CAPÍTULO 3

Panchos. Eso era lo único que había podido preparar con lo que le quedaba en la heladera. Seguramente Cristina estaba disfrutando de un buen asado, divirtiéndose con sus amigas y ni siquiera pensaba en él. ¿Y él era el egoísta? Ella lo estaba pasando bárbaro mientras él tenía que dejar el envase de mostaza diez minutos boca abajo para que salieran unas míseras gotas con las que condimentar las salchichas. Y encima tenía que aguantar que esa Laura le dijera que el egoísta era él. Dio un gran mordisco al último pancho.

—Ni me conoce… —dijo en voz alta y con la boca llena.

¿Qué sabía ella? Como si alguien pudiera decir algo que le sirviera a todo el mundo. Pero se había acabado, no iba a leer más esos mensajes. Tampoco iba a escribir la nota avisando que la dirección estaba mal, y si los mails nunca le llegaban al tal Fredy, mejor. Porque igual no servían para nada. ¿De que servía olvidarse de tener una relación ideal, de qué servía no enojarse con el otro, de qué servía fijarse qué le molestaba a uno, de qué servía crecer, si al final ella igualmente se iba? Al final ella se iba y lo dejaba solo.

Roberto se levantó de la mesa y se dirigió a la cocina para lavar las pocas cosas que había usado. Mientras sentía en las manos el agua caliente no podía dejar de pensar que en otra época Cristina se hubiera quedado. Tal vez ya no lo quena, es decir, no como antes; ya no lo elegía por sobre las demás cosas. Quizás él tampoco la quería como al principio.

Cerró la canilla y se secó lentamente las manos con el repasador, como si la minuciosidad del gesto fuese el correlato de su preocupación. Con paso incierto fue hasta su cuarto y se tiró en la cama. Al cabo de unos segundos se levantó y se encerró en el baño. Unos minutos más tarde y sin resultados volvió para acostarse, pero antes de que su cabeza tocara la almohada se incorporó otra vez.

Fue a la cocina, abrió la heladera y se quedó contemplando los envases buscando algo que lo tentara… Nada lo convencía, así que cerró la puerta verificando que los burletes no quedaran separados. Luego salió al balcón, pasaron algunos coches, entró. Una vez en su cuarto se quedó un momento en la puerta como si vacilara, después se sentó frente a la computadora.

Jugó al buscaminas; no lograba concentrarse, una y otra vez terminaba por hacer explotar las pequeñas bombas. Cerró el juego y se quedó mirando los iconos en su pantalla: una computadora… una hoja de papel con una lapicera arriba… un mazo de cartas… un globo terráqueo… una lupa… un pequeño teléfono amarillo…, la conexión con Internet.

Miró a su alrededor como corroborando que nadie lo observaba… Estaba por hacer todo lo contrario de lo que se había prometido. Entró en su correo electrónico. Ya sin sorpresa encontró el mail de Laura.

Tal vez nadie podía decir algo que le sirviera a todos —se dijo a sí mismo—, pero quizás sí habría algo en este mensaje, algo, aunque fuera una sola frase, que le sirviera a él para aclarar qué le pasaba con Cristina, si la amaba o no, por qué se enojaba con ella, y por qué empezaba a preguntarse cómo sería Laura, cuántos años tendría, qué relación tendría con Fredy.

Querido Fredy:

Estuve pensando muchas cosas en estas semanas, pero no sabía cómo comunicarme. ¿Cómo fue tu viaje? Tengo muchas ganas de saber de vos. Y recordaba aquello que escribiste para el congreso de Cleveland ¿te acordás?

«Amar y enamorarse. Quizás la expectativa de felicidad instantánea que solemos endilgarle al vínculo de pareja, este deseo de exultancia, se deba a un estiramiento ilusorio del instante de enamoramiento. En efecto, en un primer momento el encuentro es pasional, desbordante, incontenible irracional. Las emociones nos invaden, se apoderan de nosotros y durante un tiempo casi no podemos pensar en otra cosa que no sea la persona de quien estamos enamorados y la alegría de que esto nos esté ocurriendo».

«Estar enamorados nos conecta con la alegría que sentimos de saber que el otro existe, nos conecta con la poco común sensación de completud. Este estado no se sostiene mucho tiempo, pero queda inscripto como un recuerdo que sostiene la relación y que es posible recrear cada tanto. Pasados algunos meses, la realidad nos invade y allí todo termina o empieza la construcción de un camino juntos».

«Cuando uno se enamora en realidad no ve al otro en su totalidad, sino que el otro funciona como una pantalla donde el enamorado proyecta sus aspectos idealizados».

«Los sentimientos, a diferencia de las pasiones, son más duraderos y están anclados a la percepción de la realidad externa. La construcción del amor empieza cuando puedo ver al que tengo enfrente, cuando descubro al otro. Es allí cuando el amor reemplaza al enamoramiento. Pasado ese momento inicial comienzan a salir a la luz las peores partes mías que también proyecto en él. Amar a alguien es el desafío de deshacer aquellas proyecciones para relacionarme verdaderamente con el otro. Este proceso no es fácil, pero es una de las cosas más hermosas que ocurren o que ayudamos a que ocurran».

«Hablamos del amor en el sentido de “que nos importe el bienestar del otro”. Nada más y nada menos. El amor como el bienestar que invade cuerpo y alma y que se afianza cuando puedo ver al otro sin querer cambiarlo. Más importante que la manera de ser del otro, importa el bienestar que siento a su lado y su bienestar al lado mío. El placer de estar con alguien que se ocupa de que uno esté bien, que percibe lo que necesitamos y disfruta al dárnoslo, eso hace al amor».

«Una pareja es más que una decisión, es algo que ocurre cuando nos sentimos unidos a otro de una manera diferente. Podría decir que desde el placer de estar con otro tomamos la decisión de compartir gran parte de nuestra vida con esa persona y descubrimos el gusto de estar juntos. Aunque es necesario saber que encontrar un compañero de ruta no es suficiente; también hace falta que esa persona sea capaz de nutrirnos, como ya dijimos, que de hecho sea una eficaz ayuda en nuestro crecimiento personal».

«El amor se construye de a dos, sobre la base de una química que nos hace sentir diferentes. Quizás por la sensación mágica de ser totalmente aceptados por alguien». Estar enamorado y amar. Qué difícil hablar de esto. El otro día, coordinando un grupo, les contaba lo que habíamos conversado nosotros sobre la idea de amar en términos de «que el otro me importe», y sobre la sensación física de estar con alguien que amo. Después le pedí a cada uno que dijera qué pensaba que era el amor.

Una de las respuestas que más me gustaron fue la de un muchacho de 25 años que dijo: «Cuando amamos, vemos más allá de lo que se ve, en el amor los cánones estéticos pierden valor».

Welwood dice que el verdadero amor existe cuando amamos por lo que sabemos que esa persona puede llegar a ser, no solo por lo que es. Creo que estar enamorado y amar son estados que van y vienen en una relación. En el inicio por lo general hay un período de pasión, donde se mezcla mucho lo que yo imagino, lo que proyecto en esa persona. Entonces coloco en ese ser humano que tengo enfrente mi hombre o mi mujer ideal.

El enamoramiento es más una relación mía conmigo mismo, aunque elija a determinada persona para proyectar lo mío. Y entonces podríamos preguntarnos: ¿Por qué elijo a esa persona? ¿Qué pasa cuando, después de un tiempo, el otro se empieza a mostrar como es y eso no coincide con mi ideal?

Allí comienzan los conflictos. Él no es como yo había creído. La disyuntiva que aquí se plantea es ver si puedo amar a este que veo o si me quedo pegada a mi hombre ideal.

Es en la resolución de este dilema que puede empezar el amor, cuando lo veo y me doy cuenta de que lo amo así como es. Incluso puedo llegar a amar las cosas de él que no me gustan, porque son de él y lo acepto como es. Creo que las relaciones pasan por momentos de enamoramiento, momentos de amor, momentos de odio… En realidad, amor y odio están muy cerca. Nunca odiamos tanto a alguien como aquel a quien amamos. Como me dijo mi hijo el otro día en medio de un ataque de furia: «Te amodio» (quiso decir te odio pero se le escapó el amor). Es saludable aceptar que esto es así. Vamos navegando en la relación, que verdaderamente se sostiene si nos mostrarnos, si estamos conscientes de qué nos pasa, si no lo negamos o hacernos como que no pasa nada.

Conciencia es la gran palabra. Seamos conscientes de lo que nos esta pasando, entreguémonos a ello. Así se cuida y se construye el vinculo. El recurso es siempre el mismo: conciencia, centrarnos. Solo si estoy dentro de mí puedo manejar situaciones difíciles.

Mucha gente vive arrancada de sí misma, sacada —como se dice ahora—, conectada solo con lo que piensa y sin idea de lo que realmente siente. Así es muy difícil entregarse al amor. Para amar es imprescindible animarse a mirar hacia adentro. Así, sin necesidad de que haya conflicto puedo mirarme, estar conectada y ser yo misma. Si no me muestro, nadie puede amarme. En todo caso amarán mi disfraz, como vos decís, y eso no me sirve.

Encontré un libro de Mauricio Abadi que habla del enamoramiento. Cito tres pasajes que me interesaron: «El enamoramiento es más bien una relación en la cual la otra persona no es en realidad reconocida como verdaderamente otra, sino más bien sentida e interpretada como si fuera un doble de uno mismo, quizás en la versión masculina y eventualmente dotada de rasgos que corresponden a la imagen idealizada de lo que uno quisiera ser. En el enamoramiento hay un yo me amo al verme reflejado en vos».

«Enamorarme es decirte cuánto simpatizo contigo por sostener tan graciosamente el espejo en el que me contemplo para darme cuenta de mi amor por mí».

«Pero ocurre que, a medida que el tiempo transcurre y la relación va pasando por diferentes vicisitudes, el supuesto espejo va dejando de ser un espejo y parece optar por un natural deseo de recuperar su propia identidad. Al comienzo era tal el deseo de sentirse amado y admirado, que a él casi no le importaba demasiado que lo tomaran por otro. Puesto que de eso se trata. Tenemos tal necesidad de amor que durante algún tiempo lo disfrutamos, también tramposamente».

Y es verdad que es una trampa, como Abadi dice, porque en realidad esa pasión enamorada no es para vos sino para ese aspecto proyectado del otro. Quizás deberías rechazar el halago de la carta donde te confiesan su amor incondicional y ciego y saber leer en el sobre el nombre del destinatario que no es el tuyo.

Pero ¿quién podría?

De todas maneras, hagamos lo que hagamos, en unos instantes o en pocas semanas (cinco minutos a tres meses, como vos decís), el otro nos irá mostrando su realidad que no podrá ocultar, y empezará a ver nuestro verdadero yo que no podremos esconder para siempre, por halagador que nos resulte su enamoramiento y por hermoso que sea sentirnos enamorados.

Es como despertar de un sueño. Aparecerá poco a poco una persona asombrosamente diferente de aquella con la que creíamos habernos unido. Es gracioso escuchar a los que abandonan su estado pasional y creen que el otro ha cambiado, que ya no es el mismo, cuando en realidad solo han cambiado los ojos con los que miran. Uno descubre las diferencias y estas desembocan en confrontación.

Cuando él se te parecía tanto, era muy difícil discutir, pero también era complicado reconocer su verdadera existencia.

Recién ahora, uno puede descubrirse acompañado. Hay que buscar las diferencias e intentar unirse a través de ellas. No como antes, que nos unían solo las semejanzas. Adoro esa frase que te escuché una vez en un reportaje: Enamorarse es amar las coincidencias, y amar, enamorarse de las diferencias.

El enamoramiento no es un sentimiento compartido porque no existe aún el sujeto con quien compartir. El enamoramiento es una locura gratuita y casi inevitable, técnicamente un cuadro de confusión delirante con exaltación maníaca. El amor, en cambio, es un producto cuerdo y costoso. Es más duradero y menos turbulento, pero hay que trabajar duro para sostenerlo. Releo esta carta y siento que ya no estoy muy segura de estar de acuerdo con lo que yo misma escribí, pero está dicho. Haceme saber tu opinión.

¿Vos en qué andas, Fred? ¿Disfrutando del calor de España?

Te mando un beso.

Laura

Cuando Roberto terminó de leer estaba sonriendo. Se sentía satisfecho con su actitud de obedecer a su intuición y abrir el mail. Eso era justamente lo que le estaba pasando: la relación con Cristina ya no era la misma, ya no estaban enamorados. Pero a él le gustaba estar enamorado.

Poco a poco la sonrisa fue dando lugar a una mueca de profunda concentración. No sabía si quería ese cambio de intensidad por profundidad del que hablaba Laura, pues lo que él más disfrutaba era nada menos que esa intensidad, esa pasión, ese desborde. Pero lo cierto era que eso se había acabado, habían comenzado a verse como realmente eran y no había nada que pudieran hacer para evitarlo.

¿Y ahora?

Ahora todo terminaba…

De repente dudó. Todo termina o empieza la construcción de un camino juntos, sugería Laura.

Se preguntó cuál de las dos posibilidades sería aplicable a su historia con Cristina: ¿el final o el comienzo de algo menos intenso pero más profundo?

Y después se corrigió…

¿Cuál de las dos posibilidades quiero yo?