2. Estética y epifanía

Una súbita manifestación espiritual

Esta nimiedad le brindó la idea de reunir multitud de momentos semejantes en un libro de epifanías. Por epifanía entendía una súbita manifestación espiritual surgida bien en los discursos y gestos vulgares, bien en los pensamientos memorables. Esos momentos eran extraordinariamente frágiles y huidizos, por lo que correspondía al escritor registrarlos meticulosamente. (SH, p. 211).

Las tres condiciones de la belleza

Integridad, armonía y resplandor son las tres condiciones de la belleza. Consideremos cómo procede el pensamiento ante un objeto hipotéticamente bello: para aprehenderlo, divide el universo en dos partes, el objeto mismo y el vacío exterior a él. Así, una vez abstraído de todo, el pensamiento lo percibe como un objeto entero, como una entidad. […] Ésta es la primera cualidad de la belleza: la que se manifiesta en la sencilla síntesis operada súbitamente por la facultad mental que aprehende [el objeto]. Y entonces ¿qué sucede? El pensamiento procede al análisis: considera el objeto como un todo y por partes, en relación consigo mismo y con los demás objetos, examina el equilibrio entre sus partes, contempla su forma, recorre todos los recovecos de su estructura. De ese modo capta su armonía, y reconoce en él una cosa en el sentido estricto del término, una entidad netamente constituida. […] Pasemos a la tercera cualidad. Durante mucho tiempo no entendí lo que quería decir santo Tomás, pero ya he logrado desentrañar la metáfora que utiliza (es muy infrecuente que recurra al lenguaje figurado). Claritas es quidditas. Tras el análisis revelador de la segunda cualidad, el pensamiento hace la única síntesis lógica posible y descubre así la tercera cualidad. Este momento lo denomino epifanía. Primero percibimos el objeto como una cosa íntegra; luego como una estructura compleja y organizada: como una cosa, en rigor. Finalmente, una vez comprobada la perfecta articulación de sus partes, lo reconocemos como esa cosa; su alma, su esencia se nos revela de pronto, más allá de su apariencia. El alma del objeto más común resplandece ante nosotros. El objeto alcanza entonces su epifanía. (SH, pp. 212-213).

Ajustar la visión

Imagina mis vistazos al reloj como tanteos de un ojo espiritual que busca ajustar su visión en un foco preciso. Apenas logrado el ajuste, se produce la epifanía del objeto. Es justamente en ese momento cuando hallo la tercera cualidad de la belleza, la cualidad suprema. (SH, p. 211).

Belleza y verdad

La belleza es el Swarga del esteta; pero el territorio de la verdad es más real y accesible. En el improbable supuesto de que se llevara a cabo una reforma total del mundo, la verdad sería la puerta de la casa ideal[11]. (CW, p. 27).

El encantamiento del corazón

El resplandor del que habla [santo Tomás] es el quidditas de los escolásticos, la esencia de una cosa. El artista percibe esta cualidad suprema al representarse por primera vez la imagen estética. Shelley emplea un bello símil para describir el pensamiento en este momento misterioso: lo compara con un ascua que se extingue. En el instante en que el pensamiento, fascinado por la integridad y la armonía de la imagen estética, capta la cualidad suprema de la belleza, el resplandor de esa imagen, sobreviene la parálisis muda, luminosa del goce estético, un estado espiritual muy semejante al estado cardíaco que el fisiólogo italiano Luigi Galvani, valiéndose de una frase casi tan hermosa como la de Shelley, llama el encantamiento del corazón. (P, pp. 164-165).

La imagen inmaterial

Quería hallar en el mundo real la imagen inmaterial que su alma contemplaba sin descanso. No sabía dónde buscarla ni cómo, pero tenía el presentimiento de que esa imagen le saldría al encuentro sin que él hiciese nada. Se encontrarían tranquilamente, como si ya se conociesen y se hubiesen dado cita, acaso en una de las puertas [de aquellos jardines] o en otro lugar más secreto. Estarían solos, rodeados por el silencio y la oscuridad, y, en el momento de la suprema ternura, él sufriría una transformación. Se desharía en algo impalpable ante la mirada de ella y se transfiguraría al instante. Su debilidad, su timidez y su inexperiencia desaparecerían en ese momento mágico. (P, pp. 48-49).

Deseo, odio, piedad, terror

El deseo nos empuja hacia algo y el odio nos aleja de algo. El arte impropio es el que busca suscitarnos estos sentimientos por medio de la comedia o de la tragedia. […] La tragedia aspira a infundirnos terror y piedad. El terror es el sentimiento que nos hace detenernos ante las desgracias humanas y nos vincula con la causa secreta que las produce; la piedad también nos hace detenernos ante las desgracias humanas y nos vincula con el que las sufre. Sin embargo el odio, que el arte impropio busca despertar por medio de la tragedia, es ajeno a los sentimientos que corresponden propiamente al arte trágico, a saber, el terror y la piedad. Y es que el odio nos saca de la inmovilidad alejándonos de algo, mientras que el terror y la piedad nos mantienen paralizados: fascinados, por así decir. (CW, p. 102).

Los apetitos estético e intelectual

La verdad es el objeto del apetito intelectual, mitigado por las relaciones más agradables que se establecen entre las cosas inteligibles, y la belleza es el objeto del apetito estético, mitigado con las relaciones más agradables que se establecen entre las cosas sensibles. La posesión espiritual de lo verdadero se alcanza a través de la intelección, y la de lo bello, mediante la aprehensión: los apetitos intelectual y estético son, pues, apetitos espirituales. (CW, p. 105).

El ritmo de la belleza

Nuestro cuerpo retrocede ante lo que teme y responde al estímulo de lo que desea con una acción refleja producida por el sistema nervioso. Así, cerramos el párpado antes de darnos cuenta de que la mosca está a punto de metérsenos en el ojo. […]

—Por lo mismo —dijo Stephen—, tu cuerpo respondió al estímulo de la estatua desnuda; fue una simple acción refleja. La belleza expresada por el artista no puede causarnos una emoción cinética ni una sensación puramente física: produce o ha de producir un estado de quietud estética, un terror o una piedad perfecta, una inmovilidad creada, prolongada y desvanecida por lo que llamo el ritmo de la belleza. (P, p. 159).

La estética actual

En cuanto a la belleza, cabría decir, de acuerdo con la estética actual, que «solo lo feo es bello». (CWJJ, p. 103).