Tres meses después de la desaparición

—Vas andando por una playa preciosa y el sol está en lo alto del cielo —dice la voz a mi espalda, alargando las sílabas con un canturreo.

«Andaaaaaandooo.» «Preeeecioooooosa.» Me aburro. Tengo que quedarme muy callada y muy quieta, no abrir los ojos y escuchar a la señora, que sigue hablando de la playa.

—Y la arena es blanquísima, la notas caliente y suave al contacto con los pies.

Pienso en la última vez que fui a la playa. Quiero contárselo a la señora, que se llama Olivia. Fue en Cornualles. Charlie me hizo ponerme de pie en la orilla y excavó un foso a mi alrededor. Era ancho y profundo, y cuando el canal que iba creando llegó hasta el mar, el agua entró de golpe y lo llenó, y con cada ola subía el nivel. No me asusté hasta que la isla de arena empezó a deshacerse bajo mis pies. Papá tuvo que rescatarme. Se remangó las perneras del pantalón y entró con cuidado para cogerme y llevarme hasta donde esperaba mamá. A Charlie le dijo que era tonto y peligroso.

—Tonto —repito muy bajito, sin llegar siquiera a susurrarlo.

La voz de Olivia se ralentiza aún más. Está muy atenta a lo que dice, concentrada. No me oye.

—Muy bien. Ahora voy a hacerte retroceder en el tiempo, Sarah. —De repente me apetece cambiar de postura, reír o dar patadas al suelo—. Aquí no corres el más mínimo peligro, Sarah.

Eso ya lo sé. Abro un poquitín los ojos y echo un vistazo a la habitación. Las cortinas están echadas, aunque estamos en pleno día. Las paredes son de color rosa. Hay libros en unos estantes, detrás de un escritorio cubierto de papeles. No es muy interesante. Vuelvo a cerrarlos.

—Bueno, regresemos al día en que desapareció tu hermano —cuchichea Olivia—. Es verano. ¿Qué ves?

Se supone que tengo que recordar a Charlie, así que señalo:

—A mi hermano.

—Bien, Sarah. ¿Y qué hace?

—Juega a algo.

—¿A qué juega?

Ya he contado a todo el mundo que Charlie estaba jugando al tenis. Olivia espera que diga que al tenis.

—Al tenis —contesto.

—¿Está solo?

—No.

—¿Quién está con él, Sarah?

—Yo.

—¿Y tú qué haces?

—Estoy echada en el césped —contesto con aplomo.

—¿Y entonces qué pasa?

—Que me duermo.

Una breve pausa.

—De acuerdo, Sarah, lo estás haciendo muy bien. Lo que quiero que hagas es pensar en el momento antes de dormirte. ¿Qué sucede?

—Charlie juega al tenis.

Empieza a sacarme de quicio. Aquí dentro hace calor. Mi silla tiene el asiento de plástico brillante y las piernas se me pegan.

—¿Y qué más sucede?

No sé qué espera que le diga.

—¿No llega nadie más, Sarah? ¿Habla alguien con Charlie?

—No... No lo sé —contesto por fin.

—¡Piensa, Sarah!

Noto la emoción en la voz de Olivia. Se ha olvidado de que tiene que mantenerse tranquila. Pero yo ya lo he pensado. Recuerdo lo que recuerdo. No hay nada más.

—Tengo hambre —digo—. ¿Puedo marcharme?

Oigo un suspiro detrás de mí y el ruido de una libreta que se cierra de golpe.

—No estabas en absoluto hipnotizada, ¿verdad? —pregunta mientras se levanta y da un rodeo para verme la cara.

La suya es rosa y tiene los labios secos. Me encojo de hombros y Olivia se mesa el pelo y suspira otra vez.

Ya en el pasillo, mis padres se levantan de un brinco al vernos salir.

—¿Qué tal ha ido? —pregunta papá, pero se dirige a Olivia, que me ha puesto la mano en la nuca.

—Bien. Estoy convencida de que vamos progresando —asegura, y levanto la vista hacia ella, sorprendida. Sonríe a mis padres—. Tráiganmela la semana que viene y lo intentaremos de nuevo.

Veo que están decepcionados. Mamá da media vuelta y papá empieza a darse palmaditas en los bolsillos.

—Debería pagarle... —empieza.

—No se preocupe —se apresura a contestar Olivia—. Ya haremos cuentas después de la última sesión.

Papá asiente y trata de sonreírle.

—Vamos, Sarah —dice entonces, y me tiende la mano.

Olivia me sacude un poquito antes de soltarme el cuello. Me hace pensar en una advertencia. Una vez libre, corro junto a papá. Mamá ya ha atravesado medio pasillo.

De camino a casa, en el coche, mientras la intensa lluvia moja las ventanillas y repiquetea en el techo, les digo que no quiero volver.

—Me niego a escuchar eso —dice mamá—. Vas a volver, aunque sea a rastras.

—Pero...

—Si no quiere volver, Laura...

—¿Por qué siempre te pones de su lado? —La voz de mamá es muy aguda, de enfado—. La malcrías. Te da igual lo mucho que significa esto para mí. Ni siquiera te preocupas por tu hijo.

—No seas ridícula.

—No es ninguna ridiculez pretender intentarlo todo para dar con él. —Con el pulgar señala la parte de atrás del coche, donde voy yo—. Es el único vínculo que tenemos con lo que le sucedió a Charlie. Y no es capaz de decimos lo que pasó... O no le da la gana. Esto también es para ayudarla a ella.

No es verdad. Lo sé perfectamente.

—Han pasado meses —sigue papá—. Si hubiera visto u oído algo de utilidad, ya nos habríamos enterado. Tienes que darte por vencida, Laura. Tienes que dejarnos seguir viviendo.

—¿Y eso cómo demonios vamos a conseguirlo? —Mamá se queda sin voz; está temblando. Se da la vuelta en el asiento para mirarme—. Sarah, no quiero volver a oír una sola queja por tu parte. Vas a volver y vas a hablar con Olivia y vas a decirle lo que pasó, lo que viste, porque si no... Si no...

Mi ventanilla se ha empañado. Con la manga limpio un trozo para poder ver cómo pasa el mundo a nuestro lado. Miro los coches y a la gente y trato de no escuchar el llanto de mi madre. Es el sonido más triste del mundo.