Eficiencia: El corte final

La mayoría de debates acerca del estado y el destino del negocio de la información empieza con los ingresos y una búsqueda de los medios para recobrar lo que se ha perdido debido a internet, de manera que podamos pagar y así mantener las salas de redacción tal como eran. Lo siento, pero empezaré por el otro lado del libro de contabilidad con el coste del periodismo. Se ha desplomado, no sólo porque tenemos menos dinero para gastar, sino porque ahora podemos gastar menos para obtener y divulgar la información. Gracias a la tecnología, la especialización y la colaboración, hoy la información puede ser mucho más eficiente.

Muchas tecnologías han ahorrado una fortuna a los medios informativos. Disfruté mucho leyendo un artículo de 1901 en The New York Times que explicaba cómo los fotógrafos estaban desplazando a los ilustradores que se apresuraban a acudir al lugar donde se producía la noticia para hacer un bosquejo de lo que veían y que, en un plazo muy corto, describían sus dibujos por medio del moderno telégrafo a otros ilustradores que interpretaban sus imágenes.60 Un poco más cerca de nuestra época, cuando empecé en el negocio en la década de los setenta, los ordenadores sustituyeron a las linotipias con procesos digitales y fotográficos para fijar los tipos.61 A continuación, los ordenadores permitieron a los medios informativos «ahorrar pulsaciones», según la jerga del momento, lo cual significaba que los cajistas, tanto personas como máquinas, ya no eran necesarios para reescribir el texto una vez escrito en el teclado de un reportero. Después, los ordenadores consolidaron las funciones de diseño y producción, eliminando la necesidad de grandes operaciones especializadas para componer las páginas. Todo ese ahorro, eliminando tipos de trabajo, mano de obra, y con ello sindicatos, llegó antes del final de la década de los ochenta. Otros vinieron a continuación: la reproducción en facsímil de páginas permitió a las imprentas salir de los caros inmuebles urbanos para situarse en lejanas plantas de impresión. La reproducción en facsímil, unida a la transmisión vía satélite, condujo al nacimiento de USA Today y al despliegue de The New York Times y The Wall Street Journal como los primeros periódicos nacionales de Estados Unidos. La fotografía digital eliminó la necesidad del procesado de película. El microfilm y posteriormente el almacenamiento digital acabaron con los archivos de periódicos, adecuadamente denominados morgues. La tecnología fue muy positiva para la industria de los informativos, hasta que dejó de serlo.

A pesar de todo ese trastorno y toda esa reconversión, internet aportó mucha más eficiencia y ahorro; concretamente, la red y su invento fundamental: el enlace, que premia tanto la especialización como la colaboración. «Haz lo que sabes hacer mejor y pon un enlace al resto» es mi afirmación citada, retuiteada y proyectada en PowerPoint (ayuda el hecho de que rime en inglés).62 De esa máxima se desprende una serie de nuevas eficiencias y necesidades de los informativos. La primera es especializarse. No tiene demasiado sentido perder el tiempo escribiendo la versión número 25 de una historia que aparecerá en la tercera página de los resultados de búsqueda y en tan sólo unos pocos tuits; la mediocridad y la repetición ya no compensan, al menos no durante mucho tiempo. Pero sí que tiene un valor considerable crear lo mejor, ya que otros acabarán enlazándote.

En los viejos tiempos, cualquier periódico local de Estados Unidos tenía que ofrecer el mundo entero a sus lectores, los cuales se extendían únicamente hasta donde los camiones o los trenes podían llevar la primera edición en un día sin interferir en la ciudad siguiente y en sus periódicos. (Cuando trabajaba en el Chicago Tribune, nuestra primera edición, inexplicablemente llamada «bulldog», llegaba hasta Canadá. Como era un periódico conservador, mi abuela republicana, que vivía 320 kilómetros más al sur, era una fiel suscriptora.) Hoy en día, desde luego, el mundo está a sólo un clic de distancia: un lector en Chicago puede acceder a la cobertura de The Guardian, The New York Times, la BBC, o de artículos locales de tierras lejanas. Así que el Chicago Tribune tiene que especializarse en Chicago. Tiene que ofrecer la información más útil, impactante y reveladora posible sobre Chicago. Tiene que forjar una relación con la gente de la región más estrecha que cualquier otro. Si no es el mejor, la puerta está abierta a nuevos competidores. Con unos recursos menguantes ya no hay tiempo para preocuparse de reescribir un artículo de la AP sobre acontecimientos en Washington D.C. sólo para que los lectores (y las abuelas de los redactores) queden impresionados por el alcance periodístico del periódico. Tiene que hacer sólo lo que pueda hacer mejor.

El enlace nos obliga a replantearnos la cultura de la exclusiva, la creencia de que siempre vale la pena ser el primero. Hoy en día, el promedio de vida de una exclusiva se mide por el tiempo que se tarda en hacer clic. Simplemente, ya no compensa ser el primero en informar de lo que sucederá en una conferencia de prensa cuando cientos de competidores a un clic de distancia lo harán también. Tampoco compensa «competir» con la exclusiva de un competidor, duplicando su información, cuando bastaría con poner un enlace, a menos que tu artículo vaya más allá. Una verdadera exclusiva, algo en lo que valga la pena emplear nuestros preciados recursos, es una investigación que abra nuevas vías o aporte información reveladora por parte de un periodista que conoce su campo y su comunidad mejor que nadie. El resto no es más que papel para envolver el pescado al cabo de un minuto, polvo digital.

En una época de especialización, un periódico local, por ejemplo, acabará teniendo que desechar casi todo lo que no haga referencia al ámbito local. No lamento la pérdida de las secciones internacional y nacional en los periódicos locales. El crítico de medios de comunicación de The New Yorker, Ken Auletta, me contradijo una vez sobre este punto. «¿No tiene sentido —preguntó—, que el Los Angeles Times tenga una corresponsalía en Asia?» «Escucha la idea —respondí—: ¿una sola persona para cubrir toda Asia? Teniendo en cuenta el coste de un departamento como ése y el hecho de que sólo produce ocasionalmente un artículo de un corresponsal trasladado en helicóptero, ¿no sería mejor gastar el dinero del periódico y no se prestaría un mejor servicio a los directivos de empresas internacionales y a los lectores del Sur de California procedentes de todas partes, contratando a unos cuantos periodistas políglotas especialistas en economía y política en Los Ángeles para que controlen, traduzcan, resuman, contextualicen y enlacen con medios de comunicación originales de Asia?» A mi juicio, mucho antes de la ruina durante la época en la que Sam Zell fue su propietario, el Los Angeles Times empezó a perder el norte y el sentido de su misión cuando decidió cambiar sus aspiraciones, pasando de cubrir su gigantesca ciudad —lo cual ya era bastante complicado— a abrir delegaciones por el país y por todo el mundo con la esperanza de competir con The New York Times como potencia nacional. Era su ego quien hablaba.

Como relata Andrew Pettegree en su minucioso libro The Invention of News: How the World Came to Know About Itself, los primeros reporteros eran corresponsales extranjeros que enviaban sus crónicas privadas desde puertos lejanos a sus patrones empresariales y políticos. Los primeros boletines de noticias manuscritos privados, que fueron posibles gracias a la construcción de las primeras redes postales, y posteriormente los primeros periódicos siguieron ofreciendo noticias extranjeras, en parte porque la información local era demasiado candente para ser manejada, con los monarcas mirando recelosos por encima del hombro a los primeros editores. La invención y el despliegue del telégrafo condujo al aumento del puesto de corresponsal extranjero, tal como describe Robert H. Patton en su libro Hell Before Breakfast: America’s First War Correspondents Making History and Headlines, from the Battlefields of the Civil War to the Far Reaches of the Ottoman Empire. Pero esos corresponsales a menudo cubrían acontecimientos no por la relevancia que tuvieran para la audiencia de su país, sino por el exotismo que suponía describir un mundo más allá de sus ojos y su imaginación. El telégrafo también condujo a la creación de las primeras agencias de noticias y, por tanto, a la primera mercancía informativa que muchos establecimientos podían distribuir a la vez. Sí, la cobertura internacional y la nacional son una larga tradición en nuestro negocio. Todavía escucho los lamentos de que sin esas delegaciones los periódicos no volverían a ser lo mismo. Pero no debemos limitar nuestra definición de calidad a lo que hacíamos. Y donde hay un vacío, hay una oportunidad. Asistí a un encuentro en el Berkman Center for Internet and Society de Harvard en 2004, en el cual Ethan Zuckerman y Rebecca MacKinnon fundaron Global Voices Online, una plataforma que permitía a los denominados bridgebloggers leer, traducir y enlazar con otros blogs que ofrecen información de todo el mundo.63 Cerca de allí, Charlie Sennott, un corresponsal extranjero del Boston Globe retirado del servicio fundó Global Post para instalar a reporteros en ciudades de todo el mundo con el fin de proporcionar información a una red de publicaciones que podía, a su vez, destinar y así contribuir a apoyar a esos corresponsales. La cobertura internacional no desaparece por el simple hecho de que algunos periódicos no puedan permitírsela. Si aún somos lo bastante afortunados de tener algunos grandes medios de comunicación —The New York Times, The Guardian, la BBC— que retransmiten desde el extranjero, deberíamos recompensarles, a ellos y a nuestros lectores, con enlaces a éstos. Muchos puestos de trabajo se han eliminado ya, o deberían eliminarse, si hacemos un duro análisis de lo que se necesita para cumplir con los objetivos de una publicación local. El viejo editor nacional y el editor de teletipos necesita poca cosa. Provocaré mucha controversia con la siguiente afirmación: ya no nos podemos permitir correctores. Oh, ojalá pudiéramos: yo mismo fui uno de ellos y muchos correctores me salvaron de muchos errores humillantes. No cabe duda de que garantizaban una mayor calidad y precisión en el trabajo de cualquier medio informativo. Sin embargo, si fueras un editor que tuviera que enfrentarse a la necesidad de hacer recortes sin dejar de producir el máximo valor posible para el público, ¿despedirías a un periodista o a un corrector? Si tienes la rara oportunidad de contratar a alguien, ¿contratarías a un editor que participe en la comunidad o a un corrector? Un redactor jefe prudente debe pensárselo dos veces antes de mantener algunos lujos que antes se consideraban necesidades —editor de producción, diseñadores de páginas, editores de noticias, reescritores,64 críticos de cine y televisión, columnistas de negocios, escritores sobre golf, redactores jefe asistentes, o las cuentas de gastos que han enviado a 4.000 reporteros a Roma para cubrir la elección del nuevo Papa (no hubo exclusivas) o 15.000 periodistas a las convenciones políticas estadounidenses (donde tampoco se produjo una auténtica noticia)— en lugar de mantener o, mejor aún, engrosar las filas de reporteros locales encargados de cubrir y servir a la comunidad. Es una pena que tantas personas, desde cajistas hasta reporteros especializados en arte, desde encargados del correo hasta críticos de cine, hayan perdido su empleo. Pero nuestra realidad económica exige una estricta priorización.

Tenemos que replantearnos si secciones enteras de periódicos y revistas que fueron creadas para generar audiencia o ingresos siguen compensando los recursos que a ellas se destinan. Pensemos, a título puramente ilustrativo, en los deportes. A menos que seas un periódico conocido por los deportes como el New York Daily News, o que trabajes en un mercado fanático de los deportes como Alabama, lo más probable es que tu sección de deportes atraiga a una minoría de lectores, alrededor del 20 por ciento según mi anticuada experiencia. Cuando la economía de los medios de comunicación de masas estaba en boga (a saber: que todos los lectores ven todos los anuncios, de modo que cobramos a los anunciantes por todos los lectores, un mito cuyas implicaciones trataré más adelante), ese 20 por ciento de incremento del número de lectores era bastante valioso. Sin embargo, hoy en día nos pagan únicamente por los anuncios que los lectores ven realmente. E históricamente, las secciones de deportes generaban pocos anuncios, principalmente de neumáticos (siguiendo la lógica sexista de que los hombres leen sobre deportes y los hombres compran neumáticos). Además, actualmente hay gran cantidad de webs especializadas en deportes —desde la ESPN hasta SB Nation, desde blogs de aficionados a los propios equipos y las ligas deportivas— y las más de las veces pueden realizar un mejor trabajo de cobertura de los partidos que los sobrecargados periódicos. Si la cobertura deportiva ya no atrae audiencia al resto de nuestros artículos, si atrae a menos anunciantes que otras especialidades y si nuestra cobertura es inferior a lo que los lectores pueden encontrar a un clic de distancia, ¿por qué mantenerla? Si la cobertura de los deportes estudiantiles atrae a muchos lectores que miran solamente eso, si no hay ingresos publicitarios que la financien, y si el esfuerzo no cumple nuestra misión periodística, ¿es mejor dedicar recursos informativos al tema o construir plataformas que permitan a las escuelas y a los aficionados compartir sus resultados y sus crónicas? ¿Estarían esos recursos mejor empleados en otras partes, en una área de conocimiento en la que el periódico esté especializado?

Siempre que debato sobre estas cosas en Twitter, me meto en líos con los fans de la cobertura deportiva que sostienen que esa rama del periodismo ha generado algunos textos magníficos y grandes ejemplos de periodismo de investigación que han destapado peligros y corrupción. De acuerdo. Pero yo respondo preguntándoles qué porcentaje del coste, espacio y tiempo totales dedicado a los deportes puede considerarse periodismo crítico, y cuánto corresponde a crónicas de competiciones que podrían haber sido producidas por Narrative Science, el servicio cuyos algoritmos toman datos estructurados como marcadores deportivos, resultados financieros e información gubernamental y los convierte en una narración. ¿Podemos seguir permitiéndonos ser todo para todo el mundo? Podemos realizar análisis igual de fríos respecto a los negocios, el entretenimiento y varias categorías sociales. Algunas de ellas es evidente que aportan valor a los lectores; por ejemplo, yo todavía quiero que haya críticas de restaurantes locales, aunque Yelp, Foursquare, TripAdvisor, OpenTable y otras plataformas cumplan mejor con ese cometido a la hora de darme información sobre restaurantes de lo que cualquier crítico de un periódico podría hacer jamás. Resulta trágico que los periódicos perdieran la oportunidad de prestar ese tipo de servicios; sólo con que hubieran pensado como constructores de plataformas en lugar de hacerlo como narradores de historias... Los medios informativos tradicionales tienen que examinar todo lo que hacen y preguntarse si pueden especializarse e intentar por todos los medios hacer lo mejor en cada categoría. A continuación, tienen que preguntarse si los recursos empleados en cada categoría generarán suficientes ingresos y audiencia para justificar el esfuerzo. ¿Acaso estoy insinuando que todos los periódicos supriman su departamento de deportes? No. Lo que estoy sugiriendo es que cada medio informativo realice una auditoría absolutamente honrada del valor periodístico y económico que aportan sus actividades según sus actuales modelos de negocio globales. Utilizo los deportes como un ejemplo provocativo.

Del mismo modo que la especialización permite a las grandes empresas ser más eficientes, también ofrece oportunidades a los recién llegados para que inicien negocios a pequeña escala. Baristanet empezó cubriendo únicamente Montclair, en Nueva Jersey, luego Barista Moms empezó a servir únicamente a las madres de la ciudad. En lugar de pensar que tenía que crear un nuevo The Wall Street Journal para cubrir el mundo de los negocios, el periodista emprendedor Rafat Ali creó el sitio web PaidContent.org para cubrir sólo medios de comunicación digitales, y más tarde Skift.com, solamente para la industria turística. PinkNews.com cubre información para gays y, antes de trabajar para ellos, nuestra emprendedora estudiante Sara Sugar propuso crear un negocio únicamente para lesbianas, y además de Nueva York. Dado que actualmente puedes encontrar a tu público y él a ti gracias a los enlaces, es posible que los periodistas emprendedores descubran el punto óptimo en el que se encuentran la eficiencia y la masa crítica de la audiencia a mucha menor escala que antes.

Actualmente, los periodistas emprendedores pueden especializarse no sólo en el tema, sino en la forma de la información. Wikipedia encontró su papel proporcionando antecedentes a la mayoría de temas objeto de información. Posteriormente, Vox.com vio la oportunidad de crear un competidor presentado de manera impecable. Cir.ca y BreakingNews.com se han especializado en actualizaciones y alertas. Hay más oportunidades de negocio al disociar la pirámide invertida.

La otra gran fuerza de la eficiencia aportada por internet y la emergencia de ecosistemas informativos es la colaboración. Sus beneficios distan mucho de estar plenamente aprovechados. Un periódico metropolitano no puede permitirse disponer de reporteros en cada municipio de su zona de distribución; desde luego, sería imposible. Sin embargo, actualmente un ecosistema informativo local puede apoyar a muchos blogueros locales independientes a la hora de cubrir la información sobre ciudades y barrios de la periferia de las ciudades. Así, el gran periódico antiguo puede enlazar o incluso incluir el trabajo de los advenedizos. Y los pequeños pueden hacer lo mismo con el gran periódico. Se complementan mutuamente, y en Nueva Jersey estamos empezando a ver cómo colaboran unos con otros al ofrecer información.

Los medios informativos, grandes y pequeños, deberían también colaborar con el público al que sirven. Ese voluntariado —el deseo por parte de los vecinos de compartir lo que saben, la voluntad de intervenir en un proyecto beneficioso para ambas partes— es una fuente de creación de valor no monetario en el campo de la información prácticamente sin explotar y sin calcular, pero de cuyos inicios estamos siendo testigos. En los primeros tiempos de los blogs, recuerdo a muchos editores incrédulos que preguntaban con desaprobación cómo yo o cualquier otro periodista podía disponer de tiempo para dedicarlo a su propia página. Yo respondía que, bien hecho, escribir en un blog, y posteriormente tuitear, me ahorraba tiempo, ya que me permitía recibir ayuda de mis lectores, mi pequeño pero generoso público. Mis lectores me dan consejos, responden a mis preguntas y, con mucha frecuencia, me corrigen. La colaboración no es sólo una cosa bonita y propia de una buena vecindad. La colaboración es una necesidad económica para la supervivencia del periodismo. No obstante, no deberíamos pensar en la colaboración simplemente como en pedirle al público que haga nuestro trabajo, mediante crowdsourcing. Los auténticos colaboradores se ayudan mutuamente. Deberíamos ayudar al público a que comparta y coopere, proporcionando plataformas que permitan a la gente contactar y recabar conocimientos con periodistas, aportando valor donde sea posible. Hay otra capa de eficacia: cuanto más información propia pueda compartir el público sin esfuerzo y sin gasto por nuestra parte, cuanta más información haya en una comunidad, menos tendremos que hacer para obtenerla, y más podremos especializarnos en nuestra actividad más valiosa: informar. A mi juicio, en un ecosistema de este tipo podemos acabar con más cobertura de la que disponíamos.

Los medios informativos del futuro deberían ser especializados, expertos, colaboradores, eficientes y, para ser sostenibles, tan pequeños como sea posible. En conclusión: los medios informativos que son rentables gracias a sus ingresos digitales tendrán necesariamente que ser mucho más pequeños que sus antecesores escritos porque, por todas las razones anteriormente expuestas, simplemente hay menos ingresos digitales que obtener. Este hecho nos obliga a redefinir lo esencial de nuestro valor y a reconstruir a partir de ahí en lugar de tratar de aferrarnos a las funciones que realizábamos porque siempre lo habíamos hecho de ese modo. Tenemos que acabar con el despilfarro. Entra en Google News, busca cualquier noticia actual digna de mención, y mira cuánta redundancia expone. El día que escribo esto en 2014 he encontrado 7.301 artículos sobre la victoria de Alemania en el mundial de fútbol, 477 sobre el reflotamiento del naufragado crucero Costa Concordia, 7.959 sobre el regreso de LeBron James a Cleveland. Como industria, estamos desperdiciando una imperdonable proporción de nuestros menguantes recursos en repeticiones, cuando un enlace a los dos o tres mejores especialistas proporcionaría a los usuarios un mejor servicio y ahorraría un dinero que podría destinarse a ofrecer una cobertura a la que valga la pena enlazarse, y a construir una empresa basada en la calidad, el compromiso y la atención, en lugar de únicamente en el volumen.

¿Qué estamos intentando salvar del periodismo? A lo largo de los años he oído desafiarme a muchos editores: «¿Cómo vas a sostener mi sala de redacción?». Les respondo que no hay nada que decir; sus salas de redacción deberían quedarse tal como están. Sigo escuchando a ciudadanos preocupados por el hecho de que con la reducción de las salas de redacción perdamos periodismo de investigación y vigilancia sobre el Gobierno y otras instituciones poderosas. A mí también me preocupa. Pero el simple hecho de que estemos perdiendo empleos en los grandes medios tradicionales —una caída del 35,5 por ciento desde un máximo de 56.900 empleados en 1989 hasta 36.700 en 2013, según la American Society of News (anteriormente Newspaper) Editors—65 no significa que tengamos que perder su trabajo más importante. Aquí tenemos que continuar con la auditoría de los recursos empleados en lo que denominamos periodismo y de los réditos de esa inversión en términos de impacto y valor para el público. ¿Cuál es la proporción de los presupuestos informativos, televisión y revistas incluidas, destinada a investigación y a vigilar a los poderosos? ¿Qué proporción de la pérdida de empleos se ha debido simplemente a la eficiencia aportada por las nuevas tecnologías? ¿Cuánto seguimos gastando hoy en día en repeticiones, taquigrafía y menudencias?

Este cálculo nos lleva a la evidente aunque decisiva pregunta: ¿Cuál es el periodismo que importa? En este ensayo, he ido ampliando y reduciendo mi definición de periodismo de manera que se adapte a la discusión que nos ocupa. He empezado definiendo periodismo de manera bastante amplia: ayudar a una comunidad a organizar su conocimiento de manera que pueda organizarse mejor. A continuación, he estrechado notablemente la definición para centrarme en el periodismo que importa, argumentando que si no es una defensa no es periodismo, es decir, que si no se esfuerza por tener un impacto positivo en las vidas de los ciudadanos no es periodismo. Si no ostenta el poder de informar en defensa de los ciudadanos, no es periodismo. Si solamente cubre un partido de béisbol o la feria del condado o el último incendio, eso no es necesariamente periodismo. El periodismo cambia su mundo. Estoy dispuesto a admitir que ésa es una definición de periodismo demasiado limitada. En breve extenderé de nuevo el acordeón y sostendré que los informativos deberían incluir la mayoría de medios de ayudar a las comunidades a obtener toda la información que necesiten o quieran y, sí, eso puede incluir entretenimiento, deportes, alimentación, sociedad, servicios, etc. Sin embargo, a efectos de la dura auditoría que sugiero que se lleve a cabo, debemos utilizar la definición limitada, identificando el periodismo que no podemos perder o, de lo contrario, nuestra sociedad informada, y por tanto nuestra democracia, estarán en peligro. Es un cálculo económico, un análisis de base cero de lo que debemos proteger, lo que debemos apoyar y sostener financieramente.

¿Qué se incluye en ese periodismo elevado? La mayoría de personas empiezan con el periodismo de investigación. Estoy de acuerdo. Pero no creo que el periodismo de investigación esté en peligro desde el punto de vista económico por tres razones: Primera, sigue llamando la atención, así que los medios informativos viejos y nuevos (véase Vice y First Look Media) seguirán haciéndolo por la satisfacción, el compromiso, los premios y el reconocimiento de marca que traen consigo. Segunda, hay muchas nuevas entidades sin ánimo de lucro —ProPublica, el Center for Investigative Reporting, el Texas Tribune, el Center for Public Integrity, por nombrar sólo las más destacadas— que contribuyen actualmente al ecosistema informativo con sus investigaciones. Y tercera, dado el limitado número de dólares invertido realmente en investigaciones, es concebible que la información fruto de la investigación generada actualmente pudiera ser cubierta por la filantropía y el mecenazgo. Pero mantener el statu quo investigador es en realidad insuficiente; espero que destinando cuidadosamente los recursos y colaborando con otros, podamos incrementar el esfuerzo dedicado a las investigaciones.

Obsérvese que el periodismo de investigación surge principalmente de dos fuentes: filtraciones de denunciantes y la pericia de reporteros especializados. A mi juicio, pues, el ladrillo más decisivo para reconstruir el templo del alto periodismo es la especialización. El periodista especializado adquiere conocimientos específicos en un campo de cobertura: una ciudad, un municipio, una comisaría, una agencia federal, un campo de la medicina, un sector de la ciencia, un ángulo de la economía, una comunidad desatendida. Sabe qué preguntar, y hoy, después de construir la nueva relación con el público tal como se describe en la primera parte de este ensayo, puede estar mejor equipado para saber lo que su comunidad necesita saber. Puede escuchar las preguntas de la comunidad. Sabe dónde encontrar las respuestas, y hoy hay más lugares donde mirar, porque muchas de esas personas con respuestas (por ejemplo, economistas) se han pasado a los blogs o a hablar directamente con el público. Así es más fácil encontrar expertos o testigos. El reportero especializado llega a conocer la norma para poder identificar las anomalías donde acechan las historias: por ejemplo, los carriles cerrados sin razón aparente en el puente George Washington, una historia sacada a la luz por reporteros especializados de The Record of Bergen County y The Wall Street Journal a los que no se consideraba periodistas de investigación pero que investigaron tenazmente al gobernador de Nueva Jersey y al personal a su cargo. El reportero especializado es reponsable ante la comunidad a la que sirve y, como trataré más adelante, puede responsabilizársele sobre la base de una métrica más valiosa que las páginas visitadas y los «me gusta»; se le valora en función de la utilidad que proporciona y la confianza que se gana.

Aquí empieza, por fin, la buena noticia para el negocio del periodismo. Una vez la industria haya sido reducida a su esencia y a sus elementos esenciales, una vez determinemos lo que más importa y necesita protección, una vez encontremos los medios para apoyar ese trabajo, el periodismo podrá crecer de nuevo. Y creo que hay bastantes probabilidades de que no crezca de arriba abajo con nuevos gigantes en sustitución de los viejos, sino de abajo arriba con especialización. La razón por la que digo que es una buena noticia es porque la especialización puede ser negocio.

El fin de los medios de comunicación de masas
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