1
PRESIÓN
—¿QUÉ PASARÍA SI…?
Fue lo único que logró decir Galen Erso antes de quedarse absorto en sí mismo, dando pasos en silencio, alejándose del campo de datos alfanuméricos sobre el holoproyector. Su fragmento de pregunta parecía flotar en el aire, igual que los números. Sus compañeros de trabajo también se quedaron en suspenso y dejaron lo que estaban haciendo para mirarlo en espera del segundo pedazo de la oración. Nurboo rompió el silencio espeso y embarazoso:
—¿Se te ocurrió algo nuevo, Galen? ¿Deberíamos retrasar el examen para ver?
Galen no lo escuchó o no le importó responder. Estuvo inerte durante un momento, con la mirada desenfocada, fija en todo y en nada. Luego volvió a dar pasos sin dirección, musitando números y cálculos para sí mismo.
Un valltii sacudió la cabeza grande e hirsuta.
—Nop. Lo perdimos.
Desde el otro lado del cuarto, se escuchó la voz grave de Tambo.
—Cállate, ¿no ves que está pensando?
La pose de Galen indicaba justo eso. Tenía la cabeza baja, los ojos y labios entreabiertos, y los brazos cruzados en el pecho, como si estuviera abrazando algo con fuerza. La nueva idea, quizá.
Galen medía más de 1.80, de hombros anchos y cuerpo atlético, a pesar de haber pasado la mayoría de sus treinta y tantos años inmerso en profunda contemplación y reflexión, donde su único ejercicio era mover la pluma para escribir partes de todo ese pensamiento en un pedazo de lo que tuviera a la mano. Su pelo rebelde enmarcaba su cara con hebras gruesas que lo hacían verse elegante de día y peligroso de noche.
Lyra se puso de pie y caminó tranquilamente hacia él.
—¿Qué pasaría si qué? —le preguntó con paciencia, para que quisiera responderle.
Todos en el cuarto de control pensaron que era buena señal que Galen se llevara la mano a los labios y los tocara con la punta de sus dedos en lugar de contestar.
—Ya casi lo tiene —dijo Lyra. Le encantaba cuando Galen se metía tan profundamente en sus pensamientos que desaparecía del mundo; se perdía en su propio hiperespacio, a donde nadie podía seguirlo.
Lyra era sólo unos centímetros menos alta que él. Tenía la frente alta y el pelo castaño rojizo en capas hasta los hombros. Sus cejas eran arqueadas y su boca estaba ligeramente curveada hacia abajo, lo cual le daba un aspecto sombrío que no correspondía con su forma de ser. Se casó con Galen en Coruscant hace casi cinco años. Ella y su esposo eran igual de atractivos físicamente, con cuerpo atlético, cincelado por décadas de exploración de decenas de planetas remotos. Aunque traía puesto un suéter enorme y pantalones holgados, ni siquiera se veía mal cuando decidió rematar con un gorro de estambre local, de esos que tienen orejitas.
Eran los únicos humanos del grupo de investigación. Estaban muy alejados del Núcleo y aún más del conflicto que recién había explotado entre la República y la Confederación de Sistemas Independientes, los famosos separatistas. Los seis valltii robustos con los que habían vivido durante cuatro meses estándar tenían caras redondas y grandes, y bocas hechas para masticar carne. Debajo de sus parches lustrosos de pelo facial, su piel era tan azul como el hielo glacial que cubría medio planeta. Galen y Lyra conversaban con ellos usando lo básico del idioma galáctico común y el idioma indígena, que era gutural y estaba lleno de palabras largas y complicadas que confundían a los humanos. Lyra tenía buen oído para imitar, a ella le iba un poco mejor que a Galen con la comunicación.
Ella estuvo a punto de interrumpirlo de nuevo, cuando de repente él parpadeó como si recordara quién era y dónde estaba, y volcó su atención al campo de datos.
Lyra sonrió discretamente al darse cuenta de que había vuelto en sí.
Galen se acercó al campo para revisar las ecuaciones diferenciales de arriba a abajo, como si lograra ver algo detrás de él, o escrito en sus bordes, que oscilaban débilmente.
—Assis. —Se dirigió al holoproyector.
—¿Sí, Doctor Erso?
—Cambia el coeficiente a cinco en la línea cuatro y recalcula.
El asistente de investigación TDK-160, un droide reconfigurable con piernas delgadas de aleación, cumplió la instrucción y envió los resultados a la holomesa.
Todo mundo puso atención absoluta en el campo donde los cocientes, coeficientes y derivadas comenzaban a cambiar.
El cuarto de control estaba diseñado para albergar tecnología, no seres humanos. Estaba tapizado de máquinas vibrantes, no tenía ventanas y siempre hacía más frío del que debía. Se calentaba por medio de tubos en el techo, pero su única calidez provenía de la gente que lo había hecho su hogar en meses de investigación y experimentos. A nadie le importaba que hubiera cajas a medio desempacar en cada esquina, contenedores de comida vacíos sobre el escritorio de Nurboo o montones de dispositivos de respaldo apilados por todas partes. El espacio estaba saturado y daba un poco de claustrofobia, pero aun así era más acogedor que cualquier lugar de afuera.
Lo único que había en las paredes era entradas deslizables; esto permitía tolerar el frío. Había una puerta trasera para acceder a una rampa, que daba a un laberinto de corredores que conectaban partes dispersas de las instalaciones. Algunos eran más anchos para que cupieran speeders compactos de servicio. Fuera de eso, por todos lados había computadoras, analizadores, pizarrones de organización, estaciones de comm y hasta un transceptor HoloNet rudimentario para comunicaciones extraplanetarias.
A Lyra no le encantaba el lugar, pero ya había hecho amistad con los colegas de Galen; por ahora estaba bien tenerlo de hogar.
La mayoría de las instalaciones de ignición estaban justo debajo de ellos, aunque muy lejos. Ahí, la mezcla forzada de ciertos gases generaba el calor intenso que los mantenía tibios. También había un reactor de ion-plasma sobrecalentado y bobinas superconductoras para enfriarlo, además de autoclaves hidrotermales para generar cristales sintéticos enormes. Tan sólo la planta de fusión podría darle energía a todo el continente norte de Vallt, y quizás algún día lo haría, pero por ahora ese no era su propósito. Su meta presente era generar explosiones de fuerza pura que pudiera ser cosechada, almacenada en condensadores y repartida sustentablemente a planetas de bajos recursos. Financiar este lugar y su maquinaria había salido carísimo, incluso con créditos de la preguerra, por lo que Industrias Zerpen, con oficinas en un sistema autónomo del Borde Exterior, seguía esperando los frutos de su inversión.
—No se resuelve la ecuación… —dijo Nurboo al ver que el campo de datos parpadeaba como loco de confusión.
Una vez más, Galen instruyó al droide.
—Assis, regresa un paso.
Todos los símbolos e integrales originales regresaron al campo. Galen los estudió durante lo que se sintió como muchísimo tiempo.
—¿Eso que veo es una sonrisa? —preguntó Tambo—. Lyra, ¿está sonriendo?
En lugar de pedírselo a Assis, Galen se inclinó hacia el campo y movió cosas de aquí para allá con las manos, como si fuera director de orquesta. Cuando acabó de transformar y estabilizar el campo, el equipo se reunió alrededor de la holomesa para analizar los resultados finales.
—Qué chulada de número —dijo uno de los valltii.
—Muy elegante solución —pronunció otro.
—¿Hacemos la prueba ahora?
Los seis se dirigieron hacia sus instrumentos y mesas de trabajo, intercambiando sugerencias y comentarios con un nuevo entusiasmo por seguir trabajando.
—La esfera está en su lugar —reportó Easel, refiriéndose al cristal sintético.
Galen fijó la mirada en el monitor central de la pantalla.
Nurboo se aclaró la garganta antes de decir:
—Secuencia de prueba iniciada.
La iluminación del cuarto de control bajó de intensidad brevemente por el jalón de energía y presión que el cristal enorme debía soportar. Habían modelado la gema sintética hacía sólo dos meses; era una réplica de un cristal kyber real que a Zerpen le había costado muchísimo trabajo y dinero conseguir. Los llamados «cristales vivientes» eran relativamente escasos, casi exclusivamente propiedad de los jedi, quienes los consideraban prácticamente sacrosantos. Sus sables de luz funcionaban con uno solo del tamaño de un dedo; se dice que los más grandes se usaban para decorar las fachadas de sus templos remotos.
—Los resultados arrojan un efecto piezoeléctrico punto tres más alto que el anterior —dijo Nurboo.
Los investigadores vieron a Galen negar con la cabeza.
—¿No? —dijo Tambo.
—El incremento debería ser mucho mayor —Galen apretó los labios, pero no culpó a nada en particular aún. Primero debía descifrar qué había salido mal.
—El apilamiento de unidades celulares del sintético no es lo suficientemente estable. Tenemos que hacer una autopsia espectrográfica y empezar de cero. Quién sabe si todo el lote de esferas esté mal.
No era nada que no hubieran hecho ya mil veces, pero aun así, un aire de decepción conjunta se mezcló con el aire frío.
Galen regresó a su pose de pensar.
—Podríamos aplicar más presión —sugirió Easel de la manera más amable—. Quizá regresar el cristal a la cámara de vapor e intentar con un dopante nuevo.
Galen vio alrededor con mirada distraída, dubitativo. Abrió la boca para responder, pero una notificación sonó en la estación comm del cuarto de control.
—Puerta principal —dijo uno de los valltii.
Lyra rodó su silla hacia el equipo comm y observó el monitor. Durante la noche, había caído un metro de nieve muy fina y el viento la hacía volar en espirales. Los calentadores de superficie que normalmente mantenían libre el acceso principal habían fallado; ahora, con cada soplido la nieve se apilaba más y más en la puerta, desde la reja hasta la entrada frontal. Lyra esperaba ver un trineo de provisiones conducido por un taqwa (la palabra taqwa significaba «el que corre sobre la nieve», aunque la aproximación no le hacía justicia a la ferocidad innata del cuadrúpedo), pero en lugar de eso, el monitor enmarcaba un transporte dilapidado de tropas militares.
—Este transporte proviene del Torreón —dijo Nurboo por encima de su hombro.
—La Legión del Guante de Hierro —añadió Easel—. Se distingue por el camuflaje de sus uniformes.
Lyra frunció el ceño con incertidumbre. Ver el vehículo militar de pronto la llenó de aprensión.
—¿Qué querrán los soldados a esta hora?
—¿Pedirnos otra vez que le demos energía a su base?
Nurboo intentó aligerar la situación:
—Y yo que esperaba que fuera un repartidor de comida…
Galen se unió a ellos en la estación de comm.
—Cualquiera que sea la razón, seremos amables y hospitalarios como siempre.
—Ya qué —contestó Tambo.
—Yo me encargo —Lyra resopló, resignada. Justo cuando se levantaba, Nurboo se interpuso en su camino.
—No harás absolutamente nada. Has estado demasiado tiempo de pie.
—Tienes que descansar, no descansas lo suficiente —concordó un segundo valltii.
Lyra alternaba la mirada de uno al otro, con una sonrisa tolerante en los labios.
—Ni se quiten las batas, chicos, sólo voy a bajar para abrirles.
—Alguien irá de tu parte —insistió Nurboo.
—Qué, ¿soy más delicada que tus figuritas de hielo?
—Y más preciosa, también.
La sonrisa de Lyra se amplió.
—Qué lindo eres, Nurboo, pero ya tengo una mamá y por suerte no está aquí. Lo último que voy a permitir es que todos hagan su mayor esfuerzo para tenerme prisione…
Una segunda notificación en la interfaz del comm la interrumpió. La cara del guardia principal de la reja apareció en la pantalla central.
—¿Qué quieren los soldados, Rooni? —preguntó Lyra hacia el micrófono.
Rooni dijo algo que ella no logró escuchar, y se volteó hacia Nurboo y los otros:
—¡Cállense, no estamos en un gallinero!
En cuanto hubo silencio en la habitación, regresó al micrófono.
—Repítelo, por favor, Rooni.
—El Rey Chai está muerto —dijo el valltii—. Phara gobierna el Torreón.
—Marshal Phara no tenía suficiente apoyo militar como para destronar al Rey Chai —dijo Nurboo, con gesto de preocupación—. Debe haber un error.
—A menos que la hayan apoyado los separatistas —dijo Tambo.
—¿Los separatistas? —Nurboo intentó hallarle sentido a la situación—. ¿Por qué el Conde Dooku querría meterse en los asuntos internos de Vallt?
Por un momento, nadie habló. Luego Easel miró a Nurboo, y luego a Tambo y a Galen.
—Por Galen —dijo Easel—. Los separatistas quieren su investigación. Seguramente Phara les prometió entregárselos en custodia.
Los ojos de Nurboo se abrieron asombrados y la punta de sus bigotes se erizó.
—Es la única explicación —le dijo a Galen—. Dooku necesita tu cerebrote.
Galen apretó los labios ansioso. Cerca de Lyra, le dijo al oído:
—La guerra nos alcanzó.
Lyra sintió la verdad presionarle el pecho: la burbuja de protección que creyeron tener explotó dentro de ella. Ni siquiera recordaba la última vez que había estado aterrada, no tanto por ella ni por Galen, sino por la incertidumbre del futuro que se había imaginado.
—Rooni, ¿es verdad? ¿Los soldados vinieron por Galen? —dijo al micrófono.
La cabeza peluda de Rooni asintió lentamente.
—Marshal Phara se apropió de todas las empresas extraplanetarias. A partir de hoy, estas instalaciones son propiedad de Vallt.
—Zerpen protestará, seguramente —dijo Galen.
—Puede ser —concedió Rooni—. Pero tú y Lyra tienen que irse ya mismo y dejar que Zerpen se arregle con Phara.
—Hazle caso a Rooni —sugirió Nurboo—. Phara no habría enviado tropas si no fuera en serio.
Galen miró a los valltii por un momento, pensó en las opciones y negó con la cabeza.
—¿Irnos cómo, exactamente?
—Por los túneles —dijo Easel—. Si se van de inmediato, tendrán tiempo justo para llegar a su nave y despegar.
Galen miró la habitación entera, consternado, sin asimilar que debía dejar todo esto atrás, todos los meses de investigación que le tomó tan sólo empezar… ¿cómo se atrevía Phara a quitarle esto? ¿Qué no sabía lo que arriesgaban Vallt y muchos otros mundos si interrumpía su labor?
—¡Galen! ¡Están perdiendo el tiempo, muévanse ya! —Nurboo se levantó para enfatizar la prisa.
Galen asintió a regañadientes y se dirigió al droide:
—Assis, tú vienes con nosotros.
—No esperaba menos, Doctor Erso —contestó el droide.
Nurboo los dirigió hacia la rampa de acceso del cuarto de control, casi empujándolos.
—¡Apúrense! Nosotros retrasamos a los soldados lo más que podamos, confíen en nosotros.
—Con qué, ¿sus lápices de datos? Casi me dan ganas de quedarme a ver. —Lyra sonrió con ternura.
—Somos tan aptos para pelear como los soldados, Lyra. —La cara de Nurboo delató que le había avergonzado la broma inocente.
Galen se puso serio.
—No permitan que los traten mal. Me quieren a mí, no a ustedes, no lo olviden.
—El transporte ha pasado la reja —dijo Easel desde la interfaz del comm.
Lyra recorrió el cuarto de prisa para abrazar a todos de despedida.
—De verdad que no voy a extrañar el olor a circuitos fritos y comida rancia —dijo cuando llegó a donde estaba Nurboo.
—Promete que nos veremos por el comm —respondió—. Queremos ver muchas, muchas holoimágenes.
—Vamos a resolver esto —dijo Galen, intentando sonar optimista—. Todavía no se libran de nosotros.
—Sí, pues… —Nurboo contestó, casi corriéndolos del cuarto—. Lo hablamos cuando estén del otro lado del «dizque» satélite patético de Vallt.
Un speeder compacto se balanceaba en la base de la rampa. El aire se sentía mucho más frío, y el estrépito de la maquinaria bajo tierra hacía eco en las paredes de piedra. El túnel principal se extendía desde las instalaciones hasta el hangar de naves; sus docenas de bifurcaciones llevaban a edificios remotos del exterior y a varias centrales eléctricas subsidiarias.
Las piernas de Assis se alargaron y se deslizó con destreza hacia el asiento frontal del speeder. Galen y Lyra se treparon al asiento doble de atrás, y el droide se contrajo para acoplarse a los controles.
—Písale, Assis —dijo Galen—. Tenemos una nave que tomar.
Assis giró la cabeza hacia él.
—Por favor, agárrese, doctor.
El speeder se impulsó tan de golpe que Galen y Lyra quedaron adheridos al respaldo del asiento. Cruzaron semicírculos de luz como si fueran umbrales que iluminaban partes del túnel, uno tras otro. Pero ni siquiera habían llegado a la primera bifurcación, cuando el droide frenó el vehículo en seco.
—¿Qué pasa, Assis? —preguntó Lyra.
La cabeza del droide rotó.
—Hay actividad más adelante, en el túnel principal y en la bifurcación de la central eléctrica. Son más de veinte valltii, todos a pie.
—Nos descubrieron —dijo Galen en voz baja. No sonaba sorprendido. Revisó el túnel con la mirada y encontró una escotilla en la pared—. Assis, ¿dónde estamos, precisamente?
—Debajo de la sala de equipamiento de la estación sur.
Galen miró fijamente a su esposa, como pidiéndole que no se alarmara por lo que iba a decir:
—Tenemos que seguir por la superficie.
Lyra levantó las cejas con incredulidad.
—Es broma, ¿verdad? No vamos a avanzar ni medio kilómetro en esa nieve.
—Assis nos va a llevar —dijo Galen, y puso la mano sobre el hombro caído del droide TDK, que tembló como humano y se negó.
—Me temo que sólo los retrasaría más, Doctor Erso.
—¡El módulo de rodada doble…! —Lyra asintió, lo recordó de repente.
—Sólo esperemos que todo siga donde lo dejamos —dijo Galen, y le apretó firmemente la mano para animarla y reconfortarla.
Salieron del speeder y los tres corrieron hacia la escotilla. Detrás de esta había unas escaleras cortas de metal que daban a la sala de equipamiento de la estación sur. Lyra sabía justo dónde encontrar los abrigos, guantes, botas y esquís de madera; en cuanto los tuvo, comenzó a aventarle ropa a Galen. Assis, tan versátil como siempre, contrajo sus extremidades y se acopló sobre un par de orugas de tracción, adaptadas para rodar sobre la nieve. Galen se abotonó un abrigo largo de capucha revestida con piel y fijó sus cuerdas a unas proyecciones del cuerpo del droide, que ahora era como un pequeño tanque cuadrado.
Lyra levantó la puerta; el golpe de frío los silenció un momento. Las ráfagas de viento levantaban espirales heladas de nieve, y ellos estaban en medio.
—Vamos poco a poquito —dijo Galen, y abrochó sus botas en los esquís.
Lyra le disparó una mirada.
—Ay, no, ¿tú también me vas a condescender? ¿Quién fue el que se partió la rodilla en esa cuesta de Chandrila?
—Bueno, ya, perdóname por preocuparme —dijo Galen, sintiéndose reprendido.
Terminó de ponerse bien los guantes y se acercó a él. Cuando lo tuvo de frente, le puso los brazos sobre los hombros, lo jaló hacia ella con la mano en su nuca y le plantó un beso firme en los labios.
—Preocúpate todo lo que quieras, amor. Es sólo otra aventura, ¿no? —Lyra se relajó un poco.
—Es más bien otro experimento.
—Te amo. —Lo besó de nuevo.
Lyra se colocó la capucha y cerró el cuello de su chamarra. Assis comprimió la nieve recién caída con sus orugas, las cuerdas se tensaron y pronto el trío iba a toda velocidad, imprimiendo huellas en el piso sin árboles, hacia el puerto de acoplamiento que estaba a cuatro kilómetros. A pesar de la hora, el satélite de Vallt se veía de un azul lúgubre, encaramado por lo bajo del horizonte, su lugar acostumbrado a esas alturas del año en estas latitudes norteñas. Las capas de nieve debajo de la más reciente estaban comprimidas y, para no resbalarse con el hielo, se mantuvieron cerca de las pequeñas zanjas que dejaban las huellas de Assis.
En cuanto dejaron atrás las luces de las instalaciones, la primera ronda de proyectiles pasó tan rápido que los oídos les zumbaron. Galen echó un vistazo sobre su hombro; vio dos grupos de jinetes valltii pisándoles los talones. Un ligero cambio en la dirección del viento arrastró consigo el ruido terrible de pezuñas taqwa partiendo la nieve con furia.
—¡Assis, tenemos que llegar al hangar antes que ellos! —gritó Galen.
—No es que no quiera llegar antes, doctor, es que me están disparando.
De pronto, Galen se dio cuenta de que no le disparaban a él porque su «cerebrote» era demasiado valioso como para dañar el empaque.
El droide aceleró; Galen y Lyra compactaron sus cuerpos lo más posible para ir más rápido. La velocidad y el aire helado hacían que sus ojos se llenaran de lágrimas que sólo duraban medio segundo en sus mejillas. Los jinetes valltii dispararon sus rifles antiguos y no se detuvieron, aunque se iban quedando atrás. Para cuando divisaron la bahía de acoplamiento, ya estaban fuera del alcance de sus enemigos, pero no lo suficiente como para disuadirlos de la persecución. Al ver la cercanía del módulo, Assis hizo todo lo que pudo para acortar la brecha lo más rápido posible. En cuestión de segundos, tenían casi encima el domo del hangar, con el logo sinuoso de Zerpen estampado a la vista de todos.
Bajo la luz tenue, Galen revisó el último tramo de nieve para llegar.
—No hay señal de huellas ni marcas. Lo vamos a lograr.
A punto de llegar al domo, Lyra soltó la cuerda y se arrojó a sí misma hacia la escotilla principal, se detuvo en seco frente al panel exterior de control y, para cuando Galen llegó de forma menos glamurosa, la escotilla ya estaba abierta y se estaban prendiendo las luces del hangar. Su nave pequeña y elegante estaba esperándolos; las luces la resaltaban como si fuera la única en el mundo.
—¡Lyra, prepara la nave! Yo abriré el domo.
—¡Cuidado con la nieve que va a caer!
—¿Y yo, Doctor Erso? —preguntó Assis con las cuerdas aún colgando de su torso—. ¿Cuáles son mis instrucciones?
Galen dio un vistazo a los jinetes que ya se acercaban.
—Tú quédate aquí y cuídanos las espaldas. Asegura la entrada. —Se agachó un poco para hablarle más de cerca al droide—. Tienes instrucciones por si esto no funciona.
—Seguiré sus órdenes, Doctor Erso.
Galen y Lyra se dividieron las tareas: él tomaría el control del domo; ella, el de la nave. Galen activó el interruptor que abría el techo y ambos corrieron hacia la nave, pero ninguno avanzó más de un par de metros. Una red de cuerda, pesada como un trío de taqwas y peor de dura, les cayó encima desde quién sabe dónde.
—Supongo que no tenías esto previsto en tus cálculos —dijo Lyra, intentando ponerse siquiera de rodillas.
Galen intentó liberar su brazo derecho de la red. Su escape a un lugar seguro se le estaba yendo de las manos. Se llenó de ira por no haber pensado que los valltii pondrían algo para cuando abrieran el techo. ¿Cómo pudo no pensar algo tan tonto? ¿Él los condujo a esta trampa tan primitiva?
—Creo que tomamos una mala decisión.
—En Coruscant, ¿no?
Assis se reconfiguraba para echarles una mano literal, cuando el estruendo de animales a galope y voces guturales se infiltró al domo. Formados por estaturas, ocho taqwas desaliñados y de pies gigantes marcharon a través de la escotilla y caminaron con cuidado alrededor de la red. Cada uno de sus respiros exhalaba una nube enorme. Tenían la marca de Marshal Phara en el trasero, cuellos largos, dientes afilados y ojos vacíos y cansados. Los jinetes eran machos gordos vestidos con abrigos largos de cuero hervido y botas de carnaza. La parte de sus mejillas que no estaba cubierta por barba cerrada ostentaba un brillo cerúleo pulido por las tormentas de Vallt. Uno de ellos desmontó su silla de madera, se quitó un gorro de lana y se dirigió a Galen.
—Gracias por no decepcionarnos, Doctor Erso —dijo en la lengua indígena.
Galen dejó de intentar liberar su brazo y se resignó a acostarse en el piso frío del hangar.
—Buen trabajo, cubrieron bien sus huellas.
El jinete de ojos negros se arrodilló con una sola pierna frente a él. Tenía cuentitas rojas cual gotas de sangre trenzadas en los bigotes, y olía a humo y a té de mantequilla rancio.
—Pusimos la red hace dos días. La nevada de ayer favoreció nuestros planes. Pero no se sientan mal, tampoco habrían llegado por los túneles.
—Nos dimos cuenta.
—¡Yo soy inocente de todo esto! —dijo Assis desde adentro de la escotilla, en modo bipedal y agitando dos bracitos—. ¡Me obligaron a servir, no tengo de otra más que seguir órdenes!
Sin levantarse, el jinete le habló a su cohorte.
—Ciérrenle la boca al droide.
Dos jinetes desmontaron para llevar a cabo la orden. Galen escuchó cómo le martillaban un perno de restricción en el torso.
—No, la inocente es Lyra —dijo, desesperado—. ¡Sáquenla de abajo de esta cosa!
Los mismos jinetes que silenciaron a Assis levantaron una esquina de la red pesadísima y le ayudaron a Lyra a levantarse. No hicieron nada para ayudar a Galen.
—Está bajo arresto por órdenes de Marshal Phara —le informó el líder de los jinetes.
—¿Bajo qué cargos, exactamente?
—Espionaje. Entre otros.
—Hace dos semanas compartimos el té y ahora me arresta —Galen lo miró fijamente.
—Las cosas cambian, Doctor Erso. Mis órdenes eran sólo capturarlo. Marshal Phara decidirá si es culpable o inocente. —Se incorporó para darle instrucciones a uno de sus soldados montados—. Galope a las instalaciones y mande al transporte de tropas para escoltar al Doctor Erso a la prisión de Tambolor.