Capítulo 21

—¿Sabes lo del niño? — preguntó Stephen a Gavin mientras caminaban juntos por el patio de Demari.

—He sido informado — replicó él, fríamente—. Sentémonos aquí, a la sombra. Aún no me acostumbro a la luz del sol.

—¿Te tenían en un foso?

—Sí. Me tuvieron en uno casi una semana.

—No se te ve demasiado flaco. ¿Te daban de comer?

—No. Jud... mi esposa hacía que su doncella me llevara comida.

Stephen echó una mirada a los restos de la vieja torre.

—Se arriesgó mucho al venir aquí.

—No se arriesgó en absoluto. Deseaba a Demari tanto como él a ella.

—No tuve esa impresión cuando conversé con Judith.

—¡Pues te equivocas! — Afirmó Gavin con fuerza.

Stephen se encogió de hombros.

—Ella es asunto tuyo. Raine dice que se os ha llamado a la Corte. Podemos viajar juntos, pues yo también debo presentarme al rey.

Gavin estaba cansado y sólo quería dormir.

—¿Qué quiere el rey de nosotros?

—Ver a tu esposa y presentarme una a mí.

—¿Vas a casarte?

—Sí, con una rica heredera escocesa que odia a todos los ingleses.

—Yo sé lo que significa verte odiado por tu esposa.

Stephen sonrió.

—Pero la diferencia es que a ti te importa. A mí no. Si no se comporta como es debido, la encerraré para no verla nunca más. Diré que es estéril y adoptaré a un hijo que herede sus tierras. Si tanto te disgusta tu mujer, ¿por qué no haces otro tanto?

—¡No verla nunca más! — Exclamó Gavin.

Se contuvo al ver que su hermano se echaba a reír.

—¿Te calienta la sangre? No hace falta que lo digas, porque la he visto. ¿Sabes que estuve a punto de matarla cuando le vi arrojarte vino a la cara? Ella tomó mi puñal y me rogó que le diera muerte.

—Te engañó — dijo Gavin disgustado—, igual que a Raine y a Miles. Esos muchachos se sientan a sus pies y la miran con ojos embobados.

—Hablando de ojos embobados, ¿qué piensas hacer con John Bassett?

—Debería casarlo con Lady Helen. Si se parece en algo a su hija, hará de su vida un infierno. Sería poco castigo por su estupidez.

Stephen bramó de risa.

—Estás cambiado, hermano. Judith te obsesiona.

—Sí, como un grano en el trasero. Ven, apresuremos a estas gentes para salir de aquí.

El campamento dejado por Gavin estaba ante las murallas de Demari. Aunque John Bassett no lo supiera, Gavin estaba haciendo cavar un túnel bajo las murallas en el momento en que lo apresaron; el joven tenía por costumbre no revelar todos sus planes a ninguno de sus ayudantes. Mientras John volvía al castillo de Montgomery, los hombres elegidos por Gavin continuaban con la excavación. Habían tardado varios días, aunque ninguno de ellos dormía sino unas pocas horas diarias. Mientras iban avanzando en la perforación, sostenían la tierra sobre sus cabezas con fuertes maderos. Cuando estuvieron cerca del otro extremo, encendieron una hoguera dentro del túnel. Una vez quemadas las vigas, una parte de la muralla se derrumbó con un estruendo ensordecedor.

En la confusión que siguió a la toma del castillo, mientras el grupo establecía su campamento, Judith consiguió escapar para estar sola un rato. Había un río en los bosques, detrás de las tiendas. Caminó entre los árboles hasta hallar un sitio cobijado donde estaría oculta pero podría disfrutar del sonido y la vista del agua.

Sólo entonces se dio cuenta de lo tensa que había estado durante la semana pasada. La mentira incesante, el disimulo ante Walter, la habían agotado. Era un placer sentirse libre y en paz otra vez. Por un breve rato no pensaría en su esposo ni en ninguno de sus múltiples problemas.

—Buscas consuelo — dijo una voz tranquila.

Ella no había oído aproximarse a nadie. Al levantar la vista se encontró con Raine, que le sonreía.

—Me iré si quieres estar sola. No es mi intención molestarte.

—No me molestas. Ven a sentarte conmigo. Sólo quería alejarme del ruido y de la gente un rato.

Él se sentó a su lado, estirando las largas piernas, con la espalda contra una roca.

—Esperaba que las cosas hubieran mejorado entre mi hermano y tú, pero no parece que así sea — manifestó el joven, sin preámbulos—. ¿Por qué mataste a Demari?

—Porque no había otra escapatoria — dijo Judith con la cabeza inclinada. Levantó la vista con los ojos llenos de lágrimas—. Es horrible quitar la vida a alguien.

Raine se encogió de hombros.

—A veces es necesario. ¿Y Gavin? ¿No te lo explicó? ¿No te consoló por lo que hiciste?

—Casi no me ha dirigido la palabra — respondió ella con franqueza—. Pero hablemos de otras cosas. ¿Tu pierna está mejor?

Raine iba a responder, pero se oyó la carcajada de una mujer y ambos miraron hacia el río. Helen y John Bassett caminaban por la orilla del agua. Judith iba a llamarla, pero Raine se lo impidió, pensando que era mejor no molestar a los amantes.

—John — dijo Helen, mirándolo con amor—, creo que no podré soportarlo.

Él le apartó tiernamente un mechón de la mejilla. La mujer tenía un aspecto joven y radiante.

—Es preciso. Para mí no será más fácil perderte, verte casada con otro.

—Por favor — susurró ella—, no soporto siquiera la idea. ¿No habrá otra solución?

John le apoyó la punta de los dedos en los labios.

—No, no lo repitas. No podemos casarnos. Sólo nos quedan estas pocas horas. Es todo.

Helen le rodeó el pecho con los brazos, estrechándolo cuanto pudo. John la abrazó hasta casi aplastarla.

—Dejaría todo por ti — susurró ella.

—Y yo daría cualquier cosa si pudiera tenerte — sepultó la mejilla en la cabellera de la mujer—. Vamos. Alguien podría vernos.

Ella asintió y los dos se alejaron lentamente, abrazados por la cintura.

—Yo no lo sabía — dijo Judith por fin.

Raine le sonrió.

—A veces sucede. Ya se les pasará. Gavin buscará otro esposo para tu madre y él llenará su lecho.

Judith se volvió a mirarlo; sus ojos eran un rayo de oro.

—¿Otro esposo? — Siseó—. ¿Alguien que llene su lecho? ¿Es que los hombres no piensan en otra cosa?

Raine la miró con fascinación. Era la primera vez que la veía iracunda contra él. No lo fascinaba sólo por su belleza, sino por su temperamento. Una vez más sintió la sacudida del amor y sonrió.

—Tratándose de mujeres no hay mucho más en qué pensar — bromeó.

Judith iba a replicar, pero vio la risa en los ojos del muchacho y los hoyuelos de sus mejillas.

—¿No hay solución para ellos?

—Ninguna. Los padres de John no son siquiera de origen noble, y tu madre estuvo casada con un conde — le apoyó una mano en el brazo—. Gavin buscará a un hombre bueno que sepa administrar bien sus propiedades y la trate con bondad.

Judith no respondió.

—Tengo que irme — dijo Raine de repente. Se levantó con torpeza—. ¡Maldita sea esta herida! — Protestó vehemente—. Una vez me di un hachazo en la pierna, pero no dolió tanto como esta fractura.

—Al menos ha soldado correctamente — replicó ella con un chisporroteo en los ojos.

Raine hizo una mueca al recordar el dolor de su tratamiento.

—Si vuelvo a necesitar de un médico, tendré cuidado de no recurrir a ti. No soy tan hombre como para soportar tus atenciones. ¿Quieres volver al campamento?

—No. Prefiero estar sola un rato.

Él miró a su alrededor. El lugar parecía no ofrecer peligros, pero nunca se estaba seguro.

—Vuelve antes de que se ponga el sol. Si por entonces no te he visto, vendré a buscarte.

Ella hizo un gesto de asentimiento y volvió la vista al agua, mientras él se alejaba. La preocupación de Raine por ella la hacia sentir protegida. Recordó la alegría que le inspiraba verlo en el castillo. Entre sus brazos se sentía segura.

Así las cosas, ¿por qué no lo miraba con pasión? Resultaba extraño experimentar sólo un afecto fraternal por aquel hombre que la trataba con tanta bondad, mientras que por su esposo...

No quiso pensar en Gavin mientras estuviera en aquel lugar tranquilo: cualquier recuerdo de él la enfurecía demasiado. Él había dado crédito a las palabras de Walter y estaba convencido de que estaba embarazada de ese hombre.

Judith se llevó las manos al vientre, en un gesto protector. ¡Su propio hijo! Pasara lo que pasara, el bebé sería siempre suyo.

—¿Qué planes tienes para ella? — Preguntó Raine mientras se sentaba ostentosamente en una silla, en la tienda de Gavin. Stephen se acomodó a un lado para afilar un puñal.

Al otro lado estaba Gavin, comiendo. No había hecho otra cosa desde que saliera del castillo.

—Supongo que te refieres a mi esposa — dijo, ensartando un trozo de cerdo asado—. Pareces preocuparte mucho por ella — acusó.

—¡Y tú pareces ignorarla! — Contratacó Raine—. Mató a un hombre por ti. Eso no es fácil para una mujer, pero tú ni siquiera le has hablado del tema.

—¿Qué consuelo podría darle después de que mis hermanos se han ocupado tanto de brindárselo?

—Pues no lo encuentra en otra parte.

—¿Hago traer espadas? — Preguntó Stephen, sarcástico—. ¿O preferís batiros con armadura completa?

Raine se relajó de inmediato.

—Tienes razón, Stephen. Ojalá este otro hermano mío fuera tan sensato como tú.

Gavin lo fulminó con la mirada y volvió a su comida. Stephen lo observó un momento.

—Raine, ¿tratas de interponerte entre Gavin y su esposa?

El más joven se encogió de hombros y acomodó la pierna.

—Él no la trata como es debido.

Stephen sonrió, comprensivo. Raine había sido siempre el defensor de los oprimidos. Apoyaba cualquier causa que necesitara de él. El silencio se hizo denso, hasta que Raine se levantó para salir de la tienda. Gavin lo siguió con la vista. Después, ahíto por fin, apartó el plato y se levantó para acercarse a su catre.

—Está embarazada de ese hombre — dijo al cabo de un rato.

—¿De Demari? — Preguntó Stephen. Ante el asentimiento de su hermano, emitió un grave silbido—. ¿Qué vas a hacer con ella?

Gavin se dejó caer en una silla.

—No sé — dijo en voz baja—. Raine dice que no la he consolado, pero ¿qué para decirle, si ha matado a su amante?

—¿Fue obligada?

El mayor dejó caer la cabeza.

—No lo creo. No, no es posible. Podía ir y venir por el castillo a voluntad. Vino a verme hasta el foso y también cuando me encerraron en un calabozo de la torre. Si la hubieran forzado, no le habrían dado tanta libertad.

—Eso es cierto, pero el hecho de que te visitara ¿no significa que deseaba ayudarte?

Los ojos de Gavin despidieron chispas.

—No sé qué deseaba. Parece estar de parte de quienquiera que la tenga. Cuando vino a mí dijo que lo había hecho todo por mi bien. Sin embargo, cuando estaba con Demari era toda suya. Es astuta.

Stephen deslizó un dedo a lo largo del puñal para probar el filo.

—Raine parece tener muy buena opinión de ella. Miles también.

Gavia resopló.

—Miles todavía es demasiado joven para saber que las mujeres tienen algo además del cuerpo. En cuanto a Raine... hace tiempo que defiende la causa de Judith.

—Podrías declarar que el niño es de otro y repudiarla.

—¡No! — Exclamó Gavin, casi con violencia. Después apartó la vista.

Stephen se echó a reír.

—¿Todavía ardes por ella? Es hermosa, pero hay otras mujeres hermosas. ¿Qué me dices de Alice? Declaraste que la amabas.

Stephen había sido el único confidente de Gavin en cuanto a Alice.

—Se casó hace poco con Edmund Chartworth.

—¡Edmund! ¡Esa bazofia! ¿No le ofreciste matrimonio?

El silencio fue la única respuesta. Stephen envainó el puñal.

—Las mujeres no valen la pena de preocuparse tanto. Llévate a la cama a tu mujer y no vuelvas a pensar en el asunto — se levantó—. Creo que me voy a dormir. Ha sido una jornada muy larga. Nos veremos mañana.

Gavin quedó solo en su tienda; la oscuridad se intensificaba rápidamente. “Repudiarla”, pensó. Bien podía hacerlo, puesto que ella estaba embarazada de otro. Pero no se imaginaba sin ella.

—Gavin... — Raine interrumpió sus pensamientos. — ¿Ha vuelto Judith? Le dije que no debía demorarse hasta después de oscurecer.

Gavin se levantó con los dientes apretados.

—Piensas demasiado en mi mujer. ¿Dónde estaba? Iré a buscarla.

El hermano le sonrió.

—Junto al arroyo, por allí — señaló.

Judith estaba arrodillada junto al riachuelo, moviendo con la mano el agua clara y fresca.

—Es tarde. Tienes que volver al campamento.

Levantó la vista, sobresaltada. Gavin se erguía ante ella en toda su estatura; sus ojos grises parecían muy oscuros en la penumbra del ocaso. Su expresión era hermética.

—No conozco estos bosques — continuó él—. Podría haber peligro.

Judith se levantó con la espalda muy erguida.

—Eso te convendría, ¿verdad? Una esposa muerta ha de ser mejor que una deshonrada.

Recogió sus faldas y echó a andar a grandes zancadas. Él la sujetó por el brazo.

—Tenemos que hablar, seriamente y sin enfadarnos.

—¿Qué ha habido siempre entre nosotros, aparte del enfado? Di lo que quieras. Me canso.

El suavizó la expresión.

—¿Te cansa la carga del niño?

Las manos de la muchacha volaron al vientre. Después se irguió, con el mentón en alto.

—Este bebé jamás será una carga para mí.

Gavin miró al otro lado del río, como si luchara con un gran problema.

—Por todo lo que ha ocurrido desde entonces, creo que cuando te entregaste a Demari lo hiciste con buenas intenciones. Sé que no me amas, pero él también tenía a tu madre. Sólo por ella habrías arriesgado lo que arriesgaste. Judith frunció el entrecejo e hizo una señal de asentimiento.

—No sé qué ocurrió después de que viniste al castillo. Tal vez Demari fue amable contigo y tú necesitabas amabilidad. Tal vez aun durante la boda te... te ofreció gentileza.

Ella no podía hablar. Se le estaba revolviendo la bilis.

—En cuanto al niño, puedes conservarlo y no te repudiaré por ello, aunque tal vez debería hacerlo. Pues si, a decir verdad puedo tener parte de la culpa. Cuidaré del niño como si fuera mío y heredará algunas de tus tierras — Gavin hizo una pausa para mirarla. — ¿No dices nada? He tratado de ser franco... y justo. Creo que no podrías pedir más.

Judith tardó un momento en recobrarse. Habló con los dientes muy apretados.

—¡Franco! ¡Justo! ¡No conoces el significado de esas palabras! Fíjate en lo que estás diciendo. Estás dispuesto a reconocer que vine al castillo por motivos honorables, pero después de eso me insultas horriblemente.

—¿Que te insulto? — Se extrañó Gavin.

—¡Me insultas, sí! ¿Me crees tan vil como para entregarme libremente al hombre que amenazó a mi madre y a mi esposo? ¡Porque ante Dios eso eres! Dices que yo necesitaba amabilidad. ¡Sí, la necesito, porque nunca la he recibido de ti! Pero no soy tan vana como para faltar a un juramento hecho ante Dios, por un par de atenciones. Una vez rompí un voto semejante, pero no volveré a hacerlo.

Apartó la cara, ruborizada por el recuerdo.

—No sé de qué hablas — empezó Gavin, perdiendo a su vez los estribos—. Hablas en acertijos.

—Sugieres que soy adúltera. ¿Eso es un acertijo?

—Llevas en el vientre el hijo de ese hombre. ¿De qué otro modo puedo llamarte? He ofrecido hacerme cargo del niño. Deberías agradecer que no te repudie.

Judith lo miró con fijeza. El no preguntaba si la criatura era suya: daba por sentado que Walter había dicho la verdad. Tal como había dicho Helen el día de la boda: un hombre era capaz de dar crédito al más bajo de sus siervos antes que a su esposa. Y si Judith negaba haberse acostado con Walter, ¿le creería él? No había modo de probar sus palabras.

—¿No tienes más que decir? — Acusó Gavin, con los labios tensos.

Judith lo fulminó con la vista, muda.

—¿Debo interpretar que estás de acuerdo con mis condiciones?

La muchacha decidió seguirle el juego.

—Dices que darás tierras mías a mi hijo. Es poco lo que sacrificas.

—¡Te retengo a mi lado! Podría repudiarte. — Ella rió.

—Claro que podrías. Los hombres tienen ese derecho. Me retendrás mientras me desees. No soy tonta. Debería recibir algo más que una herencia para mi hijo.

—¿Quieres una paga?

—Sí, por haber venido a buscarte al castillo.

Las palabras dolían. Estaba llorando por dentro, pero se negaba a dejarlo ver.

—¿Qué deseas?

—Que mi madre sea dada en matrimonio a John Bassett.

Gavin dilató los ojos.

—Tú eres ahora su pariente masculino más cercano — señaló Judith—. Tienes ese derecho.

—Pero John Bassett es...

—No me lo digas Lo sé demasiado bien. Pero, ¿no te das cuenta de que ella lo ama?

—¿Qué tiene que ver el amor en esto? Hay que tener en cuenta las propiedades, las fincas.

Judith le apoyó las manos en los brazos, suplicante.

—No sabes lo que significa vivir sin amor. Tú has entregado el tuyo y yo no tengo posibilidades de ganarlo. Pero mi madre nunca ha amado a un hombre como ama a John. Está en tu mano darle lo que más necesita. Te lo ruego, no dejes que tu animosidad contra mí te impida darle alguna felicidad.

Él la observó. Era hermosa, pero también una joven solitaria. ¿Habría sido él tan duro como para hacer que ella necesitara a Walter Demari, siquiera por algunos momentos? Ella decía que Gavin había entregado su amor a otra, sin embargo, en esos momentos le era imposible recordar la cara de Alice.

La tomó en sus brazos, recordando lo asustada que la había visto frente al ataque del cerdo salvaje. Pese a esa falta de valor, se había enfrentado a un enemigo como si fuera capaz de matar dragones.

—No te odio — susurró, estrechándola contra sí para ocultar la cara en su pelo.

Cierta vez Raine le había preguntado qué encontraba en ella de malo; en ese momento Gavin se hizo la misma pregunta. Si ella estaba embarazada de otro, ¿no era culpa de él por haberla dejado sin protección? Durante toda su vida de casados recordaba haberla tratado con gentileza una sola vez: el día que habían pasado juntos en el bosque. Le molestaba la conciencia por haber planeado ese paseo para ponerla otra vez en el lecho nupcial. Había pensado sólo en sí mismo. Se sentó en la perfumada hierba, con la espalda contra un árbol, y la acomodó en su falda, acurrucada.

—Cuéntame qué pasó en el castillo — pidió con suavidad.

Ella no confiaba en él. Cada vez que confiaba en él, Gavin le arrojaba las palabras a la cara. Pero su contacto físico la reconfortaba. “Esta sensación es todo cuanto compartimos”, pensó. “Entre nosotros sólo existe la lascivia, no hay amor ni comprensión, mucho menos confianza.”

Se encogió de hombros, negándose a revelarle nada. Tenía los labios muy cerca del cuello de Gavin.

—Ya ha pasado todo. Es mejor olvidarlo.

Gavin frunció el ceño; quería obligarla a hablar, pero su proximidad era más de lo que podía soportar.

—Judith — susurró, buscándole la boca.

Ella le rodeó el cuello con los brazos. Su mente había quedado en blanco. Olvidadas quedaban las ideas de comprensión y confianza.

—Te echaba de menos — susurró él contra su mejilla—. ¿Sabes que, cuando te vi en el foso de Demari, creí estar muerto?

Ella apartó la cabeza para ofrecerle el fino arco del cuello.

—Eras como un ángel que llevara luz, aire y belleza a aquel... lugar. Temía tocarte por si no eras real... o por si eras real y yo resultaba destruido por haberme atrevido a tocarte.

Tiró de los lazos que le cerraban el costado.

—Pues soy muy real — sonrió Judith.

Él estaba tan embrujado que la atrajo hacia sí y la besó profundamente.

—Tus sonrisas son más raras y más preciosas que los diamantes. He visto tan pocas... — de pronto se le oscureció la expresión ante el recuerdo—. Podría haberos matado a ambos cuando vi que Demari te tocaba.

Ella lo miró con horror y trató de apartarlo.

—¡No! — Exclamó él, reteniéndola—. ¿Me darás a mí, tu marido, menos que a él?

Judith estaba en una situación incómoda, pero logró echar la mano atrás y asestarle una bofetada. Él le sujetó la mano con un chisporroteo en los ojos y le estrujó los dedos. De pronto le besó la mano.

—Tienes razón. Soy un tonto. Todo ha quedado atrás. Veamos sólo el futuro, esta noche.

Su boca atrapó la de ella y Judith abandonó la ira. En verdad, mientras aquellas manos vagaran bajo sus ropas no podía pensar en nada. Estaban hambrientos el uno del otro, más que hambrientos. Las privaciones que Gavin había experimentado en el foso no eran nada comparadas con lo que sentía por haber prescindido de su mujer.

El vestido de lana azul fue desgarrado, y también las enaguas de hilo. La tela rota aumentó la pasión y las manos de Judith lucharon con las prendas de Gavin. Pero él fue más rápido. En un instante sus ropas formaron un montón con las de ella.

Judith, frenética, lo atrajo hacia ella. Gavin igualó su ardor y lo superó también. A los pocos momentos consumaban el amor en un feroz estallido de estrellas que los dejó exhaustos.