CAPITULO XXI
—¡Al coche! —dijo de pronto Kathy, en voz baja, y como Greville no parecía moverse, le dio un tirón de brazo con sorprendente fuerza. En cuestión de segundos se alejaron del grupo, apenas antes de que el primer grito de odio y execración se elevara al cielo; antes de que la gente hubiese recobrado el aliento y se decidiese a actuar, ellos ya estaban dentro del coche con el motor en marcha.
Y se hallaban corriendo a toda velocidad por la carretera antes de que la multitud hubiese empezado a destrozar el camión.
—¡Kathy! —gritó Greville—. ¿Dónde me llevas? ¿Y qué le ocurrirá a Barriman y los demás? Esa gente les...
—Al diablo con Barriman —dijo Kathy entre dientes—. Al diablo los otros. No me importa ya Mike en absoluto... estoy harta de él. No me importan demasiado los demás. Me preocupas tú, por lo que le dijiste a Darby, porque aceptas la evidencia cuando se te ofrece, como hacen los hombres honrados. Pero los demás pueden irse al infierno.
—¡Pero tienes que volver! —gritó Greville—. ¡Kathy, si no les ayudamos a escapar de esa turba los lincharán!
Ella volvió la cara y le miró, los verdes ojos chispeantes.
—¡Vi mucha policía en la ciudad! Se salvarán si entran en el almacén... hasta que le peguen fuego. Podemos llamar al Instituto en la próxima ciudad para que envíen por helicóptero una patrulla antimotín. Espero que Vassily y Peten salgan bien parados, con sólo unos cuantos rasguños. Pero deseo que a Barriman le ajusten las cuentas bien.
El odio que rezumaban las palabras de la joven con respecto a Barriman asustaron a Greville. Expresó con temor esta única palabra:
—¿Por qué?
—¿Todavía no te lo imaginas, Nick? Ese camión procedía del Instituto y llevaba sueños felices. No me vas a decir que Joe Martínez cargó ese polvo, ¿verdad? Joe está arrestado bajo acusación de robar sueños felices de la caja fuerte de la caseta de vigilancia. Pero no fue él quien lo hizo. Y el pobre doctor Desmond no diferenciaría los sueños felices de una pila de inmundicia. ¿Quién queda después de esto, Nick?
Greville se recostó en su asiento, la vista fija en la recta cinta de la carretera que tenían por delante.
—Explícate —dijo.
—Pues bien. Empezó con Franz Wald y los primeros animales que desaparecieron... las ratas. Franz no lo vaticinó, pero dedujo la correcta conclusión sobre el efecto de reemplazar con sueños felices el material de que están compuestas las células cerebrales. Barriman le despidió. Pensé... ¿cómo podía no pensarlo, siendo Barriman un hombre de gran reputación...? pensé que debía tener grandes motivos para su decisión, y, de todos modos, era concebible en ese caso que alguien habría dejado libres deliberadamente a esos animales. No trabajábamos bajo severas medidas de seguridad. Pero esto no era aplicable a Tootsie ni a la desaparición de sueños felices de la caja fuerte.
—¿Quién preparaba las cantidades de las dosis para los animales de experimentación? ¿Tú o Barriman?
Ella le miró antes de responder; el coche se deslizaba ahora por una gran curva traqueteando •un poco porque el piso de la carretera no estaba en buenas condiciones.
—¿Lo empiezas a comprender, verdad? Era él quien lo hacía. Estoy segura ahora de que impedía deliberadamente que nuestros experimentos dieran resultado alguno... primero despidiendo a Franz cuando estaba cérea de la verdad y calculando erróneamente las dosis que había que suministrar a cada animal, de modo que nuestras investigaciones se hubiesen paralizado totalmente de no habernos traído tú aquella remesa extra de Nueva York; luego robando el polvo de la caja cuando otros monos estaban a punto de seguir el mismo camino que había tomado Tootsie, y acusando a Martínez para así encubrirse él...
—¡Pero cielos! —la interrumpió Greville—. ¡Un cargamento de sueños felices en un camión de las Naciones Unidas es... es insensato!
—No, no lo es. Todo concuerda. ¿Acaso no dijo Mike una y otra vez que esa materia sólo puede ser producida por alguien que tenga acceso a unas instalaciones de gigantesca capacidad productora? Siempre se las ha arreglado ingeniosamente para atraer nuestra atención hacia ciertos hechos, de modo que pudiese sostener equivocadas conclusiones basándose en ellos. Se ha rodeado de un aire de devoción para con la ciencia... me ha tenido engañada y a sus pies durante mucho tiempo, hasta hace unos cuantos días. ¿Cómo sino así podrían los sueños felices en tan vastas cantidades? ¿De qué otra forma podrían ser distribuidos en todo el mundo? ¿Cómo sino a través de una amplia red de transporte que distribuye los suministros más esenciales del mundo?
—A través de las agencias de las Naciones Unidas —dijo Greville lentamente.
—Naturalmente.
Greville pensó entonces en el día en que llegó por primera vez a Isolation, cuando Mandylou Hutchinson se vanaglorió ante él de que ella y sus amigos se habían entregado a la droga. Y le vinieron a la memoria las palabras de despecho que ella pronunció: «¡Las Naciones Unidas no nos dan esto!»
Si ella lo hubiese sabido...
—¡Pero cielos! —exclamó él con desesperación—. ¡Es imposible ocultar toneladas de esta material ¡La gente debe saberlo, debe darse cuenta de su distribución!
—Naturalmente que se dan cuenta., ¿Pero no leíste lo que decía la caja que rompiste accidentalmente,? Decía INVESTIGACIONES PURAS - MERCANCIAS EXPERIMENTALES - NO EXPONER AL AIRE. He visto centenares de cajas como esa saliendo del Instituto. ¿Quién se atrevería a mirar su contenido? Sería espantoso si tú, por ejemplo, contaminaras una nueva variedad de bacterias higroscópicas destinadas a un campo de experimentación del suelo.
—¿Crees que se realiza por medio de la gente de Investigaciones Puras?
—No me es posible encontrar otra mejor explicación.
Llegaron a la vista de una pequeña ciudad. Kathy dijo de pronto:
—Nos detendremos aquí, buscaremos un teléfono y llamaremos al Instituto. Creo que tendremos que enviar a alguien a detener a esa turba Me pregunto cuánto tiempo tardará Mike en recobrar su aire de dignidad y negar todo cuanto ha ocurrido.
—No puede ser mantenido secreto durante mucho tiempo —dijo Greville—. Muy pronto habrá demasiada gente presenciando- desapariciones de adictos... demasiada para que esas desapariciones puedan ser silenciadas.
—Hace mucho tiempo que debía haber ocurrido esto —dijo Kathy disminuyendo la velocidad del coche para entrar en lá pequeña ciudad—. ¡Todo esto es una conspiración en la que necesariamente tienen que estar comprometidos miles de empleados antiguos de las Naciones Unidas! Y sin embargo ha sido un misterio por más de dos años.
—¿Por qué lo hacen? —dijo Greville con las manos crispadas, una expresión de angustia. en los ojos.
Kathy detuvo el coche junto á un almacén tan descuidado como el de Isolation. Encogióse de hombros.
—Tú lo indicaste hace unos minutos al decir que no había mucho de nada en este mundo... excepto gente.
—¿A quién se lo podemos comunicar? ¿Quedará alguien?
—Desmond tal vez —dijo Kathy saliendo del coche.
—¿De qué serviría? ¿No es acaso un... un fantoche?
—Oh, claro que lo es. Pero, a su modo, es un hombre honrado. Quizá sea demasiado inocente para estar envuelto en la conspiración. Podemos probar.
A pesar de la pobre comunicación que ofrecía el teléfono del almacén, la temblorosa pantalla del mismo presentaba claramente una vista de la caseta de vigilancia del Instituto, lo suficientemente clara para que ellos supieran que habían sido conectados bien.
Greville dijo:
—Se ha producido un motín en Isolation. Deben enviar allí a alguien en seguida...
—¡Lo sabemos! —dijo la voz del vigilante de turno con fiereza—. Se recibió aquí una llamada antes de que la turba cortase la comunicación, y hace unos minutos partió para allí una patrulla antimotín.
Greville sintió una gran sensación de alivio.
—¿Se sabe si están a salvo?
—No, todavía no... ¿Eso es todo? Estamos ocupadísimos.
—Póngame con el doctor Desmond inmediatamente. Se trata de un caso de emergencia.
—Lo intentaré —repuso el vigilante.
Mientras esperaba, Greville miraba a Kathy. La joven se hallaba de pie junto a la puerta de la cabina. Dijo él, tapando el micrófono del aparato:
—¿Estás segura de que es conveniente llamar a Desmond?
—¡No sé de nadie más! —espetó ella—. Es el jefe del Instituto... Creo que él puede...
—Yo pensaba en Al Speed —dijo Greville—. Mi colega de Nueva York, jefe de la terapéutica de la intoxicación por drogas.
—Tal como yo veo las cosas —dijo Kathy— los directivos de tu Departamento deben estar metidos en esto desde el principio.
Greville se dispuso a negarlo violentamente, pero se dio cuenta de que no le era posible hacerlo. Había muchas cosas que apuntaban hacia esta posibilidad. Pero ahora la voz irritada del doctor Desmond llenaba la cabina y su figura se movía en la pantalla.
—¡Doctor Desmond! Aquí el agente de Narcóticos Greville... acompañado de Kathy Pascoe. Tenemos pruebas concluyentes de que los sueños felices son transportados en camiones de. las Naciones Unidas como si fuesen mercancías experimentales.
Silencio sepulcral durante un momento. Luego, con voz trémula:
—¿Cómo dijo?
—¡Que son transportados por todo el país... probablemente por todo el mundo valiéndose de los medios de transporte de las Naciones Unidas! —dijo con firme voz Greville—. Y no es' esto todo. La doctora Pascoe y yo hemos presenciado personalmente la desaparición física de un adicto a los sueños felices. Debe existir una- vasta conspiración...
—¡Alto! —interrumpióle Desmond—. No lo diga por teléfono. ¿Desde dónde me llama?"
—Desde una pequeña ciudad entre Isolation y la línea divisoria del Estado... no me di cuenta de su nombre. ¿Kathy?
Kathy movió negativamente la cabeza y se fue a preguntarlo a alguien.
—¡No importa! —dijo Desmond—. Quédense ahí. ¿Tienen algo que pueda ser localizado desde el aire?
—Oh... sí. Nuestro coche es bien visible. Es el descapotable amarillo que Barriman se llevó hoy del Instituto.
—Bien. Diríjanse a las afueras de la ciudad, y deténganse junto a un trecho de carretera en donde pueda aterrizar un helicóptero y yo haré que alguien de confianza llegue hasta ustedes. No digan una palabra a nadie, ¿comprenden? ¡Esta es una noticia espantosa!
Se cortó la comunicación. Sorprendido ante la rápida reacción que había demostrado un hombre a quien consideraba un fantoche, Greville dejó el aparato y salió de la cabina.
Se encontró con Kathy y ella le dijo:
—El nombre de esta ciudad es...
—Demasiado tarde —contestó Greville y le contó lo que Desmond había ordenado—. Parece que tenías razón. No esperaba yo una respuesta tan contundente.
Kathy se pasó la mano por la cara.
—Demasiado contundente —dijo sombríamente—. Nick, no me gusta esto. Estoy muy asustada. Pero no podíamos hacer otra cosa, ¿verdad?
El zumbido del helicóptero parecía al de un abejorro en el aire cálido y claro. De pie detrás del coche, Kathy y Greville hicieron señales al piloto y vieron cómo él o un pasajero devolvía el saludo mientras el aparato se disponía a descender.
Greville cambió una tensa mirada con Kathy, forzando una sonrisa.
—¡Cruza los dedos! —dijo él.
Pero ella no le devolvió la sonrisa.
El helicóptero tomó tierra a unas veinte yardas de ellos, levantando una nube de polvo. Ellos se encaminaron hacia él. El piloto era desconocido para Greville, pero el único pasajero del aparato era el sargento de seguridad que habla estado presente cuando Martínez fue acusado de robar la droga de la caja fuerte. El sargento abrió la portezuela.
—¡Entren! —ordenó—. ¡Pronto!
Montaron en el aparato. En cuanto oyó cerrarse la portezuela, el piloto puso en marcha el motor y el aparato se elevó en el aire.
—¿Dónde vamos? —demandó Greville—. ¿Al Instituto?
El sargento de seguridad denegó con la cabeza.
Buscaba algo en sus anchos bolsillos del uniforme. Extrajo una cosa similar a una pistola.
—¡Nick! —gritó Kathy con temblorosa voz—. ¡Nick, me equivoqué! ¡Hemos sido engañados!
—Lo siento —dijo el sargento con sincera voz—. He recibido órdenes. —Y disparó dos veces la pequeña pistola.
Mientras el gas anestésico le envolvía cual una nube, Greville pensó que toda la Humanidad debía haberse vuelto loca.