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EXPONENTES

HAS VOLVIÓ EN SÍ LENTAMENTE; le punzaba la cabeza y veía borroso.

—¿Disfrutaste la remojada? —preguntó una voz masculina.

Con esfuerzo, enfocó la vista en el oficial imperial alto y demacrado que estaba de pie a unos metros.

—¿Dónde estoy? —preguntó Has, débil.

—En la enfermería de prisioneros de la Executrix —dijo el oficial—, actualmente en órbita estacionaria sobre Salient I. —El humano se acercó al pie de la camilla de Has—. Pasaste una semana en un tanque de bacta y aquí estás, como nuevo.

Has se dio cuenta de que traía el uniforme rojo de prisionero; sus manos y pies habían sido esposados con brazaletes eléctricos.

Dirigió los ojos aún nublados hacia las insignias cuadradas, rojas y azules, fijas a la túnica gris del oficial.

—Usted es Moff Tarkin —dijo.

Una breve mirada de sorpresa pasó por el semblante severo de Tarkin.

—Qué gusto saber que tu cerebro sigue funcionando.

—Lo que queda de él —logró decir Has—. Y no gracias a usted.

Tarkin lo estudió abiertamente.

—El ataque de la Almirante Utu al muro del valle fue muy preciso. Sus turboláseres bordearon una línea de energía destructiva a lo largo de la ruta de escape oriental que derrumbó el techo sobre todos ustedes, que se habían estado resguardando debajo. Al principio no me interesaba ningún posible sobreviviente, pero, para ver qué atrapábamos, le ordené a los droides buscadores de Utu que echaran un vistazo por ahí. Te descubrieron en una cavidad entre los escombros y te llevaron al fondo del valle, donde, por supuesto, no tardaron en transportarte para ponerte en custodia.

Has no recordaba nada de eso.

—¿Por qué se molestaron en gastar tanto? —preguntó, gesticulando con el mentón hacia el pabellón de terapia de bacta.

—Para hablar contigo, antes de que empieces lo que sin duda será un largo tiempo en prisión.

—En ese caso, prepárese para una conversación con usted mismo. —Has estaba demasiado débil para darle importancia.

—Entendido, pero veamos cómo nos va —dijo Tarkin, encogiéndose de hombros—. Me da curiosidad saber si tus acciones en Salient, con todo lo que lograron, fueron a petición del Comandante Krennic.

Has se le quedó viendo al moff por un largo rato, preguntándose cuánto sabía.

—¿Amnesia repentina? —preguntó Tarkin.

—Evaluando mis opciones —dijo Has con cautela.

—Eso sugiere que sigues bajo órdenes de Krennic.

—No estoy siguiendo órdenes de nadie.

Tarkin frunció el ceño.

—¿Todos esos viajes por suministros sin ningún beneficio personal? ¿Para un sistema que ahora pertenece al Imperio?

—Buena suerte con su desintoxicación y sus esfuerzos para volver a sembrar.

Tarkin se permitió una sonrisa.

—Al menos Salient servirá como un punto de partida para ataques futuros al sector.

Has sintió que las fuerzas le regresaban.

—El Imperio no se detendrá hasta que alcance las orillas de la galaxia, ¿no?

—¿Por qué detenerse ahí? —preguntó Tarkin. Se alejó de la camilla, luego volteó—. El resto de tu pequeña banda de mercenarios logró escapar, pero tarde o temprano los encontraremos.

—No esté tan seguro. Son muy buenos en lo que hacen.

A Tarkin se le borró la sonrisa.

—Si damos por hecho que estás siendo honesto respecto al Comandante Krennic, me gustaría saber qué te hizo pasar al otro bando después de que ayudaste a ganar Samovar y Wadi.

Has hizo una mueca; así que Krennic y Tarkin se habían puesto de acuerdo desde el principio.

—¿Qué diferencia hace eso?

—¿El Comandante Krennic te traicionó? ¿O acaso hiciste algo para caer de su gracia?

La risa de Has se transformó en una tos seca.

—Si se mira de cierta manera, él fue responsable de mi cambio de rumbo —dijo cuando pudo—, pero, ya que tiene tanta curiosidad, lo que me cambió fue un viaje que hice con un par de mujeres humanas.

Tarkin se paró en seco a un metro de la camilla.

—Ahora estoy intrigado. ¿Estas mujeres de alguna manera te ayudaron a abrir los ojos, el corazón…, qué parte de ti?

—Al efecto que las acciones del Imperio están teniendo en las vidas de las personas a quienes aún les importa.

La decepción jaló hacia abajo las comisuras de los labios de Tarkin.

—Por favor, capitán. Intentemos no ser ingenuos. ¿A dónde fueron tú y tus acompañantes humanas en este viaje que te cambió la vida?

Has comenzó a preguntarse si Tarkin lo había drogado con suero de la verdad. Incluso si no, cabía la posibilidad, aunque pequeña, de que algunas respuestas honestas le compraran cierta indulgencia.

—Empezamos en Alpinn.

—Conozco Alpinn.

Has no se sorprendió; Tarkin parecía experto en todo.

—Las mujeres hicieron un poco de topografía y cartografía. Expresaron interés en visitar algunos mundos del Legado, así que las llevé a Samovar y a Wadi Raffa.

—A visitar lo que habías hecho, quieres decir. —Tarkin sonrió—. ¡Eso debe haber sido muy depurativo!

—Sus reacciones me hicieron cuestionarme severamente.

—Honestamente no sé si reír o llorar. —Tarkin lo miró—. Yo que te consideraba un contrabandista talentoso y un hábil mercenario, ahora me doy cuenta de que más bien eres un acompañante cursi.

Has intentó incorporarse mejor en la camilla.

—Lo de acompañarlas fue idea del Comandante Krennic.

—¿Para qué? —Las cejas de Tarkin se arquearon con nuevo interés.

Has dejó de luchar contra las esposas.

—La idea era asegurarse de que no se metieran en problemas. Una de ellas está casada con un científico importante y yo tenía historia con la familia.

—¿Qué científico? —preguntó Tarkin, endureciendo la mirada.

—Su nombre es Galen Erso.

Los ojos de Tarkin se abrieron ante la genuina revelación y se llevó los dedos al mentón.

—El especialista en energía.

Has no respondió de inmediato, ¿acaso había encontrado un punto en común con el moff?

—¿Lo conoce? —preguntó finalmente.

—¿Qué clase de historia tienes con los Erso?

—Ayudé a rescatarlos de Vallt durante la guerra. Fue cuando conocí al Comandante Krennic. No sabía que Erso seguía involucrado con él, porque en ese entonces me pareció que no quería tener que ver con cuestiones militares.

Tarkin no se molestó en esconder su sorpresa.

—¿Galen Erso está trabajando con el Comandante Krennic?

—Eso dijo Lyra, su esposa.

Tarkin parpadeó.

—Entonces fue gracias a Erso que obtuvo su nuevo conjunto de insignias en la túnica —dijo para sí mismo.

Has se arrepintió inmediatamente de haber divulgado la información. ¿Acaso había puesto en peligro a Lyra y a Jyn abriendo la boca? Cualquiera que fuera el motivo de la evidente rivalidad entre los dos imperiales, Galen Erso parecía formar parte de ello.

Tarkin le sonreía.

—Tú y yo hemos sido manipulados por un estratega bastante brillante. El Comandante Krennic te reconectó con Lyra Erso para estimular tu traición en Salient y tu traición me condujo el engaño de Krennic.

Los pensamientos de Has se aceleraron. ¿Había forma de advertirle a Lyra? Tarkin lo examinaba, claramente planeando su propia estrategia.

—Me has causado muchos problemas, capitán —dijo el moff después de un largo rato—, pero voy a darte una oportunidad de redimirte.

 

Galen estaba sentado en el cuarto de Jyn, el cual había limpiado de dispositivos de audio, y miraba concentrado las computadoras compactas y los holoproyectores que había traído de otras partes del edificio.

Lyra caminaba de un lado a otro detrás de él, nerviosa, esperando su veredicto. Tras una semana estándar desde su conversación callada en los senderos, los reportes de holodatos de Nari sobre Hypori y Malpaz habían llegado sólo horas estándar antes. Durante la breve conversación entre Lyra y su amiga, Nari había dicho que Hypori era el salto más lejano que había hecho y que no era un mundo al que le gustaría regresar; usó las palabras «vil» y «corrupto» para describir lo que había visto. Sin embargo, Nari no había ofrecido teorías sobre ninguna de las imágenes o lecturas hechas por los sensores topográficos de la nave; Lyra no le preguntó: Nari ya estaba suficientemente involucrada con lo que podría ser una conspiración o una confabulación de espionaje y Lyra no quería regalarles a sus vigilantes invisibles más armas de las que ya tenían.

—Hypori no fue gradualmente eliminado —dijo Galen, al fin—; fue destruido.

—Anarquistas —comenzó a decir Lyra.

—No fue destruido por anarquistas ni por separatistas insurrectos, sino por turboláseres de un destructor estelar imperial. —Galen se alejó de los ronroneos y gorjeos de los aparatos para mirarla—. Sería más acertado decir que restregaron las instalaciones.

Lyra se había detenido y lo miraba con asombro.

—Pero sabemos que eran instalaciones de Energía Celestial.

—No hay duda sobre eso —dijo Galen y asintió con la cabeza.

—Entonces, ¿por qué habría de destruir el Imperio una de sus propias instalaciones? ¿Había alguna especie de fuga contaminante?

Galen gesticuló hacia el banco de instrumentos.

—No hay evidencias de ello.

—Quizá fue para evitar que el lugar cayera en manos de insurgentes.

Galen volvió a asentir.

—Es una fantasía agradable. —Señaló un holograma que flotaba sobre uno de los holoproyectores—. En Hypori hay una antigua fábrica de droides Baktoid Armor, de unos diez, tal vez hasta treinta años estándar antes de la guerra. Esas instalaciones están más o menos intactas, quizás hasta funcionen, pero todo alrededor de ellas se echó a perder, incluso un par de estructuras nuevas reacondicionadas.

—¿Sabes cuándo sucedió?

—Es reciente, tanto, que la zona sigue caliente. Yo diría que un par de semanas estándar. No más de un mes. —Galen se quedó callado un momento.

Lyra recordó el destructor estelar que había visto en Samovar, dirigiendo sus turboláseres hacia vastas áreas de bosque prístino.

—¿Malpaz también? —preguntó con indecisión.

La expresión de Galen pasó de la tristeza absoluta al enojo.

—La destrucción de Malpaz se debe, al menos hasta cierto punto, a la difracción de cristales kyber.

Ella lo miró boquiabierta.

—Pero tú me dijiste…

—Ya sé lo que te dije. Lo mismo que me dijo Orson: que los anarquistas eran responsables, pero todo era mentira. —Apretó los dientes—. Han estado intentando convertir mi investigación en un arma.

—Galen —dijo ella, sintiendo que el aire la abandonaba por completo.

Él se volvió hacia las pantallas y los holoproyectores.

—Ni Malpaz ni Hypori eran instalaciones para energía. Eran centros de investigación de armas. Las computadoras han logrado reconocer lo que alguna vez fueron ejes colimadores de láseres inmensos, bobinas de focalización e inductores de energía. —Movió la cabeza hacia delante y hacia atrás—. Ahora todo comienza a tener sentido. Los envíos desaparecidos de dolovita y doonium, el retraso de Orson al proporcionarme datos sobre los experimentos de energía (incendios de prueba, en lo que a mí respecta), quizá también cuando, durante la guerra, mencionó el trabajo que estaba haciendo en una instalación militar única. —Cerró los ojos y suspiró—. He sido un tonto, Lyra.

Igual de perturbada, ella apoyó una mano sobre su hombro.

—No podías saber. No podíamos saber.

Él le lanzó una mirada.

—¿No? Si no hubiera sido tan ciego…

—¿Es posible que Orson supiera algo de esto? ¿O sería desear demasiado?

Galen se puso de pie y se alejó de los aparatos.

—Va a venir aquí —dijo con repentina fuerza, volteando para mirarla de frente—. Lo hizo sonar como cualquier otra visita social, pero creo que quiere ver cómo estamos. Si tienes razón sobre la vigilancia, entonces sabe que hemos estado buscando la verdad.

Ella se mordió el labio inferior.

—¿Qué podemos hacer?

Él lo pensó un momento y luego dijo:

—Siempre podemos aliviar sus sospechas.

—¿Cómo?

—Creo que podemos admitir ciertas preocupaciones, sin ofrecer teorías sobre las desapariciones. Minimizamos todo. —Galen entornó la mirada—. ¿Puedes hacer eso?

Lyra apretó los labios. La destrucción en Hypori y Malpaz no explicaba las desapariciones de Dagio y Reeva. ¿Ese también sería el destino de Galen? ¿De los dos?

—Definitivamente lo intentaré —dijo ella.