3. El proceso de escritura

Novelas largas y novelas cortas

Me parece que lo que asombra a la mayoría de la gente de una novela larga es la energía y la paciencia extraordinarias que ha desplegado el escritor. Podría, si quisiese, escribir novelas cortas sin dificultad, pero lo que me propongo trabajar en esta novela no se puede trabajar más que con un esfuerzo continuo. (Carta a Stanislaus Joyce, Pola, 28 de febrero de 1905, en Selected Letters, p. 56).

El Espíritu Santo en el tintero

Me gusta la idea de que el Espíritu Santo esté presente en el tintero. (Carta a Stanislaus Joyce, Roma, 31 de agosto de 1909, en Selected Letters, p. 100).

Algo de excepcional en mi obra

Como te he confesado a menudo, me sorprendería que mi obra tuviese algo de excepcional; solo cuando termino de leer un libro de otro escritor deja de parecerme tan inverosímil esta idea. (Carta a Stanislaus Joyce, Roma, 25 de septiembre de 1906, en Selected Letters, p. 109).

Los garabatos del escritor

¿Qué sabemos de nuestras obras? La gente puede atribuir a Ulises cosas en las que no pensé nunca, pero nadie es quien para decir que esas interpretaciones son erróneas: ¿alguno de nosotros es consciente de lo que está creando? ¿Acaso sabía Shakespeare lo que estaba creando al escribir Hamlet? ¿Lo sabía Leonardo al pintar La última cena? A fin de cuentas, el genio originario de un artista está en sus garabatos: su talento esencial hay que buscarlo en sus acciones triviales. Más tarde puede desarrollar ese talento hasta crear Hamlet o La última cena, pero, si los ínfimos garabatos que configuran la gran obra carecen de valor, no le habrá servido de nada crearla, por ambiciosa que sea. ¿Quién de nosotros puede controlar sus garabatos? Éstos son los signos con los que escribimos nuestra personalidad, como la voz o la forma de andar. (CWJJ, pp. 102-103).

No lo que uno escribe, sino cómo escribe

Cuanto más sujetos estamos a los hechos, cuanto más intentamos causar la impresión correcta, tanto más nos alejamos de lo fundamental. Al escribir, uno debe crear una superficie que cambie continuamente al dictado de la sensibilidad contemporánea, frente a la estabilidad del estilo clásico. En eso consiste la «obra en marcha». Lo que importa, sin embargo, no es lo que uno escribe, sino cómo escribe; a mi entender, el escritor moderno debe ser ante todo un aventurero y estar dispuesto a correr cualquier riesgo y a fracasar en su empeño si hace falta. Dicho de otro modo: debemos escribir peligrosamente; todo tiende a transformarse hoy en día, y la literatura actual solo será valiosa si acierta a reflejar esa inestabilidad. (CWJJ, pp. 109-110).

Los impulsos emocionales

Creo que un libro no se debe proyectar de antemano: a medida que uno escribe irá tomando forma, sometido a los impulsos emocionales de uno. (CWJJ, p. 110).

Recordar un mundo que se está extinguiendo

Querida tía Josephine: […] He tratado de recopilar mis notas hasta donde me lo permite mi mala vista, y me he topado con los nombres de varias personas relacionadas con la familia que tenían ya cierta edad cuando yo era niño. Si te mando mi cuaderno de ejercicios con esos nombres escritos en la parte superior de las páginas, ¿serías tan amable (si tienes un rato y te viene algo a la memoria) de apuntar a lápiz o con pluma cualquier cosa que valga la pena mencionar? Detalles de su atuendo, sus aficiones, sus defectos, su voz, su aspecto, dónde vivían, cómo murieron, etc. Ya hiciste algo así al contestar a mi pregunta sobre el mayor Powell, que es el mayor Tweedy, el padre de la señora Bloom, en mi libro. Toda esa gente pertenece a un mundo que se está extinguiendo y me da la impresión de que la mayoría de ellos eran tipos curiosos. […] Te agradecería de veras que me dieses toda clase de detalles, porque seguramente eres la única que sabe algo de ellos. (Carta a Josephine Murray, París, 21 de diciembre de 1922, en Selected Letters, p. 294).

Información sobre mi niñez

Ayer por la mañana tuve intención de escribirte consultándote, como de costumbre, sobre cierto momento de mi niñez, porque eres una de las personas que conozco en Irlanda que podrían proporcionarme información al respecto. (Carta a Josephine Murray, París, 2 de noviembre de 1924, en Selected Letters, p. 303).

Regresar a los lugares

Guardaré un ejemplar [de Música de cámara], y en la parte superior de cada página apuntaré unas señas o una calle (lo que recuerde) para poder regresar, cuando abra el libro, a los lugares donde escribí los poemas. (Carta a Stanislaus Joyce, Roma, ¿1? de marzo de 1907, en Selected Letters, p. 153).

De haber atendido a las objeciones, no habría escrito el libro

Todas esas objeciones que ahora formula el editor, y que se refieren a la temática de los relatos y el modo de tratarla, me vinieron a la cabeza al escribir el libro[12]. De haberlas atendido, no habría escrito el libro. (Carta a Grant Richards, Trieste, 5 de mayo de 1906, en Selected Letters, p. 83).

Dudas

El otro día estuve pensando en mi novela. ¿Cuánto tiempo llevo con ella? ¿Vale la pena seguir? (Carta a Stanislaus Joyce, Roma, 10 de enero de 1907, en Selected Letters, p. 143).

Temores irracionales

A veces me atormenta el temor de que se incendie la imprenta o suceda alguna calamidad en el último momento. (Carta a Harriet Shaw Weaver, París, 10 de septiembre de 1921, en Selected Letters, p. 287).

Ánimos para seguir escribiendo

He respondido a unos cuantos anuncios, y confío en encontrar un trabajo en el que me sienta con ánimos para seguir escribiendo. (Carta a Stanislaus Joyce, Roma, ¿1? de marzo de 1907, en Selected Letters, p. 154).

Una apatía total

He leído ese capítulo varias veces[13]. Tardé cinco meses en escribirlo. Cada vez que termino un episodio caigo en una apatía total de la que parece imposible que salgamos yo y el maldito libro. (Carta a Harriet Shaw Weaver, Zúrich, 20 de julio de 1919, en Selected Letters, p. 240).

Un trabajo penoso

Parece que Verbannte[14] ha fracasado en Alemania. Bastante penoso me está resultando escribir Ulises y ahora, además, tengo que preocuparme por eso. (Carta a Frank Budgen, Trieste, 3 de enero de 1920, en Selected Letters, p. 246).

Cada episodio crea su propia técnica

Es la epopeya de dos razas (Israel-Irlanda) y al mismo tiempo el ciclo del cuerpo humano, además del pequeño relato de un día (una vida). El personaje de Ulises me ha fascinado desde niño. Hace quince años me puse a escribir un relato corto para Dublineses pero desistí. Llevo siete años —¡maldita sea!— con este libro. Es también una especie de enciclopedia. Me propongo no solo recrear el mito sub specie temporis nostri, sino también permitir que cada aventura (es decir, cada hora, cada órgano, cada arte, relacionándose y articulándose todos entre sí en el esquema somático de toda la obra) condicione la técnica y hasta cree la suya propia. Cada aventura corresponde a una persona, por así decir, aunque ésta se compone de varias, tal como santo Tomás describe a los huéspedes celestiales. Ningún editor inglés ha querido publicar una sola palabra, y en Estados Unidos la crítica de la obra se ha censurado cuatro veces. Ahora tengo entendido que se está gestando un gran movimiento en contra de la publicación del libro que reúne a puritanos, imperialistas ingleses, republicanos irlandeses y católicos. ¡Menuda alianza! Me merezco el premio Nobel de la Paz. (Carta a Carlo Linati, París, 21 de septiembre de 1920, en Selected Letters, p. 270).

Pasaporte para la eternidad

La última palabra (humana, demasiado humana) corresponde a Penélope. Ésta es la contraseña indispensable para que Bloom obtenga el pasaporte para la eternidad. Me refiero al último episodio, «Penélope». (Carta a Frank Budgen, París, 28 de febrero de 1921, en Selected Letters, p. 278).

Corrección de pruebas

«Ítaca» me está costando un esfuerzo tremendo. Hoy he corregido la primera tanda de pruebas, hasta [el capítulo en el] que Stephen camina por la playa[15]. Como dice el narrador de «Cíclopes», que la maldición de mi culo sordomudo caiga de paso sobre Bloom y todas sus flores[16]. Mañana haré lo más gordo de «Ítaca» que Dios me ayude. (Carta a Frank Budgen, París, finales de junio de 1920, en Selected Letters, p. 281).

El clou del libro

«Penélope» es el clou del libro[17]. La primera frase tiene 2500 palabras. El capítulo tiene ocho frases, y empieza y termina con la palabra femenina «sí». Gira y gira lentamente uniformemente e inexorablemente, como la gigantesca bola del mundo, siendo los pechos, el culo, el útero y el coño sus cuatro puntos cardinales, expresados con las palabras «porque», «fondo» […], «mujer» y «sí». Es seguramente más obsceno que ningún episodio anterior, pero a mí me parece perfectamente saludable exuberante amoral fértil sospechoso cautivador artero limitado prudente indiferente Weib. Ich bin der Fleisch der stets bejaht[18]. (Carta a Frank Budgen, París, 16 de agosto de 1921, en Selected Letters, p. 285).

Varios instrumentos al mismo tiempo

Estoy seguro de que esta carta es más embrollada de lo habitual, pero el caso es que el editor me acaba de enviar de golpe las galeradas de [los capítulos] «Circe», «Eumeo» y «Penélope» sin que yo haya terminado la redacción de los dos primeros, y ahora tengo que revisarlos a la vez, aun siendo tan diferentes; así que me parezco al hombre que tocaba al mismo tiempo varios instrumentos con distintas partes del cuerpo. (Carta a Harriet Shaw Weaver, París, 10 de diciembre de 1921, en Selected Letters, p. 288).

El único libro que soy capaz de escribir

Confieso que es un libro verdaderamente agotador[19], pero es el único que soy capaz de escribir ahora. (Carta a Harriet Shaw Weaver, Zúrich, 20 de julio de 1919, en Selected Letters, p. 241).

Es imposible escribir deprisa

Si «Las sirenas» ha gustado tan poco, dudo que «Cíclopes» y, más tarde, «Circe» tengan una acogida favorable; por lo demás, me es imposible escribir estos episodios deprisa. Los elementos necesarios no se fundirán entre sí más que al cabo de un largo período de coexistencia. (Carta a Harriet Shaw Weaver, Zúrich, 20 de julio de 1919, en Selected Letters, p. 241).

La paciencia para escribir

Ya he terminado otro capítulo y ahora voy por el veinte. Ésta es una obra terrible: no sé cómo tengo la paciencia de escribirla. ¿Crees que la gente tendrá la paciencia de leerla? (Carta a Stanislaus Joyce, 4 de abril de 1905, en Selected Letters, p. 59).

Dificultades técnicas

También confío en poder terminar sin prisas la vigésima aventura[20]. Me supone, como las demás, grandes dificultades técnicas, y al lector, algo peor. La última parte, el «Nóstos», la escribí hace años, y el estilo es bastante sencillo. Espero que el libro completo esté listo en diciembre; luego me pasaré seis meses durmiendo. (Carta a Harriet Shaw Weaver, París, 12 de julio de 1920, en Selected Letters, p. 266).

Abandonar el libro

Abandonar el libro[21] ahora sería una insensatez. (Carta a Frank Budgen, Trieste, 3 de enero de 1920, en Selected Letters, p. 246).

Terminar de terminar el libro

Por fin he terminado de terminar el libro[22]. Llevo tres lustros peinando y repeinando los rizos de Anna Livia. Ya es hora de que salga a escena. (Carta a Livia Svevo, París, 1 de enero de 1939, en Selected Letters, p. 394).

Perforar desde todos los ángulos

No sé cómo se llamará el siguiente libro[23]. Es como una montaña que voy perforando desde todos los ángulos, sin saber lo que encontraré. (Ellmann, James Joyce, p. 543).

El lobo puede perder la piel

Ayer escribí dos páginas, las primeras desde el «sí» final de Ulises. Tras encontrar una pluma, las copié en un folio doble con letra grande para poder leerlas. Il lupo perde il pelo ma non il vizio, dicen los italianos. El lobo puede perder la piel pero no el vicio; el leopardo no puede cambiar de manchas. (Carta a Harriet Shaw Weaver, París, 11 de marzo de 1923, en Selected Letters, p. 296).

Como gotas de sangre

Adjunto la última página del primer borrador de las dos terceras partes del primer capítulo del Libro II (2200 palabras) [de Finnegans Wake], que han brotado como gotas de sangre. (Carta a Harriet Shaw Weaver, París, 22 de noviembre de 1930, en Selected Letters, p. 355).

Una casa de silencio

Las frases le venían a la cabeza, pidiendo ser explicadas. Debo esperar que me llegue la Eucaristía, se dijo, y luego se puso a traducir la frase al sentido común. Pasaba los días y las noches martilleando estrepitosamente, ocupado en levantar una casa de silencio para él solo donde pudiera aguardar la Eucaristía; días y noches recogiendo los primeros frutos y todas las ofrendas de paz y amontonándolos en su altar, sobre el cual rezaba para que descendiese la ardiente señal de la satisfacción. (SH, p. 30).

Letra por letra

Intentó atrapar en su poema el más inconcreto de sus estados de ánimo y fue componiendo los versos no palabra por palabra, sino letra por letra. Leyó lo que habían escrito Blake y Rimbaud sobre el valor de las letras, y llegó incluso a combinar y permutar las cinco vocales para construir gritos reveladores de emociones primitivas. (SH, p. 32).

Tratar de escribir

Al día siguiente estuvo muchas horas sentado frente a su mesa en la desnuda habitación del piso de arriba. Delante de él había una pluma, un frasco de tinta y un cuaderno de ejercicios color esmeralda: todo nuevo. La fuerza de la costumbre le había llevado a escribir al comienzo de la página las iniciales del lema jesuítico: A. M. D. G. En la primera línea aparecía el título del poema que trataba de escribir: A E— C—. Sabía que se debía empezar así porque había visto otros títulos semejantes en la colección de poemas de Lord Byron. Cuando hubo escrito el título y trazado una raya ornamental por debajo, se sumió en una especie de ensoñación y comenzó a emborronar la cubierta del cuaderno. Se veía en Bray, sentado a su mesa, a la mañana siguiente de la discusión en la cena de Navidad, tratando de escribir un poema sobre Parnell en el reverso de uno de los documentos de recaudación de su padre. Pero su cerebro se había negado a acometer el asunto; tras desistir, había llenado la hoja con los nombres y las señas de unos cuantos compañeros suyos. […] Ahora parecía que iba a fracasar una vez más, pero, a fuerza de pensar en aquel incidente, ganó confianza en sí mismo. Durante este proceso desaparecieron de la escena todos los elementos que juzgó vulgares e insignificantes. (P, pp. 52-53).

Buscando una salida

Los versos se borraban de sus labios y los gritos inarticulados y las palabras bestiales nunca pronunciadas brotaban de su cerebro buscando una salida. Su sangre estaba alborotada. Deambulaba por las calles oscuras y cenagosas, escrutando la sombra de las callejuelas y de las puertas, escuchando ávidamente cualquier sonido. Gemía como un animal que vagara aturdido. (P, p. 75).