18.PACTOS
LA paciencia no era una de las virtudes de Tánatos. De hecho, difícilmente podría encontrarse una virtud en un ser de sus características, en el que rezumaba una insaciable ambición acompañada de una maldad desbordante. Precisamente porque carecía de paciencia, los nervios y la tensión le corroían por dentro mientras aguardaba una respuesta de los trolls de las cavernas.
Había transcurrido ya más de un mes desde que se había reunido con ellos y seguía esperando la contestación definitiva. ¡Menos mal que le habían asegurado que darían una respuesta en breve! En numerosas ocasiones había tenido la tentación de irrumpir en el concilio para exigirles una resolución inmediata pero, afortunadamente para él, se contuvo. Sabía que los trolls de las cavernas eran criaturas sumamente lentas en lo que a tomar decisiones se refería. Sus cerebros eran muy limitados, así como su capacidad de raciocinio. Por eso, no era conveniente ningún tipo de presión. Si se sentían amenazados o mínimamente coaccionados, se negarían a llevar a cabo cualquier tipo de colaboración. Y seguía esperando.
No obstante, consciente de que las ciclópeas criaturas tardarían lo suyo en decidirse, Tánatos había aprovechado su relativa proximidad al Reino de los Trentis para acercarse hasta allí. Los traviesos duendecillos de los bosques, recubiertos de ramas y musgo, debían realizar una labor esencial en su asalto a la Flor de la Armonía. Por fortuna, los trentis eran criaturas fácilmente manipulables y mucho más impulsivas a la hora de tomar una decisión. Ya lo habían demostrado el año anterior cuando, a cambio del don de la inmunidad al agua, accedieron a plantar las setas que devolvieron la vida a las momias.
La línea de su discurso no difirió mucho de la seguida con los trolls de las cavernas. Tánatos le expuso a Haduk, rey de los trentis, que próximamente se establecería un nuevo orden en el mundo elemental. El equilibrio daría paso al caos y él gobernaría en ese nuevo desorden. Precisaba de una pequeña ayuda del pueblo trenti, que sería generosamente recompensado una vez se pusiese en marcha el plan que tenía pensado.
—¿Y si no sale todo como esperáis? —preguntó temeroso Haduk, inclinando la cabeza pese a ser rey.
—¿Acaso dudas de la fortaleza de mi plan? —escupió Tánatos, mirando con desprecio a la pequeña criatura.
—En absoluto —mintió el rey trenti, que recordaba el fracaso de las momias—. Simplemente… El pueblo trenti no puede olvidar el escarmiento recibido por parte de Cloris Pleseck por haber… colaborado con vos.
—Oh, esos elementales siempre se entrometen —le espetó Tánatos, sonriendo con malicia—. Mi querido amigo, estarás conmigo en que ha llegado el momento de dar un golpe definitivo a tanta hipocresía. Hablan de libertad, pero no te permiten hacer lo que quieres… Insisto en que, a cambio de un minúsculo favor, ganaríais mucho con el nuevo orden. ¿Te da un trato preferencial Cloris Pleseck? ¿Acaso se interesa por vuestro devenir? No, amigo mío, no. Ella sólo viene a castigaros. No tiene más interés en vosotros que el de teneros castigados. Estar de mi lado aportaría cuantiosos beneficios a los trentis…
Haduk dejó transcurrir unos segundos antes de formular la pregunta clave de una manera sutil y directa.
—¿Qué es lo que ganaríamos?
—En primer lugar, mi protección. Una vez quede establecido el nuevo régimen, yo estaré al mando de todos… los elementos. Sí, ¿para qué dividir los poderes cuando pueden centralizarse en una sola persona? Por supuesto, no permitiría que nadie osara reprender al pueblo trenti por sus actos —dijo Tánatos frotándose sus blancos y alargados dedos—. Además, ampliaría vuestros territorios, así como vuestra libertad. Hablo de la verdadera libertad.
Aquellas promesas no sonaron mal del todo al rey Haduk. En especial lo de ver ampliadas las fronteras de su reino.
—¿Qué tendremos que hacer a cambio? —preguntó entonces.
—Bien, bien, veo que nos vamos entendiendo —apuntó Tánatos antes de exponer qué papel tendrían los trentis en su ambicioso plan.
El acuerdo con los trentis, al igual que en la ocasión anterior, se alcanzó muy rápidamente. De eso hacía ya casi una semana y seguía aguardando con impaciencia la respuesta de los trolls de las cavernas. Así como la ayuda de los trentis era interesante, pero prescindible, la colaboración de los trolls se le antojaba fundamental para lograr hacerse con la Flor de la Armonía. Tan pronto se decidiesen, deberían ponerse en marcha.
Un ruido en las proximidades de la caverna en la que se refugiaba delató una presencia. Alguien se acercaba. ¿Acaso sería un emisario de los trolls de las cavernas para comunicarle que ya estaban en disposición de contestar a su propuesta? Los pasos eran demasiado ligeros para ser de una criatura voluminosa. ¿Sería Odrik? Hacía tiempo que el gnomo no le traía noticia alguna. Ese era otro al que iba a tener que apretarle un poco las tuercas… No obstante, más bien parecía el caminar de un elemental o de un ser de un tamaño similar. La sombra recortada a la entrada de la gruta confirmó sus sospechas.
—Señor… —saludó en un temeroso susurro el recién llegado. No debía de hacerle mucha gracia encontrarse allí, en aquellas condiciones.
—Adelante —respondió Tánatos con voz firme, invisible desde las profundidades de la caverna.
Con unos dubitativos pasos, el recién llegado se adentró en la caverna. La oscuridad comenzó a envolverle de tal manera que se detuvo en seco. De pronto, una luz cegadora iluminó la gruta y cegó los ojos amarillentos del temeroso mensajero. Sus escamas rojizas brillaban al contacto de la luz que irradiaba la bola de fuego generada por Tánatos. Ligeramente restablecido, apenas prestó atención a la maravillosa estructura calcárea que lo envolvía, pues no estaba disfrutando de la visita precisamente. Un sudor frío le recorrió la parte posterior del cuello cuando atisbo a aquel a quien debía transmitir el mensaje.
—Un aspirete… —murmuró Tánatos—. ¿A qué se debe tu presencia aquí? Se supone que deberíais estar preparándoos para el gran asalto. ¿Traes alguna novedad de la que deba estar al tanto?
—Señor… —repitió, ya a menos de tres metros del poderoso ifrit—. Los aspiretes se preparan para el ataque tal como ordenasteis. Los preparativos siguen su curso sin novedad alguna.
—Entonces, ¿puedo saber qué haces aquí? —inquirió con voz sibilina. Detestaba que viniesen a hacerle peticiones absurdas o le hiciesen perder el tiempo de mala manera. Aunque tiempo, en aquellos instantes y muy a su pesar, le sobraba a espuertas.
El aspirete tragó la espesa saliva que se acumulaba en su boca.
—Señor… Traigo malas noticias.
Tánatos frunció el ceño y gruñó.
—Vamos, suéltalo.
—Al parecer, la nereida Mariana ha sido capturada por los elementales —reveló la criatura del fuego. Los ojos de Tánatos, como dos carboncillos, se encendieron por la ira.
—Explícate —demandó, tratando de controlar su creciente mal humor. Aquello no estaba previsto en el guión. ¿Cómo había podido suceder una cosa así? Mariana no era imprescindible en el plan final, pero era vital para tener controlado a Elliot Tomclyde. ¿Qué había pasado?
—Desconocemos los detalles exactos —reconoció el aspirete—. No obstante, parece ser que la nereida fue hallada firmemente atada en esa casona de Hiddenwood… La que había estado vigilando durante el pasado verano.
—¿La mansión de los Lamphard? —preguntó Tánatos sin llegar a ocultar su sorpresa.
—Esa misma, señor —asintió el aspirete.
—¿Y qué demonios estaba haciendo Mariana en aquella casa? Se suponía que debía mantener bajo estrecha vigilancia al muchacho. A no ser que… ¿Estaba Elliot Tomclyde allí? —preguntó Tánatos inmediatamente después.
Avergonzado, el aspirete meneó la cabeza.
—Cuando llegaron a la casa por la mañana, únicamente estaba ella. Se la llevaron al Claustro Magno de Hiddenwood y de ahí a Nucleum, a una celda de máxima seguridad.
—¡Ya sé adonde se la han llevado! ¿Te crees que soy idiota? ¡Conozco muy bien las leyes elementales! —gritó el ifrit, haciendo que las estalactitas temblasen con el solo eco de su voz—. ¿Sabes lo que significa todo esto?
La negación del aspirete fue tan fugaz que pareció un escalofrío.
—Si Mariana se hallaba en la mansión de los Lamphard es porque Elliot Tomclyde también estaba allí —dijo, arrastrando las palabras como si estuviesen cargadas por un pesado lastre—. ¡Quiero saber qué hacía allí y qué está tramando ese niño! Debes hacer todo cuanto esté en tus manos por averiguarlo cuanto antes. No voy a permitir que ese mocoso se vuelva a entrometer ni un ápice en mi camino, ¿me has oído?
—Sí… sí, señor —titubeó el mensajero.
—Porque como el asqueroso niño Tomclyde interfiera lo más mínimo en mi plan… ¡Te haré responsable de ello!
Con aquellas palabras, Tánatos apagó la bola de fuego que iluminaba la caverna y dio por concluida la conversación. Mientras oía cómo el aspirete abandonaba la estancia, una sacudida de nerviosismo invadió su interior. ¿Qué estaría buscando el niño en la mansión de los Lamphard? ¿Acaso había algo que se le escapaba? ¿Podía estar relacionado con la Flor de la Armonía? ¿Sabría Elliot algo que él desconociese? Lo dudaba mucho… ¿Tendría algo que ver con el espejo? ¿Sería posible que…? No, desde luego que no… ¡Qué podía ser! Si había algo que odiaba en verdad era la incertidumbre.
Pocas horas debieron transcurrir para que el estado de ánimo de Tánatos cambiase a mejor. El estremecimiento del suelo le advirtió que algo o alguien de gran tamaño se aproximaba a su refugio, probablemente un troll de las cavernas. Su trastabillada voz penetró en la gruta, avisándole de que el concilio había concluido.
La sangre —o lo que fuera que fluyese por el interior del ifrit— alcanzó el máximo punto de ebullición. Había llegado al fin el momento de la verdad. Si los trolls de las cavernas aceptaban su oferta, la marcha en pos de la Flor de la Armonía daría comienzo de inmediato. Si, por el contrario, la rehusaban… Prefería no pensar en aquella opción. Pobres de ellos…
Pese a la diferencia de envergadura, Tánatos no tuvo problema alguno para seguir los pasos del enorme y atontado troll que habían enviado a buscarle. Anduvieron poco más de una hora por los retorcidos precipicios que se abrían a través de la quebrada principal. Las ansias que tenía el ifrit por conocer la decisión final de esos gigantes descerebrados casi le hacían caminar más aprisa que su propio guía.
—Ya llegar —anunció el troll.
«Como si no lo supiese, estúpido», pensó Tánatos, que se conocía el camino al dedillo.
Al arribar, vio a la inmensa agrupación de moles al fondo de la cañada aunque, como era de esperar, fue el jefe del clan quien le recibió. Se saludaron de lejos, pues no tenía mucho sentido que se estrechasen las manos. Aún no.
—Me alegra saber que habéis llegado a una conclusión —comentó Tánatos en tono despreocupado, pero yendo al grano. No le interesaba perder un segundo más de su valioso tiempo.
—Sí… Nosotros hemos decidido…
—¿Y bien?
—Nosotros ayudaremos.
A Tánatos se le iluminó la cara. Sin duda, aquello endulzaba las amargas noticias recibidas acerca de Mariana.
—Pero…
¿Pero? Al ifrit no le gustaban los peros. ¿Qué más querían a cambio esos indeseables trolls?
—Dime —dijo, tratando de aparentar buen humor.
—Nosotros querer armaduras de hierro forjado mágico para luchar… y luego quedárnoslas —pidió el jefe de los trolls, haciendo un impresionante esfuerzo por trenzar una frase que llevaba horas practicando.
—¿Armaduras de hierro forjado? —preguntó boquiabierto Tánatos. Esperaba algo más complejo: poder, riquezas, sabiduría… Pero si sólo era eso…
—No ilusiones. Armaduras de verdad.
El ifrit soltó una carcajada.
—¡Por supuesto que contaréis con cotas de malla y armas de la mejor calidad para el combate! —exclamó a viva voz—. ¡Eso no podía faltar entre mis vasallos!
El jefe de los trolls de las cavernas sonrió, mostrando dos amarillentos incisivos llenos de sarro. El hecho de haberle sacado un equipo completo de combate al poderoso hechicero le hacía sumamente feliz. Entonces, se dio la vuelta y, dirigiéndose a los suyos, gritó:
—¡Guerra!
Tánatos hubo de aguardar largos e interminables minutos hasta que fue capaz de retomar la conversación con el jefe del clan que, rebosante de alegría, se había ido a brindar con los suyos en unos enormes cuernos que bien podrían haber sido de muflón. Era mejor no pensar en eso.
—Es preciso partir cuanto antes —le avisó el ifrit, tratando de contener tanto entusiasmo—. Supongo que, como grandes soldados que sois, os hará ilusión iniciar este viaje con vuestro nuevo y reluciente uniforme. De manera que…
Alzó los brazos al cielo y su ceniciento rostro pareció ensombrecerse. Las nubes cubrieron el firmamento convocando una noche prematura. Tánatos pronunció un largo cántico del que apenas pudieron desentrañarse unas palabras («… de la fuerza de la tierra y de sus propias entrañas saldrá este hierro forjado…»). El resto se perdió al estallar un trueno en la lejanía que dejó mudos a los presentes. Contemplaban atónitos el extrañísimo espectáculo, cuando un rayo cayó fulminantemente sobre las faldas de la montaña en la que se encontraban. Sobresaltados, los trolls se alejaron unos metros de la entrada, que no había sido dañada por el fulgor.
—Adelante —invitó Tánatos, haciendo los honores al jefe del clan—. Dentro os aguardan vuestras armaduras, así como abundante armamento. Podéis disponer de cuanto gustéis.
Un par de horas después, en lo más profundo de la quebrada, se alzaban medio centenar de trolls pertrechados con unas ligeras cotas de malla tan relucientes que parecían de plata bruñida. Además, cada uno disponía de un casco, así como de numerosas espadas, hachas y mazos, dependiendo del gusto y las habilidades de cada cual. Puestos a elegir, ninguno desaprovechó la oportunidad de hacerse con dos armas diferentes.
Pese al equipo de combate que portaban, a ninguno se le antojaba demasiado pesado, aun teniendo en cuenta la cantidad de kilómetros que les aguardaban hasta su destino final. A pesar de todo, aunque los trolls de las cavernas caminarían a buen ritmo, era imposible que hiciesen todo el trayecto a pie.
Si todo marchaba conforme a lo previsto, los aspiretes no tardarían en tener preparados los vehículos que los desplazarían hasta la cordillera del Himalaya por aire. Una vez allí, trolls, trentis, aspiretes y un numeroso grupo de mercenarios, guiados todos ellos por Tánatos, tratarían de hacerse con la Flor de la Armonía y cambiar los designios del mundo elemental de una vez por todas.