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CARDINALIDAD
UNA FÁBRICA SEPARATISTA DE DROIDES, fundada por el mandamás del Sindicato de Tecnología, Wat Tambor, se había convertido en una estación secreta de investigación imperial. Menos de cien kilómetros al este había un estrecho tan salado que un humano podría haber caminado sobre el agua, pero aquí, más de sesenta metros por debajo del nivel medio del mar en Hypori, la intrusión de magma en un vasto lago de depósitos de sal había pintado ese mundo de amarillo y naranja fosforescente. Afloramientos sulfurosos, fumarolas subaéreas de lava y estanques lechosos de ácidos corrosivos verdes adornaban el infernal paisaje hidrotérmico. Las paredes negras y escarpadas del cráter de una antigua explosión lo rodeaban todo. El casco de un crucero estrellado clase Acclamator permanecía de pie como un triste monumento a la batalla en la que un grupo de Caballeros Jedi había sido emboscado. Krennic, quien había estado al tanto de mucha información de inteligencia durante la última década estándar, se preguntaba por qué la fábrica de armamento Baktoid no había sido reducida a escombros mucho antes del fin de las Guerras de los Clones, o cómo Mas Amedda o el Emperador se habían enterado de su existencia desde entonces. Sin embargo, todos los días se censuraba información. De cualquier manera, el equipo de ingeniería de Krennic estaba en Hypori; al ser absorbidos por el proyecto Energía Celestial, el objetivo de su trabajo había pasado de la generación de escudos al diseño y producción de armas.
También en Hypori se habían ensamblado los láseres prototipo para los disparos de prueba, para lo cual Krennic les había pedido a los especialistas que diseñaran un arma cincuenta veces más grande que las que habían disparado sobre el agujero negro binario conocido como los Héroes Gemelos. La petición los había dejado atónitos, pero todos se habían puesto manos a la obra y ahora estaban reunidos para presentar sus descubrimientos en un edificio que estaba lejos de la fábrica de droides, desde donde se veían los estanques pútridos.
La sala no era muy distinta al anfiteatro en Coruscant donde la Célula de Consejo Estratégico se había reunido para planear la estación móvil de combate, excepto porque no había un estrado elevado donde Krennic pudiera pontificar como lo había hecho Mas Amedda en esos años de guerra, imponente y despótico. Un holoproyector ocupaba el centro de la cámara y todos estaban de pie alrededor de él. Todos excepto Krennic, quien había aprendido de los mejores (del gran visir y del Emperador) que, cuando uno se encontraba entre subordinados o personas de menor rango, lo mejor era sentarse. Incluso Tarkin lo sabía. Si se encontraba a bordo de una nave de su comando, a Tarkin le gustaba permanecer de pie, pero en cualquier otro lugar se sentaba. Entonces, vestido de modo adecuado para su nuevo rango de comandante, con una túnica y capa blancas (el atuendo que usaría en su próxima visita a la corte del Emperador), Krennic estaba sentado mientras un investigador tras otro hacía su intervención sobre el proyecto propuesto. Krennic aún tenía que oír sobre los nuevos descubrimientos de Galen acerca del kyber, además de transmitirle el alivio de que sus cálculos habían sido comprobados, y de pedirle detalles adicionales sobre la energía generada por los cristales facetados. De todas formas, Krennic había decidido que el equipo de ingeniería tenía suficientes datos para avanzar sin la ayuda directa de Galen.
Tenía una pierna cruzada sobre la otra y las yemas de los dedos unidas formando una pirámide mientras el primer especialista hablaba de presupuesto; el siguiente habló de las limitaciones de tiempo para completar el proyecto; y el tercero analizó minuciosamente los materiales que necesitarían para producir inductores de energía y bobinas de enfoque lo suficientemente grandes. Otro analizó los requisitos para fabricar amortiguadores de flujo y enfatizó la importancia de duplicar el radio de celdas electroquímicas que habían incluido en los prototipos.
Los pensamientos de Krennic se fueron a otra parte.
Qué lejos había llegado desde esas juntas iniciales, de sentarse en los asientos baratos a estar cerca del escenario, ¡estaba a cargo! Todo lo que había anticipado sucedería. Ahora que Galen estaba contribuyendo sin querer al disparo de prueba, no había manera de saber cuán lejos podría llegar una vez que el superláser de la estación de combate estuviera ensamblado. Definitivamente se convertiría en un elemento esencial de la corte del Emperador, al mando de un arma que le daría vacaciones hasta a Darth Vader y que llenaría de envidia a Tarkin para siempre.
Contralmirante Krennic.
Estaba escrito.
Permaneció sentado y casi no dijo nada durante la exposición, hasta que Reeva Demesne tomó su lugar frente al holoproyector para mostrar un desglose del arma láser en sí, y para concluir su resumen con la petición de hacer una pregunta no relacionada con el tema.
—Adelante —dijo Krennic, inclinándose hacia delante con interés.
—¿Kuat Drive Yards o Ingeniería Coreliana tienen alguna nave nueva en construcción? ¿Algo para reemplazar al destructor estelar?
—Eso está muy lejos de nuestro tema, doctora. ¿Por qué pregunta?
La mirialana miró a sus colegas en busca de apoyo emocional; todos menos Sahali y algunos otros asintieron para animarla.
—Es evidente para todos nosotros que un superláser del estilo del que estamos exponiendo haría parecer pequeña a cualquier nave actual, incluyendo al acorazado dreadnought más grande. Para un arma cincuenta veces más grande que nuestro prototipo, tan sólo el eje colimador tendría que tener unos ocho mil metros de longitud. —Se rio por los nervios y la incredulidad—. Y eso sin contar los disipadores o los capacitadores; ni siquiera el armazón de amplificación del cristal.
Krennic se encogió de hombros.
—Estamos especulando, después de todo. Pero sí. Piensen que es una nave capital nueva y mejorada.
La cara tatuada de Demesne mostró preocupación mientras su mente intentaba imaginar una nave así.
—Luego está el tema del cristal en sí.
—¿Qué hay con él?
—Tendría que ser enorme, casi un edificio pequeño.
Krennic fingió indiferencia.
—El tamaño no importa tanto como la manera en que se corta y faceta el cristal.
—¿Eso es idea del Doctor Erso, comandante?
Krennic guardó silencio.
—Esto es su investigación, ¿no es verdad? —continuó Demesne. Volvió a buscar el apoyo de sus colegas—. Nadie más podría ser el responsable de esto.
Krennic se enderezó en su silla.
—Bueno, ahora sí estamos locamente lejos del tema, ¿no? Doctora Demesne, le convendría recordar que nosotros, el equipo de ingeniería entero, somos sólo un eslabón de una cadena muy, muy larga. Puede pensar en el Doctor Erso como un eslabón adyacente, pero él es simplemente un teórico. Por supuesto que los rumbos separados de nuestra investigación y desarrollo se cruzan ocasionalmente, pero él no es parte de esta evaluación.
Demesne comenzó a hablar; luego hizo una pausa y volvió a empezar.
—Eso me lleva a mi última pregunta.
—¿Pregunta o inquietud, doctora?
—Un poco de ambas, pero tiene que ver con el tema, creo. —Hizo aparecer un esquema del arma propuesta en el holoproyector—. Debido a las limitaciones de estas instalaciones, estamos muy poco equipados para construir algo remotamente de este tamaño. ¿Vamos a continuar aquí o nos van a transferir a algún lugar adecuado para ejecutar el trabajo?
—En realidad, vamos a moverlos a todos —dijo Krennic, abruptamente jovial—. No tengo libertad para revelar el destino todavía, pero creo que será una sorpresa para todos ustedes. Considérenlo su merecida recompensa, digamos, por el maravilloso trabajo que han hecho aquí.
Los ingenieros intercambiaron miradas. Algunos estaban emocionados; otros, claramente aprensivos.
—En nombre de todos, lo esperamos con ansias —dijo el jefe del grupo de ingeniería—. No puede ser menos acogedor que Hypori.
Krennic sonrió.
—El placer de una persona puede ser el disgusto de otra. Tendrán que decidirlo ustedes mismos.
Se puso de pie para indicar el fin de la reunión.
—El Mayor Weng llegará pronto para hablarles de la siguiente fase y del programa de las próximas semanas. Si son tan amables, esperen aquí en lo que llega desde el edificio administrativo.
Fuera de la sala esperaban dos de sus guardias personales, quienes lo siguieron mientras se apresuraba por el corredor.
—Su nave lo espera —dijo el más bajo de los dos cuando se selló tras ellos la puerta de la sala de juntas—. ¿Quiere que lo acompañemos a subir por el pozo, comandante?
Krennic hizo un gesto de despido.
—Yo continúo.
—¿Y los demás, señor? —preguntó el stormtrooper, señalando con la cabeza hacia la sala de juntas.
—Asegúrese de que sean reubicados de manera permanente —contestó Krennic sin dejar de caminar.
¿Cómo hacía la gente para convencerse de actuar contra su naturaleza, de hacer algo completamente distinto de quienes imaginaban ser? ¿Cómo racionalizaban las mentiras, la traición? ¿Recurriendo a la ética situacional o creyendo que protegían del dolor a algún ser amado? ¿Abriéndole a alguien los ojos frente a lo que no se ve o no se reconoce? Si ella intentara explicarle sus acciones a Jyn, ¿dónde empezaría? ¿Dónde tenía que buscar para encontrar las palabras que hicieran sus acciones parecer sensatas, si no es que honestas?
Necesitaba eliminar a Galen de la ecuación, borrarlo como lo había visto a él borrar cálculos con un movimiento de la mano. Lo que ella estaba haciendo lo hacía por su propio bien, aunque también por el de él y el de Jyn. Pero la necesidad de saber, la necesidad de llegar al fondo de sus inquietudes era sólo suya y ella sería la única responsable de sus acciones.
Había pasado de desconfiar de Orson a temerle; de soportarlo a posiblemente odiarlo. Pudo haber logrado alejarla de los asuntos de Galen con tan sólo expresar preocupación por el trabajo de Galen, pero la amenaza implícita hacia ella y Jyn lo había derrumbado todo. Ahora estaba parada sobre sus patas traseras, en posición de combate.
Intentó correr para tranquilizarse por más de una hora; quería sudar hasta que la preocupación saliera de su cuerpo, vuelta tras vuelta alrededor de los terrenos de las instalaciones a oscuras, pero no sirvió de nada. Cada vuelta sólo reafirmaba su decisión de actuar. Durante semanas había estado andando de puntillas cerca de Galen, esperando que notara su comportamiento y la confrontara. En lugar de eso, él también se había distanciado; quizá pensaba que estaba enojada con él por no haberle dicho antes de la visita a Malpaz. O que estaba decepcionada, o simplemente aburrida. Desde su regreso del Borde Exterior, los meses con Nari y Has, él parecía más ausente y preocupado que nunca, anteponiendo su trabajo a su matrimonio, incluso a pasar tiempo con Jyn.
No tenía remedio; no estaba diseñada para guardarse nada, para ser complaciente ni sumisa con nadie, mucho menos con alguien como Orson Krennic.
Resuelta a saber la verdad, interrumpió la vuelta y trotó hacia las instalaciones, gradualmente reduciendo la velocidad hasta una caminata rápida, jadeando, sudando copiosamente, con las manos sobre sus doloridas costillas. El edificio estaba silencioso, excepto por el zumbido ubicuo, casi sobrenatural que siempre tenía, como su propia respiración rítmica. Jyn por fin se había dormido; Galen no estaba ahí. Nadie sospecharía al verla dirigiéndose a la suite de comunicación; lo había hecho una costumbre, parte de su rutina. Para quien lo viera, no sería nada más que correspondencia personal. Algunos de los comentarios de Orson la habían hecho preguntarse si ella y Galen estaban bajo vigilancia o si su comlink personal estaba intervenido. De cualquier manera, no le importaba. Orson dibujó la línea sobre la arena, pero ella sería quien la cruzara primero.
Aun así, esperaba que sus sospechas resultaran ser falsas, que sus inquietudes fueran exageradas. Es más, esperaba que su necesidad de un clima dramático y de cambios sísmicos no causara una catástrofe natural. Si eso sucedía, la vergüenza caería sobre ella por permitir que las dudas la cegaran.
En la consola, inició sesión y accedió a la base de datos de instalaciones relacionadas con el proyecto Energía Celestial. La lista contenía miles de nombres, así que le pidió al sistema que encontrara Hypori, el cual se abrió en la pantalla junto con su conexión de comlink. Cuando intentó conectarse con las instalaciones, no hubo respuesta, ni siquiera tono de ocupado. Un mensaje con voz digital le dijo que la conexión ya no estaba activa ni viable. ¿Habían cerrado las instalaciones? ¿Primero Malpaz, ahora Hypori? ¿Habían reubicado a Reeva? Había prometido avisar si eso pasaba, pero Lyra no había oído ni una palabra. Le ordenó a la base de datos que encontrara a Reeva.
Falló.
Reeva ya no estaba en el sistema.
Con el corazón aporreándole el pecho, recordó las inquietudes de Reeva acerca del paradero de Dagio Belcoze. Ahora Lyra se preguntaba sobre el paradero de Reeva. ¿Ambos habían abandonado el programa?
¿O los habían quitado, bajo advertencia de terminar cualquier contacto con empleados de Energía Celestial?
Se recargó en la silla giratoria, aterrada hasta los huesos, repasando todo por última vez. Luego, buscó su comlink personal e hizo una llamada. No le gustaba arrastrar a Nari al asunto, pero las dos estaban hechas de lo mismo y Nari la entendería.
Cuando su holoimagen a escala apareció sobre el link, Nari sonrió.
—Hola, justo estaba pensando en ti.
Nari preguntó por Galen, por Jyn, incluso si Lyra había tenido más comunicación con Has Obitt.
Obligándose a hablar lo más calmadamente posible, Lyra respondió sucintamente y fue directo al grano.
—Surgió algo y necesito tu ayuda. ¿Todavía tienes acceso a la nave de investigación de la compañía?
—Estoy a bordo justo ahora —dijo Nari—, ¿esto tiene algo que ver con nuestra misión de exploración?
No le había contado a Nari de la conversación con Galen o de su viaje secreto con Krennic, mucho menos acerca de la amenaza de Krennic.
—Indirectamente. ¿Podrías arreglar saltos a Hypori y Malpaz?
Nari frunció el ceño.
—Posiblemente, pero primero vas a tener que decirme dónde está Hypori. Nunca he oído hablar de él.
Lyra se inclinó sobre el tablero de la consola.
—Estoy enviando las coordenadas ahora.
Nari dirigió la mirada hacia algo fuera de la cámara; luego pasó un momento tratando de entender lo que había recibido.
—Guau. Nunca he estado ni cerca de ese sector.
—¿Crees que podrías lograrlo? —preguntó Lyra.
—Podría ser complicado. Hay múltiples consultores de viaje para esos hiperplanos. Tendría que pensar en una excusa ingeniosa. —Hizo una pausa, luego dijo—: No puedo decir con seguridad cuándo podré hacerlo suceder.
—Siento tener que pedirlo.
—No lo sientas, pero ¿puedo preguntar por qué necesitas ver esos mundos? ¿Los han apropiado como a Samovar y Wadi Raffa?
—Quizá sea mejor si no te lo explico.
Nari asintió, seria.
—Entonces tomaré las precauciones necesarias.