15

SOBRE LOS HOMBROS DE GIGANTES

A CORUSCANT SE LE DESCRIBÍA con frecuencia como ecumenópolis, una «ciudad-mundo». Los edificios urbanos del hemisferio este alcanzaban el cielo, creando abismos de miles de metros entre ellos. Pero aun así, había un área en el hemisferio oeste, justo entre el polo y el ecuador, donde la naturaleza predominaba; sin filtros para limpiar el cielo y con tormentas impredecibles e incontrolables. Originalmente fue un terreno privado que no pudo desarrollarse por problemas legales; la República lo compró para convertirlo en un santuario para un pequeño grupo de seres sensibles rumiantes conocidos como b’ankora, cuyo planeta había sufrido una colisión cataclísmica contra un meteoro. Al principio, el arreglo no era permanente. Pero en los años de decadencia de la antigua República, un Canciller benévolo de nombre Chasen Piian les concedió las tierras en perpetuidad a los únicos miembros supervivientes de su especie. El santuario se convirtió en el Refugio B’ankor.

Coruscant creció hacia lo alto y ancho alrededor del refugio. Los droides de construcción excavaron un rectángulo profundo de 5.1 kilómetros cuadrados, crearon dos colinas artificiales, instalaron un par de lagos pequeños, lo cubrieron de suelo fértil para plantar árboles de sombra y arbustos de flores, y dejaron ahí a los b’ankora para que vivieran su vida sedentaria. Los monads que lo rodeaban se estiraron cada vez más hacia el cielo y hacían que el refugio pareciera un zoológico hundido, pero los b’ankora nunca se quejaron de estar literalmente encerrados en todas direcciones menos arriba.

Ahora, los diez mil descendientes puros del grupo original serían removidos no sólo de Coruscant, sino del Núcleo entero. En cuanto terminaron las Guerras de los Clones, se promulgó un edicto imperial que citaba leyes de expropiación arcaicas para reubicarlos a un territorio «similar», en un mundo despojado del Borde Medio. Así que, tan pronto se deshicieron de ellos, arrasaron sus estructuras humildes y pavimentaron sus campos. Borraron los caminos que los años tallaron en la superficie; en su lugar erigieron estaciones de control aéreo y torres de vigilancia. Diseñaron una pista de aterrizaje entre los edificios cercanos para facilitar la entrada y salida de investigadores y material, desde la cual se podía derribar a cualquier caza estelar de inmediato, para proteger el espacio aéreo. Los coruscanti que usaban el refugio como lugar de esparcimiento y recreación protestaron lo más que pudieron su cierre al público. Ahora, los únicos seres con acceso debían ser minuciosamente aprobados por COMPNOR, la Comisión para la Preservación del Nuevo Orden, y demás agencias del Imperio. En sus túnicas, debían portar insignias como las del ejército, que transmitían información codificada a las cámaras de seguridad y definían los límites de acceso del usuario.

Las medidas represivas de seguridad le parecieron exageradas a Galen, aunque se las vendieron a él y a sus colaboradores como «indispensables» para proteger la información contra espías rivales. Galen sabía que las medidas derivaban de la desconfianza de la guerra. Un ejemplo más del precio de la paz.

Fuera de eso, las instalaciones parecían salidas de un sueño: su sueño, de hecho. El edificio principal era un cubo colosal multinivel que le recordaba a la planta de Helical HyperCom. La única diferencia era que el techo del complejo de las instalaciones de Energía Celestial estaba a la misma altura que la pared alta que rodeaba el refugio, y que alrededor tenía edificios de varios miles de metros de altura. Las provisiones y los materiales que llegaban a la pista cercana eran transportados a una zona de aterrizaje mucho más pequeña en la azotea (la de la entrada principal únicamente recibía huéspedes) y un turboascensor amplio los bajaba al edificio. Los niveles de arriba se usaban de bodega, mientras que los inferiores y subterráneos eran cuartos de mantenimiento, estaciones de energía, instalaciones láser, centros de investigación y desarrollo, laboratorios, bibliotecas y espacios de descanso; todo para un equipo de más de dos mil quinientos seres de varias especies.

Sobre las zonas de aterrizaje, el logo imperial de la compañía se divisaba desde arriba. Era un círculo negro con un círculo más pequeño en el hemisferio superior.

El proyecto y todo lo relacionado fue bien manejado por los medios. El escándalo de la reubicación de los b’ankora y la destrucción del refugio recibió un torrente de escrutinio al principio, pero la mayoría de los coruscanti aceptó que el lugar se convirtiera en un centro de investigación dedicado a la energía renovable.

Galen recibió tratamiento de luminaria cuando visitó las instalaciones en obra. Le incomodaba la atención, por lo que pidió que no le hicieran especial reverencia. Insistió en vestirse como todos, comer en la misma cafetería que todos y atender a todos por igual con cualquier problema o sugerencia; aunque tenía un equipo dedicado sólo a resolver conflictos y lidiar con empleados. Debía reportarse con una junta directiva de seis miembros que rendían cuentas directamente al Emperador. Sus aposentos incluían una oficina equipada con biblioteca, cuarto de computadoras y una suite de comunicaciones. Un turboascensor la conectaba con una residencia elevada, diseñada especialmente para los Erso, aunque decidieron mantener su departamento en el centro por si Lyra y Jyn necesitaban espacio.

Las instalaciones fueron inauguradas casi diez meses estándar después de que Krennic los viera en Kanzi. Políticos y dignatarios de todos mundos asistieron al evento. Se dieron recorridos, se sirvió comida y bebida, se dieron discursos. Después de todas las formalidades, Galen llegó a su primer día de trabajo, impecablemente vestido y rasurado.

El laboratorio acababa de recibir el cristal kyber más grande que había visto en su vida. Una grúa lo movía a una plataforma antigravitacional. El euhedral traslúcido era del tamaño de una vivienda pequeña e iba más allá de su imaginación. Lo miró flotar a su destino; no lograba determinar si ese era su estado natural o si había sido pulido por manos y herramientas desconocidas.

Los compañeros nuevos de Galen seguían el cristal con la mirada a través de la habitación cavernosa, igual de pasmados que él. Había esperado trabajar con al menos un par de sus amigos, pero varios científicos del instituto no volvieron a Coruscant tras la guerra. Orson había dicho que varios trabajaban en el proyecto, pero no mencionó que en mundos diversos, haciendo investigación adicional en otras instalaciones en construcción. Galen intuyó que el trabajo de Orson era supervisar la construcción y desarrollo de esas instalaciones lejanas de acuerdo con sus descubrimientos.

Nadie sabía qué pensar del cristal.

—Sus caras no muestran evidencias de uso de herramientas —dijo uno de ellos; un gotal de cara plana, nariz hendida y fundas amortiguadoras sobre sus cuernos craneales—. Si se mira de cerca, la matriz parece tener movimiento adentro, como una especie de organelos.

Galen había observado esa propiedad cuando estudió los cristales que Orson le dio. Sus experimentos en el laboratorio del Instituto de Ciencias Aplicadas revelaron que tener contacto prolongado con ellos afectaba radicalmente el sueño. No había dormido bien en meses y, cuando por fin sucumbía ante el agotamiento, soñaba con su investigación. Los jedi establecían una especie de relación con los cristales, a través de la Fuerza. ¿Sería posible que los cristales afectaran también a la gente no susceptible a ella?

No era de sorprender que todavía no se hubiera logrado sintetizarlos.

—¿Sabemos de dónde proviene? —dijo Galen, mientras colocaban el cristal kyber en la plataforma antigravedad.

—Sí, pero la información podría ser apócrifa —contestó el gotal—. Al parecer, lo encontraron en un planeta del Borde Exterior, donde lo habían ocultado los jedi.

—Entonces le pertenecía a la Orden.

—Originalmente, sí, pero aquí viene la parte extraña: se dice que los jedi se lo confiscaron a un grupo criminal que planeaba venderlo a los separatistas.

Galen estaba estupefacto. Si la historia era cierta, entonces los separatistas habían estado investigando, quizá basándose en el trabajo del Doctor Zaly. Tenía mucho sentido; Dooku solía ser jedi, ¿quién más adecuado que el Conde de Serenno, maestro del sable, para usar el cristal de su arma en otras armas? Sólo pensarlo le dio vértigo. ¿Qué secretos habría en los archivos jedi? ¿Se les permitiría acceso a ellos? ¿El cristal frente a él sería único en su tipo? ¿Existían otros más grandes? ¿Podría visitar mundos con vetas de kyber? ¿Quién las minaba? ¿Sentirían los mineros el mismo insomnio que él? ¿Qué sería de los templos secretos de la Orden, incrustados con cristales de todas formas y tamaños…?

Tuvo que sostenerse de la plataforma repulsora para recobrar el equilibro. Miles de estrellas explotaban detrás de sus párpados cerrados. Sintió que caminaba sobre fuego.

—¿Se encuentra bien, Doctor Erso? —preguntó el gotal.

Galen logró voltear hacia el humanoide y forzarse a asentir con la cabeza.

—Quiero hacer pruebas con los niveles piezoeléctricos antes de experimentar con el medio activo para hacer el bombeo óptico.

—Haremos las preparaciones necesarias.

Galen perdió la mirada en las profundidades de la piedra diáfana. ¿Se podría cortar o fragmentar? ¿Se le podrían aplicar dopantes para incrementar su productividad y rendimiento de energía? ¿Se podría alterar su superficie?

Tantas, tantísimas preguntas…

 

—¿Usted es el capitán? —le dijo uno de los stormtroopers a Has, como si no quisiera aceptar la idea.

—Capitán Obitt, sí.

—Bien, síganos.

Has siguió al par de soldados que lo condujeron a la estación de mando del punto de control. Las naves de carga que entraban y salían de ciertos sectores de las Extensiones Occidentales estaban sujetas a revisiones aleatorias que no pretendían confiscar productos prohibidos, sino asegurar que nadie transportara mercancías controladas por las corporaciones. El capitán debía tener todos sus documentos y manifiestos a la mano, y someterse a inspectores civiles o, en el caso de los sistemas en recuperación de la guerra, cuadrillas de stormtroopers.

La tripulación recibió órdenes de quedarse a bordo de la nave, que actualmente hacía las veces de remolcador. Los torpedos y demás municiones que Has obtuvo del contacto de Matese en el depósito imperial estaban ocultos dentro de módulos cilíndricos, que por lo general transportaban gas tibanna, un refrigerante costoso de hiperpropulsores. Los inspectores de los bloqueos imperiales revisaban que los módulos cumplieran con los estándares de capacidad y demás regulaciones, pero esta vez no lo hicieron. Una vez que se identificó la firma del Good Tidings V, se instruyó a Has avanzar y reportarse directamente a la estación de mando.

Uno de los stormtroopers le hablaba al micrófono de su casco mientras caminaban. Algunos corredores después, un oficial humano desgarbado le indicó a Has que pasara a una oficina estrecha. Cuando la escotilla se cerró detrás de él, el imperial se sentó a la orilla de la holomesa y examinó a Has con la mirada.

—Ha habido un ligero cambio de planes —anunció.

Has intentó no demostrar el golpe que sintió por dentro. Era todo lo que temía escuchar desde que salió del depósito con el contrabando.

—No puedo decir que me sorprende.

El oficial arrugó la frente y soltó una risotada.

—No se me adelante, capitán. Sólo estamos simplificando la entrega. —Tomó el control de la holomesa y prendió un mapa planetario—. Cuando llegue a Samovar, el control del puerto espacial le trasmitirá coordenadas para que se inserte a la órbita. Pero en lugar de remolcar la carga en el pozo, esperará en el punto de inserción. Un par de transportistas lo interceptará. Sólo tiene que soltar los módulos de su nave y ellos bajarán todo.

Has se mordió el labio superior.

—Bueno, sí, como dice, me facilita el trabajo… Excepto por una cosa.

—¿Que es…?

—Recibiré mi pago al entregar el cargamento en su destino. Si lo dejo ir en manos de alguien más, podrían no considerar mi entrega, ¿entiende?

El oficial sonrió sin humor.

—Revise su cuenta después de que suelte el cargamento. Si hay algún problema, le pide a los transportistas que lo esperen, regresa el cargamento a su nave y contacta a su jefe.

Has estuvo un momento en silencio, derrotado por la falta de argumentos.

—¿Por qué no puedo bajar por el pozo?

—¿Qué más da? Ya quedamos en que es más fácil.

—No, no, sólo es curiosidad.

—Entre más pronto se libre de ese hábito, mejor. No es bueno para los negocios. Si algo le preocupa, pregúntele a su empleador cuando lo vea, pero aprenda a no preguntar en medio de una operación. Sólo obedezca, ¿entiende?

—Sí, entiendo —respondió Has, con sumisión forzada.

El mismo par de stormtroopers lo escoltó a su nave, donde tuvo que asegurarle a su tripulación que la misión seguía en curso. Siguió pensando en las nuevas instrucciones mientras entraba al hiperespacio.

«Sólo obedece».

Excepto por la modificación de la entrega, todo marchaba según prometió Matese. Le tomó la palabra cuando dijo que Krennic no estaba involucrado, pero todo el asunto olía a operación encubierta. Quizá ni Matese sabía que trabajaba para Krennic. Pero ¿qué podría ganar el Imperio de crear un mercado negro de armas? A menos que quisieran continuar con la guerra por alguna razón, pero bien podría ser que en verdad se tratara de un grupo de veteranos e imperiales con la capacidad de explotar la debilidad de un sistema imperfecto.

Has regresó del hiperespacio a buena distancia de Samovar. Justo pasaban por la luna exterior del planeta, cuando el control del puerto espacial envió un mensaje con datos para el procedimiento de inserción orbital y aterrizaje. Has nunca había ido a la superficie, pero desde el espacio lucía prístino, especialmente para un mundo de las Extensiones Occidentales donde aún se libraban batallas entre ambos bandos de la guerra. Sabía que varias operaciones mineras exaliadas de los separatistas seguían funcionando de encubierto, pero con todo y la secrecía, era bien sabido que cuidaban con minucia su impacto ambiental.

Los escáneres de la nave identificaron varios transportadores en el punto de inserción.

—Vamos a soltar los módulos —le informó a su copiloto, Yalli.

—¿No vamos a bajar el cargamento nosotros?

—Cambio de planes.

—¿Desde cuándo?

—¿Qué te importa?

—Sólo me da curiosidad, capitán.

El resto de la tripulación, incluyendo a Ribert y su compañero larguirucho, desconectó los contenedores. A través del mirador delantero, Yalli observó a los transportistas moverlos.

—Ya tienen el producto. Nada podría obligarlos a pagar.

Has ya estaba en proceso de revisar su cuenta. Cuando aparecieron los números, le dijo a Yalli que viniera a ver.

—¡¿Qué?! —dijo el nautolano con más volumen del que pensó—. ¿Todo eso?

Ninguno supo qué decir. Era más de lo que cualquiera de ellos había ganado durante la guerra entera.

 

Lyra le concedió a Galen bastante tiempo y espacio para acostumbrarse a su trabajo antes de ir a las instalaciones. En cuanto entró con Jyn al área de investigación, la niña empezó a correr de aquí para allá por el corredor.

—No creo que sea buena idea que traiga la patineta gravitacional aquí —dijo Lyra.

—Necesita un casco, ciertamente —contestó Galen, y señaló hacia las pantallas de arriba de la consola de comunicaciones—. Por lo menos siempre sabremos dónde está.

Lyra se tomó un momento para seguir sus movimientos en la consola.

—Bueno, pero también podríamos considerar acolchar las paredes.

Ambos padres siguieron observando a Jyn hasta que se convencieron de que no corría peligro. Luego, Galen puso en pantalla una vista del laboratorio principal.

—Hay algo que me muero por enseñarte.

Lyra miró a todas partes mientras Galen operaba las pantallas. Todo lo que veía lucía impecablemente limpio y estéril, al punto de hacer que Helical HyperCom se sintiera hogareño en comparación. A Galen y al resto del equipo no les molestaban las medidas de seguridad, y supuso que ella también se acostumbraría, pero la situación de los b’ankora y el refugio seguía incomodándola mucho.

—Mira esto —dijo Galen cuando la imagen apareció. El monitor mostraba un cristal enorme traslúcido.

—No puede ser un cristal kyber…

—Pero lo es. —Galen parecía incapaz de quitarle los ojos de encima—. En la mayoría de los casos, los cristales kyber surgen a la superficie por la actividad sísmica de las fallas geológicas, y sólo cuando una placa oceánica roza a una continental. En todo caso, el movimiento debe ser horizontal. Los cristales suben y atrapan impurezas y otros minerales en el camino, por eso se dice que los kyber se cultivan, no se minan. Los pequeños son más comunes y están en la superficie, al alcance de la mano, incrustados en cuevas, arroyos, conductos de lava de volcanes antiguos, o a veces adentro de vetas de kyberita, que es una especie de kyber «falso». Pero este… Este claramente fue minado y pulido, aunque no hemos podido identificar de qué planeta viene. Tiene trazas de una corteza café que seguramente lo protegía; quizá lo descubrieron dentro de una vaina inmensa. Tuvo que haber estado en un mundo remoto e inhabitado, del que sólo supieran los jedi…

Lyra observó a Galen hablar; parecía que le hablaba más al cristal que a ella. Reconoció su mirada de científico loco exhausto, la de cuando se obsesionaba con algo. Llevaba meses sin dormir bien. En el departamento hacía garabatos y bocetos hasta en las paredes; una combinación inquietante de números, figuras y símbolos matemáticos incomprensibles.

—La relación de los jedi con el kyber, y uso la palabra «relación» a propósito, se remonta a miles de años atrás —continuó Galen—, mucho antes de que los idolatraran por sus patrones y porque ni el fuego ni los golpes los alteran; son eternos por fuera. Seres antiguos los asociaban con el viento, la lluvia y el aliento, pero supongo que los jedi sentían que eran una expresión física de la Fuerza. No se sabe cómo fue que estas piezas de museo se le perdieron a la Orden, o por qué no le permitieron a los jedi confiscarlas.

—¿Esta es una pieza de museo?

Galen volteó a verla, al fin, negando con la cabeza.

—Esta iba camino a manos separatistas, pero los jedi la interceptaron y la rescataron.

—El hecho de que los jedi intervinieran habla mucho sobre el poder potencial de los cristales. —Lyra frunció el ceño con aprensión.

—Por supuesto, pero recuerda, Dooku conocía bien los cristales porque fue jedi. Desde siempre han usado ese poder para ellos mismos.

—¿Qué tal si nos están protegiendo a los demás de tanto poder? No es que lo usaran para ellos mismos, hasta sus sables eran para mantener la paz…

—Mira, por desgracia, los jedi ya no están. Pero eso no significa que tengamos que ignorar los cristales por respeto a sus siglos de servicio.

—Oye, sólo quise decir que los jedi nunca querrían que esa energía se usara para el mal… —Lyra levantó las manos en excusa.

—Claro que no —dijo Galen—. Y eso era lo que me preocupaba durante la guerra, pero ya no. Este es el sueño del Emperador.

—¿Podemos llamarlo Palpatine en privado? —Lyra hizo una cara de disgusto. Galen la ignoró.

—Durante milenios, los jedi tuvieron «derechos» exclusivos a los cristales, excepto cuando alguien más los descubría y los vendía en el mercado negro, pero no pasaba con frecuencia. Odio decir esto, pero tengo razón para creer que se negaron a compartir los secretos de los cristales por miedo a ceder un poco del poder que disfrutaban.

—No, no lo creo ni por un segundo… —Lyra estaba impactada.

—Concuerda con sus acciones al final de la guerra —dijo Galen, en un tono más calmado—. Puede ser que hayan intentado asesinar al Emperador para asegurar su poder y estatus.

Lyra había escuchado este argumento en otra parte… De repente, recordó cuándo y dónde: en Kanzi, justo después de que Orson les mostrara los cristales y que Galen le preguntara de frente si provenían de sables de luz jedi.

«¿Qué importa si sí?», había dicho Orson. «Ellos tenían su propia guerra y la perdieron». Entonces, Lyra se rehusó a aceptarlo y se lo hizo saber. «¿Estás sugiriendo que el Emperador falsificó lo que le ocurrió en su oficina? ¿Ya lo viste desde su encuentro con los traidores? ¿Ya viste lo que le hicieron?». Galen había intervenido, dijo que nadie dudaba de la palabra del Emperador, pero Orson no quería dejar ir a Lyra tan tranquila. «Ellos solos se condenaron al aferrarse a sus tradiciones anticuadas, en lugar de aceptar la ciencia de la nueva era. Piensa todo el bien que pudieron haber hecho si hubieran compartido sus secretos en lugar de enfrascarse en una guerra contra sus propios principios. Pero no tuvieron de otra cuando vieron que alguien de los suyos amenazaba su Orden…».

Y ahora, aquí estaba Galen, copiando las palabras de Orson, cuando ella sabía bien que ni él creía la mitad de lo que decía.

En Lokori, cuando les llegaron las noticias de lo que sucedió con Palpatine y con el teatro de la guerra, ambos se negaron a aceptar la explicación oficial, la imperial.

Los jedi fueron masacrados por miles, su templo fue sede de una terrible batalla, los pocos sobrevivientes se dispersaron por la galaxia; la Fuerza estaba mermada. Lyra lloró durante días, como si se hubiera muerto alguien muy amado. Pero la mayoría de los seres no lo tomó así, todos querían ver el fin de la guerra, por tal motivo aceptaron las muertes de los jedi como un sacrificio necesario, igual que las de los clones del Gran Ejército. Lyra sintió que en cuestión de unas pocas semanas estándar, la Orden entera pasó a ser un mito, sin tiempo para asimilarlo o guardar un duelo. La nueva era que mencionaba Orson llegó y relegó a los jedi a la historia.

Entonces, ¿por qué había cambiado Galen de parecer? ¿Era un intento por ocultar su propia tristeza sobre el destino de la Orden y justificar su deseo febril de descifrar el kyber? ¿Acaso perdería su camino al querer mantener a su familia y continuar su investigación?

Galen regresó la mirada hacia el kyber.

—Quién sabe para qué querría Dooku este cristal.

—Puedo adivinar: Dooku fue el que desató un ejército de droides en la galaxia.

—Dooku fue innegablemente malvado, sí —dijo Galen sin voltear a verla—. Pero los jedi también tienen que rendir cuentas históricas por ser tan herméticos con sus secretos. Ahora tenemos la oportunidad de revelar algunos.

Lyra sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Galen lo percibió.

—La investigación podría cambiar el paradigma de forma dramática. No es irracional sentirse amenazado.

—Siempre y cuando el cambio beneficie a todos —concedió Lyra—. Así opera la Fuerza.

Galen asintió, valorando sus palabras.

—Por deferencia al buen juicio de la Orden, investigaremos con cuidado juicioso. Pero ¿quién sabe? Quizás un día llegaremos a la raíz de la Fuerza misma.

Lyra rio, a pesar de sí misma.

—Ahora sí me estás asustando. —Se quedó en silencio y preguntó—: Galen, ¿has dormido desde que llegaste aquí?

—Cuando lo he necesitado, ya sabes cómo soy.

—Justo por eso te pregunto.

Ignoró su preocupación con un gesto negligente.

—Ya me pondré al corriente. Ahora no podría dormir ni aunque quisiera. —Pausó para magnificar la vista de una faceta del kyber—. La estructura interna no se parece a nada que haya visto. Es como un puente entre orgánico e inorgánico, es lo más vivo que puede estar un mineral. Sospecho que por eso los jedi pueden interactuar con esta a través de la Fuerza. Nosotros no tenemos esa opción, así que tendremos que usar sólo ciencia. Pero es como si los cristales estuvieran evitando que los investiguen, a nivel cuántico. Eluden nuestros esfuerzos de analizarlos con activación por neutrones, incluso con espectrometría de masas con plasma. Bombeamos el cristal con varios láseres con extremo cuidado, y aun así obtuvimos resultados inesperados; lo suficiente como para darle una semana estándar de energía a una población humilde. Como le decía a Orson, el único reto que tenemos es cómo contenerlo.

Lyra no hizo esfuerzo alguno por interrumpirlo, aunque todo lo que le decía comenzaba a sonar más a magia negra o alquimia que a la «ciencia de la nueva era». Reconocía bien su forma de operar; estaba más bien hablándose a sí mismo, intentando reducir sus divagaciones a los términos más sencillos, para que las pudieran entender los demás. Sus padres nunca intentaron arreglar a su hijo compulsivo; en algunas instancias había triunfado a pesar de sus imperfecciones, no a través de ellas. Hacía todo lo posible por añadirle imperfección a su vida diaria: en sus dibujos, sus rutinas, sus intentos de limpiar la casa…, todo para no obsesionarse con los resultados. Cuando le introducía este hábito a las notas de su investigación, sus teorías resultaban casi imposibles de entender.

La mayoría de las veces, no existían palabras para que Galen explicara lo que estaba pensando, así que sólo unos pocos lograban entender sus fórmulas y ecuaciones. No era que no quisiera ver al mundo igual que los demás, simplemente no podía; comprendía las cosas a profundidad, en sintonía con los diálogos y cavilaciones internos de la naturaleza.

Ella se alejó de la consola para ver a Galen dentro del panorama, en el contexto, frente a toda la estación de comunicaciones, mirando monitores, holoproyectores y pantallas con el mismo cristal kyber gigante desde cada ángulo imaginable, mientras Jyn jugaba a correr por los pasillos. Se dio cuenta de que él estaba de nuevo en prisión; el proyecto Energía Celestial era una jaula de oro que lo tenía atrapado por su propia voluntad.

 

En un módulo de comando en órbita sobre Geonosis, Krennic escuchó con atención las grabaciones de vigilancia que recibió desde Coruscant. Pausó y retrocedió varias veces el video sobre fragmentos de la conversación entre Galen y Lyra.

—Oye, sólo quise decir que los jedi nunca querrían que esa energía se usara para el mal…

—Claro que no. Y eso era lo que me preocupaba durante la guerra, pero ya no. Este es el sueño del Emperador.

—¿Podemos llamarlo Palpatine en privado?

Pausó el video por última vez y se reclinó en su silla, con los dedos entrelazados, tocándose los labios en reflexión.

Siempre supo que había que vigilar a Lyra.