6.PRIMER FIN DE SEMANA

LA primera lección del jueves trajo a Elliot ingratos recuerdos. Aunque le gustaba la disciplina, cada vez que se topaba con una clase de Astronomía, su cuerpo sufría una sacudida de escalofríos. No podía olvidar cómo había repasado la bóveda celeste junto a Gemma dos años atrás, en el Calixto III, antes de que su tripulación desapareciese misteriosamente en alta mar. También le venía a la cabeza cómo el año anterior Sheila había hecho novillos en la última clase de Astronomía antes de Navidad, para entregarle a las momias en aquella pirámide subterránea. Por mucho que Sheila quisiera recuperar a su padre… le había traicionado. ¡Y no caben las traiciones entre amigos!

En cualquier caso, durante la clase, su mente estuvo en otro sitio bien distinto. Oía hablar de constelaciones y nebulosas, de planetas y polvo estelar, pero le daba igual. Sabía que el primer fin de semana estaba a la vuelta de la esquina y, por el momento, el pronóstico de Eloise se iba cumpliendo.

Los profesores estaban siendo bastante benévolos y los aprendices no tenían muchos deberes. Si todo seguía así, el sábado podría visitarla en Bubbleville.

Por este motivo, al día siguiente Elliot se levantó de muy buen humor. Bajó a desayunar junto a Coreen Puckett, como venía haciendo desde el primer día, y devoró sus gachas de avena con ansiedad.

—Haces bien en coger fuerzas —le indicó el joven elemental del Aire, hincando el diente a un cruasán relleno de mermelada de moras silvestres.

—¿Por qué? —preguntó Elliot con la boca llena.

—Porque las vas a necesitar para tu primera clase de Vuelo.

Elliot casi se atragantó con el último bocado. ¡Vuelo! De pronto, se imaginó a sí mismo con su túnica transformada en una impresionante capa y sobrevolando las nubes que rodeaban Windbourgh, como los superhéroes en las series de televisión que veía en Quebec.

—Pero… ¿los elementales vuelan?

—Hay elementales que han conseguido levitar, desde luego —confirmó Coreen—. Sin embargo, en clase ninguno ha llegado a ascender más allá de medio metro. Por si fuera poco, la profesora Wings nos reprochaba que no eran más que simples y vulgares saltos. Además, esta técnica requiere de un gran esfuerzo y consume mucha energía, por lo que no se usa demasiado.

Elliot se rió.

—Además de perfeccionar la levitación —añadió Coreen—, se supone que este año podremos conseguir la titulación de vuelo en alfombra mágica.

Salieron del comedor junto con un grupo de alumnos de cuarto en dirección al patio central del castillo. Soplaba una ligera brisa y sobre sus cabezas lucía un cielo completamente despejado; condiciones inmejorables para la práctica del vuelo. En el centro del patio, puntual como siempre, aguardaba Lucilda Wings. Cuando Elliot la vio con aquellas estrambóticas gafas, el rostro serio y el pelo recogido en una extraña redecilla, le recordó a Iceheart. No tardó en comprobar que su carácter era bien distinto.

—Sed bienvenidos a vuestro último curso en Windbourgh —saludó la maestra—. Espero que practicaseis la levitación durante el curso de intercambio, porque este año habrá que compaginarlo con otros tipos de vuelo.

—¡Alfombras mágicas! —gritaron los más impetuosos. Wings sonrió, pero añadió:

—Efectivamente. Sin embargo, sólo podrán acceder a las alfombras aquellos que superen los dos metros de altura levitando.

—¡Dos metros! —protestó un muchacho detrás de Elliot y Coreen—. ¿Y si no llegamos a esa altura?

—En ese caso, tendréis que conformaros con las escobas voladoras —sentenció la maestra.

—¡Escobas! —replicó el muchacho visiblemente decepcionado—. Pero si las mejores no alcanzan ni la mitad de velocidad que una alfombra apolillada…

—Pues ya sabéis qué tenéis que hacer —replicó con un guiño.

La profesora colocó en una larga hilera a todos los aprendices, aunque dejó en un lugar más apartado a Elliot y a los pocos alumnos de intercambio que había. Como ella dijo, no era justo que se les midiese por el mismo rasero al no ser elementales del Aire.

Mientras Coreen y sus compañeros comenzaron a practicar la levitación, Lucilda Wings les dio las primeras directrices a los recién iniciados: no era necesario practicar ningún hechizo, sino tener un fuerte dominio de uno mismo, a la vez que concentración, mucha concentración.

—No debéis olvidar que tenéis que superar las leyes gravitacionales, y eso supone un gran esfuerzo.

Esfuerzo sí debía de suponer, porque al cuarto de hora Elliot vio los rostros congestionados de un par de muchachos que no lograban despegar sus cuerpos del suelo ni saltando. Otros, en cambio, sí parecían haber practicado la levitación, pues al rato habían superado esos dos metros exigidos por la maestra para poder aprender el vuelo sobre alfombra mágica. Él, por su parte, siguió intentándolo sin descanso durante toda la mañana.

La clase estaba ya a punto de terminar cuando notó que sus pies se despegaban del suelo. Fue una sensación extrañísima, pues sentía su cuerpo tan liviano como una pluma. Cuando abrió los ojos, se encontró a casi tres metros del suelo. Uno de los aprendices de Blazeditch se había quedado con la boca abierta, y la maestra Wings saltaba tratando de cogerle por el tobillo pensando que iba a volar tan descontroladamente como un globo.

—¡Ha sido increíble, Elliot! —lo felicitó Coreen cuando ya se dirigían al comedor a la hora del almuerzo—. Lo has conseguido mucho más rápido que cualquiera de nosotros. ¿Cómo lo has hecho?

—Concentración —dijo entre risas—. Todo ha sido concentración.

—Lo mejor de todo es que vas a poder aprender a volar sobre una alfombra mágica. ¡Va a ser fantástico!

Sin duda, había sido toda una sorpresa conseguir levitar y, de paso, que le permitiesen comenzar a volar en alfombra. Elliot había tenido la oportunidad de verlas durante su intercambio en Blazeditch, y había quedado fascinado por los diversos modelos que se exponían en los mercados. Tan asombrado como cuando regresó por la tarde a su habitación y se encontró un sobre lacrado en el escritorio.

Al ver que era de Eric, lo abrió y se puso a leer inmediatamente.

Querido Elliot: Se te echa de menos por Hiddenwood aunque, me imagino, lo estarás pasando estupendamente y aprendiendo un montón de cosas en Windbourgh. Las ciudades del Aire son asombrosas, como pude comprobar en Ciudad Céfiro, donde he estado veraneando. Supongo que la capital tiene que ser mil veces mejor que una simple ciudad de los Andes. Debo confesarte que me dio mucha rabia no haber estado en Hiddenwood la noche en la que Gifu y tú… ya sabes, lo de la mansión de los Lamphard. Resulta bastante extraño que alguien pueda vivir en un edificio con un jardín tan descuidado. He tenido la oportunidad de pasarme por delante y, la verdad, no he visto nada anormal. ¿Llegaste a descubrir algo más? Hablando de cosas sospechosas… Ha ocurrido algo bastante extraño en la escuela. Esta misma mañana, a primera hora, el servicio de limpieza del colegio ha encontrado a Héctor encerrado y amordazado en un cuarto trastero de la planta baja. ¡Nuestro amigo Héctor! Se hallaba en un estado bastante lamentable, famélico y, al parecer, deliraba. La gente opina que le han echado un conjuro de aturdimiento o algo por el estilo porque, según dice él, lleva prisionero desde la cena de inicio del curso. Pero lo cierto es que ha estado en todas y en cada una de las clases. Y, encima, ha participado activamente. ¡Increíble! A mí no me extrañaría que una de las gemelas Pherald anduviese detrás de todo esto. Es típico de ellas… Sea como sea, todo esto es muy extraño. ¿Qué opinas tú? Me dio recuerdos para ti y de la noche a la mañana apareció encerrado. Es como si… Déjalo, paranoias mías. Si me entero de algo más, ya te informaré. No dejes de escribirme para contarme cualquier novedad de la casa de Goryn… ¡si es que en Windbourgh consigues averiguar algo! Hasta pronto,Eric Elliot frunció el ceño al terminar de leer la carta. ¿Qué había querido decir Eric con eso de «Es como si…»? Sin duda, lo que había contado sobre Héctor resultaba, cuando menos, inquietante. Héctor era un muchacho sencillo que no solía destacar en las clases. ¿Qué insinuaba Eric con que «ha participado activamente»?

Siguió dándole vueltas al tema durante la tarde sin llegar a ninguna conclusión. Incluso se acostó tratando de buscar un sentido a lo que había escrito Eric, pero desistió cuando se le comenzaron a cerrar los ojos. Su consciencia se perdió pensando en que al día siguiente iría a Bubbleville.

Había un gran revuelo en el castillo aquella mañana. Desde primera hora se habían oído los entusiastas gritos de los jóvenes que ansiaban salir del recinto de la escuela y darse una vuelta por la ciudad. Elliot había oído decir a un alumno de primero que se desplazaría hasta allí en nube. No comprendió el significado de sus palabras, pero no le importó. Ya lo averiguaría otro día.

Era consciente de que no podía presentarse en Bubbleville a aquellas horas, porque con el cambio horario allí debía de ser aún de noche. Tuvo tiempo de ver cómo la escuela se vaciaba de estudiantes, se puso a practicar unos hechizos del Aire tal como le había pedido Phipps y almorzó prácticamente a solas en el comedor. Cuando terminó, decidió que sería una buena hora para acercarse a la ciudad submarina. Ahora todo era cuestión de llegar hasta un espejo que pudiese trasladarle a la capital del Agua. Por supuesto, Pinki no se separó de él ni un momento en toda la mañana.

No tardó en llegar hasta el salón del primer día, aquel en el que se desmayó tras su primer contacto con la escuela de Windbourgh. Le sorprendió lo bien que se había adaptado a vivir en el Aire desde entonces. El portón chirrió al abrirse y el eco resonó en la magnífica estancia. Estaba desierta. No era de extrañar, pues todos los aprendices estaría visitando la ciudad. Tampoco necesitaba la autorización de un profesor para utilizar el espejo, pues el Consejo de los Elementales le había facilitado ese privilegio unos meses atrás, de modo que se fue directo hasta el espejo.

Decidió que, para evitar las preguntas innecesarias, lo mejor era presentarse directamente en la escuela del Agua. Pinki también le acompañaría en aquella excursión, y Elliot dudó si debía mantenerlo atado a su hombro para evitar que se volviese a escapar. Sabía que el loro sentía una debilidad especial por la mansión donde residía el alcalde de la ciudad.

Después de aparecer por el espejo cuyo marco parecía tallado con algas resecas, Elliot empleó un encantamiento de ilusión para teñir su túnica de azul, de manera que no llamase en exceso la atención entre los estudiantes que por allí deambulaban. No tardó en percibir el contraste de una localidad emplazada a varios miles de metros de altura, frente a otra situada muy por debajo del nivel del mar. Los oídos se le taponaron y sintió que la vista se le nublaba, pero los efectos duraron muy poco, por lo que enseguida se dirigió hacia el vestíbulo y abandonó el colegio. Su cuerpo comenzaba a acostumbrarse a tan bruscos cambios de ambiente.

Ahora era cuestión de llegar hasta BurbuChoco, una pequeña heladería próxima a la posada La Corriente Subterránea. Sin duda, allí se vendían los mejores helados de chocolate del Reino del Agua. En una de las mesitas exteriores le estaría esperando Eloise, tal como había prometido en su última carta.

Recorrió los túneles submarinos de cristal hasta adentrarse en la inmensa burbuja que protegía la capital acuática. Veinte minutos después, atisbaba el enorme cucurucho que identificaba el local. Justo debajo del cono de helado, de espaldas a su posición, aguardaba una muchacha de cabello oscuro. Pinki fue a decir algo, pero Elliot se apresuró a cerrarle el pico. Quería contemplarla por unos instantes.

Eloise se movía de un lado a otro, mirando nerviosamente al horizonte. Elliot se había quedado embobado y un tremendo picotazo en la mano le borró la sonrisa del rostro.

—¡Maldito pajarraco! —le espetó.

Eloise, que oyó el alboroto a sus espaldas, se dio la vuelta inmediatamente.

—¡Elliot! —exclamó con alegría—. ¡Has venido!

—¡Por supuesto! —respondió éste, mirando de reojo a su mascota. En cuanto regresasen a Windbourgh tendrían unas palabras con él—. Me pareció una gran idea eso de escaparme de Windbourgh para venir a Bubbleville.

—¿Y te han dejado salir así, sin más? —inquirió Eloise, intrigada—. Aunque puedas utilizar los espejos con libertad, pensaba que en la escuela te pondrían algún tipo de impedimento…

—No ha habido castigos, si es a eso a lo que te refieres —contestó Elliot, luciendo una sonrisa y recordando el puñado de sanciones que había acumulado el año anterior—. ¿Te apetece tomar un helado?

Unos minutos después, los dos amigos estaban sentados a una mesa redonda, bajo una decorativa sombrilla de color rojo, tomando sendos helados de chocolate recubiertos con una espumosa montaña de nata. Pinki, que no apartaba la mirada del helado de Elliot, llenaba su estómago con unas pipas de girasol.

—Después del final de curso tan movido que tuvimos, parece que las cosas han vuelto a la normalidad. Al menos en la escuela… —dijo Eloise, antes de introducir en su boca una generosa cucharada de chocolate.

—No estoy muy seguro…

—No te veo muy convencido —dijo dubitativa—. ¿Acaso has vuelto a ver momias?

—Afortunadamente, no —reconoció el muchacho con rotundidad—. Pero Tánatos sigue suelto y estoy seguro de que planea algo.

—No te digo que no, pero hay que aprovechar estos momentos de tranquilidad.

—En eso tienes toda la razón del mundo.

—¿Qué sabes de Eric? —preguntó entonces la joven, cambiando de tema.

—Que ahora está en Hiddenwood. Ayer recibí una carta suya en la que me comentaba que algo raro había sucedido en la escuela.

Acto seguido, Elliot procedió a describirle a Eloise la extraña aparición de Héctor en un cuarto trastero.

—Pues sí que resulta extraño… —comentó Eloise, chupando la cuchara—. La verdad es que en Bubbleville las cosas están bastante más apacibles. No ha pasado nada raro, aunque, eso sí, más de uno está preocupado por qué pasará cuando terminemos el curso.

—¿En serio?

Eloise asintió.

—¿A ti no te preocupa? —preguntó ella, mirándole fijamente.

Elliot hizo una mueca. Sí, naturalmente que sí. Hasta ahora sólo se había tenido que preocupar por estudiar allá donde le indicase el Oráculo. Pero ¿qué sucedería una vez concluyese su aprendizaje? ¿Qué destino le aguardaba? ¿Aparecería también el Oráculo para guiarle sus pasos o tendría que valerse por sí mismo?

—Un poco —confesó el muchacho.

—A mí también me gustaría saber qué voy a hacer —reconoció ella—. Susan está igual, no te creas.

—Supongo que a todos nos asusta dar el gran salto.

—Seguramente.

Unos metros más allá, en el centro de la plaza, acababa de colocarse un vendedor de periódicos. Debía de ser la edición tardía de la mañana. Al instante, el hombrecillo comenzó a cantar a viva voz los principales titulares al tiempo que agitaba con su mano uno de los ejemplares.

Elliot siguió divagando con Eloise sobre lo que harían una vez concluyesen sus estudios de magia. Sin embargo, el joven no pudo dejar de atender a lo que anunciaba el vendedor de prensa. Al parecer, el mundo elemental no estaba tan en calma como Eloise predicaba. Si bien es cierto que ninguna de las noticias hacía referencia a las momias, sí se tenía constancia de un puñado de revueltas en ciudades de menor importancia. En opinión de Elliot, esto era un claro síntoma del clima de inestabilidad que vivía la comunidad elemental.

Justo después de una noticia de escasa relevancia, el pregonero anunció que el que fuera representante del Fuego unos meses atrás, Deyan Drawoc, había sido enviado a la prisión mágica por su deserción. Elliot recordó cómo el orondo e ineficaz director había huido despavorido de la escuela cuando las momias comenzaron su asedio sobre Blazeditch. También se enteró de que un bosque había quedado completamente devastado en el Pirineo aragonés, en España, posiblemente por una feroz batalla entre los espíritus de los árboles y una coalición de dragones y gigantes.

Elliot pensó que se estaba exagerando con respecto a los dragones, pero hubo otra noticia que sí captó su atención. El pregonero anunció que una peligrosa nereida se había fugado de Nucleum. Al parecer, había ocurrido unos meses atrás, pero no se había dado a conocer públicamente para no alarmar a la población.

—¿Has oído eso? —preguntó Elliot de pronto.

—¿El qué?

—Lo de esa nereida que ha escapado de Nucleum…

—Ah, sí. Llevan toda la semana con lo mismo —contestó Eloise, como restándole importancia—. Alguien dio la voz de alarma el pasado lunes y no han parado de cacarearlo en la prensa desde entonces.

—¿Puedes ser más concreta, por favor? —pidió Elliot.

—Claro —dijo ella, esbozando una sonrisa—. Debió de ocurrir entre los meses de mayo y junio, la verdad es que nadie lo sabe con exactitud, en los peores momentos de tensión del mundo mágico. Ya sabes, los ataques de las momias y todo eso.

—¿Y nadie se ha dado cuenta hasta ahora? —preguntó Elliot, atónito.

—Claro que se dieron cuenta, pero prefirieron mantenerlo en secreto —corrigió ella—. Han tratado de buscarla sin levantar sospechas, pero al final todo acaba saliendo a la luz. El caso es que Mariana, así es como se llama, es una criminal muy peligrosa.

—Y, según ha dicho ese vendedor, se trata de una nereida…

—Por eso es tan peligrosa —continuó Eloise, alzando sus cejas—. Porque puede transformarse en cualquier persona… Lo estudiamos en Bubbleville, ¿recuerdas? —le dijo la muchacha, guiñándole un ojo.

La mente de Elliot se puso a funcionar. Las ideas comenzaron a aflorar de tal manera que estuvieron a punto de hacerle salir humo por las orejas. Fue entonces cuando el joven se golpeó la frente con la palma de su mano. ¡Claro! Una nereida tenía la capacidad de cambiar de forma a su antojo…

—¿En qué estás pensando? —inquirió la chica, al ver que Elliot se había quedado mirando las musarañas.

—Son demasiadas coincidencias… —musitó Elliot, sin apartar la mirada de ninguna parte.

—¿Qué quieres decir?

Elliot le contó lo que le había sucedido en la mansión de los Lamphard. Él mismo había vivido poco antes la suplantación de una persona: Goryn. Le contó cómo al principio pensó que era su maestro, pero que se dio cuenta de que algo no iba bien cuando Goryn no le seguía la conversación.

—Y te puedo asegurar que cuando me encontré con él no parecía amnésico —se apresuró a apostillar el muchacho—. Recordaba perfectamente las cosas… salvo lo sucedido en la casa. Pero no lo había olvidado. Sencillamente, no lo había vivido. En cualquier caso —volvió a anticiparse Elliot, al ver que Eloise abría la boca—, Úter está investigando si Goryn tiene algún familiar que se parezca extraordinariamente a él.

—¿Y la hipótesis de una poción?

—Teniendo a una nereida suelta, creo que lo de la poción pasa a un segundo plano —reconoció Elliot, recostándose sobre la silla—. Pero aún hay más…

—Oh, vamos —se adelantó Eloise, adivinando lo que Elliot tenía en mente—. No creerás que Mariana se ha colado en la escuela de Hiddenwood y se ha transformado en ese amigo tuyo… ¿Por qué habría de hacerlo?

Elliot sonrió. Eso mismo estaba pensando. —No tiene ningún sentido —afirmó Eloise—. Ninguno. Puede, y sólo digo que puede, que la nereida penetrase en la mansión esa en busca de algún objeto de valor. Pero entrar en un colegio es algo bien distinto. ¿Ves alguna relación entre los dos sucesos?

—Ninguna —reconoció Elliot—. Pero eso no significa que no existan.

—¡Porque no existen! —repuso la muchacha dejando aflorar sus nervios—. Es igual, Elliot. Las nereidas son criaturas del Agua, y los hechos han tenido lugar en Hiddenwood. Me parece que poco vas a poder hacer desde Windbourgh…

—Supongo que tienes razón —reconoció el muchacho, encogiéndose de hombros. En Windbourgh tenía las manos atadas.

Poco más discutieron después de aquel instante. Antes de marcharse, Elliot compró un ejemplar del periódico. Seguro que a Úter le interesaba aquello, si es que aún no se había enterado. Tan pronto le fuera posible, se lo haría llegar junto con una carta, preguntándole si había averiguado algo de la familia Lamphard. Apostaría lo que fuese a que Goryn no tenía parientes tan parecidos a él…

Cuando encontraron a Héctor, Mariana se hallaba ya muy lejos de la escuela de Hiddenwood. Era imprescindible desaparecer sin dejar huellas, antes de que la gente comenzara a hacer molestas preguntas.

Ahora tenía que llegar hasta Windbourgh. Si era cierto que el joven Tomclyde se encontraba en la escuela del Aire, no tenía más remedio que desplazarse hasta allí. La vía más rápida sería acceder a través de un espejo, pero la cosa no era tan sencilla. Las nereidas no eran elementales propiamente dichos, por lo que su magia no era capaz de abrir una puerta en uno de ellos. Necesitaba de un verdadero hechicero que practicase un conjuro adecuado, así que aquella opción no era viable.

Tampoco tenía acceso desde allí a una alfombra voladora. Ni siquiera a una escoba, aunque el viaje hubiese sido extremadamente lento. De pronto recordó el don que le regaló Tánatos. Sin embargo, la idea de transformarse en una criatura reptiliana con escamas, como un dragón o un aspirete, le produjo escalofríos. Repugnancia era la palabra que mejor describiría sus sentimientos.

En cuanto a utilizar a alguna criatura… Podía desplazarse hasta Windbourgh en pegaso o en grifo. Tardaría muchos días pero, visto lo visto, no le quedaban muchas opciones. Cualquiera de esos animales necesitaría descansar; el pegaso era más veloz, pero el grifo era bastante más resistente. Además, tenía entendido que Tánatos disponía de alguno en las proximidades de Hiddenwood. Sí, tal vez ésa fuera la mejor opción.

Tan pronto llegase a Windbourgh, buscaría alguien en quien transformarse, alguien lo suficientemente cercano al muchacho como para mantenerlo bajo estrecha vigilancia…