21
SUBGRUPOS
EL WANTON WELLSPRING TENÍA UN PEQUEÑO cuarto trasero reservado para fiestas privadas y para guardar sustancias ilegales cuando había redadas de las autoridades. En el pasado, la policía local les advertía de las redadas a los dueños, pero, desde que habían puesto a esos stormtroopers cerca, eso ya no era posible. Alrededor de la mesa principal estaban sentados Has y más de una docena de contrabandistas, pícaros y canallas. A algunos como Yalli, Mollo Dug, Dajo Koda y un twi’lek llamado Xosad Hozem los conocía desde mucho antes de la guerra. Otros, sobrevivientes de la guerra en mundos tan lejanos como Onderon, habían venido a este sórdido bar a poner su cuartel no oficial.
El holoproyector del cuarto trasero tenía diez años y normalmente se utilizaba para pasar holos de entretenimiento, pero Has lo estaba usando para mostrar un mapa aéreo del sistema estelar de Salient, una región autónoma en el límite de lo que llamaban Sector Corporativo. Estaba a tres saltos de Rajtiri y era el destino del momento para entregar armamento y material prohibido.
—Tres mundos en la zona habitable de una estrella enana roja —explicaba Has—. La luna del planeta exterior, Epiphany, pertenece a Industrias Zerpen. Aquí está nuestra estación de destino. —La señaló en el holo—. Salient tiene una estación de vigilancia a orillas del sistema, pero nuestros empleadores tienen agentes que trabajan allá y nos van a pasar por el punto de revisión sin dificultades…
—¿Qué nos garantiza que así sea? —interrumpió una voz profunda.
Has no tenía que voltear para reconocer la voz de Saw Guerrera, un hombre alto e imponente de Onderon.
—Así ha sido siempre —contestó Has.
—Y nos va a encantar saberlo, seguramente, cuando asalten nuestros cascos e incendien nuestras colas. —Saw era una figura popular en el Wanton Wellspring; casi siempre tenía una opinión y se ponía en medio de encendidas discusiones de política galáctica—. Necesitamos un plan de contingencia.
Todas las miradas se posaron en Has.
—Supongo que tienes razón… Por seguridad —dijo.
Saw negó con la cabeza y se levantó de su silla.
—Tengo razón porque mientras casi todos ustedes han pasado sus carreras evitando confrontaciones, yo he volado directo hacia ellas. No estoy diciendo que tus habilidades no vayan a ser útiles, pero si nos vamos a embarcar en una misión en equipo, lo último que necesitamos es adversidad.
Has observó a Saw mientras caminaba entre el grupo, acentuando sus palabras con gestos y ademanes imponentes. Su cabello era abundante y negro, pero tenía un mechón de color que lo hacía lucir audaz. No gritaba, pero la fuerza de su personalidad hacía que lo pareciera.
—Muy bien, entonces, pensaremos en un plan de respaldo —dijo Has, al fin.
—Eso me toca a mí —dijo Saw.
Has miró alrededor para ver si había alguna objeción.
—Bueno, ahora que eso está solucionado…
Saw lanzó una carcajada al techo con las manos en la cintura.
—No está solucionado ni tantito, Has —dijo—. Está en el aire; sigue «precipitándose». —Se quedó callado un instante, luego dijo—: ¿Qué vamos a llevar?
—La mayoría de nuestras naves irán abastecidas de municiones y misiles, aunque algunos de ustedes, los que tienen cargueros, van a acarrear armamento. —Antes de que Saw pudiera volver a interrumpir, Has agregó—: Saw va a conducir a ese grupo.
El carismático onderoniano le concedió una sonrisa genuina y se sentó.
Has se sorprendió de saber que el proyecto había reanudado operaciones tan pronto; esta vez lo había oído directamente de Krennic, quien, Has estaba seguro, había supervisado las misiones de apropiación desde el principio. Krennic no lo admitió ni antes ni después de la excursión con Lyra Erso, su hija y su amiga, Nari, aunque Has no le preguntó. Durante una sesión informativa en Coruscant, Krennic se había enfocado en Lyra y en si había hablado con su esposo acerca de su investigación o no. Tenía los reportes que Lyra había transmitido desde Alpinn, pero le interesaba más saber sobre sus conversaciones en el campo de los arqueólogos y a bordo de la nave de Has. Esto dejó atónito a Has, pero hizo lo que pudo para no revelar ningún detalle importante. Hasta donde sabía, los meses en Alpinn habían sido parte del proceso de negarle a Lyra un acceso de seguridad para el proyecto de investigación imperial de su esposo.
Has no mencionó la desviación a Samovar y a Wadi Raffa. Tomó precauciones para que no escanearan su nave y había eliminado los rastros de viajes secundarios de la computadora. Pero quedaba la posibilidad de que identificaran la firma de la nave en uno u otro sistema, y tarde o temprano se sabría de sus omisiones. De cualquier manera, no era como si hubieran roto ninguna ley. Especialmente en el espacio Wadi, los grupos ambientalistas eran muy comunes, por lo que Krennic podría estar dispuesto a aceptar el interés de Lyra y Nari en averiguar qué pasaba allá.
Has esperaba que la sesión significara el anticipado fin de su relación, pero Krennic se había acercado a Has para informarlo sobre Salient.
—Nuestro punto de inserción en la luna de Epiphany está en algún punto de esta región. —Circuló un área de la luna con el dedo—. Vamos a entrar con la luz de las estrellas en la espalda y Epiphany en el otro extremo. —Agrandó la imagen y resaltó una zona en la parte iluminada—. El aterrizaje es aquí, en los cuarteles generales de Industrias Zerpen. Sus navicomputadoras recibirán las coordenadas de salto cuando la carga esté completa y salgamos del sitio de despegue. Cuando hayamos pasado el cuello de botella, vamos a tener que mantenernos muy bien agrupados. Naves imperiales nos van a perseguir cuando nos vean, así que tenemos que coordinar los tiempos y ser muy precisos.
Krennic pensaba que esa misión era lo mejor que le podía pasar a Has: «Gracias, Has, por ayudar al Imperio a tomar algunos mundos con riqueza de recursos y por espiar a Lyra Erso. Después de esta escapada, puedes retirarte, con toda la comodidad posible, de tus muchos años en servicio como idiota útil. Y siéntete libre de invitar a tus amigos y aliados; hay mucha ganancia involucrada».
—Entonces, la misión es aterrizar con la carga, esperar a los imperiales y luego hacernos a un lado mientras acusan a Zerpen de comprar armas robadas —dijo Saw.
—Básicamente —dijo Has.
Saw entornó los ojos y asintió de modo conspiratorio.
La zona de aterrizaje podría haber tenido escrita la palabra «traición» en medio.
Galen estaba sentado frente al servidor especializado de las instalaciones, el cual estaba vinculado con el eje de comunicaciones de Krennic en algún lugar del Borde Exterior. Su dedo índice dudaba cerca de la tecla «TRANSMITIR», que sellaría su trato con el Emperador y definiría su transición. Una cosa era desangrar cristales kyber hasta sacarles todo su poder; ahora también podrían hacerlo responsable de las consecuencias.
Hizo la silla para atrás, se puso de pie y se alejó de la consola.
De nuevo.
Como si el dilema moral no fuera suficiente, seguía sintiéndose mal por haberle escondido la verdadera naturaleza de su investigación a Lyra. Había revelado sólo lo suficiente para que dejara de preguntar, pero no sabía mentir; no tenía práctica en ese arte. No le gustaban los juegos; él decía lo que pensaba. Siempre intentaba simplificar sus pensamientos; mentir generaba complicaciones. Decía lo que sentía. Otros tenían derecho a ofenderse, pero nadie podía acusarlo de mentir. Y ahora había participado en una falsedad que podría amenazar su relación con la familia que intentaba mantener y proteger.
Había aceptado. A partir de entonces sería corrupto.
Maldijo, se ordenó a sí mismo recobrar la razón y llevó su silla de vuelta hacia la consola.
¿Cómo podía alguien trabajar a merced de conflictos morales y emocionales?
Una vez que el equipo de Krennic lograra contener la producción de energía, su parte del proyecto estaría completa y podría hablar libremente con Lyra. A pesar de todo lo que le había prometido a Krennic, su deber principal siempre sería protegerlas a ella y a Jyn, y darles el futuro pacífico que merecían. Todo lo que había hecho era para ellas.
Se lo había estado repitiendo como un eslogan las últimas semanas, cada vez que la culpa lo distraía de su trabajo y las implicaciones de su investigación se amontonaban como fantasmas hambrientos. De no haber sido por ellos, podría haber llegado antes a su descubrimiento. En vez de eso, pasaba la mitad del tiempo preguntándose si había estado siguiendo ideas falsas o hipótesis incorrectas.
No había encontrado más que miles de maneras en que sus aproximaciones teóricas podían fallar.
Y entonces, un momento de descubrimiento puro.
Por mucho tiempo había sospechado que los cristales más grandes tenían que facetarse con ciertos grados de inclinación, no sólo para eliminar oclusiones y vacuidades, sino también para minimizar la difracción resultante al introducirle energía con un láser. Con el facetado adecuado, la energía liberada por un cristal podría amplificarse en gran medida y, con ayuda de dispositivos contenedores, se podría colimar toda esa energía en un haz de increíble poder. Era la hipótesis, al menos. También sería posible incrementar el rendimiento de energía forzando los átomos a realinearse, lo cual obligaría al cristal a cambiar sus propiedades. Los comentaristas jedi hablaban a menudo de aspectos de la Fuerza que podían ser de luz o de oscuridad, de día o de noche. Realinear las redes cristalinas de acuerdo a un eje oscuro o nocturno permitiría controlar mejor la tendencia casi deliberada a difractar. La tecnología había hecho posible que los cristales lo obedecieran, que entregaran su asombroso potencial sin destruir todo alrededor.
Se podía extraer toda esa energía con un sifón, contenerla y ponerla en uso como energía enriquecida. Sin contención, la misma energía podía causar un acontecimiento catastrófico.
Él y su equipo habían hecho estudios preliminares basados en sus cálculos. Por motivos de espacio y de seguridad, no pudieron construir un prototipo de contención en las instalaciones, así que el equipo de Orson tuvo que ensamblar un dispositivo basado en sus esquemas, para ver si los resultados correspondían con las predicciones de Galen.
El escrutinio del funcionamiento interno del cristal se había hecho parte de su conciencia en todo momento. ¿Era posible comparar las permutaciones en la red cristalina con los cambios emocionales que siente un ser pensante? ¿Serían capaces los seres pensantes de forzar materia inorgánica a palpitar de acuerdo a sus caprichos y antojos?
¿Existían las mentiras piadosas?
El Imperio mentía a sus ciudadanos al ocultar información sobre los mundos que estaba despojando. ¿O estaban simplemente salvaguardando una verdad incómoda? ¿Acaso su mentira equivalía a lo primero, a sacrificar a unos para salvar a incontables otros? Y, al final, ¿podrían unas instalaciones basadas en kyber hacer realidad el sueño del Emperador de tener energía renovable, de una vez por todas? ¿Qué mundo elegiría como ejemplo?
El único problema de todo esto era la información que había encontrado sobre la extracción de recursos en los mundos que Lyra visitó al regresar de su viaje a Alpinn. Al contrario de lo que Galen esperaba encontrar, no había nada ordinario acerca de los materiales que existían en abundancia en Samovar y Wadi Raffa. Aunque a veces eran utilizados en proyectos de construcción; el doonium y la dolovita servían principalmente para aislar el núcleo de inmensos reactores de hipermateria y para disipar el calor en el eje colimador de armas superláser.
Galen sacó la preocupación de su mente y miró la tecla de «TRANSMITIR» en la consola.
¿Lyra comprendería? ¿O lo acusaría no sólo de haber abandonado toda prudencia y criterio científico para cumplir el reto, sino también de haberlas arrastrado a ella y a Jyn con él? ¿Cuál sería entonces su legado?
Lyra no lo vería como mentira piadosa; sería traición.
El transbordador de Tarkin cruzó el cielo despejado de la luna de Epiphany como ave rapaz. Siguió a su escuadra de stormtroopers por la rampa y, al bajar de la nave, se encontró de frente con un representante de Industrias Zerpen, acompañado de cientos de elementos de seguridad acomodados en una formación tan apretada como se esperaría de un batallón imperial. Lo superaban en número, pero la Executrix estaba diez mil metros arriba; además, en el cuartel general de la nave había un grupo complementario de tripulación y soldados.
—Bienvenido a Epiphany, Moff Tarkin —dijo el representante de Zerpen, dando un paso al frente. Era un casihumano esbelto y lampiño; llevaba puesto un uniforme ajustado color púrpura, con el logo de la compañía—. ¿A qué debe Zerpen el honor de recibir a un emisario del Imperio?
Tarkin no estaba para andarse con rodeos.
—Puede considerarlo un honor, pero sospecho que cambiará de opinión muy pronto.
—Entonces vamos a obviar el protocolo oficial.
—¿Para qué perder tiempo? —dijo Tarkin—. Estamos buscando a un grupo de insurgentes que pasaron por su barrera y aparentemente recibieron asilo aquí.
—Sí, eso fue lo que dijo cuando su destructor estelar entró a nuestra órbita. Pero, de hecho, sólo permitimos el aterrizaje de su transbordador como cortesía. Antes del suyo, no habíamos recibido naves extranjeras en nuestra luna. No sabemos nada de este grupo de insurgentes que busca.
—Le sugiero ahorrarse las evasivas, tal como yo me ahorro la cordialidad —dijo Tarkin—. ¿Cree que vendríamos sin pruebas? Tenemos datos de rastreo. Sabemos exactamente cuándo y dónde entraron los insurgentes.
La cara del representante se hizo más larga de lo que ya era.
—Sus datos deben ser incorrectos, Moff Tarkin. —Señaló el campo de aterrizaje y los hangares y edificios alrededor—. Como puede ver, las únicas naves que hay aquí pertenecen a Zerpen. Lo invito a revisar los hangares si quiere, pero no va a hallar lo que busca. Además, espero que me crea cuando le digo que los mundos autónomos de Salient jamás autorizarían la entrada de enemigos del Emperador Palpatine.
—Al menos no desde el fin de la guerra —dijo Tarkin.
—Ah, pero la guerra es otra historia, Moff Tarkin. Con la República y la Confederación peleando por la supremacía, nuestro sistema se convirtió en un santuario para todos los que quisieran mantenerse al margen de la lucha.
—Excepto que Zerpen no tuvo inconveniente en construir y distribuir armas a todo el que las pidiera, como usureros buscando oportunidades por todas partes.
—Nosotros preferimos pensar que somos simples empresarios —dijo el casihumano, inclinando la cabeza hacia un lado.
Tarkin generalmente sabía cómo sacarles sus secretos a las personas, pero podía ver que no llegaría a ninguna parte con el representante de Zerpen. Ni siquiera porque tenían un destructor estelar encima.
—¿Puedo sugerirle otra explicación, Moff Tarkin?
—Puede intentar.
—El Imperio está utilizando a estos supuestos insurgentes como pretexto para algún asunto secreto —dijo con una sonrisa calculadora.
Tarkin por poco le sonríe de manera similar. Parecían tener las mismas habilidades. Estaba a punto de responder, cuando su asistente apareció con un comlink en la mano.
—Urgente desde la Executrix, señor.
Tarkin se alejó del representante y encendió la transmisión.
—Señor, los objetivos han sido identificados y localizados. Parece que, en lugar de aterrizar, dieron una vuelta a la órbita de la luna y ahora se están adentrando en el sistema a toda velocidad.
Tarkin hizo una pausa para digerirlo.
—Continúen rastreándolos, pero no disparen. Voy de regreso a la nave. —Sin una palabra más, dio media vuelta y subió marchando la rampa del transbordador, seguido por su ayudante y el contingente de stormtroopers.
El transbordador extendió las alas y empezó a subir antes de que Tarkin se hubiera puesto bien el arnés. Estaba claro que Zerpen había descifrado la trampa; tal vez por eso les habían negado el permiso de aterrizaje a los contrabandistas. Pero, entonces, ¿por qué los papanatas de Krennic iban a Salient II en lugar de salir del sistema? También era posible que hubieran matado a los contrabandistas y vendido sus naves. De un modo u otro, no simpatizaba en absoluto con los contrabandistas. Serían tratados como insurgentes para perjudicar a Zerpen más fácilmente. Pero si Salient se había atrevido a vender las armas en lugar de entregarlas…
—Señor, nuestros escáneres indican que escoltas del punto de control de Salient se dirigen a Epiphany —reportó el técnico de comunicaciones del transbordador—. Las naves son rápidas y están fuertemente armadas.
—Alerten a la Executrix, que vaya a las estaciones de combate y se reubique para protegernos mientras nos acoplamos. Si alguna de las escoltas se nos acerca demasiado, el comandante tiene mi permiso para destruirlas.
Apenas terminó de hablar, el técnico siguió:
—La Executrix está recibiendo una transmisión del Comando Estratégico de Salient II.
Tarkin se desabrochó el arnés y se acercó al tablero de comunicaciones.
—Haga que la Executrix redirija el comm hacia aquí.
Tuvo que esperar sólo un instante para que apareciera una cara entre humanoide y aviar en el holo.
—¿Con quién tengo el gusto? —preguntó el oficial de Salient con voz suave.
Tarkin se presentó.
—Moff Tarkin, se le ha denegado el permiso de permanecer en este sistema. No intente mover la nave hacia el sol.
—Estamos persiguiendo a enemigos del Imperio, general. Yo decidiré a dónde puedo ir y a dónde no.
—Tenemos a las naves rebeldes en nuestros escáneres, Moff Tarkin, y le pedimos que nos deje lidiar con ellas —dijo el hiitiano—. A diferencia del Imperio, Salient todavía tiene un sistema judicial que funciona.
—Temo que eso no será suficiente, general. Arréstenlos y ya veremos qué hacer después.
—Usted está violando la soberanía de un sistema estelar autónomo. Salga de Salient o aténgase a las consecuencias.
Tarkin silenció la transmisión y volteó hacia el técnico del sistema de valoraciones.
—¿Dónde están nuestras presas?
—Aún se dirigen a Salient II, señor.
—Informe a la Executrix que espero un informe completo de las defensas de este sistema en cuanto llegue.
—Sí, señor.
—¿Tenemos hipercomm?
—Sí, señor, aunque Zerpen está intentando generar interferencia.
—Entonces contacte al grupo de batalla en Telos mientras aún se puede y dígale a la Almirante Utu que envíe los refuerzos que pueda a Salient lo más pronto posible.
—¿Algo más, señor?
Tarkin asintió.
—Pida a la Executrix que se prepare para dar un microsalto hacia Salient II en cuanto nos hayamos acoplado.
En Salient II, el oficial hiitiano que había hablado con Tarkin le dio la bienvenida a Has Obitt y a su variado grupo de contrabandistas y mercenarios.
—Los imperiales se negaron a retirarse, Capitán Obitt, tal como usted lo predijo. Exigen que los arrestemos a todos ustedes y que los entreguemos a ellos.
—Esa sería la peor idea… —comenzó a decir Has.
—Sí, lo sería —interrumpió Saw—, porque somos los aliados que Salient necesita ahora. Además, no gana nada con arrestarnos, más que atrasar lo inevitable. El Imperio tiene a Industrias Zerpen y al resto de este sistema en la mira.
—Estamos al tanto, Capitán Gerrera —dijo el hiitiano, escrutándolo—. Por eso Zerpen no hizo estallar sus naves en cuanto entraron, aunque algunos miembros del gobierno querían que lo hiciéramos.
Has lo aceptó.
—Si el Imperio no puede utilizarnos para demostrar que aquí están albergando insurgentes, encontrarán otra manera de subyugarlos.
—¿Entonces por qué no simplemente nos invaden?
Saw forzó un suspiro.
—El Emperador no es tonto. Está esperando a ver si alguno de los sistemas del Sector Corporativo les ayuda. Quizá no quiere que se note que está instigando otro conflicto tan pronto después del anterior.
El hiitiano asintió para mostrar que estaba de acuerdo.
—Ya corrimos la voz; estamos esperando que lleguen refuerzos desde muy lejos.
—Si tienen la oportunidad de luchar, háganlo —dijo Saw—. Eso hicimos en mi planeta natal cuando los separatistas tomaron el control.
—¿Ganaron ustedes? —El humanoide lo miró.
—Al final —dijo Saw—, pero tuvimos que pagar el precio… Un precio terrible.
Has y el hiitiano intercambiaron miradas. Era la primera vez que Has veía al comandante de Salient, pero se habían comunicado por holo poco después de que Krennic seleccionó a Salient como el próximo objetivo del Imperio.
Mucho antes de la guerra, el sistema estelar se había convertido en el cuartel general de corporaciones desagradables, evasores de impuestos, piratas y comerciantes de armas. Muchas de las especies que se habían unido a los separatistas colonizaron el sistema, por lo que se había convertido en un lugar de incidentes y escaramuzas durante la era de la República, y las confrontaciones sólo empeoraron en el periodo previo a la guerra. Tomando en cuenta la actitud del Imperio hacia los sistemas autónomos, era de sorprenderse que Salient continuara siendo independiente tanto tiempo; si el Imperio decidiera absorberlo, ganaría no sólo Industrias Zerpen, sino también un sistema lleno de conglomerados reprobables, leales sólo a sí mismos. Además, Salient se convertiría en escenario de incursiones más profundas en el interior de un sector del Borde Exterior que poco a poco se estaba fusionando para formar una entidad.
Has había considerado rechazar la oferta de Krennic, pero hacerlo lo ponía en riesgo de sufrir un accidente industrial como el que había eliminado a Matese, o habría tenido que huir y pasar el resto de sus días mirando sobre su hombro. En lugar de eso, había optado por hacer como que seguía el juego, cuando en realidad había estado informando a los líderes de Salient de los planes del Imperio.
—Sigo sin entender su parte en esto —les dijo el general hiitiano, mirando sobre todo a Has—. Usted mismo dijo que, incluso sin excusa alguna, el Imperio encontrará la forma de justificar sus acciones aquí. Entonces, ¿por qué no se van tan lejos como lo permita su propulsor?
Has no estaba listo para confesar haber sido el idiota útil de Orson Krennic ni para hablar del efecto que habían tenido en él Lyra, Nari y Jyn. A partir de Alpinn, había estado pensando en todo lo que lo había llevado a un momento de la vida en que le daba cuentas a gente como Krennic. Ahora, lo único que deseaba era una oportunidad para hacer las cosas bien.
—¿Qué clase de esperanza queda para personas autónomas como yo, si el Imperio está decidido a derrotar a todos los sistemas independientes? —dijo. Mirando hacia Saw, Molo y Yalli, agregó—: Todos nosotros vamos a terminar como empleados, prisioneros imperiales o muertos.
—Esa es la actitud, Has. —Saw le dio una fuerte palmada en la espalda—. Pero eso no es todo. Para el Imperio no somos más que grumos de lodo en sus botas. Incluso Salient no es más que un ataque de prueba en medio de un esfuerzo por subyugar a la galaxia entera. Y ahí es donde nos toca actuar, aun si es sólo para ponerlos un poco nerviosos: debemos rebelarnos ante la injusticia.
Has lo escuchó. Tal como Lyra Erso, Saw era otro ejemplo notorio de lo que podría haber sido. Pero, ciertamente, los aliados y los socios a menudo llegaban cuando menos lo esperaba.
—Estoy de acuerdo con el Capitán Gerrera —dijo.
El general hiitiano les dio una mirada abatida.
—Una cosa sí les digo: Salient juró proteger sus recursos para que no se conviertan en provisiones de guerra del Imperio. Preferimos ver nuestros mundos convertidos en ceniza que engullidos por imperialistas.
—Esos escenarios no son mutuamente excluyentes. —Saw lo miró con tristeza.
—Nos defenderemos hasta que ya no podamos más —asintió el hiitiano.
—¿Aun si es una batalla que no puedes ganar? —preguntó Has.
—Aun así.
—Otra opción sería darle al Imperio lo que quiere.
—No es una opción —dijo Saw con fuerza.
—¿Ocupación? —concordó el hiitiano—. Capitán Obitt, evidentemente usted ha visitado mundos que han elegido ese camino, ¿cómo es la vida por allá?
—Prefiero luchar. —Has sonrió en solidaridad. Volvió a mirar a Saw y a sus colegas contrabandistas—. Por eso estamos aquí.
El humanoide flexionó su espalda emplumada.
—Lo que no logremos proteger, capitán, quedará en ruinas.
El destructor estelar que Krennic había decomisado para uso del Grupo de Armas Especiales salió del hiperespacio lejos de cualquier carril espacial o punto de salto conocido. Ninguna boya de navegación notó su llegada; no había paradas de HoloNet que les permitieran comunicarse fácilmente con Coruscant o Geonosis, o cualquier otro mundo.
Justo en medio de una peligrosa extensión del espacio profundo, dos estrellas colapsadas intentaban devorarse; sus discos de acreción parecían formar una máscara, con hoyos negros para los ojos. El espacio normal, torcido por lentes gravitacionales, se arremolinaba y hacía parecer que los campos de estrellas cercanos rotaban, como si fuerzas invisibles jalaran sus bordes.
Desde el puente de mando del destructor estelar, Krennic, el Profesor Sahali, Reeva Demesne y otros diez miembros del equipo observaban en silencio la danza de la oscuridad, con sus explosiones de supernovas y sus espirales de energía.
Mas Amedda quería hacer la prueba con el arma experimental más cerca del Núcleo; es decir, más cerca de casa, pero Krennic no quería arriesgarse a repetir lo que había pasado en Malpaz. Incluso si el despliegue de láseres gemelos con sistema de asistencia por cristal kyber estaba perfectamente ensamblado y calibrado, un paso en falso y la nave caería con ellos dentro.
—El Emperador no desea esto —dijo Krennic señalando los láseres a través del mirador—. Usted recuerda al antiguo Palpatine: resistió todos los intentos del Senado de crear un ejército, mucho menos querría hacerles la guerra a los separatistas. Ahora, todo ha cambiado. Aquellos en los que confía para buscar consejo y apoyo han propuesto una revolución militar, así que nos toca a nosotros dirigir el ataque. —Krennic se apartó del mirador—. Si miras la historia de cualquier especie con raciocinio, lo único que encuentras es violencia y masacre. Está pintado en los techos de cuevas y grabado en las paredes de templos. Caven un hoyo lo suficientemente profundo en cualquier mundo y encontrarán los huesos de adultos y niños, rotos con armas primitivas. Todos nosotros peleábamos desde mucho antes de criar ganado y cuidar granjas.
Levantó una mano para evitar cualquier objeción y continuó.
—Todos ustedes están excesivamente bien educados; puede que empiecen a recitar listas de especies y sociedades donde eso no sucede. Mi respuesta es que ellos no son seres o sistemas que deban preocuparnos. El resto, sí. La violencia es parte de casi todos nosotros, no podemos resistir el impulso, sobre todo cuando se involucra un ejército de stormtroopers o una flota de destructores estelares. Por eso nos hemos embarcado en un camino nuevo, hacia una solución distinta. Tenemos la oportunidad de forjar una paz que perdure más tiempo de lo que la República llegó a existir.
—Paz a través del miedo —dijo Reeva.
—Sí —dijo Krennic, y ahí se detuvo.
Por derecho, Sahali era quien tenía que hacer la cuenta regresiva, pero el científico le cedió al privilegio a Krennic, ya que al fin había logrado reclutar a Galen Erso.
Mientras Krennic contaba hacia atrás, todos dejaron de mirar los hoyos negros para ver las pantallas de los monitores; las computadoras mostrarían lo que sus ojos y sus sensores ópticos no podían percibir. En un lugar lejano, otras computadoras y monitores medirían la energía liberada y compararían los resultados con los cálculos de Galen.
Cuando Krennic llegó a «uno», Sahali ordenó la ignición simultánea.
El modelo digital mostró los rayos gemelos colimados alejándose del destructor estelar. Luego, atrapados por la gravedad, los haces de luz se unieron en uno solo, cambiaron de vector y aceleraron más allá de la velocidad de la luz, para desaparecer entre remolinos de acreción en la máscara.
Krennic miraba el monitor, asombrado, deseando poder mostrarle los resultados a Galen sin causarle un infarto, o sin hacerlo huir a los confines más alejados de la galaxia.
Su legado, o en todo caso su contribución al arma más terrible jamás diseñada, era un hecho.