Siete semanas después de la desaparición

El olor de la vuelta al cole: polvo de tiza, pintura fresca, desinfectante, libros nuevos. Frente al aula, mi nueva maestra, nueva para la clase y nueva en el colegio. Es alta y delgada, morena, con el pelo muy corto y los ojos verdes, y se llama señorita Bright.

Mientras van entrando los últimos compañeros, jugueteo con los bolígrafos, ilusionada y un poco nerviosa. Mi padre me ha comprado una mochila con plumier a juego de la protagonista de La Bella y la Bestia, y me fijo en que Denise Blackwell los mira cuando se sienta cerca de mí. Me doy la vuelta y le sonrío. Siempre he querido ser amiga suya. Denise tiene el pelo rubio, casi blanco, lleva unos pendientes diminutos que resplandecen y se coloca de una forma muy elegante, sacando las puntas de los pies hacia fuera.

En lugar de devolverme la sonrisa, me mira fijamente durante un minuto y luego vuelve la cabeza y se pone a cuchichear con Karen Combes; precisamente con Karen, que siempre tiene la nariz llena de mocos y el día que empezamos el cole se hizo pis encima. Me doy cuenta de que hablan de mí: Karen se inclina hacia delante para verme bien mientras Denise le dice algo. Yo arrugo la frente y me llevo la mano a la cabeza para taparme la cara.

Se acerca una figura que se detiene junto a mi pupitre: la señorita Bright.

—Bueno, bueno. ¿Ya estás aburrida? Pues no empezamos muy bien, ¿eh? Cualquier diría que te estás durmiendo. Venga, siéntate erguida. Haz un esfuerzo.

La clase entera se ríe, pero con demasiadas ganas, como para caerle bien a la señorita Bright. Me pongo como un tomate. Clavo la mirada en el regazo, con el pelo caído.

—¿Cómo te llamas, dormilona?

—Sarah Barnes —respondo con un hilo de voz.

La señorita Bright se queda ahí un segundo, sin decir nada, y luego me da unas palmaditas en el brazo.

—No pasa nada. Pero trata de prestar atención, ¿vale?

Levanto la vista y veo que se marcha. Se ha puesto colorada, como si algo le diera vergüenza. Al principio no entiendo por qué, pero luego caigo en ello. Le han dicho que sea simpática conmigo por lo de Charlie.

Ya no soy como los demás. Soy distinta.

Cuando llega el recreo pido permiso para quedarme en la clase. Le digo a la señorita Bright que no me encuentro bien y me deja quedarme sentada con la cabeza encima de los brazos mientras todo el mundo sale a jugar. Con el aliento, dibujo nubes en la superficie reluciente del pupitre. El aula está en silencio, aparte del tictac del reloj de la pared. A mediodía vuelvo a quedarme en clase. Todos los demás se van al comedor y luego salen a jugar. Los oigo fuera, riendo y chillando.

Cuando suena el timbre al acabar la lección de la tarde, me levanto y me pongo en fila con mis compañeros para salir. Noto que todo el mundo me mira. Bajo la cabeza hacia las manos, que aferran el asa de la mochila nueva, hasta que la señorita Bright abre la puerta.

Mamá se retrasa. Hay otros padres que tampoco han aparecido todavía y por todas partes veo a niños que juegan a perseguirse y a dar saltos, entre risas y gritos exagerados. Clavo la vista en la verja del colegio, donde debería estar mamá. Cada vez que distingo una cabeza oscura me da un vuelco el corazón, pero nunca es ella. Al final me acerco poco a poco a la verja para ver mejor la calle y acabo saliendo. En el patio hay demasiado ruido: me duele la cabeza.

Una vez fuera me doy cuenta de que he cometido un error. Hay chicos por todas partes, incluidos compañeros míos, sin que los vigile ninguna persona mayor. Denise se acerca a mí, con Karen pegada a los talones. No puedo volver a entrar en el patio ni huir. Es demasiado tarde. Denise se me acerca mucho, demasiado, y pregunta en un susurro:

—Te crees especial, ¿verdad?

Digo que no con la cabeza.

—El cole ha mandado una carta que hablaba de ti. Nos decían que teníamos que ser simpáticos contigo. —El gesto de Denise es de maldad, con los ojos entrecerrados—. ¿Te pusiste a llorar cuando tu hermano se escapó?

No sé cuál es la respuesta más adecuada.

—Sí —digo por fin.

—Llorica —responde Denise entre dientes, y Karen se echa a reír.

—No, no es verdad —me corrijo, desesperada—. No lloré. En realidad no lloré.

—¿Es que pasas de tu hermano? —Era el turno de Karen—. ¿No lo echas de menos?

Las lágrimas me escuecen en el fondo de la nariz, pero me niego a llorar delante de ellas, me niego. Denise se acerca todavía más.

—Dice mi madre que tu padre sabe dónde está. Dice que tus padres están ocultando lo que le ha pasado a tu hermano. Que se han inventado eso de que se ha escapado. Dice mi padre que seguramente está muerto.

Otros niños se arremolinan en torno a nosotras. Alguien me empuja por detrás, con fuerza, y todo el mundo se ríe. Me doy la vuelta para ver quién ha sido. El que está más cerca es Michael Brooker. Está rojo por la excitación, pero inexpresivo. Sé que ha sido él, todo el mundo nos mira primero a él y luego a mí.

—Me has dado un empujón —digo por fin, y pone los ojos como platos.

—¿Yo? ¿Yo? Qué va, te lo juro. ¿Cómo que te he dado un empujón? Yo no he sido.

Se oyen risas contenidas. Alguien más me da un empujón por el otro lado y me vuelvo. Empiezo a asustarme. Son muchos más que yo. Miro alrededor y lo único que veo es maldad en sus ojos. Antes de que me dé tiempo de pensar algo, un largo brazo se mete entre el montón de niños y me agarra.

—A tomar por el culo todos —espeta una voz ronca, y reconozco a Danny, el mejor amigo de Charlie. A Danny, que está haciendo secundaria en el colegio que hay en lo alto de la cuesta. A Danny, que es como mi ángel de la guarda en ese momento—. Venga, Sarah. Yo te acompaño a casa.

Me abro paso entre la multitud de compañeros de colegio y nadie trata de detenerme.

—Tengo que esperar a mamá.

—No te preocupes por eso. Lo más probable es que nos la encontremos por el camino.

Siento una gratitud enorme hacia Danny, que siempre ha sido simpático conmigo, incluso cuando Charlie le decía que no me hiciera caso.

—Gracias por conseguir que me dejaran en paz.

—No son más que unos mierdas. Volvía andando de clase y te he visto. —Danny se agacha y casi pega su cara a la mía—. Escucha, Sarah. Si alguien se mete contigo por lo de Charlie, diles que se vayan a la mierda. Si siguen sin dejarte en paz, avísame y yo te los quitaré de encima. —Cierra los puños con fuerza—. Les daré una lección. Te protegeré.

—Hasta que vuelva Charlie —añado, y me arrepiento al ver lo alicaído que se queda.

—Eso, hasta que vuelva Charlie. —Danny mira hacia delante y me da un codazo—. Ahí está tu madre. Venga, corre.

Sin darme tiempo a decir nada, ni siquiera a despedirme, Danny desaparece. Cruza la calle y ni siquiera vuelve la cabeza. Mamá se ha quedado plantada en la esquina, con cara de pocos amigos. Cuando la alcanzo me dice:

—Te tengo dicho que me esperes.

Por el olor enseguida noto que ha vuelto a beber. Me encojo de hombros.

—No sabía si ibas a venir o no.

Me da la impresión de que va a decir algo más, a discutir, pero suspira sin más. Volvemos a casa en silencio. Yo voy pensando en Danny y en lo que ha dicho sobre protegerme, y siento calor por dentro por primera vez en mucho tiempo.