20
VERDAD PROFUNDA
LA INVESTIGACIÓN EN ALPINN HABÍA CONCLUIDO.
A Lyra y a Nari les había tomado casi doce semanas estándar descubrir la veta. Estaba trescientos metros debajo de la superficie, en un pasaje estrecho. Bajaron a un pozo con ayuda de jetpacks, y de ahí se arrastraron de rodillas hasta un corredor inclinado hacia abajo. Sus máscaras de respiración y las lámparas que llevaban en la frente proyectaban sombras extrañas en las ásperas paredes. Lyra usaba una pequeña herramienta punzocortante para extraer fragmentos de la veta, pero, al final, el kit de análisis de campo que Galen le había dado confirmó sus sospechas.
—Es ranita, no kyberita —le dijo a Nari cuando volvieron a la superficie y el análisis estaba completo—. Son muy parecidas, pero la ranita es más densa y resistente. Y sólo hay cristales kyber en vetas de kyberita pura.
Era decepcionante, pero no se darían por vencidas. Usando como referencia algunos estudios realizados siglos antes, le pidieron a Has que las llevara a áreas de actividad tectónica en otras partes del terreno. Algunas áreas se veían prometedoras, pero las grietas no se debían a fallas de deslizamiento lateral. Asimismo, la presencia de otras vetas de ranita aseguraba que no encontrarían kyberita; nunca aparecían al mismo tiempo.
Para entonces, el campo era su hogar y los miembros del equipo arqueológico tiraron la casa por la ventana con una fiesta de despedida. Le dieron regalitos a Jyn y dejaron muy en claro que extrañarían mucho las creaciones culinarias de Has.
Lyra no les dijo nada a los arqueólogos acerca de los cristales kyber falsos; no sabían que ese era el propósito de su expedición con Nari. Les enseñó mapas que indicaban sitios antiguos, posiblemente sin estudiar. Jyn no sabía que, a pesar de lo cercanos que se habían hecho todos, era poco probable que se volvieran a ver algún día.
Mientras Has hacía un prevuelo en la espaciosa cabina del carguero, Lyra por fin dijo lo que había estado pensando desde hace días.
—Casi desearía mentir sobre los kyber falsos, o al menos decirle a Krennic que necesitamos más tiempo para explorar y evaluar.
Nari y Has le lanzaron miradas inquisitivas desde sus asientos de aceleración.
—Es nuestra obligación hacia la Fuerza proteger mundos como este de la explotación —continuó—, igual que hicieron los jedi con tantos otros lugares. Deberíamos asumir la responsabilidad ahora que no están.
—Desafortunadamente, no es nuestra decisión —dijo Nari, con una sonrisa triste e irónica al mismo tiempo.
Lyra asintió con la cabeza e inhaló entrecortadamente, al borde de las lágrimas. Luego, le quitó importancia a su estado emocional con una carcajada.
—Honestamente, no me quiero ir.
—Entonces dile adiós a Coruscant de una vez por todas —dijo Nari—. Convence a Galen de no renovar su contrato y regresen a lo que aman hacer.
—Su único contrato es consigo mismo —dijo Lyra con una risa burlona—. Además, está haciendo un trabajo importante. Y aun si no fuera así, no creo que al Imperio le encante que nos vayamos, no después de lo que han invertido en las instalaciones.
—¿Qué puede hacer el Imperio? ¿Demandarlos?
—Nadie sabe de lo que son capaces. —Miró hacia Alpinn por última vez—. Deberían otorgarle el estatuto del Legado.
—No va a servir de nada —murmuró Has, casi a pesar suyo—. El estatuto del Legado no lo protegerá —agregó cuando Lyra y Nari voltearon a verlo.
—¿Desde cuándo? —preguntó Nari.
—Desde que llegó el Imperio —dijo, jugando con sus instrumentos para evitar mirarlas a los ojos.
—Se supone que los estatutos del Legado son inviolables —dijo Nari.
Lyra reflexionó un momento.
—Sí, pero también lo eran los estatutos que protegían al Refugio B’ankor…
—Prepárense para saber exactamente de lo que es capaz el Imperio —dijo Has, mirándolas al fin.
—Esto no puede ser Samovar —dijo Nari cuando Has trajo la nave de vuelta del hiperespacio y alcanzaron a ver el planeta. Miró hacia Lyra, que tenía a Jyn sobre las piernas. Ambas miraban aquel mundo despojado de todo—. El continente del norte estaba cubierto de bosques la última vez que estuve aquí. Ahora parece un desierto.
—Te aseguro que es Samovar —dijo Has—. El Imperio trabaja rápido cuando quiere.
El salto desde Alpinn había sido tortuoso, pero Lyra por fin estaba en las Extensiones Occidentales. Has mantuvo la nave lejos de Samovar, pero los escáneres mostraban cientos de cargueros masivos en órbita y un número aún mayor de buques más pequeños, que les iban pasando lo que estuvieran extrayendo de la superficie. Lejos de los cargueros, los turboláseres de un destructor estelar estaban destruyendo una porción de territorio. La atmósfera y los océanos del hemisferio norte estaban tan contaminados que habían adoptado un color marrón.
—Algunos conglomerados tenían concesiones para extraer cantidades limitadas de mineral —dijo Has—, pero ahora el Imperio está sacando todo lo que encuentra; tiene a antiguos separatistas de este sector trabajando como empleados imperiales.
—¿Empleados o esclavos? —preguntó Lyra.
—Hay una línea delgada entre ambos. Vienen a trabajar, pero terminan con deudas y no se pueden ir. Lo mismo pasa en Wadi Raffa. Deforestación, excavaciones a cielo abierto, extracción desenfrenada.
—¿Por qué? —preguntó Lyra—. Con tantos mundos para escoger…
—¿Destructores estelares más grandes? —sugirió Nari—, ¿mejores instalaciones militares?
Lyra miró a Nari y luego a Has, quien de repente parecía menos inocente que antes.
—¿Qué te hizo decidir traernos aquí, Has? ¿Acaso Samovar y Wadi Raffa son dos de los lugares donde Orson te usó?
La expresión facial del dresseliano era impasible, no confirmaba ni negaba nada.
—No eres la única que no quería irse de Alpinn —dijo—. Supongo que estoy intentando acostumbrarme al nuevo programa.
El rostro de Galen estaba inundado por la luz de las pantallas y holoproyecciones en el cuarto de computación. Todo tipo de información brillaba a su alrededor: cálculos, los resultados de experimentos recientes con difracción de electrones, vistas ampliadas de cristales kyber y textos extraídos de los archivos jedi.
Galen había hecho y firmado todos los juramentos de seguridad que Orson le había impuesto; por eso, hablar con alguien del proyecto soñado del Emperador, incluso con Lyra, era un crimen que atentaba contra la seguridad de ambos. Pero todo sería en vano si no encontraba la manera de ampliar la investigación en que llevaba un año estándar, pero que lo había fascinado la mitad de su vida. Aun si podía extraer más poder de los kyber, ¿podría el equipo de Orson contenerlo y usarlo? Más allá de su legado personal, ¿cómo podría quedarse cruzado de brazos aun sabiendo que la anarquía y la violencia podían condenar el proyecto incluso antes de implementarlo?
Su mente se llenó de pensamientos acerca de Lyra y Jyn, y la necesidad de proteger su futuro. ¿Cómo pudo permitir que salieran de Coruscant? ¿Cómo pudo permitirlo Orson, aun al tanto de la creciente insurgencia y las redadas aleatorias en mundos inocentes? Las pesadillas lo atacaron por meses después del ataque de cazas droide en Lokori. ¿Cómo podría permitir que Lyra y Jyn volvieran a pasar por eso? ¿Lograría perdonarse a sí mismo algún día, o a Orson, si les pasara lo impensable?
Vallt, Grange, Lokori, ahora Malpaz, y tantos otros mundos…
Tenía que lograr un cambio; era su obligación mejorar las circunstancias.
Buscó el kyber miniatura que llevaba a todas partes. Cada cristal era tan único como un copo de nieve o como un iris humano. Se calentó en su mano, pero, por investigaciones anteriores, sabía que el cristal no mostraría ningún cambio de temperatura. También sabía que no serviría para calentar toallas, ni cualquier otro objeto inanimado. Respondía sólo a seres vivos, incluso a plantas; esto hacía más irónico y misterioso el hecho de que los jedi lo usaran para sus sables de luz.
Sostuvo el cristal contra la luz de las pantallas y se maravilló ante su mezcla de transparencia y opacidad. Los antiguos jedi se referían a esta cualidad como «el agua del kyber».
El potencial en cuanto a energía era innegable; su equipo lo había demostrado desde los primeros experimentos piezoeléctricos. Sin embargo, unas instalaciones de encendido o una planta de energía tendrían que ser más que un sable de luz gigante, el cual, además de tener un cristal dentro, parecía tener una matriz de emisión, circuitos moduladores, plasma y un superconductor que canalizaba la energía de vuelta al mango. Por definición, los sables de luz no deberían poder atravesar duracero de un metro de grosor, pero sí podían. Eso hacía más creíble la idea de que la Fuerza misma aumentaba su poder.
¿Para actuar a través del kyber?
Si la respuesta estaba en algún lugar de los archivos en el antiguo templo, alguien tendría que descubrirlo, y tal vez nunca podría; gran parte de los secretos de fabricación de sables de luz había sido transmitida por medio de la tradición oral. Quizá las respuestas estaban en algún holocrón jedi, pero no le habían dado permiso para ver eso.
Seguramente habían cortado y tallado algunos de los cristales que llevaron a las instalaciones, quizá para eliminar oclusiones y así intensificar el rendimiento de su poder. Entonces, tal vez podrían tallar los ejemplares más grandes, igual que como se hacía con las piedras preciosas para maximizar la refracción de luz. Hasta entonces, el equipo no había logrado inyectarle energía al cristal sin debilitar su estructura, casi de la misma forma que la radiación afectaba a células vivas. Un problema más urgente era el de cómo controlar el impulso innato que tenían los cristales de difractar errática y peligrosamente la energía.
Se quedó mirando el cristal.
¿Acaso tenía algún tipo de resistencia hacia él? ¿Qué sacrificios tendría que hacer para descubrir sus secretos?
Sus pensamientos se volvieron a desviar hacia Lyra. ¿Cuánto tiempo soportaría Galen vivir en la mentira por el bien común? ¿Estaba cegándolo su fascinación por la ciencia? ¿Los cristales estaban aprisionándolo de alguna forma?
Sólidos, inmutables, inescrutables… Tal vez las supersticiones eran ciertas y sólo se podían develar los secretos del kyber si se miraba en cierta dirección al amanecer, o si se observaba la neblina en ciertos mundos remotos. Una vez, un comentarista jedi llamó al kyber una piedra somnolienta que necesita despertar para cumplir su propósito, pero ese mismo comentarista advirtió que también es muy fácil insultar al cristal y que los jedi debían tener cuidado.
Galen sabía que nunca podría interactuar con el kyber como los jedi, por medio de la Fuerza, pero, como le había dicho a Lyra, él tenía la ciencia de su lado, junto con máquinas poderosas que podrían ocuparse del cristal átomo por átomo y forzarlo a actuar según sus órdenes.
Al principio de su relación, cuando Lyra hacía trabajos de exploración como freelance, ella y Galen pasaban meses sin verse cada vez que se separaban. Cada vez que se reunían después de esas ausencias se sentían algo incómodos; les tomaba unos días encontrarse como pareja de nuevo. Era algo que habían aprendido a aceptar y ninguno de los dos le daba mucha importancia. A partir de que Lyra decidió pausar su carrera para empezar una familia con Galen, ya no había ausencias en su relación.
La separación obligatoria en Vallt había sido completamente diferente.
Lyra no sabía qué esperar después de estar lejos casi cuatro meses con Jyn, Has y Nari, sobre todo después de lo que había visto en Samovar y Wadi Raffa. La devastación desmesurada que había presenciado afectó su postura sobre lo que decía el Emperador y lo que realmente sucedía lejos del Núcleo. Había estado tentada a contarle inmediatamente a Galen lo que había descubierto, pero decidió esperar un poco hasta que los tres se sintieran cercanos de nuevo para compartir sus preocupaciones; así, al menos la información no saldría en cascada.
Casi en cuanto aterrizó en Coruscant, sintió que algo no estaba bien. El abismo de siempre amenazaba con aparecer, no sólo entre ella y Galen, sino también entre Galen y Jyn. Él parecía preocupado y ella quería pensar que era por las exigencias de la investigación, pero, mientras más observaba su comportamiento, más le parecía que había motivos para inquietarse. Nunca antes había pensado que si Galen no quería hablar de la investigación era porque fuera demasiado difícil para ella; al contrario, no le paraba la boca y no le molestaba usar términos técnicos, aunque sabía que ella entendería la mitad. Luego, se lo explicaba con palabras más y más simples, hasta que empezaba a tener sentido. Eso también era parte de su dinámica y la razón por la que él le confiaba sus notas personales para que ella las transcribiera.
Ahora, de repente, Galen no podía explicar lo que hacía. Podría haber decidido pasarlo por alto porque ella tenía notas de campo propias que compilar para Orson y, más bien, porque no necesitaba saber todo a profundidad. Pero Galen la alentó a quedarse en el departamento del Centro en lugar de regresar a las instalaciones. Él viajaría de ida y vuelta, le dijo. Así, Jyn podría ir a una escuela primaria real en lugar de tener un tutor en casa.
Ella no se negó a quedarse en el departamento, y cuando regresó a las instalaciones sólo encontró que el ambiente había cambiado mucho; tenían una vibra diferente. Galen le explicó vagamente que hubo una infracción al sistema mientras ella no estaba, y que habían reforzado la seguridad. Las nuevas medidas dictaban que sólo el personal autorizado podía acceder a algunas áreas comunes del complejo. Información que antes enviaban al consejo de supervisión por HoloNet, ahora era enviada por un servidor de intranet imperial.
El secreto era ubicuo.
Pero ella no podía reprimir sus preocupaciones.
Galen estaba manteniendo su distancia y quería saber por qué.
—¿Te arrepientes de haberme animado a aceptar la tarea de Orson? —le preguntó, mientras limpiaban la mesa después de comer y Jyn miraba un holovideo. Había insertado la pregunta donde él no lo esperaba, así que a él le tomó un momento formular la respuesta.
—Sólo porque tenía que preocuparme por ti —contestó.
—Lamento que tuvieras que preocuparte. Te extrañamos muchísimo, Galen.
Ella esperaba que él dijera lo mismo, pero en lugar de eso preguntó:
—¿Por qué? ¿Tú lamentas haber ido? Suena como que Jyn la pasó increíble.
—Me alegra que hayamos ido, pero siento que tú y yo no nos hemos reconectado. —Examinó su rostro antes de añadir—: Pareces estar extremadamente lejos. Todavía te extraño.
—No es porque hayas estado lejos —dijo con más energía de lo necesario—. Es el trabajo; he estado bajo una presión tremenda.
Ella trató de tomarle la mano, pero él cruzó los brazos.
—Eso es lo que no entiendo —dijo ella—. ¿Por qué de repente estás bajo tanta presión? No era así cuando me fui. ¿Es por el intento de espionaje?
Se dio cuenta muy tarde de que le había regalado un pretexto.
—Sí. No. Sí y no. El consejo espera resultados. Tienen problemas financieros.
—Pero tú y tu equipo estaban progresando —dijo ella, intentando esconder cualquier tono de insistencia—. ¿Qué cambió eso?
Pretendió estar revisando a Jyn para ganar tiempo.
—La investigación llegó a una nueva fase y estoy luchando con los datos —dijo al fin.
—¿Te distrae tanto que estemos aquí?
—Claro que no.
Sus respuestas ensayadas comenzaban a exasperarla; ya no lo podía esconder del todo.
—Por favor, Galen. ¿Están exigiendo demasiado? ¿Es eso?
—¿Qué te metió esa idea en la cabeza? —La miró fijamente.
Lyra respiró hondo, decidida a volver a empezar. Pelear era lo último que deseaba. Un cálido abrazo y un beso podrían hacerlo desaparecer.
—¿Podemos retroceder un poco? Me preguntaste si lamentaba el viaje. De nuevo, no lo lamento. Pero sí pasó algo que he querido contarte desde hace semanas. —Continuó con determinación—. Después de Alpinn, Has nos llevó a Nari y a mí a las Extensiones Occidentales, a un par de mundos que el Imperio está explotando sin piedad. La extracción desenfrenada los ha devastado en su totalidad.
Él escuchó con cuidado, casi sorprendido; luego, forzó una mirada de indiferencia.
—Entiendo cómo eso puede ofender tu sentido de la justicia ambiental, pero la República es culpable de lo mismo. Donde hay expansión se necesitan recursos. El Imperio puede estar explotando algunos mundos, pero sólo para salvar muchos, muchos más. —Casi frunció el ceño—. Eres la última persona que necesita recordar cuántos mundos hay allá afuera.
—Pero estos no son sólo mundos. Son mundos del Legado, tienen estatutos de protección otorgados hace generaciones. Igual que aquí. El refugio, de repente absorbido por algo más.
—También por el bien común —dijo él.
—Así te lo vende Orson —dijo ella sin poder reprimir un bufido.
Galen la miró un largo rato. Luego preguntó:
—¿Qué mundos?
—Samovar. Wadi Raffa —le dijo más animada. Podía casi oírlo tomando nota.
—¿Qué tiene que ver esto con nosotros?
—Si el Imperio está saqueando mundos en secreto, ¿cómo sabemos que no te están mintiendo sobre el propósito de tu investigación?
—No me están mintiendo.
—¿Porque confías en ellos? ¿O tienes pruebas?
Galen se alejó unos pasos, luego volteó.
—He visto pruebas.
—¿Cuándo? —Lyra no esperaba eso.
—Cuando no estabas. Le planteé las mismas dudas a Orson; tuvimos una larga plática. Aceptó mostrarme en persona que mi investigación está siendo replicada y puesta en práctica. Así que fuimos a Malpaz.
Ella pasó de sorprendida a atónita.
—Tú y Orson fueron a Malpaz mientras Jyn y yo estábamos en Alpinn.
—Sólo fueron unos días.
—No me importa si fueron unas horas, Galen. ¿Apenas te pareció importante contarme esto? —Hizo una pausa para ordenar sus pensamientos y controlar su enojo. Luego dijo—: ¿Para eso me pidió Orson que supervisara la misión? ¿Sólo para llegar a ti en mi ausencia?
—Deja de acusarlo de manipular todo —dijo él—. Yo lo busqué para hablar de mis… nuestras dudas. Exigí respuestas; él dijo que podía verlo yo mismo, así que le tomé la palabra.
—Y saltaron a Malpaz.
Galen quería apartar la mirada, pero la sostuvo.
—Debí contarte antes.
Ella lo consideró.
—¿Dijo Orson algo de Dagio? —preguntó.
—¿Por qué habría de mencionar a Dagio?
—Porque Reeva dijo que Dagio había estado investigando en Malpaz y que no había podido contactarlo. ¿Sigue ahí?
—No —contestó Galen, y se quedó callado un rato, caminando de un lado a otro y negando con la cabeza—. Las instalaciones donde se replicó mi investigación fueron destruidas antes de poder suministrarle energía a la capital.
A Lyra se le salió de lugar la mandíbula de la impresión.
—¿Destruidas por quién? ¿Separatistas?
—Orson prefiere llamarlos anarquistas. Rompió su juramento de seguridad para decirme.
—¿Entonces Dagio puede estar muerto?
—Puede estarlo. —Galen volvió a negar con la cabeza—. No debería estar hablando de esto.
Lyra se sentía dividida. Aunque tal vez le debía una disculpa, necesitaba saber más.
—¿Me ocultaste esto porque no tengo autorización para saber?
—Hice un juramento —asintió él.
—¿Entonces hay más cosas que no puedes decirme?
—Sí.
Lyra se presionó la frente.
—No me importa el juramento —dijo Galen—. Pero, por la destrucción, he tenido que esforzarme el doble para encontrar la manera, cualquier manera… —La miró—. Quería decirte.
Ella lo intentó, pero no logró armar el rompecabezas; se sintió perdida.
—¿Cómo llegamos al punto de escondernos cosas, Galen? —preguntó, conteniendo las lágrimas.
—Esta es una época crítica —dijo, acercándose a ella, por fin—. Tenemos que confiar en que el Imperio hace lo mejor para la galaxia en general. Hay fuerzas tratando de sembrar el caos y de mantenernos en un conflicto perpetuo. El Emperador está decidido a encontrar la manera de detenerlo. Quiere unirnos a todos y prevenir otra guerra de toda la galaxia.
Lyra puso atención a cada palabra.
—No estoy acostumbrada a oírte hablar así —dijo, pero se dejó reconfortar en sus brazos—. Suena a que te convirtieron.
—La única manera de avanzar es otorgando poder.
No la convencía del todo, pero le quedaba claro que sí se había convencido a sí mismo.