La fuerza del Centro Histórico está sobre todo en la peculiaridad de su gente y en el bullicioso comercio. Con unos 250 000 habitantes, cada día llegan y se van un millón de personas, sobre todo para comprar o vender mercancías. En los últimos tiempos, la recuperación y rehabilitación de calles y edificios ha atraído a una nueva generación de jóvenes que convive con la población autóctona y disfruta de cosas como las siguientes.
Mercado de
Sonora
Desde la época de los mexicas, la vida de México ha girado en torno al comercio y los mercados callejeros, los llamados tianguis, del náhuatl tianquiztli. En el mercado de Sonora (Fray Servando Teresa de Mier 419) es posible encontrar remedios para limpiar el alma, retener al ser amado u ofrendas a la Santa Muerte. En cualquier caso, el ir y venir de carretillas, frutas y verduras frescas es un espectáculo de olores y colores que cautiva al visitante. Hay mercados para todo: dedicados a las flores, como el de Jamaica (Guillermo Prieto 45); a la fruta y verdura, como el de La Merced (Rosario 180 M-Merced), o a productos gourmet, como el de San Juan (Ernesto Pugibet 21).
Un pulque
Aunque han ido desapareciendo, todavía es posible encontrar en el Centro Histórico locales donde tomar un pulque natural o de frutas. Una pulquería recomendable por la zona es Las Duelistas (Aranda 28). El pulque o agua de los dioses era la bebida típica en el México prehispánico y la más vendida en las cantinas hasta mediados del s. XX. La irrupción del tequila y el mezcal, pero sobre todo de la cerveza, marginaron esta curiosa bebida de color blanco y con aspecto viscoso extraída del maguey, a la que se le atribuyen poderes afrodisíacos.
Librerías de
viejo
Hay quien dice haber encontrado una primera edición de Cien años de soledad oculta bajo montañas de libros. Eso sí, hace falta mucha paciencia, pero aún es posible encontrar joyas literarias deambulando dejándose atrapar por las librerías de viejo de la calle Donceles. Por ejemplo, El Gran Remate (Donceles 81) o El Mercader de Libros (Donceles 78), que resisten el empuje de la modernidad parapetadas tras miles de tomos amarillentos.
Las
cantinas
La cantina Madrid (Belisario Domínguez 77 esq. Brasil) es un buen ejemplo de la importancia de estos antros. Hasta hace algunas décadas, las cantinas eran lugares prohibidos para “mujeres, perros y uniformados”, se escupía en el suelo y se orinaba en la esquina junto a la barra. Los curados (pulques) llegados del campo se vendían en barriles y era el lugar habitual para el esparcimiento y el debate. Hoy han evolucionado y son el mejor lugar para convivir con la población local disfrutando de un buen tequila o una cerveza fría acompañada de botanas. En muchas de ellas solo se paga lo que se bebe y la comida va por cuenta de la casa.