Capítulo 42
La única luz que había era el tenue fulgor escarlata procedente del portal de Cowl. Todo se había convertido en sangre y sombras. Los ojos de docenas de necrófagos ardían como carbones casi extinguidos, reflejando su espeluznante luminiscencia.
—Lara —susurré—, esta caverna va a explotar en diecisiete segundos y el túnel de salida está lleno de necrófagos.
—Noche oscura —juró Lara. Su voz estaba manchada de dolor y miedo—. ¿Qué puedo hacer?
Buena pregunta. Tendría que… Un momento. Todavía podía haber una manera de sobrevivir a esto. Estaba demasiado cansado para hacer magia, pero…
—Confiar en mí —dije—. Eso es lo que puedes hacer.
Volvió su rostro pálido, precioso y manchado de sangre, hacia mí.
—Hecho.
—Llévame a la boca del túnel.
—Pero si allí hay necrófagos…
—¡Eh! —dije—. ¡Tic, tac, tic, tac!
Antes de que terminara de decir el primer tic, Lara me había agarrado de nuevo y me arrastraba por el suelo hacia la boca del túnel. Detrás de mí, Cowl y Vittorio gritaron algo y los necrófagos comenzaron a aullar y a correr hacia nosotros. Solo uno de los monstruos estaba lo bastante cerca para interponerse en nuestro camino, pero la mortífera espada ondulada de Lara le propinó un corte cruzado en los ojos y dejó al monstruo momentáneamente aturdido por el dolor.
Lara y yo nos precipitamos hacia la boca del túnel. Nada más entrar, comprobé las paredes lisas al tiempo que sacaba mi brazalete escudo. Aquella cosa demoniaca de Cowl dio otra pasada alrededor de nosotros.
—¿Ahora qué? —preguntó Lara. Venían los necrófagos. No eran tan rápidos como Lara, pero no se podía decir que fueran lentos.
Respiré hondo.
—Ahora bésame —dije—. Sé que parece extraño…
Lara soltó un único gemido hambriento y se apretó contra mí mientras sus brazos se deslizaban por mi cintura con un poder sinuoso y serpentino. Su boca se encontró con la mía y… Dios mío de mi vida…
Lara presumió una vez de que podría hacerme en una hora lo que cualquier mujer mortal me haría en una semana. Si eso era cierto, no se consideraría presumir. El primer segundo de aquel beso fue indescriptible. No se trataba solo de la textura de sus labios, era también cómo los movía y la simple y desnuda ansia tras cada temblor de su boca. Yo sabía que era un monstruo y que me esclavizaría y mataría si pudiera, pero me deseaba con una pasión tan pura y concentrada que la sensación era embriagadora. El beso del súcubo era una mentira, pero durante ese momento me hizo sentir fuerte, masculino y poderoso. Me hizo creer que era un hombre atractivo, viril y merecedor de aquella clase de deseo.
Y me hizo sentir lujuria, una primitiva necesidad de sexo tan cruda y abrasadora que tuve la seguridad de que si no lograba expresarla, aquí y ahora, seguramente me volvería loco. El fuego que me entró por el cuerpo no se limitaba a mi entrepierna. Era demasiado intenso, demasiado caliente para eso, y mi anatomía al completo ardió de necesidad. Cada centímetro de mí ser estaba de repente entregado a Lara, a toda su sensualidad empapada en sangre, a su desenfrenado atractivo, a la casi transparente seda de su vestido, que se adhería a mí y no hacía nada por ocultar su desnudez, al igual que la sangre negra de sus enemigos.
Ahora, me decía mi cuerpo. Tómala. Ahora. Que le den al cronómetro y a las bombas y a los monstruos. Olvídalo todo y siéntela, solo a ella y a nadie más.
Estuvo cerca, pero me resistí lo suficiente para evitar olvidar el peligro. La lujuria casi me mata, pero no por ello deja de ser una emoción.
Acepté esa lujuria, le permití que me envolviera y le devolví el beso con un abandono casi total. Posé mi mano derecha en la cintura del súcubo y fui bajando para tirar de sus caderas con fuerza hacia mí y sentir la increíble vigorosidad, elasticidad y redondez de aquel cuerpo contra el mío.
Extendí el brazalete escudo hacia la caverna con mi mano izquierda, hacia las bombas y los apresurados necrófagos… y lo alimenté con la fuerza de aquella lujuria primitiva. Creé la energía que necesitaba mientras una parte de mí le daba forma y dirección y el resto se concentraba en el placer de aquel beso único que consumía mi mente.
Los relojes se detuvieron.
Los explosivos se activaron.
La inteligencia, la determinación, la traición, las malas artes, la valentía y la habilidad desaparecieron. La física tomó el relevo.
Un calor y una fuerza tremenda surgieron de los explosivos. Barrieron la caverna como una espada de fuego, destrozando todo lo que tuvo la mala fortuna de estar en medio. Durante un instante vi el perfil de los necrófagos que aún cargaban hacia nosotros, ajenos a lo que estaba a punto de suceder. La bola de fuego blanca se expandió por la estancia.
Y entonces la explosión llegó a mi escudo.
No traté de soportar el increíble mazazo de fuerza y energía expansiva. Hubiera destrozado mi escudo, el brazalete en mi muñeca se habría derretido y me hubiera aplastado como a un huevo. El escudo no había sido creado para tal menester.
En su lugar, rellené el espacio en la boca de la cueva con una energía flexible y resistente que amontoné, capa tras capa, detrás del escudo y a nuestro alrededor. No estaba tratando de detener la energía de la explosión.
Quería atraparla.
Se produjo un instante de demoledora compresión y la presión en mi escudo fue como un peso vasto y líquido. Los pies se me levantaron del suelo. Me agarré con fuerza a Lara, cuyos brazos respondieron de la misma manera. Comencé a caer, cegado por la llama, y luché por mantener el escudo, que ahora se endurecía alrededor de nosotros en la forma de una esfera que constreñía nuestros cuerpos el uno contra el otro. Nos precipitamos por el túnel huyendo de la explosión como un barco huye de un huracán; o más exactamente como una bola disparada del cañón de un fusil largo y pedregoso. El escudo golpeó contra las paredes lisas, requiriendo de mí un mayor esfuerzo. Un único bache hubiera detenido nuestro progreso durante un desastroso momento, destrozando piedra, escudo, súcubo y detective, todo a la vez. Gracias a Dios, la vanidad de la familia de Lara mantuvo las paredes del túnel pulidas y brillantes.
No vi a los demonios que custodiaban la parte alta del túnel hasta que sentí que impactaban contra el escudo, se estrellaban por los lados y eran aplastados como insectos para, acto seguido, acabar consumidos por el diluvio de fuego que nos antecedía en el túnel. No sé lo rápido que íbamos, solo sé que íbamos muy deprisa. La explosión nos empujó al exterior del extenso túnel, al aire de la noche y a las ramas de un par de árboles que se hicieron añicos por la fuerza de nuestra inercia. Luego volamos, dando vueltas mientras las estrellas revoloteaban encima de nosotros y una furiosa lengua de fuego salía de la entrada de La Fosa.
Y durante todo aquel rato estuve enfrascado en el éxtasis del tórrido beso de Lara.
Perdí la noción de lo que estaba sucediendo en la parte más alta del arco que formamos en el aire, justo cuando las piernas de Lara se enrollaron en las mías y se arrancó su blusa y la mía para presionar su pecho desnudo contra el mío. Me estaba empezando a preguntar si se me había olvidado que besar a Lara no era buena idea cuando se oyó el horrible sonido de algo estrellándose contra el suelo.
No nos estábamos moviendo. El escudo no estaba sometido ya a ninguna presión, pero yo estaba tan cansado y mareado que no podía atar cabos. Bajé el escudo con un gruñido de alivio que se perdió en el gemido necesitado del súcubo que tenía en mis brazos.
—De tente —le pedí—. Lara detente.
Presionó con mayor fuerza, me separó los labios con la lengua y tuve miedo de explotar. De repente, se apartó de mí llevándose la mano a la boca, aunque me dio tiempo a ver las llagas de carne quemada alrededor de sus labios.
Caí de espaldas casi a cámara lenta y me quedé allí tendido en mitad de la oscuridad. Se veían pequeños focos de fuego cerca. Nos encontrábamos en un edificio de alguna clase con muchas cosas rotas a nuestro alrededor.
Estaba seguro de que me culparían por aquello.
Lara se apartó de mí y se recompuso.
—Demonios —dijo pasado un momento—. No me puedo creer que sigas protegido. Pero es antiguo mis informadores dicen que la señorita Rodríguez no ha dejado Sudamérica.
—No lo ha hecho —mascullé.
—¿Quieres decir ? —Se volvió y me miró con un gesto de sorpresa—. Dresden ¿quieres decir que la última vez que tuviste relaciones con una mujer fue hace cuatro años?
—Deprimente, ¿verdad? —admití.
Lara sacudió la cabeza lentamente.
—Siempre pensé que la señorita Murphy y tú.
Gruñí.
—No. Ella… no quiere ir en serio conmigo.
—Y tú no quieres un rollo con ella —dijo Lara.
Gruñí de nuevo, demasiado cansado para abrir la boca.
—Pues me ha salvado la vida, supongo.
Lara me miró un momento y se ruborizó.
—Sí. Es probable que sea así. Y te debo una disculpa.
—¿Por tratar de comerme?
Le entró un escalofrío y las puntas de sus pezones se marcaron contra la seda blanca. Se arregló la ropa para cubrirse bien. Estaba demasiado cansado para sentir nada aparte de una leve decepción cuando lo hizo.
—Sí —dijo—. Por perder el control de mí misma. Confieso que pensaba que nos encontrábamos en nuestros últimos momentos. Me temo que no me contuve. Te ofrezco mis disculpas por ello.
Miré a mi alrededor y me di cuenta de que estábamos en algún lugar de la mansión Raith.
—Siento los daños causados en la casa.
—En estas circunstancias, no te lo voy a tener en cuenta. Me has salvado la vida.
—Podrías haberte salvado sola —dije en voz baja—. Cuando el portal se estaba cerrando, me podías haber dejado morir. No lo hiciste. Gracias.
Me miró sorprendida, como si estuviera hablando en una lengua alienígena.
—Mago —dijo pasado un momento—, te di mi palabra de salvoconducto. Un miembro de mi Corte te traicionó. Nos traicionó a todos. No podía dejarte morir sin renunciar a mi palabra, y yo me tomo muy en serio mis promesas, señor Dresden.
La miré en silencio un momento y asentí.
—Me di cuenta de que no te molestaste demasiado en salvar a Cesarina Malvora.
Sus labios se retorcieron un poco por los extremos.
—Era un momento difícil. Hice todo lo que pude para proteger a los de mi Casa y luego a todos los miembros presentes de la Corte. Es una pena que no pudiera salvar a esa zorra traidora y usurpadora.
—Tampoco pudiste salvar al traidor usurpador de lord Skavis —apunté.
—La vida es cambio —respondió Lara con calma.
—¿Sabes lo que pienso, Lara? —le pregunté.
Entornó los ojos y los clavó en mí.
—Creo que alguien se alió con Skavis para planear esta pequeña caza de mujeres con pequeños poderes mágicos. Creo que alguien lo animó a hacerlo. Que alguien lo consideraba un gran plan para usurpar la base de poder del viejo y malvado lord Raith. Y, además, creo que esa misma persona empujó a lady Malvora a moverse, le dio la oportunidad de robarle el trueno a lord Skavis.
Lara bajó los párpados y sus labios se abrieron en una lenta sonrisa.
—¿Y por qué haría alguien una cosa así?
—Porque sabía que de todas formas Skavis y Malvora harían pronto un movimiento. Creo que la intención era dividir a sus enemigos y concentrar sus esfuerzos en un plan que pudiera predecir, en lugar de esperar a que se pusieran ingeniosos. Pienso que alguien quería enfrentar a Skavis y Malvora con el fin de tenerlos demasiado ocupados para dañar a Raith. —Me incorporé, me puse frente a ella y añadí—: Fuiste tú la que movió los hilos. La idea de matar a esas mujeres fue suya.
—Tal vez no —respondió Lara sin dudar—. Lord Skavis es, era, un conocido misógino. Propuso un plan muy parecido a este hace un siglo. —Se llevó un dedo a los labios, pensativa—. Además, no tienes manera de probar nada.
Me quedé callado mirándola un momento.
—No necesito pruebas para actuar por mi cuenta.
—¿Es eso una amenaza, mago?
Eché un vistazo a la destrozada habitación. Había un agujero casi perfectamente redondo en el techo de la casa, por el que se llegaba a ver incluso la cuarta planta. Seguían cayendo escombros.
—¿Qué amenaza iba a suponer yo para ti, Lara? —dije arrastrando un poco las palabras.
Respiró honda y lentamente.
—¿Qué te hace pensar que no voy a matarte aquí mismo, ahora que estás cansado y debilitado? Sería inteligente y beneficioso —dijo al tiempo que alzaba su espada y deslizaba el dedo lánguidamente por la parte plana de la hoja—. ¿Por qué no acabar contigo aquí y ahora?
Le enseñé los dientes.
—Me diste tu palabra de salvoconducto.
Lara echó la cabeza hacia atrás, riendo con ímpetu.
—Eso hice. —Se giró hacia mí un poco más, apartó la espada y se levantó—. ¿Qué es lo que quieres?
—Quiero que esas mujeres vuelvan a la vida —le escupí—. Quiero que deshagas todo el dolor que has causado con esta situación. Quiero que los niños recuperen a sus madres, los padres a sus hijas, los maridos a sus mujeres. Quiero que tú y los de tu casta no le hagáis daño a nadie más.
Ante mis ojos, la mujer se convirtió en una estatua, fría e imperturbable.
—¿Qué quieres de mí que yo pueda darte? —susurró.
—En primer lugar, una compensación. Una indemnización para las familias de las víctimas —comencé—. Te proporcionaré los detalles de cada una.
—Hecho.
—Segundo. Esto no vuelve a ocurrir. Si uno de los tuyos reanuda el genocidio responderé de la misma manera. Empezando por ti. Tengo tu palabra.
Sus ojos se entornaron más si cabe.
—Hecho —murmuró.
—Los pequeños —dije—. No deberían estar en jaulas. Libéralos en mi nombre, sin hacerles daño.
Consideró aquello un momento y luego asintió.
—¿Algo más?
—Un poco de enjuague bucal —dije—. Tengo un sabor extraño en la boca.
El último comentario la enrabietó más que todo lo que había ocurrido aquella noche. Sus ojos plateados se encendieron y pude sentir la furia que la envolvía.
—Nuestras negociaciones han concluido —dijo en un susurro—. Sal de mi casa.
Me levanté con esfuerzo. Una de las paredes se había caído y caminé torpemente entre los restos. Me dolía el cuello. Supongo que moverse a velocidades inhumanas puede provocar algún que otro esguince.
Al llegar al agujero de la pared me detuve.
—Me alegro de preservar el esfuerzo de paz —dije forzadamente—. Creo que va a salvar vidas, Lara. Las vidas de tu gente y de la mía. Tengo que mantener la paz para conseguirlo. —La miré—. En cualquier caso, y te lo dejo claro ahora mismo, no creas que somos amigos.
Me miró de frente, con el rostro escondido entre las sombras, apenas iluminado por la luz de los focos de fuego que se propagaban detrás de ella.
—Me alegro de que hayas sobrevivido, mago. Tú que destruiste a mi padre y aseguraste mi poder, que has exterminado a mis enemigos. Eres la mejor arma que he tenido jamás. —Ladeó la cabeza—. Y me encanta la paz, mago. Me encanta hablar, reír, relajarme. —Su voz se volvió ronca de repente—. Mataré a tu gente a base de paz, mago. La estrangularé con ella. Y me lo agradecerán mientras lo hago.
Una pequeña y fría lanza se clavó en mis entrañas, pero no permití que se notara ni en mi rostro ni en mi voz.
—No mientras yo esté cerca —dije.
Entonces, me giré y caminé lejos de la casa. Miré confuso a mi alrededor, traté de orientarme un poco y comencé a cojear hacia la puerta principal. De camino hacia allí, saqué el silbato de Ratón del bolsillo y lo soplé.
Recuerdo que mi perro llegó a mi lado y me agarré a su collar durante los últimos cincuenta metros carretera abajo hasta que Molly se acercó en el Escarabajo azul y me metió en el coche.
Entonces me derrumbé en el sueño.
Me lo había ganado.