CAPÍTULO 5
Roberto volvió a su casa alrededor de la medianoche. Después de charlar con su amiga por un par horas se había ido a caminar por la costanera… para pensar.
Todo parecía más claro ahora, Adriana había ayudado mucho. Desde hacía años Roberto pensaba que su enganche con la historia de su madre había sido superada. Pero no, ahí estaba el tema, si no intacto por lo menos presente.
La idea del niño herido de Laura le había asaltado la cabeza. ¿Cuántas veces ese niño interno había pataleado, gritado, llorado, arrastrado, amenazado y manipulado para conseguir la permanencia del otro a su lado?
Ahora era Cristina pero, de alguna manera, lo mismo había hecho antes con Carolina, y antes con Marta, y antes con Alicia, y antes y después con cada uno de sus amigos a los que exigía una incondicionalidad y disponibilidad imposibles de satisfacer, que terminaba espantándolos.
La claridad provenía de la serenidad que le daba poder poner en palabras lo que pasaba. Ahora se sentía en condiciones de definir lo que le estaba sucediendo y a partir de allí podría quizás modificarlo.
En su terapia había aprendido la importancia de poder nominar las cosas. Siempre recordaba fascinado aquella sesión en la que había divagado sobre el valor cultural de ciertas palabras y frases…
… En las personas, que empiezan a ser cuando se las identifica con un nombre y un apellido (porque desde el punto de vista jurídico, alguien no registrado, no anotado, no nombrado, prácticamente no existe)…
… La importancia determinante que arrastra sobre nosotros llamarnos de tal o cual manera (¿cuál sería la carga —se preguntaba— de llamarse Soledad, Dolores o Angustias?).
… El peso implícito de llevar el nombre de un hermano, abuelo o tío muerto, o soportar el condicionamiento de responder al mismo nombre del padre o de la madre, que muchas veces conlleva la distorsión de verse obligado a seguir siendo «Jorgito», «Silvita» o «Miguelito» hasta que el padre o la madre se mueran y uno pueda abandonar el diminutivo para poder ser llamado finalmente Jorge, Silvia o Miguel…
La expresión popular sobre cosas que escapan de control: «no tiene nombre» («lo que le pasó no tiene nombre», dice la gente queriendo significar que cualquier definición es insuficiente).
… La contra expresión para mostrar claridad: «Llamar a las cosas por su nombre».
… La parábola bíblica: Dios mismo pidiéndole al hombre que le pusiera nombre a cada una de las cosas y los animales para poder «enseñorearse» sobre la creación.
… La decisión de los hombres de llamar a Dios «El innombrable», seguramente para garantizar así la falta de poder de los mortales sobre él…
Nombrar es definir y definir es empezar a controlar, porque no se puede tener control sobre lo que no se puede definir ni nombrar, se dijo.
«Personas brillantes que en la intimidad no son más que niños infinitamente necesitados que reaccionan frente a la falta de cariño, de atención o de reconocimiento», recordó.
Debía empezar a trabajar sobre el niño herido en su interior. Nunca iba poder sostener una relación de pareja si no resolvía su enfermizo temor a ser abandonado.
«Y el único que pude cuidarlo soy yo mismo», recordó.
Debía definitivamente hacerse cargo de él.
Cuando me ocupo de su tristeza, de su miedo y de su enojo, el niño no va a reaccionar, porque estará contenido.
Roberto casi no podía creer que todo esto sucediera por el cruce en su vida de los mensajes de una desconocida y por esta extraña e involuntaria comedia de enredos.
Con sorpresa se encontró pensando otra vez en Laura. Parecía que ese Carlos era su marido, su amante o su concubino, aunque por lo leído podía ser también su exmarido en buenas relaciones. De todos modos, pensó, no debe ser difícil construir una pareja con alguien que sabe tanto del asunto. Laura mostraba tanta libertad, tanta comprensión, tanta experiencia. Eso era lo que él necesitaba, encontrar a una mujer así. Pero ¿dónde estaban estas mujeres? Bueno, él sabía dónde había una, vivía en una terminal bajo el nombre de carlospol@spacenet.com
Recién ahí se dio cuenta de que la casilla de mensajes de Laura se llamaba carlospol. Le incomodó imaginar que Laura fuera el seudónimo literario de Carlos, un periodista de magazines femeninos decidido a ganar algo de plata en confabulación con un psiquiatra de experiencia: Fredy. Pensando que el libro se dirigía a un público femenino, Carlos habría decidido aparecer como mujer y entonces había inventado a Laura…
Roberto abrió su carpeta de archivos y buscó los mails guardados. Leyó rápidamente buscando los textos donde pudiera hablar de Carlos…
¿Para qué siempre complicaba todo? ¿Por qué era tan rebuscado?
Un escrito mandado por Laura, quien se presentaba como una psicoterapeuta de parejas hablando de un libro, no debía ser otra cosa que lo que simplemente decía ser.
Laura era por lo tanto Laura, el tal Fredy era su amigo, y Carlos había sido, o lamentablemente todavía era, su marido.
Punto.
Y siguió fantaseando: «… al día de hoy Laura vive con sus dos hijos (?), un varón y una mujer en una gran casa en las afueras de Buenos Aires, posiblemente cerca del Delta, donde va a remar los sábados y los domingos con sus hijos y su exesposo…».
Pero el asunto era otro.
¿Qué hacía él pensando en Laura en lugar de preocuparse por su amenazada relación con Cristina?
Se acomodó ante la computadora y buscó en los mensajes recibidos. Allí estaban: «Te mando 1» y «Te mando 2».
Hola Fredy:
¿Qué pasa que no me contestás? Vamos, no seas vago.
De hecho quiero tu opinión sobre un paciente que veo desde hace un año. Me parece que sus problemas tienen aspectos importantes para el libro.
Hace un año que viene a verme, y una de las primeras cosas que le sucedieron fue darse cuenta de que estaba enamorado de otra mujer. Desde ese momento se debate en el dilema de irse a vivir con su amante o quedarse con su mujer y su hijo. Y ayer me decía una cosa muy interesante: que se daba cuenta de que lo que más lo apasionaba con su amante era la cualidad que ella tiene de impredecible, que él nunca sabe dónde está.
Pensábamos juntos en esta paradoja, en que la cualidad de la pasión está muy relacionada con esta posibilidad de que el otro no esté, la sorpresa, lo fuera de programa. Si esto se convierte en una relación convencional, la pasión cae por definición.
Qué absurdo querer juntar la pasión con el matrimonio. ¿Cómo elegir entre la familia y la pasión? Es imposible, sobre todo porque si elige la pasión y se va con su amante, esta pronto caerá en las garras de lo formal.
El disfruta de su familia, de volver a su casa y estar con su mujer y su hijo. La cuestión acá se agrava porque él no solo no tiene pasión con su mujer, sino que ni siquiera le gusta estar con ella, no se divierte fuera de la casa con ella, no le interesa viajar con ella. Yo creo que él guarda mucho resentimiento que nunca expresó.
Ayer hablaba de temas similares con otra pareja. Para él fue muy relajante enterarse de que esta problemática era algo habitual. Ella en cambio se enojo muchísimo, se negaba a aceptar que estas cosas pasan. Creo que la salida es aceptar las cosas como son y ver qué podemos hacer, cómo cada uno resuelve su propia vida. A mi juicio, la postura de ella era muy infantil: «no quiero que esto pase». Creo que muchas veces toda la terapia consiste en que el paciente se dé cuenta de que las cosas pasan como pasan y no como él decide.
Anoche estaba leyendo el libro de Welwood «El desafío del corazón», y me pareció interesante traducir este párrafo para nuestro libro:
«En las sociedades tradicionales el matrimonio arreglado por los padres era la norma, basado en consideraciones de familia, status, salud, etc. El matrimonio era más una alianza de familias que de individuos. Servía para preservar el linaje y propiedades familiares y socializar a los niños en su lugar dentro de la fábrica social. Ninguna sociedad tradicional consideraba los sentimientos de amor espontáneos individuales como base válida para relaciones duraderas entre un hombre y una mujer.
Más que eso, ninguna temprana sociedad ha tratado, mucho menos tenido éxito, en juntar amor romántico, sexo y matrimonio en una sola institución.
La cultura griega juntaba sexo y matrimonio, pero reservaba el amor romántico para las relaciones entre hombres y muchachos.
En el amor cortesano del siglo XII, del cual vienen nuestras ideas acerca del romance, el amor entre el hombre y la mujer estaba formalmente dividido del matrimonio.
No fue hasta el siglo XIX que los victorianos tuvieron una visión del matrimonio basada en ideales románticos. Pero lo excluido era el sexo: la mujer era considerada enferma si tenía deseo o placer sexual. El placer del sexo estaba relegado a los prostíbulos.
Es solo una creencia muy reciente que amor, sexo y matrimonio deben encontrarse en la misma persona. Somos los primeros que tratamos de juntar el amor romántico, la pasión sexual y un compromiso marital monógamo en un solo acuerdo. Según Margaret Mead, es una de las formas matrimoniales más difíciles que la raza humana ha inventado».
Quizá sea un poco osado publicar algo así. Pero me gustaría transmitir esta idea de alguna manera. Como dando un permiso para que cada uno encuentre una vuelta propia a su vida. Poner sobre la mesa la idea de que el matrimonio, así como está planteado, es muy difícil, y que cada uno tenga la opción de encontrar sistemas para vivir más plenamente.
No digo que necesariamente esos aspectos (compromiso marital, amor romántico y pasión sexual) tengan que estar repartidos. Propongo que tomemos conciencia de la magnitud y dificultades que se presentan justamente al intentar reunirlos en un solo vínculo. Y esta breve historización, creo, conecta muy directamente con la posibilidad de esa toma de conciencia.
Esta semana vino a verme una pareja que llevaba ocho años de casados y con dos chiquitos. En la sesión ella plantea que tiene una relación con otro hombre, y que quiere que él le dé un tiempo para vivir eso y luego resolver si pueden seguir juntos.
Él la quería matar, no quería darle el tiempo que ella pretendía, quería un divorcio ya.
Yo me quedé pensando que podríamos trabajar lo que le pasa a esta mujer como una actuación o expresión del resentimiento que viene acumulando hacia él.
Pero en este momento, que ella tiene tal metejón con otro hombre, lo más viable es que viva esto y luego, si se le pasa y quiere reconstruir el vínculo con su marido, que vengan a verme.
Obviamente, también pensé que ella debería haberse callado, y bancarse esta situación sola, esperar a que se le aclaren las cosas antes de hablar.
Cuando conversamos, él entendió que ella no puede parar esto que le pasa, que aunque él le pida que no vea más al otro, ella no puede hacerlo. También le podría haber pasado a él.
Me gustaría poder hablar de todas estas cosas. La dificultad es cómo hacerlo en un libro como el nuestro. Tendríamos que encontrar la manera, así como también qué decir y qué no decir. Fundamentalmente, me entusiasma la idea de jugarnos en estos temas de los que no se habla.
Laura.
Fredy:
Como verás, cuando estoy embalada no puedo parar. Me encantó la discusión que mantuvimos sobre la frase de Nana: «Las parejas se separan por lo mismo que se juntan».
Las parejas se separan por lo mismo que se juntan, sí.
Muchas parejas reflexionan: «¿Por qué me enamoré de él si somos tan diferentes? Quizás con otro que tuviera gustos parecidos a los míos me llevaría mejor…».
Sucede que justamente lo que nos atrae es la diferencia. Al comienzo me fascina que él tenga eso que para mí es tan difícil tener. Me completo con mi pareja porque justamente ella puede hacer cosas que yo no puedo y viceversa. En la etapa de enamoramiento no solo acepto esas características en él, sino que también las acepto en mí misma. Por ejemplo, si soy una persona muy activa, con tendencia a la acción, me fascino con su tranquilidad, su capacidad receptiva, su introspección. La otra persona, a su vez, se fascina con mi capacidad para estar en el mundo, para ir hacia adelante, etc.
Pero el problema viene después. Porque es cierto que al principio me agrada la diferencia, pero cuando el enamoramiento decae, comienzo a pelearme con mi pareja por estas mismas características que me acercaron. Si yo he desarrollado especialmente el lado activo, probablemente tenga una pelea con el lado pasivo. Al dramatizar con él esta pelea, yo me pongo en el bando del pasivo y él es mi enemigo en el bando de los activos, es decir, traslado a la relación una vieja pelea interna. Al enamorarme de la otra persona porque se permite ser tan relajada y quieta, de algún modo yo me reconcilio con este aspecto negado; pero si no lo desarrollo en mí, voy a terminar peleándome con mi compañero del mismo modo en que antes me peleaba con ese aspecto negado.
Ante esta circunstancia, la clave es desarrollar los aspectos nada o poco evolucionados que vemos en el otro. Así, nuestro compañero se convierte en nuestro maestro o en nuestro enemigo. Esta es la elección.
Nuestra propuesta consiste en desarrollar estos aspectos negados o en pugna, para así integrarnos con nosotros mismos, hacernos personas más enteras, parando la pelea interna y externa.
El ejemplo más adecuado sería verlo en nosotros, ¿no te parece?
Me fascina tu capacidad para decir las cosas, tu manejo de las palabras y de las relaciones. Yo soy una persona antipática que siempre se pelea con las formas. Acercarme a trabajar con vos, Fredy, es una oportunidad para reconciliarme con esta parte mía y convertirte en mi maestro en ese aspecto. Por el contrario, lo neurótico sería enojarme porque le das tanta importancia a las formas y no te das cuenta de que lo único importante es el contenido.
Aquí vos tendrías que poner tu lado en el asunto: qué aspecto rechazado podés integrar en tu relación conmigo.
Esto se engancha con lo que venimos diciendo de que la pareja es un espejo en donde veo mis partes negadas. Como ya dije, el acento está en desarrollar lo que niego, o las partes con las cuales estoy en pelea, sabiendo que si no lo hago voy a terminar separándome por la misma causa por la que me uní. Este es el desafío de la pareja.
En este sentido, la relación me sirve para integrarme, porque si no me integro voy a pelearme y hasta separarme de la persona que me recuerda todo el tiempo una pelea interna.
En realidad, esto es parte de lo que ocurre. En otro capítulo hablaríamos de los problemas personales con los cuales tengo que enfrentarme por estar en esta relación, en tanto al estar con otro me enfrento con aspectos míos horribles que estando sola no tendrían oportunidad de salir.
Por eso a veces es tan difícil estar con otro. Porque cuando estoy solo puedo imaginarme que soy de lo mejor; pero en el contacto íntimo sale lo mejor y también lo peor de mí, mi competencia, mis celos, mi lucha por el poder, mis ganas de controlarte, de manipularte, mi falta de generosidad, etc., etc., etc.
Es duro ver esto en uno; es un desafío aceptarlo y ver qué hacer. La salida más fácil es pensar que es el otro el competitivo, el egoísta, el duro…
Cito a Nana:
«Pareciera que los mismos elementos que contribuyen a mantener la estabilidad y armonía de una pareja, son los que pueden contribuir a su destrucción».
«Toda relación que no favorezca la expansión del Yo, que impida el crecimiento, aun cuando sea estable y/o aparentemente gratificadora, encierra el germen de su propia destrucción. Poder ver estas limitaciones oportunamente es de un valor incalculable. La relación verdadera con el otro, en el cual en un momento hemos creído y ante cuya presencia fuimos capaces de trascender y traspasar nuestra angustia de soledad y autosuficiencia, es una de las situaciones hermosas que nos permite acercarnos a los seres humanos con amor».
Qué hermosa frase, Quisiera citar a Nana todo el tiempo. Muchas veces siento que todo lo que sé, de una manera u otra, lo aprendí de mi madre o de ella.
En este momento me acuerdo de alguna vez cuando charlamos informalmente sobre nosotros en aquel barcito de Once, ¿te acordás? De repente yo te dije algo y la cara se te abrió, fue como un darte cuenta para vos.
Ahí sentí por primera vez que me recibías de verdad, que me escuchabas de otra manera.
Fue luminoso, pero qué estúpido sería pensar en no verte más cuando eso no sucede.
Te dejo un beso.
Laura.
Durante los días que siguieron Roberto se quedó casi todo el tiempo en su casa. Salía solo para lo imprescindible relacionado con su trabajo y para unas pocas compras inevitables.
¿Sería cierto que las parejas se separaban por lo que se habían juntado?
Era una idea fuerte, debía pensarla mucho. Sin embargo, no parecía ser este un buen momento. En su mente aparecía imaginariamente el cartelito de TILT que se encendía en los viejos juegos de pinball electrónicos cuando se zarandeaba demasiado la máquina intentando hacer entrar la bolilla de acero en el agujero. Esa era una buena descripción de cómo se sentía: desencajado, zarandeado, conmovido, parado en un lugar equivocado, «tildado».
Dos veces por día encendía la computadora y buscaba mensajes en su casilla. Al principio lo hacía con displicencia, pero a medida que transcurría la semana notó que se iba poniendo inquieto ante Ja ausencia de noticias.
Por fin, a los ocho días llegó un mensaje:
Querido Fredy:
Este es el último email que te escribo.
Me encanta escribirte, pero tu silencio es muy doloroso.
Yo sé que escribo por el placer de escribir, sé que necesito hacerlo, me alegra, me hace bien, me conecta conmigo. Pero también necesito respuestas.
Sé que leés lo que escribo, te visualizo abriendo tu computadora, esperando mis archivos, y sé que no podés escribir ahora.
La escritura es algo que se nos aparece, que se nos impone, no la podemos forzar.
Pensé mucho en esto que converso tanto con mis pacientes, sobre aceptar el ritmo del otro. Y por eso espero pacientemente que sea tu momento de volver a conectarte conmigo.
Veo mucho en las parejas que trato los desencuentros a causa de los ritmos diferentes que tienen para encarar la vida. Sé que es importante aceptar el ritmo del otro.
Sé que los hombres huyen cuando se sienten presionados.
Las mujeres suelen quejarse de que los hombres se cierran al contacto, y no se dan cuenta de que es una respuesta a la presión que ellas ejercen. Los hombres se cierran cuando se sienten forzados, cuando no les damos el tiempo que necesitan.
Me digo a mí misma que tengo que seguir escribiéndote, porque es un placer para mi.
Como el tema del dar y el recibir que conversamos tantas veces.
El acto de dar es un recibir en si mismo; yo recibo el placer de que recibas algo bueno que tengo para darte. Recibo la alegría de que me escuches y que valores lo que te doy. No tiene sentido dar esperando algo fuera del acto mismo de dar.
Pero llega un momento en que necesito tu palabra, me duele tu silencio.
Por eso tengo que decirte que este es mi último email.
Nos encontraremos en otro viaje, en otro congreso, en otro momento…
Cariñosamente.
Laura.
Roberto sintió un frío en la columna y releyó el mail. No podía ser. ¿Cómo Laura iba a dejar de escribir? ¿Solo porque el idiota de Fredy había dado mal su address él se vería privado de los mensajes de Laura?
No era justo.
No lo era.
Laura había sido durante las últimas semanas la persona más confiable y perceptiva de su entorno. No podía permitir que desapareciera, como Cristina, como Carolina, como todos…
Algo tenía que hacer.
Se preguntó qué haría Fredy si se enterase de que Laura estaba dejando de escribir. «Puede que él contestara este email…», pensó. Pero Roberto tampoco sabía la dirección electrónica correcta de Fredy.
Podía hacer algunas pruebas…
¡Teléfono!
Se levantó a buscar la guía pero antes de llegar al estante recordó que no sabía su apellido.
Podía averiguarlo si preguntaba por el tal Fredy entre sus conocidos psi. Pero… ¿y luego?
Después Laura y Fredy se comunicarían entre sí y él quedaría definitivamente fuera del canal de comunicación con Laura…
Él no podía prescindir de esos mensajes.
No por ahora.
Se levantó de su sillón y empezó a merodear por el departamento, necesitaba encontrar una solución.
¿Y si averiguaba el teléfono de Laura y le hacía creer que Fredy estaba fuera del país y que por eso no contestaba?
En realidad no necesitaba su teléfono, podía hacérselo saber por email.
Laura:
Anoche me llamó Fredy para pedirme que le avise que él está de viaje y que le…
Laura:
Anoche me llamó por teléfono nuestro amigo en común Fredy. Ya sabrá Usted que se tuvo que ir con urgencia…
Laura:
Anoche me llamó por teléfono nuestro amigo en común Fredy.
Llamó para pedirme que le avise que él está de viaje y que le pida que por favor siga escribiendo que cuando él regrese le explicará todo…
Laura:
Anoche me llamó por teléfono nuestro amigo en común Fredy.
No sé si sabe que él no está en el país. Entre las cosas que charlamos me pidió que le avisara que siga con el libro y que a su vuelta él mismo le contestará todos los mensajes juntos.
No servía. Fredy quedaba como un tarado. En cualquier lugar del mundo había computadoras…
¿Por qué no se lo hacía saber él, en lugar de llamar a su amigo Roberto?
¿Por qué no se lo decía Fredy mismo?
¿Por qué no?
No había cámaras, ni letra, ni remitente. ¿Cómo podría Laura saber que la disculpa provenía de él y no de Fredy?
Laura:
Te ruego que no te enojes.
Estuve muy complicado con trabajo y viajes y por eso no pude responder a tus maravillosos mails…
«Maravillosos»… ¿Serían maravillosos para Fredy?
No pude responder a tus mails. Creo que en un par de meses más o menos podré hacerme de un poco más de tiempo para contestarte. Mientras tanto no dejes de escribirme. Me sirve todo lo que decís y estoy seguro de que el libro va a ser bárbaro.
Besos.
Fredy.
Releyó y borró «un par de meses más o menos» y lo reemplazó con «pronto». Borró «Besos» y escribió «Un fuerte abrazo». Agregó un «Querida» antes de «Laura» y cambió «Te ruego» por «Te pido». Sacó el «todo» de «todo lo que decís» y cambió el «bárbaro» por «un éxito».
Querida Laura:
Te pido que no te enojes.
Estuve muy complicado con trabajo y viajes y por eso no pude responder a tus mails. Creo que pronto podré hacerme de un poco más de tiempo para contestarte. Mientras tanto no dejes de escribirme. Me sirve lo que decís y estoy seguro de que el libro va a ser un éxito.
Un fuerte abrazo.
Fredy.
No estaba mal.
Nada mal.
Roberto respiró hondo y buscó el icono de enviar. Apoyó el cursor sobre él y volvió a leer el mensaje que estaba a punto de mandar.
Volvió una vez más al texto, borró «fuerte» dejando «Un abrazo».
Tenía que dejar de revisarlo o no lo mandaría nunca. Después de todo, no tenía nada que perder; si no ideaba alguna respuesta los mensajes de Laura no volverían a llegarle.
Apretó el botón y envió el mensaje.
La pantalla parpadeó y el aviso de Mensaje enviado apareció frente a Roberto. No había manera de volverse atrás.