Capítulo 29

Lope miró por la pequeña puerta que llevaba a la azotea del piso franco del Frente de la Nebulosa en la parte sur de la ciudad. Una nave del servicio de seguridad hizo una pequeña pasada desde el sur, continuando en dirección al Palacio de Congresos.

—Son puntuales —le dijo a los cinco terroristas, humanos y alienígenas, que se agazapaban tras éI en las escaleras—. Tenemos diez minutos.

El gotal se apretó para pasar junto a él y salió al tejado, sus cuernos anillados se agitaban mientras buscaban en el neblinoso aire algo fuera de lo corriente.

Cuando estaba a cinco metros de distancia, el gotal le hizo a Lope una señal de que todo estaba despejado y desapareció tras el primero de los muchos tejados con cúpulas que tendrían que cruzar antes de obtener una visión clara del Palacio de Congresos.

Lope y los demás salieron al exterior, rodeando la misma cúpula que ahora ocultaba al gotal. Lope llevaba una cuchilla vibratoria en una funda de la cadera y un lanzacohetes en la muñeca. Los demás llevaban tanto armas de corto alcance como pistolas.

Al otro lado de la primera cúpula se veía un paisaje de tejados interconectados que asemejaba un terreno de colinas esféricas y laderas verticales entre estrechos barrancos y ríos. Torres octogonales, esbeltos minaretes y grupos de antenas se alzaban sobre las cúpulas como si fueran árboles aislados. Las diferentes cúpulas recordaban las asas de gigantescas cacerolas. Había edificios que culminaban en anchas bóvedas cilíndricas y en techos inclinados cubiertos de azulejos o tejas. En los pocos pisos que superaban la altura a la que estaban se veían casitas de pequeñas ventanas.

Con el gotal en vanguardia, empezaron a moverse con paso firme, recorriendo estrechos meandros, evitando cornisas inseguras y saltando a tejados adyacentes. Sus trajes miméticos les permitían confundirse con las tejas grises de los tejados, los ladrillos rojizos y las cúpulas manchadas por la lluvia ácida.

Escalaron un tejado muy alto y se dejaron caer en un hueco formado por un cuarteto de cúpulas contiguas. Después rodearon un enorme domo y se encontraron ante su primera visión sin estorbos del Palacio de Congresos. Al este del edificio había una cordillera de montañas envuelta en una bruma de partículas de plomo. Al norte un ancho río desembocaba en una esbelta cala marina.

Una azotea alargada llegaba hasta la última cúpula, bajo la cual se unían dos calles para convertirse en una ancha avenida que desembocaba en el monte del Palacio de Congresos.

Estaban a media azotea cuando de la calle les llegaron sonidos de una conmoción. Superando su miedo a las alturas, Lope se arrastró hasta el borde y miró hacia abajo por encima del muro de contención. Las tropas de seguridad estaban desviando el tráfico terrestre y dispersando a los transeúntes que se habían congregado allí para echar un vistazo a los dignatarios que pudieran pasar.

En un edificio al otro lado de la calle, la gente corría las cortinas o cerraba las persianas de las ventadas. Deslizadores que se movían lentamente emitan un mensaje en una docena de lenguajes amenazando con graves consecuencias a todo el que fuera sorprendido en los tejados o paseando en las zonas restringidas que rodeaban el Palacio de Congresos.

Lope vio que un hoverdesfile se acercaba desde el sur e hizo señas a uno de los hombres para que se uniera a él. El convoy de diez vehículos movidos con repulsores estaba siendo escoltado por el mismo número de motojet, conducidas por policías con cascos.

El hombre de Havac enfocó los electrobinoculares en el quinto vehículo de la fila.

—Valorum —profirió en voz baja—. Le acompañan el gobernador y el teniente de gobernador de Eriadu.

Lope le pidió los electrobinoculares.

—Tu jefe debió atender a razones y dejar que matáramos aquí a Valorum —repuso, dando un golpecito al lanzacohetes que llevaba en la muñeca derecha—. Un disparo con esto y habríamos terminado el trabajo.

El hombre de Havac recuperó los electrobinoculares.

—En este momento, Havac también es tu jefe. Además, Valorum está protegido por un campo de fuerza. Ahora usa el comunicador para informar al equipo del Palacio de Congresos que el objetivo entrará por la puerta sur.

Lope se arrastró hasta donde le esperaban los demás y sacó un pequeño comunicador de un bolsillo.

—Valorum está justo debajo de nosotros —explicó.

Activó el comunicador y tecleó el número que le había dado Havac, pero la única recompensa a sus esfuerzos fue una descarga de estática.

—Tendrías que llamar desde esas antenas —sugirió el gotal—. Prueba desde lo alto de la gran cúpula.

Lope asintió. Corrió agachado hasta la base de la cúpula e inició el ascenso. Estaba a punto de llegar a la adornada cima cuando oyó ruido de motores detrás de él. Miró por encima del hombro para ver cómo un trío de aerodeslizadores se dirigían rápidamente hacia él desde el Palacio de Congresos.

Se dejó resbalar por la cúpula y corrió para volver con los demás.

—Una hoverpatrulla se dirige hacia aquí.

La mujer contratada por Cohl miró el temporizador de su muñeca.

—Es demasiado pronto para la siguiente pasada.

Todo el mundo se agachó mientras los achatados vehículos pasaban por encima de ellos. Pero el trío de vehículos sólo recorrió una distancia muy corta antes de volver para una segunda pasada.

—Nos han localizado —dijo el gotal.

—Eso tiene remedió —repuso Lope armando el lanzacohetes.

Alzó el antebrazo derecho y fijó la mirilla en el vehículo que iba delante.

º º º

Toda la ciudad de Eriadu parecía igual desde el asiento para pasajeros del aerodeslizador. O, al menos, ésa era la opinión de Obi-Wan tras llevar una hora registrando la ciudad desde las alturas, buscando el tejado cuya imagen estaba en el holoproyector de Havac.

La ciudad estaba dividida en dos por un río fangoso y de lenta corriente, y era una confusión de cúpulas, patios interiores y precarias torres separadas por callejas estrechas y unas pocas avenidas amplias. Los habitáculos estaban construidos al azar unos encina de otros, brotándoles un anexo aquí y un piso adicional allí, extendiéndose desde la bahía hasta la barricada de montañas situada a espaldas de la ciudad.

No era de extrañar que ninguno de los oficiales de seguridad hubiera sido capaz de identificar la extensión de tejados del holoproyector. Cuando un vistazo rápido a los mapas en 2D disponibles sólo consiguió complicar las cosas, se optó por trasladar copias de la imagen a los ordenadores de tres aerodeslizadores, con la esperanza de que una serie de vuelos sobre la ciudad pudiera permitir a los ordenadores relacionar la imagen con la de un tejado real. Pero todos los vuelos al norte y al este del Palacio de Congresos no habían proporcionado ninguna coincidencia válida.

Qui-Gon seguía creyendo que Havac había dejado el holoproyector para que fuera encontrado, pero no estaba dispuesto a correr el riesgo de que se lo olvidase en un verdadero descuido.

En ese momento, los tres aerodeslizadores estaban a dos kilómetros al sur del Palacio de Congresos. Qui-Gon y Obi-Wan eran pasajeros en el vehículo que iba en cabeza, seguidos por Ki-Adi-Mundi y Vergere en el segundo y dos judiciales en el tercero, mientras miraba a estribor de su vehículo. Qui-Gon creyó ver movimiento en uno de los tejados, pero cuando intentó protegerse los ojos con el borde de la mano y volver a mirar, lo único que distinguió fue lo que parecía ser la neblina del calor en la base de la esbelta torre de ladrilló.

Buscó con la Fuerza.

En ese instante, el ordenador verificador del terreno del aerodeslizador empezó a pitar repetidamente indicando que había encontrado un equivalente a la imagen. La pantalla del ordenador mostró la imagen almacenada sobreimpuesta al tejado que tenían justo debajo de ellos. Qui-Gon pivotó en su asiento y vio que Ki-Adi-Mundi le hacía una señal con la que le indicaba que el ordenador del segundo aerodeslizador también había encontrado la equivalencia.

El agente de seguridad de Eriadu que manejaba los controles hizo dar media vuelta a la nave, dirigiéndose a la extensión de tejados cuando el indicador de peligró del vehículo añadió de pronto su voz al constante pitido del verificador de terreno.

—¡Nos atacan con misiles! —dijo el piloto asombrado.

Obi-Wan se asomó por el costado de la nave y señaló hacia abajo.

—¡Allí, Maestro!

Qui-Gon vio enseguida el pequeño cohete y se dio cuenta de que lo habían lanzado desde la base de la torre, justo donde antes había detectado movimiento.

El piloto lanzó el aerodeslizador en una brusca barrena, dispuesto a realizar otra maniobra si no conseguían perder el misil, pero éste no se desvió de su rumbo original. Falló por poco la trasera del vehículo y explotó sobre ellos, lanzando una lluvia de metralla sobre el aerodeslizador, que se recuperó enseguida para dirigirse al origen del disparó.

—Hay movimiento abajo —dijo el piloto, mirando a los monitores—. Cuento seis figuras.

Obi-Wan se incorporó en el asiento.

—Yo no veo a nadie.

—Llevan trajes miméticos —dijo su Maestro. Se dirigió al piloto—. Busque un lugar donde desembarcar.

Otro cohete surcó el cielo, detonando entre el segundo y el tercer aerodeslizadores.

—Los objetivos se dirigen al sur —dijo el piloto.

Qui-Gon dejó que sus ojos vagaran por las cúpulas y azoteas. Tres humanos aparecieron por un momento a la vista en una estrecha hendidura entre dos cúpulas, sólo para volver a desaparecer contra un fondo de tejas.

El piloto hizo descender la nave por una bóveda, y los disparos no tardaron en silbar juntó al fuselaje, rebotando erráticamente contra las curvadas paredes de la bóveda. Los dos Jedi encendieron los sables láser y saltaron por la borda. Tocaron las paredes de la bóveda y dieron una voltereta en el aire para llegar a la superficie plana de abajo. A corta distancia de ellos, Ki-Adi-Mundi, Vergere y los dos judiciales corrían por las azoteas.

Qui-Gon y Obi-Wan saltaron como un borrón de movimiento hacia el extremo de la azotea situada entre varias cúpulas y corrieron por una estrecha cornisa sin un solo titubeo. Codo con codo, con los disparos láser silbando entre ellos, saltaron sobre un patio interior y continuaron la persecución sin perder el paso.

Los terroristas se retiraban más y más en la sinuosa topografía. Qui-Gon se concentró en seguir a dos figuras fugazmente visibles, situándose delante de ellas de un salto. Esperó con el sable láser levantado a que su camino los llevara hasta él.

Su hoja verde siseó y zumbó al cortar el aire, desviando una docena de disparos láser, además de una pistola que le arrojaron. Al percibir la dirección en la que la pareja huía de él, Qui-Gon los derribó con un embate de la Fuerza. Los dos judiciales llegaron justo a tiempo de noquear a los terroristas antes de que sus trajes miméticos tuvieran oportunidad de realimentarse.

El Maestro Jedi sintió que había alguien detrás de él y dio media vuelta, pero no lo bastante rápido. Una cuchilla vibratoria de un metro de largo, sin duda sujeta por el puño de un atacante invisible, le cortó el lado derecho de la túnica marrón, fallando por poco las costillas. Qui-Gon dio un giro completo, cortando diagonalmente con el sable láser y partiendo en dos la cuchilla.

El terrorista corrió al centro del tejado, donde la pared de ladrillos de una pequeña casa le proporcionaba un mayor camuflaje y desenfundó una pistola láser. El Jedi corrió hacia él, esquivando los disparos y preparándose para luchar cuerpo a cuerpo con un humano de un tamaño similar al suyo.

Una salva de disparos pasó junto a su oreja izquierda cuando arrojó a su presa contra el tejado. Dos disparos más le rozaron el pelo. Saltó a su derecha y rodó buscando dónde ponerse a cubierto. Recurriendo a la Fuerza, hizo que una teja se soltara del tejado de la casa, lanzándola girando en el espacio para golpear al terrorista en la cabeza, derribándolo al instante.

Qui-Gon corrió hasta él y le arrancó el traje mimético de su cuerpo inerte. Una vez interrumpido el circuito, el traje se apagó y el portador se hizo visible.

Examinándolo, decidió que el terrorista permanecería inconsciente el tiempo suficiente para que lo encontraran los judiciales. A su izquierda vio a Vergere saltando de cúpula en cúpula como si llevara una mochila cohete. Cerca de ella iba Ki-Adi-Mundi pisándole los talones al gotal, cuyo traje mimético era incapaz de camuflar el rastro de vello que iba dejando a su paso.

Buscó a Obi-Wan y lo encontró en la base de una enorme cúpula, sobre el muro que cercaba un profundo patio interior. Se dirigió hacia él, cuando vio una forma indefinida bajando por la curvada pared de la cúpula y chocando con Obi-Wan, arrojándolo fuera del edificio.

Qui-Gon corrió hacia delante, manteniendo el sable láser a la altura de la cadera, alzando la hoja cuando llegó al lugar donde supuso que aterrizaría el terrorista.

Se oyó un grito de dolor, y un brazo derecho se hizo visible mientras volaba por encima del borde del tejado. Inutilizado, el traje mimético se apagó, revelando a una hembra humana que no paraba de gritar, caída de rodillas, con la mano izquierda aferrada a lo que le quedaba del cortado brazo derecho.

Qui-Gon corrió hacia el borde del muro, deseando que Obi-Wan hubiera encontrado un lugar blando en el que aterrizar. En vez de eso, un aerodeslizador se alzó desde el patio, con Obi-Wan agarrándose con una mano al estabilizador trasero de estribor.

El aerodeslizador depositó suavemente a Obi-Wan en el tejado donde estaba Qui-Gon. Cerca de allí, Ki-Adi-Mundi, Vergere, los dos judiciales y una pareja de agentes de seguridad de Eriadu terminaban de maniatar a los seis terroristas capturados.

Ni Havac ni Cohl estaban entre ellos.

—Eso fue toda una proeza, padawan —dijo Qui-Gon.

—Supongo que habrías preferido verme colgando de los dientes, Maestro.

Qui-Gon le mostró una mirada perpleja.

—El acertijo que el Maestro Anoon Bondara presentó a sus estudiantes el día que hablamos con Luminara —explicó Obi-Wan—. Ese sobre el hombre que colgaba sobre una fosa traicionera sujetándose con los dientes al tren de aterrizaje de un deslizador.

—Ya lo recuerdo —dijo Qui-Gon, con repentino interés.

—Después de mucho pensar, decidí que el deslizador representaba a la Fuerza, y el foso los peligros que nos esperan si nos desviamos de nuestro camino.

—¿Y qué hay de los viajeros perdidos que pedían ayuda?

—Bueno, por un lado, cualquier viajero, por muy perdido que esté, debería saber que no se le deben hacer preguntas a un hombre que cuelga sobre un foso cogido por los dientes. Pero lo más importante es que los viajeros sólo son distracciones que el hombre debe ignorar si quiere seguir en la Fuerza.

—Distracciones —murmuró Qui-Gon.

Pensó en el atentado contra la vida de Valorum, en lo sucedido en Asmeru y en las pruebas descubiertas en el almacén de aduanas.

Qui-Gon cogió a su discípulo por los hombros.

—Me has ayudado a ver algo que había eludido hasta ahora. —Miró a la media docena de terroristas—. Poco más podemos hacer aquí. Vamos, padawan, el plan de Havac está en marcha.

—¿A dónde vamos, Maestro?

—A donde debíamos haber ido desde el principio.