7.
LA LLEGADA A MADRID, «TERRITORIO MÍTICO»
(LA MOVIDA. LA MÚSICA ESPAÑOLA.
OPERACIÓN TRIUNFO. LA PIRATERÍA.
EL FIN DE LA INDUSTRIA MUSICAL)
Con su hoguera de nieve, su verbena y su duelo,
su dieciocho de julio, su catorce de abril.
A mitad de camino entre el infierno y el cielo...
yo me bajo en Atocha, yo me quedo en Madrid.
Yo me bajo en Atocha
(Enemigos íntimos)
«Madrid es la novena capital de Andalucía.»
Nadie ha cantado a Madrid, ni ha escrito de ella versos para ser cantados, tanto ni tan hondamente como Joaquín Sabina.
Al igual que Umbral, que eligió esta ciudad —o fue quizá la ciudad la que lo eligió a él— como escenario permanente en el que hacer bailar la metralleta inmisericorde de su prosa, Sabina ha encontrado en el foro su particular «territorio mítico», su musa a la que amar / odiar con idéntica vehemencia, su inagotable telón de fondo.
Tan cierto como que se conocen mejor algunas zonas de Barcelona y sus habitantes leyendo ciertas novelas de Marsé que visitándola, en muchas de las letras de Joaquín se vivifica aún más que contemplándola esa ciudad como un balcón abierto al mundo que es Madrid, donde nadie se siente extranjero porque su bandera es, justamente, la de la ausencia de nacionalidad.
Calle Melancolía, Pongamos que hablo de Madrid, Qué demasiao, Caballo de cartón, Eva tomando el sol, Todos menos tú, No soporto el rap, Yo me bajo en Atocha, 19 días y 500 noches, Barbi Superestar... Desde el primero de sus discos hasta el último, la ciudad de Madrid es tan palpable en su cancionero, tan explícita y referenciada, que desligar al Sabina creador de ese espacio geográfico sería como amputarle un miembro y despojarle de su huella de identidad.
Lo dejó manifiestamente claro, para indignación de andaluces ultras, en la versión definitiva de Pongamos que hablo de Madrid: «Cuando la muerte venga a visitarme / no me despiertes, déjame dormir, / aquí he vivido, aquí quiero quedarme... / pongamos que hablo de Madrid.»
Mas por si a alguien le había pasado inadvertido, en Yo me bajo en Atocha, cuyo título es toda una declaración de intenciones, insistía y sentenciaba: «He llorado en Venecia, me he perdido en Manhattan, / he crecido en La Habana, he sido un paria en París, / México me atormenta, Buenos Aires me mata, / pero siempre hay un tren que desemboca en Madrid, / [...] pero siempre hay un vuelo de regreso a Madrid.»
Madrid, en fin, Corte de los Milagros, Palacio de Cristal.
Y de ahí al cielo. O al infierno.
J. M. F.: Reproduzco un fragmento de una entrevista de Arcadi Espada a David Trueba en el diario El País (18-8-2002):
Arcadi Espada: Creo que Madrid es el único territorio mítico que se ha organizado en España desde la transición.
David Trueba: ¿Usted cree?
A. E.: Sí. Sabina, por ejemplo. Mirándole desde Buenos Aires o Barcelona, se ve lo mismo.
D. T.: Bueno, sí, el ejemplo de Sabina es incontestable. Él tiene Madrid como bandera, como poética. Y es verdad que, además, es un representante de ese desorden. Sabina es un señor que se pasea con bombín, que en su casa tiene unos ángeles colgados, que vive en el centro, rodeado de inmigrantes; su poesía es de una cierta lírica, pero siempre impregnada de cotidianidad, utiliza vocablos urbanos...
J. S.: No había leído esa entrevista, pero me interesa mucho lo que dices. Sí, yo soy de la primera generación que usa Madrid para hacer poesía de ella, para hacer un mito de ella o para hacer Babilonia de ella. Del final del franquismo a Rosendo —«es una mierda este Madrid»—, y al argentino este que fue el primero que escribió sobre Madrid... ¿Cómo se llama?
J. M. F.: ¿Moris?
J. S.: Sí, Moris. Él fue el primero y luego yo. Bueno, pues durante cuarenta años Madrid es un territorio del que no se puede hablar.
J. M. F.: ¿Madrid fue el Innombrable?
J. S.: Sí, el Innombrable, efectivamente. El único que habla en aquellos años de Madrid es un mexicano que se llamaba Agustín Lara y que se follaba a la actriz María Félix. Hablaba de Madrid sin haberlo pisado. Cuando escribió Madrid, Madrid, Madrid, Agustín Lara no había estado jamás en Madrid. Luego sí estuvo. Y tiene una estatua en Lavapiés, en la que está fumando, que se parece mucho a mí. Madrid el Innombrable, sí. Porque era un sitio lleno de Ministerios y de tunos. Tunos de la Tuna, quiero decir. Bueno, de los otros siempre. El caso es que todo eso lo recuerdo muy bien. No sé por dónde nos vino pero, como te digo, Moris, Rosendo y yo, en años muy parecidos, decidimos que en Madrid pasaban unas cosas que nos interesaban mucho, y todavía no había empezado la movida. De hecho, cuando yo hice Pongamos que hablo de Madrid aún no había movida. Yo había estado en Ubeda, en Granada, en Londres, y de paso por Bruselas y París, y nunca había encontrado un sitio donde no me pidieran el carnet, donde se permitiera la doble nacionalidad y donde nadie mostrara un sentido de pertenencia. Los serenos eran asturianos y los porteros, gallegos, y te bajabas en Atocha o en Chamartín y empezabas a ser madrileño inmediatamente: nadie te hacía renunciar a ser andaluz, gallego, asturiano o lo que fuera. Todavía siguen viniendo a mi casa de Madrid amigos peruanos, mexicanos o ingleses que me dicen que no conocen otro lugar en el mundo en el que vayas a un bar y a los diez minutos alguien te esté invitando a ir a su casa. Eso nunca, jamás de los jamases, ha pasado, por ejemplo, en Barcelona. Nunca, nunca, nunca. Sin embargo, Barcelona sí era cantada por cantantes españoles, como Pi de la Serra, Raimon o Serrat. Pero a Madrid no se le había cantado. Ah, falta una cosa de Madrid. Entre el poblachón manchego de Galdós y entre Navalcarnero y Kansas City de Cela, ahí encontré yo una cosa que tenía que ver con que es inimaginable ver a los madrileños desfilando detrás de una bandera o cantando un himno. De hecho, Leguina le encargó un himno a García Calvo que a mí me gusta mucho y que no ha tenido la menor fortuna.21
»Luego está lo de los bares, la apertura impresionante de los madrileños. Como la noche de Madrid, ni la de Nueva York ni la de Buenos Aires. No he visto nada igual en mi vida, de verdad. He contado muchas veces en radios y televisiones latinoamericanas que el que haya un atasco de tráfico terrible a las doce del mediodía es un coñazo absoluto, pero que lo haya a las tres de la mañana es poesía. Y en Madrid sigue habiendo embotellamientos a las tres de la mañana. ¿Cuántos Gobiernos, cuántos ayuntamientos han hecho el intento serio de ponernos horarios europeos, de que la gente se vaya temprano a dormir y se levante temprano para ir al trabajo? Nunca lo han conseguido. Porque los madrileños siempre han pensado que la noche es del que se la trabaja. Nunca sentí ni pensé “aquí me voy a quedar” hasta que llegué a Madrid.
J. M. F.: ¿Crees que de haberte instalado dos décadas atrás en Barcelona en vez de en Madrid tu trayectoria musical habría sido la misma, o Madrid ha sido decisiva para tu éxito?
J. S.: Yo creo que si hubiese estado en Barcelona habría escrito y habría cantado, pero Madrid ha sido absolutamente insustituible en la medida en que yo, que nunca tuve una casa ni una provincia y siempre he sentido, como sabes, bastante desprecio por el patriotismo y, sobre todo, por el patrioterismo y la nostalgia de la infancia, sentí que aquí, en Madrid, estaba en mi casa; que me habían hecho un hueco y que, como antes te decía, no me pedían el carnet ni me preguntaban el apellido ni cómo se llamaba mi padre ni cuánto dinero tenía. En Madrid se puede tener un amigo durante tres años sin saber su apellido o si vive en una casa de ricos o de pobres. Eso me deslumbró desde el primer momento.
J. M. F.: ¿Eso habría sido inviable en Barcelona?
J. S.: Sí.
J. M. F.: Y ¿un Pongamos que hablo de Barcelona también?
J. S.: Habría escrito otras canciones, pero esa permeabilidad social de Madrid para mí es imprescindible. Eso sólo lo he visto aquí. En ciudades como Barcelona el apellido y la procedencia social cuentan mucho.
J. M. F.: En aquella entrevista de Arcadi Espada a David Trueba que antes te citaba, el cineasta acababa la entrevista diciendo: «¡Y encima no es de Madrid, es de Ubeda, si no me equivoco...!»
J. S.: [Ríe.] Yo quiero mucho a David. Por cierto, la última vez que estuve en Cuba con mis niñas fue fantástico. La mujer de David, Ariadna Gil, estaba rodando allí una película con Mariano Barroso [Hormigas en la boca] y David estaba con ella. Así que por las noches, a las dos de la mañana, me iba con mi hija Carmela —porque mi otra hija, Rocío, se iba a dormir— a ver el rodaje, que era maravilloso, en un palacio colonial. Nos sentábamos, veíamos a los actores trabajar y estábamos realmente encantados.
J. M. F.: Y Luego hablabais Mariano Barroso y tú y os acordabais de Mendiluce.22
J. S.: [Risas sonoras.] ¡Pobre Mendiluce, carajo! De toda esa movida salió jodido. Luego, por cierto, el tipo no renunció a su escaño, ¡del PSOE!, en el Parlamento Europeo. Le tengo un mínimo respeto. Es decir, bajo mínimo respeto. Ni siquiera me emocionó, fíjate, su salida del armario.
J. M. F.: Volvamos al foro. Antes has dicho que tu canción Pongamos que hablo de Madrid y tu fijación, la de Rosendo y la de Moris por esa ciudad como fuente de inspiración fueron anteriores a la movida.
J. S.: Sí, y además quiero decir una cosa de la movida porque se ha hablado mucho de si existió o no. Te diré que para mí la movida no fueron los pelos de colores ni Rockola ni Las Costus.23 De hecho, de eso ha quedado poquísimo. Ha quedado Almodóvar, que ya no es eso; ha quedado un poquito Alaska y un poquito Auserón, y casi paro de contar. Pero lo que no me van a quitar ninguno de esos desdeñosos de la movida que dicen que nunca existió es la alegría de ocupación de espacios públicos y el estallido de libertad que vivimos durante los años de Tierno Galván. Es decir, los san Isidro, las fiestas, los conciertos, los bares y la gente. Eso pasó, simplemente pasó. Venían los turistas suecos y se bajaban en la Puerta del Sol y te preguntaban: «Por favor, ¿me puede usted decir dónde está la movida?» [Risas.] Eso fue así. Bien es verdad que Krahe y yo, en La Mandrágora, fuimos contemporáneos de la movida y sentíamos que no éramos la movida. Además, por si no lo sentíamos, ya se encargaban los alaskos de decir a gritos que no éramos de eso, pero es igual. Nosotros disfrutamos muchísimo porque hubo varias movidas simultáneas. Una era la de los pelos de colores y Rockola que te decía antes, pero luego estaban la del barrio de Lavapiés, la de los afterhippies y la de la gente en las verbenas populares. Porque los exquisitos de la movida no iban a bailar chotis y pasodobles a Lavapiés, pero yo sí. Ellos eran muy elitistas y sólo se juntaban con gente que se vestía como ellos y que oía los discos que oían ellos. Por cierto, discos que no oía nadie más que ellos. Pero a mí, ya te digo, eso no me interesaba nada. Lo que me interesaba era que, bajo el auspicio de Tierno Galván, Madrid se disparató de una manera brutal y se llenaron las calles.
J. M. F.: Sin embargo, muchos periodistas siguen erre que erre con la matraca de esa movida elitista y minoritaria de la que hablas, y que ha pasado por ser la única que existió. Leopoldo Alas escribía para El Mundo (18-10-2003) que «ni Los Pecos ni Tequila ni Mecano, aunque algunos desinformados los incluyan (como también incluyen a Sabina o a Ramoncín), pertenecieron a aquella importante aventura musical, cultural y social que desdeñó las componendas comerciales y reinventó el pop con las lecciones del punk bien asimiladas, proclamando que no hacía falta tocar y cantar bien para ser un verdadero artista». ¿Qué te parece?
J. S.: Bueno. Usando su apellido, Alas, diré: «Cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo» [risas]. Creo que ya he contestado a eso. La movida esa de la que él habla, eran veinticinco. Y además eran exclusivos y no admitían a nadie más. De la movida que yo hablo es de la ocupación de calles y plazas y del estallido de libertad, y ahí sí estuve yo.
J. M. F.: ¿Crees que esa «movida exclusiva», de pelos de colores y Rockola, fue un movimiento eminentemente homosexual?
J. S.: Bastante, sí.
J. M. F.: Quisieron emular a la Factoría de Andy Warhol...
J. S.: Exactamente, sí. Pero, claro, treinta años después.
J. M. F.: Y en lo que respecta a la música, es curioso que muchos de los que fuisteis mirados con indisimulada displicencia por los que se supone eran los adalides de la movida, por esos clasistas con los pelos de colores, les habéis sobrevivido.
J. S.: Sí, y ellos no han sobrevivido. Y los que lo han hecho se han tenido que reciclar mucho. Por ejemplo, Santiago Auserón, que se convirtió en el cantautor Juan Perro. Por cierto, siempre he creído que un grupo es un cantautor y tres más. O, como mucho, en el caso de los Beatles y de los Rolling Stones, dos cantautores y tres más. Estoy absolutamente convencido de que Antonio García de Diego, Pancho Varona, Olga Román y yo, desde el punto de vista del trabajo en un estudio, somos mucho más un grupo que todos los grupos que he conocido. Pero eso no me va a hacer comulgar con ruedas de molino, porque yo sigo manteniendo que no creo en la creación colectiva, sino en la individual, o como mucho en una suma de creaciones individuales. Y no me saques ahora, que te conozco y te estoy viendo venir, el tema de cómo trabajo y de cómo hago las canciones. Eso lo vamos a dejar para otro día.
J. M. F.: Loquillo, otro protagonista de la movida, comentó que era «muy fuerte» que ahora se considerase rock and roll a lo que hacéis Miguel Bosé y tú.
J. S.: Lo leí y recuerdo que sólo comenté: «Insensatillo» [risas]. Pero tengo que decirte que después de eso ha estado en mi casa y lo pasamos muy bien. Por cierto, ¿te conté lo que me pasó con Miguel Bosé en un cuarto de baño? Pues resulta que en unos premios de música entramos a mear juntos a los servicios, y cuando salimos, unos tipos se nos quedan mirando y yo les digo: «No es lo que os figuráis. Somos maricones.» [Risas.]
J. M. F.: Y ¿qué me dices del intocable Antonio Vega y su Chica de ayer? Según la mayoría de los críticos musicales de este país, se trata de la mejor canción de la movida y, por ende, de los últimos veinticinco años.
J. S.: A mí Antonio Vega más de una vez me ha tocado el corazón con esa voz y ese modo tan especial que tiene de hacer las cosas. Me lo ha tocado de verdad y muy de verdad. Pero la Chica de ayer no me ha tocado el corazón y me da la sensación de que tampoco se lo toca a él. Por lo menos, no a estas alturas. Él aprecia mucho más lo que ha hecho después.
J. M. F.: Hablé precisamente de esto con él —charla que está documentada en un número de la revista Interviú— y te aseguro que no, que esa canción no le toca el corazón en absoluto. De hecho, me dijo que pensaba que Chica de ayer está magnificada y que canciones como Annabel Lee, de Radio Futura; Malos Tiempos, de Golpes Bajos, y Frío, de los Alarma!!! de Manolo Tena eran mucho más representativas de los años de la movida que la suya.
J. S.: Es que Chica de ayer ni siquiera fue un himno en su momento. Yo también te diría que Frío y, después, Un africano por la Gran Vía, de Radio Futura, y tal vez también La estatua del jardín botánico, que ya cité en El rap del optimista [canción que cerraba su disco El hombre del traje gris]. Pero del frivoleo ese de las cancioncillas de usar y tirar que fueron la insignia de la movida no ha quedado, en mi opinión, nada.
J. M. F.: Dejando a un lado Chica de ayer, ¿crees que Antonio es un autor excesivamente mimado y, quizá, sobrevalorado por la crítica? Al margen de su talento, que sin duda lo tiene.
J. S.: Sí, lo creo. Pero si es alguien excesivamente mimado y sobrevalorado es porque en este país no hay nada que le guste más a la gente que un postumo maldito. Ya veré cómo corrijo esto, pero es que a Antonio Vega lo llevan dando por muerto mucho tiempo. Eso es lo que más gusta en este país, un buen entierro.
J. M. F.: Sin ir más lejos, aquel homenaje que le hicieron, Ese chico triste y solitario, se lo encontró en El Corte Inglés mientras rebuscaba entre un montón de discos. ¡No tenía ni idea de la existencia de un disco en el que él era el protagonista!
J. S.: Él se endemonió porque estaba radicalmente en contra del título.
J. M. F.: Un disco, por cierto, en el que no participaste.
J. S.: No participé, no, aunque me lo propusieron. Pero, hey, la intención de quien lo hizo fue buena. Lo hizo Paco Martín, que es muy amigo mío, y su intención te digo que era muy buena, porque Antonio debía meses de alquiler y ésa era una forma de socorrerlo. Lo que pasa es que, claro, lo de socorrerlo de esa manera tan piadosa y cristiana, un tipo como Antonio, que tiene más de dos dedos de frente, no podía admitirlo.
J. M. F.: El propio Vega me dijo que tenía mucho más que ver con aquello de «triste y solitario» el ya fallecido Enrique Urquijo, tu querido Enrique Urquijo, que él. También, con irrefutable lógica, que Enrique respondía mucho más a la caricatura del artista maldito que se empeñan en hacer de él.
J. S.: De hecho, Enrique está muerto y Antonio no.
J. M. F.: También Antonio Flores respondía más a ese dibujo que Antonio Vega.
J. S.: Antoñito Flores, cuando estaba muy malito, se venía a mi casa y se quedaba dos días durmiendo. Recuerdo que su novia vagabundeaba por la casa sin saber qué pasaba, y que, antes de meterse en la cama, Antoñito llamaba a Lola Flores, a las seis de la mañana, para decirle: «Tranquila, que estoy en casa de Joaquín.» Y yo, claro, le echaba la bronca: «Pero cabrón, ¿tú te crees que tu madre se va a quedar más tranquila sabiendo que estás en mi casa?» [Risas.] Yo a Antoñito le echaba muchas broncas. Le pinchaba con cosas del tipo: «Oye, tu hermana Rosarillo está arrasando y las canciones se las has hecho tú. Bueno, y tú ¿para cuándo?», y algunas veces me esquivaba porque no le apetecía que le abroncara.
J. M. F.: A propósito del talento de los músicos españoles, me viene a la cabeza que, allá por 1992, arremetiste duramente contra los jóvenes cantantes patrios asegurando que sus letras parecían declaraciones hechas por futbolistas tras haber jugado un partido. Cinco años después levantaste una gran polémica al afirmar que los grupos nacionales que cantaban en inglés no podían ser considerados españoles, y te preguntabas si no sería que cantaban en ese idioma para que no se entendiera lo que decían, en clara alusión a su incapacidad para escribir letras no ya decentes, sino simplemente inteligibles.
J. S.: Es que hubo un momento, a principios de los ochenta, coincidiendo con La Mandragora, en el que recuerdo haber tenido conversaciones con Miguel Ríos —hablo de Miguel Ríos porque entonces era el rock and roll de masas— y con más gente, y parecía que habíamos ganado la batalla; que estábamos demostrando que se podía hacer rock en español. Durante una década, creo que fueron los ochenta, yo no recuerdo que nadie cantara o grabara en inglés. Sí que recuerdo que me mandaban melodías en guachi-guachi para que yo les pusiera la letra —y algunas las llegué a grabar—, es decir, en algo que sonaba a inglés sin que fuera inglés. Pero hasta hace muy poquito a ningún grupo se le ocurrió hacer lo que hacen éstos..., ¿cómo se llaman? Esa chica gordita... Sí, Dover. Creo que casi hasta Dover, hubo diez años o más en los que pareció que el español ya se había adaptado perfectamente al pop, al rock y a todas las nuevas formas de música popular que salían. No sólo eso, sino que empezó a haber una invasión buena, mala y regular, pero que a mí me pareció beneficiosa, de cositas latinoamericanas. En cuanto a los grupos españoles y a eso de que hacían letras que parecían declaraciones de futbolistas, pues lo sigo pensando. En cualquier caso saludé, sin mucho entusiasmo pero sí como algo que yo no había previsto y que me gustaba que pasara, el pequeño boom que hubo de cantautores, los pedrosguerras y los javieresálvarez. También me pareció que no eran muy jóvenes estéticamente, ya que conectaban más con Aute y con Caetano Veloso que con Prince o con Eminem. Pero sí me pareció una buena idea que el futuro no estuviera escrito y que se diera ese tipo de fenómenos en bares de Madrid. Eso vino para quedarse, porque Pedro Guerra sigue ahí y también Drexler y algún otro. Pero desde el punto de vista de la repercusión pública, ese fenómeno no duró mucho.
J. M. F.: Comparto plenamente todo lo que dices. Sin embargo, me temo que en comparación con el momento actual, aquello era la Generación del 27. Es decir, Operación Triunfo, Bisbal, Upa Dance, etcétera, etcétera.
J. S.: El momento actual es catastrófico, desde luego. Pero también pienso, me cuentan y huelo que en los bares de Madrid y de muchos otros sitios están pasando cosas interesantes. Por cierto, hubo un momento en el que parecía que ni en los bares iba a haber ya música. La música se ha ido de la televisión, excepto Operación Triunfo, pero hay cientos de miles de bares en los que hay gente tocando todos los días, y en algunos poquitos que conozco de Andalucía hay gente muy buena.
J. M. F.: Lo de Operación Triunfo fue un fenómeno coyuntural claramente condenado a extinguirse, pero a muchos de tus colegas llegó a indigestárseles y achacaron sus bajas ventas a la existencia del programa. Es decir, que en el fondo aquello les vino muy bien para justificar el escaso interés que despertaba su trabajo.
J. S.: [Esboza una sonrisa mayúscula que traduzco como «no me pongas en un aprieto, mamón» y, como si no hubiese oído bien la pregunta, termina yéndose por la tangente con, eso sí, suma habilidad.] Es que a mí Operación Triunfo nunca me pareció un programa de música; me pareció un programa de televisión. Es decir, cada vez que me tiraban de la lengua y me metían los dedos en la garganta para que blasfemara de Bisbal, de Bustamante o de Chenoa, la verdad es que me echaba a reír. Porque nunca me pareció que estuvieran en mi oficio. Ése no es mi oficio. Por cierto, hablando de cantantes de orquesta: creo que nunca deberían haber pasado de la orquesta del pueblo, de la ciudad o de Nueva York, si quieres. Porque son eso, cantantes de orquesta. Ninguna otra cosa.
J. M. F.: Si Enrique Urquijo, Antonio Flores, Pepe Risi y Carlos Berlanga hubieran levantado la cabeza en pleno fenómeno de Operación Triunfo, ¿crees que habrían caído fulminados de nuevo?
J. S.: Vomitarían como hacemos los que estamos vivos.
Carlos Berlanga llegó a verlo, y a los demás les hicieron homenajes una vez que estaban muertos. Después de —concretamente en el caso de Antonio Flores— no hacerles ni puto caso en vida.
J. M. F.: ¿Entonarían al unísono el Pero qué público más tonto tengo, de Kaka de Luxe?
J. S.: Pues sí, la verdad es que sí.
J. M. F.: De todos modos, la industria musical, tan plañidera ella, ha tenido mucha culpa de lo que está pasando. Ahora andan llorando por las esquinas todo el día, quejándose del cáncer de la piratería e Internet, pero...
J. S.: Es que la industria musical, española y mundial, está a punto de desaparecer.
J. M. F.: Sí, es ahí adonde quería llegar. Hablemos de eso.
J. S.: Si hablas en serio con cualquier alto ejecutivo más o menos listo, que no abundan, de cualquier compañía, te dirá que el mundo del disco, tal y como lo hemos conocido, está muerto y enterrado. Con la piratería, las nuevas tecnologías, Internet y los nuevos métodos de comunicación, las industrias musicales, tal y como eran, tienen que desaparecer. Ahora mismo, en la fusión de Sony con BMG-Ariola, José María Cámara [actual presidente de Sony-BMG para la Península Ibérica] va a tener que echar a doscientas personas a la calle.
J. M. F.: Para cuando se publique este libro, esa gente ya estará engrosando las listas del paro.
J. S.: Sí, y creo que ni ellos mismos saben qué carajo van a hacer. Porque tenían unas estructuras que hoy no se pueden sostener. Cuando conocí a Tomás Muñoz,24 CBS era un rascacielos. Y ahora para nada. Pero es que ahora yo puedo hacerme mi disco porque todo se ha simplificado enormemente. Los aparatos con los que uno puede grabar un disco están al alcance de casi cualquiera.
J. M. F.: El problema es para la gente que empieza. Porque tú, que ya tienes un nombre, puedes hacer el disco en casa, buscar una distribuidora competente y, zas, ya tienes las ventas aseguradas. Pero un chaval que está empezando lo tiene mucho más difícil.
J. S.: Sí, pero vamos a ver. Cada vez que me habláis de la gente que empieza yo es que no sé de qué me estáis hablando. Porque ¿y la gente que empezaba cuando lo hacía yo? Tampoco tenía ninguna posibilidad. Yo no tenía ninguna posibilidad. Las cosas fueron como fueron. Yo creo que Leonard Cohén y Tom Waits, si hubiesen sido españoles, nunca habrían encontrado casa de discos.
J. M. F.: Bueno, tú la encontraste. Y eres lo más parecido a esos dos tipos que tenemos por estos pagos.
J. S.: Sí, sucedió así pero no estaba para nada previsto. Cortázar escribió que, a la altura del siglo xx en la que él vivía, no había un genio que se quedara inédito. Yo llevo muchos años diciendo que cualquier tipo del pueblo más perdido de España, si tiene dos canciones interesantes, puede grabar. Eso lo decía antes de que existiera Internet, luego figúrate ahora. El último disco de Manolo Tena ha sido distribuido por Internet y hay otros muchos que lo hacen. ¿Cuál es el problema entonces, si un escritor de poesía o de canciones de Villanueva del Trabuco [Málaga] puede poner su obra en circulación? No creo en eso de que los jóvenes no tienen posibilidades. Sí, es verdad que el casting de Operación Triunfo acabó con todo el mundo. Es decir, las compañías, aparte de Operación Triunfo, tenían todo lo que había quedado fuera del casting, que era una cola de doscientos mil. ¿Y eso ha hecho daño a la música? No, porque te repito que eso no es la música. Eso es otra cosa que ha existido siempre y que ha hecho daño a las compañías.
J. M. F.: Y ahora las compañías, que se ven con el agua al cuello, andan buscando soluciones de emergencia un tanto burdas y cicateras: canciones de regalo y deuvedés con videoclips con los que tratar de enganchar a un comprador que tiene el colmillo retorcido y que sabe que en las mantas y en la Red la música es mucho más barata, incluso gratis total.
J. S.: Tú sabes que yo, y mucha gente me lo reprocha sin que les falte razón, no he puesto nunca mi firma en ningún manifiesto contra la piratería. No sabría muy bien explicar por qué, pero sí sé que voy a seguir sin ponerla.
J. M. F.: De hecho, llegaste a declarar que son mucho más mafiosas las multinacionales que el pobre negrito del Senegal que trata de salir adelante vendiendo discos en una manta.
J. S.: Yes.
J. M. F.: ¿Alguno de tus colegas antipiratería, que son unos cuantos, te ha abroncado en privado por ello y te ha afeado tamañas declaraciones, así como el hecho de que no condenes abiertamente esa práctica ilícita, con lo mucho que ese gesto, dados tus miles de seguidores, ayudaría a la causa?
J. S.: No. Pero... ¡si tienen razón! Lo que sucede es que creo que son las discográficas las que han promovido las listas contra la piratería, y yo no soy un empleado de BMG.25
J. M. F.: ¿Cuál crees que va a ser el futuro del disco, si es que lo tiene? Porque lo que está clarísimo es que a las discográficas les hace falta, primero, una buena cura de humildad y, segundo, una urgente revisión del precio del disco.
J. S.: Estoy absolutamente convencido de que esas mastodónticas multinacionales que han vivido del disco toda la vida no pueden seguir así, y ellos lo saben. No tengo ni idea de qué va a pasar. Lo que vayan a hacer pasa por la regulación de los Gobiernos, que ya están muy preocupados con eso. Hablo del cobro de los derechos de autor en Internet, que, por lo pronto, es un caos y no tienen ni idea de cómo atajarlo. Pero, desde luego, no va a haber rascacielos de multinacionales ni nada de eso. Creo que todo lo malo empezó, y algo tiene que ver eso con la piratería, cuando pasaron del vinilo al cedé y todo el mundo sabía que el cedé era muchísimo más barato de fabricar que el vinilo y, sin embargo, no bajaron los precios, sino que para colmo los subieron. A partir de ahí la gente empezó a hacer cedés. Las maquetas que yo recibo de Villanueva del Trabuco están hechas con toda la tecnología del mundo, y los grandes están haciendo los discos en sus casas. Hoy día puedes disponer de toda la tecnología del mundo en un cuartucho de diez metros cuadrados. Las discográficas tendrán que inventar otro modo de difusión y de plusvalía. Y, desde luego, con muchísimos menos empleados. Se han acabado para siempre los estudios de grabación, que hoy por hoy son deficitarios y lo van a seguir siendo cada vez más.
J. M. F.: Quizá esta situación podría propiciar una vuelta a los orígenes, algo que sería precioso. Quiero decir que antes las discográficas sólo editaban discos de gente a la que se le suponía cierto talento, y te hablo de artistas tan dispares como Brassens, Bowie, Dylan o Yazoo. Sin embargo, en los últimos años simplemente han querido hacer caja y han puesto a la venta cualquier cosa que, en teoría, pudiera funcionar comercialmente aunque la calidad brillara por su ausencia. Hemos pasado, no sólo ya en el mundo del disco sino en todos los ámbitos artísticos, de las obras cuidadísimas a los productos de fácil consumo. A lo mejor la solución pasa por apostar otra vez por la calidad, lo que a largo plazo resultaría, estoy seguro, altamente rentable. ¿O crees que esa línea de pensamiento es una absoluta quimera?
J. S.: No, no, muy al contrario. Soy optimista con eso. La sociedad, por sí misma, igual que nos sorprendió con, por ejemplo, la guerra del Golfo, Aznar y el 11-M, puede sorprendernos con eso que dices. Ahí tenemos casos tan increíbles como el de Pla, que al final encontró su multinacional. Por lo que yo conozco de las multinacionales, que no es mucho porque llevo en la misma toda la vida, si les llevo algo de indiscutible talento lo van a recibir con los brazos abiertos. Lo que pasa es que el talento no abunda. Ni ahora ni nunca. Quiero decir que no estamos en tiempos excesivamente sombríos para la música, quizá sí para otras cosas. De hecho, cuando compré mi primera guitarra en Ubeda apenas había tiendas de guitarras y la mía era la única. Pero ahora todo el mundo tiene una guitarra y muchos van a conservatorios.
J. M. F.: Los catequistas, aunque las utilizaran para alabar al Señor con música de los Beatles, sí tenían sus guitarras.
J. S.: Sí, pero eso fue algo después. Yo te estoy hablando de mis catorce años. En el 49, que es cuando nací, no había ni catequistas. Eso fue después. No soy tan pesimista con respecto a la música ni soy un fundamentalista antiOperación Triunfo porque no me inquieta eso lo más mínimo. Ni creo que los jóvenes de hoy tengan menos posibilidades que los jóvenes de mi generación. Creo, como te decía antes, que con las nuevas tecnologías esos jóvenes están teniendo la posibilidad de hacer un disco cojonudo en su casa. Lo creo de verdad.