Capítulo 24
Como puerto comercial, Eriadu estaba acostumbrado a ver sus polucionados cielos llenos de naves. Pero la Cumbre había conseguido que se batiera el récord de tráfico, tanto en órbita como por debajo de ella. Entre las miles de naves ancladas en el lado luminoso del planeta había un viejo carguero corelliano, en aquel momento principal objeto de interés de la aeropiqueta fuertemente armada que portaba el emblema del Departamento de Aduanas e Inmigración de Eriadu. Entre la aeropiqueta y el carguero se desplazaba una pequeña nave de un ala, cuyo tamaño doblaba el de los cazas normales.
Rella y Boiny observaban la aproximación de la nave desde uno de los miradores de estribor. Los dos vestían del mismo modo, con botas que les llegaban a la rodilla, pantalones abolsados, chalecos y suaves capas cortas; parecían pilotos veteranos.
—Haremos esto según las reglas —dijo Rella, mirando a Boiny—. Los oficiales de aduanas no se entrenan para ser desagradables, ya nacen así. ¿Quieres que lo repasemos?
El rodiano negó con la cabeza.
—Seguiré tu ejemplo.
Fueron a la escotilla de estribor y esperaron a que se abriese. Poco después, subieron a bordo tres humanos de coloridos uniformes acompañados de un saurio cuadrúpedo de mal genio con un collar electrónico. La bestia sacaba la lengua y lamía el aire por el tajo que era su boca.
El inspector de aduanas resultó ser una mujer esbelta y de complexión clara, tan alta como Rella. Llevaba el cabello rubio tirante y recogido en una larga trenza tras la cabeza.
—Llevaos a Chack a popa e id avanzando hacia delante —ordenó a sus dos compañeros—. Dejad que se tome su tiempo. Marcad todo lo que le llame la atención y nos ocuparemos de cada cosa por separado.
Los dos agentes de aduanas y su sabueso se dirigieron a la parte trasera de la nave. La inspectora vio cómo se alejaban antes de seguir a Rella y Boiny al compartimento delantero del carguero.
—El manifiesto de carga —pidió ella, extendiendo la mano derecha hacia Rella.
Rella cogió una tarjeta de datos del bolsillo superior del chaleco y lo plantó en la mano de la mujer. Ésta insertó la tarjeta en un lector portátil y estudió la pequeña pantalla del aparato.
En popa se oyó un gruñido repentino. La inspectora de aduanas miró por encima del hombro.
—Su sabueso ha debido encontrar las cocinas —dijo Boiny alegremente. La severa expresión de la mujer no se alteró.
—No comprendo nada de esto —dijo ella un momento después, haciendo un gesto con la mano en dirección a la pantalla. Miró a Rella con sospecha—. ¿En qué consiste exactamente su carga, capitán?
—En problemas —dijo Rella apuntándole con una pistola.
A la mujer se le desorbitaron los ojos por la sorpresa. Ruidos detrás de ella la indujeron a mirar otra vez por encima del hombro. Dos robustos humanos y un gotal respondieron con sonrisas malévolas a su evidente sorpresa.
—Tenemos a los otros dos en la popa —dijo Lope—. El animal está muerto.
—Buen trabajo —dijo Rella, desarmando diestramente a la mujer. Presionó la pistola contra las costillas de la inspectora de aduanas y la condujo hasta la consola de comunicaciones del carguero.
—Quiero que alertes a tu nave —le dijo, mientras caminaban—. Dile a quien sea que esté al cargo que has descubierto una carga de contrabando y que necesitas que toda la tripulación suba cuanto antes a bordo.
La mujer intentó zafarse del control de Rella, pero ésta se mantuvo firme y la empujó hasta el asiento situado ante la consola.
—Venga, hazlo.
La mujer dudó, pero aceptó resignada.
—¿Toda la tripulación? —preguntó alguien incrédulo desde la nave piqueta—. ¿Tan grave es?
—Sí que lo es.
Rella cortó entonces la comunicación y retrocedió un paso para estudiar a la mujer.
—Voy a necesitar tu uniforme.
—¿Mi uniforme?
Rella le dio unos golpecitos en el hombro.
—Buena chica —dijo, volviéndose hacia Boiny y los demás—. Situaos ante la escotilla y disponeos a recibir compañía.
Los mercenarios sacaron sus pistolas y se alejaron.
Un cuarto de hora después. Rella entró en el puente de la aeropiqueta llevando el uniforme de la mujer y examinó los mandos. La inspectora de aduanas la seguía, prisionera de Boiny, llevando unos electrogrilletes en las muñecas y las ropas de Rella en el resto del cuerpo.
Boiny empujó a la mujer hasta el asiento del copiloto, presionando luego con sus dedos con ventosas el comunicador que llevaba oculto en la oreja derecha.
—Lope quiere saber lo que hace con el equipo de inspectores.
—Dile que los meta en la bodega de popa del carguero —respondió Rella mientras seguía estudiando los mandos.
Se sentó en el asiento del piloto y lo ajustó a su gusto. El parduzco planeta Eriadu llenó el mirador delantero. Rella conectó el sistema de comunicaciones e hizo girar el asiento para mirar a la inspectora de aduanas.
—Envía un mensaje diciendo que bajas con un cargamento de mercancía confiscada. Di que quieres que la carga sea transferida de inmediato al edificio de aduanas para su inspección, y que tengan hovertrineos preparados para cuando llegues.
—Eso va contra el procedimiento —dijo la mujer sonriendo—. No lo harán.
—Gracias por el aviso —repuso Rella sonriendo a su vez—. Pero esta vez lo harán porque los hombres del edificio de aduanas están conmigo. Puedes mirarme todo lo que quieras, inspectora, pero acabarás por hacerlo.
La mujer se inclinó hacia el transmisor esperando probarle que se equivocaba. Pero, tras escuchar su comunicado, la voz en el otro extremo replicó que tendrían los hovertrineos esperando.
La inspectora de aduanas continuó mirando escéptica a su captora.
—¿Crees que nadie sabe que hemos abordado vuestra nave?
—Somos conscientes de ello. Pero no necesitamos todo el día para hacer lo que vinimos a hacer.
Tras decir esto, ajustó el arnés del asiento de su prisionera de tal manera que ella apenas podía moverse. A continuación aceptó una tira adhesiva que le ofrecía Boiny y la pegó en la boca de la mujer.
—Quédate aquí quieta por un rato —dijo Rella agachándose para ponerse al nivel de los ojos de la mujer—. No tardaremos mucho.
Boiny y ella se dirigieron a popa, a los pequeños compartimentos traseros de la aeropiqueta. Cohl y los mercenarios ya estaban allí apretados entre media docena de tubos de carga de dos metros de alto traídos desde el carguero. Todos ellos llevaban respiradores y trajes extravehiculares con chalecos de pliegueblindaje debajo.
—¿Es esto necesario? —le preguntaba uno de los humanos a Cohl, gesticulando hacia los tubos de carga.
—Supongo que prefieres abrirte paso a tiros por la aduana, ¿no?
—No, capitán. Es que no me gustan los lugares cerrados.
—Pues acostúmbrate a ellos —repuso Cohl con una carcajada pesarosa—. A partir de este momento, todo serán apreturas. Venga, adentro.
El hombre abrió reticente la escotilla del estrecho tubo y se apretó en su interior.
—¡Esto es como un ataúd!
—Entonces consuélate pensando que aún estás vivo —dijo Cohl, asegurando la puerta desde fuera.
Los demás pasaron también a ocultarse con similar aversión.
—Tú también, Cohl —dijo Rella.
—Ojalá pudiera unirme a ti, capitán —dijo Boiny con una sonrisa.
—Tienes suerte de que hubiera un rodiano en el equipo de inspección, o te haría compartir un cilindro con Lope —dijo Cohl burlón, antes de volverse para mirar a Rella—. No sé cómo habríamos podido sacar esto adelante sin tu ayuda.
Ella le miró, entrecerrando los ojos.
—Olvídalo, Cohl. Sólo quiero que salgamos con vida de esto.
—En serio. No te merezco —respondió él metiéndose en un cilindro.
—Es la primera vez que lo dices. Pero yo soy así —repuso ella, acercándose a Cohl para abrocharle el cuello del traje espacial—. No queremos que cojas frío.
Cohl se sonrió.
Rella selló el cilindro de carga y miró a Boiny.
—Prepara la nave para dejar la órbita.
Tal y como se les prometió, había media docena de hovertrineos esperando para cuando la nave de aduanas tocó el sobrecargado espaciopuerto de Eriadu.
Sujeta sólo por los electrogrilletes, la inspectora de aduanas fue la primera en bajar por la escotilla de la aeropiqueta. Echó un vistazo a los pilotos humanoides y alienígenas de los hovertrineos y respiró profundamente.
—¿Pero quiénes sois vosotros? —preguntó completamente descorazonada.
—No quieras saberlo —dijo Rella detrás de ella, antes de hacer un gesto a Boiny.
Éste clavó una pequeña jeringa en el cuello de la mujer y le inyectó cierta cantidad de líquido claro. La mujer se derrumbó al instante en brazos de Boiny.
—Metedla en uno de los tubos de carga vacíos —dijo Rella—. La llevaremos con nosotros por si acaso.
Tras decir eso saltó a uno de los hovertrineos.
—Tenemos que actuar deprisa —le dijo al contingente de terroristas que había estacionado Havac en tierra—. No tardarán mucho tiempo en descubrir y registrar el carguero.
Rella condujo una de las hoverplataformas hasta la escotilla de popa, la cual estaba ya abierta. Una vez allí saltó al compartimento trasero y tamborileó con los dedos contra la superficie mate del cilindro de Cohl.
—Ya queda poco —dijo en voz baja.
Una vez se descargaron los cilindros semejantes a ataúdes, la flotilla de hovertrineos se desplazaron sobre las pistas de duracreto del espaciopuerto hasta llegar al edificio de aduanas, cuyas puertas estaban guardadas por más terroristas de Havac.
Había naves aterrizando y despegando por todas partes. Los pasajeros desembarcaban cerca de las terminales, traídos por las lanzaderas que les habían recogido de los transportes aparcados en órbita. Por todas partes se veían androides de protocolo y equipos de agentes de seguridad, todos ellos para hacer pasar por la oficina de inmigración a diplomáticos y dignatarios. Masificados a lo largo del perímetro de electrocercas del espaciopuerto había multitudes de manifestantes declarando su descontento, cantando eslóganes y exhibiendo carteles burdamente pintados.
Los hovertrineos entraron en el almacén de aduanas en fila de a uno, y las puertas giratorias se cerraron tras ellos. Apenas lo hicieron, sus pilotos humanoides y alienígenas empezaron a romper el sello de los cilindros, que se abrieron con un siseo al escaparse la atmósfera contenida en ellos.
Cohl bajó del ataúd, quitándose el respirador y saltando al suelo cubierto de aserrín, mirando expectante a su alrededor. El lugar olía a hidrocarbonos y a tubo de escape de nave espacial.
—Puntual como siempre, capitán —dijo Havac cuando salió desde detrás de una muralla de bidones acompañado de sus compañeros.
El militante del Frente de la Nebulosa llevaba un turbante y una bufanda de muchos colores que sólo exponía sus ojos, y se dirigió a los ya inmóviles trineos, deteniéndose de pronto al ver a Rella.
—Creía que se había retirado.
—He tenido una pérdida de memoria, pero pienso superarla —le dijo ella.
Havac examinó a los mercenarios allí reunidos y se volvió hacia Cohl.
—¿Obedecerán las órdenes?
—Sólo si les da de comer con regularidad.
—¿Qué hacemos con ésta? —preguntó Lope, señalando a la todavía inconsciente inspectora de aduanas.
—Dejadla ahí. Nosotros nos ocuparemos de ella —respondió Havac, antes de volverse hacia Cohl—. Capitán, si hace el favor de seguirme, daremos término a su intervención en este asunto.
—Me parece bien.
Havac miró a Lope y a los demás.
—Los demás esperad aquí. Os informaré en cuanto vuelva.