Capítulo 21
Qui-Gon, Obi-Wan, Tiin y Ki-Adi-Mundi salieron de golpe de la entrada de la pirámide, enfrentándose a los terroristas que los habían hecho retroceder hasta allí. Una vez recorrieron la cuarta parte de la plaza, los Jedi se pusieron en formación de cuña, moviendo constantemente las hojas para desviar los disparos que les llegaban tanto de arriba como de los laterales de la plaza. Tras la barrera de energía creada por los sables láser, Yaddle, Depa, Vergere y dos de los judiciales corrían para distraer el fuego que les llegaba por detrás.
Qui-Gon iba en la punta de la cuña, avanzando con paso firme, girando y agachándose, con su hoja verde resonando cada vez que desviaba un disparo hacia alguna parte. Los terroristas caían heridos por las escaleras, balcones y tejados circundantes, pero ninguno de ellos huía.
Tendréis que matarnos a todos, había dicho el portavoz.
De pronto, la incesante andanada de disparos láser empezó a disminuir. Qui-Gon se tomó un momento para mirar a su alrededor, dándose cuenta de que los terroristas habían empezado a disparar hacia el grueso baluarte del perímetro de la plaza.
Cientos de esclavos cargaban hacia la plaza desde las callejas que separaban las pirámides, profiriendo siniestros y trémolos gritos de guerra. Careciendo de algo semejante a un escudo, enarbolaban hachas y cuchillos de piedra, lanzas improvisadas a partir de mangos de madera de herramientas o de cualquier otro utensilio que hubieran conseguido afilar o dotar de un filo.
Los disparos láser los derribaban a veintenas, pero aun así seguían llegando, decididos a derrocar a los forasteros que les habían robado la poca dignidad y libertad que tenían.
Qui-Gon comprendió que la revuelta ya debía llevar tiempo fraguándose, pero la determinación no bastaba para que ganasen la batalla contra las pistolas láser.
Redobló su ataque acompañado por Obi-Wan, con Vergere a su lado, saltando en el aire y volviendo al suelo tras usar el sable láser. Atrapados entre los Jedi y esclavos rebeldes, los terroristas se agruparon en dos líneas, cada una de ellas concentrada en un frente distinto.
Una segunda sorpresa hizo que Qui-Gon se detuviera un momento. Algunos de los terroristas caían por disparos láser. Le parecía improbable que los esclavos hubieran conseguido reconfigurar las pistolas para poder usarlas con sus manos sin dedos.
Entonces vio de dónde provenían los disparos.
Un contingente de terroristas se dirigía hacia ellos, guiados por el bith que había sido informador de Qui-Gon.
Lo sucedido en aquel día había dividido al Frente de la Nebulosa en dos facciones: la de los militantes responsables del atentado contra Valorum, y la de los moderados que se habían pasado años realizando actos no violentos contra la Federación de Comercio.
Era evidente que los militantes no habían anticipado ninguna insurrección por parte de sus propios compañeros. De pronto, la carrera por alcanzar los CloakShape se había vuelto más desesperada que nunca.
Uno de los terroristas había entrado en un caza y conectado sus repulsores. Al darse cuenta de lo que sucedía, el piloto dio media vuelta a la nave y abrió fuego con los cañones delanteros. Los rayos de energía pura diezmaron a la oposición. Las piedras saltaron de los edificios cercanos, y rayos y relámpagos chisporrotearon en el aire como si fueran metralla, acabando con quienes habían conseguido eludir los fatales rayos de energía.
Qui-Gon comprendió que ese único caza podía cambiar el rumbo de la batalla, no sólo contra la alianza de esclavos y moderados, sino también contra los Jedi.
Mientras pensaba eso, el flotante CloakShape rotó hacia donde se encontraban los Jedi. Ante ellos apareció el cañón de la nave, dispuesto a disparar cuando el caza explotó sin previo aviso. Pedazos de sus alas combadas se estrellaron contra la rejilla del rayo tractor, mientras el fuselaje en llamas giraba estrellándose contra la plaza.
Qui-Gon alzó la mirada desde el suelo. La zona de aterrizaje estaba sembrada de restos al rojo blanco, y algunos pedazos pequeños le habían abierto agujeros en la capa.
Exploró la plaza buscando señales del arma que había derribado la nave, para darse cuenta de que el rayo devastador no se había originado en tierra.
Había venido de arriba.
Una nave blanca y carmesí surcaba el cielo tan cerca del suelo que le hizo rechinar los dientes.
—Una lanceta judicial —dijo Obi-Wan cuando disminuyó el sonido de la nave al pasar.
Blancas venas en la cúpula azul del cielo les indicaron que había más naves en camino.
Se volvió para mirar a Depa y los judiciales, uno de los cuales hablaba por el intercomunicador de su muñeca. Al sentir la mirada de Qui-Gon clavada en él, el judicial alzó la mirada y levantó el puño izquierdo en señal de confianza.
Qui-Gon miró al cielo. Un crucero corelliano se aproximaba por el sur.
La visión de los cazas judiciales no arredró a los radicales, que continuaron luchando por llegar a los CloakShape. Tres cazas más se alzaron de la plaza. Pero en vez de malgastar energía disparando contra los esclavos, optaron por dirigirse al este, perseguidos por una pareja de lancetas. Un cuarto CloakShape cobró ruidosa vida, arreglándoselas en su ascenso para derribar a la lanceta que se dirigía hacia él.
El cañón de iones situado a la izquierda de Qui-Gon empezó a disparar. Otra lanceta, alcanzada por un impacto directo, rodó sobre sí misma y se precipitó en silencio contra el agrietado terreno. Instantes después, una explosión llenaba el aire tras la pirámide sur.
El cañón siguió escupiendo dardos de fuego demoledor contra el cielo, pero la alianza de esclavos y moderados atacaba ya su emplazamiento. Una docena de guerreros cayó en el ataque, pero los demás perseveraron, lanzando granadas térmicas desde el monumento caído tras el que se habían refugiado.
Un instante después, el emplazamiento del cañón soltaba una columna de aullante fuego y se derrumbaba sobre sí mismo.
El conflicto continuado de la plaza impedía aterrizar al crucero. Mientras flotaba al nivel de las cimas de las pirámides, se abrieron escotillas en el casco inferior y veinte figuras bajaron por cables de monofilamento. La mitad de ellas iban armadas con pistolas, la otra mitad con luminosos sables láser.
La batalla rugió furiosa durante varios minutos más. Y entonces, al estar completamente rodeados, los militantes empezaron a entregar las armas y a ponerse de rodillas. Otros grupos, cautivos de los esclavos, entraron en la plaza con las manos levantadas por encima de la cabeza.
Tiin, Depa Billaba y algunos de los refuerzos Jedi empezaron a moverse entre la devastación para recoger armas y atender a los heridos. Qui-Gon vio a Yaddle parada en la entrada de la pirámide norte, meneando apesadumbrada la cabeza.
Obi-Wan y él fueron en busca del bith. Al poco, vio cómo su discípulo le hacía señas desde la esquina sudoeste de la plaza.
Qui-Gon devolvió el sable láser al cinto y rompió a correr. Antes de llegar supo cuál era la calamidad que le esperaba.
El bith estaba en el suelo, tumbado de costado, encogido, sus manos de largos dedos presionaban un agujero ennegrecido del pecho. Qui-Gon clavó una rodilla en el suelo y se inclinó hacia él.
—Intenté contactar contigo en Coruscant —empezó a decir con voz débil el alienígena de ojos negros—. Pero, tras lo que pasó en Dorvalla, Havac y los demás empezaron a sospechar que había un informador entre ellos.
—¿Havac? ¿El que hizo ejecutar a los esclavos?
El bith negó con su gran cabeza.
—Ese es sólo un teniente. Havac es el líder. Pero no está en este planeta. Como no lo está la mayoría de los militantes. —Hizo una pausa para respirar—. Han deshecho todo lo que intentamos hacer. Han convertido esto en una guerra con la Federación de Comercio, y ahora con la República.
—Eso se ha acabado. Los has depuesto. Conserva las fuerzas, amigo.
El bith se aferró al antebrazo de Qui-Gon.
—No ha acabado, planean hacer algo terrible.
—¿Dónde? —preguntó Obi-Wan—. ¿Cuándo?
El bith se volvió hacia él.
—No lo sé. El plan se ha mantenido en secreto para la mayoría de nosotros. Pero sé que implica al capitán Cohl…
Las palabras del bith se apagaron. Qui-Gon sintió la mirada de su discípulo clavada en él. La luz abandonó los ojos del alienígena.
—Ha muerto, Maestro.
—Jedi —dijo alguien tras Qui-Gon. Quien hablaba era un humanoide nikto, con cuernos y rostro liso—. No quisiera ser un intruso, pero su amigo también era mi amigo.
—¿Qué sabes de ese plan en el que están implicados el tal Havac y el capitán Cohl? —repuso Qui-Gon levantándose.
—Sé que tiene algo que ver con Karfeddion.
—¿Karfeddion? —repitió Obi-Wan, mientras dedicaba al nikto la mirada más desaprobadora que tenía.
—El mundo de la casa Vandron —dijo Qui-Gon—. En pleno sector Senex. ¿Cómo te llamas?
—Cindar.
—¿Conoces de vista a ese Havac?
—Sí.
—Acompáñanos —repuso Qui-Gon tras meditarlo un momento.
Se acercó hasta donde estaban Tiin, Yaddle y alguno de los demás.
—No hay tiempo para arreglar esto —decía Tiin, haciendo un gesto amplio en dirección a las ruinas causadas por el combate—. El sumo Consejo y el Departamento Judicial nos han ordenado que salgamos lo antes posible del sector Senex.
—Antes debemos hacer otra parada —le interrumpió Qui-Gon—. En Karfeddion.
Tiin le miró, esperando una explicación.
—Cohl está ejecutando otro plan —repuso Qui-Gon, señalando luego a Cindar—. Y eso nos ayudará a encontrar su pista.
Tiin y Yaddle intercambiaron breves miradas.
—Cohl ya no trabaja para el Frente —dijo Tiin—. Eso nos dijeron.
—Este plan se ha mantenido en secreto. Alguien llamado Havac está detrás de él. Debemos ir a Karfeddion.
—Imposible, Qui-Gon —dijo Yaddle, negando con la cabeza—, sector Senex, debemos.
—Entonces iremos mi padawan y yo.
Obi-Wan se quedó boquiabierto al oír esto.
—No en nuestras naves, Qui-Gon —le desafió Tiin.
—Entonces, usaremos el Halcón Murciélago.
—En personal esto conviertes —dijo Yaddle—. Una orden directa del Sumo Consejo desafiarás.
Qui-Gon no se molestó en discutir eso.
—Mi deber es para con la Fuerza, Maestro.
Yaddle le estudió durante un largo instante.
—¿Con qué fin, Qui-Gon? ¿Con qué fin?
En el holocartel que brillaba en la cantina a través del humo de t’bac ponía: «El Mynock Achispado da la bienvenida a los Rompecráneos de Karfeddion». Los Rompecráneos eran un grupo de smashball conocido en todo el Senex por su evidente desprecio hacia las reglas del juego y la vida de sus contrincantes. En un rincón del Mynock Achispado se encontraba una escandalosa docena de esos héroes locales, brindando con jarras de bebida fermentada unos con otros y con cualquiera que pasase por allí, más borrachos a cada momento que pasaba, e impacientes por causar problemas de índole grave.
A unas cabinas de distancia se sentaban Cohl, Boiny y un humano de aspecto taciturno que podría haber pasado por miembro de los Rompecráneos de tener unos centímetros menos de altura y un aspecto algo menos peligroso.
Una hembra humanoide de agradable aspecto, criada en una de las granjas de esclavos de Karfeddion, puso ante el invitado de Cohl un vaso alto lleno de un líquido amarillo brillante, el cual apuró de un solo trago la bebida notablemente fuerte.
—Gracias, capitán —dijo el humano con sinceridad, secándose la boca con el dorso de la mano—. Rara vez tengo oportunidad de tomar uno auténtico.
Cohl examinó a Lope, que era como se hacía llamar el hombre, desde el otro lado de la mesa que los separaba. Era indiscutible que podía arreglárselas solo en una pelea, pero la operación de Eriadu no dependería de la fuerza bruta, sino de una combinación de habilidad e inteligencia. Por supuesto, hasta en las situaciones mejor planeadas podían darse momentos donde se necesitase usar la fuerza. Pero Cohl seguía sin estar convencido de que Lope estuviese capacitado para ocuparse siquiera de esa eventualidad.
—¿Cuál es tu especialidad? —le preguntó.
Lope clavó los codos en la mesa.
—Vibrocuchilla, bastón aturdidor, pica nerviosa. Pero también sé manejar pistolas de rayos… BlasTech, Merr-Sonn, Czerkas…
—Pero prefieres el trabajo de cerca.
—Si se llega a eso, sí, supongo que sí —respondió encogiéndose de hombros—. ¿Por qué? ¿En qué consiste el trabajo, capitán?
—No puedo decírtelo hasta que no decida tenerte a bordo.
—Lo comprendo. Y me gustaría mucho trabajar con usted, capitán. No los hay mejores que usted.
—¿Para quién has trabajado? —preguntó Cohl, ignorando la adulación.
—Aquí y allí, sobre todo en la Ruta Comercial de Núcleollia. Participé en el Conflicto Stark. Todavía seguiría en el Núcleo si no hubieran puesto precio a mi cabeza por un trabajito que hice en Sacorria.
—¿Estás reclamado en algún otro sitio?
—Sólo allí, capitán.
Cohl empezaba a animarse. Lope era un forajido como cualquier otro huido a los sistemas fronterizos, pero no un profesional.
—¿Tienes problema para trabajar con alienígenas?
Lope miró fijamente a Boiny.
—No con los rodianos. ¿Por qué? ¿Es que tiene otros en su tripulación?
—Un gotal.
—Un gotal, ¿eh? —repuso, mesándose la barba—. Puedo trabajar con ésos.
De pronto, se armó un escándalo en la entrada de la cantina, y cuatro enormes humanos con cara de pocos amigos entraron en el local. Cohl pensó que debían ser miembros de los Rompecráneos o de algún equipo rival, hasta que el más grande se subió a la barra y disparó contra el techo.
—Lope, sé que estás aquí —gritó, mientras el polvo de escayola caía a su alrededor y miraba por entre las mesas y cabinas—. ¿Dónde estás, gusano traidor?
Cohl apartó la mirada del hombre de la barra para fijarla en Lope.
—¿Es amigo tuyo?
—No por mucho tiempo —respondió, levantándose y saludando con la mano—. Aquí estoy, Pezzle.
Pezzle miró a Lope, saltó de la barra y empezó a abrirse paso entre la multitud, seguido por sus compañeros.
—Eres un maldito tramposo —dijo en cuanto llegó a la cabina—. Creíste que podrías irte sin pagarnos, ¿verdad?
Cohl vio cómo Lope calibraba toda la situación con una mirada: el arma levantada de Pezzle, la posición de los otros tres hombres, lo separadas que tenían las manos de sus pistolas.
—No merecías que te pagase —dijo Lope con voz monótona—. Sólo te ocupaste de uno de ellos, y después tuve que limpiar lo que tú estropeaste.
Cohl y Boiny empezaron a moverse fuera de la cabina, pero Lope les detuvo posando una mano en el hombro de Cohl.
—No se vaya, capitán. Sólo será un momento. Puede considerarlo como una prueba.
—De acuerdo —respondió Cohl, volviéndose a sentar.
Los clientes de las cabinas contiguas no estaban tan seguros como Cohl. Empezaron a apartarse de la línea de fuego, subiéndose por encima de sillas y mesas y cualquier cosa que pudiera haber en su camino.
Pezzle sudaba profusamente, tragó saliva y encontró voz para responder.
—Págame ya —dijo, escupiendo saliva desde sus gruesos labios.
Cohl nunca pudo ver cómo la pistola de Lope abandonaba su cartuchera. Vio la mano derecha de Lope como si fuera un borrón, oyó varias descargas de pistola, y lo siguiente que supo fue que Pezzle y su trío de acompañantes formaban un montón en el suelo.
Lope miró expectante a Cohl, con la humeante pistola aún en la mano.
—Nos valdrás —dijo Cohl, asintiendo con la cabeza.
El espaciopuerto de Karfeddion era un amasijo de muelles de atraque, casas de reparaciones y cantinas aún más siniestras que el Mynock Achispado. Cohl, Lope y Boiny saludaron a varios miembros del servicio de mantenimiento del Muelle 331 y se acercaron al castigado carguero que les había proporcionado el Frente de la Nebulosa.
—¿Qué ha sido del Halcón Murciélago, capitán? —preguntó Lope tras mirar inseguro a la nave.
—Es demasiado conocido en el sitio al que vamos.
Cohl presentó a Lope a la pareja de humanos que había al pie de la rampa de descenso del carguero.
—Capitán —dijo uno de ellos con voz ronca—, hay una dama esperándole en el compartimento delantero.
—¿Cómo se llama?
—No quiso decírnoslo.
Cohl y Boiny intercambiaron una mirada.
—Igual es esa cazarrecompensas que buscabas —sugirió el rodiano.
—Yo creo que es otra persona —dijo Cohl, sin profundizar más.
—¿No pensarás…?
—¿Quién más podría ser? Lo único que no comprendo es cómo ha podido encontrarme.
—Igual te puso un rastreador en alguna parte del cuerpo antes de irse.
Dejaron a Lope para que se familiarizara con los demás y subieron a bordo.
—¿No te dije que me echaría de menos? —repuso Cohl por encima del hombro en cuanto entraron en la cabina delantera.
Rella estaba sentada en la silla de Cohl, con las largas piernas cruzadas.
—Tienes razón, Cohl. No podía mantenerme alejada, pero no por las razones que estás pensando.
Su atuendo de túnica, pantalones, capa y capucha estaba hecho de una fibra metálica plateada que brillaba a cada movimiento suyo.
—Por tu aspecto, yo diría que has saqueado demasiado tu fondo de jubilación y que necesitas los créditos.
—¿Podemos hablar aquí con seguridad?
Cohl le hizo un gesto a Boiny para que conectase el sistema de seguridad de la cabina.
—Me han llegado rumores de que estás reuniendo una nueva tripulación —dijo Rella cuando Cohl se sentó.
—¿Qué otra cosa podía hacer después de que me abandonaras? —repuso él, encogiéndose de hombros.
Ella ni siquiera esbozó una sonrisa.
—Según tengo entendido, estás buscando asesinos y exterminadores de segunda fila, como el bruto con el que has venido.
—Los trabajos duros exigen un personal duro.
Rella le miró fijamente.
—¿En qué andas metido ahora? Sé sincero conmigo, por los viejos tiempos.
—Es una ejecución —respondió Cohl tras meditarlo un momento.
—¿Cuál es el objetivo?
—Valorum, en Eriadu.
Rella pareció encogerse en el asiento, como si sus peores temores se hubieran hecho realidad.
—No puedes hacer eso.
Él lanzó una breve carcajada.
—Eres bienvenida a verlo.
—Escúchame bien… —empezó ella a decir.
—¿Qué pasa? ¿También te has comprado unos escrúpulos nuevos además de ropa nueva?
—¿Escrúpulos? No me insultes.
—¿Qué pasa entonces con Valorum?
—No es por Valorum. Es por ti, por tu reputación. Sin esforzarme nada, he sabido que has estado en Belsavis, Malastare, Clak’dor y Yetoom. ¿Cuánto trabajo crees que le costaría a cualquiera seguir tu rastro? Y no me refiero a matones que quieran trabajar contigo, sino a los judiciales o a los Jedi.
—Agradezco tu aviso, Rella, pero eso ya no importa. Tengo a todos los que necesito. A no ser, claro está, que tú también quieras participar.
—Sí, quiero —dijo ella manteniendo la mirada de él.
Él parpadeó.
—No, no me estoy burlando de ti —dijo ella.
Cohl se puso serio de pronto, y la cogió de la mano.
—Mira, niña, te agradezco que me buscaras, pero esta operación no es algo en lo que quieras mezclarte.
—No lo entiendo. Hace un momento actuabas como si tuvieras a toda la galaxia cogida por la cola.
—Fanfarroneaba, Rella, sólo era eso.
—¿Me estás diciendo que te gustaría no haber aceptado el trabajo?
—Puede que ya me pesen los años, pero sí, debí abandonar esta vida cuando podía. Vamos, que tampoco creo que sea tan difícil aprender a manejar una granja de humedad, ¿no? Y todavía nos quedarían momentos excitantes…
Rella sonrió abiertamente.
—Pues claro que habrá momentos excitantes. Cohl, Abandona este trabajo. Todavía puedes dejarlo.
—Di mi palabra —repuso, negando con la cabeza—. Como mínimo tengo que llegar al final de esto.
Rella lo estudió por un momento, y se obligó a respirar profundamente.
—Más motivo aún para que te acompañe. Si tú no sabes cuidarte solo, tendré que hacerlo yo por ti.