18

JUEGO COMBINATORIO

RYLOTH, UN PROTECTORADO OFICIAL DEL IMPERIO, celebraba el aniversario de una importante batalla contra los separatistas durante las Guerras de los Clones, pero era el desfile más triste al que Has había asistido. No había globos ni estandartes ni banderas ondeando en las tarimas. Sólo un par de miles de nativos twi’lek de distintos colores y tamaños se apiñaban detrás de electrocordones. Lucían como si los hubieran sacado a rastras de sus residencias para mirar formaciones de stormtroopers marchando por las calles de Lessu hacia una cosa llamada el Puente de Plasma. Los efectivos, que llevaban armas BlasTech, iban precedidos por un grupo de veinte indígenas y seguidos por tanques y caminantes imperiales. Los acompañaban música marcial y el vuelo ensordecedor de escuadrones de cazas TIE recién ensamblados. Cualquiera podría pensar que el Imperio era el responsable de que el planeta fuera libre, pero en realidad era gracias a un revolucionario local llamado Cham Syndulla. También fue gracias a la ayuda de unos jedi, y de unos clone troopers que habían derrotado al skakoano Wat Tambor, encargado del Sindicato de Tecnología, junto con sus legiones de droides de combate.

Has había llegado justo cuando comenzaban las celebraciones. Todavía no entendía por qué Matese lo había llamado desde el otro lado de la galaxia en lugar de citarlo en su mesa de siempre en el Wanton Wellspring.

Había pasado más de un mes desde la entrega a Wadi Raffa. Normalmente Has no seguía las noticias, pero, después de lo que pasó en Samovar, se aseguró de averiguar si Wadi había tenido el mismo destino. En efecto, un servicio de HoloNet al que se había suscrito le envió un artículo escondido entre historias más notables; reportaba que Extracción Turlin/Benthic había sido acusada de adquirir armas. El Imperio había tomado las operaciones mineras de océano profundo en ese mundo del Legado, al cual declararon fuera de límites.

El carguero de Has estaba estacionado en el cordón orbital. Debido a la exhibición aérea de cazas TIE, todo el tráfico para descender estaba detenido. A pesar de ello, se les había ordenado a los soldados que abordaron su nave que lo llevaran a la superficie y lo depositaran en los cuarteles imperiales locales, en una oficina que casualmente no estaba en la ruta del desfile.

Él estaba de pie junto a la ventana, mirando a uno de los caminantes cuadrúpedos imperiales y oyendo sus pisadas fuertes, cuando la puerta de la oficina se abrió y un comandante no identificado entró al cuarto, con un expediente bajo el brazo. La manera en que el oficial lo midió con la mirada le recordó su primera reunión con Orson Krennic, hace todos esos años.

—Tome asiento, capitán —dijo el humano.

Has se sentó mientras intentaba leer las palabras escritas sobre el expediente.

—¿Matese nos va a acompañar?

El oficial lo miró.

—Es mi triste deber informarle que Matese ya no está con nosotros.

—Ya no está con…

—Muerto, me temo.

Las noticias golpearon a Has como una kilotonelada de concreto.

—¿Cuándo? ¿Cómo? Oí de él hace una semana estándar.

—Al parecer fue un accidente industrial.

Sonó como código para algo inapropiado, pero Has insistió de todos modos.

—¿En el depósito?

—Sí, eso creo.

Has dejó salir un suspiro triste y cansado.

—Justo cuando había recibido el implante ocular.

—Qué lástima —dijo sin convicción el oficial—. También es mi deber informarle que todas las operaciones están suspendidas.

Una segunda kilotonelada de sorpresa lo golpeó.

—¿Hasta cuándo?

—Indefinidamente.

—Acabo de hacer un pago considerable para un nuevo carguero —dijo Has, a pesar de que era inútil—. He estado esparciendo créditos para ayudar a mis amigos…

—Es lamentable —interrumpió el oficial—, pero estas cosas pasan. Un día aquí, al siguiente ya no.

—Como Matese.

—Desafortunadamente, sí.

Has se movió en su silla.

—Entonces, ¿eso dónde me deja a mí? Además ¿por qué me harían venir desde tan lejos sólo para anunciarme una muerte? Podrían haber llamado por comm y ahorrarme el combustible.

El humano puso expresión de disgusto; la nueva característica de un trabajador oficioso.

—Usted está aquí porque recibí órdenes de transmitirle un mensaje que, por algún motivo, no puede confiarse a un comlink.

Has levantó la mirada.

—¿Un mensaje de quién?

—Del Teniente Comandante Krennic, del Cuerpo de Ingenieros.

Has abrió la boca, pero no salió ni una palabra. Tragó y volvió a intentar, sin éxito.

—Me dicen que ustedes dos se conocen.

—Desde hace años —logró decir Has—, pero…

—No me puedo imaginar cómo o por qué, pero eso no me incumbe. El comandante pide que se reporte con él en Coruscant lo más pronto posible. —Sacó un comlink de grado militar del expediente y lo puso sobre el escritorio—. Debe usar esto al llegar.

Has no quería tomarlo, pero lo hizo. Le dio vueltas con manos temblorosas.

—¿Codificado?

—Tampoco me incumbe. —El oficial subió los hombros.

—¿Por qué Coruscant?

El humano respiró profundo, evidentemente irritado.

—Eso lo debe averiguar usted; yo puedo permanecer ignorante acerca de ello: en este caso, tan sólo soy el mensajero.

Una repentina conmoción fuera de la ventana los hizo levantarse de las sillas. Debajo, un grupo de twi’leks que coreaban y levantaban pancartas con palabras como «MOVIMIENTO DE LIBERACIÓN DE RYLOTH» o «EL MARTILLO DE RYLOTH» habían saltado el cordón y se dispersaban en el ancho bulevar. El equipo más cercano de stormtroopers se reagrupó en una formación estrecha. Aun así, los humanoides con colas en la cabeza siguieron entrando. Un oficial gritó una orden; los soldados levantaron sus armas. Otra orden envió disparos de energía sobre las cabezas de los manifestantes, pero ni así lograron detener a la multitud.

Algo le decía a Has que el Imperio estaba a punto de tomar otro mundo.

 

Krennic no era un visitante frecuente de las instalaciones; cuando le dijo a Galen que iba a pasar a verlo, él se alegró y le exigió que se quedara a cenar. Krennic llegó sin stormtroopers, pero vestido de uniforme completo y con vinos para la ocasión, vendimias tanto para la cena como para el postre. Galen lo estaba esperando cuando descendió con su aerospeeder sobre la zona de aterrizaje y se saludaron calurosamente. Lyra y la niña se unieron a ellos en el lobby, y los cuatro pasaron más de una hora recorriendo el complejo. Galen hablaba animadamente sobre la investigación de energía, como si buscara la aprobación de Krennic; Lyra iba callada, quedándose atrás; y la niña corría delante de todos, con una espada de juguete en una funda y dos animales de peluche en los brazos.

Caía la noche cuando el cuarteto llegó a la cómoda residencia de los Erso, donde Krennic abrió una de las botellas de vino y Lyra plantó a su hija frente a un visor, para que viera The Octave Stairway, al parecer el cuento favorito para dormir de la niña últimamente. La vista desde la ventana de la sala era sublime; podían ver un pequeño bosque de árboles gigantescos que habían plantado los b’ankora hacía siglos y, sobre ellos, algunos de los rascacielos más nuevos y osados de esa ciudad-mundo.

Krennic casi podía olvidar que estaban en Coruscant.

Esperaba que Lyra llegara a sentirse así, pero, a juzgar por las grabaciones de seguridad de sus conversaciones con familia y amigos, estaba aburrida e infeliz.

Semanas antes, Krennic había escuchado que Reeva Demesne había intentado contactar a Galen, ostensiblemente para saludar, pero en realidad para husmear. Demesne no sabía nada acerca de la estación de combate, pero el programa generador de escudo que dirigía se había fusionado con el Grupo de Armas Especiales, por lo que algunos de los investigadores habían empezado a comparar notas. Afortunadamente, fue Lyra quien habló con Demesne. Krennic hizo un estudio detallado de su conversación. Si a Lyra le preocupaba la investigación de Galen, probablemente a la científica mirialana le preocupaba el doble; pronto, las objeciones de Lyra sobre el programa serían problemáticas. Krennic lo vio venir desde la discusión que tuvieron poco después del fin de la guerra; también, las conversaciones entre Galen y Lyra confirmaron que sus dudas sólo habían aumentado. Demesne había estado a punto de aludir a rumores sobre los usos militares de la investigación de Galen, pero hizo casi palpables sus propias dudas sobre el proyecto. Krennic no podía permitir que las preocupaciones de Lyra pasaran desapercibidas. En cuanto a Galen, estaba demasiado fascinado con las instalaciones y todo lo que ofrecían como para pensar en algo más que los cristales.

Krennic esperó hasta que sirvieran el postre para desviar la conversación hacia donde necesitaba.

—¿Son felices aquí los dos? —preguntó después de que levantaron sus copas para brindar por una paz duradera.

Lo repentino de la pregunta pareció sorprender a Lyra, pero Galen respondió con rapidez.

—Es parecido a un sueño hecho realidad.

Cubrió la mano de Lyra con la suya, como para sugerir que ella estaba de acuerdo, ¿o era una señal para ella de que tuviera cuidado?

Krennic miró a Galen.

—¿Tienen todo lo que necesitan?

—Todos los días llegan provisiones. No podría pedir más.

Krennic sonrió y dejó durar el silencio.

—Ya sé de las provisiones y requisitos, pero pregunto por sus necesidades personales. —Hizo un ademán amplio—. Por muy bello que sea este lugar, para algunos podría parecer un tanto remoto y solitario, como un puesto fronterizo.

Lyra se tragó algo que iba a decir, pero Galen quería tranquilizarlo.

—Estamos sólo a unas horas de lo que sea que pueda faltarnos aquí. Nos quedamos con el departamento. Jyn juega con los niños de otros científicos. Lyra va a ser su tutora en casa.

Krennic le habló a Lyra, manteniendo el tono amigable.

—Creo que quedó claro que Galen es feliz y parece que las necesidades de la niña se cumplen, pero estoy más preocupado por ti.

—¿Por mí? —Se ruborizó.

Esa pregunta podría haber sido «¿Desde cuándo?», pero Krennic no se salió del libreto.

—Digo, entre la maternidad y lo que haces por Galen, no tienes mucho tiempo para ti. Simplemente me da curiosidad saber si no te molesta poner tu vida en pausa, por un tiempo, al menos.

Ella lo miró con franqueza.

—No puse mi vida en pausa, Orson. Mi carrera, tal vez, pero definitivamente no mi vida.

—A lo mejor no me expliqué bien —dijo, mostrando las palmas de las manos.

—Te daré el beneficio de la duda. ¿Qué estás tratando de decir exactamente?

Galen miraba de un lado a otro entre ellos dos.

—Sólo esto: tenemos datos sobre lo que parece ser una veta extensa de cristales kyber en un mundo del Borde Exterior. Por motivos que podemos discutir después, no puedo confiar en cualquiera para ir a evaluar las dimensiones del descubrimiento.

—¿Necesitas una recomendación? —preguntó Lyra.

—No, quiero que consideres realizar el estudio. —Dio tiempo para que hiciera efecto—. No es una misión peligrosa. Un grupo de arqueólogos ya tienen un pequeño pero cómodo campo de investigación en pie. Puedes incluir a uno o más de tus antiguos compañeros de equipo si así lo deseas. De hecho, es lo suficientemente seguro para que lleves a la niña también.

Galen y Lyra se miraban en shock.

—Deberías hacerlo —dijo Galen sin dudarlo.

Lyra negó con la cabeza.

—Galen, deberíamos hablar de esto…

—Y lo haremos, pero creo que sería maravilloso para ti. Sabes que me preocupa que estés sacrificando tus intereses por los míos.

—No me estoy sacrificando, Galen. Estar aquí fue decisión mía tanto como tuya. —Miró de Galen a Krennic y de nuevo a Galen—. ¿Algo más que quieran decir sobre mi vida?

—No tienes que decirme tu decisión justo ahora —le aseguró Krennic—. Sólo quiero que lo consideres.

—Lo digo en serio —le dijo Galen a Lyra—. No puedes dejar pasar esto. Piensa en lo que significaría una experiencia como esta para Jyn.

Krennic la observó. «¿Le preguntará si está intentando deshacerse de ella?».

No lo hizo; preguntó:

—Orson, ¿tienes idea de cuánto tiempo tomará la investigación?

Krennic movió la cabeza de lado a lado.

—Tú sabrás mejor que yo una vez que te dé la información, pero sospecho que no más de un par de meses estándar. —Miró a Galen—. ¿Puedes prescindir de ella y de tu hija por tanto tiempo?

Galen juntó los labios y asintió.

—Hemos estado separados por periodos más largos que ese. —No mencionó Vallt, pero la implicación estaba clara.

—Pero tus notas —dijo Lyra.

Él volvió a tocar su mano.

—Pausaremos la transcripción hasta que regreses.

Lyra inhaló y exhaló, luego se quitó el cabello castaño rojizo de la frente.

—Primero las instalaciones, ahora esto. —Volteó hacia Krennic—. ¿Qué más tienes bajo la manga?

 

Por las nuevas regulaciones imperiales de viaje, Lyra y Jyn fueron escaneadas, entrevistadas y sometidas a múltiples revisiones de identidad antes de permitirles el acceso a la pequeña zona de aterrizaje de las instalaciones de investigación, situada en el corazón de las arcologías que las amurallaban del lado oeste.

Sin embargo, el viaje no parecía del todo real hasta que los escáneres del puerto espacial del Centro les permitieron abordar la levitación magnética que usaban en una parte del puerto espacial, reservada para llegadas y salidas de naves privadas. Ahora avanzaban entre enormes naves estelares, rumbo al hangar donde Lyra debía encontrar a Nari Sable, a quien no veía en persona desde hacía casi cuatro años.

Sufrió pensando en la misión de Orson por más de tres semanas estándar, pasando de la emoción hasta una sensación de inquietud sutil acerca de dejar a Galen con sus propias herramientas. Lo habían hablado hasta el cansancio y, aunque él sólo hablaba con ánimo y entusiasmo, ella había empezado a preguntarse si él quería que se fuera. Y quizás ese era exactamente el caso; que, a estas alturas de la investigación, sentía que necesitaba dedicarse por completo a ella sin tener que ocuparse de su satisfacción o del desarrollo de Jyn. A menudo ella se sentía justamente así en eventos sociales; le preocupaba saber si él la estaba pasando bien. Pero ahora, todas las semanas de inquietud e indecisión habían quedado atrás, y ahora estaba muy entusiasmada de embarcarse en una aventura. Mientras la levitación magnética se detenía cerca del hangar designado, le dio un apretón cariñoso a la mano de Jyn.

—Esto va a ser muy divertido.

Jyn asintió.

—¿Nos va a extrañar papá?

—Claro que sí. ¿Crees que se acuerde de comer?

—Mac-Vee lo hará comer.

Su droide niñera y ama de llaves.

—Tienes razón, Mac-Vee no lo dejará saltarse ni una sola comida.

Llevaban mochilas y vestimenta práctica, aunque Jyn había insistido de último minuto en llevar un casco que la hacía parecer piloto de destructor estelar. Su equipaje había sido entregado con anticipación y estaba ahora a la merced de los droides responsables de mover todo de la terminal hacia el hangar privado.

Mientras se apresuraban por la plataforma de concreto hacia el edificio hemisférico, Nari Sable apareció vestida con una túnica sin mangas ceñida con un cinturón, con botas de agujetas y con la apariencia de quien acaba de llegar del Borde Exterior. Al ver a Lyra, apretó el paso y sonrió ampliamente; cuando llegó hasta ellas, jaló a Lyra para abrazarla fuerte y la besó en ambas mejillas.

—Ha pasado demasiado tiempo —dijo en su oído.

—Lo sé. Debemos prometer que no dejaremos que suceda de nuevo.

Aún sonriendo, Nari se apartó del abrazo para observar a Lyra, pasando las yemas de los dedos por la cara de su vieja amiga. Lyra notó las delgadas líneas alrededor de los ojos de Nari, resultado de pasar demasiado tiempo en la severa luz estelar, toques prematuros de gris en su cabello, arrugas formándose en las comisuras de su boca. Era delgada, pero aún musculosa, y sus ojos verdes brillaban con la vitalidad de alguien con la mitad de su edad. Entonces, Nari posó la mirada sobre Jyn y dio otro paso hacia atrás, tapándose la boca con sorpresa.

—¡Es tu gemela! Excepto por el casco.

—¿Quieres ver lo que hay en mi mochila? —preguntó Jyn, quitándosela.

Nari puso una rodilla en el suelo, frente a ella.

—Claro que quiero, pero esperemos a abordar la nave, ¿okey?

—Traje macrobinoculares, también.

—¿Ah, sí? Eso es genial, cariño, porque los vamos a necesitar. En cuanto estemos a bordo, quiero verlo todo.

—Okey —trinó Jyn.

Nari se puso de pie y señaló el hangar.

—Vengan a ver nuestro transporte. —Rodeó los hombros de Lyra mientras caminaban.

Se habían hecho íntimas amigas desde la infancia, aunque Nari había sido el doble de atlética que ella. Era corredora, gimnasta, una aventurera a la antigua. Como Lyra, tenía un historial de relaciones en serie; pero, al contrario de ella, había cumplido sus decisiones, tomadas en la adolescencia, de nunca casarse ni tener hijos. Lyra la consideraba el tipo de mujer que ella habría sido de haber tomado el otro sendero en la bifurcación. Poniendo a un lado las diferencias entre sus caminos, habían compartido muchas aventuras de exploración, investigación y cartografía. Nari había sido su dama de honor en la boda sencilla que había incluido a Reeva Demesne como invitada. Alderaan se había hecho su hogar durante la guerra, pero, de nuevo con la exploración a toda marcha, había tenido trabajo estable desde entonces, e incluso tenía acceso a una nave de la compañía de investigación. Lyra había tenido suerte de encontrarla entre trabajos, y ni más ni menos que en Coruscant.

El interior del hangar estaba lo suficientemente iluminado como para que Lyra pudiera ver bien la nave. Era un carguero compacto con forma de rombo, popa lanzada ancha y una cabina montada dorsalmente. Necesitaba hojalatería y pintura, pero parecía funcional.

—Todo nuestro equipo ya está a bordo —decía Nari—. Incluso nos proporcionaron un droide de grabación.

Lyra asintió, evasiva.

—Un poco tosca, pero nos las hemos visto peores.

—Ni lo digas. Está bien cuidada y se ve mucho mejor por dentro. El piloto es encantador. Es dresseliano.

La revelación no necesariamente la paró en seco, pero la combinación de dresseliano y piloto la hizo parpadear.

No fue sino hasta que lo vio bajar de la rampa que entendió por qué.

—Bienvenida a bordo, Lyra —dijo—. No sé si te acuerdes de mí, pero…

Lyra lo miraba boquiabierta, sin siquiera disimular.

—Claro que me acuerdo de ti.

Nari frunció el ceño.

—¿Ustedes dos ya se conocen? —Pensó por un momento—. Supongo que tiene sentido…

—No es lo que piensas.

—¿No es lo que pienso? —Alzó las cejas—. ¿Debería darles un poco de privacidad?

—No, tienes que escuchar esto —dijo Lyra, con más fuerza de lo que quería. Volteó hacia el dresseliano—. Lo siento, no recuerdo tu nombre.

—Has Obitt.

Ella asintió.

—Obviamente sigues teniendo una conexión con Orson Krennic, Has.

—En realidad, no…, o al menos no hasta hace unas semanas. He estado solo casi todo el tiempo desde… hace mucho. Trabajo independiente, ya sabes. El comandante me contactó para ver si tenía tiempo de llevarte a Alpinn y dije que sí.

Lyra permaneció dudosa.

—¿Trabajo independiente con qué, exactamente?

—Mercancía. Provisiones. Fruta meiloorun.

—Entonces no eres un espía.

Nari miraba a uno y luego a otro.

—¿Alguno de ustedes quiere contarme de qué me he perdido?

Lyra la miró.

—Has fue el piloto que nos sacó a Galen, a Jyn y a mí de Vallt durante la guerra.

Nari asintió, comprendiendo.

—Donde los arrestaron.

—Sí. Pero Has y Orson fueron a rescatarnos, ¿no es cierto?

Has asintió.

—Yo sólo era el piloto, Lyra.

—Y sigues siendo sólo un piloto.

—El Comandante Krennic no quiere que la exploración parezca una misión imperial, ni nada que ver con las milicias del imperio.

—Que parezca… Necesito oír de tu boca que esto no es una misión imperial.

—No es nada parecido —dijo Has—. Por eso estamos usando mi nave y no estamos viajando con una escolta de stormtroopers. Así podemos evitar convertirnos en blanco de insurgentes… de cualquier especie. —Miró a Jyn—. Tu hija se ha vuelto una niña hermosa.

Lyra se relajó un poco.

—Gracias, Has.

Has se agachó para hablar con Jyn.

—Eras sólo un bebé cuando nos conocimos. Me alegra volver a verte.

Jyn no intentó ocultar su inspección de sus rasgos no-humanos, particularmente el profundo surco en su cráneo.

—¿Quieres ver lo que hay en mi mochila?

Lyra resopló.

—Quizá me sienta mejor cuando todos hayamos desempacado.