1. Retrato joyceano del artista/escritor
El poema se hace, no nace
Se convenció de que el artista ha de trabajar continuamente su arte si quiere expresar cabalmente la idea más sencilla, y de que ha de pagar de antemano por cada momento de inspiración. No estaba totalmente seguro de la verdad del proverbio «El poeta nace, no se hace»[36], pero sí lo estaba, por lo menos, de la verdad de esta frase: «El poema se hace, no nace»[37]. (SH, pp. 32-33).
Entre acordes de música terrenal
El poeta es el centro ardiente de la vida de su época; nadie se relaciona tan intensamente con ella. Solo el poeta es capaz de absorber la vida que lo rodea y expresarla entre acordes de música terrenal. (SH, p. 80).
Penetrar en el corazón de las cosas
Stephen no se entregó al arte con el espíritu de un joven diletante, sino que luchó de veras por penetrar en el corazón de las cosas. (SH, p. 33).
Una evolución continua
—Lo que quiero decir —contestó Stephen— es que entonces no era como soy ahora, como tenía que llegar a ser. (P, p. 185).
El código moral
La falta de un código moral concreto no degrada al poeta, a mi modo de ver. (SH, p. 92).
Acumuladores de la nueva energía
Ciertos poetas tienen el mérito de revelar aspectos de la conciencia humana desconocidos hasta entonces, y también el más dudoso de encarnar las múltiples tendencias antagónicas de su época, de convertirse en acumuladores, por así decir, de la nueva energía. (CW, p. 127).
La importancia decisiva del aislamiento
Nadie puede amar lo verdadero ni lo excelso a menos que aborrezca a las multitudes, como dijo el Nolano[38]. Aunque se sirva de ellas de vez en cuando, el artista procura aislarse: este principio esencial de economía artística es especialmente válido en las épocas de crisis, y hoy en día, cuando, mediante sacrificios desesperados, se ha logrado preservar la forma más elevada de arte, es extraño ver al artista contemporizar con el vulgo. (CW, p. 50).
El favor de las masas
El artista que busca el favor de las masas no puede evitar contagiarse de su tendencia al fetichismo y al autoengaño deliberado; el que se incorpora a un movimiento popular lo hace por su cuenta y riesgo. (CW, p. 51).
Las influencias mezquinas
Mientras uno no se libre de las influencias mezquinas de su entorno —el entusiasmo embriagador y la adulación artera y todo cuanto alimenta la vanidad y las ambiciones ruines—, no puede considerarse un artista ni mucho menos. (CW, p. 52).
La revelación auténtica y continua
Mangan siempre mantuvo su alma de poeta libre de toda mancha. A pesar de escribir en un inglés admirable, se negó a trabajar para revistas inglesas; a pesar de ser el foco espiritual de su tiempo, se negó a rebajarse al nivel de la chusma y a convertirse en el vocero de ningún político. Era uno de esos espíritus excéntricos que creen que la vida artística no ha de ser otra cosa que la auténtica y continua revelación de la vida espiritual; que creen que la vida interior es demasiado valiosa para depender del apoyo popular, y se abstienen así de ofrecer confesiones de fe; que creen, en fin, que el poeta se basta a sí mismo, siendo como es depositario y custodio de un legado secular, y no tiene, por tanto, necesidad de sermonear ni vociferar ni mostrarse meloso. (CW, p. 135).
La tarea esencial
La poesía no tiene apenas en cuenta los ídolos de la gente común, ni la sucesión de las épocas, ni el espíritu de su época, ni la misión de su comunidad. La tarea esencial del poeta es la de librarse de la influencia de los ídolos que lo corrompen totalmente. (CW, p. 135).
El umbral de una revelación
El hombre de genio no se equivoca. Su error es deliberado: el umbral de una revelación. (U, p. 182).
No se pierde ningún momento de exaltación
En esos vastos caminos que nos rodean y en esa dilatada memoria, más extensa y generosa que la nuestra, ninguna vida, ningún momento de exaltación se pierde jamás; y ninguno de los que han escrito con nobleza lo ha hecho en vano, aun cuando los desesperados y los extenuados no hayan oído nunca la suave risa de la sabiduría. (CW, p. 60).
La disposición más estable del espíritu
Nadie desconfiaba tanto como él del fervor de los patriotas. Como artista no sentía sino desprecio por toda obra que no hubiese surgido de la disposición más estable del espíritu. (SH, p. 204).
Una tiranía cruel
El poeta que desata su ira contra los tiranos sería capaz de imponer al futuro una tiranía personal y mucho más cruel. (CW, p. 136).
La mísera palabra escrita
Es evidente para todos, sin embargo, que [Thomas] Hardy dio como poeta, en su relación con el público, un admirable ejemplo de integridad y autoestima que a los demás escritores siempre nos hace falta en cierta medida, sobre todo en una época en que el lector cada vez tiene menos necesidad de la mísera palabra escrita, y el escritor tiende a preocuparse cada vez más por las grandes cuestiones, que, a pesar de todo, se resuelven perfectamente solas, sin su ayuda. (Carta al director de la Nouvelle Revue Française, París, 10 de febrero de 1928, en Selected Letters, p. 329).
Artista vs periodista
El escritor no debería escribir nunca sobre lo extraordinario. Eso es tarea del periodista. (Ellmann, op. cit., p. 457).
El auténtico artista literario
La sociedad humana es la encarnación de leyes inmutables que se ven, sin embargo, afectadas por las circunstancias y los caprichos de los hombres. El espacio de la literatura es el de las actitudes y los talantes imprevistos: un espacio extenso. El auténtico artista literario se interesa ante todo por ellos. (CW, pp. 23-24).
Las facultades selectiva y reproductiva
El artista, supuso, era un intermediario entre el mundo de la experiencia y el de los sueños: alguien dotado, por tanto, de dos facultades gemelas, selectiva una, reproductiva la otra. Igualarlas era el secreto del éxito artístico: el artista capaz de liberar con mayor exactitud la delicada alma de la imagen, sacándola de la trama de circunstancias que definen a ésta, y de hacerla reencarnarse, por así decir, en las circunstancias artísticas que juzgue más exactas, ése es el artista supremo. (SH, pp. 77-78).
El mundo exterior y el interior
Nos proponemos crear un vínculo nuevo entre el mundo exterior y el yo contemporáneo, así como enriquecer nuestra descripción del subconsciente, como ha hecho Proust. Creemos que lo anormal nos permite acercarnos más a la realidad. Vivir una vida normal es vivir una vida convencional, siguiendo un patrón establecido por gentes de otra generación, un patrón objetivo que nos han impuesto la Iglesia y el Estado. Pero el escritor ha de combatir sin descanso lo objetivo: ésta es su función. La imaginación y el instinto sexual son los atributos eternos [del hombre], que la vida formal trata de reprimir. De este conflicto surgen los fenómenos de la vida contemporánea. (CWJJ, pp. 85-86).
El propósito del escritor
El propósito del escritor es describir la vida de su tiempo. Escogí Dublín por ser esta ciudad el núcleo de la Irlanda actual, su pulso cabría decir; ignorarlo sería puro artificio. (CWJJ, p. 113).
Leer el mundo
Stephen vagaba casi todos los días por los barrios pobres, observando la sórdida vida de sus habitantes. Leía todas las tonadas callejeras que veía pegadas en las polvorientas ventanas de las Liberties[39]. Leía los nombres de los caballos de carreras y los precios garabateados con lápiz azul en el exterior de los lóbregos estancos, sus ventanas adornadas con los impúdicos diarios de sucesos. Examinaba los puestos de libros, que ofrecían viejas guías, colecciones de sermones y oscuros tratados al precio de un penique por libro, o tres por dos. (SH, p. 145).
La gran comedia humana
Debemos aceptar la vida tal como la vemos, y a los hombres y las mujeres tal como son en el mundo real, y no en nuestra fantasía. La gran comedia humana de la que todos participamos ofrece hoy, como ayer y como en épocas remotas, posibilidades inagotables al verdadero artista. Han cambiado las formas de las cosas, lo mismo que la corteza terrestre […]. Pero las pasiones imperecederas, las verdades humanas que se expresaban así entonces, están presentes en el ciclo heroico y en la era científica. (CW, p. 28).
No se trata de entretener al aficionado
El poeta […] que se sumerge en la vida de su época y de su país no aspira a entretener a algún aficionado, sino a comunicar a sus lectores, con golpes violentos, la idea que anima su vida. (CW, p. 134).
Cada latido
Un gran artista moderno que pretenda poner música al sentimiento amoroso recreará, hasta donde se lo permita su talento, cada latido, cada estremecimiento, el temblor y el suspiro más leves. Los acordes se enlazan y libran entre sí una guerra secreta: uno ama y a la vez actúa con crueldad; uno sufre cuando goza y en igual medida; la ira y la duda brillan en los ojos de los amantes cuyos cuerpos son uno solo. Considérese Tristán e Isolda junto con el Infierno: se advierte cómo el odio del poeta avanza de abismo en abismo, tras una idea cada vez más intensa, y, a medida que el poeta se consume en el fuego de la idea del odio, su arte, el arte con el que comunica su pasión, se va haciendo más feroz. Por un lado tenemos un arte de circunstancias; por otro, un arte de ideas. En la Alta Edad Media, el autor de un atlas no perdía la calma a la hora de trazar el mapa de una región desconocida: escribía encima las palabras Hic sunt leones [He aquí los leones]. Le bastaban la idea de la soledad, el miedo a los animales extraños y a lo desconocido. Nuestra cultura persigue algo totalmente distinto: estamos ávidos de detalles. Por eso nuestra jerga literaria no habla más que de colores locales, ambientes, atavismos; de ahí la busca incansable de lo nuevo y lo extraño, la acumulación de detalles observados o leídos, el paradigma de la cultura dominante. (CW, p. 189).
Una sólida base fáctica
Un escritor no debe escribir para los que tienen ínfulas de artista. Su obra debe tener una sólida base fáctica […]. De no haber sido por el escritor, las acciones de [aquellos hombres] se habrían olvidado, perdidas en la polvareda que levantaron. Es un artista como Plutarco quien las resucita: el hombre de acción y el hombre de imaginación se complementan. Nadie lo comprendió mejor que los antiguos romanos, cuyos emperadores, generales y estadistas eran amigos de escritores; de hecho, cuando conquistaban una ciudad, siempre procuraban entrar en ella acompañados por el intelectual o pensador local más ilustre, cogiéndolo de la mano para demostrar al pueblo que llegaban en son de paz. Hoy no somos tan civilizados. (CWJJ, pp. 84-85).
La locura
Decir que un genio [artístico] estaba medio loco, al tiempo que se reconoce su talento, vale tanto como afirmar que padecía reumatismo o diabetes. La locura es un concepto médico al que un crítico ecuánime no debería prestar más atención que a la acusación de herejía por parte de un teólogo o a la de inmoralidad formulada por un fiscal. Si tacháramos de loco a todo genio que no comparta la fatua creencia del estudiante de ciencias en el materialismo radical, tan apreciado hoy, nada quedaría del arte mundial ni de la historia. (Sobre William Blake, en CW, pp. 179-180).
Exaltación
Llámese locura si se quiere, pero lo cierto es que ahí radicaba el secreto de su genio[40]. Hamlet está loco, lo que da pie a la gran obra; ciertos personajes de la tragedia griega están locos; Gógol estaba loco. Prefiero, sin embargo, la palabra exaltación; una exaltación que puede acaso confundirse con la locura. De hecho, todos los grandes hombres han tenido esa vena, de la que ha surgido su grandeza. El hombre razonable no logra nada. (CWJJ, pp. 70-71).
Mi personalidad
He de expresar mi personalidad. (SH, p. 176).
Egoísmo sincero
Reconoció con franqueza su egoísmo: que el sufrimiento de un país cuyo espíritu era hostil al suyo no le disgustaba tanto como la indignidad de un mal verso. Sin embargo, no era más que un artista aficionado. Quería expresar su personalidad cabalmente y sin ataduras, en beneficio de una sociedad que resultaría enriquecida, y también en beneficio propio, pues ese empeño formaba parte de su vida. Era ajena a ésta, en cambio, [la voluntad de] emprender una reforma profunda de la sociedad, pero sentía la necesidad de expresarse, una necesidad tan real e imperiosa que estaba decidido a impedir que las convenciones sociales se interpusieran en su camino, y no importaba con cuánta verosimilitud mezclasen la piedad con la tiranía. (SH, pp. 146-147).
Caminar por el mundo con nobleza
Pero esta huida me estimula. Siento una llama arder en mi rostro. Siento un viento traspasarme veloz. Insistes en que aplace la vida… ¿hasta cuándo? La vida está ocurriendo ahora. Esto es la vida. Si la aplazo es posible que ya no viva nunca. ¡Caminar por el mundo con nobleza, expresarse sin fingimientos, reconocer la humanidad de uno! No creas que estoy poseído por un entusiasmo desaforado: hablo totalmente en serio. Hablo con el alma. (SH, p. 142).
Un ser nuevo, alado, impalpable, imperecedero
Ahora, más que nunca, su extraño nombre[41] le parecía una profecía […] un símbolo del artista ocupado en forjar en su taller, con la materia inerte de la tierra, un ser nuevo, alado, impalpable, imperecedero. (P, pp. 129-130).