternura y de cinismo hay en mis canciones.» En ese sentido, y metiendo en el saco no ya sólo a tu público, sino también a la crítica especializada, ahora soy yo el que se pregunta, Joaquín, para escándalo de muchos de los lectores y quizá tuyo, si pese a tu enorme éxito no estarás infravalorado.
J. S.: Y ¿cómo puedo tomarme eso en serio sin sonrojarme? Tú lo que quieres es que te responda a si aún estoy «a la orilla de la chimenea». Pero ¡¿por qué no hablamos un poco comparativamente, Dios mío?! Cuando me metí en este oficio, pensaba que lo mejor que me podía pasar era ser Krahe. Quiero decir: Tom Waits es un héroe de culto que nunca va a tener problemas para pagar el colegio de sus niños. Lo que a mí me pasó ni estaba previsto ni estaba yo preparado para asumirlo. Y ahora vienes tú y me dices que hay tres canciones que la gente no ha apreciado lo mucho que valen. Pero esas tres canciones que tú dices, o tal vez diez, que la gente no ha apreciado están incluidas en discos que han vendido muchísimo. ¿Así que pretendes que me queje de eso? Tienen el disco en su casa y además lo han pagado. Y siempre habrá un nieto o un sobrino o un bala perdida o una oveja negra que un día descubra la canción que tú quieres que descubran. Es decir, una siembra ha quedado por ahí, ¿no? No quisiera yo ponerme solemne...
J. M. F.: A donde quiero ir a parar es a que sospecho que muchos de los que compran tus discos se han quedado en la superficie, en el estereotipo, en ese retrato que tan bien supiste forjarte y que tan rentable te ha resultado.
Y esos árboles de hojas corsarias y excesivas les impiden ver, me temo, el verdadero bosque de tu talento.
J. S.: Francamente, creo que en los últimos tres o cuatro años, desde que no estoy en el escaparate, desde el marichalazo, estoy, como diría Derrida, que por cierto se murió ayer...
J. M. F.: Deconstruyendo.
J. S.: Sí, creo que estoy deconstruyendo. Porque la única idea matriz, la única idea madre, como dicen los políticos, que he desarrollado en los últimos años, es «estoy retirado». Ya no estoy en los bares, ya no estoy en la calle, ya no voy con putas y ya no toco. Eso simplemente es verdad. También me he tomado un tiempo, no diré yo que por voluntad propia sino por hacer de la necesidad virtud, que ya dura casi tres años y que he usado para sacar unos libros del cajón y estoy encantado de haberlo hecho. Éste incluido. Lo que quiero decir no es sólo que no tenga ninguna queja de cómo han circulado mis discos, más bien al contrario. Creo que en Valparaíso, en Puebla y en Costa Rica hay canciones de las que te gustan a ti que gustan también a otras personas, y también en Ámsterdam y en Berlín. No quiero que se enfaden los que las han hecho, pero he sido absolutamente incapaz de leerme una tesis doctoral sobre mi persona. Pero si vas a casa y buscas, es probable que encuentres diez. Todo este discurso es para decirte —porque tu propuesta era «hay unas canciones cojonudas, la del Dioni y otras, y la gente no se ha enterado»—: oiga usted, pero ¿de qué estamos hablando? Esos discos vendieron más de doscientas mil copias. Alguien se habrá enterado.
J. M. F.: Añadiré en mi descargo que yo no estoy diciendo, que nunca he dicho, que seas el más rubio, el más alto y el más guapo de la clase, no. Lo único que trato de decir, y quien quiera discutirlo a su disposición me tiene, es que eres un género. Que Joaquín Sabina es un género. Y, creo, de eso no se han dado cuenta la mayoría de tus clientes.
J. S.: Y ¿de qué te quejas, si he sido un gran vendedor?
J. M. F.: Es que es eso, precisamente, Joaquín. Es que más allá del supervenías y del golfo y del crápula hay alguien que ha sido capaz de inaugurar un género propio. Un género literario, volcado a la música, que se llama Sabina. Puesto que no hay en España ahora mismo —yo al menos no lo conozco— ningún otro cantante del que se pueda decir que comparte rasgos artísticos (de creación) contigo.
J. S.: Vamos a ver. El otro día me decías, contestando a una pregunta mía, que nuestra común revista, Interviú, vendía un disparate de ejemplares, no me acuerdo bien del número exacto, y que además la familia entera se hacía pajas con ella y que su influencia era muy grande. Es decir, que estaba en la sala de estar. Pues ahora te devuelvo el argumento. Si yo del disco que menos he vendido en los últimos quince años he vendido doscientos mil, quiere decir que aquí, y en todo el continente americano, donde se habla con diferentes y maravillosos acentos la hermosa lengua de Cervantes, me habrá oído muchísima gente. ¿Qué pasa, que la gente que me escribe cartas sólo me habla de Y nos dieron las diez? Pues no. También me hablan de Más de cien mentiras y de Contigo. No he tenido, y es una pena, la oportunidad de hablar con todos los que aman esas canciones que tú crees que han pasado desapercibidas.
J. M. F.: Más allá de discos vendidos y canciones concretas, estoy hablando del reconocimiento debido a tu talento. Y en eso incluía no sólo a los numerosos compradores de los que hablas y que yo sé que tienes, entre los cuales habrá por supuesto gente enterada que valore tu arte en su justa medida, sino también a la crítica. Pues, por alguna razón, ésta no ha terminado de darte su bendición como sí ha hecho con otros de tus colegas. De todos modos, también quiero que sepas que si en nuestro país se llevara a cabo una encuesta acerca de cuáles son los más grandes cantaescritores vivos en español, a mí me parecería legítimo y razonable que muchos pensaran que el más grande es Serrat, que otros pensasen que el más grande es Aute o que otros sostuvieran que ese honor únicamente le corresponde a Silvio Rodríguez. Quizá todos ellos tuvieran razón. Sin embargo, y es ahí adonde quiero llegar, creo que de todos los que sois, de la poco más de media docena que sois, tú eres el único que es realmente distinto. Y eso te convierte de algún modo en inclasificable. Eres rara avis dentro de ese exclusivo grupo. Ya digo, un género.
J. S.: Bueno. Yo voy a entrar a ese toro, que es un toro muy jodido, y voy a hacerlo de la siguiente forma. Eso lo he discutido con Pablo Milanés y con Silvio Rodríguez, y he pensado muchas veces quiénes eran los más grandes. Tenía una lista en la que estaban: como creador, Silvio; como hacedor de memoria de distintas generaciones, Serrat; luego, como paradigma de la modernidad, Juan Luis Guerra, que tuvo tres años para morirse, y por último, Pablo Milanés como intérprete. Y había otro mucho menos consensuable si no has estado en Argentina, Charly García; que inventó el rock and roll en español. Y creo que no hay más. Porque los que hay, que sí los hay, son brasileños como Chico Buarque. Pero sí hay maestros poco o nada reivindicados. Cada vez que voy a Perú, me parto la cara hablando de Chabuca Granda; cada vez que voy a Chile, se me llevan todos los demonios porque no hay una colección de cedés de Violeta Parra. Y cada vez que voy a Argentina busco una carpeta preciosa o una cajita de Atahualpa Yupanqui y tampoco la hay.
J. M. F.: Me has dicho que hablaste con Pablo Milanés y con Silvio Rodríguez acerca de quiénes eran los más grandes nombres vivos de la canción de autor. Me imagino que ellos sí te incluyeron en sus listas. ¿Qué destacaban de ti?
J. S.: Cada vez que hablo de esa lista, digo que tengo otra lista. Las normas son que uno no puede nombrarse a sí mismo ni puede nombrar al que le está incluyendo en la lista. Para mí, insisto, los más grandes son Silvio, Pablo, Serrat, Juan Luis Guerra y Charly García.
J. M. F.: De los tuyos, ¿cuáles son tus discos favoritos?
J. S.: Si los tuviera aquí, te los pondría. Mi primer disco, Inventario, ay, es un desastre.
J. M. F.: Lo detestas, lo sé. Pero ¿no salvarías nada de él? ¿Ni siquiera Tratado de impaciencia}
J. S.: Sí, lo que pasa es que Inventario no es ni siquiera un disco. Yo no pensaba editarlo pero un amigo del que ya te he hablado, Publio Mondéjar, llevó una maqueta a la discográfica que finalmente lo editó [Fonomusic] y lo grabé en un permiso de un mes de la mili. Permiso que me gané escribiendo para la revista El Hogar del Soldado o algo así, la revista de las Fuerzas Armadas. Había leído que daban un mes de permiso por escribir ahí y pensé: «Claro, pero yo no me vendo tan barato.» Porque ya te puedes imaginar cómo eran todos los artículos de esa revista. Pero sucedió que vino a tocar Paco de Lucía al auditorio de Palma de Mallorca, y ahí encontré yo un tema democrático. Escribí una página sobre Paco de Lucía y me dieron un mes de permiso. En ese mes grabé Inventario. Me importaba un carajo todo. No le pregunté a nadie quiénes eran los músicos ni qué arreglos había, nada. Yo no tenía el plan riguroso y serio de ser cantante. Y una vez de vuelta a España tras mi estancia en Londres, estaba a verlas venir porque no sabía qué iba a pasar, y me dije: «¿Grabar un disco? ¿Por qué no?» El resultado fue un disco nada memorable.
»Luego vino Malas compañías. En ese disco, que sigo pensando que es un mal disco, había en cambio tres o cuatro canciones que me gustan mucho. Por ejemplo, Calle Melancolía o Qué demasiao.
J. M. F.: O Pongamos que hablo de Madrid.
J. S.: Exactamente. Pero el disco lo pones hoy y no hay dios que pueda oír ese desastre. A partir de ahí, y con una salvedad de transición que se llama Ruleta rusa... Digamos que desde Hotel, dulce hotel hasta hoy, firmo orgullosamente todos mis discos y todas mis canciones.
J. M. F.: Y Juez y parte ¿no lo mencionas? Tengo entendido que a ti te gustaba mucho, y en una conversación anterior has aludido a él como el primer punto de inflexión en tu carrera.
J. S.: Sí, sí lo menciono, perdona, he patinado. A partir de Juez y parte comienzo a ser completamente dueño de mi arte, si lo tuviere, o de mi desarte, si lo tuviese. Desde Juez y parte hasta Diario de un peatón, los errores y los aciertos de mis discos son responsabilidad exclusivamente mía.
J. M. F.: Es decir, tu etapa BMG-Ariola.
J. S.: Oui. En Malas compañías, en Ruleta rusa y, sobre todo, en Inventario, no quisiera yo que se me culpase por los errores. A partir de Juez y parte sí soy el único responsable de ellos.
J. M. F.: Y ¿cuáles crees que han sido los principales errores o desaciertos de los discos de los que te sientes responsable al cien por cien?
J. S.: Bueno, hubo un momento en el que yo pensé que estábamos cayendo en una rutina de superproducción y necesitaba un poquito más de frescura. Y la verdad es que me equivoqué. Porque ir a buscar frescura con un cantante argentino ex marido de Cecilia Roth... Me equivoqué, ya digo. Pero luego a la vuelta acerté. Acerté con 19 días y 500 noches, un disco de producción independiente que hice con Alejo Stivel.
J. M. F.: Aun así, en el disco con Fito Páez hay algunas canciones magníficas. Por ejemplo, Lázaro o Yo me bajo en Atocha. Pero hablemos, si te parece, de las que a tu juicio son tus mejores canciones. A partir, siguiendo tu criterio, de Juez y parte.
J. S.: Bueno, como te decía hay también canciones en Malas compañías, como Calle Melancolía, muy tótem.
J. M. F.: Manolo Tena sostiene que es una obra maestra.
J. S.: Sí, y se lo agradezco. Y en Ruleta rusa también hay alguna que me interesa mucho. Como Negra noche, que me la piden siempre y nunca la canto. Yo no estoy vilipendiando los discos anteriores a Juez y parte, lo que digo es que en esos discos desconocía profundamente el oficio de ser el responsable último de la grabación y, además, no tenía vocación de grabar discos. Creía que Inventario era el primero y el último, y no me ocupaba por pereza y por dispersión. Me empecé a ocupar seriamente a partir de Juez y parte. Luego no estoy diciendo que esos discos sean malos, que lo son, sino que yo no estaba en el sitio en el que se ponen los toreros.
J. M. F.: Antes de pasar a Juez y parte quiero preguntarte por Pongamos que hablo de Madrid. Hoy tu relación con tu pueblo materno es buena, ¡hasta le han puesto a una escuela de música tu nombre!, pero durante años fue inexistente, de mutuo desdén. ¿Fue tu decisión de cambiar la última estrofa de Pongamos que hablo de Madrid, sustituyendo el «cuando la muerte venga a visitarme / que me lleven al Sur, donde nací...» por «cuando la muerte venga a visitarme, no me despiertes, déjame dormir. / Aquí he vivido, aquí quiero quedarme...», lo que motivó el mal rollo?
J. S.: Es que no hubo mal rollo con Ubeda. Con lo de la estrofa que dices se ofendieron los andaluces, no los ubetenses. Lo de «que me lleven al Sur, donde nací» me pareció que era retórico y demagógico. Porque yo no me quería morir y, desde luego, no quiero que hagan con mi cadáver lo que hicieron con el de Juan Ramón Jiménez. Pero me has dado un buen pie. No existe la mínima animadversión hacia Ubeda, y voy a contarlo. La animadversión no es a Ubeda, es a la infancia. Es decir, yo no tengo nada contra Ubeda, lo tengo contra el mundo de mi infancia. Eso no lo han entendido. Y no lo han entendido porque no lo entiende nadie. Cuando yo hablo con García Márquez, él me dice que Aracataca es su patria. No es mi caso. He dicho mil veces que cuando era pequeño lo único que quería era ser mayor.
»¿Qué pasa con Pongamos que hablo de Madrid? Pues que yo escribo esa canción en la época de Tabernillas, en un bar, en una servilleta redonda, de cualquier manera, y resulta que se edita y se convierte en un himno. Para mi enorme sorpresa y para gloria de Madrid, porque es una canción que vomita contra Madrid en cada verso. Madrid es la única ciudad del mundo capaz de hacer un himno de una canción que la insulta. Es cierto que en ella está la sombra de Dylan y su Talking New York, como tú contaste en Perdonen la tristeza. Quería describir la visión de un chaval provinciano con maleta de cartón que camina por la Gran Vía y ve que las casas son demasiado altas y las mujeres demasiado guapas, y que nunca tendrá acceso a eso. Bien. Los madrileños, pues, aceptan la canción como un himno cuando yo creía que no iba a ser así. Entonces, cuando empiezo a cantarla y veo que es un himno, empiezo a cuestionarme el final, porque me parece de una demagogia insoportable y rancia.
J. M. F.: Pensaste, de pronto, que le debías esa canción a Madrid.
J. S.: Claro. Me topo con una ciudad donde por primera vez encuentro una casa y un lugar donde vivir, y en los últimos versos digo que me voy pa’l Sur. ¡Pues qué carajo! No la corregí para darle gusto a Madrid, muy al contrario. Madrid estaba encantada con lo que yo decía. Sí te diré que la estuve cantando en Andalucía durante tres o cuatro años y, como no soy tan miserable como para cambiarle el final, cantaba la segunda versión, la de quedarme en Madrid. ¡Y eran unos abucheos como no te puedes ni imaginar! Pancho Varona me decía antes de cada concierto: «No vas a tener huevos», y yo: «Ya verás.» Eso es como en la última gira por el País Vasco, que gritaba: «¡Y que esos hijos de puta dejen de matar!», y Pancho me decía que no iba a tener huevos.
J. M. F.: Y ¿cómo reaccionaba el público vasco ante eso?
J. S.: Muy bien. Pero en Andalucía, los primeros años de la nueva versión de Pongamos que hablo de Madrid, ya te digo, unos abucheos brutales.
J. M. F.: ¿Y si hoy la cantaras?
J. S.: Hoy no la cantaría. Tú me dijiste que viste el concierto en el que la canté por última vez, en Las Ventas con Los Rodríguez [1996]. Para mí esa canción está obsoleta, y prefiero cantar Yo me bajo en Atocha. Sobre todo después del 11 -M. Pongamos que hablo de Madrid pertenece al pasado remoto. Desde luego, si hago una gira más, que los dioses quieran que la haga y yo pienso hacerla cuando reúna las suficientes «ganas de», cantaré Yo me bajo en Atocha y a lo mejor sí la adapto un poco a lo que pasó en Atocha.26
J. M. F.: Por cierto, ¿conservas en Úbeda algún amigo de la niñez o de la adolescencia?
J. S.: No. Aunque de vez en cuando recibo alguna carta de alguien, eran amigos obligados por la edad. Sí conservo uno que era muy pequeño cuando yo tenía catorce años, que es un primo segundo. Se llama Juan José Gordillo y es mi cordón umbilical con Úbeda. Y esto le va a molestar a mucha gente, pero es así. Cuando yo estaba en Londres, este primo mío, que entonces era un enano y del que yo me acordaba vagamente, me mandó unas canciones de Brassens y yo le mandaba cintas grabadas, cantadas por mí, de Atahualpa Yupanqui. Y eso ha durado hasta hoy. Cuando fui incluido en la lista de Izquierda Unida para la alcaldía de mi pueblo —el veintiuno de la lista, el último—, fue por él. Le quiero mucho y si alguna vez cedo a la alcaldía de mi pueblo mis libros y mis cuadros, él será el fundador de eso. Y es, ya te digo, mi cordón umbilical con mi pueblo. Eso les va a molestar mucho a diversos sectores de mi familia, y la verdad es que no quisiera yo molestar a nadie. Pero me suda la polla.
J. M. F.: Bien, vayamos ahora con Juez y parte. ¿Qué hay de Rebajas de enero?
J. S.: Rebajas de enero me parece una de las más hermosas canciones de amor que he hecho en mi vida. Si alguien quiere saber algo de Lucía, que lo busque ahí. Pues describe absolutamente —hombre, con todo el cinismo, porque las canciones no son tratados morales— lo que tuve con ella.
J. M. F.: Cuando era más joven.
J. S.: Cuando era más joven es más obvia. Yo había oído bastante a Dylan y me gustaba muchísimo la épica de subirse a los trenes. A eso añádele que para tomar un tren desde Ubeda, mi pueblo, había que recorrer dieciseis kilómetros, porque la estación más cercana se llamaba Linares-Baeza. Se sigue llamando así. Basé, como sabes, una de mis giras en eso. En Linares pasaba además una cosa fantástica, y es que llegaba un niño de Úbeda, como yo, con la boina, se tomaba un café y se tiraba tres horas allí viendo pasar unos trenes que iban de Cádiz a Madrid, París o Barcelona, que eran lugares que yo no había visto en mi puta vida. Entonces eso funcionó en mi cabeza como un tótem, como un icono, como un mito, mucho antes de que yo escuchara a Dylan, que, como toda la generación beatnik, hablo de Jack Kerouac, tiene una enorme fascinación por los trenes de mercancías, en los que se colaban para recorrer el país. Era muy literario. Pero en mi caso, de literario no había nada. Es que a dieciséis kilómetros de mi pueblo, como te digo, te tomabas un café y veías pasar unos trenes que iban a Barcelona, y las caras de esas chicas, de esos chicos, de esos viejos asomándose por la ventanilla... Nunca podré olvidar esas caras. En mi próximo disco, Números rojos [después pasó a ser Doce + Una y finalmente se tituló Alivio de luto], hay una canción que habla de eso.
J. M. F.: El joven aprendiz de pintor.
J. S.: De esa tengo algo que decir. Está hecha en la calle Tabernillas. ¿Por qué digo lo de Tabernillas? Porque era un piso que me costaba cuatro mil pelas al mes; era una casa de mierda que tenía lo mismo que tiene mi casa de ahora. Es decir, pobre, rico o mediopensionista, mis casas se han parecido mucho en su odio al minimalismo. En la calle Tabernillas había cosas más baratas que las que tengo ahora, pero había muchos libros y cuadritos y dibujitos. Lo curioso de esa canción es que se adelanta mucho a su tiempo. O bien, cosa no desdeñable, que yo era vanidoso avant la lettre. Porque la verdad es que no tenía dinero para comer y escribí esa canción como si fuera Frank Sinatra. Como vengándome de cierta gente. Es una canción que sigo escuchando con gran placer y me divierte mucho eso que te digo: el que yo, en Tabernillas, en La Mandrágora, ya tuviera complejo de persecución y de envidias ajenas. Es un enigma para mí. Porque la escribí mucho antes de tocar en auditorios importantes.
J. M. F.: Así estoy yo sin ti. ¿Es tu primera canción inequívocamente de amor?
J. S.: Yo tenía una amiga que algunas veces follaba conmigo y otras con un pez gordo del PCE asturiano. Una amiga mía periodista y muy querida. Así que un día me llamó de parte de la revista para la cual trabajaba y me dijo: «Estamos haciendo una encuesta de canciones de amor y, como a mí me gustas mucho, he oído toda tu discografía y me he dado cuenta de que no tienes una sola canción de amor.» Así que cuando me fui a escribir el nuevo disco, Hotel, dulce hotel, a la isla de El Hierro, pensé: «Voy a escribir una canción de amor.» Por cierto, las mejores canciones de amor suelen tener nombre y apellidos. Las que hice después tenían nombre y apellidos, desde A la orilla de la chimenea hasta Cerrado por derribo, todas. Pero Así estoy yo sin ti no. Porque como yo no estaba curtido en la materia, hice una canción de amor sin tener ese amor. Me inquietó mucho lo que me dijo esa chica y, en principio, lo negué; pero cuando después repasé mi discografía me di cuenta de que ella tenía razón. No había un «bésame, bésame mucho, / como si fuera esta noche la última vez...», e hice Así estoy yo sin ti.
»Por cierto, te contaré algo de Hotel, dulce hotel. Quería estar en el lugar más solitario del mundo y me fui a Las Palmas de Gran Canaria, pero en los bares no me dejaban en paz. Entonces, un sabio grumete de hotel me preguntó: “¿De verdad quiere usted estar solo? Pues váyase a la isla de El Hierro”, y eso fue lo que hice. Y el tipo del hotel —a quien le estaré siempre muy agradecido por aquel consejo— acertó de pleno, porque El Hierro es el fin del mundo y la recepcionista del hotel no era tan fea.
Y como no quería estar tan solo me llevé a Javier Batanero27 para que me hiciera compañía. Hice el disco en doce o trece días. Uno de esos días quisimos ir al pueblo y como yo no conducía —y sigo sin conducir porque soy un caballero— alquilamos un coche que pilotó Batanero. El caso es que tuvimos que volvernos al hotel porque se había caído un pedazo de roca y había bloqueado la carretera. En el hotel había una recepcionista que no era precisamente un bellezón. Eso el primer día que llegamos; al décimo era Venus-Afrodita. ¡Era la única! Rápidamente me enteré de que a ella lo que le gustaba era Julio Iglesias, entonces me aprendí De niña a mujer y funcionó [ríe]. Es decir, nada repugnante me es ajeno [ahora soy yo quien ríe]. Al final quedé como el culo, porque estaba muy contento con las canciones y el último día conseguimos ir a un bar del pueblo e invité a unas treinta personas a que vinieran para que se las cantara. Pero me entró la pájara y le dije a Batanero que les transmitiera que no estaba en condiciones de bajar. No estaba ni drogado ni borracho ni nada. Era un miedo escénico tan apabullante, que los dejé tirados a los pobrecitos. En fin.
J. M. F.: Pacto entre caballeros, otra de las canciones estrella de Hotel, dulce hotel Dices de ella en Con buena letra: «Sí, me pasó, pero... ¿qué importa?»
J. S.: Bueno, lo que yo digo siempre es que todas las semanas de mi vida, y en unos cuantos países, se me acerca mucha gente para preguntarme si eso que cuento en Pacto entre caballeros me pasó realmente, y yo contesto que sí, pero la verdad es que casi habría sido mejor que me la hubiese inventado. Lo que quiero decir es que ¿qué importancia tiene si lo que cuentas en una canción te ha pasado o te lo has inventado? Siempre he dicho que mis canciones están hechas con poca imaginación y exceso de autobiografía. ¿Pacto entre caballeros? Sí me pasaron dos cosas parecidas en una semana. Dos cosas que tú además contaste en la biografía que hiciste sobre mí.28 Pero lo que en verdad importa es que esa canción me sigue gustando mucho por una razón: porque yo quería romper un poco el territorio de los cantautores y Pacto entre caballeros es, con ese ritmo tan acelerado, casi heavy y casi punki. Eso me gustó siempre, como me gustó cuando hice un par de raps. Siempre pienso, cuando hago ese tipo de cosas, que estoy cumpliendo con algo que me propuse hace años, que era no ser un cantautor al uso e invadir terrenos ajenos como si fueran propios.
J. M. F.: Me temo que acabas de verbalizar lo que yo antes trataba de decirte, aquello de que eres un género [compone una gran sonrisa y no dice nada: ¿otorga?]. Volviendo a Pacto entre caballeros, ¿provocó esa canción una bronca fraterna, como se ha llegado a decir? Porque lo cierto es que a tu hermano, que era comisario, lo de «mucha, mucha policía» no debió de hacerle ninguna gracia.
J. S.: No, al contrario. Ésa es una leyenda más de las muchas que han circulado sobre mí, pero no es cierto.
Y aprovecho para decirte que la relación que mantengo con mi hermano en la actualidad es muy buena.
»De todos modos, te veo venir y sé que eres capaz de hacerme analizar una por una todas mis canciones, y te juro que me siento incapaz de eso ahora y en cualquier otro momento.
J. M. F.: Vale, vale, no sigas. Dime al menos cuáles consideras que son tus tres mejores discos y tus tres mejores canciones.
J. S.: Los discos, 19 días y 500 noches, El hombre del traje gris y Física y química o Yo, mí, me, contigo. De las canciones nunca aparto las mejores, pero sí las que más me emocionan a mí. Por ejemplo, Contigo, Que se llama soledad (en la versión con Olga Román) y El caso de la rubia platino, que, aunque te escandalice, me gusta mucho. Ahora bien, si me sobrevivieran Y sin embargo, Noches de boda y Contigo estaría más que satisfecho. Habrás visto que he nombrado no las más exquisitas, pero sí las que me parece que podría haber escrito cualquier otra persona, y eso me gusta. Y dentro de veinte años las orquestas de los pueblos tocarán, seguro, Y nos dieron las diez.