Capítulo 34

–El Frente de la Nebulosa está prácticamente desbandado —le explicaba la agente del Departamento Judicial a Qui-Gon—. Los pocos que hemos conseguido encontrar afirmaban no saber nada de los planes que tenía Havac para Eriadu. Algunos ni siquiera lo conocían, y afirman que ese nombre se aplicaba de forma rutinaria a casi cualquier miembro de la facción militante del Frente. Y, en todo caso, la operación de Eriadu se preparó con mucho secreto, ya que los militantes estaban convencidos de tener a un informador entre sus filas.

—El informador pertenecía al ala moderada —le corrigió el Jedi—. Gracias a él conocí los planes de Cohl de atacar el carguero de la Federación de Comercio a su paso por Dorvalla y, cuando estuvimos en Asmeru, que Cohl preparaba una operación clandestina para Havac.

La judicial, una mujer delgada de cabellos castaños y gestos amables, tomó nota de los comentarios de Qui-Gon en un datapad de escritorio. Estaban solos en un cubículo situado en las cavernosas dependencias que tenía el Departamento Judicial en Coruscant. Había pasado casi un mes estándar desde los asesinatos.

La desactivación del campo que activaron los miembros de la Directiva de la Federación de Comercio, provocando sin saberlo su propio final, había requerido los esfuerzos de todo un equipo de técnicos usando varios disruptores de campo. Los dos neimoidianos que sobrevivieron a la masacre, el virrey Nute Gunray y el senador Lott Dod, no protestaron cuando usaron los mismos disruptores para dejar a los trece androides en un estado de sumisión garantizada. Sus privilegios diplomáticos les permitieron salir de Eriadu sin tener que responder a ninguna pregunta.

El canciller supremo Valorum ordenó al Departamento Judicial que efectuara de inmediato una investigación de lo sucedido, pero el responsable de la misma se había visto constantemente bloqueado por el teniente de gobernador Tarkin. Éste insistía en que, dado que Eriadu había fracasado en proporcionar la seguridad adecuada a la Cumbre, lo memos que podía hacer era investigar el caso con policías locales. Por un momento se temió que Tarkin intentara echarle la culpa a cualquier otro, temiendo posibles represalias por parte de la Federación. Pero, en vez de eso, se limitó a obstaculizar la investigación permitiendo la desaparición de pruebas y testigos. Constantemente ignorados, los judiciales habían acabado por abandonar Eriadu.

Qui-Gon había intentado mantenerse al tanto de los progresos en el caso, pero la encargada de la investigación que actuó de enlace con el grupo de Eriadu no había regresado a Coruscant hasta poco antes.

—Resultó que Havac era de Eriadu —continuó la agente judicial—. Su verdadero nombre era Eru Matalis, y era un holodocumentalista y periodista de los medios, con un largo historial de rencor hacia la Federación de Comercio. Consiguió convertirse en jefe de la célula que tenía el Frente en Eriadu, e ir ascendiendo hasta llegar a un puesto con mando dentro de la organización.

»El registro que efectuamos en el piso franco del Frente de la Nebulosa en la ciudad de Eriadu reveló que tenían contactos en todos los estamentos del gobierno y de la policía local, y que debía conocer tan bien como cualquiera las medidas de seguridad previstas para la Cumbre. Es obvio que Havac, o Matalis, usó sus contactos para conseguir placas de seguridad, uniformes y documentación para los asesinos contratados por Cohl, y puede que se las arreglara para esconder armas en el Palacio de Congresos mucho antes de que se celebrara la Cumbre en sí.

—La operación debió planearse apenas se anunció la Cumbre —dijo Qui-Gon—. O poco después del atentado contra el Canciller, aquí en Coruscant. No creo que lleguemos a saber nunca si ese atentado fue real o si sólo estaba pensado para apartarnos de lo que se preparaba en Eriadu.

—A no ser que Havac y Cohl aprendan a hablarnos desde la tumba.

—¿Qué hay de los asesinos que capturamos?

—Todos sostienen que el blanco era Valorum, hasta los dos que estaban en la cabina con Havac. Según ellos, la intención de Havac era hacer parecer que habían sido los androides de la Federación los que habían matado a Valorum en nombre de la Directiva. Algo que habría provocado el desmantelamiento de la Federación, objetivo buscado desde el principio por el Frente.

»Hemos estudiado la posibilidad de que hubiera algún error en la programación de los androides, y que el ataque contra la Directiva fuera consecuencia del mismo, pero Baktoid nos ha proporcionado pruebas sobradas de que eso no pudo haber pasado.

—¿Y Baktoid no estaría apoyando a Havac?

—Niegan vehementemente cualquier implicación. De hecho, sus técnicos nos ayudaron a analizar al androide de combate, el llamado comandante. Y encontramos en él un mecanismo que permitía su control al margen de las órdenes del ordenador central, aunque sólo por un breve período de tiempo. La holocámara de Havac fue la que hizo actuar al androide, y los otros doce siguieron sus instrucciones. El ordenador central los desconectó en cuanto se dio cuenta de lo que sucedía en el Palacio de Congresos.

Qui-Gon meditó un momento en ello.

—Havac debió tener ayuda para hacer llegar al androide hasta la Federación.

—Sin duda —asintió la agente—. Pero la inmunidad diplomática nos ha impedido averiguar lo que deseamos saber. Por ejemplo, el espaciopuerto de Eriadu tiene constancia de que la Directiva sólo llegó con doce androides. Así que el decimotercero, el asesino, debió unirse al grupo mientras la delegación estaba en la superficie del planeta.

»Gunray, el muevo virrey al mando de toda la Federación de Comercio, alega a través de sus abogados que alguien en la Directiva debió aceptar o introducir a ese androide. El senador Lott Dod afirma que cuando le comentó a Gunray la existencia de un androide de más, éste pareció tan desconcertado como él.

—¿Qué hay del mensaje que hizo salir de la Cumbre a Gunray y Dod?

—Por lo que sabemos, era auténtico. Detectaron una fuga de plasma en los motores de la lanzadera neimoidiana. La fuga fue detectada por los escáneres del espaciopuerto, y alguien llamó a los encargados de seguridad del Palacio de Congresos. El problema es que no hemos conseguido identificar al que llamó a seguridad. Gunray afirma que el comunicador que le entregó el paje estaba inactivo cuando lo cogió. El paje lo ha confirmado. Para cuando Gunray y Dod se encaminaron de vuelta a sus asientos, ya se había desatado la violencia y los agentes de seguridad les impidieron volver a entrar en la sala.

La judicial hizo una pausa y meneó la cabeza exasperada.

—Todo apunta a Havac.

Qui-Gon plegó las manos sobre el pecho y asintió, aunque poco convencido.

—Eso parece.

º º º

—Es un placer volver a verle, senador Palpatine —dijo la exquisita figura del holoproyector—. Espero impaciente el día en que nos veamos en persona.

—Yo también lo deseo, Su Majestad —dijo Palpatine, inclinando la cabeza en gesto de respeto.

La figura estaba sentada en un trono de respaldo redondo. Detrás de ella había una enorme ventana rematada en un arco, y enormes columnas de piedra a cada lado. Su voz grave era tan medida como su postura; las palabras que brotaban de sus labios pintados carecían de inflexión. Tenía una figura esbelta y un encantador rostro femenino. Se mostraba notablemente solemne para ser alguien tan joven. Era evidente que se tomaba sus responsabilidades con la mayor seriedad.

Su nombre de cuna era Padmé Naberrie, pero a partir de ese momento sería conocida como reina Amidala, la recién elegida gobernante de Naboo.

Palpatine recibía esta comunicación en su apartamento de la escarpada torre, en el número 500 de República, situada en uno de los barrios más antiguos y prestigiosos de Coruscant. Las paredes y el suelo eran tan rojos como el trono de Amidala, y había obras de arte adornando cada esquina y nicho del lugar.

Él se imaginó su fantasmal imagen flotando sobre el holoproyector de las estancias que tenía el Consejo Asesor en el palacio de Theed, en Naboo.

—Senador, quiero informarle de algo que sólo se me ha revelado ahora. El rey Veruna ha muerto.

—¿Muerto, Majestad? —repuso Palpatine, frunciendo el ceño en aparente inquietud—. Naturalmente, estaba al tanto de que se había retirado a raíz de su abdicación. Pero tenía entendido que gozaba de buena salud.

—Gozaba de buena salud, senador —dijo Amidala con voz monótona—. Su muerte se ha estimado «accidental», pero está envuelta en misterio.

Pese a tener catorce años de edad, no era la monarca más joven que se elegía para el trono, pero desde luego sí una de las más convencionales en porte y vestimenta: iba enfundada de pies a cabeza en un vestido rojo de anchos hombros, cuyas amplias mangas estaban ribeteadas de piel de potolli. La estrecha pechera del vestido estaba bordada con costosos hilos. Su rostro pintado de blanco descansaba en un collarín que además de resaltar sus delicados rasgos formaba parte de una elaborada tiara que brillaba tras su cabeza. Tenía las uñas de los pulgares pintadas de blanco, y en cada mejilla portaba un estilizado lunar rojo. Una tradicional «cicatriz recordatoria» le dividía un labio inferior que, a diferencia de su compañero rojo mate, también estaba pintado de blanco. Tras ella había cinco doncellas, ataviadas con encapuchados vestidos rojos.

—Quisiera presentarle a nuestro nuevo jefe de seguridad, senador —dijo Amidala, haciendo un gesto hacia alguien que no estaba en la imagen—. El capitán Panaka.

En el holocampo entró un hombre afeitado, de piel marrón clara. Su expresión carecía de humor y vestía un justillo de cuero y una gorra de mando a juego. El nombramiento de Panaka debía ser reciente, aunque no nuevo en la corte pese a haber servido un tiempo a las órdenes de su predecesor, el capitán Magneta.

—Dado que el rey Veruna ha muerto en circunstancias sospechosas —dijo Amidala—, el capitán Panaka ha considerado necesario crear una seguridad adicional para todos, incluido usted, senador.

Palpatine pareció sorprendido ante la idea, incluso divertido.

—No creo que eso sea necesario en Coruscant, Su Majestad. El único peligro que hay en este lugar proviene de tener que fraternizar con los demás senadores, e intentar mantenerse inmune a la avaricia que domina el Senado Galáctico.

La reina volvió al holocampo.

—¿Qué puede decirnos de los recientes problemas que ha habido entre la Federación de Comercio y el Frente de la Nebulosa, senador?

Palpatine negó desaprobador con la cabeza.

—Ese lamentable incidente sólo deja en evidencia lo poco efectiva que se ha vuelto la República a la hora de mediar en esos conflictos. Hay demasiados miembros del Senado anteponiendo sus propias necesidades a las de la República.

—¿Qué pasará con la propuesta del canciller Valorum de un impuesto a las rutas de libre comercio?

—Estoy seguro de que el Canciller Supremo seguirá adelante con su propuesta.

—¿Cómo votará usted, senador, si el asunto llega a votación?

—¿Cómo quiere que vote Su Majestad?

Amidala pensó antes de responder.

—Mi responsabilidad es para con el pueblo de Naboo. Me gustaría poder entablar buenas relaciones con el canciller Valorum, pero Naboo difícilmente puede implicarse en una disputa que enfrentará a la República con la Federación de Comercio. Aceptaré la decisión que usted tome en este asunto, senador.

Palpatine inclinó la cabeza.

—Entonces, sopesaré cuidadosamente el asunto, y votaré en función de lo que sea mejor para Naboo y para la República.

º º º

Valorum se paró ante los altos ventanales y contempló el paisaje de la ciudad.

—La última vez que nos encontramos aquí fue para discutir la petición de la Federación de Comercio de protección contra los terroristas —dijo—, y la situación no ha hecho más que empeorar en los meses subsiguientes. Me siento perdido cuando pienso en los acontecimientos que nos han traído hasta este siniestro momento. Si alguien me hubiera dicho hace unos meses que acabaríamos en esta situación, no le habría hecho caso por no considerarlo posible.

El senador Palpatine no dijo nada. Esperó a que Valorum dejase de mirar por el ventanal.

—En señal de respeto por lo sucedido en la Cumbre, he retrasado la presentación ante el Senado de mi propuesta impositiva. Pero me presionan para que decida la cuestión de una vez por todas, y me presionan tanto los que la desean como los que se oponen a ella. —Valorum giró sobre sus talones para mirar a Palpatine—. Puede que usted más que nadie sepa cómo respira la situación en el Senado. ¿Han despertado los asesinatos más simpatías por la Federación de Comercio, hasta el punto de impedirme conseguir el respaldo necesario al impuesto?

—Todo lo contrario —dijo Palpatine—. Lo sucedido en Eriadu sólo ha reforzado los temores de todos de que se avecinan tiempos violentos, y de que el conflicto que han librado la Federación de Comercio y el Frente de la Liberación no es más que un ejemplo de futuras tragedias venideras.

»Y, lo que es más, ahora que la Federación está controlada por los neimoidianos y su ansia de beneficios, lo más probable es que la tensión aumente en los sistemas fronterizos. Su plan de redistribuir en el Borde Exterior lo que se recaude es digno de elogio, y debería llevarse a cabo. Hay muchos mundos en crisis que se beneficiarán de un gesto así. Un mercado competitivo es lo que acabará por atemperar el control de la Federación de Comercio, sin necesidad de que la República intervenga más allá de ese impuesto.

—¿Y qué hay de la petición de la Federación de que se le autoricen nuevas defensas? Los neimoidianos seguirán queriendo aumentar su armamento, pese a no sufrir ya la amenaza del Frente de la Nebulosa.

—Cierto —repuso Palpatine pausadamente—. Sólo para darles gusto, al menos se debería considerar que dieran los pasos necesarios para salvaguardar sus naves. La desintegración del Frente de la Nebulosa no anula la posibilidad de nuevos actos terroristas efectuados por algún nuevo grupo.

Valorum miró a Palpatine.

—¿Tendremos el voto de Naboo?

Palpatine lanzó un suspiro lleno de significado.

—Desgraciadamente, la reina Amidala no está preparada para apoyar el impuesto, ya que Naboo sigue dependiendo de la Federación de Comercio para muchas de sus importaciones básicas. Es joven e inexperta en estas cuestiones, pero muy dispuesta a aprender. —Clavó la mirada en Valorum—. No obstante, yo seguiré haciendo todo lo que esté en mi mano para influir en los demás. Estoy seguro de que podremos reunir todos los votos que hagan falta.

Valorum sonrió agradecido.

—En vista de todo el apoyo que me ha demostrado, mi querido amigo, le doy mi palabra de que, en caso de surgir esa necesidad, haré todo lo que esté en mi mano por ayudar a Naboo.

—Gracias, Canciller Supremo. Como usted dice, le tomo la palabra.