Capítulo 10
La noche acabó mucho antes de lo que esperaba. Los destellos de luz se colaban por las cortinas y tardé un segundo en darme cuenta de que eran más intensos que el azul frío del amanecer, que, además, tampoco se encendía dos veces por segundo.
Me incorporé, me apoyé sobre un codo y, como un calidoscopio recién agitado, el ruido difuso del exterior se transformó de repente en elementos reconocibles. En los árboles cercanos a mi ventana los pájaros emitían agudas llamadas de aviso en staccato y gorjeos malhumorados en respuesta a las molestias. Como si quisieran contestar, las radios crepitaban y pitaban, y unas voces graves murmuraban cargadas de impaciencia. Los motores estaban en marcha; había más de un coche. Mientras escuchaba, otro más se metió en nuestra calle sin salida a toda velocidad, antes de que alguien pisara el freno y el motor se detuviera. «Alguien tiene prisa», pensé mientras me incorporaba del todo y me apartaba el pelo de la cara. Luego unos pasos, rítmicos y decididos, tan cerca de casa que me intranquilicé. Patadas a la grava, que rebotaba en el asfalto. Sentí un escalofrío y de repente se me pasaron las ganas de enterarme de qué sucedía. El impulso de darme la vuelta y echarme el edredón por la cabeza era casi irresistible.
Me vi incapaz. Me levanté de la cama un segundo después; en dos pasos llegué a la ventana y aparté un poco la cortina para echar un vistazo. Aún estaba oscuro, aunque empezaba a clarear. Había dos coches de policía aparcados al otro lado de la calle, con luces intermitentes que seguían un ritmo sincopado y que eran las que me habían despertado. Justo delante de la casa había una ambulancia con las puertas de atrás abiertas. Detecté movimiento por las ventanillas tintadas del lateral. Un grupo reducido de policías permanecía detrás del vehículo y me sobresalté al reconocer a Blake entre ellos. Su coche era el que había oído llegar; lo había abandonado con prisas unos cuantos metros calle abajo, sin molestarse en dejarlo paralelo a la acera, y con la puerta abierta de par en par. Vickers estaba sentado en el asiento del acompañante, protegiéndose los ojos de la luz del techo. Los surcos de su cara eran más oscuros y más profundos, me dije, pero no sabía si ese cambio en su aspecto se debía a un efecto de la luz, a la hora intempestiva o a una intensa preocupación. Quizás a las tres cosas.
Solté la cortina y me recosté contra la pared. No acababa de entender lo que había visto. Tampoco me lo creía del todo: si hubiera vuelto a apartar la cortina y me hubiera encontrado con la calle completamente desierta, tal vez no me habría sorprendido. Tenía algo de surrealista encontrarse a toda aquella gente a la puerta de casa, literalmente, como descubrí al volver a mirar y toparme con la cabeza de un hombre que se dirigía a la acera desde nuestro porche. ¿Qué había hecho allí? ¿Qué pasaba? ¿A qué obedecía la llegada de tal contingente policial?
El carrito eléctrico que repartía la leche por el barrio estaba aparcado en el extremo de la calle. Distinguí entonces al lechero, bien abrigado para protegerse del frío nocturno y con una chaqueta fosforescente, hablando con cara seria con un agente de uniforme que escuchaba con paciencia y asentía, pero sin tomar notas, y que se había llevado la radio a la boca como si esperase una oportunidad para cortarle. Ojalá el lechero no se hubiera metido en un lío. Era un buen hombre que trabajaba de madrugada, entre el regreso de los últimos trasnochadores y la aparición de los más madrugadores, un hombre que se movía en silencio por su mundo de sombras. No me imaginaba que pudiera haber hecho algo merecedor del interés de tantos policías. Además, había una ambulancia.
La ventana había empezado a empañarse ante mí; con impaciencia, me desplacé hacia el otro lado; el movimiento bastó para llamar la atención de Vickers, que había bajado del coche y, apoyado en la puerta abierta, hablaba con Blake. Al cambiarme de sitio su mirada se cruzó con la mía. Sin reacción aparente, siguió hablando, pero no apartó los ojos. Blake volvió la cabeza y me dirigió una mirada tan breve y tan indiferente que me pareció un insulto; luego se dio la vuelta y asintió. Me di cuenta de que no iban a dejarme contemplar la escena tranquila. Haciendo un esfuerzo, me aparté del escrutinio azul claro de Vickers y me dirigí al armario para ponerme algo. Mi idea era bajar antes de que alguien llamara al timbre y despertara a mamá. Ya tenían bastantes problemas sin una señora histérica que se quejara de que la policía se había plantado delante de su casa.
Saqué un par de botas de piel de cordero del fondo de armario y me las puse. Metí los pantalones del pijama por dentro y luego encontré un forro polar que me enfundé por la cabeza sin molestarme en bajar la cremallera. Había notado que los hombres reunidos fuera tenían frío, que se frotaban las manos al hablar y se les helaba el aliento, iluminado por los faros de los coches. Necesitaba abrigarme bien.
Tardé una eternidad en abrir la puerta de la calle: las llaves se me cayeron y los pestillos se resistían. Solté una palabrota entre dientes mientras me peleaba con ellos. Fuera apareció una silueta conocida y deseé con todas mis fuerzas que Blake entendiera que estaba tratando de abrir, que no hacía ninguna falta llamar ni al timbre ni con la aldaba, que eso equivaldría a despertar a mamá... El último pestillo se retiró con un golpe sordo y abrí de sopetón. El gesto de Blake pasó de la seriedad profesional al regodeo durante unas décimas de segundo cuando se fijó en los pantalones del pijama con estampado de piel de vaca.
—Me gusta el modelito.
—No esperaba visitas. ¿Qué pasa aquí? ¿A qué viene todo este lío?
—Nos han llamado... —empezó, pero se detuvo con fastidio cuando le hice un gesto para que bajara la voz—. ¿Y eso?
—No quiero que mamá se entere de que estáis aquí.
Tras mirarme con cara de pocos amigos, Blake extendió la mano, sacó las llaves de la cerradura, me agarró del brazo y me alejó de la casa. La puerta se cerró sola tras de mí. Lo seguí por el camino, arrastrando los pies, avergonzada de repente al darme cuenta de cuánta gente había por allí observándonos. Cuando llegamos a la verja del jardín dije:
—Aquí ya está bien. Y devuélveme las llaves, si no te importa.
—Bueno, bueno. —Las soltó encima de mi mano y me las metí en el bolsillo, enroscando los dedos a su alrededor, sin que me viera—. Yo te cuento por qué hemos venido si tú me cuentas qué hacía tu amiguito Geoff por estos parajes. Vive bastante lejos de esta urbanización, pero nos lo hemos encontrado aquí en plena noche. ¿Tiene algo que ver contigo, por un casual?
Me quise morir.
—No se habrá metido en ningún lío, ¿no? Me imaginé que se tranquilizaría y se iría a su casa.
Vi una chispa en los ojos de Blake, cuya expresión permaneció inamovible, con aquella media sonrisa fría que reconocí de inmediato: era su cara de póquer.
—O sea, que había venido a verte.
—Vino anoche —contesté, avergonzada—. Yo no quería... A ver: no sabía que iba a venir y no lo dejé pasar.
Blake se quedó a la espera, sin articular palabra. Yo me mordí el labio.
—Me trajo flores. Un ramo bastante grande. No lo... No lo acepté.
—¿No serán esas flores, por casualidad?
Seguían en mitad del jardín delantero, donde las había tirado Geoff, hechas una maraña de tallos rotos y pétalos aplastados. El envoltorio de celofán estaba moteado de gotitas de condensación.
—Mira, no quiero que Geoff tenga problemas por culpa mía —aseguré, y era cierto, lo cual me sorprendió—. Anoche se pasó un poco. Estoy convencida de que no tenía malas intenciones. Se sentía un poco frustrado porque yo... Porque no...
—No compartías sus sentimientos —sugirió Blake.
—Gracias. Sí. Así que lo dejé fuera para que se calmara.
—Muy bien. ¿Y eso a qué hora fue?
—A las diez y media, creo —respondí arrugando la frente y haciendo un esfuerzo para recordar—. Cuando llamó al timbre habían dado las diez, y hablamos un rato. No había forma de quitármelo de encima.
—Y no lo dejaste entrar.
—Ni siquiera quité la cadena de la puerta —me limité a responder—. Estaba de un humor extraño.
—¿Te dio miedo?
Miré bien a Blake y de repente me di cuenta de que estaba enfadado, furioso, pero no conmigo.
—Pues... sí. No sé si tenía motivos para sentirme amenazada, pero es que toda la historia esta de Geoff se había salido un poco de madre. Él no aceptaba el rechazo. —Me di cuenta de que estaba apretando los ojos para no llorar e hice una pausa destinada a recuperar la compostura que me quedaba—. Mejor que me lo digas. ¿Qué ha hecho?
En ese momento, uno de los enfermeros bajó de la parte trasera de la ambulancia de un salto y cerró las puertas antes de dirigirse corriendo al asiento del conductor. Hizo girar el vehículo con una economía de movimientos competente y salió de Curzon Close con las luces intermitentes aún puestas, seguido de uno de los coches de policía, que también las llevaba encendidas. Cuando se apagó el ruido de los motores, ya cerca de la calle principal, oí que las sirenas empezaban a aullar. Puede que sólo me lo imaginara, pero detecté cierta compasión en el gesto de Blake. Antes de hablar miró a mi espalda y se puso tieso, con una expresión neutra.
—Buenas, jefe. Sarah me preguntaba por el señor Turnbull.
Me volví. De cerca, Vickers parecía más que nunca una tortuga, arrugada y viejísima.
—Mala cosa —dijo—. ¿Has oído algo, Sarah? ¿Algo fuera de lo normal?
Negué con la cabeza y me abracé el cuerpo. De repente tenía frío.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué tendría que haber oído?
Los dos policías se miraron y fue Blake el que habló por fin, después de que Vickers hiciera valer sus privilegios sin decir una sola palabra.
—Nos ha llamado Harry Jones, el lechero, hace... —miró el reloj— unos cuarenta y cinco minutos. Había encontrado algo.
En lugar de seguir con la explicación, Blake volvió a ponerme la mano en el brazo y a tirar de mí, pero en ese momento no me resistí, sino que crucé la verja del jardín para salir a la acera. A mi izquierda estaba aparcado el coche de Geoff, con dos ruedas sobre el bordillo, orientado hacia el otro lado. El neumático de la derecha estaba rajado y formaba un charco de jirones de goma sobre el asfalto. La ventanilla posterior se había convertido en una bruma de cristal roto, y más pedazos destellaban por la calle. Me llevé la mano a la boca por el asombro. Di unos cuantos pasos más, con algo de flojera en las piernas. Desde ese ángulo distinguí las ventanillas laterales, oscuras y vacías: el cristal estaba hecho añicos y algunos dientes afilados despuntaban por el armazón de las puertas.
—Pero ¿por qué iba a destrozar Geoff su propio coche? —pregunté a Blake, sin haber entendido nada todavía.
—No fue él. Vuestro lechero se lo encontró en el asiento delantero. Me temo que el que ha dejado así el vehículo le ha hecho lo mismo a él.
—¿Qué? —Se me aceleró el corazón y se me cerró la garganta como si alguien me la apretara. Giré sobre los talones para quedar frente a los dos policías—. No está...
—No está muerto, no —aclaró Vickers, pronunciando las palabras con esfuerzo. Su voz parecía herrumbrosa y desgastada—. Pero no ha salido bien parado, hija.
—Traumatismo craneal —terció Blake—. Al parecer el atacante se le echó encima desde poca distancia con un objeto contundente y con mucha violencia. Ya ves cómo ha quedado el coche.
Sí, lo veía, y me parecía increíble que alguien hubiera sobrevivido a un ataque de aquel calibre. Como si me hubiera leído el pensamiento, Vickers señaló el vehículo con la cabeza y comentó:
—Estar ahí dentro puede haberle salvado la vida. El armazón lo habrá protegido de lo peor. Es un espacio reducido, ¿sabes? No hay sitio para coger impulso con el bate.
Hizo un gesto como si fuera a dar un golpe y se me revolvió el estómago. Me balanceé y noté que el sudor me bajaba por la espalda y me picaba debajo de los pechos. Tenía las manos y los pies helados y me daba vueltas la cabeza. Cerré los ojos para no ver aquello, como si por no mirarlo fuera a desaparecer. La oscuridad estaba muy cerca; sería muy fácil dejarse caer en el abismo, lejos de todo. Unas manos que reconocí como las de Blake se me posaron en los hombros y me los apretaron con fuerza.
—Venga, tranquila. Respira hondo.
Tuve que llenar varias veces los pulmones del aire limpio de la noche y mantener los ojos bien cerrados, apenas consciente de que Blake me apartaba del coche, de la mancha de líquido denso y negruzco del suelo, el líquido que, tal como comprendí entonces, era sangre. Me llevó hasta el murete del jardín e hizo presión para que me sentara allí, sin soltarme un instante hasta que me vi capaz de hacerle un gesto y asegurarle que no, no iba a caerme.
A lo lejos lo oí explicar a Vickers que Geoff había ido a Curzon Close a verme a mí, pero que yo no había sabido nada de él desde las diez y media. Se hizo un silencio entre los dos inspectores. Prácticamente se oía el movimiento de los engranajes de la mente de Vickers.
—Muy bien —dijo por fin—. Así que nuestro hombre se presentó aquí y lo mandaron a paseo, pero no se fue muy lejos. ¿Por qué?
Ya me había recuperado lo suficiente como para hablar y decidí intervenir.
—Dijo que quería quedarse un rato por aquí. Dijo... que había mucha gente rara suelta.
—¿Utilizó exactamente esas palabras? —preguntó Vickers de inmediato, y asentí. Casi para sus adentros añadió—: ¿Qué querría decir con eso? A lo mejor había visto algo.
—O quizá buscaba una excusa para quedarse, sin más —apuntó Blake, y noté que me ruborizaba.
—Eso me imaginé yo. Me pareció que lo que necesitaba era tranquilizarse antes de irse a su casa. Miré por la ventana y estaba fumándose un cigarrillo.
Vickers se frotó la cara con las manos, lo que produjo un ruido seco y áspero, por la barba incipiente que empezaba a escarcharle la mandíbula.
—O sea, que el hombre está inquieto y preocupado y no sabe ni qué día es, y decide que se le pase el subidón aquí fuera.
—Creo que en parte lo hizo para demostrarse que no se iba sencillamente porque yo se lo dijera.
—Más que probable —asintió Vickers—. En fin, se sienta aquí, sin meterse con nadie, que nosotros sepamos... ¿Te darás una vuelta cuando sea una hora más decente para llamar a las puertas de la gente, Blakey? Pregunta si alguien oyó algo raro de madrugada. Claro que ésta es la casa más cercana al lugar del incidente. —Me miró—. ¿Es ése tu dormitorio, esa ventana que da a la calle? Bueno, si tú no has oído ruido, no creo que saquemos nada de nadie. No habrá alguna madre con un recién nacido en la calle, ¿verdad?
Negué con la cabeza, sonriendo sin querer, y se quedó desilusionado.
—No hay mejor testigo en el mundo, en serio. Están despiertas a horas intempestivas y no tienen otra cosa que hacer más que dar de comer a los bebés y mirar por la ventana. Las lactantes y los jubilados son mis testigos preferidos.
Algo me daba vueltas por la cabeza. Miré las cajas y las bolsas que había en la acera y torcí el gesto.
—¿Qué pasa? —preguntó Blake, que me observaba con mucha atención.
—No, nada... Esta mañana tenían que venir a recoger donaciones para una organización benéfica. Tengo la impresión de haberlos oído hace un rato, metiendo ruido. Estaba medio dormida, la verdad es que no sé a qué hora ha sido, pero no pueden haber sido ellos, ¿verdad? Es demasiado pronto. —Me miré la muñeca distraídamente y entonces me di cuenta de que no me había puesto el reloj. Al levantar la vista me encontré a Blake y Vickers dirigiéndose una mirada de complicidad—. ¿No creeréis...? No lo habré oído, ¿verdad?
Ninguno de los dos respondió. Me dejaron que sacara la conclusión yo misma.
—Ay, Dios mío.
—Si no le importa, jefe —intervino Blake con un carraspeo—, voy a comentar una cosa con los agentes de uniforme. Hay que organizar la retirada del vehículo.
—No puede quedarse ahí plantado —coincidió Vickers con un asentimiento—. Pero que hagan muchas fotos antes de moverlo, asegúrate de que los de la científica se lo toman en serio. Es un intento de asesinato.
Lo miré, y luego a Andrew Blake, y vi en sus caras lo que ninguno de los dos decía en voz alta. Partían de la hipótesis de que se trataba de la investigación de un asesinato; o sea, que había muchas posibilidades de que Geoff muriera.
Blake cruzó la calle hasta donde seguía aparcado uno de los coches de policía y sus dos ocupantes bajaron para hablar con él. Los vi charlar y bromear mientras Vickers continuaba hablando, lanzándome palabras más secas que el polvo, dirigidas más a sí mismo que a mí.
—Bueno, se queda ahí sentado en plena noche. Puede que antes haya dado un paseíto para digerir la escenita que ha tenido contigo. ¿Ha hecho el ridículo? Se dice que sí. Ha quedado como un idiota delante de la chica que le gusta y tiene que hacerse a la idea. Conduce un Golf. No está mal, pero nadie ataca a un tío para robarle el coche si conduce un Golf. Un Mercedes o un Jaguar o un BMW puede, pero no un Volkswagen de este calibre. Además, si lo que quieres es llevarte el coche no le pegas una paliza mientras está dentro. Te queda todo el interior lleno de sangre y demás. ¿A quién le apetece llevarse un coche en ese estado? Lo que haces es sacarlo a la calle, darle un par de mamporros para que no pueda levantarse y meterte en un lío, y luego te vas con el coche, tranquilamente.
Vickers suspiró, sin despegar la vista del maletero. Me di cuenta de que no veía el destrozo que teníamos delante, sino el coche tal y como había estado unas horas antes: perfecto, bien cuidado, limpio y reluciente.
—Aparezco con ganas de bronca —prosiguió en voz baja—. Empiezo por el conductor, ¿no? Lo primero es impedir que se largue. Abro la puerta y me pongo a darle. Se defiende, o quizá no tiene oportunidad, pero se retira hacia el asiento de al lado y ya no tengo un ángulo tan bueno para pegarle. Me parece que el conductor ya se ha llevado lo suyo, pero sigo de mala leche. Aún no me siento satisfecho. Claro que todavía queda el coche. Puedo descargar la rabia con él, así que destrozo las ventanillas del lado en el que estoy y luego me voy a la parte de atrás para darle al cristal. Eso sí que es espectacular. Después saco la navaja y rajo los neumáticos. En cambio, no me molesto en ir hasta el lado izquierdo del coche. ¿Y eso por qué?
—¿No hay suficiente sitio? —apunté al observar que el seto de los vecinos estaba por podar, de modo que apenas quedaba espacio para pasar andando entre el coche aparcado y las hojas que invadían la acera.
—Puede ser —contestó Vickers frunciendo el ceño—, pero también puede ser que no vea el coche desde ese lado. Lo he estado mirando desde la derecha; observándolo, tal vez. Se ha convertido en el centro de atención de toda mi furia. Lo identifico claramente con la persona a la que ataco. —Se volvió a mirar las casas del otro lado de la calle—. Es como si alguien lo hubiera vigilado. Es posible que alguno de tus vecinos viera a alguien merodeando por ahí.
Miré en la misma dirección y de repente vi los jardines delanteros de mis vecinos como posibles escondites y sentí aquel hormigueo que me acosaba desde hacía días, la impresión de que me observaban. Me planteé si debía contárselo a Vickers. Me planteé si había perdido la cabeza.
—Una cosa me queda clara al ver todo esto —añadió sin darme oportunidad de abrir la boca—: el atacante conocía a la víctima y sabía que tenía mucha estima al coche. Así pues, podemos preguntarle al señor Turnbull por sus compañías cuando esté en condiciones de hablar con nosotros.
Su tono de voz desvelaba lo que de verdad tenía en la cabeza: «Si llega a estar en condiciones de hablar con nosotros».
Geoff siempre había sido maniático con su coche. Lo acicalaba antes de subir, quitaba las hojas muertas y la suciedad de debajo de los limpiaparabrisas y lo inspeccionaba por delante y por detrás en busca de daños.
—El coche estaba impecable. Era fácil deducir que lo adoraba —aseguré lentamente—. No hacía falta conocerlo para saber eso.
—Pero sí hacía falta conocerlo, o al menos saber algo de él, para atacarlo de esa forma, ¿entiendes? He visto muchos casos de violencia de un tipo o de otro, y este episodio es un claro ejemplo de rabia contenida. —Vickers volvió a mirar el vehículo, con los brazos en jarras, y meneó la cabeza de un lado a otro—. Lo que me gustaría saber es cómo encaja.
—¿Cómo encaja? ¿Cómo encaja en qué?
—¿No se te ha ocurrido que tiene relación con lo que le pasó a la pobre Jenny Shepherd? —preguntó arqueando las cejas—. Si no, ¿por qué crees que hemos venido Blake y yo?
—Pero no entiendo... —empecé, y me puso una mano en el brazo.
—Sarah, analiza los hechos. Tenemos una niña muerta. Este hombre, que la conocía, que era profesor suyo, aparece lejos de su casa en una calle que, si trazamos una línea recta, no queda lejos de la casa de Jenny. Uno o más desconocidos lo han dejado medio muerto. Jenny sufrió una muerte violenta. Son demasiadas coincidencias para pasarlas por alto. Todo lo que suceda en esta urbanización, cualquier cosa, podría tener relación con el asesinato de Jenny. Ahora ya tengo dos crímenes muy violentos sin nada que ver con la actividad delictiva de esta zona. Si los analizo de forma aislada, avanzaré un poco por aquí y por allá; puede que suene la flauta y un testigo se cruce en mi camino, o que el asesino esté esperando la oportunidad de confesar. No es muy probable, pero pasa. Si mantengo los dos episodios separados, me quedo esperando un acontecimiento que puede que no llegue nunca. Sin embargo, si los combino empiezo a ver toda una serie de pautas. ¿Lo entiendes? Coincidencias. Es como en álgebra: hacen falta dos partes del problema para sacar la tercera.
El rostro del inspector se había iluminado con el entusiasmo que sentía por su trabajo; estaba claro que le encantaba. La referencia al álgebra me despistó por un instante y me sumí en el recuerdo del momento en que me dijeron que no tenía capacidad matemática, ni la más mínima...
—Pero, en fin, no vayas a creerte que he decidido que el que mató a Jenny es también responsable de esto —prosiguió Vickers—. Es una posibilidad y hay que estudiarla, pero no me quedo sólo con eso. ¿Entiendes? Estos dos delitos podrían estar conectados de muchísimas formas, Sarah. Muchísimas.
Me percaté de que aquellos ojos penetrantes me dirigían una mirada de soslayo y, como buena alumna, aporté una sugerencia:
—¿Venganza?
—Precisamente. —Me sonrió con un gesto paternal—. Nuestro amigo Geoff podría estar metido hasta el cuello en lo que le pasó a Jenny, y no hay que ser superdotado para darse cuenta. Es bastante ligón, por lo que he oído. Sabemos que la niña se acostaba con alguien y, desde luego, él tuvo oportunidad de ganarse su confianza, de decirle que era una entre un millón, de convencerla para hacer lo que le viniera en gana. No sería la primera vez que un profesor se aprovecha de un alumno, ¿verdad?
—Pero eso no coincide con lo que le dijo Jenny a Rachel —protesté—. Ni con las fotos que le enseñó.
—No me creo —empezó a decir Vickers con prudencia— palabra por palabra lo que nos contó Rachel. Jenny podría haberle mentido, para despistarla. Y también puede que Rachel nos mienta a nosotros, incluso a estas alturas. Es posible que alguien trate de que miremos hacia otro lado. Resulta que no hemos encontrado esa fotografía ni nada que demuestre que Rachel nos ha contado la verdad.
Me parecía increíble que Geoff se hubiera acostado con Jenny; no le pegaba. No obstante, sabía que el inspector jefe no confiaría en mí como no había confiado en Rachel.
—Jenny estaba embarazada. ¿No pueden comprobar el ADN para ver si era el padre?
—Tranquila, lo haremos, pero los resultados tardarán un tiempo. Además, ahora de lo que se trata no es de si Geoff Turnbull es culpable de haber abusado de Jenny Shepherd, sino de si alguien puede haberlo creído. Alguien ha atado cabos. A lo mejor tiene más información que nosotros. A lo mejor es una simple corazonada. Sea como sea, está convencido de que hay que intervenir para que se haga justicia en el caso de Jenny y no está dispuesto a esperar a que se encarguen los maderos.
Me hice una imagen mental de Michael Shepherd, un hombre poseído por el dolor, un hombre con una mirada sombría, y me di cuenta de que Vickers veía lo mismo. Me imaginé la potencia explosiva que podría desatarse si esa combinación de rabia, culpa y sospecha encontraba un objetivo concreto.
—Andy —continuó Vickers haciendo un gesto con la cabeza en dirección a Blake—, se dedicará a hablar con los interesados en su momento. No podemos ir despertando a la gente en plena noche sin ninguna prueba, pero vale la pena charlar con ellos, ¿no te parece?
Me di cuenta de que todo encajaba, pero seguía siendo escéptica. Nunca jamás llegaría a creerme que Geoff fuera capaz de abusar de una niña, y no sólo por la determinación que había demostrado al perseguirme. Sencillamente, no encajaba con lo que sabía de él, con el interés apasionado que sentía por las mujeres, no por las niñas. Me costaba concebir que la hubiera forzado y me resultaba imposible aceptar que pudiera haberla matado. Sin embargo, también era cierto que lo había visto muy alterado hacía unas horas y no podía despejar las dudas que eso me planteaba. No sabía a ciencia cierta de qué era capaz Geoff. ¿Tenía que dar por sentado que era culpable de algo, o en caso contrario no le habrían partido la cara?
También me sentía culpable por motivos propios. Sospechaba que a Vickers le gustaría enterarse de otro incidente violento, del que había sido víctima yo. No tenía tanta fe como él en la fuerza de las coincidencias, pero le proporcionaría datos para el rompecabezas que estaba descifrando. Sin embargo, en cuanto abría la boca para contárselo, las palabras se quedaban en el limbo. En primer lugar y ante todo, los motivos que tenía para no denunciarlo seguían siendo válidos. Lo segundo era que quizás él no los entendiera. Y, por último, seguía sin parecerme relevante. Si había acertado en mis elucubraciones y mi atacante había sido Geoff, bueno, en aquel momento estaba claramente fuera de la circulación. Mientras lo tuvieran ingresado no hacía falta que me preocupara por él.
Sin embargo, el motivo principal por el que no dije nada a Vickers era más sustancial: no confiaba en él. Y estaba bastante segura de que él tampoco en mí. Quizá porque detectaba lo confusa que me sentía respecto a Geoff o quizá porque tenía ideas propias, lo cierto era que, por primera vez, me hablaba en un tono incisivo, lo cual me impulsaba a ser precavida. Haciendo un esfuerzo regresé al presente, a la realidad de los pies fríos y de las ganas irreprimibles de bostezar, y me preparé para medir mi ingenio con el de aquel policía.
Se había quedado en silencio, pero en ese momento se volvió hacía mí de nuevo con cierto brillo en aquella mirada astuta.
—Si supieras algo que pudiera ser relevante, teniendo en cuenta lo que he dicho... Si supieras de alguna conexión de la que yo debiera estar al tanto, eso es lo que quiero decir, me lo contarías, ¿verdad?
—Bueno, te has olvidado de la más evidente —respondí con frialdad, consciente de que Vickers me había encaminado en esa dirección, consciente de que si no lo mencionaba despertaría más sospechas de las que aplacaría—. Yo también conocía a Jenny. Era alumna mía. Encontré su cadáver. Y ahora ha pasado todo esto —señalé el coche, sin querer pensar en la significación que tenía— a la puerta de mi casa. Así pues, estoy en el centro de esas coincidencias tuyas, ¿no te parece?
Vickers esbozó una sonrisa y con tristeza me di cuenta de que mis sospechas habían dado en la diana. «Pero si me caía bien...» Reuní toda la lógica de la que fui capaz y añadí:
—No obstante, creo que tu razonamiento tiene un defecto. —Ante eso arqueó las cejas—. Esto no tiene nada que ver conmigo. Yo no sé nada de lo que les ha pasado a ninguno de los dos. —Mi voz había ido apagándose y debilitándose como reflejo del agotamiento—. A veces las coincidencias son eso, coincidencias. Sin más. ¿Por qué tiene que haber una conexión entre los dos episodios?
«¿O incluso entre los tres?» Más que nunca, estaba segura de haber acertado al no proporcionar a Vickers más munición.
—Esa conexión no tiene por qué darse, pero por el momento voy a trabajar con la premisa de que existe. El hecho de que tú no la veas o no quieras verla no significa que no sepas algo que pudiera resultarme de interés. Dos delitos de este tipo, dos ataques violentos, me obligan, por descontado, a ver una vinculación.
—Cualquiera diría que buscas pautas que no existen porque no tienes la más mínima idea de lo que le pasó a Jenny. Suma ese factor a la ecuación.
—Tenemos varias líneas de investigación. No estamos en disposición de comentarlas en este momento con el público en general, pero se trata de un caso bien abierto.
—Pues no lo parece —apunté con mordacidad—. Me da la impresión de que no tienes ideas ni pruebas, y de que tratas de que esto encaje en una hipótesis a la que das vueltas desde el descubrimiento del cadáver de Jenny. Ya sé cómo funcionáis. Si no tenéis pruebas, os ponéis creativos. —Me vino a la mente la cara de mi pobre padre, interrogado una y otra vez. Y la nube de sospechas que había rodeado a nuestra familia, que el agente a cargo de la investigación podría haber disipado si le hubiera dado la gana. Entonces añadí, con voz grave y vehemente—: Ya puedes ir olvidándote: no voy a inculparme. No he tenido nada que ver con esto y no sé por qué las circunstancias conspiran para que creáis lo contrario. Lo único que sé es que desde el principio he hecho todo lo que he podido para cooperar. No sé por qué le ha pasado esto a Geoff ni por qué han asesinado a Jenny, pero en caso de estar al tanto os lo habría comunicado hace mucho.
—Ya se verá —repuso Vickers, dirigiéndome una mirada fría—. Ya se verá.
—¿Has terminado conmigo?
—De momento. Pero nos mantendremos en contacto. —Vickers echó a andar con paso lento hacia el coche de Blake—. No te tomes unas vacaciones largas, ¿eh?
Volví a casa con andares altivos. En el espejo del recibidor me vi los ojos cargados de rabia y el pelo alborotado. Tenía los labios apretados hasta haberlos convertido en una línea rígida, y relajarlos me costó cierto esfuerzo. Sabía que Vickers había tratado de ponerme nerviosa; lo había conseguido. De todos modos, también me dije que no sabía nada que pudiera serle de utilidad. El atraco era una pista falsa, pero no podía mencionárselo a aquellas alturas; al fin y al cabo, había tenido muchas oportunidades. Así pues, era una mujer que ocultaba información a la policía, que precisamente por eso se sentía culpable y que además lo parecía. Si no llevaba cuidado, las cosas podían acabar pero que muy mal.
Lo único que quería quitarme de la cabeza era a Geoff, pero en cuanto lo reconocí mentalmente no hubo forma de pensar en otra cosa. Miré el reloj de la cocina (eran casi las cinco) y abandoné la idea de volver a meterme en la cama. Mientras me preparaba un té fui repasando los hechos con detenimiento, uno a uno. Geoff estaba ingresado. Eso era malo. Muy malo. Tenía un traumatismo craneal. Se me retorció el estómago sólo de pensarlo. Podía morir. Podía sobrevivir y quedar en mal estado. Podía sufrir minusvalías de por vida. Podía recuperarse por completo. Ansiaba creer que ese resultado era el más probable, pero no tenía ni idea. Blake y Vickers habían torcido el gesto al hablar de él. Removí el té mientras echaba la leche, sin estar ya muy convencida de querer bebérmelo, pero comprometida con su preparación. ¿Trataban de que la culpa me empujara a contarles todo lo que sabía?
Me senté ante la mesa de la cocina a observar el vapor que se elevaba en espirales desde la taza. Lo más irónico era que, a pesar de haber gritado a Vickers, en general estaba de acuerdo con él. Me sentía culpable, era cierto. Si hubiera sido un poco más simpática con Geoff, si hubiera tenido en cuenta la impresión de que alguien me observaba, si les hubiera pedido que investigaran quién me había atacado, todo podría haber sido distinto. Aunque no había sido ésa mi intención, me encontraba en el centro de todo. Habría constituido un alivio entender por qué.