FUERZA INTERNACIONAL DE RESCATE
BASE SUDAMÉRICA
Un hombre moreno y alto, con la cara llena de pequeños cráteres, y que vestía un impoluto uniforme reglamentario del FIR, coronado con el distintivo de comandante jefe, le estaba esperando marcialmente en la misma puerta de la Base. Sus botas estaban tan exageradamente brillantes que se diría que casi molestaban a la vista. Junto a él, el hombre por el que la señora Knaack había viajado en avión durante tantas pesadas horas hasta el cono sur. El obeso comisionado delegado Caballero, con un impecable traje gris de chaqueta y corbata azul que acentuaban su aspecto de político en comparación con el recio hombre uniformado que tenía a su lado.
—¡Que bueno su visita, señora Knaack! —la recibió con una exagerada sonrisa—. Siempre es una alegría recibir colegas.
Ella le ofreció protocolariamente su mano, y él se hizo cargo galantemente de su pequeña maleta negra. Le invitó a subir en un pequeño vehículo Buggy eléctrico de cuatro ruedas que les esperaba justo en la puerta de la base. Los dos hombres se sentaron también en él y, mientras el comandante se hacía cargo del volante, comenzaron a recorrer Base Sudamérica como buenos anfitriones, para mostrársela a la señora Knaack en una suerte de recorrido turístico.
Durante el itinerario mantuvieron una cordial conversación, mientras admiraban las numerosas instalaciones con las que contaban.
—Es una base impresionante, y por lo que he oído, muy bien gestionada.
—A pesar de haberse construido aprovechando las antiguas instalaciones de un aeródromo militar, la hemos expandido hasta tener una extensión tan grande como la mayor base militar del planeta: Fort Hood, en Texas, Estados Unidos —al comisionado argentino se le llenaba la boca al hablar de “su” Base—. Desde aquí parten los halcones hasta cualquier lugar de Sudamérica en que nos necesiten, desde el punto más austral y gélido de la Patagonia hasta inclusive el norte de la frondosa selva de Guatemala. Incluso hemos realizados misiones de reconocimiento medioambiental en la Antártida. ¡Tenemos muchísimo trabajo, como se puede imaginar!
—Desde luego —le contestó ella con educación, mientras el viento despeinaba el volumen de las ondas de su pelo rubio.
Se cruzaron en su paseo con un grupo de rescatistas que corrían a toda velocidad. A la comisionada le llamó la atención que la mayoría tuvieran unos clarísimos rasgos indígenas.
—¿Qué nacionalidades son las más numerosas aquí?
—De todo. Es una mezcla bastante heterogénea, aunque el país que más rescatistas aporta es Brasil, como es el caso del comandante jefe —señaló al conductor del Buggy—. Tenemos muchos argentinos por supuesto, pero también colombianos, venezolanos, chilenos... Y déjeme que le diga que hay gente de muchísimo nivel en este cuerpo. Tenga en cuenta que el sueldo que pagan las Naciones Unidas es el mismo que en Europa o en Norteamérica, y aquí en Buenos Aires ese dinero es una pequeña fortuna. Cunde muchísimo. Hay gente que procede de los mejores cuerpos de élite de todo el continente. Sin ir más lejos, el comandante Falnao.
—¿De dónde viene usted, comandante? —le preguntó ella respetuosamente al conductor.
—Era Teniente Coronel del BOPE. Batallón de Operaciones Especiales, de la Policía Militar. Destinado en Río de Janeiro durante más de diez años en la guerra contra el crimen.
—¿Y ha notado mucho el cambio?
—Si le soy sincero, las dos unidades eran prácticamente igual de peligrosas. La diferencia está en el enemigo al que combatir. En las favelas luchábamos contra otros hombres. Aquí luchamos contra Dios. Es una lucha desigual. No hay posibilidad de vencer.
El brasileño aparcó el vehículo en la puerta de un sobrio edificio de color negro lleno de ventanales, después de impresionar a la diplomática alemana con la frase que acababa de pronunciar. Le pareció tan interesante que ya no la olvidaría jamás.
Se apearon los tres del vehículo, siendo ella ayudada galantemente por su homólogo argentino. Cuando se dispusieron a entrar en el edificio, el comandante se despidió con cortesía de ella, manifestando tener quehaceres pendientes con la instrucción de los escuadrones operativos. De modo que entraron en las dependencias los dos comisionados, hasta llegar andando a su despacho, situado en la planta superior del edificio. A ella le pareció mucho más descuidado que el suyo, inclusive algo caótico, pero era indudablemente más grande.
—Siéntese, por favor. Prepararé un poco de mate. Confío en que le guste.
—Seguro —le contestó mientras contemplaba unos diplomas universitarios colgados de la pared del despacho.
Él calentó agua caliente en un pequeño microondas y la vertió en un termo ya preparado con hierbas tradicionales argentinas. Asimismo, sacó de un cajón de su mesa dos bombillas de plata, el utensilio con forma de estrecho tubo para poder sorber la bebida, y le ofreció el echar un poco de azúcar en la mezcla para que supiera un poco más dulce. A ella no le pareció mala idea, y se sentaron uno frente al otro, conversando mientras se alternaban el termo.
—Es un viaje muy largo para venir a tomar mate conmigo, señora Knaack.
—Lo sé. Pero era necesario.
—Pues que no se dilate más, sea franca conmigo.
Ella se recostó en su asiento, y le miró a los ojos sin timidez.
—¿Ha visto los presupuestos del año que viene?
—Efectivamente. Son unos recortes importantes —su respuesta fue tan rápida que a la comisionada le confirmó que esperaba exactamente esa pregunta.
—¿Importantes? ¡Usted y yo sabemos que es imposible que la Fuerza funcione con esos números!
—Indudablemente nuestra capacidad operativa se verá reducida...
—Y no se ha preguntado... ¿Por qué? ¿Por qué ese repentino cambio de política con la Fuerza?
—Sinceramente... Durante toda mi carrera he tenido que sufrir este tipo de fluctuaciones una y otra vez. Presupuestos que suben y bajan. Primero como alcalde de Bariloche, después como Diputado nacional, luego trabajando en Naciones Unidas... No dependemos de nosotros mismos, sino de entes superiores que deciden si nos financian o no. Así de simple lo veo yo.
—Ya pero... ¿Es que no le preocupa?
—¿Y qué importancia tiene que lo haga? ¡Trabajaré con lo que me den, sin hacer más preguntas! Ni más ni menos. Es lo que tiene las organizaciones jerarquizadas. Que hay una subordinación intrínseca que se debe respetar.
Ella empezó sintiendo decepción por sus palabras, pero su estado anímico fue mutando hacia el enojo al ver lo poco que se involucraba aquel político sudamericano con la institución a la que ella había dedicado gran parte de su vida.
—¿Y eso es todo? Supongo que a usted lo único que le preocupa es cual será el próximo destino al que le envíen cuando desaparezca el Frente Internacional de Rescate. Eso sí, lo escribirá con letras bien grandes en su currículum, o lo colgará igual que ha colgado estos diplomas en su próximo despacho.
Su respuesta dejó helado al argentino, que se puso en pie, abochornado, después de unos segundos.
—Yo realizo mi labor con la mayor profesionalidad posible, señora Knaack. Soy un comisionado delegado, es decir, simplemente superviso las actividades e informo a una comisión, en este caso la Comisión de Medio Ambiente de las Naciones Unidas. Ejerzo mis funciones con el mayor rigor, competencia y responsabilidad posible, y soy consciente de que soy tan sólo una pieza más dentro de un engranaje mucho mayor. Tal vez sea usted la que está equivocada y se está extralimitando.
Ella respiró hondo, y se puso también en pie. Pero no tuvo reparos en disculparse por su salida de tono.
—Disculpe si mis términos le han ofendido. Simplemente, no entiendo como no puede estar preocupado por lo que está pasando.
—Yo no dije en ningún momento de nuestra conversación que no me preocupe. Dije que respetaré las decisiones de Naciones Unidas, sea cuales sean, sin cuestionarlas, porque ese no es mi trabajo. El mío es gestionar esta Base y sus operaciones. Y créame, no lo debo hacer tan mal cuando nuestras estadísticas y nuestro rendimiento son mejores que los suyos.
Ella advirtió en ese momento que su agotador viaje en avión hasta Argentina había sido una pérdida de tiempo. Aunque al menos había aprendido algo. Tampoco podía contar con los otros comisionados si quería plantear algún tipo de protesta o resistencia ante los futuros recortes presupuestarios. Se encontraba completamente sola para afrontar cualquier tipo de acción para salvar el FIR.