CAPITULO XXIII
—Probablemente no ignoran ustedes el propósito que hizo que se creara la división de Investigaciones Puras de las agencias científicas de las Naciones Unidas —dijo Barriman pensativamente—. Su misión es explotar lo más rápidamente posible cualquier descubrimiento que pueda aliviar los problemas mundiales. Bien, evidentemente, su primer paso fue el de averiguar cuáles eran estos problemas, su envergadura y perentoriedad. Y esto exactamente fue lo que se hizo.
»El resultado de este estudio fue... alarmante. Los cálculos más optimistas revelaron que habíamos empezado con treinta años de atraso para enfrentarnos con la explosión del aumento de población hecho posible por la abolición de la guerra y los adelantos de la ciencia médica. ¿Qué íbamos a hacer con este mundo superpoblado? ¿Debíamos legalizar el canibalismo como propuso irónicamente el Secretario General Zafiq en su último informe mundial? ¿Ordenar la esterilización de todos aquellos inferiores a un Cociente de Inteligencia de cien? ¿Permitir que el- mundo cayera presa del hambre y la enfermedad para reducir la población? Bien, pues, hace cosa de diez años, cuando nos enfrentamos por primera vez con este espantoso problema, yo estaba dedicado a una investigación sobre los constituyentes físicos del tejido nervioso, y descubrí una sustancia que tenía propiedades extraordinarias. La llamé neuróloga, pero ustedes la conocen mejor como sueños felices. Al principio pensé que se trataba simplemente de otro de los conocidos compuestos que inducen a la aberración mental mediante su acción química... como esos asociados con la esquizofrenia, por ejemplo. Estaba muy equivocado
»Los sueños felices tienen la propiedad de, primero, inducir a visiones y, después, a hacer que el organismo se aclimate a aceptarlos como material celular idóneo. El fenómeno no carece de precedentes... existen vitaminas artificiales que difieren químicamente de las normales, pero que el organismo aprende a aceptarlas como sustitutos. Y el efecto final, como ustedes saben, es que el individuo no percibe ya el mundo que nosotros aceptamos como verdadero, ya no le afecta el mismo, y, a nuestro entender según nuestros sentidos, desaparece. Esto es lo que andaba usted buscando, Franz. Pero compréndalo, si le hubiésemos dejado que publicara su descubrimiento, hubiera echado a rodar todos nuestros planes.
Wald se movió nerviosamente, sin decir palabra.
—Yo era discípulo de Mike cuando se produjo el descubrimiento —dijo entonces Al—. Ayudé a preparar la técnica para producir en cantidad el compuesto así como la cantidad adecuada de las dosis y otros problemas de menor importancia. Luego me encargué del trabajo de su distribución.
—Era fabricado bajo el disfraz de un proyecto de Investigaciones Puras, como ustedes saben — prosiguió Barriman— Las patrañas sobre «Johnny Happydreams» nos ayudaron en nuestros planes, pero nuestra mejor cooperación fue la que nos ofreció el Secretario General en persona.
—Usted exagera —dijo Zafiq.
—¡Nick! —dijo Al volviéndose en su asiento—. ¿Cuántas veces estuvo usted cerca de la realidad y la descartó porque parecía tratarse de propaganda Holmesita?
—Oh... muchas veces, creo —reconoció Greville.
—Zafiq inventó á Holmes —indicó Al—. Nunca existió tal personaje.
Silencio durante un momento. Greville asintió lentamente. Sí, fue realmente un buen golpe. Crear un culto desacreditado y desacreditando la verdad asociándola con el mismo.
—Nuestros planes —resumió Barriman— reclamaban que la droga diera cuenta de un mínimo de mil millones de personas dentro de los dos años de su descubrimiento. No lo hicimos, pero hemos fallado por sólo unos meses y parece que la cifra final será un cincuenta por ciento por encima de lo que calculamos. Hacer esto cuesta mucho... injusticia, sufrimientos, dolor... Pero, en fin de cuentas, creemos que lo hemos hecho bastante bien. Cuando pase el momento crítico podremos y curaremos a los adictos que no han desaparecido. La propaganda patrocinada por las Naciones Unidas nos ha proporcionado prodigiosos resultados... manteniendo ese precio fijo, por ejemplo, que confundió a tanta gente. Sabemos lo que hemos hecho y tenemos la confianza de que podremos hacer marcha atrás. Los próximos tres meses nos demostrarán si tenemos razón o no.
—Nick —dijo Al sin mirar a Greville—, ha sido muy duro ver sufrir a un amigo como usted. Sólo puedo decirle que era inevitable. ¡Y lo mismo le digo a usted, Franz! Tuvimos que comportarnos tal como lo hicimos para retardar el día de la revelación. ¿Recuerda el día que se tropezó con Dick Agnew en California, Nick?
Greville asintió. Tenía muy seca la boca.
—Clements era un adicto; lo sabíamos. Se le designó para que «atravesara la barrera» formando parte de los hombres responsables que hemos procurado mantener en el... el nuevo mundo. Agnew no lo era. Agnew era un señuelo creado contra Franz Wald, no contra usted. Fue un accidente verdaderamente lamentable el que usted se tropezara con él; lo que yo deseaba era presentar a Franz pruebas concluyentes de que sus teorías eran falsas, demostrándole que un adicto «desaparecido» seguía vivo y en carne y hueso. Naturalmente, el plan fracasó al ordenar usted la persecución pública de Agnew, y todo cuanto pudimos hacer fue ponerles a Franz y a usted en algún sitio en donde él no pudiese comunicar a nadie más la peligrosa verdad.
—¡Pero... diantre! —exclamó Greville—. ¿Cómo sabe que no ha matado a toda esa gente?
—El mundo de los sueños felices es un mundo consistente, ¿no es cierto? Un mundo virgen, tan real como cualquier otro. Esta es una razón. —Al se humedeció los labios—. La segunda, que es más difícil de aceptar, es que hemos pedido a las personas que se internaron en él con los ojos abiertos, como Clements, que dejaran señales de su presencia. Y algunos adictos avanzados a los sueños felices han visto esas señales. Han comprobado por sí mismos que los hombres pueden sobrevivir y mejorar su situación en este nuevo mundo.
—Es efectivo —dijo Zafiq con satisfacción—. No es necesario comprenderlo... y, francamente, yo no lo comprendo.
Poco a poco, él y Barriman, que voluntariamente se habían sometido a juicio, se iban tranquilizando. Ahora, por primera vez, Al sonreía.
—Me hizo pasar un mal rato, Nick —dijo Al—, cuando me habló del color que llamó varm. No sé qué nombre le dan allá, pero no era cosa nueva para nosotros Uno de cada cien adictos más o menos lo ve inmediatamente, como le ocurrió a usted. La inmensa mayoría lo ve al final. En este nuevo mundo el espectro tiene ocho colores en vez de siete. Tuve que escoger los historiales que le dejé a causa de ello.
—¡Pero esto es criminal! —protestó de pronto Wald, arrojando al suelo él periódico que tenía sobre las rodillas—. ¡Es deportación! ¡Atenta contra los derechos humanos!
Las facciones pétreas de Zafiq permanecieron en calma. Dijo:
—Doctor Wald, con todo respeto he de decirle que olvida usted dos cosas. La primera es la situación real de nuestro planeta. Dejando a un lado los deliberados informes optimistas con que nos engañan las Naciones Unidas, la desnuda verdad es que dentro de cuatro o cinco años nos enfrentaríamos con hambre, o enfermedades, o la guerra. Aun cuando los proyectos de cultivo del mar —en los que está usted especialmente interesado— y de la guerra dieran el fruto apetecido, de aquí a veinte años nos encontraríamos en la misma situación. Además, esto no es deportación —añadió apuntando al Doctor con un dedo acusador—. La naturaleza en sí misma de las visiones que obtienen los habituados a la droga invita a los que se sienten decepcionados por este mundo superpoblado, a los que sienten ambiciones que aquí no pueden satisfacer, a los que tienen ansias de mejorar su situación... y toda nuestra propaganda ha sido orientada hacia esa gente, y sólo han sucumbido los que se sintieron atraídos por esas sugestivas visiones. No es deportación, Doctor Wald, sino emigración.
Por primera vez desde su entrada en la habitación acompañando al Doctor Wald, Desmond levantó la cabeza y dijo con su habitual aire de incertidumbre:
—Ismail, presenta usted esto como un simple paliativo. Para mi representa mucho más. Me parece que hemos abierto una puerta en la mente humana que aunque ahora la consideramos como un medio para huir de una situación intolerable, día llegará en que abrirá paso a una nueva clase de progreso humano. Finalmente, tal vez encontremos el modo de dirigir nuestras percepciones; nos será posible pasar de una forma de percepción —o universo, si lo prefiere— a otra, con tanta facilidad como actualmente pasamos de un continente a otro por medio de los ingenios aéreos.
—Así lo espero —convino Zafiq moviendo afirmativamente la cabeza—. Pero de momento estoy demasiado ocupado con actuales problemas para pensar en eso. Somos los hombres a quienes la Humanidad reclamaba la solución de un problema insoluble, una solución mejor que la guerra, o el hambre, o la exterminación selectiva, o... —titubeó y sonrió maliciosamente— el canibalismo. Decimos que llevábamos treinta años de atraso para empezar algo, excepto esto. ¿Qué dicen ustedes? —Miró a Wald, luego a Greville y por último a Kathy y se detuvo y luego continuó—: Creo que hicieron lo que debían hacer.
Zafiq inclinó la cabeza.
La sensación era muy extraña. Naturalmente, antes de decidirse hizo que le explicaran el modo en que operaba la combinación química; sabía los efectos iniciales en el oído y la vista. Pero ahora que el proceso se iba adueñando de su cerebro, ahora que la sustitución había cobrado un gran incremento, era algo espantoso.
Pero sin embargo había aquella promesa...
La memoria, le habían asegurado, atravesaba el proceso porque el nuevo material celular ejecutaba la misma función que el antiguo. Por esto también la personalidad y los conocimientos adquiridos por el individuo lo atravesaban también. Las afirmaciones de Zafiq eran ciertas. No eran generalmente los vagos y medianías los que se sentían atraídos por las visiones, sino los ambiciosos, los de ánimo resuelto, los audaces.
¿Dónde iba él? La pregunta no tenía un significado real. Ese otro mundo no estaba en ningún mapa. No importaba sin embargo.
A la corta o a la larga los filósofos encontrarían una solución adecuada para la definición de este acontecimiento. Hasta entonces, la gente tendría que aceptarlo, tal cual habían aceptado en el pasado otras cosas inexplicables.
Cuando finalmente llegó, era tan fácil como el despertar de un sueño. Pero era despertar en un mundo en donde el arco iris tenía ocho colores, cuyo aire contenía una sensación diferente, y el canto de un pájaro, que es lo que primero oyó, era algo como lo que jamás había oído antes.
Se levantó, maravillado. Hacía fresco, pero no frío. Miró a su alrededor. Habían árboles y también yerba, mucha yerba. Estaba de pie en un terreno llano, pero a poca distancia, hacia delante, vio una colina y a sus oídos llegó el rumor de agua y voces humanas al mismo tiempo.
Caminó en aquella dirección.
Cuando alcanzó la cumbre de la colina vio que abajo había una población. Estaba formada de casitas de madera. Sus ojos se posaron en un riachuelo cuyas aguas movían una aceña. Oyó el ruido de martillos golpeando madera y metal. No veía a nadie, pero á sus oídos llegaban claramente voces humanas. Descendió la colina y penetró en la pequeña ciudad. Debía haber aquí cientos de personas, pensó.
Se detuvo ante la puerta de la primera casita. De su chimenea se elevaba una columna de humo.
Y luego sucedió el segundo milagro. Apenas se había decidido a llamar a la puerta para preguntar qué era lo que debía hacer, cuando la misma se abrió y oyó que le llamaban por su nombre.
—¡Nick, Nick! ¡Eres tú, Nick!
Y Kathy estaba en el umbral, medio sonriente, medio llorando. Llevaba un sencillo vestido hecho de alguna fibra vegetal y sandalias entretejidas.
Por un momento ella intentó pronunciar lo que quería decir. Luego desistió de hacerlo, abrió los brazos y se echó al cuello de él.
—¡Nick, esto es maravilloso! —exclamó—. ¡Ya han hecho aquí muchas cosas! ¡Todavía hay muchas cosas que hacer!
Greville la miró, sonriente, y vio que los ojos con que ella le miraba eran... eran de color varm.
Ella se volvió, le cogió de una mano y lo llevó hacia la puerta.
—¡Ven y verás lo que he hecho! ¡He hecho vestidos, he estado cosiendo y tejiendo, he probado plantas y descubriendo nuevas drogas naturales... eh... oh, no puedo decírtelo todo! ¡Hay tanto... hay tanto de todo...!
Greville, un nuevo habitante de aquel nuevo mundo, la siguió alborozado.
FIN