Capítulo 4
Obi-Wan no activó los motores repulsores hasta que no vio la vaina de los terroristas alzándose de la cubierta del hangar. A las enormes aberturas situadas al final de los brazos hangares había que añadir ahora las creadas por los portales de contención magnética que se estaban abriendo en la curva interna de cada zona. Decenas de vainas y barcazas de carga empezaron a dirigirse hacia esas aberturas más pequeñas, formándose rápidamente un cuello de botella en ellas pese a los esfuerzos supervisores del ordenador central.
Obi-Wan comprendió que si se demoraban demasiado en llegar al portal más cercano, tanto Qui-Gon como él se verían obligados a buscar otro medio de abandonar la nave. Pero el joven Jedi era sobre todo metódico y, antes de decidir un rumbo, dedicó un largo momento a estudiar el ritmo del tráfico, anticipando cuáles podían ser los lugares más probables de generar un atasco.
El rumbo que trazó los llevó directamente a los elevados techos del hangar, entre poleas y grúas, antes de descender hacia el portal de contención de la zona tres. El joven rozó tres vainas en su descenso y evitó limpiamente la colisión con una barcaza que empezaba a atascar la salida.
Cohl había dejado el hangar unos minutos antes, pero el rastreador que Obi-Wan le había colocado en la nave permitiría a los Jedi distinguir su vaina entre las miles que componían la manada que salía en estampida del carguero.
—Ya los tenemos, Maestro —dijo a un Qui-Gon que estudiaba las pantallas—. Se dirigen a la centrosfera. No sé si pretenden sobrevolarla o descender bajo ella, pero aumentan la velocidad.
—No te separes de ellos. Pero mantente a una distancia segura. Aún no queremos descubrir nuestra presencia.
La parte interior del carguero en forma de anillo era un espectáculo digno de admiración; ante ellos tenían la centrosfera blanco hueso, con sus inmensos brazos perdiéndose de vista a ambos lados, y toda una multitud de naves de todas formas y tamaños saliendo de sus hangares. Pero el movimiento errático de esas vainas y gabarras no dejaban mucho tiempo a Obi-Wan para contemplar el paisaje. Dividía su atención entre el titilarte círculo que era la vaina de Cohl en los monitores de control y las pantallas de la consola que le mostraban imágenes del exterior.
Con la mayoría de las vainas dirigiéndose hacia la parte inferior de la centrosfera, hasta el menor encontronazo provocaba reacciones en cadena entre ellas. Ya había muchas vainas girando descontroladas, unas cuantas de ellas en rumbo de colisión con los brazos hangares.
Todo ello le recordaba algunos ejercicios que había realizado en su infancia en el Templo Jedi de Coruscant, donde el objetivo de cualquier estudiante era mantener una atención constante a una única tarea, mientras cinco de sus Maestros hacían todo lo que podían por distraerlo.
—Cuidado con la popa, padawan —le advirtió Qui-Gon.
Una vaina había surgido de debajo de ellos, chocando con la popa al ascender. Al correr peligro de verse volcados, Obi-Wan conectó los cohetes de altitud del morro consiguiendo estabilizar la nave justo a tiempo. Pero el roce los había desviado de su rumbo, dirigiéndoles de pronto hacia la gruesa estructura que unía la inmensa centrosfera con los brazos.
Obi-Wan miró los monitores superiores, pero no vio ningún círculo luminoso.
—Los he perdido, Maestro.
—Concéntrate en el lugar al que quieres ir —le dijo Qui-Gon con voz calma—. Olvídate del monitor y deja que la Fuerza te guíe.
Cerró los ojos por un instante y, tras seguir sus instintos, modificó el rumbo. Miró las pantallas para comprobar que volvían a tener delante la vaina de Cohl. A estribor.
—Ya los veo, Maestro. Se dirigen a la parte superior de la centrosfera.
—El capitán Cohl no es de los que suelen esconderse entre el rebaño.
El joven Kenobi volvió a conectar los cohetes de altitud para ajustar el rumbo y no tardó en ver el tranquilizante brillo intermitente del círculo.
La centrosfera llenó las pantallas conectadas a las videocámaras del morro de la vaina, mostrando piso tras piso de lo que Obi-Wan sabía que una vez fueron salas de conferencias y camarotes para la tripulación, hasta que la Federación de Comercio decidió usar mano de obra androide. Estaban casi en la cinta de la centrosfera cuando un único caza apareció en una de las pantallas, disparando con sus cañones gemelos contra un objetivo que estaba fuera de su vista.
—Un CloakShape del Frente de la Nebulosa —dijo Qui-Gon con cierta sorpresa.
Los CloakShape eran cazas de corto alcance y forma achatada, con alas curvadas hacia adentro, diseñadas para combatir dentro de una atmósfera. Pero el grupo terrorista había modificado éste en particular añadiéndole un motor de hiperimpulso y alerones de maniobra en la parte de atrás.
—Pero, ¿contra qué disparan? —preguntó Obi-Wan—. Los pilotos de Cohl deben haber destruido ya los cazas del Ganancias.
—Sospecho que pronto lo sabremos, padawan. Hasta entonces, concéntrate en nuestra actual situación.
El joven aprendiz se encrespó un tanto por la suave reprimenda, pero ésta era merecida. Tenía tendencia a pensar en el futuro, en vez de a concentrarse en el presente y escuchar a lo que los Jedi llamaban la Fuerza viva.
La vaina de Cohl iba ganando velocidad y ya estaba muy por encinta de la cima de la centrosfera y los abultados escáneres que erizaban la parte superior de la torre de control del carguero, evadiendo con arriesgadas maniobras a la nube de vainas en la que se había escondido hasta entonces. Temiendo quedar muy distanciado, Obi-Wan recurrió a los motores de impulso para aumentar su velocidad.
Para cuando estuvo sobre la curva superior de la centrosfera, ya había reducido considerablemente la distancia que los separaba y se disponía a seguir a Cohl a espacio abierto cuando apareció bruscamente otro caza en sus pantallas, un Headhunter Z-95 modificado que explotó un instante después.
—La batalla continúa —dijo su Maestro.
Al salir del abrazo de los hangares, los dos Jedi pudieron ver el origen de los disparos. Había un segundo carguero flotando como un anillo sobre la cara oculta de Dorvalla, envuelto en las flores de fuego con que lo sembraban las naves del Frente de la Nebulosa.
—Refuerzas de la Federación de Comercio —dijo Obi-Wan.
—Ese carguero podría complicar la situación —murmuró Qui-Gon.
—Pero esta vez tenemos a Cohl.
—Cohl es muy hábil. Podría haber anticipado esto. Nunca hace ningún movimiento sin un plan de contingencia.
—Pero, Maestro, sin sus naves de apoyo…
—No esperes nada. Limítate a mantener el rumbo.
La banda de ocho hombres de Cohl llevaba a cabo sus tareas preasignadas dentro de los igualmente estrechos compartimentos de la vaina de los terroristas.
—Escotillas interna y externa selladas, capitán —informó Boiny desde su puesto en la curvada consola de control—. Todos los sistemas en funcionamiento.
—Preparado para pasar de los repulsores a la propulsión por fusión —dijo Cohl, ajustándose el arnés de su asiento.
—Preparados para la conversión —informó Rella.
—Comunicaciones conectadas —dijo otro—. Paso a frecuencia prioritaria.
—Espacio despejado, capitán. Estamos superando la marca de mil metros de la centrosfera.
—Vayamos con calma —repuso Cohl, consciente de que había cierta tensión en el aire filtrado—. Mantendremos este rumbo discreto hasta llegar a los diez mil metros. Entonces saldremos a toda velocidad.
Rella le miró aprobadora.
—Planea con cuidado, ejecuta sin errores…
—Y evita ser descubierto, antes, durante y después —completó Boiny.
—Poned rumbo uno-uno-siete, hacia el lado de babor del carguero —les dijo Cohl—. Acelerad a punto cinco. Reactores de fusión a la espera.
Reclinó la silla y conectó las pantallas de estribor. El Halcón Murciélago y las naves de apoyo se las habían arreglado para mantener a raya al Adquisidor, pero los cazas de la Federación estaban por todas partes, asediados por los pilotos del Frente de la Nebulosa y desorientados por el torrente de vainas de carga que brotaban de los hangares del Ganancias. Sólo tenían que llegar hasta el Halcón Murciélago y poner unos cuantos parsecs de distancia entre ellos y el Adquisidor. Rella se inclinó hacia él para hablarle en un susurro.
—Si sobrevivimos a ésta, te perdono por haber aceptado esta operación.
El humano abrió la boca para responder cuando Boiny dijo:
—Pasa algo extraño, capitán. Podría ser un error, pero tenemos una vaina de carga pegada a nosotros a las seis.
—Enséñamela —dijo Cohl, clavando sus ojos violetas en la pantalla.
—Justo la del centro. La que tiene el morro en punta.
Cohl guardó silencio por un momento.
—Cambia el rumbo a uno-uno-nueve.
Rella así lo hizo.
Boiny profirió una risa nerviosa.
—La vaina cambia su rumbo a uno-uno-nueve.
—¿Algún tipo de arrastre gravitacional? —preguntó uno de los otros, un humano llamado Jalan.
—¿Un arrastre gravitacional? —repitió Rella con evidente burla—. ¿Y qué se supone que es un arrastre gravitacional por las lunas de Bodgen?
—Lo que impide a Jalan pensar con cordura —murmuró Boiny.
—Callaos todos un momento —repuso Cohl, mesándose pensativo la barba—. ¿Podemos escanear esa vaina?
—Podemos intentarlo.
Cohl se forzó a respirar profundamente y cruzó los brazos sobre el pecho.
—Vamos a jugar sobre seguro. Devuélvenos a la corriente de vainas.
—Nos están escaneando, Maestro —dijo Obi-Wan—. Y también cambian de rumbo.
—Piensan esconderse en esa nube de vainas —dijo Qui-Gon, para sí mismo—. Ya va siendo hora de proporcionarles otro motivo de preocupación, padawan. En cuanto nos alejemos algo más del carguero, activa el detonador térmico.
Cohl se agarró a los reposabrazos de su estrecho asiento cuando la vaina terrorista chocó con otra vaina perteneciente al torrente de ellas que salían al espacio situado entre los dos cargueros de la Federación de Comercio.
—No podremos encajar muchos golpes más así —avisó Boiny, con las ventosas de los dedos fijas en la consola de control.
—Cohl —dijo Rella con dureza—. Si no salimos ya mismo, acabaremos en medio del fuego de los cazas.
El capitán mantenía la mirada fija en la pantalla que tenía sobre su cabeza.
—¿Qué hace la vaina?
—Imitar todas nuestras maniobras.
—¿Qué es lo que tiene esa cosa? —maldijo entre dientes uno de los humanos.
—¿O quiénes? —apuntó otro.
—Algo no va bien —repuso Cohl, negando con la cabeza—. Esto me huele a rata womp.
—Nunca he conocido a nadie que pudiera pilotar una vaina de ese modo —comento Boiny mirándolo.
El capitán dio un golpe a los reposabrazos como gesto final.
—Dejemos de perder tiempo. Conecta los motores principales.
—Así se habla —comentó Rella, llevando a cabo la orden.
Sin previo aviso Boiny se revolvió bruscamente en su asiento, gesticulando enloquecidamente hacia uno de los sensores de la consola y farfullando atropelladamente.
—¡Boiny! —le gritó Cohl, como intentando romper el trance en que parecía inmerso el rodiano—. ¡Sueltalo de una vez!
Éste se giró y sus ojos negros irradiaban incredulidad.
—¡Capitán, tenemos un detonador térmico en el núcleo impulsor de la vaina!
Cohl le miró con la misma incredulidad.
—¿Cuánto falta para la detonación?
—¡Cinco minutos y contando!