CAPITULO VI



Esperaron en el estrecho porche del laboratorio mientras ella apagaba las luces y conectaba los sistemas de ventilación y alarma, asegurándose de que todo quedaba en orden. El aire estaba muy quieto; en el cielo las estrellas titilaban fulgurante-n en el corazón del celestial horno cuyo calor estiba abrasando Norte América.

Se abrió la puerta y apareció ella.

—Siento haberles hecho esperar —se excusó—. Tuve que llamar al cuerpo de guardia para decirles que conectaran la alarma nocturna. Ya está todo listo... vámonos. —Se quitó la bata de laboratorio mientras ellos se volvían y empezaban a caminar, najo la misma sólo llevaba —como ocurría a todo el personal femenino con este calor— su falda de uniforme y una ligera blusa. Sus desnudos hombros lindaban a la luz de las ventanas de los edificios donde continuaba todavía el trabajo.

El peso del maletín tiraba del brazo de Greville. Dirigiéndose a Barriman, le dijo;

—¿Qué va usted a hacer con esto esta noche?

Barriman gruñó:

—Lo guardaré en mi casa. Creo que estará se-r.uro... pues que sepamos no hay adictos a la droga por aquí. A propósito, Kathy, ¿te has enterado de la nueva zona afectada que ha descubierto hoy Nlck?

La joven movió negativamente la cabeza. Caminaba con la cabeza baja, las manos entrelazadas de-imite, con la bata envuelta sobre ellas.

—En una pequeña población llamada Isolation, en la línea divisoria del Estado de Kansas —explicó Barriman—. ¿Cuántos dirías y en qué grado? —añadió echando una ojeada a Greville.

—Tendrá que esperar el informe de los agentes rurales —contestó Greville—. Lo que yo presencié fue un grupo de muchachos... algo así como una docena. Puede que sean los únicos, tal vez no...

Por todo comentario, Kathy Pascoe exhaló un aspiro y de nuevo permanecieron silenciosos hasta que llegaron al apartamento de Barriman. Disponía el mismo de dos habitaciones con un cuarto de baño particular, un privilegio del que no gozaba la mayor parte de la plantilla del personal. Al igual que un campamento militar, el Instituto tenía aseos comunes, cocinas y dormitorios comunes. Tenía que ser así.

—Tenemos cerveza —dijo Barriman encendiendo la luz—. Dije a los de la cantina que trajesen algunos bocadillos o algo para comer... sí, ahí están. ¿Tienen hambre? Tenemos también ensalada.

Kathy Pascoe dejó su bata en el respaldo de la silla más próxima y luego se dejó caer en ella con gesto de infinita fatiga. 

—La cerveza me irá bien —dijo—. Pero no tengo apetito, gracias.

Barriman asintió en silencio y empezó a abrir envases de cerveza con destreza.

—Sírvase —dijo a Greville, indicando los platos con bocadillos de encima de la mesa. Greville no había pensado en que sentía hambre, pero la vista de los alimentos le hizo evidenciar que sólo la apatía le había anulado la sensación de apetito. Cogió un bocadillo de queso y se sirvió en un plato lechuga, tomate, y un poco de ensalada de col.

—Temo que estos alimentos no son demasiado Sabrosos. Han sido cultivados sin tierra, en agua con agentes químicos —dijo Barriman—. Se volvió para poner un envase de cerveza en el brazo de la silla de Kathy; la joven tenía los ojos cerrados pero cuando sintió el contacto de la cerveza sonrió' anchamente mostrando sus blancos dientes y acarició con los dedos la fría superficie del recipiente

—Será mejor que coma esto con la ensalada, pues estos alimentos están un poco faltos de vitaminas —dijo Barriman poniendo una reseca galleta en el plato de Greville—. Le prepararé una habitación para que pase la noche y le arreglaré su transporte hasta el campo de aviación para mañana al amanecer... le arreglaré todo en cuanto hay terminado de comer.

«¿Arreglar todo?», pensó Greville recordando la cristalina risa de Leda.

—Este cambio que presenta Tootsie —dijo entonces Kathy pensativamente— es increíble, ¿verdad? Y ahora que recuerdo, creo que la primera señal fue ayer, cuando no se opuso, como de costumbre, a la prueba de su líquido espinal.

—La semana pasada pataleó endemoniadamente —dijo Barriman, indicando a Greville una butaca colocada enfrente de la de Kathy. Se sentó él en una silla y continuó engullendo un bocadillo—, Esta tarde no tiene ganas de nada, no muestra interés alguno por nada.

—¿Ocurre lo mismo con los adictos humanos en avanzado grado de envenenamiento con la droga? —dijo Greville. Kathy fijó en él su mirada,

—Hubiera creído que usted ha visto más adictos que nosotros —dijo ella

—Tal vez sea así —contestó Greville con tono de voz más agrio del que intentaba emplear—. ¡ Sigo con mi pregunta !

—Lo lamento —dijo Kathy tras una pausa—. Usted tiene sus problemas, nosotros los nuestros. Presumiblemente, la respuesta es sí. No vemos razón alguna que apoye la teoría de que los sueños felices deban afectar el sistema nervioso humano de modo diferente al de otros mamíferos altamente organizados. —Dejó su vaso de cerveza en la mesa y se entrelazó las manos sobre el regazo, cerrando otra vez los ojos.

—¿Es ésta la primera serie de experimentos que han llevado a cabo hasta el punto crítico? —persistió Greville. Barriman soltó una sarcástica carcajada.

—No es así exactamente. ¿No se enteró usted de lo de la primera serie?

—No, no sé nada.

—Fue espantoso —dijo Kathy con voz que denotaba preocupación, manteniendo los ojos cerrados—. Perdimos las ratas tratadas. Todas ellas. Eran ratas seleccionadas, naturalmente. Hace de eso... pues... unos cuatro o cinco meses.

—¿Las perdieron? ¿Quiere decir que se les murieron todas?

—¡Qué va! —exclamó Barriman—. Alguien les abrió las jaulas. Una mañana, al ir Kathy al laboratorio, se encontró con que habían desaparecido.

—¿Quién haría tal cosa? —dijo extrañado Greville.

Barriman se encogió de hombros.

—Si lo mismo ocurriera hoy, diría que se tratar ba de un truco publicitario de cualquier Holmesita. Antes apenas habíamos oído hablar de Holmes. Nunca pudimos averiguar quién fue el culpable, ni tampoco por qué se hizo, pero lo cierto es que hicimos las cosas de modo que trasladamos a alguien a la Costa del Pacífico y desde entonces no hemos perdido ningún otro animal... Esta es la causa por la que efectuamos las actuales pruebas en los laboratorios estériles, y no porque sean estériles, sino porque disponen de sistemas de alarma que funcionan por ambos lados, de dentro afuera y viceversa.

—Pero seguramente no es ésta la única serie de pruebas efectuadas aquí.

—Oh, pues sí lo es. Y por culpa suya, a fuer de sinceros —la voz de Barriman no delataba recriminación alguna—. Quiero decir que tienen la culpa en Nueva York y donde sea. Deben haber... y creo no es exagerado decir literalmente toneladas de sueños felices en circulación constante. Y está cantidad que usted nos ha traído es la primera con que contamos para trabajar desde hace varios meses. Créalo usted, es una buena cantidad, tan importante como todas las anteriores juntas. Pero ciertamente, como usted no ignora, apenas suficiente para investigaciones masivas.

—¿Cuándo podrán sintetizarla? —preguntó Greville.

—Investigaciones Puras están trabajando en el asunto.

Greville pensó que sería mejor apartarse del tema de la conversación; era muy sensible, como todos los agentes de Narcóticos, y se resentía por la falta de éxito en localizar sueños felices en cantidad. Dijo:

—Y bien... ¿qué buscan ustedes con sus experimentos? Supongo que la curación.

—Últimamente estamos tratando de conseguir un modo de quitar el vicio. Pero antes de llegar a esto es necesario que sepamos con todo detalle su acción sobre el metabolismo humanó. Ya vio usted el sistema que seguimos con esos monos del laboratorio. Analizamos todas sus emunciones y secreciones y semanalmente les extraemos sangre y líquido raquídeo y les sometemos a pruebas de encefalografía, y, según dice la teoría, debemos también fotografiar el proceso de actividad que se desarrolla antes del momento crucial de la crisis. —Frunció el ceño—. ¡Pero no pudimos hacer esto último con Tootsie! Confiamos en el empleo de película infra-roja ultrarrápida para evitar la perturbación del ambiente nocturno sin necesidad, pero nos encontramos con que apenas contábamos con este material.

Un suave ronquido puso punto final a sus palabras. Ambos miraron a Kathy y vieron que se había dormido. Barriman dijo sonriendo:

—¡Como de costumbre! —dejando acto seguido su vacío plato y retirando del brazo de la silla de Kathy el envase de cerveza—. La pobre chica no duerme más que unas cuatro horas diarias desde hace algunas semanas —añadió.

—¿Quiere que le ayude a llevarla a su casa? — sugirió Greville.

—¿Por qué molestarla sin necesidad? —contestó Barriman encogiéndose de hombros—, ¿Quiere más cerveza?

—Sí, gracias —dijo Greville aceptando un segundo envase, y Barriman vertió el resto del contenido del de Kathy en el suyo.

—Sería una tontería echarlo á perder —dijo pensativamente—. ¿No es cierto?

Se estableció un momento de silencio. Greville, buscando desesperadamente palabras en que encontrar interés para evitar pensar en mañana, permaneció un momento ensimismado. Luego dijo:

 —Oh... explicó usted antes que habían encontrado dificultades para sintetizar los sueños felices...

—En efecto. El hecho es que hemos llegado a la conclusión de que es un compuesto que se origina de modo natural. Su extraordinario grado de pureza nos lleva a suponer que se trata de algo sintético, pero... ¿en qué parte de este pequeño planeta ocultaría usted unas instalaciones lo bastante extensas para producir tales cantidades? Sería posible mantener en el secreto una refinería con más facilidad que una gran fábrica sintética. —Barriman se movió nerviosamente en su asiento— La cadena de compuestos que conduce a los sueños felices comprende centenares de otros que estadísticamente son más probables. Parece ser que un proceso viviente es el modo más sencillo de concentrarlos.

—¿Dónde se podría producir de un modo natural? ¿Concentrados, quizá, por... bacterias?

—Lo dudo —rechazó de plano Barriman—. Este compuesto-es tan peculiar que su campo de funciones biológicas es extremadamente limitado Es algo electroquímicamente activo en el sistema nervioso, naturalmente, pero se desconcentra muy pronto, y ' creemos que solamente una décima parte de lo que se inyecta en. el muslo de los adictos llega a alcanzar el cerebro. Lo inyectamos en nuestros animales de experimentación en la órbita del ojo a fin de economizar, mas aun así, gran parte del compuesto es destruido antes de que llegue a afectar el cerebro. De este modo averiguamos que estábamos equivocados en cuanto a las dosis establecidas, como Kathy mencionó. Suponíamos que el ochenta por ciento de la inyección orbital afectaba al cerebro; en realidad, se aproxima al cuarenta o cincuenta por ciento.

Verdaderamente interesado ahora en la conversación, Greville miró con fijeza a su interlocutor y dijo:

—Entonces... ¿dónde encontraría usted en la naturaleza tal compuesto? Lamento hacerle tantas '¡resuntas, pero no soy más que un policía en cuanto se trata de sueños felices.

—Muy bien —contestó Barriman tras una pausa,—. Sólo hay un sitio en donde es posible se produzcan los sueños felices. Y es en el sistema central de los mamíferos perfectamente desarrollados, tales como el mono, la ballena o el hombre.

—Pero...

—Tengo más cosas que exponer —continuó inexorable Barriman—. Diría que la única función para los que idealmente son aptos es cuando se combinan con la cefalina para formar noetina en las células cerebrales. Son específicamente a propósito para servir como material celular de la parte frontal del cerebro de los mamíferos altamente organizados.

Sonrió con amargo gesto y apuró el resto del contenido de su envase de cerveza.

—Sí, es así —dijo Greville lentamente, con la mirada perdida—, entonces no es sorprendente que se cuenten tantas historias sobre ellos.

—Créame usted. Desde un punto de vista estrictamente científico, nada de lo que pretenden los Holmesitas es la mitad de extraordinario de los hechos reales. —Echó un vistazo a su reloj y se levantó.

—Será mejor que le busque algún sitio en donde descansar antes de que sea demasiado tarde. A propósito, ¿no lleva equipaje?

—Esperaba estar de regreso en Nueva York esta misma noche —contestó Greville. Le vino a la memoria entonces la visión que le había atormentado mientras estuvo durmiendo en la cama de Lumberger... la visión de Leda con sus blancos muslos mostrando las cicatrices de las inyecciones de sueños felices.

Barriman añadió:

—Le traeré algunas cosas para que se asee un poco. Y mañana podrá usted recoger una camisa nueva en almacén. También me cuidaré del horario de su avión; estarán todos ocupados, pero haré uso del derecho de prioridad si es que desea usted marcharse lo más pronto posible.

—No se moleste —dijo Greville. Barriman le miró extrañado.

—¿Problemas?

—Me esperaban en casa esta noche, porque prometí a mi esposa que mañana celebraríamos nuestro aniversario de bodas a lo grande. Pero... bueno, tal como han salido las cosas, me parece que no sería ninguna fiesta agradable.

—Lo siento —dijo Barriman con voz que parecía realmente preocupada—. Es duro para los agentes de la ONU cuando se casan fuera de la Organización, ¿verdad? Bueno, voy a hacer esa llamada.

Se introdujo en la minúscula habitación contigua, dejando la puerta entreabierta. A oídos de Greville llegó el ruido del disco del aparato telefónico al girar y luego una queda voz.

—No —dijo él en voz alta—. No sería ninguna fiesta. No hay mucho que celebrar.

Y, como si sus palabras hubieran roto el sueño de Kathy Pascoe, la joven se movió un poco en su silla. Al moverse, ella se echó algo hacia adelante, y su brazo derecho cayó a un lado del asiento.

El movimiento hizo que la falda dejara sus piernas más al descubierto. Desde su posición, Greville podía ver plenamente sus desnudos muslos. Cuando se percató de que se había estado fijando en ellos durante un buen rato se sobresaltó al darse cuenta de que no se había limitado a, contemplar las piernas de una joven bonita con el natural interés masculino. Había estado buscando en ellas señales de cicatrices de sueños felices.

¿Por qué se inyectarían normalmente en los muslos? ¿Sólo porque casi siempre estaban tapados? ¿Acaso porque eran más a propósito para inyectarse uno mismo la droga, ahora que a los niños se les enseña cómo hay que usar una jeringuilla para administrarse ellos mismos las vitaminas?

¿Por qué existía un rígido código entre los adíelos a la droga que mantenía un preció fijo imposible?

¿Por qué, habiendo en circulación tantas toneladas de estupefaciente, no podía la fuerza de policía de cada país y también las agencias de la ONU combinadas atrapar más que una pequeña cantidad de droga de vez en cuando?

¿Por qué existía tanta gente dispuesta a aceptar como buenas las fantásticas historias que contaban los Holmesitas, sobre la proyección sideral, la tele-transportación y el enlace entre los sueños felices v los «ungüentos volantes» usados por las brujas pura llevarlos a su reino de felicidad?

¿Y de dónde procedía la droga?

Bueno, si los expertos de la clase de Barriman se veían impotentes para contestar estas preguntas, no era probable que él lo hiciese. Cuando Barriman volvió diciendo algo sobre el horario de los aviones, de la mañana, Greville, muy cansado y súbitamente también deprimido, agradeció le llevaran a su dubitación.