3. Un monumento carísimo en un país devastado y hambriento

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UN MONUMENTO CARÍSIMO EN UN PAÍS

DEVASTADO Y HAMBRIENTO

El 1 de abril de 1940 se publica el Decreto Ley para la construcción del Valle de los Caídos. Acaba de terminar la Guerra Civil, en la que han muerto decenas de miles de españoles, Franco ha declarado ese día de su victoria Fiesta Nacional, el país está devastado, con pérdidas materiales evaluadas en billones de pesetas, y se inicia una obra faraónica que costará millones de pesetas.

En 1940 el salario medio de los españoles era de menos de diez pesetas diarias, la renta per cápita —medida en pesetas de 1975— es de 22 654 pesetas, y la muñeca Mariquita Pérez cuesta cien pesetas la unidad.

Según el arquitecto que concluyó el Valle de los Caídos, Diego Méndez, el coste total de la obra, teniendo en cuenta el flujo de la moneda desde 1940 a 1959, ascendió a 1 086 460 331 pesetas.

Se ha estimado que, en pesetas de 1975, serían 5 500 millones. En pesetas de 2008 sería la astronómica cifra de 56 248,500 millones de pesetas, que convertidas a euros darían 338,06 millones. (Según el Instituto Nacional de Estadística, INE).

En 1975, en el mes de noviembre, el año en que muere, a Francisco Franco Bahamonde se le abona un sueldo íntegro de ciento sesenta y ocho mil cuatrocientas setenta y siete pesetas, desglosadas, según la liquidación a la que he tenido acceso, de la siguiente forma:

— Sueldo 48 750
— Trienios 6 250
— Dedicación especial 29 625
— Cruz Laureada San Fernando 24 375
— Dos Medallas Militares 19 500
— Gran Cruz San Hermenegildo 1 667
— Representación 12 700
— Indemnización familiar 375
— Mesita vestuario 360
— Cruz de María Cristina 41 875
ÍNTEGRO 168 477

Durante el mes de noviembre se le han practicado los siguientes descuentos:

— Por IRPF 13 279
— Por huérfanos 488
13 767
TOTAL LÍQUIDO 154 710

Este certificado de haberes está expedido el 2 de diciembre de 1975 por el teniente coronel de Intendencia don Pedro Fernández Fernández, jefe de la Pagaduría de la Casa Militar de Su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo.

Lo que más me sorprende de la nómina del autodenominado Caudillo es el concepto «Dedicación especial», que me imagino que prima el hecho evidente de que se tomara la Jefatura del Estado con la pasión que se le supone a un dictador.

También me llama la atención que Franco —puesto, según él mismo, por la Gracia de Dios— percibiera un dinero en concepto de «Representación» y un pequeño plus como «Mesita vestuario».

Somos en 1940 más de veintiséis millones de españoles.

Exactamente veintiséis millones, ciento ochenta y siete mil, ochocientos noventa y nueve, según el censo.

En 1940 España pasa hambre. Es el hambre de la posguerra, el hambre que marcará toda la década de los cuarenta; el hambre de las pobres cosechas, del mercado negro, de la cartilla de racionamiento, que se instaura en 1939 y durará hasta 1952.

Mientras España pasa hambre, Franco decide gastar el dinero que no tienen los españoles en hacerse un edificio singular que certifique su victoria, lo inmortalice ante los españoles, y ante el resto del mundo, y le acoja en su seno cuando fallezca. Hambre de los españoles y derroche megalómano del dictador de los españoles.

La prensa, ya toda franquista, cuenta en 1940 con estruendo lo que será la Gran Construcción, como se denomina al proyecto del Valle de los Caídos.

Mientras, en México y Nueva York se publica Poeta en Nueva York, y José Bergantín, editor de la obra, sigue esperando desconsolado a Federico García Lorca, que se despidió de él con «unos abrazos» y un «hasta mañana», cuando se vieron por última vez. Bergantín ya no encontró a Lorca cuando fue en su busca un día de julio de 1936.

El ABC del 31 de marzo de 1940, la víspera de la publicación de Decreto Ley para la construcción del Valle de los Caídos, nos cuenta con profusión que en el café de San Isidro, en Madrid, se van a reunir esa noche, a las diez y en torno a un piano, amigos de Juan Tellería.

Juan Tellería es autor del himno de la Falange y sus amigos quieren rendirle un «sencillo homenaje».

La Falange tiene un papel preponderante en el primer Gobierno del recién estrenado dictador y cuenta, entre otros, con los siguientes ministros: Ramón Serrano Súñer en Gobernación; y Rafael Sánchez Mazas, como ministro sin cartera.

Serrano Súñer, cuñado del caudillo, «hombre de Italia», personaje de estética e ideas negras, también germanófilo, es el ideólogo de la nueva Falange y del primer Gobierno de Franco.

Serrano Súñer es el promotor de la ideología y la estética fascista en España y será el impulsor de la División Azul, que fue a combatir contra el Comunismo en Rusia.

Ese mismo año 1940, Serrano Súñer añadirá a su cargo de ministro de Gobernación la cartera de Exteriores, además de presidir la Junta Política de la Falange Española Tradicionalista (FET) y de las JONS.

La Falange manda también en los sindicatos y en los Ayuntamientos españoles.

El jefe nazi Himmler visita España en ese año 1940 y un año antes estuvo en nuestro país Ciano. Galeazzo Ciano era entonces ministro de Exteriores de la fascista Italia y yerno de Mussolini.

Franco no se define a sí mismo como fascista, pero se une políticamente a Hitler y Mussolini porque son sus únicos aliados en el exterior. Franco dejará de ver a Hitler y a Mussolini como aliados a partir de 1945, cuando ambos sean derrotados y los aliados ganen la guerra que llenó Europa de cadáveres.

TRASLADO DE JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA

La Falange manda en la Organización sindical, creada también en 1940. Un año antes, del 20 al 30 de noviembre de 1939, el recién inaugurado Estado franquista organiza una espectacular y simbólica liturgia. Se trata de trasladar los restos mortales de José Antonio Primo de Rivera desde Alicante a El Escorial, estación provisional, tránsito hasta su envío definitivo al Valle de los Caídos. La primera piedra legal del Valle se acaba de colocar con el Decreto Ley para su construcción.

1940 es también el año en el que el autodenominado Caudillo de España se reúne con el Führer.

La entrevista se produce en la estación de ferrocarril de Hendaya (Francia), en la soleada mañana del 23 de octubre de 1940. Franco llegó tarde. Hitler un poco pronto, con lo cual tuvo que pasear unos minutos por el andén, en espera del dictador español. Unos minutos que la soberbia del Führer debieron de hacer interminables.

Francia acababa de sucumbir al poderío alemán, que se extendía como una plaga imparable por media Europa.

La alineación de titulares del encuentro fue la siguiente: Hitler, Führer del Tercer Reich, y Joachim von Ribbentrop, ministro de Exteriores, por parte alemana; Franco, Caudillo de España, y Serrano Súñer, ministro de Exteriores del régimen y estética fascista, por parte española.

Franco pidió trigo, cañones y territorios. Habló de Marruecos, por extenso, y de Gibraltar. Mostró sus ensoñaciones con África. Hitler se irritó ante el personaje que tenía delante y se lamentó, según le contó luego a Mussolini, de que después de nueve horas de conversaciones —la reunión celebrada en el vagón del tren de Hitler más lo que duró la cena posterior— solo se hubiera alcanzado un proyecto de Tratado.

Hitler dijo que los paracaidistas de su ejército podrían recuperar Gibraltar sin mayor problema e informó de que Inglaterra estaba ya derrotada, que solo restaba que los ingleses se dieran cuenta de ello.

La prensa de la época recogió el encuentro de manera patrióticamente descriptiva. Así, La Vanguardia tituló a toda plana, pero no como noticia más importante:

El Canciller Hitler y el Generalísimo Franco celebran una entrevista en la frontera Hispano-francesa.

El subtítulo anunciaba que se trataba de hablar de la presencia de España en el nuevo orden de Europa.

La crónica era escueta, descriptiva, con vocación cinematográfica, casi en plan Hitler llega en su tren a las… y Franco llega en su tren alas…

En la portada de La Vanguardia del 21 de octubre de 1940 mandaba sin embargo la visita a Barcelona de Heinrich Himmler, ilustrada con fotos del jefe nazi pasando revista a las tropas y sentado mientras veía una demostración de baile regional. (No era una sardana).

CONTRA LA MASONERÍA Y EL COMUNISMO

También en 1940, un mes antes del Decreto para la Gran Construcción, se publica la Ley de Represión contra la Masonería y el Comunismo. El título de la ley no deja la menor duda sobre sus intenciones.

Después de la Guerra Civil se inaugura, con leyes como esta, una dictadura que todavía nadie sabe que durará cuarenta años.

En los cuarenta estamos en la España de la Autarquía, en la que Franco sueña con que España sea autosuficiente, produzca todo lo que necesite consumir y no dependa de ningún otro país. Para lograr todo ello la consigna que siembra el dictador entre los españoles es producir, producir y producir.

La represión es la clave del régimen recién inaugurado y esa obsesión por aniquilar a los estigmatizados como defensores de la anti-España se pone a limpio en leyes como las de Responsabilidades Políticas de 1939; y la de represión de la Masonería y el Comunismo de 1940.

Franco es un hombre obsesivo, y como tal riega sus obsesiones a diario.

El combate sin pausa contra el comunismo internacional, contra la masonería y contra los rojos, forma parte de su estandarte. Es su ADN, su seña de identidad que tendrá ocasión de poner de manifiesto desde el final de la guerra, en 1939, hasta el final de su vida, en 1975.

A estas obsesiones une Franco la construcción del Valle de los Caídos, un símbolo del nuevo Estado, un relato de su victoria, que quiere que esté terminado cuanto antes y no porque él se quiera morir pronto.

Franco, ese hombre, que en principio era monárquico, pero no se dio precisamente prisa en restaurar la Monarquía después de su Golpe de Estado y de ganar la Guerra Civil; Franco, ese hombre, de simpatías falangistas, pero que posiblemente, sentía celos de José Antonio y poco a poco se fue sacudiendo el peso de la Falange en su régimen; Franco, ese hombre militar y político, que hizo todo lo posible por quitarse de en medio a los que pudieran hacerle sombra.

Podemos concluir que Franco era, ante todo, franquista. Muy partidario de sí mismo, obsesionado con todo lo que pudiera poner en cuestión su poder y dispuesto a fulminar a quien lo cuestionara.

Pragmático y sin escrúpulos, Franco sabía, sobre todo, lo que no quería ser, aquello de lo que había que huir a toda costa —los rojos, los masones—, y luego se movía a impulsos con unas cuantas ideas generales: la patria, la familia, la religión, cuya aplicación práctica decidía a voluntad.

La obsesión de Franco con la masonería, que decide combatir por ley en el mismo año que publica el decreto para construir el Valle de los Caídos, alcanza niveles enfermizos.

Franco estaba convencido de que la masonería era su principal enemigo en el mundo. Un enemigo que, al parecer, perseguía a Franco con ahínco, con saña, sin descanso.

Posiblemente su mentalidad paranoica nutría esa obsesión que no tenía la menor vinculación con la realidad. Había países que criticaban la dictadura recién inaugurada, pero Franco solo se fijaba en los políticos de aquellos países que eran masones, de esa manera se sacudía la crítica central —usted es un dictador—, y le daba la vuelta con algo más llevadero: me persiguen porque son masones.

Es más fácil enfrentarse a una conspiración internacional, presuntamente urdida por una secta, que mirar de frente al rechazo abierto por parte de los países democráticos, que le reprochan que no respete las libertades y aniquile a los opositores, a los que sigue considerando enemigos a exterminar una vez acabada la guerra.

La represión contra la masonería y el comunismo se convierten en señas de identidad del nuevo régimen, que para mejor combatirlas eleva a rango de Ley su persecución.

En efecto, en 1940 se publica la Ley de Represión de la masonería y el comunismo. El régimen no encontró un día mejor que el 1 de mayo de ese año para hacer pública una ley que definía las esencias de Franco.

Sirva como ejemplo de las obsesiones franquistas, respecto de la masonería y de todo lo que pudiera venir de fuera, un fragmento del preámbulo de esta ley:

En la pérdida del imperio colonial español, en la cruenta Guerra de la Independencia, en las guerras civiles que azotaron a España durante el pasado siglo [s. XIX] y en las perturbaciones que aceleraron la caída de la monarquía constitucional y minaron la etapa de la dictadura, así como en los numerosos crímenes de Estado, se descubre siempre la acción conjunta de la masonería y de las fuerzas anarquizantes, movidas, a su vez, por ocultos resortes internacionales.

Podemos decir que las referencias a la masonería, al comunismo, a la conspiración judeo-masónica, siempre apellidada con el agravante de internacional, forman parte de la inauguración del régimen de Franco, acompañan al dictador en vida y no se despiden de él hasta su muerte.

Hasta tal punto esas obsesiones se mantienen vigentes durante su régimen que llegan hasta el umbral de la muerte del dictador. En la concentración celebrada en 1 de octubre de 1975 en la Plaza de Oriente —tres días después del fusilamiento de tres miembros del FRAP y dos de ETA, y un mes y veinte días antes de la muerte del dictador—, Franco reitera las criticas furibundas a la masonería, al comunismo, a la conspiración judeo-masónica internacional, y les atribuye la responsabilidad de la reacción internacional suscitada contra esos cinco fusilamientos ordenados por un Franco ya terminal:

Todo lo que en España y en Europa se ha armao (sic) obedece a una conspiración masónica izquierdista en la fase política, en contubernio con la subversión comunista-terrorista, en lo social, que si a nosotros nos honra, a ellos les envilece. ¡Arriba España!

Un Franco preagónico, con el tembleque instalado en la mano derecha, que apenas puede sujetar con la mano izquierda el papel en el que lee sus casi últimas palabras, un Franco menguado, que parece apuntalado y que, como supimos luego, se subía a un escaño para poder asomar por el balcón del Palacio Real en la Plaza de Oriente, cierra su vida política y casi biológica, como la empezó en 1939: asesinando y atribuyendo a masones y a comunistas internacionales la responsabilidad de todo lo malo que pasaba no ya fuera de España, en la entonces lejana Europa, también de la que se «ha armao» en España.

El dictador acaba de fusilar a cinco personas, a pesar de una protesta internacional que se extendió desde el Vaticano hasta EE. UU., pasando por la Europa democrática.

LAS CÁRCELES ATESTADAS Y LA DIVISIÓN AZUL

En 1940 las cárceles españolas estaban llenas hasta el punto de que no cabía un rojo más dentro de ellas.

Se calcula que entre 1939 y 1945 había en las cárceles españoles trescientas mil personas recluidas por Franco por haber apoyado al régimen legítimo de la República.

Los especialistas no se han puesto de acuerdo aún sobre el número de fusilados en ese período. Algunos (Salas Larrazábal) hablan de veintiocho mil fusilados, otros de más de doscientos mil. Rafael Abella habla de veinte mil setecientos diecinueve presos por motivos políticos en toda España, cifra a la que se llegaba después de restar un número de fusilados en cumplimiento de sentencia que este historiador no cuantifica.

Todo esto sin contar los muertos provocados por el hambre, la desnutrición y las enfermedades derivadas de la paupérrima dieta alimenticia de los españoles.

Algunos calculan en doscientos mil los españoles muertos por desnutrición en la primera mitad de los años cuarenta y cifran en veinticinco mil las muertes producidas al año por la tuberculosis, una de las principales causas de mortandad en la época.

Con este panorama de muerte y hambre, de miedo y frío, Franco se embarca en una operación elefantiásica, multimillonaria, interminable y humillante para los españoles, en su inmensa mayoría hambrientos y buena parte de ellos derrotados además de hambrientos.

La construcción del Valle de los Caídos servirá para aliviar la presión demográfica que ejercían los presos enemigos de Franco dentro de las cárceles.

La obra megalómana de aquel hombre bajito sirvió para resolver el problema severo de hacinamiento en las cárceles franquistas con el que no lograban acabar ni siquiera los fusilamientos masivos.

Franco introdujo el sistema de redención de penas por el trabajo para aquellos encarcelados republicanos que aceptaron trabajar en la construcción de lo que sería el inmenso edificio que albergaría en 1975 la tumba del dictador.

Mientras en España se construye el gran monumento a la memoria franquista una vez acabada la guerra, en el resto de Europa siguen pasando cosas que hablan de guerra.

En 1940 Alemania invade Europa occidental y fuerza la capitulación de Francia. España ocupa Tánger y declara su no beligerancia en el conflicto europeo.

Al parecer, a Franco le hubiera gustado una entrada en la guerra como aliado de Alemania, a cambio de ayudas económicas y militares, a cambio de recuperar el deseado Peñón de Gibraltar, a cambio también de lograr un apreciable incremento de los dominios españoles en África. Fue el desinterés de Alemania en la oferta española lo que cambió los planteamientos de la España franquista.

Alemania no creía que España estuviera en condiciones de incorporarse eficazmente a la guerra. De interesarle algo de España, a Alemania le interesaba que Franco diera vía libre al paso de tropas alemanas en caso de decidirse por atacar Gibraltar.

En 1940 Franco se plantea el delirante plan de reconstruir su imperio en el Norte de África.

En Francia se establece en Vichy el régimen colaboracionista con los nazis del mariscal Pétain, que calificaba a Franco como «la espada más limpia de Europa».

El 15 de noviembre de 1940, el general Agustín Muñoz Grandes, ministro del Movimiento en el Gobierno de Franco, abandona el Gobierno. Se va, como jefe de la División Azul, a luchar contra el comunismo en Rusia.

La creación voluntarista de la División Azul, andrajoso aliado de los nazis, fue idea de Serrano Súñer y demuestra hasta qué punto Franco tenía voluntad de alinearse con Hitler, aunque no siempre este le dejase.

La División Azul combatió en Rusia a las órdenes del Ejército de Hitler entre 1941 y 1943. Oficialmente se disolvió en 1943, aunque algunos de sus miembros siguieron algunos años más en la guerra contra el comunismo.

La División Azul movilizó a más de veinte mil españoles, de los que murieron más de cuatro mil en el frente. Oficialmente disuelta en 1943, algunos de sus integrantes siguieron en el Ejército alemán hasta morir, ser capturados o regresaron a España al final de la Guerra Mundial, unos por su cuenta y otros —unos trescientos, entre presos y desertores— fueron repatriados en 1954, después de largas negociaciones, a bordo del vapor Semiramis, que atracó en el puerto de Barcelona.

Serrano Súñer arengó a los integrantes de la División Azul, antes de partir para Rusia, al grito de «Rusia culpable». El ideólogo de los primeros años del régimen franquista, el seguidor en España de las ideas y la estética del fascismo italiano, consideraba a Rusia culpable de la Guerra Civil española, del «asesinato» de José Antonio Primo de Rivera, y «de tantos camaradas más», y planteaba la destrucción del comunismo en Rusia como la única forma de salvar a Europa y a sus valores.

(El himno de la División Azul tenía estrofas tan expresivas y llenas de información sobre sus fines como esta:

Con mi canción la gloria va por los caminos del ayer, que en Rusia están los camaradas de mi División. Cielo azul a la estepa desde España llevaré, se fundirá la nieve al avanzar mi capitán. Vuelvan por mí el martillo al taller, la hoz al trigal, brillen al sol las flechas en mi haz para ti, que mi vuelta alborozada has de esperar entre el clamor de un clarín inmortal. Avanzando voy, para un mundo sombrío buscamos el sol; avanzando voy, para un cielo vacío buscamos a Dios).

Con este hato espiritual, anímico y lírico, miles de españoles —según algunas fuentes se movilizaron más de cuarenta mil españoles en total— salieron de su país, dispuestos a fundir la nieve del comunismo ruso. Desharrapados, mal equipados y con el fanatismo propio de la edad y de la efervescencia franquista, que se vivía con especial ebriedad entre los vencedores en los momentos inmediatamente posteriores al final de la Guerra Civil española, miles de españoles se fueron a Rusia convencidos hasta los tuétanos de que su aventura era una forma de seguir en la lucha contra el mal del comunismo, al que acababan de derrotar en España.

Militares de la Academia General Militar de Zaragoza, falangistas y veteranos del ejército franquista, formaban la parte más importante de la División Azul, nombrada así por el color de la camisa falangista que componía su uniforme. La División Azul tuvo sus aportes más importantes de Cataluña, Castilla y Valencia.

LA ESPERANZA DE LOS DEMÓCRATAS ESPAÑOLES

EN LA INTERVENCIÓN INTERNACIONAL

Es razonable pensar que algunos españoles —los que jamás se hubieran alistado en la División Azul— tuvieran puestas sus esperanzas de que el final del franquismo pudiera comenzar al término de la Segunda Guerra Mundial.

Los españoles derrotados abrigaban la esperanza de que después de la victoria aliada un país como la España franquista, que había apoyado a Hitler y a Mussolini, vería como la democracia sustituiría a un régimen, el franquista, que pretendió ser émulo de los dos derrotados mientras estos ofrecían la faz del victorioso.

Se podía pensar que la derrota de Alemania y de Italia, a las que la España de Franco quería parecerse, podría traer consigo el final del franquismo, que se alió con los líderes de ambos países cuando estos parecían los ganadores de la guerra.

Es cierto que el final del nazismo en Alemania y del fascismo en Italia, gracias a la victoria de las democracias aliadas y del Ejército soviético, dio paso en ambos países a dos sistemas de gobierno democráticos.

Dos países, Alemania e Italia, severamente castigados, arrasados, humillados, pero que construyeron la democracia desde sus escombros.

El final de la Segunda Guerra Mundial abrió una etapa floreciente de democracias en Occidente, mientras que en parte de Centroeuropa y en la Europa Oriental, el Ejército soviético obtuvo, como botín de guerra por su decisiva contribución a la derrota de Hitler, la expansión generalizada de regímenes comunistas en Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Albania y Yugoslavia; la partición de Alemania en dos mitades y la creación de un régimen comunista en la parte oriental del derrotado país.

En todo este nuevo reparto de poder, en este nuevo mapa político de Europa, en esta nueva fase de la historia, España quedó apartada de la mano de la democracia.

Los EE. UU. no pensaron que fuera necesario derribar a Franco y permitieron, primero, y colaboraron, luego, con la dictadura.

Así pues, la generalizada democratización tuvo dos excepciones en Occidente: las dictaduras de España y Portugal, dos países empeñados en acompasar sus ritmos en la historia, así en los descubrimientos como en las autarquías.

Antes de que se produjera la derrota de Hitler, cuando en 1942 había síntomas de ella, Franco maniobró oportunamente: destituyó al falangista y fascista Serrano Súñer como ministro de Exteriores y puso en su lugar al conde de Jordana, menos germanófilo.

VIDA COTIDIANA TRISTE Y GRIS:

LAS CARTILLAS DE RACIONAMIENTO

Los vencedores impusieron su dictadura y su forma de vida. Los años cuarenta trajeron el triunfo de la forma de vida de provincias: pacata, reprimida, conservadora y con la evidente preponderancia de las fuerzas reaccionarias.

El clero mandaba en la moral, en las costumbres, en los hábitos de vida y en la educación (Pecharromán, 2008).

La victoria de Franco convierte a toda España en zona nacional. Franco se empeña en configurar todo el país a su imagen y semejanza. Una imagen gris, una semejanza grasienta.

1939 se denomina el año triunfal y con la guerra terminada la noticia es que Franco mantiene la mentalidad de guerra vigente.

Ha concluido la guerra entre dos bandos y ahora, como hemos explicado, con las obsesiones propias de quien cree que la guerra sigue abierta, continuará el exterminio —sistemático, planificado, implacable, sostenido en el tiempo— de los derrotados y de todos los españoles que aspiraran a reemplazarlos en la lucha contra la dictadura franquista.

Franco emprende la persecución sistemática de los supervivientes del bando contrario y mantiene intacta la mentalidad de quien sigue en guerra contra sus enemigos.

En la radio Nacional —no hace falta decir de España— de 1939 se pueden escuchar mensajes como este:

Españoles, alerta: la paz no es un reposo cómodo y cobarde ante la Historia. La sangre de los que cayeron por la patria no consiente el olvido, la esterilidad ni la traición.

Españoles, alerta: España sigue en pie de guerra contra todo enemigo del interior o del exterior.

De manera que había terminado la guerra de trincheras, pero seguía vigente la guerra de aniquilación del adversario.

Franco había ganado, pero los rojos del interior no habían desaparecido por completo y los masones y el comunismo internacional seguían vigentes ahí fuera, con Franco metido entre ceja y ceja, según pensaba el megalómano dictador.

En enero de 1940 se establecen las cartillas de racionamiento. Libretas numeradas, emitidas por el Estado español, por su comisaría de Abastecimientos y Transportes.

Estas cartillas permitían retirar alimentos a quienes las poseían. Tener una cartilla en aquellos años era, en sentido estricto, cuestión de vida o muerte.

Las cartillas establecían una jerarquía entre españoles ricos —con los ingresos más altos—, clases medias y proletariado.

Ni que decir tiene que en aquel momento ningún español quería ser rico ni tomado por tal, más bien todos deseaban estar en el nivel más bajo para poder así retirar una mayor cantidad de alimentos, que siempre eran escasos.

Las cartillas tenían en principio carácter familiar, pero ante la sistemática y generalizada corrupción del sistema, pasaron a ser individuales.

La jerarquía de ricos a proletarios se establecía después de que los interesados hicieran una declaración jurada de cuáles eran sus ingresos.

Como explica Rafael Abella:

La falsificación practicada había alcanzado tales caracteres que la inmensa mayoría de los españoles constaban como pobres para obtener las máximas ventajas, en detrimento de los más desfavorecidos, a quienes el racionamiento pretendía mejorar. Verdad es que quedaban los alimentos de venta libre, pero, desgraciadamente, eran los más carentes de valor nutritivo.

La clasificación establecida a efectos de abastecimiento situaba los siguientes alimentos como artículos racionados: carne, tocino, huevos, mantequilla, queso, bacalao, jureles, aceite, arroz, garbanzos, alubias, lentejas, patatas, boniatos, pasta para sopa, puré, azúcar, chocolate, turrón, galletas, café y pan.

Por mucho que Franco se empeñara en construir otras señas de identidad del pueblo español, por mucho que se afanara en moldear al hombre nuevo español, por mucho que tratara de establecer una vinculación indestructible entre España y la religión católica, por mucho que se empeñara en definir una única España, grande y libre, amalgamada en torno a su figura y beligerante contra el comunismo, la masonería y el judaismo, lo cierto es que el hambre, la penuria, la enfermedad y las muertes prematuras eran las características que definían la España de la posguerra, los rasgos que constituían el paisaje cotidiano de millones de españoles.

CON O SIN PAN, A LAS ÓRDENES DE FRANCO

Pero hasta del hambre quería hacer Franco motivo de orgullo patriota, seña de identidad frente a los múltiples enemigos exteriores.

Sirva como anécdota que ilustra este afán franquista una pancarta que se podía leer, pasados ya los años más famélicos, en 1946, en una de las concentraciones de afirmación nacional y cerrilismo patrio que el dictador convocaba regularmente en la Plaza de Oriente y que formaban parte de la estética y de la política del régimen; rezaba así:

Franco, con pan o sin pan, siempre a tus órdenes.

Es posible que el que rotuló la pancarta hubiera recibido bocadillo, dinero y viaje en autobús como premio a su ardor patriótico. Un ardor patriótico propio de la época, dibujado con ese estilo chusco, testicular, orgulloso de las penurias y tan querido por Franco. Ese estilo de vida tan franquista estaba presente en el cine, en los libros, en la estética y en los plumíferos al servicio de Franco en aquella época de caspa, tristeza y miseria.

Así pues, el hambre marcó a varias generaciones de españoles. Los que sobrevivieron a la guerra, al hambre y a las enfermedades, quedaron marcados para siempre por haber vivido la angustia de no tener para comer.

La forma en que algunos supervivientes de la Guerra Civil española, de ambos bandos, hablan del pan pasados los años; la necesidad obsesiva que tienen, aún hoy, algunos supervivientes de la Guerra Civil de hacer acopio de pan; la forma en que lo comen, en que lo acaparan casi, décadas después de terminada la guerra, cuando ya no hay hambre en España, es un reflejo condicionado por años de hambre, de trauma, de escasez, de penuria.

Supervivientes de la Guerra Civil y de la posguerra hablan y no paran de las famélicas condiciones de vida, de las cartillas de racionamiento y también del mercado negro que los jerarcas del franquismo hacían con ellas, o del estraperlo del que se beneficiaban los que siempre están y estarán dispuestos a hacer negocio, incluso en medio de la miseria general.

La cartilla de racionamiento estuvo vigente desde 1940 hasta 1952, aunque después de esta fecha siguieron en vigor las restricciones de combustible o materias primas.

En los primeros años de la posguerra los españoles podían comer —según el testimonio de un superviviente— desde pieles de plátano, hasta mondas de naranja, cáscaras de cacahuete o un sucedáneo de café elaborado a base de pepitas de algarroba. Ni pensar en comer carne o pescado, estos eran privilegios inalcanzables y que solo se podían permitir un puñado de privilegiados.

«Los de abastos» era la denominación que recibían por parte de la gente los funcionarios del régimen franquista encargados del control de los alimentos.

En aquella España muerta de hambre, en la que la obsesión diaria era tener algo para llevárselo a la boca, en la que la gente no tenía para comer, muchas mujeres se prostituyeron por algo tan básico como dar de comer a sus hijos o para tener ellas algo para comer.

Junto a las regiones devastadas, la España poblada por españoles devastados. Españoles devastados por el hambre. En medio de aquel cuadro desolador, una obra carísima, una construcción delirante, la proyección en granito de un ser enfermo de odio.

LA LEVE CRÍTICA DE SALGADO ARAUJO

Hasta tal punto resultaba chocante construir un edificio grandioso y carísimo en un país devastado por la guerra, un país miserable y que pasaba hambre, que hasta el propio Salgado Araujo, conspicuo franquista, general del Ejército franquista y primo del dictador Francisco Franco, escribía:

Yo respeto lo que hizo el Generalísimo gastando muchos millones en el Valle de los Caídos para conmemorar la Cruzada, pero considero que hubiera sido más positivo y práctico haber hecho una gran fundación para recoger en ella a todos los hijos de las víctimas de la guerra, sin distinción de blancos o rojos; si eran blancos, en premio al sacrificio de sus padres; si eran rojos, para demostrar falta de rencor con los hijos sin culpa de los que a nuestro juicio estaban equivocados.

Una fundación que tuviese medios para ser sostenida durante muchos años y así recordar a las generaciones venideras que los que nos alzamos por una España mejor no somos rencorosos y ni queremos que el odio y la intransigencia separen siempre a los que somos hijos de la misma Patria y deseamos para ella la mayor grandeza.

La cita de Salgado Araujo, recuperada por la historiadora Paloma Aguilar, está recogida en una obra suya, escrita en 1976 y titulada Mis conversaciones con Franco.

Salgado Araujo, secretario personal de Franco, respeta el carísimo mamotreto franquista del Valle de los Caídos, más le valía, pero incluso alguien tan cercano al dictador lo considera caro en lo económico e improcedente en lo político, pues está hecho en homenaje a los vencedores de la guerra y no para abrir un espacio de encuentro entre vencedores y derrotados.

LAS ALHAJAS Y EL PATRIOTISMO

El Valle de los Caídos se realiza como digo en un país asolado por el hambre, por la miseria, por la ignorancia; en un país devastado por la Guerra Civil que ha triturado cosechas, destruido las pocas fábricas que existían, arrasado pueblos enteros, destrozado las ínfimas carreteras.

La Guerra Civil hace retroceder en el tiempo a un país que ya estaba atrasado antes de empezarla. La guerra destroza los escasos rudimentos industriales que existían antes del 36 y hunde de manera brutal la economía española, básicamente agrícola, con mayoría de población rural en la época.

En España no hay dinero y lo único que abunda nada más acabarse la guerra es el hambre. En España solo hay superávit de hambre. De hambre, de presos y de miedo. En estos tres apartados sí hay superávit. No hay dinero nada más acabar la guerra, no hay dinero a pesar de que el Movimiento había reclamado dinero a los capitalistas españoles con mensajes como este, aparecido en los medios de comunicación de la época:

¡Capitalista!

El Movimiento Nacional salvador de España te permite en estos momentos seguir disfrutando de tus rentas.

Si vacilas un solo momento en prestar tu ayuda moral y material, con largueza y desprendimiento, a más de un mal patriota serás un desagradecido indigno de convivir en la España fuerte que empieza a renacer.

Tu oro, tus alhajas y una parte de tu capital, que tu patriotismo ha de fijar, deben pasar a engrosar inmediatamente el Tesoro Nacional del Gobierno de Burgos.

Un tesoro nacional inexistente en 1939, al terminar la Guerra, y que no contaba, desde luego, con medios suficientes para acometer una obra de esa envergadura en 1940, cuando se dicta el decreto de construcción del Valle de los Caídos.

El Valle de los Caídos, que como hemos dicho, según el arquitecto que culminó la obra, Diego Méndez, costó, en pesetas de 1939, nada menos que 1 086 460 331; que en pesetas de 1975 serían 5 500 millones; que en pesetas de 2008 serían 56 248 millones, que traducidos a euros serían 338 000 000. El Valle de los Caídos, un derroche sangrante en un país muerto de hambre.