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PRISIONEROS DE LA FORTUNA

CUANDO HAS OBITT LE DIJO A KRENNIC que él y su equipo selecto tendrían que usar transpiradores en Merj, Krennic supuso que los vapores cáusticos del laboratorio morseeriano eran tóxicos y nada recomendables para la salud. Pero esa no era la verdadera razón.

—Los morseerianos respiran metano —explicó Has.

Krennic se reprochó a sí mismo no haber pensado eso, pero tuvo que decidir que las máscaras no afectaban el estatus operativo de la misión. No sólo eso, sino que las máscaras resultarían ser el factor más importante para su éxito.

Has también le informó a Krennic que los morseerianos no distinguían rostros humanos, así que no podrían reconocer a los clone troopers infiltrados. Sin embargo, no esperaba que el equipo de Krennic estuviera conformado de soldados de operaciones de inteligencia de la República, en lugar de clones. Quizá los miembros del Cuerpo de Ingenieros recibían solamente entrenamiento básico; a Krennic no le gustaría recibir órdenes de algún clon. Como fuera, los operativos que eligió el teniente comandante eran antiguos Judiciales de la República que habían participado en incontables misiones de pacificación antes de la guerra, así como muchas misiones de movilidad desde entonces. El grupo de seis estaba liderado por un coruscanti joven llamado Matese. Era un francotirador de renombre y experto en demoliciones. Puede que haya sido responsable del asesinato de varios objetivos altamente valiosos en el Núcleo, puede que no. Era alto, musculoso, y con el sentido del humor de una planta, pero Has observó que jamás cuestionaba las órdenes de Krennic y que era evidentemente capaz de lograr cualquier trabajo.

Has no había hecho las paces con que lo convocaran al servicio de la República, a pesar de que Krennic le aseveró que no esperaba más que una pequeña e insignificante colaboración. Su tripulación estaba aún más inconforme con lo del reemplazo temporal, hasta que Krennic malversó suficientes fondos como para pagarles un par de semanas estándar de «descanso y recuperación» en Ralltiir, donde se hizo el intercambio de personas.

El Good Tidings, el carguero ágil y hábil de Has, era perfecto para esquivar bloqueos. Estaba equipado con un hiperimpulsor de clase dos y un par de cañones láser que se usaban poco, pero se mantenían meticulosamente. Krennic lo inspeccionó detalle a detalle y al abordar le hizo un escaneo con sensores. Se sintió aliviado al presenciar en vivo la pericia con la que Has manejaba al Good Tidings tras décadas de pilotearlo y, cuando vio la relación tan cordial que Has mantenía con los agentes de control del puerto aéreo, se convenció de que era un contrabandista de lo más confiable.

El cargamento eran reactores químicos, equipo de laboratorio y virus vivos en frascos empacados al vacío. Iba oculto en los interiores acolchados de los contenedores antigravitacionales; la tripulación debía guiarlo por la aduana hacia el complejo de investigación separatista.

Krennic había expresado su preocupación de que una tripulación sólo de humanos levantaría sospechas entre los agentes de aduana e inmigración, pero Has le aseguró que ya lo había hecho antes, que no tenía por qué ponerse nervioso. De hecho, los oficiales morseerianos (bípedos de cuatro brazos con piel transparente y cabezas de cono cubiertas de escamas de colores) no hicieron más que echarle un vistazo rápido a los manifiestos de embarque y golpetear uno de los contenedores con los nudillos. Una vez que pasaron la aduana, los ocho miembros del grupo condujeron las cajas a través de puertas herméticas cerradas y hacia un corredor ancho que daba al complejo de investigación. Krennic felicitó a Has por haber sabido exactamente cuántos oficiales esperar y haber descrito perfectamente el área de llegadas. Le dijo que la realidad era casi idéntica a la imagen mental que se había hecho.

Pero, por desgracia, toda la perfección de su entrada no hizo mucho por calmar los nervios implacables de Has.

A medida que se adentraban más y más en el complejo, empezaron a aparecer holoseñales en varios idiomas, incluyendo el básico. Los letreros advertían a los visitantes que no entraran en áreas restringidas con riesgo de contaminación.

El destino de los contenedores era el laboratorio de investigación biológica, en donde tres científicos separatistas supervisaban la creación de un agente de infección para el ejército de clones. Al fin, se abrió el último par de puertas selladas y entraron a la habitación donde los esperaba un trío de morseerianos, impacientes por desempacar la entrega que trajo Has desde el otro lado de la galaxia. Sacaron los objetos de sus espumas protectoras, entusiasmados, y manejaban todo como si fuera un bebé recién nacido.

—¡Qué maravilla! —dijo uno de ellos en básico, gesticulando con su par superior de brazos—. Lograste conseguir el Saloflex…

—Ochenta y nueve por ciento puro —dijo Has a través del enunciador de su máscara.

—Perfecto, Has. Como siempre, tu profesionalismo es impresionante.

Has hizo un gesto detrás de su máscara. Podía sentir los ojos de Krennic encima; era justo lo que el teniente comandante no debía escuchar: que a los separatistas de Dooku les parecía impresionante cómo les cumplía Has Obitt.

Los comandos tomaron su posición mientras los morseerianos se distraían desempacando. Matese dio una señal sutil para que uno de los miembros del equipo activara un microdispositivo que desactivó las cámaras de seguridad, mientras que otro prendió un mecanismo detonante implantado en su muñeca. En cuanto estuvieron listos, el más alto de los tres morseerianos halló la sorpresa de Krennic: un cilindro más pequeño que un extintor, equipado con una sola válvula.

—¿Qué es esto? —el virólogo alienígena le preguntó a Has—. Eso no estaba en el manifiesto.

—Lea con cuidado —dijo Has—. Nosotros sólo subimos el cargamento.

Otro morseeriano inspeccionó el dispositivo con sus manos inferiores y miró detenidamente a Has.

—Capitán, ¿qué está pasando aquí?

Has sintió en el tímpano el chillido agudo y ondulante de gas que salía a presión, y vio el contenedor exhalar una nube blanca neuroparalizante. El cuarto se cubrió de niebla y los morseerianos quedaron inmóviles. Uno de ellos intentó sonar una alarma con desesperación, pero Matese lo agarró antes de que pudiera moverse. Los otros dos investigadores sólo cayeron al piso. Los comandos entraron en acción de inmediato; arrancaron la espuma protectora de los contenedores y luego obligaron a los investigadores a meterse poco a poco en los contenedores vacíos, como si los fueran a enterrar.

—Tenemos que darles metano en cuanto aborden la nave —dijo Has—, o morirán.

Krennic ignoró la advertencia con un gesto de la mano.

—Los contenedores están modificados para imitar la atmósfera. Tendrá que ser suficiente por ahora.

—¡Este no cabe en el contenedor! —dijo uno de los comandos.

—Dóblalo —ordenó Matese.

—¡Dijeron que nadie saldría herido! —Has intervino.

Krennic le sostuvo una mirada penetrante y lo quitó del camino.

—Sólo obedece, Has. No se va a romper.

Has aguantó la lengua y no dijo nada más. Obedecer era justo lo que no quería hacer, era la razón por la cual se había hecho contrabandista en primer lugar. Siempre había jugado con sus propias reglas, ahora seguía órdenes.

A la señal de Krennic, el equipo regresó los contenedores por donde llegaron: pasando puertas corredizas y corredores hasta que llegaron al área de aduanas. Estaban a metros de la salida y de la zona de aterrizaje, cuando uno de los agentes de aduana señaló el último contenedor, el que tenía al morseeriano doblado.

—Hay algo colgando de ahí —dijo el agente, y de repente se dio cuenta de que era una mano con tres dedos. De inmediato, desenfundó un arma de aspecto intimidante y le apuntó a Matese—. Ábrelo.

Pero, para cuando terminó de emitir la palabra, Matese ya se había puesto en movimiento. De un golpe a la tráquea, silenció al morseeriano antes de que dijera otra cosa. El resto de los agentes fueron rápidos en reaccionar, los comandos se aventaron detrás de los contenedores para protegerse. Se dispararon las alarmas y comenzaron a llegar morseerianos armados hasta los dientes desde un corredor del edificio contiguo.

Has se puso pecho tierra; sobre su cabeza volaron rayos de luz que rebotaban en donde golpeaban. Los comandos abrieron fuego con una hueste de armas que habían ocultado bien. Has vio a tres agentes de aduana azotar contra el piso, llenos de hoyos por todo el cuerpo. La voz de Krennic retumbó en sus oídos.

—¡Cambio de planes! ¡Nos las tendremos que arreglar con dos!

Has no entendió a qué se refería, hasta que vio a Matese empujando el contenedor pillado hacia un grupo de agentes que avanzaba a toda velocidad. Sin aviso alguno, el resto de los comandos se abalanzó hacia la pista de los hangares y un destello cegador borró el color del mundo alrededor por un segundo.

La carga explosiva del contenedor antigravitacional convirtió a media decena de morseerianos en carne picada. El resto quedó malherido o inconsciente. Has sobrevivió, pero la explosión lo noqueó, y cuando despertó vio a Matese y a Krennic arrastrándolo hacia la nave mientras el resto del equipo metía los dos contenedores sobrantes a la bahía de carga del Good Tidings.

—… nadie herido —Has balbuceó y Matese lo depositó sobre una pila de objetos en la cubierta helada de la bodega—. Se supone que nadie saldría herido…

Lo último que vio antes de perder la conciencia fueron los ojos de Krennic brillando sobre el transpirador.

—Ay, la naturaleza impredecible del engaño… —Krennic habló a través del micrófono de su máscara—. Lo felicito, Has. Hoy se inauguró como agente de la República.

 

En la madrugada, las damas de compañía llegaron a despertar a Lyra y le dijeron que tenía órdenes de salir del Torreón inmediatamente. Ninguna sabía decirle por qué, dos de ellas lloraban sin control. Lyra se vistió mientras una de las valltii envolvió a su bebé de seis meses en cobijas, la besó y se la entregó a su madre. Les dio un abrazo a ambas y las dejó llorando al pie de las escaleras. Dos guardias la escoltaron hacia abajo. Afuera, el sol brillaba más alto en el cielo que hacía un mes, pero el viento del norte se sentía helado. Lyra tembló mientras la subían al transporte.

—¿A dónde nos llevan? —preguntó. Como no esperaba ninguna respuesta, se sorprendió cuando el guardia le contestó.

—A la prisión de Tambolor.

El corazón le golpeó el pecho. ¿Sería una transferencia? ¿Los meterían a todos a la cárcel porque Galen se negaba a jurar lealtad al nuevo régimen? Peor aún, ¿quizás habrían ejecutado a Galen? ¿Los ejecutarían a todos?

La incertidumbre se apoderó de ella. El transporte traqueteó por las calles de la ciudad hasta que la prisión se hizo visible, yerma y fría. Llevaba tanto tiempo viéndola desde su ventana, que estar frente a ella se sentía irreal, como una pesadilla.

Se abrieron los portones y detrás de ellos estaba Galen, flanqueado por dos guardias de prisión, más delgado de lo que Lyra querría admitir, y con una barba de babero. Pero los guardias no hicieron esfuerzo alguno por retenerlo cuando corrió hacia ella y las abrazó a ambas por largo rato.

—Soñé mucho este momento —dijo, y se separó de ellas para contemplarlas—. Déjame sostenerla.

Lyra le pasó a Jyn. Galen removió las capas de tela que cubrían su cara y, al verla, sonrió la sonrisa más amplia que Lyra había visto en todo su tiempo de conocerlo. Jyn se acomodó en sus brazos.

—Se acuerda de su papá —dijo Lyra.

—Está hermosa —respondió Galen, viendo su carita con ternura—. Sus ojos cambiaron de color.

—Tienen rayos de color. —Asintió Lyra.

—Es polvo de estrellas, amor.

—Galen, ¿qué está pasando? —Lyra se atrevió a romper el momento y preguntar—. ¿Por qué estamos aquí? ¿Nos van a…?

—No lo sé, no me han dicho nada. Me sacaron de mi celda antes del amanecer.

—A nosotras también. Eso me preocupa…

—No te preocupes. —Le mostró las manos sucias—. Mira, no tengo ataduras. Nadie me ha apuntado un arma en todo el día.

A Lyra no le sonó reconfortante.

—¿Podrían transferirnos a una prisión peor? ¿Existe algo peor?

Antes de que pudiera contestarle, uno de los guardias les ordenó que se subieran al transporte. Así lo hicieron; los conductores les dieron un latigazo a los líderes de la manada taqwa y todos avanzaron de prisa. Las ruedas de madera del transporte crujían cada que golpeaban un bache; el movimiento brusco y violento de los asientos hizo que Lyra se mordiera la lengua por accidente. Cuando Tambolor quedó atrás, Galen se asomó para ver alrededor.

—Vamos hacia el puerto espacial.

—¿Crees que…? —Lyra abrió los ojos con sorpresa.

—Todavía es muy pronto para creer nada.

Lyra contuvo el aliento al contemplar la estación circular de aterrizaje que aparecía poco a poco en su campo de visión…, junto con cincuenta o más droides de combate separatistas formados a la orilla del campo, recibiendo instrucciones de un koorivar de cuerno alto y uniforme suntuoso.

—Así que Phara cambió de opinión sobre lo de entregarme a Dooku… —Galen dijo, anonadado.

Lyra hizo lo posible para no soltarse a llorar. De una prisión a otra. ¿Qué querían los separatistas? ¿Usarlas para presionar a Galen y obligarlo a unirse a esta guerra?

Frente a los droides de combate había varios jinetes taqwa al mando de la Capitana Gruppe, ataviada con su uniforme café de siempre, y un gorro con orejeras cubriendo sus trenzas. En cuanto Galen y Lyra bajaron del carruaje, Gruppe desmontó y se acercó a ellos.

—Siento mucho tener que dejarlos ir.

—Yo siento varias cosas en este momento —dijo Galen con una mezcla de ira y decepción—. Me dio a entender que retirarían los cargos y nos iríamos de aquí.

—Entendió mal. —Gruppe sonrió.

Como si esas palabras hubieran sido la señal, una nave comenzó a descender desde lo alto hacia la zona de aterrizaje. La resguardaba de cerca una decena de sky-kings entrenados para destruir drones de vigilancia y demás naves insignificantes.

El koorivar dio una orden casi inaudible y los droides de combate se cruzaron los rifles a la altura del pecho.

Galen intentó divisar el emblema que portaba el carguero ligero en la parte inferior.

—¡Zerpen!

—¿Desde cuándo Zerpen trae naves así de usadas? —Lyra protegió sus ojos de la luz para ver mejor. Galen ignoró la pregunta.

—¡Sabía que no podían dejarnos así!

Lyra sacudió la cabeza como para asegurarse de no estar soñando. Abrazó fuertemente a Jyn mientras la nave de Zerpen se posaba sobre sus trenes de aterrizaje y les aventaba a todos arena en la cara. Se abrió la rampa de abordaje; una figura solitaria en un traje ambiental blanco con el logotipo de la compañía descendió a la plataforma.

Cuando Lyra reconoció a la figura, sintió que la mandíbula se le caía hasta el piso. Volteó a ver a Galen quien también estaba boquiabierto.

—¿Orson Krennic? —dijo ella en voz baja.

Galen asintió, incapaz de decir palabra o de mirar hacia otra parte.

—Pero…

—Tenemos que jugarle al tanteo. No hay más.

El comandante koorivar y la Capitana Gruppe se acercaron a Krennic primero; los tres pasaron un momento en silencio midiendo la situación antes de hablar.

—¿Quién de ustedes está a cargo? —preguntó Krennic.

—Marshal Phara me autorizó encargarme de este asunto.

—¿Y tú? —se dirigió al koorivar.

—Estoy aquí para asegurarme de que se cumplan los términos del acuerdo.

Krennic bufó y dio unos pasos hacia la rampa de abordaje.

—Por favor, traigan a nuestros invitados —ordenó hacia el interior de la nave, de donde salieron un humano musculoso con el mismo uniforme de Zerpen; un par de humanoides de cuatro brazos muy nerviosos, con máscaras de respiración y trajes ambientales; y un dresseliano igual de nervioso, con ojos enormes que miraban por todas partes. El humano llevó a los humanoides hacia donde esperaban Gruppe y el koorivar.

El comandante separatista evaluó a los humanoides.

—Identifíquense.

—Soy el Doctor Nan Pakota —dijo el más alto—. Este es mi colega, Urshe Torr.

—Necesito más confirmación. —Gruppe volteó hacia Krennic.

Krennic sacó un datapad de entre sus bolsillos y se lo dio a Gruppe con la pantalla prendida.

—¿Satisfecha? Es más, quédeselo.

Gruppe asintió y el koorivar aprobó la transacción. Se guardó el datapad en el abrigo y señaló hacia donde estaban parados Galen y Lyra.

—Supongo que no hay necesidad de presentarlos.

Krennic sonrió y caminó animosamente hacia ellos. Le ofreció la mano a Galen y dijo:

—Doctor Erso, me alegra verlo con buena salud. —Se volteó hacia Lyra sin dejar de apretar la mano de Galen—. Y usted, señora Erso, qué gusto verla, ¿esa es la bebé?

Lyra abrió la boca para responder pero no emitió sonido alguno.

—¿Puedo asomarme?

Su madre le destapó la cara brevemente para que la viera.

—Qué hermosa, ¡es idéntica a usted!

Krennic retomó su tono de negocios y regresó hacia donde estaban Gruppe y el koorivar.

—En nombre de industrias Zerpen, debo decir que este incidente ha sido lamentable, empezando por que la República secuestrara a sus investigadores separatistas. Por suerte, estuvimos en posición para negociar su liberación, al igual que la del Doctor Erso y su familia, que nunca debieron ser sometidos a ninguna especie de trato indigno, mucho menos al de la prisión.

—La guerra da pie a toda clase de comportamiento indigno. Pero no hablo sólo por mí cuando digo que ha sido un privilegio conocer a Galen Erso; de verdad espero que él y Lyra puedan perdonar nuestra falta de hospitalidad.

—Sigo intentándolo —dijo Galen.

—Recuerde que Jyn es un ciudadano de Vallt —dijo Gruppe.

Los ojos de Krennic se entrecerraron con desprecio.

—Prepare la nave, capitán —le dijo al dresseliano mientras subía la rampa—. Entre más rápido salgamos de este planeta miserable, mejor. —Le hizo un gesto a Galen para que lo siguieran hacia adentro—. Doctor Erso, ¿serían tan amables de apresurarse a abordar?

—¡Espero que todos sus viajes rindan fruto! —gritó la Capitana Gruppe, y la plataforma se cerró detrás de ellos.

Una vez adentro, Krennic jaló a Galen para darle un abrazo.

—¡Qué bueno verte después de tanto tiempo!

—Orson, no entie…

—Luego. Te explicaré todo a su debido tiempo, ahora hay asuntos más importantes que atender —dijo, y le dio un apretón a sus brazos.

Pasaron a la cabina principal, donde tres humanos con cortes casi al ras estaban sentados en varias estaciones de trabajo. Todos miraban con atención a Galen y a Lyra mientras se amarraban los cinturones de uno de los sillones de aceleración. Lyra protegía a Jyn en un abrazo.

—Contacta al Comandante Prakas en cuanto despeguemos —le dijo Krennic al técnico del comm mientras se acomodaba en su lugar—. Dile que sólo espere a que salgamos del pozo.

El carguero salió disparado hacia el cielo pálido de Vallt. Galen miró hacia las ventanas de estribor de la cabina y vio aparecer estrellas.

—¡Prepárense para acción evasiva! —advirtió Krennic.

Galen vio un cambio repentino en el campo de estrellas, seguido por un vistazo de una nave de guerra separatista repleta de armas. De pronto, el cielo que se oscurecía cada vez más se iluminó con el fuego cruzado de disparos láser.

—¡Honrar los términos del intercambio! Sí, cómo no —gritó Krennic.

El carguero se sacudió por los disparos; Lyra presionó a Jyn contra su pecho. Un destello como de supernova saturó la habitación; el carguero rodó sobre estribor, completamente cernido de escombros.

—¡Agárrense! —gritó Krennic por encima de los gritos de Jyn—. ¡Quizás haya más enemigos en el área!

Galen protegió a las chicas con el brazo, se asomó de nuevo hacia estribor y vio un Buque de la República con forma de daga aparecer desde el hiperespacio. De forma simultánea, surgió una voz desde la bocina de la estación comm.

—Teniente comandante, estamos en posición.

Krennic giró hacia la consola.

—Justo a tiempo, Prakas. Había droides y una nave Settie en la superficie, aunque puede que ya esté en el aire. Cuando acabes con ellos, destruye el Torreón.

—¡Orson, no! —dijo Lyra, angustiada—. ¡Se acabó, tú ganaste…!

—Todavía no —dijo Krennic, mirando hacia Galen, no hacia ella—. Un golpe así le daría a las legiones aliadas a la República la oportunidad que merecen para reclamar el poder. Además, le prometimos a Zerpen devolverles sus instalaciones.

—Son inofensivos, Orson —dijo Galen—. Separatistas o no.

—Quizá. Pero estamos en guerra, y ellos son del bando equivocado. —Krennic contestó, condescendiente.

 

Galen seguía temblando cuando saltaron al hiperespacio. Pensar en que Gruppe y los demás arderían bajo bolas de fuego estelar lo desarmaba por completo. Lyra debía sentirse igual de abatida, pero no lograba mirarla a los ojos para confirmarlo.

Krennic se liberó de su arnés, arrancó el logotipo de Zerpen de su túnica y lo aventó al suelo.

—¡Tenemos que ponerte carne en los huesos! —dijo mientras caminó hacia Galen—. Pero creo que podría acostumbrarme a la barba, ¿eh? —Después volteó hacia Lyra—. Y la niña…

—Jyn.

Krennic lo repitió sólo por repetir.

—¿Está saludable?

—Mucho.

—Bueno, por lo menos algo puede decirse de los valltii.

—Se puede decir mucho de los valltii, Orson —dijo Galen.

—Me lo contarás en su momento. Ahora es tiempo de una explicación. —Se sumió en una silla desde donde podía verlos a ambos—. Zerpen se rehusaba a negociar con el nuevo régimen de la ahora difunta (con suerte) Marshal Phara. Los cargos de espionaje en tu contra los ponían nerviosos, ellos no tenían idea de si eras un agente de la República o no. Ya sé que suena cruel, pero ya sabes cómo son estas corporaciones, les importa el dinero, no la gente. En fin, naturalmente, la República intervino. Zerpen aceptó que nos hiciéramos pasar por sus emisarios si eso lograba que les devolvieran sus instalaciones más rápido.

—¿Esto fue un operativo de la República? —preguntó Galen con incredulidad evidente.

—Lo fue. Estoy en verdad sorprendido de que Dooku no haya enviado más tropas para observar el intercambio, pero no me voy a quejar de un poquito de buena suerte inesperada.

—Orson, no sé cómo agradecértelo —dijo Galen con la cara blanca de asombro.

—Bueno, no podíamos permitir que el Doctor Erso se enmoheciera en prisión, en un planeta desolado. —Krennic sonrió con empatía—. No me imagino lo que les pasó, la posición en la que estabas…, tuve que tomar esta decisión por ti. Espero que no me lo tomes a mal.

Galen sacudía la cabeza, intentando medir la dimensión de lo que sucedía.

—Pero todos estos recursos, ¿sólo para liberarnos? No es lo correcto…

—Estás siendo ridículo, Galen. Además, esta operación surgió de lo más alto de la cadena de mando.

—Ni siquiera tenía idea de que alguien en el poder supiera de mí. —Galen parpadeó.

—Cuando les expliqué quién eras y qué había pasado, mis instrucciones fueron hacer todo lo posible para liberarte.

—Pero sigues con el Cuerpo de Ingenieros, ¿qué no?

—Claro, pero mis obligaciones se han diversificado de manera considerable. Se necesitan estaciones espaciales, armamento, una flota…

—¿Y destrozar el Torreón era parte de tus obligaciones? —Lyra no titubeó.

—Digamos que el Canciller Supremo se sentía incómodo con la colaboración de Vallt con los separatistas.

Lyra le sostuvo la mirada hasta que él miró hacia otra parte. Galen exhaló fuertemente.

—Intentamos evitar inmiscuirnos en todo esto y ahora mira dónde estamos.

—Tú no le hiciste nada malo a Vallt, Galen.

—Esto es como si lo hubiera hecho.

Krennic entrecerró los ojos.

—Si quieres azotarte por esto, bueno, no puedo detenerte. Pero entre más rápido te acostumbres al mundo real, mejor.

—¿Qué significa eso? —dijo Lyra en el mismo tono desafiante.

—Significa que la guerra se termina cuando alguien gana, y estamos determinados a terminar esta guerra.

—¿Y los perdedores no importan? —preguntó Galen.

—Hasta cierto punto, ellos pueden decidir —suspiró Krennic.

Los tres estuvieron un rato en silencio, hasta que Galen preguntó:

—¿Vamos hacia Coruscant?

Krennic se levantó de su silla y asintió.

—Sí. Pero quiero que vean algo primero.

 

Has hizo que el Good Tidings saliera del hiperespacio a una distancia segura de Grange y soltó el cinturón de su asiento.

—¿Puedes encargarte de esto? —le preguntó a Matese, en el asiento del copiloto.

—Lo intentaré, Obitt —respondió con sarcasmo.

Krennic había mencionado que Grange era el planeta de origen del científico, y Has tenía curiosidad de ver su reacción hacia lo que estaba a punto de enfrentar. Cuando llegó a la cabina principal de la nave, los tres presenciaban atónitos la batalla que rugía por todos lados del planeta, desde el mirador de estribor. Naves republicanas y separatistas se atacaban con todo su poderío sobrevolando la superficie parda y verduzca de Grange. Las explosiones florecían en el espacio, y a lo largo de la curva estrellada del planeta agrario.

Has notó que la mano derecha del científico parecía escribir cosas en el aire. No estaba bien de salud después de varios meses estándar de encierro, y ver la destrucción de Grange era el golpe que faltaba para que colapsara.

«Justo como Krennic planeaba», pensó Has.

—Tu planeta natal lleva dos meses estándar bajo asedio —explicó el comandante—. Desafortunadamente, no podemos arriesgarnos a acercarnos sin tener que involucrarnos. La República despachó a todos los elementos que tenían para enviar, pero los separatistas tenían muy buena ventaja. Ahora nos están dando nuestras propias cabezas de recuerdito.

—¿Por qué Grange? Grange no tiene nada.

Has perdió la cuenta de cuántas veces escuchó a Galen preguntar lo mismo, y la respuesta siempre era la misma.

—Grange tiene recursos. Está bien situada para poner puntos de salto hiperespacial hacia sectores remotos, por ejemplo. Para el Conde Dooku, sólo importan las cifras; entre más planetas agrega a la Confederación, más debilita a la República. Ningún planeta está exento, ni siquiera el tuyo.

—¿Está así de mal por todas partes? —Erso estaba devastado.

—Peor —contestó Krennic.

Lyra lo fulminó de inmediato con la mirada.

—Y no tuviste ningún miramiento para contribuir a esto en Vallt.

Krennic no respondió. Has sonrió para sí mismo, pasmado por las agallas de Lyra. Si se pelearan a puño limpio, quizá le habría apostado a ella.

—Los separatistas no triunfarán, es cuestión de tiempo —dijo Erso.

Krennic respondió sin apartar la vista del horror.

—La República está haciendo todo lo posible con sus recursos, pero los diseñadores del Gran Ejército no supieron prepararse contra todo; frecuentemente nos vemos rebasados en número o en armas. Tenemos un número limitado de clones contra lo que parece un número infinito de droides.

—¿Y los jedi? —preguntó Lyra.

—Hacen lo que pueden, como nosotros. Pero recuerden; Dooku es uno de ellos, y es un oponente astuto. A veces parece que nos lee la mente, o que adivina todo correctamente. A pesar de esto, muchos planetas del Núcleo y del Borde Medio están comprometidos con preservar la República. Varios fabricantes de naves se dedican a darle al Gran Ejército naves y equipo de avanzada. Desafortunadamente, la investigación y el desarrollo no progresan como nos gustaría. Entre más permitimos que se prolongue la destrucción, más víctimas inocentes caen. Si no ganamos lo más rápido posible, la galaxia entera enfrenta su muerte.

—¿Qué va a pasar con Grange? —preguntó Erso.

—Me atrevo a pensar que la República se retirará antes de sufrir más pérdidas, y Grange caerá en manos de los separatistas.

Erso retrocedió de la ventana.

—Ya no puedo ver esto.

Has miró a Lyra seguir a su esposo y detenerse detrás de él. Ella quiso decirle algo, pero el bebé empezó a hacer ruido y a incomodarse en sus brazos, y Erso volteó inmediatamente a verla.

—Tiene hambre —dijo Lyra—. Me la llevaré para que coma tranquila.

Has se hizo el ocupado en la estación del comm para poder seguir escuchando la conversación. Krennic esperó deliberadamente a que Lyra saliera de la habitación para decir:

—Perdón por traerte aquí, Galen, pero debías verlo por ti mismo. Ignorarlo no va a lograr nada. Tu hogar cayó en el conflicto; hay miles de personas sufriendo.

«Gran táctica de Krennic», pensó Has. Era brillante manipular a Erso para que se involucrara de manera voluntaria en la guerra. Pero Krennic no lo conocía lo suficiente.

—Justo por esto no quiero nada que ver con la guerra —dijo Erso sin moverse.

—Creo que no estás pensándolo bien, Galen. Tú crees que estás muy lejos de todo, pero no lo estás. ¿Sabías que Industrias Zerpen es una de las compañías que trabaja para ambas partes? —Krennic señaló a Has—. Pregúntale a nuestro capitán, él sabe.

Has asintió porque sabía que era inútil mentir frente a Krennic.

—He entregado algunas cosas de parte de Zerpen a planetas de ambos lados, sí.

—Ya lo ves —dijo Krennic, orgulloso de sí mismo—. Si te importara de verdad quién paga tu investigación, estarías ahora mismo con un picahielo buscando kyber, no alegando que eres muy neutral, parado en un laboratorio sintetizador multimillonario de los traidores para «la causa». —Krennic se dirigió hacia Obitt—. Mira lo que le pasó a nuestro capitán aquí presente; pensó que podía desentenderse de todo y ahora está obligado a tomar partido.

—Obligado, sí —le reiteró Has a Erso—. El comandante elige qué detalles les cuenta, pero sí, es verdad lo que dice. Un día estás haciendo lo tuyo, y al día siguiente estás cumpliendo las órdenes de alguien más.

Erso no entendió el trasfondo, pero Krennic bufó una pequeña risa y se acercó más a Galen.

—Eso fue justo lo que te hicieron los valltii, ¿no?

—Intentaron, pero preferí quedarme en prisión.

—¿Y lograste mucho haciendo eso?

Erso dejó muy claro que la pregunta lo ofendió.

—Por lo menos podía vivir con mi decisión. —Hizo un gesto vago hacia donde estaba su planeta en llamas—. Todo esto no hace nada más que reforzar mi postura ante la guerra.

—Mira, Galen, el propósito de traerte aquí no es alterar tu postura. Sólo quiero abrirte los ojos a la verdad. Llevas más de un año estándar en un planeta enemigo, y el gobierno interino de Coruscant cambió mucho en ese tiempo. No esperes que te reciban con los brazos abiertos.