CAPÍTULO XVII

INVESTIGACION DEL CASO CAWDOR


De Vere, Carstairs-Tuttle, Ponsonby, MacEwan, O’Riley y Evans, estaban sentados en la sala de conferencias del edificio de «Aleaciones Atómicas Amalgamadas». Ponsonby estaba ex-poniendo la situación.

—Yo lo veo de esta manera —dijo—. «Aleaciones Atómicas Amalgamadas», puede emplear siempre a un técnico investigador. Ese hombre, Cawdor, estaba seguro de poder encontrar trabajo aquí —miró al coronel—. ¿Su departamento no estaba muy de acuerdo con ellos, eh?

Bellamy movió la cabeza.

—No estábamos muy conformes —convino—. Cawdor no poseía familiares ni amistades.

Ponsonby se encogió de hombros.

Nadie le conocía —Vance De Vere se acariciaba los extremos del bigote.

El coronel habló:

—Sólo algunos datos de pruebas circunstanciales, que le servía por única identidad —dijo.

—Era un científico brillante —dijo Ponsonby.

—Eran científicos brillantes —rectificó el coronel.

—¡Piensen en la esfera de fuerza! —exclamó Evans.

—Era su raison d’Être, era fruto de su mente, era su creación —convino Ponsonby.

—Era como abrir un nuevo campo de investigación —dijo el escocés.

—La esfera podía ocultar el secreto de una fuerza ilimitada —dijo el galés—, pero podía ocultar al propio tiempo un peligro ilimitado, ¿no es así? —Ponsonby movió la cabeza—, y entonces aparece de ninguna parte en medio del césped, un extraño, un forastero que es extraordinariamente igual a Rosco en todos los aspectos. Dice que... ¿o no lo dijo? Que era Ros-co, que Rosco no era Rosco, dijo una serie de cosas fantásticas, y ahora los dos se han esfumado, como si no hubieran existido nunca.

—Esta conversación sostenida entre ellos dos que escuchamos a través del altavoz, creyéndola espontánea... palabra que lo creía así. Cuando probamos la esfera todos los circuitos se fundieron a un mismo tiempo, y ellos sabían que sucedería así. El experimento salió mal. La esfera quedó fuera de control. Todo el edificio y sus alrededores estaban en un serio peligro —dijo el coronel—. Tuvimos que soltarles.

—Sí, tuvimos que hacerlo —convino Ponsonby.

—Lo que me atormenta —dijo Bellamy Carstairs-Tuttle— es... ¿por qué Rosco Cawdor podía resistir aquellas dosis fatales de radiación?

—¿Lo que yo quisiera saber —dijo el galés— es... quién era el forastero, el segundo Rosco Cawdor? Se parecía mucho a Rosco, pero no es posible encontrar dos hombres iguales, ¿verdad? Quiero decir, incluso en el caso que la cosa pudiera reproducir objetos inanimados, supongamos, yo podría ponerme bajo la cosa y cargarlo con virutas de madera o cualquier cosa, cualquiera de nosotros podría hacerlo, y tendríamos todo un ejército de hombres todos iguales a mí.

Su sentido del humor acudió en su ayuda.

—Sería preferible un ejército de hombres como usted que un ejército de hombres como yo —dijo Ponsonby—, sería un mundo enteramert te decente si se parecían todos a usted, Evan.

—Nos estamos comportando con mucha educación y halagos unos con otros —repuso el galés. Esto no es una sociedad de mutua admiración, ¿eh? Estamos tratando de tener una conferencia, ¿no es así? Tratando de encontrar alguna salida a este hermoso enredo.

—¿Qué es lo que pretendían? —dijo Bellamy Carstairs-Tuttle. Esta es la cuestión.

—Pues, sea lo que fuere lo que pretendían... —empezó Ponsonby.

—Sí, ¿qué iba a decir?

Ponsonby aspiró profundamente antes de continuar.

—Sea lo que fuere, lo que pretendían, me atrevería a decir que son capaces de conseguirlo.

—Bien, hemos comprobado una cosa —murmuró el coronel—. La esfera de fuerza puede ser controlada antes de que llegue a destruir el planeta.

—Supongo que está absolutamente inactiva ya —murmuró el director.

—Eso espero —respondió Shaugham O’Riley—. Eso espero. Creo que deberíamos darle una ojeada para asegurarnos de que no volverá a ponerse en erupción. Me siento como si estuviera encima de un volcán que se creía extinguido, pero que está sujeto a explotar en cual-quier momento, diantres.

—¡Es asombroso! —dijo Percy Ponsonby—. Ese hombre, Cawdor, llegó, le sometimos a la rutina del examen acostumbrado, le hicimos preguntas, tomamos nuestras decisiones, y le dejamos entrar y le dimos consentimiento para que construyera la esfera de fuerza... esto es culpa mía, y yo asumo toda la responsabilidad —luego terminó su esfera y de pronto, ¡bang! En el césped, debajo de la ventana aparece un forastero que dice ser Rosco, que su aspecto es como el de Rosco, y luego, mientras es interrogado por los guardias, llega el otro Rosco, el Cawdor original entra en escena. Al principio parecen antagónicos, luego parece ser que han firmado una especie de diabólica alianza. Amenazan con destruir el edificio y sus alrededores con esa esfera de fuerza, y proclaman que si no les dejamos llegar hasta su laboratorio habrá jaleo. ¡Cuánta razón tenían! Después aquella gloriosa conversación que escuchamos.

—Sí, fue culpa mía, igual que usted se culpa a sí mismo por haberle permitido construir esa maldita esfera —dijo el coronel Bellamy Carstairs-Tuttle—. Debía saber muv bien ese condenado que allí había un micrófono instalado. No eran humanos tal y como nosotros lo entendemos, esos tipos; poseían una percepción extra-sensible, de una clase que nosotros no podemos ni siquiera comprender. Deben haberse reido bastante en el fondo de sus extrañas mentes remotas.

—¿Por qué emplea la palabra remotas? —preguntó Ponsonby.

—Oh, sólo en el sentido de que son seres extraños —repuso el coronel—, cualquier otra cosa distinta, a nosotros.

¡Sí, sí!... Comprendo —respondió Ponsonby—. Es que me ha hecho pensar en algo... si-gamos, sigamos.

—Sí, adelante —replicó Carstairs-Tuttle.

—Entonces, naturalmente —indicó el galés— fuimos a probar la esfera.

—Sí, tuvimos que ir y probar aquella cosa perversa.

—Rayos y truenos, mejor hubiéramos hecho dejándola sola —dijo el irlandés.

—Fuimos allí; examinamos el circuito; tuvimos una larga conferencia; una conferencia sobre la radiación, y entonces se estropeó. Los circuitos se fundieron, toda la conexión vital se fundió, aquellos dos Cawdors sabían que sucedería. ¡Energía! ¡Energía ilimitada! Energía ilimitada, podríamos decir, saliendo de la máquina, esparciéndose por todo el aire por todo el edificio, por toda la materia. Energía y más energía. Toda clase de energía Energía de calor, de fuerza, energía eléctrica, energía radiactiva, mortífera, peligrosa, vital, horrible energía mortal; energía de la muerte. La máquina se estropea, y se vuelve loca.

Sí, la máquina se volvió loca —convino el galés— y una máquina loca, es peor que un hombre loco, ¡mucho peor! A un hombre loco puede controlársele, puedes ponerlo en un asilo. Pero no hay asilos para máquinas locas, ¿verdad?

—No —respondió Ponsonby, tristemente—, me temo que no...

—De haberlos, tendríamos un posible candidato para ingresar —dijo el irlandés, con una mueca. Su irrefrenable sentido del humor era contagioso—, y me hubiera gustado actuar de guardián. Hubiera entrado cada día a llevarle un poco de aceite lubrificante. Y un par de llaves de tuerca.

—A mí me hubiera gustado llevarle una rastra de 98 libras —dijo el duro escocés.

Se produjo un silencio largo, tenso. Casi podía oírse el fatigado latir de la maquinaria de las mentes, de los fatigados hombres mientras pensaban. Era un silencio fatigado y al propio tiempo fatigante.

Nadie se movió.

Nadie hablaba.

Al final, Percy Ponsonby, apartando hacia atrás la silla, se levantó.

—Naturalmente todo se mueve en torno a los Cawdor —dijo.

—¡Alto! —dijo Carstairs-Tuttle— Me perdonará, amigo mío, pero todo se mueve en torno a los dos Cawdors, y creo que en esto se apoya nuestra mayor esperanza. Al crear a su doble, hasta cierto punto, no consiguió un aliado, sino un enemigo. Se preparó el látigo para sus propias espaldas. Su debilidad personal es la avaricia y la codicia. Los dos son egoístas, casi supremos egoístas. ¿Comprenden lo que quiero decir? Dos individuos egocéntricos no podrán convivir demasiado tiempo en mutua compañía. Deben haber acordado alguna alianza temporal y dificultosa, porque el resto del mundo está en contra de ellos por ahora; pero me gustaría saber mucho más acerca de ellos...

—¿De dónde vienen? ¿Quiénes son? —dijo Percy interrogativamente.

—¿Son orgánicos, o son de otro planeta, o han salido de las entrañas de la misma tierra? Tal vez son de otra galaxia, de otra sección del universo. ¿Quizás son de otro sistema solar? ¿O son tal vez parte de una vieja raza que ha estado aquí desde mucho antes que nosotros?

—Todo tiende en esta dirección —dijo Carstairs-Tuttle.

—¿De verdad? —preguntó Ponsonby, interrogativamente—. ¿Qué cosas, amigo?

—Oh, sólo cosas —repuso el coronel, más bien enigmáticamente—. Sólo cosas —repitió.

Percy Ponsonby miró hacia el techo como en busca de inspiración.

—La investigación, la investigación, la investigación desesperanzada —citó.

—¿Por qué recurre a esta frase? —preguntó Vance De Vere.

—Por los Cawdors —respondió Ponsonby—. Ha oído hablar del Asedio Peligroso... pues bien, esto es la investigación desesperanzada.

Vance de Vere hizo chasquear los dedos, de pronto, cuyo ruido resonó en medio del silencio.

—¡Ya lo tengo! Las cosas van encajando...

Todos se giraron hacia él, especiantes, interesados.

—¡Escuchen...! —dijo Vance.