CAPÍTULO IX

CAWDOR CONTRA CAWDOR


Carstairs-Tuttle, Percy Ponsonby, Vance De Vere y el capitán de Seguridad, mantenían una conferencia en la oficina del primero.

Los dos Rosco Cawdor seguían todavía en sus respectivas celdas.

—Todo este asunto, se resume, según mi modo de ver —dijo el coronel Bellamy—, en si estamos dispuestos o no en creer en ese ultimátum, ¿Estamos dispuestos a creer que él —ellos, pues ya casi no sé si debo pensar en ellos en singular o en plural— tienen o tiene el poder, según sea el caso —soy un hombre de seguridad, no un gramático— para hacer explotar la esfera, según han sugerido? Seguramente ustedes podrían desconectar la fuerza.

—Ellos aseguran que ya está cargada —replicó Percy Ponsonby.

Se había recuperado un poco, pero nunca volvería a ser el mismo. La fatal expansión del ego, había desaparecido. No era un hombre roto, sino un hombre deshinchado. Ahora que la confianza en sí mismo le había abandonado, había alero más bien patético en la persona de Percy Ponsonby.

Aquellos que le conocían bien, estaban algo preocupados por su aspecto, por aquel esqueleto del hombre que había sido. Era como un balón que ha perdido todo el aire. Quedaban todavía algunos retazos reconocibles del hombre, pero sólo eran eso, retazos. Ponsonby se sentía ahora cargado por el peso del complejo de culpabilidad, mucho mayor que la estimación a su ego fue en otro tiempo.

—Creo —dijo Bellamy Carstairs-Tuttle—, que debemos dejarles en las celdas durante algún tiempo. Si la esfera es posible que explote, como ellos amenazan, no creo que sea cuestión de dos minutos. Pasará su tiempo; seguramente les gusta la vida igual que a cualquier otro.

—Sí, esto es cierto —dijo Ponsonby—. No creo que gusten de la idea de la muerte más que otro cualquiera. De modo que usted sugiere, coronel, ¿que les dejemos en las celdas?

—Sí, en efecto —dijo Carstairs-Tuttle—. Ya saben ustedes que esas celdas están provistas de cables para el sonido. Precisamente desde aquí podemos emplearlos. Me gusta la postura que adoptan uno frente al otro. Creo que puede darnos alguna buena pista, si sólo nos dedicamos a perder el tiempo que haga falta.

—¡Tiene mucha razón! —convino el capitán—. Esto puede proporcionamos lo que nos hace falta.

—De todas formas, tengan en cuenta de que no hay ninguna garantía —dijo el coronel—, podemos saltar todos por los aires mucho antes de que hayamos podido conseguir alguna información interesante. Pero como ya he dicho, tengo la esperanza de que algo pueda materializarse. —Lo decía de la misma manera con que un entusiasta espiritista hubiera dicho que esperaba que algo se materializara durante la sesión—. Ahora, vamos a conectar eso. —El coronel hizo seguir la acción a las palabras o las palabras a la acción, dando vuelta al mando. Oyeron el sonido de alguien que debía pasearse y la respiración agitada, y algún ocasional suspiro de cólera.

—Ya saben, asociamos los sonidos con las ideas, así el sonido formará imágenes en nuestras mentes —dijo el capitán de Seguridad.

—Sí, en efecto —convino Tuttle.

—Casi puedo imaginarme a Napoleón paseando arriba y abajo de la isla de Elba, ¿no le parece?

—Sí, yo también —respondió el coronel-—. Pobre viejo Bonaparte. Era un hombre. Era un hombre desde luego. Pudo haber llegado a ser otro Alejandro el Grande, de no haber sido por la batalla de Rusia.

De pronto, llegó hasta ellos el sonido de una voz a través del altavoz.

—No puedo comprender qué ha sucedido. No puedo entender qué es lo que ha funcionado mal. ¿Por qué no obedeces?

—Porque yo soy imagen tuya en todos los aspectos —repuso otra voz.

—Según yo comprendía el experimento, tú debías ser una réplica perfecta de mis habilidades, pero tendrías que ser mi servidor.

—No —dijo la segunda voz.

Los cuatro hombres en la sala de conferencias se acercaron para oír mejor. El capitán de Seguridad, el coronel, el director y el jefe de personal, escuchaban atentamente cada una de las palabras que les llegaba a través del altavoz.

—Sigo sin entender qué fue lo que funcionó mal —decía la voz primera, Rosco Cawdor.

Entonces la voz del segundo replicó:

—Sabes que soy idéntico a ti en todos los aspectos. De hecho, poseo tu misma memoria, porque soy tú, del mismo modo que tú eres tú.

—He hecho algo que no comprendo —decía la voz del primer Rosco Cawdor.

—Sí, lo comprenderás, si te detienes a pensar cuidadosamente —fue la respuesta del otro—. Oye, ves clasificando los hechos... vamos a clasificarlos los dos juntos. De esta manera conseguiremos algo.

Los cuatro hombres en el despacho de Seguridad, escuchaban atentamente.

—Lo que hiciste —dijo la voz del que habían identificado como segundo Rosco Cawdor—, fue construir una réplica de la esfera de fuerza-energía. Venciste al llamado director, y a su fuerza de Seguridad, y a todos los demás miembros del proyecto... les engañaste a todos. Estoy diciendo tú si bien podría decir de igual modo yo, pues si tú eres yo, o yo tú, es todavía asunto de conjetura.

Los cuatro hombres seguían escuchando.

—El experimento no tenía que haber salido mal —decía la voz del primer Rosco Cawdor.

—No salió mal, salió perfectamente —repuso el segundo—. Reprodujiste la esfera de fuerza...

—La suprema función de la esfera de fuerza es seguramente absorber materia, y contener esa materia dentro de sí en forma de energía.

—Sí, la transforma en energía y abastece energía. Entonces transforma la misma cantidad de energía en materia, en la forma que le haya sirio colocada en el gabinete matriz.

—Naturalmente —replicó la otra voz.

—Lo que hiciste era muy sencillo —seguía la segunda voz—, obtuviste un total de materia mediante los dados de madera, exactamente igual al peso de la masa de tu cuerpo completo con ropa, pequeños instrumentos, plumas, lápices, pañuelo de bolsillo..., todo. Tal como ibas tú en aquel momento. Está exacto hasta el último miligramo. Entonces te metiste en el gabinete matriz y las radiaciones exploratorias te atravesaron en todas direcciones encontrando sin duda alguna, la estructura molecular de tu cuerpo y ropas. La energía de la materia en los dados de madera —un fantástico total de energía, estaba almacenado en la esfera. Tan pronto como la matriz hubo realizado el trabajo sobre ti, los dados de madera reconstruyeron tu modelo y en lugar de hacerlo aparecer en la misma habitación, decidiste enfocar la energía sobre el césped. Estoy todavía indeciso para comprender por qué lo hiciste así. Y sin embargo, mi mente es idéntica a la tuya, por lo que tú debes sentirte también perplejo por tu acción. Veo que estás tratando de explicártelo ahora racionalmente, pero tus explicaciones no son ciertas. Pareces pensar que lo hiciste porque había algún peligro en que las cosas fueran mal, dentro del mismo laboratorio, antes de que la energía hubiera abandonado tu cuerpo. Pero seguramente esto no se ajusta a tu subconsciente, ¿eh? En tu subconsciente no deseabas que se descubriera demasiado pronto. Me es difícil comprender por qué quisiste proyectar el tubo afuera. De todas formas tú mismo lo encuentras difícil de comprensión, porque somos idénticos. Tenemos la misma estructura cerebral, la misma combinación de células cerebrales, poseemos el mismo conocimiento. Somos hermanos siameses unidos por un lazo mental invisible... el lazo mental de la absoluta identidad.

—Pero seguramente, desde este momento —dijo la otra voz—, divergiremos. Somos idénticos porque hemos sido creados idénticos. Tus experiencias pueden ser distintas de las mías.

—Cierto —admitió la segunda voz—. Lo son. Tú permanecías en tu laboratorio, mientras yo era arrestado por los dos guardias de Seguridad en el césped.

Hubo un silencio.

—Sé por qué me creaste —dijo la segunda voz de nuevo—. Suponías, erróneamente, que yo sería absolutamente tu servidor. Ibas a crear todo un ejército de Rosco Cawdors con tu proyecto, y entonces los hubieras esparcido por el territorio, y finalmente por toda la Tierra, hasta que ésta hubiera quedado absolutamente en tus manos. Hace mucho tiempo que sientes ansias de grandeza, ¿eh? Sabías que sólo sería tal vez imposible, pero con un ejército de seres iguales a ti en grandeza, todos ellos servidores tuyos..., pero aquí está tu equivocación, creíste que tendrían tus poderes sin tener tu avaricia y tu vanidad. Pero todos seremos tan avariciosos como tú. Si haces un millar como tú, no tendrás un millar de servidores, sino un millar de rivales a muerte. Podrías formar alguna alianza en contra de la tierra por un tiempo, pero al final fracasaría porque nos enfrentaríamos unos a otros, entre nosotros. Posiblemente habríamos sido una especie de aristocracia guerrera, durante un tiempo limitado, hasta que nuestra avaricia personal y nuestras ambiciones fueran demasiado lejos para nosotros. Eso es un buen tema para un historiador, para los sociólogos, para los anticuarios, para las generaciones a venir. ¿Qué habría sucedido si hubieras tenido éxito en tu empresa?

—No he fracasado todavía —replicó la primera voz— tiene que haber algún medio de convertirte en mi servidor.

—Tal vez yo encuentre algún modo de convertirte en servidor mío; estamos en igualdad de condiciones, poseemos el mismo conocimiento del juego, y poseemos el mismo número de piezas.

—En este caso, el juego terminará según la suerte —respondió la otra voz.

—En este juego hay una tercera fuerza.

—¿Una tercera fuerza? —preguntó la otra voz.

—La gente de la Tierra no son tan necios como todo eso. Los seres humanos no sobreviven porque están totalmente incompletos en inteligencia —recordó la primera voz.

—Cierto, cierto —admitió el segundo.

—Esto requiere meditación profunda —dijo la primera voz.

—Meditación profunda —repitió la segunda.

Hubo un largo silencio; un ruido de pisadas por la celda, luego el ruido de un hombre que se tiende en el banco, luego una respiración acompasada, un ligero ronquido...

—Están durmiendo —dijo Carstairs-Tuttle—. ¡Por Dios!, han sido unos minutos interesantes. Podemos aprender mucho gracias al sistema del altavoz. Muchas cosas.

—Naturalmente —dijo Percy Ponsonby—. Usted puede aún hacer algo para tratar de remediar el daño que yo he hecho. Tal vez yo mismo pueda hacer algo. He sido un redomado idiota, mintiéndome a mí mismo, al decirme que comprendía todo ese proyecto. Permitiéndole que me lisonjeara, alabara, y actuara de esa manera adulatoria. Yo seré el único responsable de la muerte de millones de personas si esa esfera explota.

—Esto ni siquiera lo han mencionado. Sólo deseo que lo mencionen para saber si estaban o no fanfarroneando —dijo Carstairs-Tuttle—. Si pudiéramos saber cuánto tiempo... o cuán poco tiempo nos queda disponible.

—Bien, ya sé que no estoy al nivel de Cawdor, y que no soy un matemático como él —dijo Ponsonby—, pero soy algo científico, en honor a la verdad, aun cuando mi vanidad haya desapa-recido. Voy a ponerme en contacto con los demás técnicos superiores y científicos principales, e iremos a examinar esa esfera. Examinarla realmente. No nos limitaremos a darle una ojeada como se acostumbra a hacer en las inspecciones, murmurando un «a-hum, a-hum, sí, muy inteligente, míster Cawdor». ¡Oh, Dios mío, qué necio fui! Qué terriblemente necio y ciego fui. Ni un necio quiere a un viejo necio —añadió amargamente.

—Usted no es un viejo necio. Todos cometemos equivocaciones —dijo Carstairs-Tuttle—. ¡Vamos, Percy, salgamos de aquí!