Capítulo 7

Coruscant estaba enfundado de un polo al otro en duracreto, plastiacero y mil materiales resistentes más, y parecía invulnerable a los caprichos del tiempo o a los ataques de cualquier posible agente de la entropía.

Se decía que una persona podía pasarse la vida entera en Coruscant sin abandonar ni una sola vez el edificio que consideraba su hogar. Y que si alguien dedicaba su vida a explorar todo el Coruscant que pudiera, apenas conseguiría abarcar más allá de unos pocos kilómetros cuadrados, y le sería mucho más sencillo intentar recorrer todos los mundos fronterizos de la República. La superficie original del planeta llevaba tanto tiempo olvidada y se visitaba en tan raras ocasiones que prácticamente se había convenido en un mundo de proporciones míticas, cuyos habitantes se jactaban de que hacía veinticinco mil años estándar que su reino subterráneo no veía el sol.

Pero la riqueza y los privilegios reinaban cuanto más cerca del cielo se estaba, allí donde el aire era filtrado continuamente y gigantescos espejos iluminaban un suelo de estrechos desfiladeros. Allí, a kilómetros de distancia de las oscuras profundidades, residían quienes podían fabricarse su propia atmósfera enrarecida, quienes se desplazaban en aerolimusinas privadas, quienes podían ver al difuso sol ponerse rojizo al tocar el horizonte curvo del planeta, mientras que quienes se aventuraban bajo el nivel de los dos kilómetros lo hacían sólo para llevar a cabo transacciones de carácter dudoso o para visitar las plazas atiborradas de estatuas ante las que se alzaban monumentales edificios cuya sublime arquitectura aún no se había visto demolida, enterrada o vallada por la mediocridad.

Uno de esos edificios monumentales era el Templo Jedi.

Era una pirámide truncada de un kilómetro de alto, coronada por cinco elegantes torres, que sobresalían sobre el resto, intencionadamente aislada del caos de los superpuestos campos electromagnéticos del planeta, resistiéndose aún al azote de la modernización. Por debajo de su nivel se extendía una llanura de tejados, aeropuertos y avenidas aéreas conformando un mosaico de suntuosas geometrías; colosales torres y espirales, cruces y triángulos, mosaicos y diamantes, grandes mandalas que apuntaban a las estrellas, cuando no complementos temporales de las constelaciones que se encontrarían allí.

Pero en el Templo había algo reconfortante a la vez que prohibido. Pues pese a ser un recordatorio constante de un mundo antiguo y menos complicado, también era algo austero e inalcanzable, al que no podían acceder ni turistas ni cualquiera cuyo deseo de visitarlo estuviera motivado por la simple curiosidad.

Se decía que el trazado del Templo simbolizaba el camino a la iluminación que recorría el padawan, la unión con la Fuerza mediante la lealtad a los códigos Jedi. Pero su diseño ocultaba un objetivo secundario y mucho más práctico, ya que la disposición quincuncial de las torres, cuatro orientadas a los puntos cardinales, alzándose la más alta desde el centro, estaba erizada de antenas y transmisores que mantenían a los Jedi al tanto de todas las circunstancias y problemas que afligían a la galaxia a la que servían.

De este modo, se concedía tanta importancia a la contemplación como a la responsabilidad social.

Y en ningún lugar del Templo era esa unión de objetivos más evidente que en la sala elevada del Consejo de Reconciliación. Era una sala circular, como la Cámara del Sumo Consejo que se hallaba en lo más alto de otra torre, y también tenía el techo abovedado y altos ventanales a lo largo de todo su perímetro. Pero era menos formal, careciendo del anillo de asientos que sólo ocupaban los doce miembros del Sumo Consejo, que decidía sobre asuntos urgentes.

Habían pasado tres días estándar desde que Qui-Gon Jinn volviera a Coruscant cuando el Consejo de Reconciliación lo convocó a su presencia. Durante ese tiempo había hecho poca cosa aparte de meditar, examinar viejos escritos, recorrer los salones en penumbra del Templo o librar sesiones de entrenamiento de sables láser con otros Caballeros Jedi y padawan.

Algunos conocidos que trabajaban para el Senado Galáctico le habían informado ya que se habían rechazado sucesivas peticiones de la Federación de Comercio en las que se solicitaba la intervención de la República para acabar con los actos terroristas que les asolaban, así como permiso para aumentar el número de sus defensas androides. Aunque esas peticiones no eran cosa nueva, Qui-Gon se sorprendió al oír la noticia de que el capitán Cohl, además de destruir el Ganancias, se había apoderado de una carga secreta de lingotes de aurodium valorada en miles de millones de créditos.

Algo que aún rondaba por su mente cuando se presentó antes los miembros del Consejo de Reconciliación, sin saber que a ellos también les interesaba discutir el incidente de Dorvalla.

Muchos sostenían que Qui-Gon debería ser ya un miembro más del Consejo de no mediar su tendencia a saltarse las normas y seguir sus propios instintos, aunque éstos estuvieran enfrentados con la sabiduría combinada de los miembros del Consejo. Esto era algo que no le beneficiaba a ojos de sus iguales de mayor rango. De hecho, en vez de tratarlo como a un igual, consideraban que su negativa a enmendarse y a aceptar un puesto en el Consejo sólo era un signo más de que era incorregible.

El consejo de Reconciliación estaba compuesto por cinco miembros, pero rara vez coincidían los mismos cinco, y en aquel día sólo había cuatro disponibles: los Maestros Jedi Plo Koon, Oppo Rancisis, Adi Gallia y Yoda.

Qui-Gon respondía las preguntas desde el centro de la sala, donde se le había permitido sentarse, prefiriendo él no hacerlo.

—¿Cómo los planes del capitán Cohl conocías, Qui-Gon? —preguntó Yoda, mientras se desplazaba por el pulido suelo de piedra apoyándose en su bastón.

—Tengo un contacto en el Frente de la Nebulosa.

Yoda se detuvo para mirarlo.

—¿Un contacto, dices?

—Un bith. Me buscó en Malastare, y después me informó de los planes de Cohl para atacar el Ganancias a su paso por Dorvalla. Una vez en Dorvalla, averigüé que habían modificado una vaina de carga para esa operación. Obi-Wan y yo hicimos lo mismo.

Yoda agitó la cabeza adelante y atrás en lo que parecía asombro.

—Noticia esto es. Otra de las muchas sorpresas de Qui-Gon es.

Yoda era un alienígena anciano y diminuto, casi un patriarca, con un rostro casi humano, de grandes y sabios ojos, nariz pequeña y boca de finos labios. Pero ahí acababan sus semejanzas con la especie humana, pues era verde desde los pies de tres dedos a la coronilla sin pelo, y tenía orejas largas y puntiagudas que brotaban de los lados de su sabia cabeza como si fueran pequeñas alas.

Miembro veterano del Sumo Consejo, prefería enseñar mediante acertijos y rompecabezas a hacerlo con discursos y recitales.

Yoda y Qui-Gon se conocían desde hacía mucho, siendo Yoda de los que a veces se ponía del lado de Qui-Gon cuando éste insistía en anteponer la Fuerza viva a la Fuerza Unificadora. Como solía decir el testarudo Jedi, sencillamente él era así. Ni siquiera cuando se ejercitaba con el sable láser iniciaba los combates con un plan preconcebido. Prefería abandonarse a la improvisación y alterar su técnica según las exigencias del momento, incluso en aquellas ocasiones en que podría beneficiarle planear las cosas a largo plazo.

—Qui-Gon —dijo Adi Gallia—, se nos dio a entender que el Frente de la Nebulosa había contratado al capitán Cohl. ¿Qué se proponía tu contacto al sabotear la operación que había preparado el Frente de la Nebulosa?

Era una humana joven y atractiva de Núcleollia, con ojos exóticos, un cuello largo y esbelto y labios carnosos. Alta y de complexión oscura, llevaba un gorro ajustado del que colgaban ocho colas semejantes a vainas de semillas.

Qui-Gon la miró.

—Ellos no prepararon la operación. Por eso estaba yo allí con mi padawan.

Yoda levantó su bastón para señalar a Qui-Gon.

—Explicar eso, debes.

—El Frente de la Nebulosa representa a muchos mundos de los Bordes Exterior y Medio que se rebelan contra las prácticas prohibitivas y las tácticas extorsionadoras de la Federación de Comercio —repuso Qui-Gon cruzando los brazos sobre el pecho—. Algunos de esos mundos fueron colonizados inicialmente por especies que huían de la represión civilizada del núcleo. Eran muy independientes y no querían ser parte de la República. Pero se ven obligados a tratar con consorcios como la Federación si quieren poder comerciar con el resto de la galaxia. Todos los mundos que han intentado trabajar con empresas independientes se han visto de pronto excluidos de todo comercio.

—Los objetivos del Frente de la Nebulosa podrán ser loables, pero sus métodos son implacables —comentó Oppo Rancisis, rompiendo el breve silencio que se impuso.

Perteneciente a la realeza de Thisspias, tenía los ojos ribeteados de rojo y una boca pequeña en una cabeza grande que solía ir completamente cubierta por un denso cabello blanco, que llevaba recogido en un mono, y que se extendía desde su barbilla en luenga barba.

—Continúa, Qui-Gon —le dijo Plo Koon desde la máscara que se veía obligado a llevar en entornos ricos en oxígeno. Al igual que Rancisis tenía una mente muy dotada para la estrategia militar.

Qui-Gon inclinó la cabeza en gesto de agradecimiento.

—Sin querer justificar los actos del Frente de la Nebulosa, diré que intentaron razonar con la Federación de Comercio antes de recurrir al terrorismo. Si bien financian sus operaciones traficando con especia para los hutt, siempre se han negado a tratar con especies que están a favor de la esclavitud. Y cuando finalmente recurrieron a la violencia, restringieron sus actividades a atacar los envíos de la Federación de Comercio o a retrasarlos en la medida de lo posible.

—Desde luego, destruir un carguero es una forma de retrasarlo —repuso Rancisis.

—El ataque de Cohl es algo nuevo.

—¿Qué ha inducido al Frente de la Nebulosa a aumentar la violencia? —preguntó Gallia.

Qui-Gon sintió que se le preguntaba tanto en nombre del Consejo como en el del canciller supremo Valorum, con quien mantenía estrechos lazos de amistad.

—Mi contacto afirma que ha surgido un ala radical en el Frente, y que fueron estos militantes los que contrataron al capitán Cohl. Tanto el bith como muchos más se oponen a contratar mercenarios, pero esos militantes han asumido el control de la organización.

Yoda se frotó pensativo la barbilla.

—¿Los lingotes de aurodium no buscaban?

—La verdad, Maestro, no sé si dar crédito a esas declaraciones de la Federación.

—¿Tienes motivos para dudar de ellas? —preguntó Koon.

—Sólo por una cuestión de método. La Federación de Comercio siempre se ha preocupado por proteger su carga. ¿Por qué iban a confiar entonces un cargamento de aurodium a un carguero tan poco defendido como el Ganancias, estando a apenas un sistema estelar de distancia uno mucho mejor armado como el Adquisidor?

—Buen argumento es —comentó Yoda.

—Creo que el motivo es obvio —manifestó Rancisis en desacuerdo—. La Federación supondría erróneamente que nadie sospecharía que el Ganancias transportaba esa riqueza.

—Eso importa poco ahora —dijo Gallia—. Que se contrate a mercenarios como Cohl sólo marca el principio de una campaña coordinada para contrarrestar con la fuerza las defensas androides de la Federación de Comercio, y acabar de paso con su influencia en los sistemas fronterizos.

—Por suerte, el capitán Cohl ya no es un problema —remarcó Plo Koon.

Yoda adoptó un aire de pasmo.

—Preocupado por Cohl, Qui-Gon está.

Qui-Gon sintió el escrutinio del Consejo.

—No creo que pereciera con el carguero —dijo al fin.

—Tú estabas allí, ¿no es así? —preguntó Rancisis.

—Con sus propios ojos lo vio —dijo Yoda, con un brillo en los ojos.

Qui-Gon apretó los labios.

—Cohl suele planear las cosas teniendo en cuenta cualquier posible eventualidad. Nunca habría dirigido su nave hacia una explosión sólo para evitar una persecución.

—¿Por qué entonces no lo capturaste como pretendías? —quiso saber Rancisis.

Qui-Gon apoyó las manos en las caderas, los pulgares apuntando hacia atrás.

—Como ha dicho el Maestro Gallia, Cohl es sólo el principio. Mi padawan y yo pusimos un localizador en la nave de Cohl, esperando así poder seguirlo hasta la base actual del Frente de la Nebulosa, que creemos está en uno de los mundos de la Ruta Comercial de Rimma que apoyan a los terroristas. Tras la explosión, el localizador dejó de enviar señales.

Gallia le miró por un momento.

—¿Buscaste a Cohl, Qui-Gon?

—Ni Obi-Wan ni yo encontramos rastro de su nave. Por lo que sabemos, podría haber aprovechado la explosión para llegar hasta el tirón gravitacional de Dorvalla.

—¿Has informado de tus sospechas al Departamento Judicial? —preguntó Rancisis.

—Los escondrijos más conocidos de Cohl están ya bajo vigilancia —respondió Gallia por Qui-Gon.

Koon se levantó de la silla para acercarse a Qui-Gon.

—Puede que el capitán Cohl sea el mejor de su ralea, pero hay muchos más como él, igual de desalmados y ambiciosos. Los militantes del Frente de la Nebulosa no tendrán dificultades para sustituirle adecuadamente.

Rancisis asintió con gravedad.

—Es algo que debemos vigilar de cerca.

Yoda cruzó la sala, negando con la cabeza.

—Conflictos con el Frente de la Nebulosa, evitar debemos. A muchos representan. Por comprometernos acabarán.

—Así es —comentó Rancisis—. No podemos permitirnos tomar partido por nadie.

—Pero debemos decantarnos por un bando —exclamó Qui-Gon—. Yo no estoy a favor de la Federación de Comercio, pero los actos terroristas del Frente de la Nebulosa no se limitarán al ataque de cargueros. Acabarán por poner en peligro a seres inocentes.

Todos guardaron silencio, con excepción de Yoda.

—Un verdadero Caballero Qui-Gon es —dijo, con una nota de suave reproche—. Siempre su propia misión seguirá.