6. Los allí enterrados, o la falta de quórum en el bando nacional

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LOS ALLÍ ENTERRADOS, O LA FALTA

DE QUÓRUM EN EL BANDO NACIONAL

En la mañana del sábado 21 de marzo de 1959 fueron trasladados al Valle de los Caídos los restos mortales de Josefina María de Aramburu, considerada «la primera mujer víctima del Madrid rojo».

Josefina María había muerto en la madrugada del 16 de agosto de 1936 y, hasta su traslado al Valle de los Caídos, sus restos reposaban en el cementerio de Chamartín, en Madrid.

Josefina María de Aramburu era dama de la Cruz Roja por su participación en la campaña de Marruecos y le habían concedido, a título póstumo, la «Y» de plata de la Sección Femenina. Estaba soltera.

La llegada de la señorita Josefina María de Aramburu al Valle de los Caídos se celebró con una misa a la que asistieron sus familiares y varios miembros en representación de la Vieja Guardia de Madrid.

En la segunda quincena de marzo, en vísperas de la inauguración del Valle de los Caídos, fueron frecuentes los traslados de restos mortales al Valle desde otros puntos de España.

La liturgia solía ser siempre la misma: misa en el cementerio de origen, ceremonia que estaba presidida por el gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, por cargos militares, generales, presidentes de la Audiencia Provincial, responsables de la Diputación de la provincia en la que estuviera el cementerio.

Los restos de estos muertos del bando franquista estaban depositados en arquetas y eran trasladados en vehículos militares. Normalmente eran despedidos por la banda militar correspondiente, que interpretaba el toque de oración.

Valladolid, Logroño, Toledo, Villareal, Huelva, Huesca…, son otras tantas ciudades de las que partieron los restos mortales de españoles del bando nacional para ser enterrados en el Valle de los Caídos.

Todos ellos eran franquistas, se les trasladaba con la aquiescencia de las familias y acompañados de honores militares y ceremonias religiosas. Era para sus familias, hay que suponer, un orgullo que los fallecidos, caídos por Dios y por España, fueran a reposar junto a José Antonio y cogieran sitio para esperar a Franco cuando este muriera en un futuro que todos ellos querían lejano, muy muy lejano.

Pero además de Josefina, de José Antonio Primo de Rivera, de Francisco Franco y de otros muertos franquistas, hoy, en el Valle de los Caídos, están sepultados los restos mortales de los republicanos presos, a los que les fue conmutada su condena carcelaria por los trabajos forzosos en el gélido Valle y murieron erigiendo un monumento en memoria del que pudo fusilarles.

En esa extraña mezcla de muertos, yacen también en el Valle un número indeterminado de ciudadanos españoles de izquierdas, antifranquistas, rojos; republicanos en suma, que fueron trasladados —en muchos casos como si se tratara de material de relleno— desde sus enterramientos iniciales hasta el Valle de los Caídos en las jornadas previas a su inauguración oficial, en 1959.

Los restos mortales de los republicanos están, en algunos casos, en arquetas identificadas con su lugar de procedencia y, en otros, al parecer, forman parte de la estructura de la obra en un enterramiento imposible que hace más imposible aún su eventual exhumación.

Oficialmente están enterrados en el Valle de los Caídos treinta y cuatro mil muertos, según el actual responsable de la basílica y de todo el establecimiento, el abad Anselmo Álvarez.

Treinta y cuatro mil muertos, de uno y otro bando, en un monumento que, tal y como lo definió su promotor, Francisco Franco, fue erigido «para perpetuar la memoria de los caídos de nuestra gloriosa Cruzada».

Es evidente que bajo esta denominación franquista no caben los que lucharon en el bando republicano, considerados como enemigos mortales por Franco. ¿Cómo fueron a parar al Valle de los Caídos algunos de los que perdieron la vida a manos de Franco? ¿Cómo es posible que estén en el mismo lugar las víctimas de Franco y los victimarios como el propio Franco? ¿Los fusilados por Franco junto a Franco que los mandó fusilar?

Esta es la historia de un viaje siniestro.

TRASLADADOS Y NUEVAMENTE ENTERRADOS

EN LA CLANDESTINIDAD

Los enterrados en el Valle de los Caídos, las víctimas del bando republicano, fueron trasladados prácticamente desde todas las provincias de España. En muchos casos de manera urgente, en todos sin avisar desde luego a los familiares de los fusilados, sin consultarlos o pedirles autorización.

Los muertos republicanos se trasladaron manu militari, con prisa, en cumplimiento de la consigna de llenar un Valle que se había quedado sin ocupar del todo porque, al parecer, los muertos del bando franquista trasladados allí no eran suficientes para llenar tan gigantesco túmulo.

Fausto Canales es hijo de uno de los republicanos fusilados por Franco. Investigador del Valle de los Caídos, sostiene que en el año 1959 el Gobierno franquista trasladó, en solo quince días, nada menos que diez mil un cuerpos. Lo hizo cuatro días después de la inauguración del Valle de los Caídos.

Este preciso dato, de los pocos existentes sobre los republicanos allí enterrados, figura en el Archivo General de la Administración, en Alcalá de Henares (Madrid).

En el Valle de los Caídos hay documentos y listados de los trasladados al Valle desde otros puntos de la provincia de Madrid, pero, según Canales, hay documentación que acredita traslados de víctimas republicanas realizados desde todas las provincias españolas.

Hay republicanos enterrados en cajas individuales y en depósitos colectivos. En cajas que en unos casos están identificadas y en otras carecen de nombre, en las que solo figura el pueblo de procedencia.

En el Valle de los Caídos existe un libro de difuntos, con los datos de los allí enterrados, entre los que se encuentra el padre del abad de la basílica, Anselmo Álvarez, que fue fusilado por los republicanos y que está enterrado junto con republicanos en el Valle.

Celestino Puebla, Emilio Caro, Flora Labajos, Pedro Ángel Sanz, Román González, Víctor Blázquez y Valérico Canales, trabajadores, militantes socialistas de la localidad de Pajares de Adaja, en Ávila, fueron fusilados por falangistas el 20 de agosto de 1936. Después de fusilarlos, los falangistas, procedentes de Mojados (Valladolid), los enterraron en un pozo del pueblo de Aldeaseca, cercano a Pajares de Adaja. El pozo estaba en desuso en el momento del fusilamiento y desde entonces es conocido por los lugareños como la «tierra de los muertos».

La misma autoridad franquista que ordenó el fusilamiento de los siete socialistas y la ocultación de los cuerpos en un pozo es la que, veintitrés años después, sin consultar a las familias de los fusilados, exhumó los cuerpos, los sacó a toda prisa, los trasladó hasta el Valle de los Caídos y allí los enterró. Sin avisar, por supuesto, a los familiares. Sin avisar ni en el momento de la exhumación ni tampoco en el de la nueva inhumación. Con urgencia y clandestinidad, con desprecio absoluto a los muertos o a sus familiares. A ustedes los matamos, los escondemos en un pozo y cuando nos da la gana los exhumamos y los llevamos a un enterramiento en un mausoleo, símbolo del franquismo, para que estén en compañía de los conmilitones de los que ordenaron asesinarles y, con el paso del tiempo, con el máximo responsable de su muerte: Francisco Franco.

Los siete socialistas abulenses fueron enterrados en 1959 en el Valle de los Caídos, unos meses antes de que fuera inaugurado. A sus familias no les consultaron a la hora de fusilarlos, no les iban a consultar cuando los exhumaron y los llevaron a enterrar en el mausoleo franquista.

El caso de los siete socialistas abulenses no es único, es paradigmático de otros muchos traslados de víctimas republicanas realizados en condiciones semejantes.

Frente a la hipótesis de que los restos mortales de algunos republicanos trasladados al Valle de los Caídos fueron introducidos desordenadamente en cavidades que forman ahora parte de la estructura del edificio —lo que haría absolutamente imposible su eventual recuperación—, Fausto Canales, el hijo de Valérico Canales, uno de los siete socialistas de Pajares de Adaja (Ávila) fusilados por los falangistas, sostiene que su padre y sus seis compañeros están en el columbario 198 de la cripta, que se encuentra al fondo de la Capilla del Sepulcro, en la primera planta del Valle de los Caídos.

Fausto Canales no supo que su padre y sus compañeros estaban en el Valle de los Caídos hasta muy tarde. En 2003 logró que se realizara una exhumación en el paraje conocido como «tierra de los muertos», pensó que allí estarían los restos de su padre y de sus seis compañeros, y quería rendirles homenaje, darles sepultura de manera digna en el cementerio del pueblo, Pajares de Adaja.

La exhumación fue completamente frustrante, solo se encontraron algunos pequeños huesos de manos y pies, vértebras, restos craneales y un dedal de mujer. Al no encontrar allí los restos de los fusilados, la Asociación de la Memoria y el propio Fausto se dedicaron a buscarlos por toda España y dieron con su paradero: su padre y los otros seis socialistas habían sido trasladados un 23 de marzo de 1959 al Valle de los Caídos. Sus restos estaban junto a los de Franco.

Así que hasta 2003 no supo Fausto que su padre había sido sacado de la «tierra de los muertos» y trasladado al Valle de los Caídos junto con otros muchos muertos. Ahora Fausto quiere una autorización que le permita trasladarlos definitivamente al cementerio de Pajares de Adaja, donde nacieron los siete fusilados y donde todos los familiares que aún viven desean que sean enterrados los fusilados de una santa vez.

Esta es solo una de las muchas historias de republicanos que fueron fusilados por Franco, sepultados en fosas y cunetas sin la autorización de los familiares y traslados posteriormente, en los días previos o inmediatamente posteriores a la inauguración del Valle de los Caídos, al mausoleo franquista, también sin el conocimiento y sin la autorización de sus familiares.

Fausto Canales tiene setenta y cuatro años y ha sido tenaz hasta, como mínimo, el año 2009. No todos los familiares de los españoles republicanos han sobrevivido, o han tenido las ideas tan claras y la fuerza necesaria para defenderlas, para saber, primero, que sus familiares estaban en el Valle de los Caídos y para exigir, luego, que sean exhumados y trasladados a los cementerios de las ciudades y pueblos en los que nacieron.

UNOS VEINTE MIL SIN IDENTIFICAR

De las treinta y tres mil ochocientas cuarenta y siete entradas de restos mortales registradas en el libro de difuntos del Valle, se calcula que unos veinte mil están sin identificar. Esto, cincuenta años después de que se inaugurase el Valle de los Caídos y después de más de treinta años de democracia.

En el Valle puede haber, según otras fuentes, entre cuarenta mil a sesenta mil restos de víctimas, sin que se pueda precisar cuántas corresponden al bando republicano y, de ellas, cuántas fueron ejecutadas o cuántas murieron en el campo de batalla a consecuencia de acciones de guerra.

No hay planos que indiquen dónde están los enterrados, no se sabe, en la mayoría de los casos, cuál es su origen, se desconoce cuál puede ser el estado de conservación de los restos, aunque se teme que el paso del tiempo, más la humedad, las filtraciones de agua y su uso irregular y, desde luego, no respetuoso, en el momento del traslado y enterramiento en el Valle, hayan dejado esos restos en estado maltrecho.

La imponente construcción del Valle no ha impedido el triunfo de las goteras. Basta con pasear por el templo para ver como el agua pertinaz ha abierto fisuras en los techos de la basílica, y como en las paredes hay costurones calcáreos que certifican que las goteras están vigentes y que no hay forma humana de combatirlas.

No resulta, por tanto, difícil imaginar los estragos que habrá provocado el agua en la zona de los enterramientos, que no se pueden ver; el deterioro que habrá ocasionado el agua, más el paso del tiempo, más las nada cuidadosas condiciones en que se produjo la exhumación en sus lugares de origen, el traslado y el posterior enterramiento en el Valle de los Caídos de muchos de los cadáveres allí sepultados.

En estas condiciones, plantear el análisis de todos los restos humanos para establecer su identidad resulta una tarea imposible, tanto por cuestión de tiempo como por la ingente cantidad de dinero que supondría la identificación y que no se sabe quién tendría que pagar.

La inmensa mayoría de los cadáveres pertenecientes al bando republicano están, por tanto, sin identificar. Los pocos restos de republicanos que sí están localizados han sido identificados en muchos casos gracias a la tenacidad de los familiares y de las Asociaciones de la Memoria, casi siempre después de haber comprobado que no estaban enterrados en las fosas de los pueblos en los que habían sido fusilados.

¿Cómo se explica que a estas alturas de la democracia estén sin identificar un número, no precisado con exactitud, pero estimado como muy elevado, de restos mortales de españoles republicanos que fueron fusilados por los franquistas y que están enterrados en un mausoleo franquista?

¿Cómo es posible que estén enterrados en un monumento de esa simbología franquista los republicanos que fueron víctimas de Franco y que fueron trasladados allí sin el consentimiento de sus familiares?

La hipótesis más certera es que el llenado con víctimas republicanas del Valle es la consecuencia directa del fracaso del régimen de Franco en su afán por trasladar hasta él a los muertos del lado franquista.

La intención primigenia de Franco era construir un gigantesco edificio que albergara el enterramiento de los suyos, empezando por José Antonio Primo de Rivera, siguiendo por las víctimas provocadas por los rojos y, a largo plazo, completada por él mismo después de su muerte que, a pesar de la divinización de Franco promovida sin tregua por los turiferarios del régimen, él sabía que se acabaría produciendo.

Como en el caso de los muertos franquistas se consultó a los familiares si querían que fueran trasladados al Valle, se corrió el riesgo de que pasara lo que realmente ocurrió: que la inmensa mayoría de las familias de los muertos del bando franquista se negó al traslado.

Había muertos franquistas que ya habían sido honrados en sus lugares de descanso eterno desde 1939, cuando terminó la guerra, hasta 1957.

1957 es la fecha a partir de la cual se producen los primeros traslados de víctimas franquistas, ordenadas por Franco, gestionadas por los Gobiernos civiles con esa liturgia que ya hemos narrado.

Fueron tan pocos los españoles franquistas que fueron exhumados y trasladados al Valle, por expreso deseo de los familiares, previamente consultados, que no quedó más remedio que rellenar aquel gigantesco mausoleo con los muertos del bando republicano.

No es exagerado afirmar que en el Valle de los Caídos puede haber finalmente más republicanos que franquistas, más «rojos» que «nacionales», ante el fracaso de Franco en el traslado de los suyos.

Hubo familias de franquistas muertos que sí aceptaron la propuesta de traslado y que es posible que se sintieran orgullosos de saber que su padre o su hijo iban a estar enterrados al lado de José Antonio y de otros «caídos por Dios y por España», pero la mayoría prefirió dejar a sus muertos en su sitio. Por ejemplo, ninguno de los familiares de los enterrados en Paracuellos del Jarama (Madrid), uno de los lugares simbólicos de las víctimas franquistas, quiso que se produjera su exhumación y su traslado al Valle de los Caídos, aunque esto fuera una forma de rendirles homenaje y realzar su figura.

Los homenajes a los muertos de Paracuellos se hicieron desde 1939 hasta el final de la dictadura. También después, en la democracia, en 2008, con motivo del debate sobre la memoria histórica y la demanda de información judicial sobre los enterrados en el Valle de los Caídos, fueron honrados una vez más los franquistas enterrados en Paracuellos. Estos no fueron trasladados al Valle porque los suyos no quisieron. Hay que subrayar este hecho porque, ante la demanda de información de los republicanos enterrados en el Valle de los Caídos, ante la reclamación de un reconocimiento político, los simpatizantes de los muertos en Paracuellos reclamaban también para ellos un homenaje.

Lo cierto es que los franquistas muertos en Paracuellos fueron homenajeados, desde que acabó la Guerra hasta que llegó la democracia, por el régimen franquista. Una vez llegada la democracia, sus allegados han podido realizarles todos los homenajes que han querido. Si siguen sepultados en Paracuellos es por la expresa voluntad de sus familiares y no porque no se les hayan realizado homenajes y reconocimientos varios.

Ante el fracaso en las previsiones franquistas, no hubo por tanto más remedio que trasladar en masa a los muertos del bando republicano, sin consultar a sus familiares, por supuesto. Fueron de relleno y por eso sus restos están en la mayoría de los casos sin identificar, desordenados, sin control y en condiciones que hacen ahora muy difícil su localización y exhumación.

OTROS ENTERRADOS

Los traslados de víctimas de la Guerra Civil al Valle de los Caídos empiezan a datarse en diciembre de 1957, es decir, casi dos años antes de que el Valle fuera inaugurado por Franco.

El 31 de octubre de 1958 el ministro de Gobernación de Franco, Camilo Alonso Vega, envió una circular a todos los gobernadores civiles de España en la que daba instrucciones precisas a todos ellos para que recabaran información sobre los restos mortales de personas del bando nacional que pudieran ser trasladadas al Valle de los Caídos.

En el Archivo General de la Administración, ubicado en Alcalá de Henares (Madrid), figuran las respuestas que dan los gobernadores civiles de todas las provincias de España a la orden dada por Camilo Alonso Vega. Hay un primer listado, en el que figuran treinta y una provincias, y otro segundo listado, en el que constan dieciséis.

Los datos de los muertos trasladados están fragmentados, por tanto, en provincias, con referencias, por ejemplo, en el caso de Badajoz, del siguiente tipo:

Tres fosas en Guareña con sesenta y siete cadáveres, conformidad familiar para exhumar treinta y dos. Una fosa en Castuera con ciento diez cadáveres, conformidad familiar para exhumar dieciocho. Una fosa en Villanueva de la Serena con veintiséis cadáveres, conformidad familiar para exhumar cinco.

Es decir, solo un porcentaje muy reducido de los enterrados podía ser trasladado al Valle gracias a la autorización de las familias. En la mayoría de los casos, las familias de muertos del bando nacional consultadas se negaron al traslado de los suyos. Estos datos de Badajoz son muy parecidos en todas las provincias españolas.

Ante esas dificultades, los gobernadores civiles —seguimos con el ejemplo de Badajoz— emitían al Ministerio de la Gobernación notas como esta, en las que reconocían las dificultades de cumplir las órdenes de Franco:

Excmo. Sr.

De las disposiciones emanadas de esa Subsecretaría relativas al traslado de los restos mortales de los Caídos al Monumento Nacional de Cuelgamuros, parece desprenderse que se procederá al traslado de todos aquellos que reposen en fosas comunes, y como quiera que pudiera darse el caso de que los familiares de algunos se opusieran a dicho traslado, sobre todo en el caso de que no estén individualizados los restos, así como que la autorización concedida por el Excmo. y Rvmo. Sr. Obispo de esta Diócesis dice textualmente que se concede la misma con tal de que los mencionados restos «puedan distinguirse con certeza de los otros», le participó a V. E. con el ruego de que, si a bien lo tiene, se informe a este Gobierno civil, de si ha de procederse en todo caso al traslado de los restos que reposen en fosas comunes.

Dios guarde a V. E. muchos años.

Badajoz, 14 de febrero de 1959

EL GOBERNADOR CIVIL (firma y sello)

A pesar del lenguaje ortopédico y de la sintaxis atormentada, podemos traducir que la orden de Franco, trasladada por el ministro de la Gobernación, encuentra serías dificultades para lograr el objetivo que buscaba: el traslado al Valle de los muertos del bando franquista, y que ante ese choque frontal con la realidad y ante la necesidad de ocupar el inmenso mausoleo, se trataba de buscar el relleno con muertos del bando republicano que yacían en fosas comunes.

La historiadora Carmen García ha documentado el traslado al Valle de los Caídos de tres mil cien fallecidos en Asturias durante la Guerra Civil. Sin especificar quiénes de ellos son rojos y cuántos nacionales.

Se certifica que los traslados se realizan en 1959, para la inauguración del mausoleo, que en su mayoría se trata de muertos en combate, que también en su mayoría están sin identificar, que fueron exhumados de fosas comunes y que los traslados se inician en 1959, pero se extienden hasta fechas muy tardías.

El modus operandi es el mismo que en otras partes de España. Las autoridades comunican al gobernador civil de la provincia que se van a producir los traslados de los cuerpos de los muertos en la Guerra Civil al Valle de los Caídos. Se informa a los párrocos o a los alcaldes de cada población y son estos los que indican dónde se encuentran enterrados los restos, bien en nichos individuales o en fosas comunes.

El problema llega cuándo se exhuman los cuerpos. Muchos de ellos fueron enterrados sin identificar en el lugar mismo de la batalla. Más tarde fueron exhumados y sepultados en fosas comunes sin ser identificados. Cuando llega el momento de llevarlos al Valle de los Caídos, «se exhuman las fosas comunes y los restos se trasladan al Valle de los Caídos, donde los cuerpos son sepultados sin identificar y figuran como desconocidos», explica Carmen García.

Los traslados se realizaron de forma masiva en 1959, pero también hubo traslados realizados en 1964 o, incluso, en 1983. Se trataba de casos en los que el cementerio del pueblo se había quedado pequeño y el párroco solicitaba la exhumación de los muertos de la guerra y su traslado al Valle. En otros casos, el que los proyectos urbanísticos derivados del crecimiento de las ciudades o pueblos fueran a afectar a los lugares de enterramiento, era la razón por la que se producía la exhumación y el traslado.

En el mejor de los casos, transcurrieron veinte años —desde 1939, hasta 1959— desde que los cuerpos fueron sepultados hasta que fueron exhumados para su traslado al Valle, lo que explica ya un importante grado de deterioro de los restos.

En algunos de los enterrados en el Valle de los Caídos figuran las identidades completas, su nombre, sus apellidos, su lugar de nacimiento y las causas de su muerte.

En la inmensa mayoría o no hay datos que permitan la identificación, o solo constan datos aislados y escasos como «pelirrojo», «soldado», «rojo», «sin identificar», o bien detalles sobre las ropas que vestían los muertos, como «llevaba el traje legionario».

La historiadora Queralt Solé sostiene que la cifra de cadáveres trasladados al Valle de los Caídos sería entre veinte mil y treinta mil, y que la mayoría de ellos habrían sido exhumados de fosas comunes en las que fueron sepultados soldados de los dos bandos después de haber muerto en los frentes de guerra.

Solé sostiene que en la Comunidad valenciana fueron dos mil quinientos treinta y cinco los desenterrados, que el cuarenta y cinco por ciento de ellos son desconocidos. Que mil cuatrocientos quince tienen nombres y apellidos pero que no se pueden identificar, porque en su mayoría yacen en cajas de madera de 120 x 60 x 60, diseñadas para albergar a quince personas. Ante el fracaso del régimen en su demanda a las familias de las víctimas franquistas para que autorizaran el traslado al Valle de los fallecidos del bando nacional, se recurrió a las fosas comunes de los frentes de Teruel, Ebro y Segre, en los que había muchos muertos nacidos en Valencia, Castellón o Alicante.

Datos semejantes a estos se pueden recoger en diversas provincias españolas, aunque no en todas existen estudios detallados.

LOS MUERTOS VASCOS DEL BALEARES QUE CANTARON

EL CARA AL SOL MIENTRAS SE HUNDÍAN

Nada menos que setecientos ochenta y ocho marinos del crucero español insurrecto Baleares murieron, en marzo de 1938, después de sufrir un ataque de la Armada del Gobierno de la República.

Mientras el Baleares se hundía, algunos de sus ocupantes cantaron el Cara al Sol, brazo en alto.

Existe en el Valle de los Caídos una estela que recuerda a estos caídos. Dieciocho de los fallecidos eran vascos, de Ondárroa (Vizcaya). Su muerte produjo una enorme conmoción en un pueblo volcado en la mar. Fue tanta la repercusión que aun hoy, a pesar de ser un pueblo sometido, en sentido estricto, a la dictadura del miedo etarra, se puede ver un monumento que recuerda a los dieciocho ondarrenses muertos en el franquista Baleares.

Los hechos ocurrieron en la noche del domingo 6 de marzo de 1938. La Armada del Gobierno de la República, formada, entre otras unidades, por los cruceros Libertad y Méndez Núñez, se topa, sin buscarlos, con varios buques afectos a los golpistas, entre los que se encuentra el Baleares. En el Baleares reside el Estado Mayor de la flota franquista, que ha sido trasladado a este desde su anterior sede, el Canarias.

Las dos flotas se encuentran en alta mar, al parecer de forma fortuita. La flota de los franquistas intenta evitar el combate y retorna a puerto, pero el destructor de la Armada de la República Sánchez Barcáiztegui avista de nuevo al Baleares, que navega acompañado por el Canarias, el Almirante Cervera y los destructores Huesca y Teruel.

El encuentro se produce de noche. Los constantes lanzamientos de señales luminosas por parte de los barcos franquistas no hacen sino facilitar su localización. Los barcos republicanos lanzan catorce torpedos, dos de ellos alcanzan de lleno al Baleares, que zozobra en medio de un incendio. A las cuatro de la mañana el Baleares está en llamas y sus hombres en el agua. Mientras se hunden, al parecer, algunos de sus ocupantes cantan el Cara al Sol con el brazo en alto.

Para rematar la faena, varios aviones del Ejército republicano bombardean a los barcos franquistas, así como a dos buques ingleses que han acudido en su ayuda.

Una columna de caliza recuerda hoy a los dieciocho vecinos de Ondárroa muertos en aquel ataque. El monolito está situado a la entrada del municipio de Ondárroa (Vizcaya), según se viene de la vecina Lekeitio por la carretera vieja.

En la columna, de unos diez metros de altura, están esculpidos los nombres de los dieciocho muertos. Por orden alfabético: José Miguel Aldarondo, Domingo Aramayo, José María Arambarri…, hasta el que cierra la lista, José Urquiaga. Sus nombres están escritos con ch y no con tx, con u detrás de la g, con la letra uve y no con la b; es decir, justo de la forma en que no se escriben ahora.

Encima de los nombres hay una inscripción:

REQUETÉS

En el otro lado de la columna figura la siguiente leyenda:

A LA MEMORIA DE LOS HIJOS DE ONDÁRROA QUE HEROICAMENTE DIERON SU VIDA POR DIOS Y POR ESPAÑA EN EL CRUCERO BALEARES.

La columna ha sido embadurnada por una pintada, realizada en letras rojas, que dice: independentzia osoa (independencia total), con la a final cerrada en un círculo. Una simbología anarquista, propia de algunos grupos okupas.

En la cruz que culmina la columna conmemorativa se ha escrito «insumisión total», en español. El camino que lleva en pendiente hasta la columna de recuerdo de los marinos ondarrenses que sirvieron a Franco se encuentra en un estado cochambroso, llena de plásticos, restos y todo tipo de basura. En torno a la columna, que esta en un mirador privilegiado, hay restos de okupación: un bidón azul, una fregona, una escalera, un amplificador, una pala, marca «bellota». El deterioro que hay alrededor es típicamente okupa, no estrictamente batasuno, aunque ambos puedan ser o sean compatibles.

A pesar del abandono y de la pintada, llama la atención que se mantenga enhiesta en Ondárroa —villa sin ley, poblado etarra, paraíso abertzale— una columna en la que se rinde homenaje a dieciocho requetés que, por mucho que fueran del pueblo, «dieron su vida heroicamente por Dios y por España».

(En las ultimas elecciones municipales, ANV, la marca política de Eta para el evento, fue el partido más votado en Ondárroa. No se pudo constituir el Ayuntamiento por el boicot etarra. La gestora que lo ha sustituido se reunía en Bilbao en un principio, ahora se reúnen en Markina, otro pueblo vizcaíno, más cercano a Ondárroa. Evitaban quedar en Ondárroa para no ser agredidos o insultados por los simpatizantes etarras).

Según se baja desde la columna de homenaje a los marinos muertos hacia Ondárroa, dentro del pueblo, en la carretera que lleva a San Sebastián, se pueden ver los numerosos balcones en los que se han colocado pequeñas pancartas en apoyo a los presos terroristas, particularmente en la calle Artabide.

Este monolito constata lo obvio: hubo vascos franquistas. Hubo vascos franquistas, en contra del relato que nos quiere imponer el nacionalismo vasco. Hubo vascos franquistas y no está claro que algunos hayan dejado de serlo. Franquistas, me refiero.