EPÍLOGO

Un hombre anuncio pasea por las calles de Harlem: «I hate niggers». Un helicóptero taladra la noche (con un foco). La velocidad: en un taxi, en un coche, en un helicóptero; el hombre con medio cuerpo fuera o en el techo, jugándose la vida. Un teléfono cuelga de una cabina. Alguien ensangrentado. Explota el edificio, el coche, el barco, el mar: explotan. Un hombre negro, con gafas. Una mujer. Verano en la ciudad. Explota la planta baja de otro edificio: vuelan los coches, se expande una nube de humo. Explota un vagón de metro. Del túnel brota, a presión, agua, grueso chorro a presión, como un géiser en miniatura. El médium abre los ojos y le dice a McClane, que se encuentra frente a él: «Tu nombre es John, John McClane, en tu otra vida fuiste policía». «¿De dónde?» «De esta misma ciudad: estuviste en varias explosiones, he visto ruinas, te he visto rodeado de ruinas.» «¿Tenía familia? ¿Cómo era mi vida privada?» «Para ti trabajo y familia eran lo mismo, creo, te debías a tu profesión, a tu ciudad y a tu esposa, creo.»

La calle es atravesada por centenares de soldados, algunos de ellos en motocicleta o en sidecar; el ruido de fondo es de metralla; caen baúles de los balcones; hay hombres que caminan en fila, de pronto son detenidos, y les disparan en la cabeza, y los rematan en el suelo; todos son diferentes, les une un brazalete, donde hay una estrella: una estrella igual para cada uno, en un cuerpo absolutamente diferente. La niña llega a una casa, sube las escaleras, se esconde debajo de una cama. Con las manos se tapa los oídos, pero mantiene los ojos abiertos. Jessica mira al anciano impecablemente ataviado. Éste, cuidando mucho sus palabras, le dice: «Pequeña, lo que te voy a decir te va a costar años entenderlo...». Ella asiente. «Pequeña: vienes de un mundo en blanco y negro, un mundo de violencia, de destrucción; un mundo absurdo, en el que te escondías para sobrevivir.» «¿Qué significa sobrevivir?» «Seguir con vida, pequeña, ocultarte para esquivar lo que te da miedo, lo que te puede hacer daño.» «¿Cómo cuando me meto debajo de la cama porque me asustan los truenos?» «Exactamente... No he podido escuchar tu nombre, de modo que, si te gusta, te llamaremos Jessica.» «Claro que me gusta.» «¿Se puede saber por qué?» «Claro que se puede saber: fue el nombre que me pusieron papá y mamá.»

Hay luna llena y un bosque enmarañado y dos jinetes y luna llena y ramos como telarañas y dos caballos, al galope, y llueve, y tres brujas salen al encuentro de los dos jinetes y los dos caballos, que parecían extraviados. Escenario de neón. No imagen definida, no dibujo. Extrañeza. Hombre y mujer conversan: atmósfera de caballos desbocados, de búhos inversos, de naturaleza muerta. Pasado y futuro (o viceversa). De rey muerto, en la cama. Un bosque se mueve. Ambiciosa, di leche con estos pechos, dice ella; ambicioso, un idiota de boca llena de ruido. Espadas y furia. «Te llamaban Lady Macbeth.» «¿Cómo las otras?» «Sí, tu mundo es muy parecido al de tantas otras mujeres que llegaron al nuestro con tus mismos recuerdos.» «De ahí mis ataques de agresividad y de pánico.» «Efectivamente», asiente el adivino. «De ahí mi miedo a la maternidad.» «Efectivamente», repite Nadia con su disfraz de doctora.

Un coche se eleva. Una explosión sucede. Diez chimeneas escupen fuego sobre la ciudad oscura, pixelada. Llueve: se abren paraguas; una mujer corre, vestida de impermeable transparente; corre, le disparan, cae, mortalmente herida, atraviesa una vidriera en la caída, se rompe, se cae, cristal, cae —muerta. Un búho. Un unicornio. Un beso, contra una persiana —luz filtrada. El crujido de un dedo al romperse. Atleta o cristo mojado, bajo la lluvia, cazador, sobre fondo halógeno. De la luz policial: flashes: coches: focos que escarban. Una mujer de peinado perfecto y blusa blanca con hombreras mira fotografías antiguas, y después toca el piano: sus labios están furiosa pero recatadamente pintados de rojo. En la pantalla gigante: una geisha (anunciando) gigante. Se alza una pistola: apunta: habrá (pronto) muerte. Un hombre pregunta sobre ovejas mecánicas. Pupilas que se dilatan y se contraen, en la realidad natural y en la realidad de una pantalla. Una galaxia en una retina. O viceversa. Traga saliva (llueve alrededor) antes de decir: «Lágrimas». Entonces: la comunidad, reunida, y las voces en off de los adivinos que les narraron ese mundo que creen haber —alguna vez— compartido, en extrema confusión.