Notas del autor
I.
Hammett
En novelas como El
halcón maltés y La llave de cristal
Samuel Dashiell Hammett (1894-1961) transformó la cruda novela
policíaca de las revistas sensacionalistas, una forma de
entretenimiento popular, en una obra literaria. Entender cómo lo
hizo asombró hasta a un crítico tan entendido como Howard Haycraft,
y hoy en día aún parece asombrar a los estudiosos de la novela
policial.
Lo que a su vez me asombra a mí.
Porque Hammett no comenzó, como otros
colaboradores de «Black Mask», siendo un escritor que estudiaba a
los detectives privados. Era un detective privado que aprendía el
oficio de escribir. Había trabajado ocho años como investigador de
la Agencia Pinkerton. De modo que, como escritor, conservó las
actitudes subconscientes del detective.
Yo quería escribir una novela sobre Hammett
detective, porque esta experiencia fue el germen de su arte. Pero
no es Hammett detective el que fascina a los lectores. Es el
Hammett detective que se convirtió en escritor. Mi novela, por lo
tanto, tenía que explorar la tensión que existía entre los dos
mundos.
Hasta escribir crudas historias de violencia
y crimen requiere comprensión y compasión, como también permitidos
autoengaños, que son destructivos para el sabueso. Si se empieza a
ver al enemigo como un ser humano que sufre, y no como a un
enemigo, se pierde la dureza que le permite a uno sobrevivir
emocionalmente —y en raras ocasiones, físicamente—, como
investigador.
Elegí el año 1928 para situar mi novela
porque parecía ofrecer excelentes oportunidades para explorar esta
tensión esencial desde el punto de vista de la ficción.
II. Hammett en
San Francisco
1928 fue un buen año para Hammett. Vivía en
San Francisco; su vida personal se había estabilizado; su salud era
relativamente buena; controlaba bien el vicio de la bebida; y para
mis propósitos, sus días de investigador no estaban tan
definitivamente olvidados.
Y un año excitante para Hammett escritor.
Alfred A. Knopf iba a publicar en forma de libro Cosecha roja, que
apareciera como serie en «Black Mask». La misma revista había
programado la conversión en serial de La
maldición de Dain y los editores de Knopf consideraban su
revisión para publicarla como libro. El
halcón maltés ya estaba en borrador (como se verá confirmado
en futuros estudios).
La segunda razón para escoger 1928 fue
sentimental. Ese año Hammett vivió en el 891 de la calle Post; y es
en esta casa de apartamentos donde sitúa a Sam Spade en El halcón maltés. Se han aventurado varias
direcciones para la casa donde vivió Spade. Pero si se recuerda que
Hammett, en realidad, vivió en Post esquina Hyde, y luego se
considera, con un plano de San Francisco en la mano, las
referencias al apartamento que hay en la novela, se tendrá que
aceptar que esta situación es la correcta.
Comencé a trabajar en la novela creyendo,
como todos, que poco más se podría saber de los años que Hammett
pasó en San Francisco que lo que está resumido en el indispensable
estudio de William F. Nolan, Dashiell Hammett
Un estudio (McNaly y Loftin, 1969). Pinkerton ya no conserva
el registro de empleados de ese tiempo; Hammett rara vez habló de
esos años, ni aun con los amigos; su mujer, con la que compartió
varios de ellos, ya murió; las hijas, concebidas en esa época, eran
pequeñas cuando la familia se desintegró. Pasó los solitarios años
de San Francisco bebiendo mucho y escribiendo toda la noche, y los
que trabajaron con él en la joyería de Samuels se dispersaron aquí
y allá con el tiempo. El mismo Albert S. Samuels, a quien le dedicó
La maldición de Dain, ya murió.
Pero yo también soy detective, y fui tras
Hammett como detective, no como escritor. Lo traté como si fuera un
hombre al que me habían encargado seguir, y usé las técnicas y
fuentes del sabueso, no del crítico.
Partí de tres datos de Nolan: Hammett llegó
a San Francisco a comienzos de 1921; trabajó en la oficina local de
Pinkerton; y lo dejó después de encontrar oro escondido en un barco
que venía de Australia.
Resultados de esta investigación
preliminar:
Se establecieron cinco casos en los que
trabajó. Hammett en la oficina local de Pinkerton. Probablemente
renunció el primer jueves de diciembre de 1921. Poco después fue a
trabajar como publicista de la joyería Samuels, que ese año
funcionaba en Market cerca de la Quinta, no en su actual situación
de Market cerca de Powell. Hammett y Josephine (Dolan de soltera)
vivieron en el 620 de la calle Eddy hasta 1923, cuando ella se fue
por primera vez de San Francisco con su hija.
Hasta que volvieron, Hammett vivió en
pensiones baratas, tratando de subsistir con su paga de escritor.
Una de estas pensiones estaba en la calle Monroe n.º 20,
exactamente frente a Bush, comienzos de Burrit, el callejón sin
salida donde unos años después mataron al socio de Sam Spade, Miles
Archer.
En 1925, Hammett y su familia vivían otra
vez en el 620 de Eddy. Había comenzado a vender sus novelas
regularmente, pero aún necesitaba escribir anuncios para Samuels.
En 1927, él, Josephine y sus hijas (dos ahora) se mudaron a un piso
más grande en el 1300 de Hyde, pero ese mismo año ocurrió la
separación final.
En mi novela encontramos a Hammett en 1928,
viviendo solo en el 891 de Post y dedicado exclusivamente a
escribir. Para mis propósitos, de aquí se traslada al 1155 de
Leavenworth, su última dirección en San Francisco, a fines del
verano. Esta fecha es ficticia; vivió en Post hasta el 30 de marzo
del año siguiente (1929).
Todo lo dicho hasta ahora es rigurosamente
verdadero.
Los detectives y escritores en acción rara
vez tienen la certidumbre de un investigador, pero los siguientes
puntos han sido establecidos para 4ni total satisfacción:
Hammett bebía mucho y fumaba cigarrillo tras
cigarrillo; no conducía automóviles (no tenía el permiso de
conducir en California); no sentía la necesidad de tener teléfono;
se vestía en forma elegante, a veces exagerada, pero con la
suficiente negligencia para que le quedara bien; apostaba fuerte: a
los caballos, cartas, dados, peleas de box, y probablemente hasta a
las mujeres. Tenía muchos conocidos, pero, por elección, ningún
amigo. Sin embargo era gracioso, encantador y sociable. Esta
superficie agradable ocultaba al verdadero hombre.
Ejemplo: Cuando descubrí (bajo otro nombre y
en otra ciudad) a la Peggy O’Toole que sirvió de modelo para
Bridget O’Shaugnessy, ella ignoraba que había aparecido enmascarada
en El halcón maltés hasta que yo se lo
dije.
Jamás leyó el libro.
Finalmente, encontrarán en esta novela
muchos detalles sobre Hammett que yo, como detective, incluiría en
un informe para la agencia como datos sin verificar. Como
novelista, dejo que ustedes decidan si algún hecho particular es
real o fantasía. Ejemplo: Una mujer, de nombre Goodie, tenía un
apartamento en el 891 de Post en 1928. Pero, ¿estaba el apartamento
próximo al de Hammett? ¿Era una bonita rubia? ¿Es mi Goodie?
Diviértanse.
Al mismo tiempo los investigadores serios
quizás piensen que fantaseo con mi reconstrucción de cómo se
escribió la escena de boxeo del capítulo IX, «Un cuchillo negro»,
en Cosecha Roja. Mi explicación está novelada, por supuesto, pero
los años coinciden; las cuatro novelitas aparecieron en «Black
Mask» desde noviembre de 1927 a febrero de 1928 y Hammett hubiera
tenido tiempo antes de las dos primeras semanas de noviembre de
1928 (cuando recibió las pruebas de galerada de su editor) de
escribir e insertar la escena. Alfred A. Knopf publicó Cosecha Roja
en forma de libro el 1 de febrero de 1929.
III. La juventud
de Hammett
Es una técnica literaria común iluminar el
presente de un personaje por medio de su pasado. En varios momentos
de la novela encontrarán ustedes a Hammett rememorando su juventud
y su vida anterior. Muchos de estos hechos aparecen aquí por
primera vez, así que la pregunta es inevitable. ¿Son hechos reales?
¿O investigados?
Todo lo de la vida pasada de Hammett que
aparece presentado como hecho real es un hecho real. Por ejemplo,
cuando Hammett cursaba el primer año de la escuela secundaria, su
padre enfermó y debió dejar la Escuela Politécnica para trabajar
como mensajero en el Ferrocarril A & O, y así ayudar a engrosar
el presupuesto familiar. Es cierto que trabajó en las oficinas de
las calles Charles y Baltimore, pero no lo es que Hammett, tomando
un atajo porque llegaba tarde al trabajo una mañana (que a menudo
llegaba tarde está bien probado) tropezó con el cadáver de un
operario arrollado por una locomotora.
Hechos: El padre de Hammett llevó a los
chicos al vertedero de San Fráncico; había una cabra allí. Pero
aunque una vez yo vi una cabra que podía apagar cigarrillos del
modo fantástico que describe la novela, dudo de que Hammett lo haya
visto.
Hechos: Una muchacha de nombre Lillian
Sheffer vivió al lado de la casa de Hammett, en el 212 de Stricker,
en Baltimore; tenía una amiga llamada Irma Collison; la hermanita
de Irma era más o menos de la edad de Hammett y amiga de él. Pero
el amor infantil de Hammett por Irma es invención mía.
De ese modo, los hechos son reales: la
manera en que están específicamente relaciona dos en mi narración
es a menudo ficticia.
Algunos de estos datos provienen del estudio
de Nolan mencionado antes.
Pero la mayoría es resultado de la notable y
original investigación del profesor William Godshalk, de la
Universidad de Cincinnati. Simplemente, me prestó todo lo que había
descubierto sobre Hammett. Esta novela no tendría un trasfondo tan
profundo de no haber sido por la sorprendente generosidad del
profesor Godshalk. Actualmente trabaja en una biografía crítica de
Hammett que publicará Twayne Press y será, sin duda, la mayor
fuente de datos durante muchos años.
IV. San
Francisco
¿Cómo hacer para recrear una ciudad tal como
fue años antes de que uno naciera? Como soy escritor y no
investigador, mi método fue establecer criterios y trabajar dentro
de esos límites. Debido al seísmo de 1906 y el subsiguiente
incendio que arrasó la ciudad, San Francisco tiene aún en pie, y en
buenas condiciones, un buen número de sus viejos edificios
(levantados en la segunda fundación más que en la primera). Por lo
tanto, pude situar la mayor parte de la acción de la novela en
lugares que existían en 1928 y que aún existen.
Pasé muchas horas leyendo periódicos,
revistas y libros en la investigación convencional de la época y la
ciudad. El cuadro de la trata de blancas y la vida de los
prostíbulos en el Chicago de Capone, para citar dos entre muchos
otros ejemplos, son reflejo de ese tipo de investigación. Los
matices del lenguaje diario, a menudo provienen de la atesorada y
destrozada colección de Captain Billy’s
Whiz-Bangs, que pertenecía a mi madre y anteriormente a mi tío
Russ. Partes de la mise en scéne de San
Francisco: el bar clandestino de la calle Prescott, el Café de Dan,
el restaurante de Yee Chum (hoy de Yee Jun, el mejor restaurante
del Barrio Chino), la sala de fan tan, el café italiano sin nombre,
el uso casi exclusivo de los taxis de la compañía White Top por los
que estaban fuera de la ley, todo ello, como otros tantos datos,
surgieron asimismo de recuerdos escritos u orales.
Mi preocupación fue crear un Hammett y una
ciudad creíbles.
Una de las realidades de la vida de San
Francisco desde los días de Abe Reuf (alias el Jefe Corrupto),
antes de la Primera Guerra Mundial, fue el alto grado de astuta
corrupción política. Era real en los años veinte; lo es todavía
hoy. El halcón maltés ofrece una
perfecta reproducción. Así que decidí basar mi novela en ese
curioso engendro con que se quiso reforzar la débil ley en los años
veinte: el Comité de Reformas.
A esto le agregué elementos de ese
maravilloso escándalo de San Francisco a fines de la década del
treinta, cuando un fiscal presionado por la prensa, contrató al
detective privado Edwin Atherton para investigar la especulación y
la corrupción en el Departamento de Policía y ¡Atherton lo hizo!
¡Horror! ¡Consternación!
Los conocedores del San Francisco de
entonces reconocerán, sin duda, los dobles en la vida real
(atrasados una década) de Victor Atkinson, el abogado Epstein,
Molly Farr, doctor Gardner Shuman, Griffith y Boyd Mulligan.
El resto de los oficiales, políticos,
policías y otros personajes buenos y malos, basados en gente real,
son producto de «los locos años veinte». Los amantes de esa época
sentirán cierta nostalgia por Brendan Brian McKenna, Owen Lynch,
Dan Laverty, George F. Biltmore, May su mujer, Harry el chófer,
Bingo el perrito blanco, y muchos otros. Buscarán en vano los
originales de Crystal Tam y Heloisse Kuhn. Son solamente mías. El
sargento Jack Manion de la fuerza policial del Barrio Chino aparece
bajo su verdadero nombre. Y aunque el fiscal Matthew Brady jamás
aparece en persona, está en toda la novela como lo estuvo en el San
Francisco de los años veinte (un retrato brillante, apenas vela do,
como «Fiscal Bryan» se encuentra en el capítulo XV «Todos los
locos» en El halcón maltés).
Finalmente está Jimmy Wright. Los que
ignoren quién fue mi modelo tienen mucho que leer antes de
vanagloriarse de conocer el trabajo del notable hombre y notable
escritor, cuyos enigmas me llevaron a escribir esta novela.
V.
Agradecimientos
Con un libro de este tipo hay mucha gente
que, atraída por el entusiasmo del escritor, termina haciendo buena
parte de su trabajo. Si olvidé a alguien, por favor... mea culpa.
Mi agradecimiento para mi representante, Henry Morrison, que dio
origen a todo esto, durante una visita a San Francisco, al hacer
este inocente comentario: «Me pregunto qué pasaría si alguien
escribiera una novela policíaca con Dashiell Hammett como
protagonista.»
Mi amiga e incomparable editora Jeanne
Bernkopf, que me guió cuando dudé, me acompañó hasta el final y
mientras tanto me enseñó muchísimo sobre el arte de la
novela.
Bill Godshalk, cuya importante contribución
ya mencioné antes.
Clyde C. Taylor, el editor de Putnam, que
trabajó con este libro mucho más de lo que exige el deber.
Gladys Hansen, sin la cual la .sección
Colecciones Especiales de la Biblioteca Pública de San Francisco se
hubiera hecho polvo, y que pareció contenta cada vez que este tonto
irrumpía en su reino.
Dave Belch, el publicista de la Biblioteca,
que buscó bajo tierra «el informe Atherton» para que pudiera
leerlo.
Dori y Richard Gould, cofundadores de Libros
Comstock, que me abrieron sus stocks, y cuyo entusiasmo, alegría y
excitación con el proyecto nunca dejó de maravillarme. Además, Dori
me brindó generosamente gran parte de su precioso tiempo para
explicarme detalles editoriales que me fueron sumamente valiosos.
Una dama muy especial.
Mi editora de Random House, Lee Wright, que
me abrió puertas y archivos cerrados, aun cuando no era su
editorial la que publicaría el libro. Elogio el profesionalismo de
la gran editora, y el sentido de amistad de una gran dama.
Mi hermano Rog, que me encontró dos libros
indispensables: el catálogo Sears de 1927 y el World Almanac de
1929.
Y como siempre, Dean y Shirley Dickensheet,
con su sabiduría de estudiosos, su entusiasmo de amigos, su
librería de coleccionistas.
Mis padres, que eran jóvenes y estaban
enamorados en los Veinte, y que tanto enriquecieron mi vida a
través de los años con sus recuerdos de esa época.
Flerb Caen, porque entiende San Francisco
tan bien y escribió tanto y tan evocadoramente sobre lo que Hammett
debiera significar para todos los que amamos la ciudad.
Bill Tag, que me proporcionó importante
información sobre Hammett, imposible de encontrar en ninguna
parte.
Finalmente, por su entrega de tiempo,
preocupación, y dedicación: Bill Blackbeard, fundador de la
Academia de Arte Cómico de San Francisco; Bill Clark, máxima
autoridad mundial en Black Mask; Brooke Whiting, Conservador de
Incunables de la Biblioteca de la Universidad de California en Los
Angeles; C. M. Ingham, de la Compañía Telefónica Pacific; John H.
Brooke, que perteneció a la Compañía de Taxis Yellow Cab; Albert S.
Samuels, padre (fallecido) y su hijo Albert S. Samuels; los colegas
escritores Jack Leavitt, Art Kaye, Curt Gentry, William F. Nolan y
Bill Pronzini, que me prestó su nombre y su tío
contrabandista.
Y, por supuesto, Susan, que estuvo a mi lado
durante todo ese tiempo en que mi paga de escritor apenas si
alcanzaba para comer, y que les dio a esos años todo su significado
y valor.
San Francisco
Octubre 1974
JOE GORES